El vicecónsul - Marguerite Duras

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Lía
La lianta
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El vicecónsul - Marguerite Duras

Mensaje por Lía »

El vicecónsul
Marguerite Duras

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Título original: Le viceconsul
Traductor: Enrique Sordo
Páginas 160
Publicación: 1966 (1986)
Editorial: Tusquets
ISBN: 8472232263


Resumen del libro:
El silencio se cierne en torno al exvicecónsul de Francia en Lahore. Tras los extraños sucesos acaecidos en su antiguo destino, ahora, en el presente compás de espera al cual se ve obligado, la imposición de un silencio por parte de su colegas y su propio mutismo. Asimismo un calor oprobioso, una sensación de pesantez, lo envuelve todo y a todos : a Peter Morgan, el escritor que pretende reinventar la miseria ; a la mujer del embajador de Francia, que ya sólo sueña en infancias lejanas y en su villa de las islas ; a las pistas de tenis desiertas ; a la tristeza inconclusa de Jean Marc de H., el exvicecónsul de Francia en Lahore, que se prolonga, vez tras vez, en la repetición constante de una melodía, Indiana´s Song, único sustento posible de un amor que ya nació muerto.

Imagen añadida por moderación, abril 2019
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jilguero
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Re: El vicecónsul - Marguerite Duras

Mensaje por jilguero »

:hola:


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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jilguero
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Re: El vicecónsul - Marguerite Duras

Mensaje por jilguero »


El arranque de la novela, la historia de esa joven embarazada que es expulsada de casa por su madre y terminará después de diez años en Calcuta, es muy duro pero también muy poético:
"Ella camina, escribe Peter Morgan.
¿Qué hay que hacer para no regresar? Hay que perderse. No sé hacerlo. Aprenderás. Quisiera alguna indicación para perderme. Hay que abandonar toda reserva mental, estar dispuesto a no saber nada de lo que antes se sabía, dirigir los pasos hacia el punto más hostil del horizonte, una especie de vasta extensión de ciénagas cruzada en todos los sentidos por mil taludes, no se sabe por qué.
Ella lo hace. Camina durante días, sigue los taludes, los deja atrás, atraviesa el agua, camina en línea recta, tuerce más adelante hacia otras ciénagas, las atraviesa y las deja atrás para adentrarse en otras..."


Luego, los personajes del vicecónsul y de la mujer del embajador francés, Anne-Marie Stretter, se convierten en los protagonistas, en dos figuras que parecen desencantadas y atormentadas por su pasado. Personas que tienen dificultad para comunicarse con los demás a través de las palabras:
¿Por qué me habla usted de la lepra?
- Porque tengo la sensación de que si tratase de decirle lo que me gustaría llegar a decirle, todo se haría añicos… -el vicecónsul tiembla-. Las palabras para decírselo a usted…, las palabras, mis palabras para decírselo, no existen. Me equivocaría, emplearía otras… para decirle otra cosa…


Dos que en el fondo son iguales y por eso mismo se atraen en cierto modo:
El vicecónsul: “Algunas mujeres nos vuelven locos de esperanza, ¿no le parece? -Mira hacia Anne-Marie Stretter que, con una copa de champaña en la mano, escucha distraídamente a alguien-. Las que tienen aire de dormir en las aguas de la bondad sin discriminación… ésas hacia las cuales van todas las olas de todos los dolores, esas mujeres acogedoras. [...]Vuelve a él la imagen de Anne-Marie Stretter, erguida bajo el ventilador: En el cielo de sus lágrimas, dice el vicecónsul.

Que se reconocen:
“Piensa: En realidad, ¿a quién se parece el vicecónsul de Lahore? […]Oye la respuesta: A mí, dice Anne-Marie Stretter.[...]
Permanecen largo rato en silencio. Después, el vicecónsul pregunta con una gran indecisión:
- ¿Cree usted que hay algo que podamos hacer los dos por mí?
Entonces ella responde muy segura:
- No, no hay nada. Usted no tiene necesidad de nada.”


Es una historia que se va desgranando poco a poco pero que ni siquiera al final deja de ser críptica. No sé muy bien por qué me gusta, pero me gusta. Personajes coloniales rodeados de miseria, de leprosos y de perros amarillos. No sé bien por qué me crea la sensación de haberme perdido algo con semejante panorama, pero me la crea, tal vez por descripciones como esta:
“Es la primera vez que ve nacer el día aquí. A lo lejos, unas palmeras azules. En la orilla del Ganges, los leprosos y los perros forman la primera muralla, muy ancha, la primera de la ciudad. Los muertos de hambre están más allá, en el denso hormigueo del Norte, y forman la última muralla. La luz es crepuscular y no se parece a ninguna otra. En una pena infinita, unidad por unidad, la ciudad se despierta.”

Y me habría gustado vivir la estación de ese monzón insufrible en Calcuta, visitar las islas del delta del Ganges, tal vez por descripciones como esta otra:
“Entre los palmerales, en los mangos, las aves prisioneras pían. Hay tantas que las ramas se doblegan bajo su peso y los mangos se han convertido en árboles de carne y de plumas.”

Y vuelvo a encontrar, como en El amante, ese amor que se tiene dentro, que busca una espita, alguien sobre quien verterlo:
…él la sujeta, ella no se resiste, él la besa, permanecen enlazados y he aquí que, con el beso -él no se lo esperaba- le entra un dolor discordante, la quemadura de una relación nueva, entrevista pero ya prescrita. O como si él la hubiese amado ya en otras mujeres, en otro tiempo, con un amor… ¿qué amor?”

Esa sensación de que somos solo instrumentos de unos sentimientos que tienen entidad propia:
“Yo lloro sin razón, ¿cómo podría decírselo?, es como una gran pena que me atraviesa, es necesario que alguien llore, es como si no fuese yo.”

Y para terminar, dejo esta frase poética y críptica, muy representativa de lo que es esta novela:
“Y he aquí el primer recuerdo de la noche reciente, flor de largo tallo que camina, que busca y se posa sobre el canto de la mendiga.”

No es fácil seguir a la Duras, pero a mí me merece la pena al menos intentarlo.


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