La conquista de Olduten-A. Pascual , M. Pascual y J. Ferriol

Viajando a los confines del universo, y más allá.

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Eijiol
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La conquista de Olduten-A. Pascual , M. Pascual y J. Ferriol

Mensaje por Eijiol »

Hola compañeros del foro.
Me llamo Alberto y os escribo para presentaros la novela <Los Guerreros de Dazeta. La Conquista de Olduten.>
Es una novela de ciencia ficción que acabo de escribir junto con mis compañeros Jaume y Miguel.
Nos ha llevado cinco años escribirla, pero ahora por fin ya está a la venta en algunas librerías.



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Autor: Alberto Pascual, Jaume Ferriol y Miguel Pascual.
Título Original: Los Guerreros de Dazeta. La Conquista de Olduten.
Año de publicación: 2018.

Editorial: Letrame.
Colección: Ciencia Ficción.
Año de la edición: 2018.
ISBN: 978-84-17396-62-6
Páginas: 532


Desde la creación del tratado Acero-espacial innumerables períodos de gestas se han sucedido durante los últimos tres milenios. Las dos grandes órdenes militares de Dazeta han luchado valerosamente expandiendo el imperio para conseguir la fama y la gloria suficientes para alcanzar el trono.

Es durante este período de conquistas incesantes, que los Víboras encuentran Olduten, un planeta remoto que supondrá un verdadero reto para la orden militar. Algo más que su destino se decidirá en sus campos de batalla, también el propio devenir del imperio.

Aleirke, un hijo mestizo, deberá realizar la misión más complicada de su vida si los Víboras quieren triunfar. En un mundo de barbarie y sangre parece ser que él es el único que se cuestiona la guerra y busca la paz. ¿Cuando el heroísmo se ha expandido como un cáncer, será capaz de sobreponer su moral a su deber?

Adéntrate en la trepidante historia de cómo los Víboras espaciales consiguen la gran victoria que lo cambiara todo. Disfruta de una novela interesante, llena de acción, aventuras y romanticismo en un mundo oscuro y cruel.





Aquí dejo el inicio de la novela, espero que os guste. (No he conseguido centrar los títulos en el foro)

Prólogo

El suelo del solitario planeta Dazeta era tan rojizo como lo había sido siempre. Sin embargo, aquella noche las estrellas brillaban menos. De hecho, la luz era casi inexistente, parecía haber adoptado un color marrón. Aleirke se agachó para acariciar la fina capa de arena. Pasó el dedo sobre ella y, cuando lo miró, la yema se había teñido con el color característico del planeta. Entonces sonrió. Aquel movimiento era un ritual que había seguido desde niño. Siempre que se disponía a realizar un viaje lo llevaba a cabo, era una manera de sentirse cercano a su amado hogar. Y, aunque sabía que la huella de aquella arena tan fina desaparecía enseguida, intentaba recordar el máximo tiempo posible el suave tacto de su piel haciendo contacto con ella.

Se incorporó y dirigió una mirada a su nuevo uniforme y, al momento, su pelo corto y rubio se sacudió levemente por una de las habituales ráfagas de viento. El uniforme se componía de una armadura de titanio que cubría el torso y las piernas; la parte visible del cuerpo que la coraza no cubría quedaba cubierta por un traje de combate de color azul marino que hacía juego con el color de sus ojos. Una extraña cinta negra le rodeaba una parte del brazo, un nuevo invento creado por los grandes científicos de los Víboras Espaciales. Era el traje de la Sexta Compañía de Élite, los alborotadores, de la cual era el capitán.

Habían pasado varios años desde que estuvo bajo la tutela de su padre, Taion, y tras su muerte sus entrenamientos se habían intensificado.

