La música en un fragmento literario
Moderador: Emilio6
Re: La música en un fragmento literario
Soy leyenda - Richard Matheson
Terminaron el café en silencio. No sentía una gran satisfacción sabiendo que iba a analizarle la sangre. Temía descubrir que estuviera infectada. Mientras tanto pasarían una noche juntos. Intimarían, y quizá se sintiesen atraídos el uno por el otro. Cuando al día siguiente tuviera que...
Más tarde, en la sala, tomaron un poco de oporto mirando el mural y escuchando la cuarta sinfonía de Schubert.
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Terminaron el café en silencio. No sentía una gran satisfacción sabiendo que iba a analizarle la sangre. Temía descubrir que estuviera infectada. Mientras tanto pasarían una noche juntos. Intimarían, y quizá se sintiesen atraídos el uno por el otro. Cuando al día siguiente tuviera que...
Más tarde, en la sala, tomaron un poco de oporto mirando el mural y escuchando la cuarta sinfonía de Schubert.
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Re: La música en un fragmento literario
Ardor guerrero - Antonio Muñoz Molina
Entregaríamos el petate y saldríamos vestidos de paisano del cuartel, y el candado con el que lo estuvimos cerrando durante todo el año y con el que también cerramos la taquilla lo tiraríamos, según la costumbre establecida por la soldadesca en San Sebastian, a las aguas cenagosas del río Urumea, y por miedo a que nos llamaran, a que debiéramos volver aunque sólo fuera por unos minutos, apenas cruzáramos la puerta de salida echaríamos a correr como desesperados, y no nos detendríamos ni siquiera al cruzar al otro lado del puente. Cómo sería ese momento, se preguntaba uno cada día, cómo será salir corriendo y no volver, no vestir nunca más de soldado, no saludar ni obedecer ni desfilar ni cantar el himno de Infantería, ardor guerrero vibra en nuestras voces.
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Entregaríamos el petate y saldríamos vestidos de paisano del cuartel, y el candado con el que lo estuvimos cerrando durante todo el año y con el que también cerramos la taquilla lo tiraríamos, según la costumbre establecida por la soldadesca en San Sebastian, a las aguas cenagosas del río Urumea, y por miedo a que nos llamaran, a que debiéramos volver aunque sólo fuera por unos minutos, apenas cruzáramos la puerta de salida echaríamos a correr como desesperados, y no nos detendríamos ni siquiera al cruzar al otro lado del puente. Cómo sería ese momento, se preguntaba uno cada día, cómo será salir corriendo y no volver, no vestir nunca más de soldado, no saludar ni obedecer ni desfilar ni cantar el himno de Infantería, ardor guerrero vibra en nuestras voces.
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Re: La música en un fragmento literario
Shantaram - Gregory David Roberts escribió:Le dije, en maharati, si sería tan amable de venderme una rodaja de sandía. Ella reaccionó sorprendida y contenta, y, cuando respondí a las preguntas de rutina sobre dónde y cómo había aprendido maharati, ella me cortó una generosa rodaja. Comí la deliciosa y dulce kalinga, escupiendo las semillas en la arena. Ella me miró comer, e intentó resistirse cuando le puse a la fuerza un billete en vez de un moneda en la cesta. Cuando se levantó, llevándose la cesta a la cabeza, me puse a cantar una vieja y triste canción, muy querida, de una película india.
Ye doonia, ye mehfil
Mere kam, ki nahi...
Ni el mundo entero, ni toda su gente
significan nada para mí...
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Re: La música en un fragmento literario
Shantaram - Gregory David Roberts escribió:Unos ojos curvados como la espada de Perseo, como las alas de los halcones en pleno vuelo, como los ondulados labios de las caracolas, como las hojas de los eucaliptos en verano..., ojos indios, ojos de bailarinas, los ojos más hermosos del mundo miraban con franca y honesta concentración en los espejos que les sostenían las criadas. Las bailarinas que yo había contratado para que actuaran en las ceremonias de boda de Johnny y Prabaker estaban ya vestidas para tal propósito, terminaban de dar los últimos toques a sus cabellos y al maquillaje con profesional celeridad, entre un parloteo excitado. La sábana de algodón que colgaba del marco de la puerta era lo suficientemente transparente, a la dorada luz de las lámparas, para revelar sombras sugerentemente indistintas, que encendían feroces deseos en muchos de los que se congregaban fuera, donde yo hacía guardia y mantenía a raya a los curiosos.
