El rey de los imbéciles

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

Moderadores: kassiopea, Megan

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Ginebra
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Mensaje por Ginebra »

coño! uy! perdón :oops: , me imagino la situación... éste es Antonio de aquí a un momento :superenfado:
Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Eduardo Galeano


Recuento 2024
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

25

Me asombró mi falta de agudeza, no haber atisbado antes ese detalle, pues en realidad no era tan sutil. Y me di cuenta de a qué se debía la repentina palidez de Gustavo. A la vez, empezó a oler a quemado. El guiso se estaba pegando en la olla recalentada. Me retiré un momento para apartarlo del fuego y volví raudo, dirigiendo a Gustavo una mirada fulminante y reprobatoria.

Permanecía taciturno e intimidado, con cara de fastidio, buscando quizás lo más apropiado que podía decirme. Allí estaba, con expresión pesarosa. Si seguía mordiéndose el labio iba a tener una llaga enorme que curar. Y yo, qué ingenuo, declarándole siempre mis sentimientos, mis preocupaciones, a corazón abierto. Quería descubrirle cómo era Alfredo y ¡le había desenmascarado a él! ¡Qué desengaño! Su traición me había cogido desprevenido. De súbito nuestra valiosa amistad me parecía tan frágil. Y todo mi pasado tan podrido.

Gustavo, siempre tan apocado y débil de carácter, aparentemente tan dócil y noble, me pareció en aquel momento mucho menos infeliz, timorato y enclenque que nunca antes. No perdió el control y fue comedido. Ladeó la cabeza, acongojado, pero asumiendo mis reproches y el enfrentamiento conmigo sin turbarse, con rostro adusto. Se disponía a presentar su versión, pero la historia ya me resultaba bastante penosa y deplorable como para que hubiera más versiones.

-Eso ya pasó, Toni… hace mucho tiempo –dijo lacónicamente. El rubor coloreaba su frente y sus mejillas.

-Creía que congeniábamos –repuse con incredulidad.

-Claro que sí, Toni.

-¿Por qué me lo ocultaste? –increpé con dureza, ostensiblemente excitado, señalándole acusadoramente-. ¿Por qué me lo ocultó todo el mundo? ¿Os habéis divertido a mi costa?

-¿Recuerdas que me quedé en la universidad para obtener el doctorado mientras tú buscabas trabajo? Tuve que asistir un mes a un seminario en la Escuela Superior de Ingeniería y, durante ese tiempo, me topé con Mónica, que estaba en tercer curso.

-¡Sé en qué curso estaba! –atajé, vociferando y abordándole con gran vigor-. ¿No me la presentaste ese mismo año? ¡Joder! ¿Después de cepillártela? ¿Y qué quiere decir eso de que te topaste con ella? ¿Acaso toda la culpa va a ser de Mónica exclusivamente?

-Cálmate, por favor. Nadie es culpable de nada, son cosas que pasan.

-¡No quiero calmarme!

Aguardó mi siguiente reacción, cabizbajo y anclado al sillón. Mantuvo las manos en el regazo, no se atrevía ni a mover un dedo. Mi corazón latía desbocado. Ante el cariz peliagudo que tomaba el asunto, me sentía furibundo y mi comportamiento, impetuoso y nada habitual, debía haberle infundido algún temor. En un momento de tregua, cuando vio que me quedaba callado, sumido en un mar de incertidumbre, se relajó, deshizo su mutismo y reanudó sus explicaciones con mansedumbre, aprestándose a ser tan explícito como exigía la situación. Yo me dejé llevar por la cadencia de su voz.

-Poco después de que le presentaras tu prometida a Alfredo, surgió el tema entre nosotros, en la oficina. Me confesó lo de su relación con Mónica. Supongo que fue entonces cuando yo también le declaré que había estado con ella y, bueno, la charla fue más allá, aunque me pese decirlo…

Podía imaginarme el tipo de procacidades que adornaron esa charla. Los pensamientos se aglomeraban en mi cabeza produciéndome una fuerte punzada en la sien derecha. Comenté, displicente:

-Bonito tema de conversación entre dos hombres, ¿no te parece?

No me lo podía creer. Qué de extrañas coincidencias, todas ellas para hacerme la vida imposible. Era inaudito. Estaba enfadadísimo, también con Mónica. Pero, especialmente, con Gustavo, a quien tenía enfrente en esos instantes.