A Aleirke no le gustaba hablar del entrenamiento. En realidad, lo llevaba en secreto. No porque se avergonzara de su padre, a quien se había sentido muy unido, ni tampoco porque aquel valeroso guerrero hubiera fallecido en una misión en la que tenía que colocar un potente explosivo. Además, Taion había dado su vida por la Orden de los Víboras Espaciales y había intentado inculcar en su hijo que merecía la pena luchar por los ideales de la orden a la que servían. A decir verdad, Aleirke no llegaba a comprender las bases de un código militar tan estricto que obligaba a abandonar a los propios camaradas ante cualquier muestra de debilidad.

Aleirke no compartía aquel código. Para él era tan habitual cuestionar las órdenes que se había enemistado con su general hasta tal punto que este lo consideraba el peor de sus hombres de confianza. Es más, de no haber sido por su gran habilidad en el combate, lo habrían destituido en más de una ocasión. Sin embargo, Aleirke era el capitán más joven de la Sexta Compañía de Élite y se enorgullecía por ello. Deseaba que su padre le hubiera visto llegar tan lejos, pero no tenía tiempo para lamentaciones, pronto partiría hacia su nuevo destino. El lugar era una incógnita, solo el general de los Víboras Espaciales lo conocía. En este sentido, Aleirke se había enterado de una serie de rumores y, aunque muchos eran falsos, no podría cerciorarse de su veracidad hasta que no los comprobara él mismo. Solo una cuestión estaba clara: Dairop, el mejor cazador estelar de todo Dazeta, había descubierto las coordenadas de un planeta inmenso, con una atmósfera similar a la de Dazeta, y no tardó en compartir dicha información con su amigo Oldut. Era innegable que aquel cazador tenía una clara preferencia por la Orden Militar de los Víboras Espaciales.

El capitán de la Sexta Compañía de Élite avanzó con decisión y, mientras sus botas negras dejaban huellas nuevas en la arena fina y rojiza, sus vivaces ojos observaron las cinco grandes aeronaves que se encontraban frente a él. Las pitones del aire debían el nombre a su forma, similar a la cabeza de una serpiente. Habían sido construidas por los ingenieros y los mecánicos más brillantes de los Víboras Espaciales y estaban listas para partir a la misión. Consciente de que no podía demorarse más, Aleirke se detuvo unos segundos a examinarlas para saber en cuál de todas ellas debía subir.

La nave situada en el centro era un poco más grande que las demás. A diferencia del resto, su único color no era el verde, sino que alternaba partes de su superficie con el amarillo oscuro, lo que la hacía parecer aún más grande. Sin duda, aquella nave debía de ser la encargada de transportar al alto mando de la compañía, a soldados renombrados, a capitanes hábiles y feroces y, por supuesto, al general.

«Esa es la mía», pensó, y enfiló sus pasos hacia la enorme pitón del aire que se encontraba en el centro.

Mientras avanzaba hacia ella caminó en medio de una multitud de soldados que, como él, buscaban sus respectivas pitones del aire. Entonces se dio cuenta de que uno de los capitanes de esas compañías comunes se esforzaba en poner orden y se alegró de que todos sus hombres tuviesen más claro que él mismo qué nave los transportaría.

De pronto, sus ojos se detuvieron en una hermosa joven de cabello rubio que lo miraba a los ojos. Habían coincidido en una misión cuyo objetivo era recuperar el guante de oro en el planeta nevado Isenkhan, una misión que él mismo había comandado, pero en aquel momento no recordaba su nombre.

Quizá no deseaba hacerlo. Aunque ella no era más que un simple soldado, entre ambos había existido algo más que el vínculo entre superior y subordinado. No habían mantenido una relación amorosa, pero el interés que ella mostraba hacia él resultaba evidente y, aunque él lo negara, en cierto modo ella le resultaba agradable.

Meneó la cabeza a ambos lados cuando un nombre, Salit, afloró en su mente. Así se llamaba la joven. Lo había intentado olvidar, aunque, sin duda, parecía inútil. Habían compartido momentos románticos en el lejano planeta nevado; incluso habían llegado a besarse. Pero ¿por qué no habían llegado más lejos? La respuesta era sencilla: estaba enamorado de otra persona.

