Antonio

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joserc
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Antonio

Mensaje por joserc »

ANTONIO
José Cruz


Hoy he visto a Antonio.
Llegué esta mañana al pueblo, después de comerme una caravana de impresión, y nada más aparcar ya empecé a sentirme inquieto. Nos bajamos todos del coche y comencé a descargar maletas de forma automática, con la mente en otro sitio. Sin darme cuenta miré varias veces los cerros cercanos plagados de huertos, siempre en la misma dirección. A mi mujer no le pasó desapercibido y apenas el último paquete tocó el suelo ya estaba mirándome de aquella forma.
– Ya estamos ¿no? Acabamos de llegar y ya tienes que ir a ver a Antonio. Venimos para varios días, no tengas tanta prisa. Hay tiempo para todo.
– ¿Quién ha dicho nada? No empieces…
– Ya, como si no te conociera.
– Joder, pues mira, lo que voy a hacer es sacarme una silla y sentarme aquí a la sombra. Para que veas que no tengo prisa para nada.
Entré dentro, saqué la silla y me senté con toda la calma que pude aparentar. Alcé la vista hacia el perfil de la sierra que se recortaba contra el cielo y curiosamente me recordó Manhattan. El “skyline”, esa palabreja que tanto gusta a los neoyorkinos y de la que tanto presumen, no está aquí formada por líneas rectas que suben y bajan uniformemente ni por los colores planos de los edificios. Aquí es aleatoria, informe, suave, escarpada. La forman los picos, las lomas, los valles, los árboles. Sus colores son claros y oscuros, con manchas de color verde y marrón repartidas sin orden ni concierto, como si en esta parte del mundo Dios hubiera mojado la brocha y repartido la pintura a golpes de muñeca.
Aspiré con fuerza y me llegó el olor dulce de las jaras. Bajaba planeando desde el monte y me relajó como por ensalmo. Cerré los ojos y no pensé en nada durante un buen rato. A pesar de eso, pasados diez minutos, empezó a volver otra vez esa sensación de inquietud, ese pequeño desasosiego tan familiar. Me resistí de nuevo y tomé otra dosis de aquellos maravillosos olores que bajaban del monte. Esta vez el efecto duró un par de minutos. Dándome por vencido me asomé a la puerta y grité.
– Me voy a por el pan.
– Salúdale de mi parte – la voz de mi mujer desde la cocina.
– ¿A quién? ¿al panadero?
– Lo que tú digas. Si Antonio te ofrece tomates cógeselos. Están de muerte en la ensalada.
– Pero si sólo voy a por el pan.
– Ya, bueno… acuérdate de los tomates.
– Eres una listilla ¿sabes? Y me desesperas… estaré de vuelta en quince minutos.
– Vale… los tomates…
Abrí la boca para contestar pero comprendí que sería inútil. Podríamos estar así todo el día. Me dí la vuelta y empecé a bajar la calle en dirección a la panadería de la plaza. Eran apenas cuatro calles y tres vueltas de esquina que podía recorrer con los ojos cerrados así que volví a desconectar mentalmente. Es algo que siempre me ha admirado de este ambiente. En la ciudad, en el trabajo, en el supermercado no puedo andar sin pensar constantemente. Tengo que mirar a los dos lados al cruzar una calle, tengo que buscar aparcamiento, tengo que estar atento a los semáforos, tengo que procurar que no se suelte mi hija de la mano, tengo que tantas cosas... Aquí me limito a andar en piloto automático. Mis pies saben a dónde van en todo momento, saben cuando levantarse y cuando bajar sin tropezar y siempre siguen la dirección correcta. Quizá demasiado bien. Cuando quise darme cuenta había dejado atrás la panadería y subía una cuesta empedrada que conocía a la perfección. «En fin, para qué resistirse».