Por fin estuvieron listas, y retiré la sábana de algodón. Las diez bailarinas del cuerpo de baile de Film City aparecieron por la puerta. Llevaban las tradicionales blusas choli ceñidas, e iban envueltas en saris. Los vestidos eran de color amarillo limón, rubí, azul eléctrico, esmeralda, rosa crepúsculo, dorado, violeta real, plata, crema y mandarina. Sus joyas (pasadores para el pelo, borlas trenzadas, pendientes, ajorcas para los tobillos) soltaban tales chispas de la luz reflejada de los faroles y bombillas eléctricas que la gente parpadeaba y se estremecía al mirarlas. Cada una de las pesadas ajorcas de los tobillos constaba de diminutas campanillas, y, cuando las bailarinas iniciaron su lento y oscilante caminar entre el callado y adorador suburbio, el trepidante cascabeleo de esas campanillas de plata era el único sonido que marcaba sus pasos. Entonces empezaron a cantar:
Aaja Sajan, Aaja
Aaja Sajan, Aaja
Ven a mí, mi amor, ven a mí
Ven a mí, mi amor, ven a mí
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Re: La música en un fragmento literario
El invasor - Richard Matheson
Se desperezó con un suspiro fatigado, y fue hasta el tocadiscos, que dejaba oír un suave rasguido. Alzó el brazo y puso otro disco: El Lago de los Cisnes, de Tchaikowsky. Al comenzar la música, echó una mirada a la cubierta interior del álbum:
A mi queridísimo, Ann.
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Se desperezó con un suspiro fatigado, y fue hasta el tocadiscos, que dejaba oír un suave rasguido. Alzó el brazo y puso otro disco: El Lago de los Cisnes, de Tchaikowsky. Al comenzar la música, echó una mirada a la cubierta interior del álbum:
A mi queridísimo, Ann.
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Re: La música en un fragmento literario
La casa endemoniada - Jay Anson
Una vez solo en el cuarto, David se quitó la chaqueta y la colgó de un perchero clavado en la puerta. Luego se aflojó la corbata y desprendió el primer botón de la camisa. Se tendió en la camilla. Un momento después volvía el parapsicólogo y le alcanzó a David los audífonos. Eran grandes, suaves y acolchados, del tipo de los que usaba Eleanor cuando quería escuchar la Obertura 1812 sin molestar al señor y la señora Jacobs.
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Una vez solo en el cuarto, David se quitó la chaqueta y la colgó de un perchero clavado en la puerta. Luego se aflojó la corbata y desprendió el primer botón de la camisa. Se tendió en la camilla. Un momento después volvía el parapsicólogo y le alcanzó a David los audífonos. Eran grandes, suaves y acolchados, del tipo de los que usaba Eleanor cuando quería escuchar la Obertura 1812 sin molestar al señor y la señora Jacobs.
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- Sanju
- No puedo vivir sin este foro
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- Registrado: 06 Ene 2013 12:31
- Ubicación: En el ángulo muerto
Re: La música en un fragmento literario
Éramos unos niños - Patti Smith
Unos días después, Matthew apareció de improviso con una caja de singles. Estaba obsesionado con Phil Spector; parecía que la caja contuviera todos los singles que hubiera grabado Phil. Miró a su alrededor con nerviosismo. <<¿Tienes algún single?>>, me preguntó, inquieto.
Me levanté, hurgué entre mi ropa sucia y encontré mi caja de singles, era de color crema y estaba decorada con notas musicales. Matthew contó de inmediato nuestra colección conjunta.
- Tenía razón -dijo-. Tenemos la cantidad justa.
- ¿La cantidad justa para qué?
- Para una noche de cien discos.
A mí me pareció lógico. Los pusimos, uno tras otro, empezando por <<I Sold My Heart to the Junkman>>. Cada canción era mejor que la anterior. Me levanté de un salto y me puse a bailar. Matthew iba cambiando las caras como un pinchadiscos desquiciado. Entonces entró Robert. Miró a Matthew. Me miró a mí. Miró el tocadiscos.
Estaban sonando The Marvelettes. Dije: <<¿A qué esperas?>>.