Al ver que había reparado en ella, la muchacha trazó en sus labios una sonrisa angelical con la esperanza de alcanzar una mayor complicidad con él; sin embargo, Aleirke se encogió de hombros y continuó su camino hacia la rampa que daba acceso a la pitón del aire central. Antes de llegar a ella, se agachó para abrocharse correctamente una de las botas. En ese momento notó que la compañía de soldados que acababa de ver pasaba junto a él corriendo a gran velocidad.

—Deprisa, soldados —apremió Aecons, su capitán—. Quien no llegue a tiempo se quedará en tierra. No me voy a perder una conquista por ninguno de vosotros, así que corred como si vuestra vida dependiera de ello.

Cuando Aleirke terminó de abrocharse la bota empezó a ascender por la rampa metalizada, seguido de otros dos soldados.

—Deprisa, capitán —dijo uno con respeto.

Aleirke continuó con el mismo paso.

—El general ha dado orden de levantar el vuelo, debemos cerrar la compuerta —explicó el segundo.

Aleirke se percató de que ya no quedaba nadie más por subir a bordo. Volvía a ser el último. Una vez más, daría la nota de cara a sus compañeros capitanes; aunque, quizá debido al ajetreo y la emoción del viaje, nadie repararía en su falta de puntualidad. Aun así, aceleró el paso y cuando entró en la pitón del aire central la compuerta se cerró.

En ese momento, unos guantes negros agarraron con fuerza los mandos. Los motores de las pitones del aire se encendieron y, poco a poco, los propulsores colocados alrededor de las naves fueron elevando las gigantescas máquinas, al principio con lentitud, hasta dejarlas suspendidas en el aire; a continuación, un nuevo motor central que despedía un extraño fuego azul las impulsó hacia el espacio a gran velocidad.

Al cabo de unos instantes, en el cielo del montañoso planeta Dazeta no quedaron más que sus habituales estrellas. Las aeronaves habían desaparecido en busca de la forja de una gran leyenda, en busca de la eternidad, rumbo al planeta oscuro, rumbo al planeta que sería conocido como Olduten.



Parte I



1

Alboroto en el hangar




I

El general Oldut, líder de la Orden de los Víboras Espaciales, caminaba tan aprisa hacia la torre de mando que sus pesadas botas metálicas emitían un sonoro tintineo con cada zancada.

Era un hombre de estatura importante, de hombros anchos y bastante corpulento. El pelo era canoso y muy corto y el semblante, rígido. Sus ojos marrones casi parecían rojos a causa de la ira que le oprimía el pecho. Una ira debida a la mala suerte, o eso pensaba. ¿De qué otro modo podría definirse la pérdida de un descubrimiento? ¿La pérdida de un planeta? Era su planeta. O quizá de aquellas criaturas que habitaban allí y que ahora los tenían cercados en el lugar en el que dos meses atrás habían aterrizado sus grandes aeronaves, las pitones del aire. Nada de eso: era suyo, él lo había descubierto y le pertenecía, con él podría regresar a su hogar, el planeta Dazeta, y tener una razón sólida para ser elegido como el nuevo gobernador. Aquel pensamiento le hizo sonreír durante unos segundos: al menos hasta las siguientes elecciones vería hundido a Tibles, ese estúpido líder de la compañía rival. Él y sus inútiles guerreros del acero aprenderían a respetar a sus víboras. Aparcó aquella idea de su mente, aún tenía que hacerse con el control del nuevo planeta, Olduten, nombrado así en su honor, el planeta que le daría el trono del imperio.

Por fin llegó a la torre de mando. La puerta era de acero y tenía en el centro un símbolo que representaba alguna clase de serpiente; era la clave para poder abrir la puerta. El general acercó hacia el símbolo una de sus muñecas, en la que tenía tatuado el mismo dibujo, y, cuando su piel estuvo en contacto con la puerta, esta se abrió deslizando sus hojas a ambos lados.