A mitad de la cuesta llegué a mi objetivo. Una mujer de edad avanzada se afanaba colocando macetas a la puerta de su casa.
– Hola María.
La mujer se giró y me regaló una sonrisa de bienvenida de oreja a oreja.
– Bueno, si que han llegado ustedes pronto este año. ¿Se han adelantado las vacaciones? ¿Cómo están los niños? ¿Y su mujer?
– Bien, todos bien, como siempre ¿Ya anda liada con sus macetas?
Era algo que siempre me había sorprendido. Aquella mujer sacaba todas sus plantas a la calle a diario siempre que lo permitiera el tiempo. Las trasladaba una a una desde el patio interior a la acera de la puerta de su casa. Un día me dio por contarlas: treinta y nueve. Variaban desde el medio kilo de la más ligera hasta los cinco de la más pesada. Cuando llegaba la noche volvía a meterlas dentro con toda paciencia. Cuando le pregunté la razón de todo aquel trabajo me contestó pacientemente como si se lo explicara a un niño pequeño: «Hay que sacarlas que las dé el sol. El patio es muy oscuro y aquí se ponen más alegres ¿No ve Usted cómo crecen de bonitas con esta luz? Además que una tiene así con qué entretenerse». Nunca pude entender qué entretenimiento le faltaba a una mujer de setenta y tres años que cocinaba, limpiaba, llevaba a sus nietos al colegio, les daba de comer, vigilaba sus deberes y entraba veinte veces al día en la casa de su vecina paralítica para atenderla en pequeñas necesidades rutinarias, además de un sinfín de recados y “mandaos” como decía ella.
Allí de pié, junto a su pequeña selva, hablamos durante un rato sobre todas esas pequeñas cosas que llenan una vida: el tiempo caluroso, las enfermedades de los niños, las bodas de sus familiares, los nacimientos, los bautizos, las muertes. Preguntando e interesándose por todas y cada una de las personas que son alguien en mi vida, sin olvidar una, y yo, a mi vez, intentando lo mismo de forma recíproca pasó casi una hora.
Cuando la conversación empezó a languidecer María me miró con una media sonrisa.
– Antonio se fue al huerto temprano. Por allí andará si quiere usted ir a verle.
– Se va acercando la hora de comer. No sé si me dará tiempo.
– Venga, suba que se alegrará mucho de verle.
– Supongo que sí me dará tiempo.
– Claro que sí. Venga, le dejo que tengo que entrar a casa de la vecina a ver qué tal anda hoy la pobre.
Me dio un apretón en el antebrazo y nos separamos. Ella entró en la casa de al lado y yo continué subiendo la cuesta. Cuando llegué a lo alto torcí la esquina y me encaminé a las afueras del pueblo. Dejé atrás las casas y me dirigí a la carretera vieja. Cuando me falta poco para llegar me paré un momento y me senté en una piedra para disfrutar de la vista. Al otro lado empezaba el monte, salpicado aquí y allá por huertos, la mayoría de ellos pequeños, pero con una rica tierra de color negro que hacía brotar cualquier cosa que se plantara. Localicé el de Antonio arriba y a la derecha, a cosa de medio kilómetro. En la distancia pude distinguir una figura familiar que trajinaba entre altos tallos verdes y frutales colocados en línea, como soldados.
Antonio. Una de esas personas, aparentemente normales, aparentemente anónimas, pero que son como piedras en mitad de la corriente. Nada las mueve, nada las afecta y si pierdes pié y te ves arrastrado por el agua te agarras a ellas con la seguridad de que no se moverá.
Mi historia con Antonio empezó de una forma casual, como casi todas las cosas importantes que ocurren en la vida. No las buscas, no sabes que las buscas, no sabes que las necesitas y surgen de la nada. Y te marcan para siempre.



