un fragmento de novela

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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doctorkauffman
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un fragmento de novela

Mensaje por doctorkauffman »

corresponden estas líneas a uno de los capítulos de "con toda tu alma", novela que escribí hace ya un tiempo y que está ambientada en la guerra civil. Tiene muchos personajes y lo expuesto aquí corresponde a la presentación de uno de ellos: Griselda.
es muy probable que la retome en breve para mejorarla, por eso estaré encantado de conocer vuestras opiniones.
gracias :lol:

Griselda odiaba a toda su familia.
A toda. A sus padres, a su abuela, a su tía la solterona y, aunque no fuera de su familia, a su novio por no haber ido a su rescate. Sólo contemplaba una excepción, su hermana menor, Lucía.
En la soledad de su celda, Griselda aprende a odiar. Las primeras semanas de su condena trata de comprender, trata de buscar una lógica a aquello que no lo tiene y al final del día, tras mucho pensar, tras mucho buscar, se pregunta siempre cómo es posible que aún ocurran cosas así en pleno siglo XX. Lucha, pelea por encontrar una respuesta, pero cuanto más prolonga la batalla más duro resulta el final de cada jornada. En cada atardecer mira por su ventana con la esperanza de ver llegar a su amado montado a caballo, en un auto, en bicicleta, en lo que sea, dispuesta a rescatarla. Luego, apoya la cabeza en la almohada y busca algún rincón entre aquellas frías y desnudas paredes donde perder su mirada y poder pensar. No puede dormir; no quiere dormir, y cuando menos se lo espera, escucha los primeros cantares del gallo, lo que significa que en breve vendrán a buscarla, y ha de estar ya preparada, con el hábito puesto no sea que las monjas se molesten y por su culpa lleguen tarde a la oración.
Griselda ya no siente sus rodillas, han soportado el peso de demasiadas oraciones, demasiados días, demasiadas semanas. Aunque al principio no veía el momento en que la superiora dejara de rezar y se levantara, ahora ya no le importa, sus rodillas encallecidas han perdido toda sensibilidad. Lo único que sigue sin poder soportar es el murmullo de las demás hermanas con sus rezos, como un incansable enjambre de abejas que revolotean con terrible monotonía en su cabeza. A pesar de que la superiora insiste desde el primer día en que Griselda aprenda sus oraciones, ésta se niega. Simula su rezo moviendo la boca, pero en su interior no para de pedir, de rogar, de suplicar que llegue su novio a rescatarla. A las pocas semanas cambia su ruego; en él ya no aparece su novio, simplemente suplica porque ocurra algo, lo que sea, un milagro ya puestos, pero que ella pueda salir de esa cárcel que representa el convento.
Su pecado imperdonable, enamorarse de la persona equivocada. Sus padres tenían otros planes para ella, otro pretendiente mucho más rico con cuya unión esperaban resarcir las pérdidas de su última inversión. De nada le valen las suplicas, de nada le vale apelar a su corazón; su padre se muestra inflexiblemente indignado, y semejante humillación sólo puede pagarse con el encierro en un convento, de clausura y por tiempo indefinido, hasta que se le pase el mal trago, así aprenderá. Griselda ruega con la mirada a su madre que interceda por ella, pero ésta calla y es ese silencio lo que más la hiere. Su abuela añade la típica coletilla de adónde vamos a parar con esta juventud de hoy en día, a lo que la tía solterona ríe sin disimulo. No hay vuelta atrás, visto para sentencia.
Pasan tres años de encierro, de oraciones, de vigilias, de rosarios, de misas, de soledad, de injusticia. Ni una sola visita. Nadie. En ese tiempo, Griselda ha tenido tiempo para aprender a odiar, se ha hecho una experta. No hay quien escape de su odio, ni siquiera su novio, que aún no ha venido a rescatarla. Ya no le concede ni el beneficio de la duda. En tres años se pueden pedir muchas cosas a Dios cuando lo único que se hace es pedir cosas a Dios. En tres años pueden tramarse mil formas de venganza, desde una sencilla y directa, pero efectiva igualmente, hasta la más truculenta y sádica. Nadie escapa a su imaginación, excepto su hermana menor, Lucía. En tres años se puede dejar de tener cualquier tipo de esperanza, hasta el punto de dejar de creer en un Dios que nada le concede.