Había entrado en la torre de mando. El espacio era amplio y estaba rodeado de unas cristaleras finas pero resistentes. Una mesa central de roble macizo destacaba en el centro, y unas sillas del mismo material habían permitido que en ellas descansaran cinco hombres hasta que el general hizo su entrada. Por las insignias de sus trajes, debían de ser capitanes. Dos sillas permanecían vacías; una, sin duda, era la de Oldut. El general tomó asiento mientras los cinco oficiales lo saludaban de pie, con una mano sobre la frente. Oldut se hinchó de orgullo al comprobar que, aun en tiempos difíciles, seguían manteniendo la disciplina militar. Estaba satisfecho de que fuesen sus seis capitanes y de que comandasen las compañías más letales de los Víboras Espaciales. Con su regia mirada recorrió el rostro de cada uno de ellos.

«Es la hora de mostrar vuestra valía», pensó con una leve sonrisa en los labios.

De pronto enarcó una ceja: faltaba uno de sus capitanes. Una silla quedaba libre. La de Aleirke.



II

—Necesitaremos un virre más. —En la parte trasera del hangar, Aleirke alzó la voz visiblemente emocionado.

Cuando fueron atacados por los alienígenas, le habían encomendado la misión de contener una de las zonas de infiltración en la base. Pero a pesar de la enorme potencia de su compañía, la tarea había sido difícil, sobre todo al principio, pues una inmensa cantidad de diferentes criaturas se agolpaban contra la compuerta. Sin embargo, había logrado barrer el lugar con mucho esfuerzo y obligado a aquellos seres a intentar el asalto por la zona L2AN. Aquella área se había visto atacada con anterioridad y el número de alienígenas que se precipitaban contra sus paredes en aquel momento se había multiplicado. Le habría gustado colaborar con los guerreros de élite que se encargaban de defender dicha compuerta, pero sabía que ni el orgullo de su capitán ni el ir sobrados de apoyo se lo permitirían. De modo que los días siguientes al ataque se había dedicado a buscar la base enemiga con la esperanza de encontrar el lugar en el que habitaban aquellos seres para dar un golpe contundente o, por lo menos, para desahogar un poco el constante asalto. Hacía poco que creía haber dado con la morada que con tanto ahínco había buscado. Se trataba de un frondoso bosque en el que sus hombres habían visto aterrizar varias de las naves enemigas en más de una ocasión, así que estaba decidido a desplazarse hasta allí para comprobar si sus sospechas eran ciertas.

Treinta soldados cubiertos por una armadura de titanio en el torso y en las piernas se organizaban en filas de tres. Todos iban ataviados con la ropa reglamentaría de la Sexta Compañía de Élite. Algunos se habían enfundado las manos con unos guantes de cuero negro; varios llevaban la cabeza protegida por un casco, también oscuro, y otros preferían que el aire golpeara y abanicara sus frentes. La mayoría tenía el pelo tan corto que rozaba la calvicie, y el frescor podía resultar placentero. Todos iban armados para el combate con una gran variedad de arsenal. Algunos portaban un trususpom, un arma amarilla de medio alcance. Otros, una turbina de hielo que disparaba granizo. Y había quien portaba pistolas láser o fusiles francotiradores, pero algo era seguro: cualquier arma en manos de un guerrero de la Sexta Compañía era letal. No en vano, se les consideraba los más habilidosos en el combate a distancia y extremadamente diestros en el cuerpo a cuerpo.

Detrás de los soldados, tres motos aéreas carentes de ruedas, los virres, aguardaban a sus pilotos. Había una cuarta algo más grande que el resto. Del lado derecho colgaba una especie de ametralladora gigante, mientras que en el izquierdo se podía observar la punta de un misil. Era el max-virre, el vehículo del capitán.