Hace seis años mi vida había entrado en caída libre. Como esos viejos aeroplanos de las películas cuando cogen un picado en barrena y dan vueltas y vueltas sobre si mismos mientras el piloto se agarra a los mandos sin saber qué es lo que está pasando. Solo ve como el cielo y la tierra giran en torno suyo, sin saber cuál está arriba y cuál abajo, hasta que se estrella contra el suelo y explota. Aunque las causas parecían claras no sabría decir qué me llevo a aquella situación. Podría indagar en mi subconsciente hasta encontrarlo pero prefiero no hacerlo. No tengo valor. Puede que porque en el fondo sepa, como todo ser humano, que no debo hacer temblar mis raíces ó el árbol podría venirse abajo.
La crisis empezó casi sin darme cuenta. Un día estaba trabajando en un sitio que me gustaba, haciendo algo que me gustaba, con gente que me gustaba. Al día siguiente algo llamado ERE acababa con diez mil puestos de trabajo y una compañía que se suponía fuerte tiraba abajo una de las columnas que sostenía mi vida y la de muchos. Empezaba entonces un periplo interminable buscando trabajo. Otro día, casi de repente, me daba cuenta que la persona con la que estaba era una extraña. Un comentario que no suena bien abre paso a una pequeña discusión que a su vez llama a los gritos y a las palabras malsonantes, que a su vez acaban en silencio. Un silencio sin fin. Tiempo después alguien muy querido caía en el callejón sin salida de la depresión sin que yo pudiera hacer nada por él. Mis palabras de aliento y consuelo no llegaban a nada, mis intentos por sacarlo de aquel pozo no tenían ningún efecto. Fue como intentar rescatar a alguien que se ahoga cuando no tienes fuerzas para mantenerte a flote tú mismo. Me hundí con él.
Todo junto hizo que me bloqueara totalmente y perdí el rumbo. Dejé de buscar trabajo, dejé de discutir, dejé de ver a esa persona. Estaba totalmente apático. No quería hacer nada, tan sólo dejarme ir, dejarme llevar por el viento. Lo único que permanecía imperturbable en medio del caos, lo único que me hacía fijar la vista era mi hijo; hasta que el fantasma de la separación empezó a volar sobre nuestras cabezas, amenazándonos a todos. Eso fue el punto culminante. Entonces la persona que mejor me conoce, mi madre, tomó los mandos de aquel avión: «Hijo, debes pararte y pensar, y tratar de controlarte. Olvida el dinero, yo me encargaré. Mira… la casa del abuelo en el pueblo está vacía desde hace mucho. Vete solo y olvida todo durante un tiempo. Ya tendrás tiempo de encontrar trabajo. Vamos… no me discutas.»
Sin saber muy bien cómo me vi un día del mes de Abril en la puerta de aquella casita blanca, forcejeando para abrir un cerrojo que llevaba al menos quince años sin abrirse. Cuando conseguí entornar la puerta un soplo de aíre viciado me acarició la cara y puede ver que mi madre no había exagerado nada en cuanto al nivel de abandono. Polvo, suciedad y bichos muertos que ya apenas eran cáscaras por todos lados. El trabajo que supondría acondicionar aquello, limpiando y arreglando muebles, me haría sudar durante cinco semanas como nunca en mi vida. Me establecí en una rutina que no me exigía más decisiones ó preocupaciones que elegir la pared, suelo, mueble, ventana, tejado ó canaleta que iba a arreglar a continuación. Me levantaba cuando amanecía, sin que sonara ningún despertador y sin proponérmelo, y me acostaba cuando tenía sueño. No veía la televisión ni tenía contacto de ningún tipo con el exterior aparte de las llamadas telefónicas cada dos ó tres días a mi hijo y a mi madre. Tan solo trabajaba y no pensaba, esperando que aquel otro yo dentro de mí se tranquilizara y empezara a tomar decisiones.
Cuando empezó a acercarse el final de la reforma busqué algo que me siguiera ejercitando. Si paraba, si descansaba, mi mente podría volver a funcionar y, con seguridad, volvería el caos. Seguía ocupado por las mañanas intentando alargar todo lo posible el trabajo y por las tardes empecé a dar largos paseos por el monte. Escogía las rutas más escarpadas y los caminos más largos. Las torceduras de tobillo y las heridas producidas por las zarzas se convirtieron en una constante. Cojeaba y sangraba sin prestarle mucha atención. Luego dejé de notar dolor. Sólo me concentraba en seguir andando y exigirle a mis piernas más y más.
Cuánto tiempo podría haber continuado así no lo sabré nunca. Seguía trabajando y sudando, andando y sudando, cojeando y sangrando. La corriente me arrastraba con fuerza, me sacudía de un lado a otro y yo apenas hacía nada por salvarme. Entonces encontré una piedra llamada Antonio y me agarré a ella. Eso supuso el cambio.




