Cogí esta novela de la biblioteca por una razón de peso. De peso auténtico, con la profundidad de pensamiento con el que tomo las decisiones en mi vida:
El título se inicia con una c minúscula.
Ole elección del por qué.
Estoy en la página 165 y sí, ha sido una buena elección. Sobre todo porque ha coincidido con mi momento: necesito algo ligero. Algo que no me suponga un esfuerzo (intelectual? Yo tengo de eso?), ni que me haga darle vueltas a mi presente. Una novela fácil de leer, con alguna cuestión curiosa remarcable, pero sobre todo con toques de humor. Bien, ahí está, mi necesidad saciada.
...
Cito sin spoiler porque no desvelo ningún misterio con este párrafo. Es sólo que me hizo pensar en que yo nunca he ido a curiosear en librerías de segunda mano (y en Barcelona abundan... o abundaban, ahora los libros de segunda mano los encuentras junto con una bici usada o un teléfono móvil de cuarta generación en las tiendas de cash and converters -con diferentes nombres comerciales, no son sino tiendas de compra venta de todo, absolutamente de todo). Sí, desde luego, he curioseado por librerías (las mejores de aquí han ido cerrando y el Fnac no es santo de mi devoción, por diferentes y justificados motivos), pero hace años que no. Para qué, si no compro. O rebusco en las Bibliotecas (tampoco pido en préstamo a amigos) o los que adquiero para el ebook con conocimiento de causa, vamos, a tiro hecho.
Ahí va:
Mi marido asegura que tengo una enfermiza obsesión por las librerías de segunda mano, que paso demasiado tiempo soñando despierta. Puede que no entienda lo emocionante de descubrir tesoros ocultos entre hileras de polvorientas estanterías, pero es una pasión que bordea la enfermedad espiritual, y no se les puede explicar a los que no la padecen.
A menudo he recordado esta anécdota:
Hace muchos, muchos años, en una de las mejores librerías que la ciudad condal ha tenido, en pleno centro, estaba yo mirando, remirando, y volviendo a mirar, cuando de pronto sentí una angustia terrible. Empecé a ponerme muy nerviosa sintiendo como me miraban tantos lomos de libros desde las infinitas estanterías. Era casi ansiedad: Nunca, nunca, nunca, por muchísimos años que viviera, por muchos libros que pudiera leer, jamás, llegaría a leer ni a la mitad de la mitad de la mitad de las novelas (y no solo novelas) que aquellos estantes contenían. Justo pasó una dependienta por allí y le dije (sí, como era yo, sin filtrar, pienso ergo hablo):
- No te pone muy nerviosa trabajar aquí sabiendo que nunca podrás llegar a leer tanta literatura como te rodea.
Me miró a penas un segundo:
- Oh, no, no te creas, a mí no me gusta mucho leer.
Claaaaaaaaaaaaaaaaro, ese es el truco para que algo no te afecte lo más mínimo: pasar de puntillas, sin implicarse!!!