Griselda observa cómo una mañana más van entrando tímidamente los primeros rayos de luz en su celda dando color a su oscuridad. Desde hace mucho esos rayos ya no simbolizan ni un mínimo atisbo de ánimo. Ya no le sirve pensar que a la mañana siguiente verá las cosas de otra forma. Sin embargo, esa mañana sí parece que la monotonía tarde en alzarse. Primero, un inusual olor a quemado que por momentos se torna más intenso, demasiado como para proceder de la cocina. Segundo, hay un no se qué en el ambiente nada normal. Griselda agudiza su oído. Le parece oír algo que por improbable desecha, pero al poco comprueba que no está equivocada. Son gritos. Gritos, ¿en un convento? Se reincorpora y se acerca a la puerta, abre las rejas. Ahora oye mucho mejor, no sólo son gritos, son carreras, son golpes y, lo más extraño, unas detonaciones como petardos intermitentes en el tiempo. La inquietud corre ya por sus venas. Sabe que su puerta está cerrada por fuera, pero aún así intenta abrirla. Nada. La superiora no se ha olvidado de cerrarla tampoco la noche anterior. Nunca se olvida, la maldita. De pronto, interrumpe cualquier tipo de acción. Hay un sonido nuevo que le cuesta identificar, no por complicado, sino por increíble. Cuando está segura de no equivocarse sonríe emocionada. Puede que Dios se acuerde de ella después de todo. Ese sonido nuevo que desconcierta hasta los mismos cimientos del convento son voces de hombres.
Los gritos femeninos le parecen, fuera de toda duda, de terror; los masculinos juraría que son de todo lo contrario. Pronto lo ve con sus propios ojos. A través de las estrechas rejas de su puerta observa excitada cómo tres monjas huyen despavoridas hacia sus celdas. Las persiguen cinco o seis hombres armados, todos con camisas negras. Se reparten la tarea, dos hombres en cada celda. Gritos, golpes, jirones de ropa, mesas cayendo, insultos que jamás pensó que oiría, llantos, súplicas, ruegos, más golpes y finalmente dos o tres detonaciones. Del mismo modo con cada monja. Luego, risas y bravuconadas. Griselda descarta definitivamente que se trate de un rescate de su novio ayudado por sus amigos.
Aparece subiendo las escaleras un hombre que le impresiona, bastante maduro aunque fornido, de hermoso pelo plateado. Les da un grito a todos para que dejen lo que estén haciendo que abajo ya arde todo. Vuelve por donde ha venido. Los hombres salen de las distintas celdas, alguno se abrocha aún los pantalones. Griselda respira inquieta, las dudas la atormentan. ¿Debe pedir ayuda o quedar en silencio y morir abrasada? En medio de su indecisión, ve cómo la superiora sale a hurtadillas y corre hacia su celda llave en mano. ¿Viene a liberarla o a esconderse ella? Nunca lo sabrá. El último de los hombres que baja la escalera la descubre y le da el alto. La superiora no se detiene. El hombre llama a los demás. Se ríen de la escena. Apuntan con sus armas y disparan. El impacto de las balas impulsa a la superiora con violencia a la puerta de Griselda. Se queda inmóvil, con los ojos muy abiertos. Lo último que ve es la mirada de Griselda que deja de estar impresionada para mostrar una ligera sonrisa de satisfacción. La superiora desliza su rostro por la áspera puerta hacia el suelo y exhala su último aliento sin comprender el gesto de Griselda.
-Esperad camaradas-grita uno de esos hombres-creo que he visto moverse algo en esa puerta.
Griselda se da cuenta de que su cara lleva expuesta en las rejas mucho tiempo. Se aparta con rapidez y se apoya en la pared. Su corazón parece querer escaparse por la garganta. Oye los pasos de los hombres. Apartan como a un saco el cuerpo sin vida de la superiora e intentan abrir la puerta.
-Qué raro. Está cerrada.
-Abrámosla a patadas-dice otro.
Golpes y más golpes, insultos, gritos, pero aquella es buena madera. La puerta no cede.
-Parad, parad-dice uno de ellos casi sonriendo-seremos idiotas. Fijaos.
Se agacha y coge de la mano de la superiora una llave.
-Pruébala-dice otro excitado-vamos.
Mete la llave en la cerradura y ésta entra sin ningún tipo de resistencia, limpia. La gira lentamente y sonríen satisfechos al ver cómo cede el cerrojo. Entran riendo en la celda, pero frenan en seco al contemplar su interior. Sus sonrisas se transforman en expresiones de incredulidad ante lo que están viendo. Todos quedan con la boca abierta.
Griselda está desnuda en la cama frente a ellos y con las piernas abiertas. Pero no es su desnudo lo que más impresiona a los hombres. No. Lo que provoca que prácticamente estén salivando es su rostro de lascivia. Uno de los hombres le da su fusil a otro y avanza hacia ella.
