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FotosLa tumba de Tautira - Luis Mollá
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Fenix
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Efectiviwonder, uno más chiquillo que el otro, aunque ambos dos, ¡pardiez! cruzamos la escolleras y enfilamos el malecón de los 40 grados Norte, ahora hemos varado en una latitud superior. Maese, nos acercamos al polo Norte, donde dicen que el frío es gélido como en el infierno de Dante, pero antes nos correremos alguna juerguecita en latitudes más cálidas.
Última edición por Fenix el 28 Nov 2006 08:21, editado 1 vez en total.
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Fenix!!! ese "barado"..., desbáralo, chiquillo!
Ahi va una de moros
Nuestro Patricio, entabla enconada lucha con Carrasco, un pirata berberisco, correoso y bajito de cuerpo, perteneciente a la temida cuadrilla de Abú Mubú, cuyo buque, "el Sorpresa", tomado por la fuerza a los cristianos tiempo atrás, ha sorprendido a nuestros chicos aprovechando las sombras del amanecer, haciendo honor a su nombre...
"...así las cosas, concentré mis inexistentes fuerzas en la idea de echarme encima de él e inmovilizarlo de alguna manera, que ya vería después cuál, pero quiso entonces intervenir la providencia, aunque ya no sé si en mi socorro, en el suyo o en el de ambos más bien, pues desde el Sorpresa, un redoble de tambor se dejó oír por encima de cualquier otro sonido, que, como a todos los callaba, parecía que aquel tamborileo crecía en intensidad. Y fue oírlo y, todos a una, los sarracenos comenzaron la reculada hacia su barco, cuya popa aún tocaba impúdicamente nuestro alcázar. Por mi parte, incorporándome, levanté la vista perplejo de aquella extraña huida de moros cuando ya éramos tan suyos, momento en que se hizo patente a mis ojos la figura del temido Abú Mubú.
Era bajo de cuerpo, que tal vez por ello se hacía subir en una caja cubierta de lona para así presenciar mejor el combate, cuyo desenlace seguía con ojos pequeños, pero vivos, pues en ellos parecía brillar una luz que hacía claros lo que no eran sino luceros negros como la misma oscuridad y que destacaban incluso en aquella tez, más clara que los ojos, pero oscura también, con ese color amarronado que distingue moros de nubios. Una barba cuidadosamente recortada, canosa por momentos y salpicada de manchas pardas, rodeaba unos labios carnosos, por encima de los cuales destacaba una nariz más ancha que larga, con dos grandes orificios que más que el aire, se diría que por allí le eran entradas las malas ideas. Completaba el conjunto un turbante cuidadosamente embozado y rematado en la frente con un topacio tan negro como la obsidiana, que despedía brillantes los rayos de luz que el sol le enviaba. De cuello a pies, cubría el pirata el cuerpo con una túnica que, no siendo alto él, no podía ella ser larga, pero que al fin, todo le cubría con un color azul como el cielo, rematado en mangas y cuello con brillantes ribetes del color del oro, y sin cinto que partiera la túnica por el abdomen, que tal vez por lo prominente, prefiriera Abú Mubú dejarlo sin comprimir. Junto a él, tocado sólo con taparrabos y sandalias, un lacayo de depilada y reluciente cabeza, le daba a fumar a intervalos de una cachimba, cuyo humo despedía Abú Mubú por aquel lugar por donde convenimos le eran entradas las malas ocurrencias.
Todo esto es imagen que vi en los pocos segundos que le concedí atención, pues pronto hube de girarla a mi moro enano, que aún no sabía yo de sus intenciones finales, aunque quiso él aclararlas cuando, después de mirarme por vez última a los ojos, hizo un giro completo con la mirada como en demanda de algo o alguien, escabulléndose tan raudo como vino y haciéndome pensar que se reintegraba a su buque como el resto de la morería, obedientes todos a las graves notas del tambor que aún se mantenían suspendidas en el aire.
Pero no fue así, pues en esas le vi tomar dirección distinta en demanda de Zúñiga, en cuya nuca descargó un golpe con el puño de la cimitarra, que el muy ladino se había preocupado en recoger de la cubierta, cayéndolo desplomado, que ya había dado muestras de que en su pequeño cuerpo albergaba más fuerza que masa, y aún peores ideas, lo que confirmó echándose al hombro el cuerpo sin ánimo del capitán, desapareciendo en tres saltos en la cubierta de su bajel.