También había un par de AX-18, unos vehículos destinados al desembarco pesado. La gran capacidad de carga y su potente blindaje compensaban su lentitud y los convertían en medios de transporte perfectos para desembarcar en los territorios más hostiles. Diseñados para la defensa, aquellas aeronaves estaban dotadas de una ametralladora ligera en cada uno de sus laterales y de un pequeño misil. Sin duda, serían pilotadas por los alborotadores que carecían de virre.

Un grupo de ingenieros reparaba algo al fondo del hangar y el ruido que ha-cían era bastante molesto. Aleirke tuvo que alzar la voz más de lo deseado para que le escucharan.

—Nuestro objetivo será abandonar la zona de batalla lo antes posible. —La voz del capitán era más potente con cada palabra que pronunciaba—. Mientras nos estemos retirando, lucharemos junto a los guerreros que están frenando a esas criaturas con valentía y, llegado el momento, nos infiltraremos en la base, colocaremos un detonador y haremos volar a esos cabrones en mil pedazos.

Una multitud de gargantas entonó un grito de batalla y, al momento, Aleirke se sorprendió uniéndose a él.

Un soldado situado en la primera fila alzó su puño:

—¡Por Dazeta! —gritó.

Al momento, el hangar entero repitió aquel nombre una y otra vez.


III

El ruido proveniente del hangar condujo a Oldut hasta allí. El estrépito, inconfundible, lo provocaba la Sexta Compañía, tan alborotadores como siempre. Una vez dentro, comprobó que estaba en lo cierto: Aleirke y sus hombres se preparaban para salir sin su aprobación.

—¿A qué viene este gallinero, Aleirke? —dijo Oldut alzando la voz por en-cima del barullo.

El capitán se vio sobrecogido por un extraño sentimiento de traición. A su vez, la Sexta Compañía guardaba absoluto silencio, como si nunca hubiesen dicho ni una palabra.

Aleirke se dio la vuelta para encontrarse con su superior y, cuadrándose, respondió con timidez:

—Nos estamos preparando para acabar con el enemigo, señor.

—Eso ya me lo imagino. El problema es que debías haber subido a la torre de mando con el resto de los capitanes. ¿O es que no recuerdas que teníamos una reunión?

—Lo siento, señor, lo había olvidado.

El general sabía que su capitán recordaba la hora de la reunión. Aunque una extraña necesidad de acabar con aquella guerra corría por las venas de Aleirke, no encontraba motivo alguno para acudir. Creía conocer todo lo que en ella se diría, siempre era lo mismo. Oldut les martillearía la cabeza menospreciando a los alienígenas, tacharía de inútiles a sus hombres por permitir que una raza inferior asediara a los dazetianos y luego exigiría mejores resultados, unos resultados que tendrían que ver con aumentar el número de cadáveres de aquellos desdichados.

Aleirke conocía aquel discurso y no le interesaba. Deseaba acabar con la guerra, sí, pero aportando algo más que cadáveres. Una parte de su ser le decía que podrían haber tratado con aquellas criaturas de una manera más pacífica, pero aquel pensamiento era típico de los guerreros del acero, por lo que otra parte interior le aconsejaba no escuchar esa voz. Él debía ser como su padre y el resto de los víboras. Debía entregarlo todo por la misión y, aunque no estuviera de acuerdo, acatar su código militar.

—No volverá a suceder, señor, pero, ya que ha ocurrido, ¿puede hacerme un resumen, señor?

—Sí, no faltaba más. A partir de ahora haremos reuniones para tomar decisiones por el bien de la orden y, acto seguido, informaremos al señorito. —Hizo una pausa y después añadió—: La reunión no se ha realizado, el código exige que acudamos todos, no que los demás capitanes hablen por ti. La próxima vez te relegaré del cargo, ¿entendido? —amenazó.

—Yo no…

El general le interrumpió.

—¡Capitán, basta de tonterías! ¿Crees que no sé qué intentas? Quieres ser el héroe de esta misión, quieres que te recuerden como el víbora que segó el planeta Olduten de cualquier peligro y quieres… —Hizo una pausa para recobrar aliento—. Tener opciones para ser en un futuro el gobernador de Dazeta.