Él dejó caer el abrigo al suelo. Aún quedaban treinta y tres singles por poner.
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Unos días después, Matthew apareció de improviso con una caja de singles. Estaba obsesionado con Phil Spector; parecía que la caja contuviera todos los singles que hubiera grabado Phil. Miró a su alrededor con nerviosismo. <<¿Tienes algún single?>>, me preguntó, inquieto.
Me levanté, hurgué entre mi ropa sucia y encontré mi caja de singles, era de color crema y estaba decorada con notas musicales. Matthew contó de inmediato nuestra colección conjunta.
- Tenía razón -dijo-. Tenemos la cantidad justa.
- ¿La cantidad justa para qué?
- Para una noche de cien discos.
A mí me pareció lógico. Los pusimos, uno tras otro, empezando por <<I Sold My Heart to the Junkman>>. Cada canción era mejor que la anterior. Me levanté de un salto y me puse a bailar. Matthew iba cambiando las caras como un pinchadiscos desquiciado. Entonces entró Robert. Miró a Matthew. Me miró a mí. Miró el tocadiscos.
Estaban sonando The Marvelettes. Dije: <<¿A qué esperas?>>.
Él dejó caer el abrigo al suelo. Aún quedaban treinta y tres singles por poner.
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Re: La música en un fragmento literario
Si pudieras verme ahora - Peter Straub
Cuando llegaron a la pista de tierra apisonada que conducía colina arriba hasta la presa, el muchacho volvió rápidamente la cabeza para ver si les seguían los faros, pero no percibió nada más que las luces de una granja a gran distancia carretera abajo. Alison conectó la radio, y retumbaron los sones de "Yakety Yak". Ella cantaba la letra de la canción mientras subían a toda velocidad la colina. "No respondas."
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Cuando llegaron a la pista de tierra apisonada que conducía colina arriba hasta la presa, el muchacho volvió rápidamente la cabeza para ver si les seguían los faros, pero no percibió nada más que las luces de una granja a gran distancia carretera abajo. Alison conectó la radio, y retumbaron los sones de "Yakety Yak". Ella cantaba la letra de la canción mientras subían a toda velocidad la colina. "No respondas."
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- Alice Brandon
- Vivo aquí
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- Registrado: 10 Dic 2008 21:26
- Ubicación: Saharabbey Road
Re: La música en un fragmento literario
(...) Su marido es un alto ejecutivo de la sucursal del Banco de América en Parrish; su hijo y su hija son destacados miembros del alegre grupo de amantes del sol y la playa del sur de California, dos bronceadas criaturas marinas. Hay un hibachi en el hermoso y cuidado jardín posterior y el carillón que cuelga junto a la puerta hace oír una tintineante frase del estribillo de Hey, Jude.
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Carrie, de Stephen King.
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Carrie, de Stephen King.
(...)
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Miguel Hernández
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Miguel Hernández
Re: La música en un fragmento literario
Si pudieras verme ahora - Peter Straub
«Eh, Frank, más vale que te andes con cuidado con esa muñequita. La tienes loquita perdida, así que no pierdas la calma. Y ahora, un cambio de ritmo..., para el primer curso de gimnasia y la señorita Tite, una ráfaga de la espiritual Tina Turner, de parte de Rosie B..., Río profundo, alta montaña.»
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Rechinaron mis neumáticos cuando frené de pronto al ver delante de mí una alta pared de madera en lugar de la negra carretera; cogí con fuerza el volante, y el coche dio un bandazo y luego se enderezó de una forma tal que parecía sugerir que un automóvil se halla construido de un material mucho más elástico que el metal. La lámpara de petróleo brilló un instante y se extinguió. Todavía a velocidad peligrosamente elevada, con la mente centrada en la mecánica de la conducción, traspuse la última colina y empecé a descender hacia la carretera general en un profundo pozo de música que no oía.
Sin molestarme en frenar, entré en la carretera. La música latía en mis oídos como la sangre. Pasé sobre el puente bajo y blanco, más allá de donde Red Sunderson debió de encontrar el cadáver de la segunda chica; luego, un brusco giro a la izquierda por la carretera del valle. Jadeaba tan intensamente como si hubiera estado corriendo.