Una tarde me decidí a subir por una calleja que ascendía monte arriba. Estaba flanqueada por dos paredes de piedra de algo más de un metro de alto, el tipo de construcción corriente en aquella zona. Estaban hechas con losas planas de las llamadas de pizarra, encajadas entre si sin ningún tipo de adobe ó cemento.
Subía la cuesta dejando que el sol me quemara la piel de la cara y los brazos mientras la camiseta, totalmente empapada de sudor, se me pegaba al cuerpo. Al llegar a una pequeña elevación me encontré con otro camino que desembocaba en el mío. Miré en aquella dirección y vi un hombre de edad avanzada que se afanaba colocando piedras en una parte de la pared que se había derruido. Continué avanzando cuesta arriba y no había andado diez pasos cuando, sin saber por qué, me dí la vuelta, bajé y cogí aquel camino.
Cuando llegué a la altura del hombre se incorporó con esfuerzo. Era más bajo que yo y de complexión delgada. Vestía unos pantalones de pana y una camisa blanca. Una gorra, también de pana, de las típicas que había visto a casi todos los hombres mayores del pueblo, le daba sombra a los ojos.
– Buenos días.
– Buenos días nos dé Dios. ¿Dando un paseo por estos campos?
– Iba subiendo por la cuesta y he visto que está reparando la pared. ¿Le echo una mano?
El viejo me miró de arriba abajo.
– Nunca viene mal una ayuda. Pero ya ha sudado usted lo suyo hoy.
Observé con cierta envidia que a pesar de estar levantando piedras a pleno sol apenas unas gotas de sudor mojaban su frente.
– Es igual – me agaché y cogí una las piedras grandes para ponerla sobre la pared.
– Espere, yo le digo cuál tiene que coger y dónde ponerla… esa de ahí… aquí.
Levanté la que me indicaba y la coloqué. El se aproximó y con unos cuantos golpes de maza la encajó.
– ¿No se caerán de nuevo? – pregunté.
– Estas paredes llevan aquí desde antes que naciera yo. Si las ponemos bien aguantarán otros cien años.
Levanté una segunda piedra y la coloqué siguiendo sus instrucciones. De nuevo unos ajustes con la maza y encajó a la perfección. Sin más conversación fuimos reconstruyendo la pared pacientemente, él como arquitecto, yo como mano de obra barata. De vez en cuando se paraba y observaba todo el conjunto.
– Un momento – decía y daba varios golpes de maza en distintos puntos de la pared. Las piedras crujían y protestaban pero al final se asentaban como viejos gruñones.
Por fin puse la última piedra y suspiré. Me dí cuenta que el esfuerzo había sido tremendo y mi espalda me lo recordó con punzadas de dolor.
Antonio me miraba con fijeza.
– Parece que tuviera usted más prisa por arreglar la pared que yo.
Miré hacia su huerto sin contestarle.
– ¿Puede darme un poco de agua?
– Venga, le daré agua y comerá algo.
– Con el agua me bastará, no se moleste.
Se volvió y echó a andar siguiendo la pared hasta una puerta que había en la misma, le seguí y entré en su huerto. Estaba formado por árboles frutales y varios trozos de tierra arados en los que crecían plantas que entonces no supe distinguir. La sombra de los frutales y el frescor que emanaba de la tierra regada hacía bajar unos grados la temperatura con lo que el alivio del calor fue inmediato. Se dirigió a un pozo de forma cuadrada que apenas levantaba un metro del suelo. Dejó caer un cubo atado a una cuerda y una vez lleno lo levantó hasta ponerlo en el mismo borde. Sacó dos tazas metálicas de algún sitio, las llenó hasta arriba y me ofreció una.
– Gracias – y de un trago la vacié. Sabía a gloria. Volví a llenarla del cubo y bebí más despacio.
Antonio me miraba atentamente. En aquella sombra agradable sus ojos ya no estaban entrecerrados por la luz del sol y pude notar la intensidad de su mirada. Años después mucha gente del pueblo me comentaría cómo muchas peleas se habían parado sólo con que Antonio se metiera por medio y fijara sus ojos de color claro en los de los contendientes al mismo tiempo que les hablaba. Transmitían dureza y decisión, aunque también algo bueno, comprensible, algo que te hacía confiar en él de forma inmediata.
Se sentó con parsimonia en el tocón de un árbol y me hizo señas para que arrimara un viejo taburete de madera. Se volvió y buscó en un zurrón de cuero una bolsa de plástico. La abrió y sacó un trozo de queso de olor penetrante y media barra de pan. Una navaja apareció como por ensalmo en su mano y cortó una gruesa loncha. Me la alargó junto con un trozo de pan.
– Tome usted.
– No, gracias, de verdad – sin mucha convicción.
– Venga, que el trabajo da hambre.