Como al inicio del combate, todos permanecíamos mudos y mansos, subyugados por aquel redoble de tambor y por la procesión de moros de regreso, que nunca juraríamos que tantos le habían entrado a la Mariana, y a más de sometidos a la voluntad de su música, éramos también prisioneros de la falta de fuerzas, consecuencia del encono con que se había librado el combate. Sin embargo, fue todo uno, hacer una seña Abú Mubú y cambiar la nota del redoble, que a mí se me hizo un hueco en el pensamiento que no podía dejar ir así a mi capitán y, reuniendo fuerzas de nunca se sabrá dónde, cogí la maroma de la cubierta como arma, que más próximo nada tenía, y blandiendo la pasteca en su chicote a modo de honda, me lancé como un David exhausto al encuentro de todos aquellos Goliats, y como fuera que el cambio de tono de aquel tambor significaba orden de escape, encontré en mi carrera que el Sorpresa quedaba ya a más de tres pasos largos de nuestra Mariana, que lo único en que se tradujo este detalle es en que me vi impulsando el salto apoyando pie en la batayola, para ir a caer en la cubierta del Sorpresa, viendo entonces el nombre del viejo navío dibujarse en los retintos rostros de todos aquellos moros.
A unos cinco pasos de mí, el enano dejó caer su botín a los pies de Abú Mubú, mientras un grupo de no menos de diez de sus guerreros cerraban filas delante de él, protegiéndolos a ambos de mi peligro, pero en esas alturas yo ya no podía más que escapar hacia delante, así que girando mi onda como un torbellino, me di en avanzar, viéndolos a ellos retirarse prudentemente, que si no a todos, al primero que alcanzara iba a dejar recuerdo perpetuo.
Pero hete que en esas, el pirata berberisco dio una orden que si a mí se me hizo ininteligible, el resto de su horda sí supo interpretar, pues descansaron sus armas y me hicieron pasillo hasta Zúñiga, al que me acerqué y agaché a recoger, que en esa postura no tenía defensa, pero en ninguna fuerzas tampoco, y a mí de aquellas se me iba todo en impedir que aquellos moros se llevaran a mi capitán.
Pero no se hizo intento alguno contra mí, antes bien, mi mirada se encontró a escasos dos codos con la de Abú Mubú, que me la aguantó antes de dirigirla al rostro del capitán que presentaba un rictus extraño y un color cerúleo que no se acomodaban en buen presagio. Entonces el berberisco dio nueva orden, que yo le entendí la palabra "carrasco", tras lo cual me temí lo peor, ya que el moro enano se destacó de su tropa y se acercó a mí seguro de sus intenciones, aunque, al llegar a mi frente, pues yo estaba agachado abrazando al capitán y él, de pie, de nuevo me quedaba a altura, agarró el cuerpo desfallecido de Zúñiga y me lo hizo entrega con cierta ceremonia, tras lo cual, todos a una, los moros se abrieron de nuevo formando pasillo en dirección a por donde yo había venido, aunque de aquellas la Mariana ya no me quedaba a distancia de salto y aun se alejaba, que bajo mis pies sentía yo acomodarse la boga de los galeotes al nuevo ritmo que marcaba el cómitre.
Pero no era momento de dudar, ni de tensar mas la soga de la suerte que hasta ese momento no había dejado de asistirme, así que, en pocas zancadas me vi descendiendo al agua con el capitán en brazos, donde, ya en el mar, nos asimos a unas jaretas de madera que por allí flotaban y así se dio urgencia Torralbo en rescatarnos, no sin que antes por las troneras del Sorpresa, donde antes los cristianos poníamos cañones y remos los moros ahora, me fuera dado contemplar el rostro desprovisto de toda esperanza de algunos galeotes que, prácticamente desnudos, movían aquellos remos largos como tentáculos, alejando el Sorpresa de nosotros de modo igual a como lo habían acercado.
De nuevo en el alcázar de la Mariana, empapado de agua, dolor y agotamiento, pude aún observar a Abú Mubú ordenar un nuevo redoble, esta vez de muchos tambores, tras lo que todos sus remos se mantuvieron quietos encima del agua y sus guerreros, concentrados en cubierta, dejaron caer sus armas mientras el propio Abú se llevaba la mano a la frente en lo que bien podía ser imitación de nuestro saludo.