—Le aseguro, señor, que mi lealtad es incuestionable.

—¿Me aseguras? Pues me tienes mosqueado, Aleirke, tu crédito se ha acabado. Creo que hablas demasiado con ese amigo tuyo de los Guerreros del Acero, y eso tampoco me gusta.

Aleirke no entendía cómo se había enterado de su amistad con Leorit, un miembro de los Guerreros del Acero, la Orden rival, pero, aun con todo, aquel vínculo no debería de suponer un problema. Era verdad que en el pasado las dos facciones de Dazeta se habían enfrentado por el control del planeta, pero desde que se había acordado establecer un gobernador elegido por los méritos militares gracias al Tratado Acero-Espacial aquellas peleas quedaron relegadas al pasado. No obstante, Aleirke sospechaba que Oldut temía que se llegara de nuevo a aquel extremo.

De pronto, el general se dio la vuelta.

—No salgáis de la base, estáis sancionados —dijo tras unos segundos de silencio.

La Sexta Compañía dejó escapar su descontento; los murmullos, las súplicas y alguna lágrima, en el caso de los más ansiosos por entrar en acción, reflejaban el mazazo que habían supuesto las últimas palabras de Oldut para los hombres de Aleirke.

El capitán no salía de su asombro, estaba furioso ante aquella sanción, y lo peor era que, más que por haber faltado a la reunión, Oldut lo castigaba porque consideraba que aquella ausencia era poco menos que una traición. Al parecer, el general no se fiaba de Aleirke, y eso le nublaba el juicio.

—General, no puede hacer eso, la Orden nos necesita, no puede mantenernos al margen. —Hizo una pausa para intentar suavizar el tono de su voz—. Creo que he localizado la base enemiga, ahora mismo pensábamos salir para ganar esta guerra —explicó apresuradamente.

Oldut giró de nuevo sobre sí para observar el semblante serio de su capitán. Nunca había advertido en él tanta rabia, ni siquiera cuando estuvo a punto de perder la vida al explotar su max-virre.

—Sí que puedo hacerlo, ¿y sabes por qué? —Aleirke negó con la cabeza y Oldut prosiguió—: Porque de todos mis capitanes, tú eres el más inútil. Ellos siempre serán capaces de llevar a cabo sus misiones mejor que tú —mintió, consciente de que aquello le dolería.

Aleirke no aguantaba más. Verse humillado por su general tenía un pase, pero ser retratado como un inútil ante los ojos de su compañía era excesivo para alguien tan orgulloso como él. Apretó los puños y, con el tono serio y la mandíbula desencajada, respondió:

—Se equivoca, señor. —Oldut frunció el entrecejo, no estaba acostumbrado a que le llevasen la contraria. El capitán siguió desatando su furia—. Sería capaz de pasar reptando por delante de sus soldados y colocarle un detonador en los cojones.

El tiempo se detuvo y los dos hombres se miraban furiosos. Aquello solo podía terminar mal. Poco a poco, como si un proyectil se acercase e impactara contra su rostro, una luz naranja fue iluminando el rostro del general. Los soldados empezaron a dar gritos de alarma, lo que hizo que Oldut prestase atención al foco de luz. Sus ojos se abrieron como platos al comprobar cómo una bola de energía naranja, disparada por un cañón enemigo, entraba en el hangar y se precipitaba sobre su rostro. Cruzó los brazos con la intención de protegerse del golpe y, de pronto, un cuerpo se estrelló contra él con tal violencia que lo derribó en el acto. El proyectil pasó por encima quemando el aire. Entonces abrió los ojos y, para su sorpresa, se encontró con Aleirke, que se levantaba con lentitud. A pesar de la discusión que habían tenido, el joven capitán había antepuesto su vida a la suya. Tal vez, después de todo, no fuese ningún traidor.