Tomé el queso y el pan de sus manos grandes y callosas. Me fijé que contrastaban enormemente con el resto de su cuerpo delgado. Comimos en silencio durante un rato.
– Está muy bonito su huerto. Lo tiene muy bien organizado.
– Llevo ya unos años jubilado y esto no es más que entretenimiento. Lo que son las cosas... antes se tenía el huerto para poder comer y ahora para pasar el tiempo.
Hablamos durante largo rato sobre nimiedades y por fin me levanté.
– Bueno, me voy ya que oscurecerá dentro de poco. Gracias por el queso. Estaba muy bueno.
– Gracias por la ayuda. Uno ya no está para estos esfuerzos. La pared esperaba de hace mucho que la arreglara y mis hijos todavía tardarán en poder venir.
– ¿Viven en el pueblo?
– Solo mi hija, la mayor. Los chicos trabajan en la capital. Uno es contable y el otro tiene una ferretería pero vienen en verano de vacaciones y me ayudan aquí arriba. Mi yerno bastante tiene con lo suyo.
– De acuerdo. Nos vemos otro día.
– Vaya usted con Dios.
Salí y emprendí el camino de vuelta a medida que el sol iba ocultándose.
La tarde siguiente y sin saber muy bien por qué me encontré de nuevo andando por aquel camino que llevaba al huerto de Antonio. Para mi sorpresa la pared arreglada seguía en pié. Me paré y golpeé con el pié pero las piedras no se movieron ni un milímetro.
– ¿Quiere usted tirarla y volver a levantarla?
La voz provenía de una de las hileras de plantas.
– Parece mentira que esto se mantenga en pié sin cemento ni nada – contesté.
– Sólo es saber poner las piedras. ¿Hoy también busca trabajo?
– Pasaba por aquí pero si necesita alguna cosa tengo mucho tiempo libre.
– Eso no es bueno para un hombre. Entre... – me dijo mientras me hacía una señal con la mano.
Aquella tarde quité las malas hierbas que crecían por todos lados y cavé unos veinte metros cuadrados de tierra con un azadón. Al terminar se repitió la escena del día anterior: nos sentamos, sacó el pan y el queso y comimos en silencio.
– En realidad he vuelto por el queso. Es cojonudo.
– Ya veo que le gusta. El queso de cabra bien hecho gusta a cualq… – se interrumpió en mitad de la frase.
Levanté la vista y me dí cuenta que miraba fijamente a un urraca posada sobre el espantapájaros. Sin apartar los ojos y con movimientos lentos y calculados metió la mano en el zurrón y sacó un tirachinas que obviamente había hecho él mismo. Cogió una piedra del suelo y la calzó en el tirador. Estiró la goma hasta parecer que iba a romperse y sin previo aviso el proyectil salió disparado con una fuerza que me sorprendió. La piedra golpeó a la urraca en plena cabeza y el pájaro cayó muerto, probablemente sin que supiera qué le había pasado. Como si no nada siguió comiendo el pan y el queso.
– Le decía que el queso de cabra bueno es …
– Le ha acertado en plena cabeza desde aquí – exclamé con los ojos abiertos como platos.
– Ya bueno… es un tiro fácil.
– ¿Fácil? Estamos a doce ó catorce metros por lo menos. Y eso es un tirachinas. Y la cabeza del pájaro es muy pequeña. Y…
– No es para tanto.
– Joder. Eso es puntería. No me diga que no.
Levantó la cabeza y fijó la mirada en un punto lejano. Permaneció por unos segundos pensando en quién sabe qué y volvió a lo que estaba haciendo. Luego pronunció unas palabras que supusieron un punto de inflexión en mi vida. El cambio de rumbo empezó entonces aunque yo en ese momento no pudiera saberlo ni fuera consciente de ello.
– Podría contarle algo que pasó hace mucho. Aquel día sí que fue un gran tiro.-> El cazador
– ¿Mejor que eso que acaba de hacer? No me lo creo.
Entonces empezó a hablar. Las palabras fluyeron y me vi transportado a un mundo que había existido hacía mucho. Un mundo de supervivencia, de pobreza, de campo, de caza, de pesca y sobre todo y por encima de todo de mucho trabajo. No puedo decir que fuera un gran narrador ni tampoco que no supiera hablar. Quizá es que abrió una puerta dentro de mí que yo no sabía que existía y que captaba todos los sonidos, los colores y sabores a través de sus palabras. Cuando terminó me dí cuenta que apenas había probado mi comida.
– Vaya, es increíble – las palabras salieron de mi boca pero en realidad era un pensamiento en voz alta.
– Esas cosas pasaban entonces – no había acritud en el tono de su voz.
Terminamos de comer y me despedí de él. No dijimos nada pero ambos sabíamos que volveríamos a vernos al día siguiente.
Por alguna razón desconocida aquella noche tardé mucho tiempo en coger el sueño. No dejaba de ver en mi mente una y otra vez todo lo que me había contado. Las escenas se reproducían delante de mis ojos como si hubiera estado presente allí mismo, en aquel pueblo, cincuenta años antes.