Al parecer, Mónica no ponía reparos a ninguna relación, aunque se sentía atraída por chicos mayores que ella, frente a la inmadurez de sus compañeros de clase. Alfredo había estudiado la misma carrera, pero estaba elaborando el proyecto de fin de carrera cuando coincidieron, mientras que ella iniciaba sus estudios universitarios. Todo eso había ocurrido antes de que yo la conociera y, si lo pensaba fríamente, no tenía mayor importancia. Pero lo que me molestaba era el secreto que los tres habían guardado al respecto, y la actitud arrogante de Gustavo y Alfredo. Lo que yo no terminaba de entender eran los comentarios groseros y humillantes de Alfredo durante mi boda. Parecía deducirse que todos los presentes podían haber sido amantes de mi mujer. Era indignante.

Ahora comprendía que Gustavo nunca hubiera intentado mediar en la difícil relación entre Alfredo y yo. Era demasiado complicado para él. Ellos se llevaban estupendamente y tenían aventuras carnales en común, contra mí. ¡El muy cabrón! Seguramente actuaba a mi favor condicionado moralmente, impulsado por los remordimientos. Toda esa ferviente amistad que me prodigaba era falsa camaradería.

En cuanto a Mónica, no me había sido infiel, pero sí desleal. ¿Por qué tantas confidencias? ¿Por qué nunca me habló de sus anteriores amoríos corriendo el riesgo de que terminara enterándome? Hubiera sido más honesto y se hubieran evitado malentendidos. Naturalmente, por eso siempre rehuía las citas con mis amigos. Y por eso las diferencias de criterio entre Alfredo y yo le divertían tanto a él.

Cómo añoraba los tiempos que había vivido rebosante de dicha, ignorante de todo aquel plan. Miré a Gustavo como si estuviera contaminado por la misma ambición que Alfredo. No quería saber nada más de él, renegaba de su amistad. Me sentía traicionado, le había perdido… Y me había dado cuenta de que no podía confiar en nadie.

Estaba desmoralizado. La desazón me atenazaba el alma. A medida que crecía mi furia, la habitación menguaba a mi alrededor; necesitaba salir al exterior urgentemente. Hice acopio de fuerzas y le lancé otra mirada rencorosa. Recogiendo las llaves del auto de Alfredo, me dispuse a salir.
-Voy a preparar el coche para que te vayas. –Gustavo hizo ademán de levantarse para acompañarme-. ¡No! ¡Quédate aquí! Ahora no te quiero cerca de mí. ¡Quédate!

Pareció aliviado al verme salir solo. Fuera hacía frío. Aparté la lona que cubría el bólido y abrí la portezuela del conductor para presionar la palanca que permitía levantar el capó. Después, revisé el motor, comprobando que las heladas no hubieran dañado nada.

Cuando cerré la tapa del capó, me volví hacia la cabaña y vi a Gustavo, que me contemplaba impasible por la ventana. Se limitó a peinar los lacios cabellos de su flequillo. Volví a entrar y tan sólo dije:

-Tiene poco combustible. Tendrás que repostar en la gasolinera que hay antes de tomar la autopista.

Aquel día supondría un cambio drástico y ponía fin a otra etapa más de mi vida. Una vez determiné alejarme del regocijo de los encuentros multitudinarios y de las gentes alborotadoras. Ahora, sin pretenderlo, me veía más solo aún. Y eso significaba que verdaderamente me quedaba sin alicientes, sin objetivos por los que seguir luchando.
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sedna
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Mensaje por sedna »

...cuando Antonio fue solo al coche, a prepararlo, ¿no habrá tocado el líquido de los frenos... por casualidad, verdad? :lol:


...si ya lo digo yo...la amistad está en franca decadencia... :oops:
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Ah, Sedna, qué bien que hayas vuelto al relato. Echaba de menos tus comentarios. ¿Qué te va pareciendo? Los acontecimientos se precipitan. Voy a publicar lo que queda para que veáis la conclusión.
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

26

Cuando me despedí de Gustavo… En realidad, debería decir más bien cuando le ordené que se marchara y desapareció en el coche de Alfredo, carretera arriba. Entonces, me serví un poco de licor y lo paladeé con fruición, hasta que conseguí mojar cada hueco de la boca. Me erguí y, con las manos en los bolsillos de la bata, paseé entre mis libros, intentando no apoyarme demasiado sobre el pie lesionado.

Encendí un cigarrillo, prometiéndome que sería el último, aquél con el que celebraría mi obra, prácticamente concluida. Curiosamente, al volver a escribir, en apenas tres días había vuelto a olvidar el vicio de fumar. Al escribir me saciaba espiritualmente y vencía la ansiedad. Mientras examinaba mi biblioteca con orgullo, el poco que me quedaba, aspiré el tabaco con deleite. Me era imposible presagiar que todo culminaría dramáticamente al día siguiente.