-Quiero que me viole vuestro jefe-dice ella con voz decidida.
El hombre sonríe sin detenerse.
-Nosotros somos anarquistas, no tenemos jefes.
-Todo el mundo tiene un jefe- replica ella mientras el hombre le soba los muslos. Griselda no varía en lo más mínimo su rostro seductor-el del cabello plateado, ese es el vuestro.
El hombre borra la sonrisa de su cara. El que cogiera su fusil se acerca y le habla al oído.
-Se refiere al viejo zorro.
Su compañero lo mira contrariado.
-Ya sé que se refiere al viejo zorro-Mira a Griselda, con su boca abierta, con su pelo cubriendo parte del rostro, con sus pechos erectos. Sabe que no puede enfrentarse a su camarada jefe. Sabe que si no atiende a la petición de la joven, más tarde o más temprano alguno de los allí presentes acabará cantando. Quita las manos de sus muslos.
Dos minutos más tarde el viejo zorro está frente a Griselda, que continúa sentada en el borde de la cama con sus piernas abiertas. El efecto en aquel hombre maduro está siendo el mismo que con los otros. La lascivia de Griselda es altamente contagiosa.
-Venga, ¿a qué esperáis?, marchaos.
-Date prisa, camarada, recuerda que por abajo está ardiendo ya todo-dice uno de sus hombres.
-Por aquí arriba también está la cosa que arde-replica el viejo zorro con una ligera sonrisa y sin apartar la mirada de esa mujer que suda ya y no sólo por el calor del incendio.
Sus hombres salen de la celda. El viejo zorro da dos pasos quedando entre las piernas de Griselda. Con su mano grande y curtida coge la barbilla de la joven.
-No creas que esto te va a salvar de la muerte-dice él con sus labios muy cerca de los de Griselda. Ésta quisiera responderle, tiene la réplica justa, pero no hay tiempo que perder. Es preciso que sea ella quien tome la iniciativa y lanza su boca contra la del viejo zorro, besando como nunca antes lo había hecho. Su contestación se queda en mero pensamiento, pero no lo aparta de su cabeza, pues con cada beso, con cada presión de su cuerpo no deja de repetírselo a sí misma en silencio, “ya veremos”, “ya veremos”, “ya veremos”.
Griselda se entrega por entero. Entrega su boca, sus ojos, sus pechos, su ombligo, sus muslos, su pubis. Con cada movimiento, con cada subir y bajar sabe que el viejo zorro está disfrutando; ve en su acicatrado rostro cómo goza. El calor cada vez es más intenso, las gotas de sudor corren presurosas por cada centímetro de sus cuerpos desnudos. Ya no sólo es calor corporal; las llamas han llegado al primer piso, entran sin permiso en la celda y parecen avivarse excitadas ante la escena que contemplan. Con el fuego a su espalda, Griselda tiene la sensación de estar siendo copulada por el mismísimo diablo. Reprime su risa al percatarse de que en realidad ella siempre había tenido razón, aquel convento era un auténtico infierno.
Sus jadeos ya no pueden ir más deprisa. A partir de ahí aminoran el ritmo con la satisfacción reflejada en sus rostros. Al tiempo que las pulsaciones buscan su normalidad, ninguno de los dos aparta sus ojos del otro. El viejo zorro pasa lentamente su dedo índice por las labios de Griselda. Las llamas están apunto de alcanzar el techo. El viejo zorro se sube los pantalones y coge su pistola. Apunta a la cara de Griselda, que no cierra los ojos, que no muestra temor. La seducción no desaparece de su rostro. El viejo zorro duda. El ruido de las vigas cediendo ante el fuego implacable le porta a la realidad. En un movimiento rápido guarda su pistola y coge a Griselda en brazos. Se miran. Antes de que ninguno diga nada, da media vuelta y sale de la celda a grandes zancadas. Hasta las llamas parecen apartarse ante su paso. Bajan las escaleras como recién casados, aunque estén ausentes palabras y risas. Nada dicen, sólo se miran.
En el exterior todos esperan en torno a los camiones. Fuman, van allá, vienen acá. Algunos empiezan a preocuparse ante la tardanza de su camarada jefe. Todos quedan de piedra al verle salir con la joven desnuda en sus brazos. Ni un murmullo. Le siguen con la vista hasta que el viejo zorro llega a su camión. Ayuda a subir a Griselda y luego sube él. Se da media vuelta y mira a sus hombres convertidos en estatuas.
-¿Qué pasa?-grita el viejo zorro claro y fuerte-tiene tanto derecho a hacer la revolución como cada uno de nosotros-lo único que se oye es el crepar de las llamas-y ahora venga, moveos, cada uno a sus camiones, que tenemos una revolución que hacer, cojones.