A la mañana siguiente me levanté más tarde de lo habitual por primera vez en mucho tiempo y después del desayuno ataqué el marco de una ventana que tenía que desclavar. Durante toda la mañana mi mente estuvo volando aunque ahora no era de forma caótica. Los problemas habían quedado aparcados de momento. A media tarde me encaminé de nuevo al huerto de Antonio.
Nada más verme me puso un hacha pequeña en las manos y me dirigió a uno de los frutales que tenía apoyada una escalera. Me explicó cómo buscar las ramas muertas y cortarlas advirtiéndome que tuviera cuidado y respetara las que estaban sanas. Me equivoqué unas cuantas veces al principio pero acabé por quitar todo el ramaje muerto de aquel árbol y otros dos más. Junté todas las ramas caídas y las puse en un rincón dónde ya había otras.
– Servirán de leña este invierno – me dijo.
Llegó el momento del descanso y la comida y nos sentamos igual que los dos días anteriores. Él sobre el tocón del árbol, yo sentado en el viejo taburete de madera.
– Aquello que me contó ayer me dejó alucinado.
– Las historias de hace años. Es lo que nos queda a los viejos. A nadie le gusta oírlas ya.
– Yo no lo creo. Estuve pensando esta mañana en ello.
– No hay mucho que pensar a estas alturas. Lo pasado, pasado está. Nicht zurück zu sehen.
– ¿Eso es alemán? – pregunté extrañado.
– Lo es... es lo que nos decían cuando llegábamos a Alemania. -> Cosa de hombres
– ¿Alemania?
Suspiró, dejó a un lado el zurrón y apoyó los codos en las rodillas. Permaneció en silencio unos momentos como si estuviera ordenando ideas y luego empezó a hablar. El relato empezó y se fue dibujando antes mis ojos. Pude ver miserias, lágrimas, miedos, valentía y un largo sufrimiento. Decenas de preguntas acudían a mi mente pero no las dejé escapar para que no rompieran el hechizo de aquel momento. Cuando terminó fue como si se apagara la pantalla con un fundido en negro y después se leyera FIN. Aquella noche me pasó lo mismo que la anterior; mi mente bullía de actividad y el sueño se negaba a acudir.
Al día siguiente volví con Antonio y poco a poco se estableció una rutina. Yo acudía por la tarde, trabajaba, comíamos y después surgía una historia. Por la noche revivía cada palabra hasta que me vencía el sueño de madrugada. Pasaron los días y una idea empezó a materializarse en mi cabeza. Siguiendo un impulso una mañana saqué del armario una mochila que había arrinconado el día de mi llegada. Dentro iba el portátil que había estado a punto de dejar en casa. Lo enchufé y después de encenderlo abrí el procesador de textos. Observé la página en blanco pensativo y de repente mis dedos empezaron a recorrer el teclado. Nunca antes había escrito otra cosa que correos de empresa ó breves notas informativas pero las líneas empezaron a surgir. A medida que golpeaba las teclas empecé a notar un alivio en algún sitio dentro de mi pecho. Un río de angustia empezó a fluir y fue descargándose a través de mis dedos, resbaló por encima del teclado y fue a parar al suelo. Luego se escurrió sobre las baldosas y empezó a desaparecer poco a poco.
Cuando terminé me dolía la cabeza terriblemente pero había descubierto la puerta que me liberaba, la que dejaba salir la amargura y el desaliento. Observé las páginas escritas. No sabía si estaban bien redactadas, si el estilo era malo ó si conseguían transmitir todo lo que había en mi cabeza pero de algo estaba seguro: el caos que había empezado a desaparecer en el huerto de Antonio aceleraba su partida.
Por la tarde se lo conté a Antonio y le pedí permiso para poder escribir todo aquello que me contaba. «Sólo son historias de viejo. Haga lo que quiera con ellas» me respondió y siguió plantando tomateras en aquella tierra negra.
Poco a poco mi mente empezó a funcionar de forma normal y la cordura empezó a asentarse de nuevo. Antonio utilizaba sus historias tal y como había usado la maza para asentar las piedras en la pared derruida. Golpe a golpe fue encajando las piezas de mi alma hasta que me sentí entero de nuevo. Escribirlas, por otra parte, suponía abrir el grifo y soltar toda la presión acumulada.
Un día cogí el teléfono y llamé a mi mujer. Hablamos largo y tendido. Al día siguiente volví a llamarla y hablamos otra vez. Tres semanas después volvía a mi casa y cuando había pasado un mes estaba trabajando de nuevo. Desde entonces volvimos al pueblo muchas veces, prácticamente cada vez que tenía días libres, y en cada ocasión volvía a subir a aquel huerto. Antonio me recibía como si me hubiera visto el día anterior y todo volvía a repetirse.