Al día siguiente, seguía inmerso en cavilaciones acerca de los subterfugios que tendría que utilizar para sobrevivir a partir de entonces. Estaba tan desamparado como si me hubiera extraviado en el Ártico. Pensaba abstraído en todo lo que había perdido al morir Alfredo y romper todo vínculo con Gustavo.

Todo lo sucedido inhibió mi apetito y apenas probé bocado desde que se llevaran el cadáver de Alfredo. Un malestar indefinido pero latente se había apoderado de mí irremediablemente. Sin embargo, a pesar de los desconcertantes acontecimientos de los últimos días y del desasosiego que me habían provocado, me senté plácidamente y dediqué toda la mañana a la novela, que quedó planteada definitivamente y lista para una última lectura que no realizaría hasta pasadas al menos dos semanas, para enfrentarme a la obra como si ya no me perteneciera, con la frialdad de un lector objetivo. Por fin había resuelto el misterio: no debía contar las hazañas de alguien con la personalidad de un héroe como pretendía al principio –los lectores están cansados de los personajes modelados según estereotipos-, sino conceder al protagonista el privilegio de comportarse como un impostor en ese papel, algo que pudiera parecer innovador.

Acaricié los folios de mi manuscrito, con la satisfacción del creador que contempla su obra, y fui con ellos, sujetándolos contra mi pecho, hasta la cocina, en busca de un vaso de agua. Cuando volví al salón -sin mi manuscrito, porque lo había olvidado cerca del fregadero por despiste-, doblé el torso, agachándome frente a la chimenea, y empecé a golpear los negros leños con el atizador para colocarlos mejor mientras el fuego los engullía. El viento que había despejado los jirones de niebla traía los escasos sonidos del pueblo. Esa vez las campanas doblaban con tristeza, tocaban a muerte, qué coincidencia.

Entonces, mientras estaba en cuclillas, vislumbré, de reojo, una sombra agazapada tras la ventana.
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

27

Permanecí alerta y, durante unos segundos, la figura embozada del exterior siguió espiándome a hurtadillas, sin advertir que le había descubierto. Pese a su sigilo, allí estaba yo, vigilando a la vez su contorno borroso al otro lado de los cristales empañados por el vaho. Pero después se esfumó y sólo pude distinguir a alguien cubierto con una caperuza marrón que corría como una exhalación.

Me levanté impulsivamente y salí con celeridad por la puerta blandiendo el atizador para defenderme, si era necesario, contra aquel energúmeno cuyas intenciones desconocía. Medio impedido por el tobillo lesionado, me movía tan rápido como podía detrás del sujeto del abrigo oscuro, que corría por la carretera, alejándose cada vez más de la cabaña. Avanzaba mucho más rápidamente que yo, que me enfrentaba con dificultad a la pendiente de una cuesta y a una gélida brisa en contra. Ya no era el tipo fornido de antaño, pero no estaba dispuesto a cejar fácilmente.

Cuando ya me estaba quedando sin resuello, me percaté de que jugaba otro factor más a favor del fugitivo. Se estaba montando en un coche que le esperaba aparcado en el carril derecho. Eso iba a hacer imposible atraparle. El vehículo arrancó y enfiló la carretera abruptamente, arrancando grava, granizo y barro de la calzada.

Corrí por la cuesta, sin rendirme, pero estaba dando más de lo que era capaz. Repentinamente, pisé un pedrusco y mi tobillo volvió a crujir, se dobló como si se hubiera partido. El dolor me arrojó al suelo. Desde mi nueva posición, truncadas en ese momento todas mis expectativas de detener a quien me espiaba, vi cómo el todoterreno ascendía vertiginosamente, sin aminorar la velocidad, por la carretera, que serpenteaba hacia arriba. Y, en un recodo, en una curva pronunciada, patinó sobre una placa de hielo. El conductor tenía pericia, pero había confiado demasiado en las cualidades de su formidable máquina. No pudo recuperar el control del volante; le fallaron los frenos y los neumáticos del lado izquierdo se separaron del resbaladizo pavimento hasta que el vehículo terminó volcando estrepitosamente en el estrecho arcén, junto a la arboleda. Ver el accidente hizo que me estremeciera. En ese instante, aunque continuaba intrigado, sólo me preocupaba la integridad de los posibles ocupantes. No obstante, el choque no parecía haber sido demasiado fuerte.