—Honran tu valor, Patricio —susurró Torralbo a mi lado con gravedad—. Te toca ahora devolver el saludo, que amigos o enemigos, los buenos marinos hacen de la mar ejercicio de nobleza.
Yo alcé mi mano y los despedí con un gesto que Abú Mubú me devolvió levantando también la suya, mientras a sus pies, aquel enano malandrín que parecían nombrar Carrasco, se sumaba a mi homenaje, llevándose el dedo pulgar a la frente con mueca de beneplácito.
—Ya eres una leyenda, Patricio —las palabras de Torralbo rompieron la liturgia del momento a bordo de la Mariana, que en el Sorpresa ya la había roto un nuevo redoble que se tradujo en el izado rápido de paños que, sustituyendo a los remos, ya daban al navío nuevo y brioso navegar al sur..."
Ahi va una de moros
Nuestro Patricio, entabla enconada lucha con Carrasco, un pirata berberisco, correoso y bajito de cuerpo, perteneciente a la temida cuadrilla de Abú Mubú, cuyo buque, "el Sorpresa", tomado por la fuerza a los cristianos tiempo atrás, ha sorprendido a nuestros chicos aprovechando las sombras del amanecer, haciendo honor a su nombre...
"...así las cosas, concentré mis inexistentes fuerzas en la idea de echarme encima de él e inmovilizarlo de alguna manera, que ya vería después cuál, pero quiso entonces intervenir la providencia, aunque ya no sé si en mi socorro, en el suyo o en el de ambos más bien, pues desde el Sorpresa, un redoble de tambor se dejó oír por encima de cualquier otro sonido, que, como a todos los callaba, parecía que aquel tamborileo crecía en intensidad. Y fue oírlo y, todos a una, los sarracenos comenzaron la reculada hacia su barco, cuya popa aún tocaba impúdicamente nuestro alcázar. Por mi parte, incorporándome, levanté la vista perplejo de aquella extraña huida de moros cuando ya éramos tan suyos, momento en que se hizo patente a mis ojos la figura del temido Abú Mubú.
Era bajo de cuerpo, que tal vez por ello se hacía subir en una caja cubierta de lona para así presenciar mejor el combate, cuyo desenlace seguía con ojos pequeños, pero vivos, pues en ellos parecía brillar una luz que hacía claros lo que no eran sino luceros negros como la misma oscuridad y que destacaban incluso en aquella tez, más clara que los ojos, pero oscura también, con ese color amarronado que distingue moros de nubios. Una barba cuidadosamente recortada, canosa por momentos y salpicada de manchas pardas, rodeaba unos labios carnosos, por encima de los cuales destacaba una nariz más ancha que larga, con dos grandes orificios que más que el aire, se diría que por allí le eran entradas las malas ideas. Completaba el conjunto un turbante cuidadosamente embozado y rematado en la frente con un topacio tan negro como la obsidiana, que despedía brillantes los rayos de luz que el sol le enviaba. De cuello a pies, cubría el pirata el cuerpo con una túnica que, no siendo alto él, no podía ella ser larga, pero que al fin, todo le cubría con un color azul como el cielo, rematado en mangas y cuello con brillantes ribetes del color del oro, y sin cinto que partiera la túnica por el abdomen, que tal vez por lo prominente, prefiriera Abú Mubú dejarlo sin comprimir. Junto a él, tocado sólo con taparrabos y sandalias, un lacayo de depilada y reluciente cabeza, le daba a fumar a intervalos de una cachimba, cuyo humo despedía Abú Mubú por aquel lugar por donde convenimos le eran entradas las malas ocurrencias.
Todo esto es imagen que vi en los pocos segundos que le concedí atención, pues pronto hube de girarla a mi moro enano, que aún no sabía yo de sus intenciones finales, aunque quiso él aclararlas cuando, después de mirarme por vez última a los ojos, hizo un giro completo con la mirada como en demanda de algo o alguien, escabulléndose tan raudo como vino y haciéndome pensar que se reintegraba a su buque como el resto de la morería, obedientes todos a las graves notas del tambor que aún se mantenían suspendidas en el aire.
