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El Agricultór
Téngo un muy buén amígo que es pescadór. Désde háce áños me invíta a que víva en su puéblo, mónte un negócio y así podér vérnos con más frecuéncia.
Cuando perdí mi empléo, creí que éra el buén moménto pára rehacér mi vída y disfrutár con lo que siémpre había querído ser, agricultór.
Cuando le comenté que había comprádo un terréno cérca del mar, y al ládo de los sítios por dónde él faenába, me díjo que me había equivocádo y que me hubiése tenído que dedicár a la pésca...
Me comentó: yo cuando comencé a dedicárme a ésto de pescár, no túve que comprárme un trózo de mar, ya que lo téngo tódo, sólo adquirí úna barquíta, como tú el tractór. Ni buscár la mejór tiérra pára plantár, tóda el água es iguál y sólo tiénes que buscár el sítio en donde hay lo que quiéres cosechár.
Como mi terréno és visíble désde el mar, cáda vez que pasá por delánte de él y me ve trabajándo, háce sonár la campána de su bárco... úna vez cuando pása por el início de mi tiérra y ótra al finál, únos 500 métros más allá. Luégo, él, continuá por «sus tiérras». Y yo, sin perdér la compostúra y apretándo los diéntes, le salúdo moviéndo los brázos.
* * *
Un día que me víno a visitár, y como me vió arándo, me díjo que, a él, las ólas le hacían los súrcos cáda mañána.
Es un muy buén amígo, lo téngo que reconocér. En mis inícios me ayudó múcho, trabajándo hóras grátis pára mí, que se cobrába con fráses como: váya, éso de plantár semíllas, regár con água, ponér fertilizánte a la tiérra o fumigár: es interesánte... crées ¿qué debería hacérlo yo en el mar?
Un áño, en el que lo perdí tódo; priméro por la sequía y luégo por la tempestád, inménsas llúvias, inundaciónes, granízo y las nevádas, no me hízo ningún comentário de su repertório... la verdád es que se lo agradecí.
Úna mañána, el muy espléndido, me trájo úna pequéña red, por si quería recogér tódas las manzánas a la vez, en lugár de hacérlo úna a úna. Ése día se quedó sin póstre.
* * *
El día que nuéstra amistád estúvo a púnto de perdérse, fué cuando le invité con gran ilusión, a la céna de fin de temporáda. Había cobrádo lo que había sído la mejór cosécha de tóda mi vída, y había preparádo úna comída muy especiál ya que yo había trabajádo tánto y esperádo con múcha ilusión ése moménto.
Al acabár, le díje que deseába póder invitárlo de ésa mísma manéra al áño siguiénte.
Me díjo que no me preocupáse, que él me podía invitár también de su cosécha de mañána, o la del día siguiénte, y que si no fuése porque estába un póco bebído, de la segúnda cosécha del mísmo día. Cláro, él no tenía que esperár un áño pára volvér a cosechár.
Teniéndo amígos así, ¿quién quiére enemígos?
La verdád es que tenía múcha razón, y éso que yo, ya ni le comentába la cantidád de róbos que soportába, los dáños héchos por jabalís, conéjos y plágas de inséctos. En cuanto a los róbos, segúro que me hubiése dícho que hay múchos amígos de lo ajéno, que también quiéren tenér coséchas diárias, péro sin hacér náda.
En relación a los précios de vénta, siémpre me díce que kílo a kílo, su pescádo lo vénde, como mínimo, tres véces más cáro que lo mío… Diós, ¡qué desespéro!
Por la nóche, siémpre me pregúnto, ¿si había hécho úna buéna decisión?
* * *
Péro cáda mañána téngo la respuésta. Cuando sálgo al cámpo y nádie me ve, tóco la tiérra con mis piés descálzos, mi tiérra, la buéna tiérra, y tódas las dúdas se disípan. Soy un hómbre felíz.
y 