Continuar la persecución fue un acto casi instintivo. Ahora tenía al prófugo a mi alcance y eso me insufló valor y energías. Inicié la complicada maniobra de ponerme en pie sin apoyo, pero no pude. Se me ocurrió utilizar el atizador que portaba como si fuera un bastón y, gracias a eso, logré reincorporarme y aproximarme al lugar del accidente brincando sobre la pierna sana. De nuevo, el corazón me latía cada vez más deprisa. Y la tumefacción del tobillo me dolía una barbaridad. Esta vez parecía algo más grave que una simple luxación.

El motor del todoterreno se apagó. Después, el individuo en fuga consiguió abrir la portezuela. Salió del compartimento balanceándose, dando tumbos, y cayó de hinojos, desfallecido y derrotado. Ahora podía confirmar que se trataba de una mujer, tal como me había parecido antes por su menudo porte. Me miró, musitando algo incoherente, y empezó a hacer aspavientos, como contrariada o sobrecogida por mi presencia tan cercana.

-¡No! ¡No! –balbuceó, nerviosa y tensa-. ¡Aléjate de mí!

Reconocí la voz y sentí que un escalofrío atravesaba mi espalda.
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

28

Vi su rostro, henchido de furor y miedo, con los ojos desorbitados. Afortunadamente, sin rasguños tras el accidente. Se apartó un mechón de pelo que le caía sobre los ojos y observé claramente sus facciones. Entonces se hizo patente quién era. Arrimada a aquel monstruo mecánico tan grande, ella, tan pequeña, me pareció muy frágil. Era como si no encajara que hubiera estado conduciendo aquel enorme automóvil.

-¿Sedna?

La viuda de Alfredo se puso en pie, pero aún se tambaleaba. Las contusiones habían hecho mella en la mujer y le costaba guardar el equilibrio, casi tanto como a mí. De modo que la situación se había igualado. Me abalancé sobre ella, pero intentó esquivarme y cuando mis dedos entraron en contacto con sus brazos lanzó un chillido.

-¡Aparta! –gritó-. ¡No me toques, asesino!

Forcejeó mientras sus energías se agotaban. La solté. Estaba muy alterada.

-¿Qué estás diciendo? –pregunté humildemente, con toda la naturalidad que me fue posible, pese a los sentimientos encontrados que me estaba provocando. Tal vez por eso mi voz sonó estentórea-. Tranquilízate, Sedna. ¿Qué estabas haciendo aquí?

-¡Mataste a mi marido! –replicó, con gesto compungido.

-¿Qué dices, Sedna? ¿Te has vuelto loca?

-¡No repitas mi nombre! – protestó, con el ceño fruncido, llena de rabia. No le importaba que pareciera haber perdido la sensatez-. ¡Mataste a mi marido! –insistió, con un sollozo entrecortado-. ¡Y ahora has matado a Gustavo!

-¿Cómo?

-Gustavo murió ayer. El coche que conducía, el coche de Alfredo, se estrelló contra un camión en un túnel cuando volvía de tu casa...

-¡Dios mío!

La desolación de sus lamentos se apropió de mi voluntad. Sentí cómo palidecía mi semblante y creí que yo tampoco iba a poder sostenerme en pie.

-¡Tú eres el responsable! –me recriminó, apuntándome con el dedo índice de su mano derecha, que vibraba en el aire por la conmoción.

Fue entonces cuando oí el estruendo del incendio detrás de mí. Volví la mirada y encontré las voraces llamas, danzando en el tejado de la cabaña, consumiendo la madera para saciar su hambre, sin compasión.

-¡No!

Sedna se quedó junto al todoterreno, hurgando en el bolsillo de su cazadora. Probablemente buscaba el móvil para llamar a los servicios de urgencia. Emprendí la carrera en sentido contrario, sintiéndome impotente por no poder hacerlo más rápido. El tobillo dislocado palpitaba, como si estuviera a punto de reventar, e intentaba no apoyarme en él, sino en el atizador, que me venía corto y me obligaba a encogerme, como un jorobado.

El fuego crepitaba alrededor de toda la casa, que se estaba transformando en un amasijo de leña renegrida. Al salir corriendo tras Sedna, seguramente había descuidado la chimenea y algún madero ardiendo había caído en las tablas del salón, prendiendo en el tejido de los sillones y propagándose fugazmente. Ahora era tarde para sofocar la deflagración.

Empujé la puerta y traspasé el umbral temblando, sabiendo que no había nada que hacer. Al ver cómo el fuego se ensañaba con las paredes forradas de madera y con la biblioteca me derrumbé. De inmediato, en mi mente surgieron imágenes de una inocente pira de libros, tal vez ensayadas al leer Fahrenheit 451.