«¡Decídselo a cualquiera, pero no se lo digáis a vuestro profesor de gimnasia! Todos los duendes andan por ahí sueltos esta noche, muchachos, así que cerrad bien las puertas. Aquí hay algo para los perdidos, desde la A a la Z. Van Morrison y Escucha al león.»
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Adquirí por fin conciencia del ruido de la radio. Reduje la marcha al pasar ante el estrecho camino de acceso a la casa de Rinn. La oscuridad creció a ambos lados..., parecía como si estuviese entrando en un túnel de tinieblas. ¿Desde la A hasta la Z? ¿Alison y Zack? Escucha al león, ése era el título de la canción. Un inexperto barítono resbalaba a través de palabras que yo no podía distinguir. La canción parecía carecer de toda melodía especial. Apagué la radio. Sólo quería llegar a casa. El «VW» pasó veloz ante las ruinas de la vieja escuela y, momentos después, ante la alta y pomposa fachada de la iglesia. Oía el arrítmico sonido del motor, pulsé el botón para aumentar de nuevo la intensidad del faro.
«Eh, Frank, más vale que te andes con cuidado con esa muñequita. La tienes loquita perdida, así que no pierdas la calma. Y ahora, un cambio de ritmo..., para el primer curso de gimnasia y la señorita Tite, una ráfaga de la espiritual Tina Turner, de parte de Rosie B..., Río profundo, alta montaña.»
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Rechinaron mis neumáticos cuando frené de pronto al ver delante de mí una alta pared de madera en lugar de la negra carretera; cogí con fuerza el volante, y el coche dio un bandazo y luego se enderezó de una forma tal que parecía sugerir que un automóvil se halla construido de un material mucho más elástico que el metal. La lámpara de petróleo brilló un instante y se extinguió. Todavía a velocidad peligrosamente elevada, con la mente centrada en la mecánica de la conducción, traspuse la última colina y empecé a descender hacia la carretera general en un profundo pozo de música que no oía.
Sin molestarme en frenar, entré en la carretera. La música latía en mis oídos como la sangre. Pasé sobre el puente bajo y blanco, más allá de donde Red Sunderson debió de encontrar el cadáver de la segunda chica; luego, un brusco giro a la izquierda por la carretera del valle. Jadeaba tan intensamente como si hubiera estado corriendo.
«¡Decídselo a cualquiera, pero no se lo digáis a vuestro profesor de gimnasia! Todos los duendes andan por ahí sueltos esta noche, muchachos, así que cerrad bien las puertas. Aquí hay algo para los perdidos, desde la A a la Z. Van Morrison y Escucha al león.»
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Adquirí por fin conciencia del ruido de la radio. Reduje la marcha al pasar ante el estrecho camino de acceso a la casa de Rinn. La oscuridad creció a ambos lados..., parecía como si estuviese entrando en un túnel de tinieblas. ¿Desde la A hasta la Z? ¿Alison y Zack? Escucha al león, ése era el título de la canción. Un inexperto barítono resbalaba a través de palabras que yo no podía distinguir. La canción parecía carecer de toda melodía especial. Apagué la radio. Sólo quería llegar a casa. El «VW» pasó veloz ante las ruinas de la vieja escuela y, momentos después, ante la alta y pomposa fachada de la iglesia. Oía el arrítmico sonido del motor, pulsé el botón para aumentar de nuevo la intensidad del faro.
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Re: La música en un fragmento literario
Si pudieras verme ahora - Peter Straub
Mientras cruzaba el césped en dirección a la casa oí sonar el tocadiscos. Alguien había puesto la canción Estoy empezando a ver la luz del disco de Gerry Mulligan. Mi ira contra la inspiración de Bertilsson me abandonó en seguida: me sentía cansado, sudoroso, desorientado. El olor a tocino asado llegó hasta mí juntamente con el sonido de la trompeta de Chet Baker. Subí al porche y me sentí súbitamente más frío.
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Mientras cruzaba el césped en dirección a la casa oí sonar el tocadiscos. Alguien había puesto la canción Estoy empezando a ver la luz del disco de Gerry Mulligan. Mi ira contra la inspiración de Bertilsson me abandonó en seguida: me sentía cansado, sudoroso, desorientado. El olor a tocino asado llegó hasta mí juntamente con el sonido de la trompeta de Chet Baker. Subí al porche y me sentí súbitamente más frío.