Pero no fue así, pues en esas le vi tomar dirección distinta en demanda de Zúñiga, en cuya nuca descargó un golpe con el puño de la cimitarra, que el muy ladino se había preocupado en recoger de la cubierta, cayéndolo desplomado, que ya había dado muestras de que en su pequeño cuerpo albergaba más fuerza que masa, y aún peores ideas, lo que confirmó echándose al hombro el cuerpo sin ánimo del capitán, desapareciendo en tres saltos en la cubierta de su bajel.
Como al inicio del combate, todos permanecíamos mudos y mansos, subyugados por aquel redoble de tambor y por la procesión de moros de regreso, que nunca juraríamos que tantos le habían entrado a la Mariana, y a más de sometidos a la voluntad de su música, éramos también prisioneros de la falta de fuerzas, consecuencia del encono con que se había librado el combate. Sin embargo, fue todo uno, hacer una seña Abú Mubú y cambiar la nota del redoble, que a mí se me hizo un hueco en el pensamiento que no podía dejar ir así a mi capitán y, reuniendo fuerzas de nunca se sabrá dónde, cogí la maroma de la cubierta como arma, que más próximo nada tenía, y blandiendo la pasteca en su chicote a modo de honda, me lancé como un David exhausto al encuentro de todos aquellos Goliats, y como fuera que el cambio de tono de aquel tambor significaba orden de escape, encontré en mi carrera que el Sorpresa quedaba ya a más de tres pasos largos de nuestra Mariana, que lo único en que se tradujo este detalle es en que me vi impulsando el salto apoyando pie en la batayola, para ir a caer en la cubierta del Sorpresa, viendo entonces el nombre del viejo navío dibujarse en los retintos rostros de todos aquellos moros.
A unos cinco pasos de mí, el enano dejó caer su botín a los pies de Abú Mubú, mientras un grupo de no menos de diez de sus guerreros cerraban filas delante de él, protegiéndolos a ambos de mi peligro, pero en esas alturas yo ya no podía más que escapar hacia delante, así que girando mi onda como un torbellino, me di en avanzar, viéndolos a ellos retirarse prudentemente, que si no a todos, al primero que alcanzara iba a dejar recuerdo perpetuo.
Pero hete que en esas, el pirata berberisco dio una orden que si a mí se me hizo ininteligible, el resto de su horda sí supo interpretar, pues descansaron sus armas y me hicieron pasillo hasta Zúñiga, al que me acerqué y agaché a recoger, que en esa postura no tenía defensa, pero en ninguna fuerzas tampoco, y a mí de aquellas se me iba todo en impedir que aquellos moros se llevaran a mi capitán.
Pero no se hizo intento alguno contra mí, antes bien, mi mirada se encontró a escasos dos codos con la de Abú Mubú, que me la aguantó antes de dirigirla al rostro del capitán que presentaba un rictus extraño y un color cerúleo que no se acomodaban en buen presagio. Entonces el berberisco dio nueva orden, que yo le entendí la palabra "carrasco", tras lo cual me temí lo peor, ya que el moro enano se destacó de su tropa y se acercó a mí seguro de sus intenciones, aunque, al llegar a mi frente, pues yo estaba agachado abrazando al capitán y él, de pie, de nuevo me quedaba a altura, agarró el cuerpo desfallecido de Zúñiga y me lo hizo entrega con cierta ceremonia, tras lo cual, todos a una, los moros se abrieron de nuevo formando pasillo en dirección a por donde yo había venido, aunque de aquellas la Mariana ya no me quedaba a distancia de salto y aun se alejaba, que bajo mis pies sentía yo acomodarse la boga de los galeotes al nuevo ritmo que marcaba el cómitre.
Pero no era momento de dudar, ni de tensar mas la soga de la suerte que hasta ese momento no había dejado de asistirme, así que, en pocas zancadas me vi descendiendo al agua con el capitán en brazos, donde, ya en el mar, nos asimos a unas jaretas de madera que por allí flotaban y así se dio urgencia Torralbo en rescatarnos, no sin que antes por las troneras del Sorpresa, donde antes los cristianos poníamos cañones y remos los moros ahora, me fuera dado contemplar el rostro desprovisto de toda esperanza de algunos galeotes que, prácticamente desnudos, movían aquellos remos largos como tentáculos, alejando el Sorpresa de nosotros de modo igual a como lo habían acercado.