-¡Noooooo! –grité desconsoladamente.

Quedé paralizado, contemplando cómo se convertían en pavesa todos mis libros, que tanto me había costado reunir. Al cabo de un momento, que me pareció eterno, respiré hondo y, en una acción temeraria, fui hacia la cocina. Pensaba vaciar el cubo de la basura y llenarlo de agua, pero el calor en el interior era insoportable y con mi tobillo dañado apenas podía moverme de un extremo a otro de la cocina. Todo era inflamable, combustible, era imposible extinguir el fuego, que implacable engullía incluso la cubierta externa, bañada con aquel barniz que supuestamente protegía contra posibles chispazos por rayos. El fragor de sus chasquidos me ensordecía, devorando mis posesiones, galopando salvajemente por las cortinas y las vigas del techo. No había nada que hacer. Contra el maligno sino no se podía luchar.

Alicaído, recorrí con los ojos el mobiliario de la cocina, intentando hallar una solución. Pero lo único que encontré fue mi manuscrito, que rescaté antes de que lo alcanzaran las llamas, peligrosamente cerca. Ya no podía contener más la respiración. Salí tosiendo, antes de sucumbir a la asfixia.
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Mensaje por JANGEL »

Me gustaría trabajar más este último capítulo, porque aún no me ha convencido como ha quedado, pero os lo dejo aquí.

29

Allí acababa todo para mí, de manera tan aciaga como había empezado. Con la diferencia de que esta vez me parecía imposible rehacer todo lo que había perdido, la vasta biblioteca que había atesorado. Hinqué las rodillas en la nieve, prácticamente fundida, y dejé que me azotaran las lenguas de calor que desprendía la casa, pasto de las llamas. Ni siquiera me quedaban bríos para escapar a mi anhelada Acadia e intentar despeñarme. Estaba cansado y era un cobarde. Ahí fue cuando morí.

O debí morir, pues me quedaba pasar un tormento aún más horroroso. Mi futuro se tornaría aún más sórdido que mi pasado. Me veía abocado a un infierno todavía peor. Pasé de un encierro a otro. De toda mi vida anterior, sólo había quedado esta novela. Ahora, en mi nuevo hogar, ante la inminencia del ocaso de mis días, me planteo que, en el futuro, algún día no se sabrá si todo ocurrió como yo lo he contado o de otra manera. Me he limitado a relatar todas esas intrigas que viví. Así es la vida, más enigmática de lo que a veces deseamos. Más atroz de lo que podemos concebir.

Así lo firmo yo, el impostor. Yo, el Rey de los Imbéciles.
Última edición por JANGEL el 10 Mar 2006 18:46, editado 1 vez en total.
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Mensaje por sedna »

Aun no he leído el nº 26 y ss... pero he de decirte que me tienes alucinada... :shock:

¡Menuda invención!...

Siempre he querido escribir y si pudiera vivir de ello, sería una maravilla, pero a pesar de que tengo bastante imaginación (creo), no se me ocurre nada cuando me pongo delante del folio en blanco...La inspiración no llega, no encuentro nada interesante sobre lo que escribir.
Para pintar, por ejemplo, no me ocurre eso...O para poner un título a una obra determinada o para encontrar un bonito enfoque para hacer una fotografía...

Leí, no hace mucho, un artículo de Rosa Regás sobre el proceso de elaboración de un libro y me pareció de lo más interesante, complejo y agotador (por decir solo algunos adjetivos).

En fin, en cuanto vaya teniendo huecos, voy leyendo tus siguientes capítulos...

Enhorabuena por tus avances :wink:
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

La verdad es que a veces el proceso de escribir no es fácil. En este relato he invertido más energías de las que creía al principio y tengo que admitir que me ha agotado. La personalidad del protagonista es muy compleja y la historia también. He quedado satisfecho con el resultado, aunque sin duda podría ser mejor o no gustará a todos los que lo lean. He quedado satisfecho por eso, porque es una historia complicada, enrevesada, que tiene que volver sobre sí misma, se enrosca como una serpiente, y va dejando pistas, más o menos imperceptibles para que luego todo encaje.

Cuando lleguéis aquí, sabréis que no he publicado el epílogo (pedídmelo y os lo envío por mp), que da sentido a toda la historia. Porque mientras escribía aquí, revisaba y ampliaba el relato original para convertirlo en una novela. Por eso he tenido largos períodos de sequía en el foro, ya que tenía que atar cabos y darle sentido a toda la trama.
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