Las estatuas trocan en hombres y obedecen veloces a su camarada. Pocos segundos más tarde, una fila de camiones toma rumbo incierto dejando tras de sí un convento que se desploma ante el fuego devorador.
En el camino tortuoso y repleto de baches, el viejo zorro tapa con una manta a Griselda, se acuesta junto a ella y le explica qué es lo que hacen él y su grupo por los pueblos desde hace dos semanas, y también que busca un pueblo en concreto que no tardará en hallar.
-Suena muy bien...-Griselda no sabe cómo llamarle. El viejo zorro la ayuda.
-Camarada.
Trata Griselda de convencerlo para que se desvíe un poco de su camino y le ayude a resolver una cuenta pendiente que tiene con su familia.
-La revolución no entiende de venganzas,...-tampoco sabe cómo llamarla.
-Camarada-le ayuda ella.
-Aprendes rápido-dice sonriente el viejo zorro. Griselda piensa que tiene un sonrisa muy hermosa, pero no lo dice.
-Pero para mí es muy importante.
-Todas las venganzas lo son, de lo contrario no serían venganzas, pero nada puede anteponerse a la revolución.
Griselda reprime su siguiente réplica dejándolo en simple pensamiento. Se limita a sonreír mostrando poco a poco su rostro más sugerente mientras se acerca a los labios del viejo zorro. Sabe que es ella quien debe tener la iniciativa si quiere obtener lo que desea. Se lanza a su boca sin dejar de pensar lo que no quiere decir, “ya veremos”, “ya veremos”, “ya veremos”.
Una hora más tarde, el conductor del camión recibe la orden de cambiar la dirección y, tras un largo trayecto, Griselda está entrando en su lujoso piso de la ciudad. Camina con paso seguro y rostro decidido. La camisa negra metida en los pantalones marca sugestivamente sus pechos. El pelo recogido refuerza aún más sus facciones severas. Su dedo índice recorre impaciente el gatillo de su pistola. La sigue un pequeño grupo de anarquistas, fusil en mano, que no dejan de mirar asombrados el fasto del lugar a cada paso que dan. Uno de ellos arrastra al criado que les ha abierto la puerta. Griselda sabe perfectamente dónde se encuentra su familia en esos momentos. Irrumpe en el salón donde todos cenan. Hasta que no está frente a ellos no la reconocen. Pasa revista con su mirada de odio. No falta nadie. Al llegar a su hermana Lucía la ternura parece querer imponerse, pero Griselda gira bruscamente el rostro hacia su padre.
-Griselda-se indigna el padre-¿qué haces aquí, y cómo irrumpes de esta manera en mi casa?¿Y quiénes son estos hombres?
-¿Y cómo vas vestida?-añade la madre.
-¿A dónde iremos a parar con esta juventud?-añade retóricamente la abuela, a lo que la tía solterona no puede reprimir un ligero ja. Lucía permanece callada.
Pero Griselda no viene a discutir. Apunta con su pistola a la cabeza del padre y le pega un tiro. Todo es silencio, el silencio del asombro, de lo inesperado, de lo increíble, del horror. Griselda habla a sus acompañantes.
-Esa es mi tía, la solterona. Nunca ha conocido hombre. Dadle ese placer antes de su muerte.
La tía está paralizada. Quiere gritar pero no le sale. Dos de los hombres la arrastran a otra habitación. La madre de Griselda intenta abrir la boca pero la tiene igual de agarrotada que el resto de su familia.
-No te molestes, mamá, ya es tarde. Tenías que haber hablado cuando yo te lo supliqué.
Dos descargas más y madre y abuela apoyan sus cabezas inertes en los platos de la cena. Los gritos de la tía solterona son ahora los que llenan la estancia.
-Y vosotros-se dirige enérgica a la servidumbre-ahora sois libres.
Griselda mira a Lucía y su rostro cambia por completo. La coge de la mano.
-Tú vienes conmigo.
Lucía no protesta ni se resiste. Sale del piso sin soltar la mano de su hermana. Los vecinos se esconden asustados tras sus puertas al verles bajar las escaleras. Llegando ya al rellano de la calle oyen varias detonaciones. Griselda sonríe, su venganza se ha completado.
-¿Y ésta quién es?-pregunta serio el viejo zorro señalando a Lucía al subir las dos al camión.
-Es mi hermana, Lucía, y tiene tanto derecho a hacer la revolución como cada uno de nosotros.
El viejo zorro muestra una ligera sonrisa y dos minutos más tarde están tomando de nuevo camino hacia su destino. Griselda mira a Lucía con ternura, pero ésta no dice nada, su rostro tampoco comunica nada, ha quedado totalmente inexpresivo.
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Mensaje por 1452 »

