Aquí otra que cae a los pies de Cohen....
Hace días que quiero compartir con vosotros, postear sobre este libro. Lo empecé así por azar (¿o no era casual que le eché el ojo al libro una semana antes en un mercadillo de libros antes de que acordaráis la fecha, woki y magali?). La cuestión es que lo he empezado no hace mucho. Y desde el principio me está fascinando la amplia gama de expresiones, el lenguaje usado y las metáforas tan espléndidas.
Era el más loco de los hijos del hombre.
Así nos presentan en primera instancia a Solal (adjetivo más que acertado por ser, de momento, incomprensible todo lo que hace en los primeros capítulos). ¿Se aclarará? Espero, y supongo que sí. De momento, tampoco es esencial. Sí, en cambio, conocer al segundo personaje en orden de aparición: Ariane Cassandre Corisande d`Auble, cuya historia conocemos a través de un cuaderno escolar. De origen francés, unidos a Calvino en 1560; la importancia de su tío, el médico Agrippa, el único que vive; la influencia de su tía Tantlérie, protestante particularmente ortodoxa, que distinguía entre elegidos y réprobos. Para ella no era suficiente con ser ginebrino ni protestante sino que para salvarse era necesario cumplir cinco condiciones. La última, divertidísima.
Quinto, no ser "mundano". Esta palabra poseía para mi tía un sentido muy especial. Por ejemplo, era mundano a su juicio todo pastor alegre, o que llevara cuello postizo blando, o que vistiera indumentaria deportiva, o que calzara zapatos claros, cosa que le inspiraba auténtico horror. ("¡Tss, hay que ver, botines amarillos!"). Era asimismo mundado todo ginebrino, aun de buena familia, que frecuentara el teatro ("Las obras de teatro son invenciones. No me interesa escuchar mentiras").
El personaje de la tía, buenísimo. Mencionar sus toallas en el cuato de baño. "Las había para las diferentes partes del cuerpo".
Conocemos también a La Deume, a su marido Hyppolyte, y al hijo de ambos, Adrien, marido de Ariane. El elenco de personajes no tiene desperdicio. Unos retratos frondosos, llenos de matices, ejemplares.
Y cómo olvidar a Magali, la lechuza amaestrada de Ariane. (¡Me acordé de ti, magali!
). Un capítulo II repleto del flujo de pensamiento de Ariane al estilo del monólogo interior de la Molly de Joyce.
Ariane escribió: Y además, la lata de ser una tibetana es que tiene una varios maridos. Cuatro tengo yo, lo que implica cuatro gargarismos al acostarse, cuatro ronquidos por la noche y cuatro himnos nacionales tibetanos por la mañana. Un día de estos repudiaré a mis maridos. Ah, qué hartísima estoy.
A partir del capítulo IV conocemos muy de cerca al superficial personaje de Adrien Deume, funcionario internacional de la Sociedad de Naciones, un león mundano, engreído, vanidoso, interesado, vago, petulante, mentiroso, banal, superfluo, y más interesado en los útiles de su escritorio (como el sacapuntas) que en los expedientes. Un auténtico trepa interesado en aparentar la mayor parte del tiempo. A propósito de su carácter:
Aunque el ser el hombre fuerte, condenadamente viril e intrépido constitutía el ideal habitual de Adrien Deume, poseía otros, de lo más heterogénos, arquetipos contradictorios e intercambiables. Tal día, por ejemplo, deslumbrado por Huxley, se esforzaba en ser el diplomático una pizca afeminado, de cortesía ligeramente helada, muy mundano, una obra maestra de civilización, sin perjuicio de cambiar por completo al día siguiente, tras leer la biografía de un gran escritor. Pasaba a ser entonces, según el caso, exuberante y fuerza de la naturaleza, o sardónico y desengañado, o atormentado y vulnerable, pero siempre por poco tiempo, un hora o dos. Luego, se le olvidaba y tornaba a ser lo que era, un pequeño Deume.
Acaba de aparecer en escena otro personaje de lo más estrambótico: el tío de Solal, Saltiel.
Como no he leído nada del argumento por ningún lado, -apenas la contraportada-, todo me resulta, de momento, una grata sorpresa.