—Aleirke, dijiste que podrías colocar un detonador en mis cojones reptando. —Oldut le habló con seriedad. Hubo un silencio que duró apenas lo que el general tardó en sonreír—. ¿Podrás llevarlo a cabo con tu compañía en la base enemiga?

Aleirke asintió. Sus vivaces ojos mostraban agradecimiento y, al momento, los gritos de batalla retumbaron por las paredes del hangar mientras Oldut se alejaba para dar indicaciones a otro de sus capitanes.

También quería comentaros que el día 4 de junio estaremos firmando libros en la feria del libro de Madrid en el puesto 101 de 12:00 a 14:00.
No perdáis la oportunidad de conseguir un ejemplar de Los Guerreros de Dazeta firmado.





Breve Contexto de la novela.
“Los Guerreros de Dazeta, la Conquista de Olduten” se enmarca en el imperio de Dazeta, situado en una sección de una gran galaxia lejana. Sus habitantes, los seres humanos, han formado un gran imperio forjado tras miles de años de conquistas. Sometidas las especies alienígenas, o en algunos casos exterminadas por completo, parece que el imperio del hombre no tiene rival.
Lo cierto es que, no obstante, Dazeta vive en constante tensión. Son dos las grandes fuerzas que rigen en el imperio, dos órdenes militares que compiten constantemente para alcanzar el trono. Conscientes de que una guerra civil llevaría a atroces consecuencias, se firmó el tratado Acero-espacial, por el cual durante diez años las dos grandes ordenes demuestran su valía en el campo de batalla, expandiendo el imperio y combatiendo a las fuerzas alienígenas, para después aquella que haya logrado las mayores gestas ocupe el trono durante los siguientes diez años. Una vez acabado el periodo de gobierno, la etapa de gestas empezara de nuevo.
El sistema ha mantenido a los dos rivales ocupados. Hasta que llego la ultima gran gesta de los Víboras Espaciales, Olduten.
La trama gira en torno a Aleirke, un mestizo que vive en un universo donde el racismo y la intolerancia están a la orden del día, y quién tras grandes esfuerzos, ha alcanzado el rango de capitán a una temprana edad.
Observaremos en gran medida las constantes contradicciones a las que deberá enfrentarse la moral del protagonista con la realidad en la que le ha tocado tomar parte.
Un nutrido elenco de personajes secundarios acompañara a nuestro capitán en sus aventuras, jugando todos un rol determinante que enriquece en gran medida la obra y permite al lector apreciar los matices de la guerra y la sociedad dazetiana desde varios ángulos. Desde el punto de vista heroico, al más trágico.
Destacan sobre los demás Boldar, capitán de los maestros del aire, cuya herencia familiar será su mayor bendición a la vez que maldición. En su día su padre dejo entre sus camaradas un listón muy alto, quizás demasiado para el joven capitán. Drisacus, el más temido y respetado de los capitanes de la orden militar y Oldut, antagonista, el gran general y caudillo de las fuerzas de los víboras espaciales, cuyo liderazgo y arrogancia tan solo pueden competir con su profundo carácter xenófobo e intransigente.
Reclutas deseosos de alcanzar la gloria de sus ídolos, hombres de ciencia que solo buscan el saber entre la barbarie de la guerra, personajes cuya arrogancia les llevara a traicionar a sus hermanos, secretos ocultos, amores prohibidos por la sangre, héroes en busca del honor y batallas espectaculares contra hordas de alienígenas serán tan solo una pequeña fracción de lo que podréis encontrar en la novela.

No esperes más y sumérgete en ésta trepidante historia que te llevará a viajar por el espacio para conocer el terror que reside en el planeta Olduten. Decide si tú bando se encuentra entre los alienígenas o entre los víboras espaciales. Ponte al servicio de nuestros capitanes y averigua el destino que le depara a tu compañía.

Los Guerreros de Dazeta. La Conquista de Olduten, es el primer volumen de una saga que te sorprenderá.
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