No sé qué tiene esta cuarta serie de los Episodios Nacionales que Madrid no "funciona", no acaba de arrancar. Mira que Pepito, con su estancia en Atienza, se nos tranquiliza, se nos sosiega, se nos modera, se nos hace más simpático, se nos convierte en Pepe, vamos, e incluso lo vemos en el camino de convertirse en todo un Don José. Pero es regresar a la capital, respirar el aire de los Madriles y atacarle de nuevo el baile de San Vito. Él le echa la culpa a la "fiebre demagógica" que dice que le entra, pero a uno le dan ganas de responder: "sí, la fiebre demagógica y la mucha tontería también".
El caso es que Pepe en Madrid otra vez se nos transforma en Pepito, luego en Pepete y hasta acaba en un Pepón de tomo y lomo. El pollo (por cierto, hay una explicación sobre el origen de esta expresión) no para quieto un momento, va de un lado a otro del corral, picotea en todas las esquinas, plumea mucho, gallea un poco... Pero es como al principio: la aventura peripatética-sentimental aburre, cansa, y más allá ser insípida resultan soporífera -por lo menos, yo no le encuentro el gusto ni la gracia-. Ganas verdaderas dan de llamar al pollito, echarle un poquito de pan, obligarle de cualquier forma a estarse un segundo quieto y aprovechar el momento para endosarle un escobazo en toda la cresta que no le dé tiempo a decir ni pío. ¡Qué cargante, por Dios! ¡Qué pesadote es el menda cuando se pone a hablar de sí mismo!
Y el caso es que sale el tío de Madrid y de nuevo se recupera la amenidad; en San Ildefonso hay un pasaje con los reyes (sobre todo con Isabel II) que está muy bien. Sigo opinando que flojea la novela que vertebra la historia, pero bueno... Todo sea por estar en una tertulia en los salones nobles, escuchar a los prohombres de la época o asistir a una sesión del Congreso. Ahí el libro se redime.
En cuanto a los gobernantes, "loz toreroz"
o "loz bomberoz-toreroz"
, pues ahí van los pobres... Muchas excusas y explicaciones teóricas sobre la imposibilidad de la faena (que si demasiado viento, que si el piso no está bien, que si el cornupeta es un fatoche...). Por ejemplo, Bravo Murillo reflexiona:
Sí, amigos míos, la exageración es lo que nos pierde a los españoles. Aquí el religioso cree que no lo es si no le damos la Inquisición, y el filósofo no ha de parar hasta la impiedad y el descreimiento; el militar quiere guerras para su medro personal, y el civil revoluciones para desarmar al ejército; el negociante no está contento si no alcanza ganancias locas por la usura y el monopolio; el hombre público no piensa más que en acaparar toda la influencia, dejando a los contrarios en seco. En todo la exageración, el fanatismo... Si Dios quisiera hacer de España un gran pueblo, nos haría lo que no somos, sensatos... Pero búsquenme en esta Nación la sensatez. ¿Dónde está? En ninguna parte. No veo sensatez en los partidos; no la veo en la Prensa; no hay sensatez en el Gobierno... no hay sensatez, digámoslo aquí en confianza, ni en la Familia Real... ¿Y cómo le decimos al pueblo bajo que sea sensato si los que andamos por las alturas no lo somos?... En fin, amigos míos, buenas tardes... Es un poco insensato tanto charlar...
Y el gran Narvaéz, el Niño de Loja, es un diestro obsesionado por encontrar el equilibrio entre lo liberal y lo que él llama el principio de autoridad, sin cuyo ejercicio considera que no hay nada que hacer. De ahí sus maneras rudas y que sea más lidiador poir lo tremendo que fino estilista. Bien es cierto que debe ser muy difícil torear con el murmullo continuo en las gradas, con la gente pisándote la muleta y con el desasosiego continuo de que desde el palco presidencial-real saquen en cualquier momento y a capricho el pañuelo verde. Que ya se sabe que en la España política cuando sacan el pañuelo verde lo que se devuelve a los corrales no es el toro sino el torero. Y que el torero entrante lo primero que hace al recibir los trastos no es ponerse a pensar si el toro va mejor por el pitón derecho o por el izquierdo o si empieza con unas chicuelinas o con unas navarras, no, sino gastar sus buenos minutos en endilgarle una hermosa tanda de bofetones al torero saliente. Para que no pase frío...
Bueno, los últimos capítulos de la novela van un poco de esto, con la narración de la formación y caída del llamado "ministerio relámpago", que fue el gobierno más breve que hemos tenido en España.
La siguiente novela promete, porque no nos la cuenta el Pepito. A ver si él descansa de verdad y nos deja descansar a nosotros.