Volví a la realidad, al día de hoy y miré hacia el monte desde la piedra donde estaba sentado. Me levanté, crucé la carretera y emprendí el camino ascendente como había hecho cientos de veces. Cuando llegué me apoyé encima de la pared de piedra y observé cómo Antonio se atareaba recolectando tomates y poniéndolos en una cesta.
– Dice mi mujer que tengo que llevarle unos cuantos – voceé.
– Pues como no entre y los recoja usted mismo…
Sonreí y traspasé el pórtico de piedra. Cogí otra cesta, me agaché entre las tomateras y empecé a trabajar. Hora y media después nos sentamos a la sombra, cada uno en su sitio acostumbrado, rajamos varios de los tomates y les añadimos sal. Nos los comimos en silencio, disfrutando de los sonidos del campo, hasta que Antonio me señaló con un ademán de cabeza.
– ¿Cómo va todo?
– Bien, ahí andamos, peleando.
– ¿La mujer y los niños?
– Todos bien.
Asintió con la cabeza, cerró la navaja y la guardó en el zurrón.
Repasé mentalmente lo que iba a decirle a continuación.
– ¿Recuerda que le dije que presentaría una de sus historias a un concurso?
– ¿Ya lo ha hecho?
– Sí.
– ¿Y qué, como fue?
– Ganamos.
Levantó la vista y me miró un poco sorprendido.
– ¿Ah sí?
– Sí.
– ¿Y qué es lo que ganamos?
Me esperaba la pregunta con ansia, sobre todo para poder ver su reacción.
– En realidad nada. Sólo que lo pueda leer más gente. Lo van a publicar. No cobramos nada.
Miró el suelo pensativo.
– Así debe ser. Es bueno que se sepan estas cosas. Si no acabarán olvidándose. Sólo son…
– … historias de viejo – dije acabando su frase.
– Eso son.
Sabía que me respondería eso y me sentí enormemente orgulloso de que aquel viejo fuera mi amigo. Nunca le había visto emocionarse pero puede distinguir un centelleo en sus ojos. ¿Una lágrima?. Quizá solo fue imaginación mía. Carraspeó y se levantó con ligereza para un hombre de su edad. Llenó un par de tazas metálicas con agua del pozo y me alargó una de ellas. Bebió lentamente y levantando la taza vacía señaló un punto del pueblo cercano.
– ¿Ve usted la tapia del cementerio?
Me volví y miré.
– La veo.
– ¿Ve aquella parte que tiene un color diferente?
Entrecerré los ojos.
– Sí, aquella del final.
Bajó la voz haciéndola más grave.
– Es así porque la cubrieron de yeso hace años… para tapar los disparos.
Volví a mirarle sorprendido.
– ¿Disparos?
Asintió con convicción y empezó a hablar con aquella manera pausada, lenta, como si el tiempo no nos persiguiera para darnos alcance. Apoyé los codos en las rodillas y me dispuse a escuchar como cientos de veces antes.
Última edición por joserc el 16 Mar 2012 20:32, editado 1 vez en total.
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Re: Antonio

