Vaya, qué largo me ha salido el comentario, será para mi mismo entonces
Leí dos veces esta novela, hace muchos años la primera, y hace doce o por ahí la segunda. La he vuelto a leer impulsado por los comentarios, tan dispares en cuando gustos, que he leído en el club de lectura del foro de diciembre. Había perdido la frescura del recuerdo de esta novela que forma parte de mi catálogo personal de novelas queridas.
Iba a comentar en el hilo del club de lectura, pero creo que se ha cerrado así que lo hago aquí.
Quizá el recuerdo especial que guardo de esta novela tenga que ver con que País de Nieve fue uno de mis primeros encuentros con la literatura japonesa. El recuerdo de esa particular sensibilidad en la forma de escribir aún pervive.
Pasados nuevamente los años, la novela me ha vuelto a gustar mucho. Ese ritmo lento de la narración, los diálogos a medias; o la constante referencia a la naturaleza (estaciones, luna, árboles, montaña, nieve, vegetación …) y a los objetos (mobiliario, vestimenta…) que es rasgo de la literatura japonesa.
La historia en sí también, por supuesto, esa relación tan ambigua que se crea entre Shimamura, Komako y Yoko, cada uno melancólico a su manera, que Kawabata esboza pero no llega a definir con precisión, y tampoco los motivos que hay detrás del comportamiento de cada personaje. La novela apenas cuenta nada de su vida ni su pasado. En realidad la novela no cuenta mucho, es la crónica de dos o tres encuentros entre Shimamura y Komako en las lejanas termas del País de Nieve. Y todo queda, en fin, abierto a la percepción del lector. Incluso el final, abrupto y abierto (parece que esta novela se siguió reescribiendo años después de publicarse por entregas).
Yo encuentro que hay una sensibilidad particular que envuelve la historia, aunque no alcance a comprenderla del todo.
En la última lectura creí ver una historia de amor, quizá porque la interpretaba con ojos occidentales. Ahora ya no estoy seguro. Aunque me inclino a pensar que lo es, que en esa historia entre Shimamura y Komako hay algo parecido al amor (más pasional en Komako, más recóndito en Shimamura), tengo la impresión de que “a los de aquí” se nos escapan muchas cosas de la cultura japonesa, de sus actos y motivaciones, más aún teniendo en cuenta la época en la que está ambientado.
Esto escribí en las páginas en blanco del libro en mi última lectura hace ya un puñado de años. Hoy añadiría algún matiz:
“Me ha vuelto a entusiasmar, lo que cuenta, lo que calla, los indicios, una novela muy estética a pesar de la tragedia que se va anidando en los personajes. La narración es muy pausada, pero contrasta con la tensión que recorre el interior de ambos protagonistas, resignados a sus respectivas infelicidades. Shimamura es un personaje más definido, quizá porque el narrador nos deja entrar en su interior, pero Komako es enigmática, es un personaje extraordinario y su relación, apenas esbozada, con la joven Yoko -el segundo centro de la novela, más corto pero más intenso- es difícil de interpretar ¿amor o culpa?”
“Shimamura es un personaje con hondura y creo que verdaderamente ama a Komako, la ama como mujer, no como Geisha, alcanza su plenitud junto a Komako -pese a que su vanidad masculina está permanentemente presente-, aunque en todo momento mustre su reserva hacia ella, quizá porque le falta la valentía necesaria para cortar los lazos con su vida cotidiana, su esposa sus hijos, Tokio. Quiero creer que para Shimamura el País de Nieve es un paréntesis en su vida, pero quizá ese paréntesis es más importante que el resto. Digo que quiero creer, porque tal vez confundo en Shimamura amor con vanidad. Su obsesión hacia Yoko -hacia donde parece que va a derivar la trama- es sólo aparente, una mera imagen, lo opuesto a Komako”.
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También me ha resultado interesante la figura de Komako como geisha y su lucha entre el cumplimiento de su deber y la extraña atracción que siente por Shimamura, algo que intenta ocultar en la comunidad. Es cierto, como se cuenta en el prólogo, que las geishas de las estaciones termales eran vistas como de segunda categoría comparadas con las que ejercían su arte en Tokio, quizá carecían de la elegancia y equilibrio exquisito de estas últimas. Y al parecer sigue siendo así. También hay, probablemente, una diferencia entre las geishas de la época en la que Kawabata escribe y ambienta la novela (mediados de los años 30) y las geishas actuales.
Hay un podcast muy interesante sobre el complejo mundo de las geishas que se puede encontrar en la plataforma Ivoox con el título “Geishas, sus costumbres, rituales, etc… - La sombra de la Luna”. Es muy interesante.
En lecturas anteriores no había reparado tanto en la traducción. Hay algo chocante en las traducciones de la literatura japonesa: es tan difícil captar esa sensibilidad y ambigüedad poética que se supone tiene el texto original (y no solo por el texto, también por la tradiciones, la cultura, los sentimientos, etc…) que el lector tiene la sensación de estar leyendo algo incompleto. Y en esta lectura sí lo he percibido, sobre todo al principio, hasta que me he ido adaptando al tono del traductor. Supongo, además, que es una traducción indirecta aunque no he investigado mucho en ello. Si traducir es escribir lo que otro ha fabulado, en la traducción de la literatura japonesa eso parece todavía más cierto.
En fin, que me ha vuelto a gustar mucho. El hilo es largo pero le echaré un vistazo. Tengo la impresión de que esta es una de esas novelas que gustará a muchos y dejará indiferente a otros tantos.