Está muy bien, Doctor Kauffman. Es uno de los mejores textos que te he leído.
Yo personalmente no encuentro nada que mejorar, me gusta tal y como está.
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doctorkauffman
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Mensaje por doctorkauffman »

:lol: :lol: :lol:
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un fragmento de novela 2

Mensaje por doctorkauffman »

cuelgo aquí otro fragmento de mi novela "con toda tu alma". Recordar solamente que está ambientada en la guerra civil, aunque este pasaje ocurre en el verano anterior al 36. espero que os guste.

Rosalba había estado en la Catedral en más de una ocasión y su contemplación no le causaba ya tanto asombro, o al menos no tanta como el que desprendía el rostro de Julián. Disfrutaba viéndolo tan feliz y se alegraba de haberlo invitado a unirse al grupo. Además, se preocupaba de que su amigo no tropezara con nada ni con nadie pues desde que entrara no había bajado la cabeza.
-Es lo segundo más hermoso que he visto en mi vida-sentenció Julián sin dejar de mirar extasiado al altar.
-¿Y qué es lo primero?-Julián no contestó-Julián, ¿qué es lo primero?-pero su amigo no contestó absorto en su contemplación, aunque una ligera subida de tono en sus mejillas hizo sospechar a Rosalba que en realidad no estaba tan distraído como aparentaba. Rosalba sonrió pensativa, y en aquel pensar sucedió todo. Un sonido llamó la atención de la joven; era un tintineo, como si cantara un cascabel. No, estaba segura, era un cascabel. Rosalba giró rápido la cabeza en busca de la fuente de aquel sonido que no pudo evitar relacionar con el cascabel de su gato al que tanto había querido. Su misteriosa desaparición causaba aún dolor en sus recuerdos. Y ese sonido ella hubiera jurado que era el mismo que el que hacía su pequeño felino al andar. Sonrió emocionada y se alejó de Julián buscando el cascabel. Estaba hipnotizada, a veces parecía que sonara a su lado para, de inmediato, escuchar su eco mucho más lejos, intrigándola todavía más. Qué ganas tenía de gritar el nombre de su gatito. Continuó andando, yendo y viniendo, girando y parándose hasta que llegó a la puerta de la catedral. Ahora el sonido venía del exterior y parecía alejarse con prisa. Rosalba había olvidado ya todo; ese tintineo parecía reclamarla, desearla. Era algo incontrolable. Salió del templo con la misma sonrisa cargada de ilusión y sus recuerdos estancados en su mascota.
Esperanzada, atravesó la multitud, se alejó de la catedral, cruzó calles grandes, dobló esquinas elegantes y penetró en callejuelas estrechas y malolientes, siempre sin poder descubrir la fuente del sonido. A veces sólo debía doblar una esquina creyendo que ya lo había alcanzado y cuando lo hacía, el cascabel ya había doblado la siguiente. Así quién sabe durante cuánto tiempo, hasta que el tintineo de pronto desapareció como por arte de magia. Rosalba, desilusionada, empezó a pensar si todo aquello había sido en realidad producto de su imaginación. En medio de aquel silencio cayó en la cuenta del mal aspecto que presentaba la pequeña calle donde había llegado a parar y comenzó a asustarse. Supo entonces la locura que había cometido alejándose tanto de la catedral. ¿Sabría volver?¿La estaría buscando ya su padre?¿Podría pedirle ayuda a alguien?. Todas estas dudas anidaban en su ánimo decaído cuando el cascabel sonó de nuevo, pero esta vez muy cerca. Rosalba, sobresaltada, miró a su derecha y vio una estrecha puerta abierta. Estaba demasiado oscuro como para distinguir nada pero de lo que no le cabía duda era de que el cascabel había entrado en esa casa. Rosalba dudaba si adentrarse o no. Decidió simplemente asomarse. Sus pasos eran lentos, procurando no hacer ruido, aunque se preguntaba si sus latidos no la delatarían. Se asomó pero seguía sin poder ver nada. ¿Debía continuar?¿Debía internarse en aquella desvencijada y maloliente casa? Había decidido que no, cuando una voz de mujer la llamó.