De nuevo en el alcázar de la Mariana, empapado de agua, dolor y agotamiento, pude aún observar a Abú Mubú ordenar un nuevo redoble, esta vez de muchos tambores, tras lo que todos sus remos se mantuvieron quietos encima del agua y sus guerreros, concentrados en cubierta, dejaron caer sus armas mientras el propio Abú se llevaba la mano a la frente en lo que bien podía ser imitación de nuestro saludo.
—Honran tu valor, Patricio —susurró Torralbo a mi lado con gravedad—. Te toca ahora devolver el saludo, que amigos o enemigos, los buenos marinos hacen de la mar ejercicio de nobleza.
Yo alcé mi mano y los despedí con un gesto que Abú Mubú me devolvió levantando también la suya, mientras a sus pies, aquel enano malandrín que parecían nombrar Carrasco, se sumaba a mi homenaje, llevándose el dedo pulgar a la frente con mueca de beneplácito.
—Ya eres una leyenda, Patricio —las palabras de Torralbo rompieron la liturgia del momento a bordo de la Mariana, que en el Sorpresa ya la había roto un nuevo redoble que se tradujo en el izado rápido de paños que, sustituyendo a los remos, ya daban al navío nuevo y brioso navegar al sur..."
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Fenix
- No tengo vida social
- Mensajes: 2248
- Registrado: 25 Abr 2006 21:33
- Ubicación: En mi casa, dónde si no
Corregido Scorpy,...... habré varado cosas a lo largo de mi vida...., pero hete aquí las proximidades de ambas letras en el teclado, unido a que uno no lee lo que escribe a dos dedos.
Buen combate maese Escorpión, zumbándole la badana al sajón como corresponde.
Oye, aquí que pasa que nadie comenta las florituras de tu lenguaje, ¿es esto un foro literario?
Buen combate maese Escorpión, zumbándole la badana al sajón como corresponde.
Oye, aquí que pasa que nadie comenta las florituras de tu lenguaje, ¿es esto un foro literario?
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Escorpion escribió:Bueno..., no me parece tan romántico, pero mira, es más práctico que este Fénix lo mismo que toma clases de foxtrot y tango, es capaz de haberlas dado de esgrima. Me apunto. Vamos a ver lo que dice él...
También podía ser al pañuelo, recuerdo que yo era bueno en eso.
Yo no era buena en eso, siempre me dejaban para la última porque no corria muy rápida
Entonces, preferís que no adelante retazos???
Madi, yo era un atleta sobresaliente, medallas de velocidad, saltos, tanto de longitud como de altura, al fútbol jugaba bastante mal, se me daba mejor el voleybol. En los lances amorosos era un completo desastre, no me comía una rosca; vamos, que me era aplicable el chiste aquel...
Pero eso sí, en el pañuelo no me ganaba nadie!
El chiste: Pues eso, el típico de la pandilla que no se comía una rosca jamás, hasta que por fin se echa novia, y al poco tiempo se casa. Cuando regresa de sus 15 días de viaje de novios, sus amigos van a recibirlo, y en un momento a solas, le preguntan: Bueno ¿que tal? Y él contesta: De puta madre tío, pero una pena, joder, una semana más y me la fo***.....
Madi, yo era un atleta sobresaliente, medallas de velocidad, saltos, tanto de longitud como de altura, al fútbol jugaba bastante mal, se me daba mejor el voleybol. En los lances amorosos era un completo desastre, no me comía una rosca; vamos, que me era aplicable el chiste aquel...
Pero eso sí, en el pañuelo no me ganaba nadie!
El chiste: Pues eso, el típico de la pandilla que no se comía una rosca jamás, hasta que por fin se echa novia, y al poco tiempo se casa. Cuando regresa de sus 15 días de viaje de novios, sus amigos van a recibirlo, y en un momento a solas, le preguntan: Bueno ¿que tal? Y él contesta: De puta madre tío, pero una pena, joder, una semana más y me la fo***.....
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Escorpion escribió:Entonces, preferís que no adelante retazos???
Continúa que los demás seguro que quieren. Y yo no es que no quiera es que prefiero lo otro...
Pd: Chico, en tu chiste faltan *** ::roll:
Última edición por Page el 30 Nov 2006 09:26, editado 1 vez en total.
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