El bunker

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Ginazul
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El bunker

Mensaje por Ginazul »

El mar brillaba detrás de las rocas del acantilado. Un viento frio soplaba sin fuerza, como una brisa de invierno. El cielo era azul, nítido, uno de esos días claros y gélidos de diciembre. El olor marino llegaba hasta el olfato de Ana, que se encontraba de pie al lado del bunker. Se conservaba intacto después de tantos años. Ella lo miraba todo. Sus ojos recorrían la arena, el mar el cielo, las rocas, el bunker… las pequeñas gaviotas que no paraban de piar, posadas en las rocas y las madres que se sumergían una y otra vez en el mar buscando alimento. Ana aspiraba el aire, profundamente, hasta llenar sus pulmones, hasta llenar sus recuerdos que poco a poco iban transformándose en imágenes del pasado; ahora tan vivo y tan presente.

Ana, la dulce Ana, la ingenua niña de dieciocho años, preciosa, estaba allí junto a Juan. Dos estudiantes enamorados. El primer amor, el primer estallido del corazón. Poco tiempo atrás se habían conocido en una fiesta de “todos los santos”. Nada más verla, él le había dicho – Tu te llamas “preciosa”. Y los dos se habían reído a base de bien. Compartieron un boniato. Lo degustaron a medias. Después supieron que a ninguno de los dos les gustaba el boniato. Lo saborearon embelesados con los ojos fijos el uno en el otro. Comían el fruto anaranjado de su pasión.

A partir de ahí varios encuentros. El primer beso y la primera escapada a ese bunker mediterraneo, fortaleza antigua de pretéritos combates y que fue testigo de su desfloración. Juan estudiaba “Arquitectura” y Ana “ Bellas artes”. Sueños, deseos a flor de piel, conversaciones y confidencias interminables. Poco a poco se iban dando el uno al otro. Se reconocían, se palpaban, se saboreaban. La inteligencia de Juan la deslumbró. Era polifacético, inquieto, un artista nato, que además pintaba y amaba el arte y la belleza. Bohemio y soñador. Él se enamoró de su sonrisa, de su manera de hablar, de su manera de pintar. Quedó fascinado por su alegría.

Alto, delgado, muy delgado, nariz prominente, piel morena pero cabellos castaños y ojos pardos. –Un feo guapo, -le decían sus amigas-. Ella era pequeña de estatura, frágil y esbelta. Los ojos color de miel y el pelo como el trigo. El arte y las letras eran sus dominios intelectuales. Nunca le habían gustado las matemáticas y admiraba el discurrir mental de Juan.

Vivieron cinco dias de amor en el bunker. El agua, la sal, el ruido de las olas, se mezclaba con su saliva, su sudor y sus éxtasis. Cada porción de su piel era salada. El mínimo contacto les hacía estremecer de placer. Los recuerdos se desgranaban sin parar: el primer orgasmo, los labios húmedos, los dedos que buscaban y exploraban y al final encontraban.

Habían pasado treinta años y Ana sabía que este bunker a prueba de bombas, inmune al tiempo, era la cueva paleolítica que guardaba, aún, las huellas fosilizadas de su sexo.
Durante el día paseaban por el pueblo que tenía un nombre de mar, cogidos de la mano, hablando sin parar y respirando el mundo. Absorbiéndolo sorbo a sorbo, como aquel licor que les gustaba tanto, hecho de naranja y de brandy y que se llamaba “paso a nivel”. Tenían toda la vida por delante. Después la vida les arrolló en una espiral de viento y mareas. Les volteó como un tornado. Después de quince años de vivir juntos, el amor y la pasión se convirtieron en odio y después en indiferencia. Se murió el amor y aparecieron las riñas y la impotencia de luchar contra la ruptura, de querer arreglar lo irreparable.

Ahora, habían pasado quince años de convivencia y quince años de separación. La ruptura representó para Ana una amputación. Como si uno de sus brazos hubiese sido arrancado de cuajo. Dolor y desolación. Después, mucho después, llegó la calma, la paz interior y desapareció el odio. Ambos, por separado se respetaban, sin amarse, sin verse, conservaban el olor y el tacto de su piel. Pasaron otros hombres y mujeres por su vida, pero ningún gran amor.

Ana lloraba en silencio. Tenía la urna apretada entre las manos. Las cenizas de Juan descansarían en el bunker, mezcladas con la arena. Guardarían la fortaleza, el fortín de los amantes. Estaba oscureciendo y apareció, Cesar, su hijo, que esperaba en el coche.

-Mamá, ven, es muy tarde ya.

La abrazó, por detrás, cogiendo sus hombros en un gesto protector. Ana se giró y miró la cara de Cesar, tranquila, joven y bella, como la de Juan en aquella época. Ambos tenían veinte años.

-Sí, (dijo Ana), vámonos que la noche no espera

Se miraron, largamente, en silencio. Una mirada llena de afecto. Lentamente cruzaron las dunas de arena que les separaban del coche. La luz había caído y en el cielo se divisaba la primera estrella.
Última edición por Ginazul el 04 Ene 2009 23:10, editado 1 vez en total.
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Lucin
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Re: EL BUNKER

Mensaje por Lucin »

Un relato tenue como una brisa, frágil en contraste con el armazón del búnker. Me esperaba encontrar con un relato de terror o algo así y me encuentro un ocaso, bello, cargado de recuerdos.
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Ginazul
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Re: El bunker

Mensaje por Ginazul »

Muchas gracias, Lucin, por tu comentario. :D

Me gustan tus palabras:un ocaso, bello, cargado de recuerdos.

Un abrazo
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Juanval2
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Re: El bunker

Mensaje por Juanval2 »

Muy bello tu relato Ginazul, me gusta mucho. Felicidades.
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nosequé
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Re: El bunker

Mensaje por nosequé »

¡¡jo!! :(
¡¡qué triste!!

Un amor de juventud, que la madurez no supo cuidar


:D :D :D
La felicidad es un sillita al sol :-D
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Ginazul
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Re: El bunker

Mensaje por Ginazul »

nosequé escribió:¡¡jo!! :(
¡¡qué triste!!

Un amor de juventud, que la madurez no supo cuidar


:D :D :D
No, nosequé, es más bien al revés: Un amor maduro que la juventud no supo cuidar.
Para mi no es triste. Fue muy hermoso y guardo muy buenos recuerdos. :D
La vida es así y nada dura para siempre. Quedarse con lo mejor que hemos vivido es una manera de enriquecerse. Siempre hay pérdidas. :)

:hola: Besos

Juanval2, me gusta tu comentario y tu forma de decir siempre tan cálida. Gracias.

:hola: Un abrazo
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