-Pasa, no te quedes en la puerta.
Si antes le asaltaban las dudas, ahora éstas le comían las entrañas. Aquella voz era más seductora que el tintineo del cascabel. Dio dos pasos quedándose aún en el umbral de la puerta.
-Vamos, adelante-invitó de nuevo la voz-no tengas miedo.
Rosalba avanzó aún temerosa por lo que pudiera encontrarse en aquella penumbra polvorienta.
-Vaya-dijo de nuevo la voz-¿qué tenemos aquí? una jovencita, y muy guapa, por cierto.
Los ojos de Rosalba se fueron acostumbrando a la escasa luz reinante hasta que pudo distinguir a una mujer madura sentada tras una mesa mugrienta; encima de ésta descansaba una extraña bola de cristal. La mujer estaba marcada por las arrugas, por el sudor y por el polvo. En aquel oscuro rostro destacaban, sobrecogiendo al más valeroso, sus profundos ojos. A su alrededor, estanterías llenas de objetos inútiles, botes de cristal cuyo contenido no podía determinar Rosalba y animales disecados. Un pañuelo blanco gastadísimo coronaba su grasiento cabello negro. Ante aquella estampa, la primera reacción de la joven fue la de salir huyendo, pero esa voz embriagadora volvió a detenerla.
-¿Cómo te llamas?
Rosalba tardaría unos segundos en contestar. Sus ojos lo escudriñaban todo.
-Rosalba.
La mujer sonrió complacida.
-Felicidades, es un nombre muy bonito. Yo soy Zazá, la zíngara.
-¿Qué es una zíngara?
-No puedo creerlo-incluso su manera de sorprenderse era atractiva-¿no sabes lo que es una zíngara?
Rosalba negó tímida con la cabeza.
-Soy una gitana.
Los ojos de Rosalba reflejaron de inmediato su asustada reacción. Habían venido a su cabeza las admoniciones de su padre acerca de las gitanas. Zazá sonrió casi halagada.
-Ah, veo que eso sí sabes lo que es.
-Nunca había visto una-se atrevió a decir.
-Imagino que te habrán contado mil historias sobre nosotras. Dime, ¿estás desilusionada?
-No sabría decirle, sólo la he visto a usted, no puedo compararla con las demás.
Zazá rió y al hacerlo movió su mano para echar su cabello hacia atrás. En ese momento sonó de nuevo el tintineo, y en efecto, era un cascabel, el cascabel de Zazá, que siempre llevaba en su muñeca. Rosalba se dio cuenta y se alivió al saber que por fin había resuelto el misterio, aunque hubiera preferido que el cascabel hubiera sido de su gato.
-Ja, eso ha estado muy bien. Dime, ¿sabes qué hacemos las gitanas?
-Mi padre dice que embaucar a la gente.
Zazá apretó sus ojos algo contrariada.
-Eso dice, ¿eh?, ¿y no crees que tu padre generaliza un poquito?-al ver la cara de incomprensión en la niña ante esa pregunta, Zazá se echó en el respaldar de su silla desilusionada-bah, déjalo, tú no lo entiendes.
Se hizo el silencio, un silencio incómodo. Los ojos de Zazá se clavaban en los de Rosalba.
-¿Y usted qué hace?
Zazá pareció alegrarse ante esa pregunta, se incorporó y alzó la voz.
-Yo, hijita, hago lo que muy pocos pueden hacer, yo soy una elegida de los dioses-cada frase la realzaba más como si fuera parte de un repertorio previamente ensayado-yo tengo poderes que me hacen privilegiada entre los mortales, yo soy Zazá, la pitonisa-.Esto último prácticamente lo había gritado
La cara de Rosalba era el vivo retrato de la ignorancia. Zazá se percató y le bajaron rápidamente sus aires de grandeza.
-Soy una adivina, hijita, una adivina.
Los ojos de Rosalba brillaron asombrados
-Ah, ¿quiere decir que puede ver el futuro?
-Eso es-en ese momento Zazá sonrió pensativa para luego reclinarse hacia Rosalba como si le fuera a contar un secreto. Su voz tenía un encanto que la hacía irresistible-¿quieres que te adivine el tuyo?