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- Gretogarbo
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- Ubicación: Aquí pero deseando regresar
Re: La música en un fragmento literario
—¿No te cabe?
—¿No estás viendo que no?
—Engordaste en La Rinconada.
—No es cierto. Lavé el bikini y se encogió.
—¡Cómo no vas a haber engordado pues, miss Dolly, con todo lo que comíamos allá!
—¿Y cómo tú no? Bueno, engordé. Mejor. Así va a ser más fácil encontrar trabajo. Claro que voy a tener que aprender canciones y bailes de los que están de moda ahora, cambian tanto, aunque claro que hay clásicos, como Babalú, que nunca pasa de moda. Tú podías preocuparte de eso en vez de llevártelo lloriqueando por Boy, porque si no, voy a tener que mantenerte yo y te diré que en los circos de ahora no hay tanta demanda como antes por la mujer más gorda del mundo. Hay muchas gordas ahora, dicen que por la política nueva comen mucho y aunque yo no pueda decir que estoy mal...
El obsceno pájaro de la noche. José Donoso.
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—¿No estás viendo que no?
—Engordaste en La Rinconada.
—No es cierto. Lavé el bikini y se encogió.
—¡Cómo no vas a haber engordado pues, miss Dolly, con todo lo que comíamos allá!
—¿Y cómo tú no? Bueno, engordé. Mejor. Así va a ser más fácil encontrar trabajo. Claro que voy a tener que aprender canciones y bailes de los que están de moda ahora, cambian tanto, aunque claro que hay clásicos, como Babalú, que nunca pasa de moda. Tú podías preocuparte de eso en vez de llevártelo lloriqueando por Boy, porque si no, voy a tener que mantenerte yo y te diré que en los circos de ahora no hay tanta demanda como antes por la mujer más gorda del mundo. Hay muchas gordas ahora, dicen que por la política nueva comen mucho y aunque yo no pueda decir que estoy mal...
El obsceno pájaro de la noche. José Donoso.
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Recuento 2024
Ayer: Cañas al viento. Grazia Deledda
Grito nocturno. Borja González
Hoy: Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo
Hoy es un buen día para morir. Colo
Ayer: Cañas al viento. Grazia Deledda
Grito nocturno. Borja González
Hoy: Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo
Hoy es un buen día para morir. Colo
Re: La música en un fragmento literario
Un día volveré - Juan Marsé
—Un día se descubrirá —repuso la muchacha— y estos presumidos que andan por ahí con el señor Polo vendrán a partirnos la cara. El Gonzalo tiene una manopla de hierro, yo se la vi en el Parque Güell un domingo que tocaban sardanas y fue con sus amigos falangistas a meter follón...
—Éste se hace el guapo porque yo le dejo. Un día cogeré la navaja y le marcaré la chorrada esa del yugo y las flechas en los cojones —su mano tanteó la armónica sujeta al cinturón—. ¿Quieres que toque Noche de Ronda para ti sola, mientras escribes...?
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—Ya no me gusta —dijo ella enfurruñada.
—Era tu preferida. ¿Cabaretera...? ¿Quieres que toque música de pelis? ¿Raíces profundas? ¿Un lugar en el sol?
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—No.
Su cabeza se mantenía erguida e inmóvil, pero no su cuerpo. Anotó algo más en la libreta de encargos y la cerró, se hizo bruscamente a un lado y permaneció de pie junto al escritorio golpeándose el muslo bueno con la pluma, ofreciendo el perfil adusto y el esbelto y desgarbado encanto, el nervioso desorden de un cuerpo que no controlaba, que jugaba siempre a contrariar sus deseos. Más allá de su corta melena rojiza, de su cuello redondo y estático, brillaban en la penumbra, al fondo del taller, el oro y la grana todavía frescos de dos carteles a medio pintar.
—Un día se descubrirá —repuso la muchacha— y estos presumidos que andan por ahí con el señor Polo vendrán a partirnos la cara. El Gonzalo tiene una manopla de hierro, yo se la vi en el Parque Güell un domingo que tocaban sardanas y fue con sus amigos falangistas a meter follón...
—Éste se hace el guapo porque yo le dejo. Un día cogeré la navaja y le marcaré la chorrada esa del yugo y las flechas en los cojones —su mano tanteó la armónica sujeta al cinturón—. ¿Quieres que toque Noche de Ronda para ti sola, mientras escribes...?
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—Ya no me gusta —dijo ella enfurruñada.
—Era tu preferida. ¿Cabaretera...? ¿Quieres que toque música de pelis? ¿Raíces profundas? ¿Un lugar en el sol?
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—No.
Su cabeza se mantenía erguida e inmóvil, pero no su cuerpo. Anotó algo más en la libreta de encargos y la cerró, se hizo bruscamente a un lado y permaneció de pie junto al escritorio golpeándose el muslo bueno con la pluma, ofreciendo el perfil adusto y el esbelto y desgarbado encanto, el nervioso desorden de un cuerpo que no controlaba, que jugaba siempre a contrariar sus deseos. Más allá de su corta melena rojiza, de su cuello redondo y estático, brillaban en la penumbra, al fondo del taller, el oro y la grana todavía frescos de dos carteles a medio pintar.
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Re: La música en un fragmento literario
Un día volveré - Juan Marsé
En la calle cesó la música. Jan dejó el vaso sobre el bufet y miró a Boyer, que hojeaba la novela de J. Mallorquí con expresión resabiada y desdeñosa. Alzando la vista, el gordo dedicó a Falcón un paciente parpadeo, como diciendo: estamos perdiendo el tiempo. Una ráfaga de viento cálido golpeó las persianas de la galería y trajo de nuevo la voz melosa, embotellada, de Paquita: «A petición de la señora Balbina y dedicada al señor Julivert, deseándole muchas felicidades en esta Fiesta Mayor y con todo cariño, La barca de Lucho Gatica...»
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En la calle cesó la música. Jan dejó el vaso sobre el bufet y miró a Boyer, que hojeaba la novela de J. Mallorquí con expresión resabiada y desdeñosa. Alzando la vista, el gordo dedicó a Falcón un paciente parpadeo, como diciendo: estamos perdiendo el tiempo. Una ráfaga de viento cálido golpeó las persianas de la galería y trajo de nuevo la voz melosa, embotellada, de Paquita: «A petición de la señora Balbina y dedicada al señor Julivert, deseándole muchas felicidades en esta Fiesta Mayor y con todo cariño, La barca de Lucho Gatica...»
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Re: La música en un fragmento literario
Flores para Algernon - Daniel Keyes
17 de mayo. Es casi de día y no consigo dormir. Debo comprender lo que me ocurrió ayer noche en el concierto.
La velada empezó bien. El Mall, en el Central Park se había llenado temprano, y Alice y yo habíamos tenido que abrirnos camino entre las parejas echadas en la hierba. Finalmente, a un lado del camino, encontramos un árbol aislado, sin nadie; fuera de las zonas iluminadas, la presencia de otras parejas no se evidenciaba más que por risas femeninas de protesta y el relumbre de los cigarrillos encendidos.
Aquí estaremos bien —dijo ella—. No hay razón para echarnos encima de la orquesta.
—¿Qué es lo que interpretan ahora? —pregunté.
—La mer, de Debussy. ¿Te gusta?
Me instalé a su lado.
—No conozco mucho de este tipo de música. Debo pensarlo.
—No lo pienses —cuchicheó ella—. Siéntela. Déjate llevar como el mar, sin intentar comprender.
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17 de mayo. Es casi de día y no consigo dormir. Debo comprender lo que me ocurrió ayer noche en el concierto.
La velada empezó bien. El Mall, en el Central Park se había llenado temprano, y Alice y yo habíamos tenido que abrirnos camino entre las parejas echadas en la hierba. Finalmente, a un lado del camino, encontramos un árbol aislado, sin nadie; fuera de las zonas iluminadas, la presencia de otras parejas no se evidenciaba más que por risas femeninas de protesta y el relumbre de los cigarrillos encendidos.
Aquí estaremos bien —dijo ella—. No hay razón para echarnos encima de la orquesta.
—¿Qué es lo que interpretan ahora? —pregunté.
—La mer, de Debussy. ¿Te gusta?
Me instalé a su lado.
—No conozco mucho de este tipo de música. Debo pensarlo.
—No lo pienses —cuchicheó ella—. Siéntela. Déjate llevar como el mar, sin intentar comprender.
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