Los ojos de Rosalba se detuvieron en los de la zíngara. Las dudas circulaban por su cuerpo. Sus dedos se movían nerviosos buscando las teclas del piano por los muslos. Los dientes mordían indecisos a sus indefensos labios.
-¿Qué me dices?-insistió con su voz hechicera.
Rosalba no se pudo resistir.
-Vale.
-Bien-sonrió Zazá y su voz sonó a continuación con la mayor de las sequedades-¿Tienes con qué pagarme?
Rosalba negó con la cabeza. Su rostro era la personificación de la inocencia. Zazá se apoyó en el respaldar contrariada. Al poco volvió a hablar.
-Bueno, qué diablos, te lo haré gratis, me has caído simpática. Además, hoy no me ha ido tan mal en la catedral. Acércate. Anda, ven, acércate, has de estar cerca de la bola.
Rosalba dio unos tímidos pasos hasta que su vientre alcanzó el filo de la mesa.
-Bien-Zazá estaba verdaderamente animada-veamos qué novios tienes por ahí acechándote.
-Soy demasiado joven para tener novio-el tono cortante de Rosalba desconcertó por un momento a la gitana.
-Bueno, pero los tendrás alguna vez, ¿no?, de eso se trata, de ver el futuro, tu futuro. Venga, di tu nombre.
-Rosalba, se lo he dicho hace un momento.
-A la bola, has de decírselo a la bola. Debe saber quién eres.
Rosalba miró algo incrédula a aquella polvorienta esfera de cristal. Zazá la invitó de nuevo con un gesto a que dijera su nombre. Rosalba se inclinó no muy convencida hasta la bola y dijo su nombre. ¿Eran cosas suyas o la bola había desprendido un pequeño brillo? Se reincorporó sin apartar la vista de ella.
-Bien, veamos, qué nos tiene que contar esta pequeña sobre ti-Zazá se acercó a la esfera fijando sus profundos ojos en ella. A Rosalba le impresionaba cuánto brillaban esos ojos negros reflejados en el cristal. Al poco, Zazá sonrió complacida- vaya, vaya.
-¿Qué?-La curiosidad hacía ya acto de presencia en la joven.
-Veo un muchacho, y es bastante apuesto-Rosalba sonrió azorada-y parece que está loquito por ti, ¿quieres que te lo describa?
Rosalba tardó unos pocos segundos en contestar pero cuando lo hizo fue para asentir rápido varias veces con la cabeza. Zazá no pudo evitar sonreír al ver ese gesto.
-Conque demasiado joven, ¿eh?-incluso Zazá había logrado ilusionarse con Rosalba. Volvió a acercar sus ojos al cristal-vamos a ver a este mozalbete.
Pero algo ocurrió. Fuera lo que fuese lo que veía, no debía ser agradable, pues su sonrisa fue desapareciendo, sus ojos se fueron abriendo cada vez más, sus arrugas parecían ensanchar su surco. Todo su rostro se transformó hasta mostrar una auténtica expresión de horror. Rosalba empezó a asustarse. Zazá se echó hacia atrás conmocionada.
-¿Qué?, ¿qué ha visto?-preguntó nerviosa.
La voz de Zazá sonó muy poco tranquilizadora.
-No quieras saberlo.
-¿Qué?¿Qué es?
-No te lo diré. Será mejor que te vayas.
En ese momento la esfera de cristal desprendió un centelleo rojizo, como el de un amanecer de verano. Rosalba se inclinó rápido.
-Quiero verlo.
Pero Zazá fue más veloz. Se abalanzó y cubrió con sus brazos la bola.
-No-gritó-tus ojos son demasiado inocentes para ver esto, y ahora lárgate-al ver que Rosalba seguía ahí de pie, temblando, se levantó amenazante. Su voz parecía querer derrumbar aquella sucia habitación-He dicho que te largues, fuera, vete-Rosalba empezó a dar pequeños pasos hacia atrás al tiempo que caían sus primeras lágrimas. Zazá cogió lo que más tenía a mano y se lo lanzó-vete te digo, desaparece de aquí.
Rosalba pudo esquivar el objeto, pero no el siguiente que le lanzara la gitana. Y corrió, salió despavorida calle abajo entre llantos, miedos y angustias. El pavor le impedía llevar un rumbo fijo, las lágrimas nublaban ya su vista. Hasta que, agotada, se detuvo en una esquina. Su respiración agitada le impedía pensar, razonar, olvidar, pero sobre todo recordar el camino de vuelta. Entonces llegó a sus oídos el sonido del repicar eufórico de las campanas que anunciaban la salida de la Virgen. Y volvió a llorar, pero esta vez su llanto era de esperanza. Guiada por aquel sonido metálico corrió en mil direcciones hasta que por fin alcanzó la plaza. Debía llegar hasta la puerta de la catedral. Pero en su estado, atravesar aquella multitud contra corriente se le aparecía como un objetivo inalcanzable. Al poco de recibir mil empujones de mil direcciones diferentes, al poco de ver cientos de caras extrañas, de oír inacabables jaculatorias, de temblar con los tambores y de ensordecerse con las cornetas se detuvo, no podía más. Pero no era aquella vorágine la única culpable de sus tormentos, el daño mayor venía del centelleo rojizo que desprendiera la bola de cristal, que no podía arrojar de su mente, y de las últimas palabras de Zazá. Los gritos retumbaban en su cabeza haciendo insignificantes los golpes de los tambores. El rostro de horror de la gitana parecía haberse pegado a sus retinas impidiéndole ver cualquier otra cosa. El remordimiento por haber desobedecido a su padre parecía querer atravesarle el corazón. Sus lágrimas, inevitablemente, volvieron a derramarse sin freno, sin obstáculo, al punto de provocar auténticos estertores en su frágil cuerpo. Hasta que notó que alguien la zarandeaba; Zazá la había alcanzado y cogido por los hombros. Ahora decía su nombre, pero en un tono que la confundía, un tono ciertamente masculino, una voz agradablemente familiar que la portó a la realidad transformando el arrugado rostro de la gitana en el de su joven amigo, Julián.
Rosalba se abrazó a él dejando que sus lágrimas continuaran cayendo, pero esta vez eran lágrimas de alivio mezcladas con grandes dosis de arrepentimiento.
-Por favor, Julián, no le digas a mi padre que me has visto llorar. Por favor.
Y Julián nunca se lo dijo.
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Mensaje por 1452 »

¿De qué te ríes? :lol:
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doctorkauffman
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Mensaje por doctorkauffman »

en realidad no me río, pretendía mostrar mi alegría por tu crítica. debí haber puesto estas otras caritas :D :D :D
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1452
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Mensaje por 1452 »

A mí este fragmento me parece más flojo que el que leí ayer.
La parte de la zíngara la encuentro poco convincente.
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doctorkauffman
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Mensaje por doctorkauffman »

jo, pues a mí es la parte de la novela que más me gusta.
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lucia
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Mensaje por lucia »

Lo mas gordo es el final, cuando ves que no se da cuenta de que la hermana no solo no comparte lo que ha hecho, sino que la ha dejado patidifusa.
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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^_SoN|a_^
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Mensaje por ^_SoN|a_^ »

Me ha gustado mucho, ^^. En especial el final también, que da un giro sorprendente al comienzo.

Espero poder leerme pronto el fragmento 2, =).

Felicidades!
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lucia
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Mensaje por lucia »

Es que lo de la zíngara que de pronto ve realmente el futuro y se asusta está un poco manido.
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