Mensaje por nosequé »

Historias de viejos, tiernas y entrañables.
Historias de amigos imposibles y a la vez maravillosos.
Muchas veces un extraño, saca de dentro de nosotros lo que no sabemos que tenemos.
Una historia bonita.

:D :D :D :D
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Re: Antonio

Mensaje por joserc »

nosequé escribió:Historias de viejos, tiernas y entrañables.
Historias de amigos imposibles y a la vez maravillosos.
Muchas veces un extraño, saca de dentro de nosotros lo que no sabemos que tenemos.
Una historia bonita.

:D :D :D :D


Me alegro que te guste. Gracias por leer todo el tocho.
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Re: Antonio

Mensaje por Cronopio77 »

Me ha dejado un poco frío. Tengo la sensación de que se me hurta lo más interesante del relato: las historias de Antonio. Al lector no le queda más remedio que creerse las impresiones del protagonista, pues no puede juzgar por sí mismo por qué estas historias son tan interesantes y por qué marcan al protagonista de una forma tan extraordinaria.
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Re: Antonio

Mensaje por joserc »

Cronopio77 escribió:Me ha dejado un poco frío. Tengo la sensación de que se me hurta lo más interesante del relato: las historias de Antonio. Al lector no le queda más remedio que creerse las impresiones del protagonista, pues no puede juzgar por sí mismo por qué estas historias son tan interesantes y por qué marcan al protagonista de una forma tan extraordinaria.
Añadidos enlaces para leerlas.
Última edición por joserc el 16 Mar 2012 20:34, editado 1 vez en total.
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Re: Antonio

Mensaje por nosequé »

Genial, en cuando tenga un rato los leo


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Re: Antonio

Mensaje por Cronopio77 »

joserc escribió:
Cronopio77 escribió:Me ha dejado un poco frío. Tengo la sensación de que se me hurta lo más interesante del relato: las historias de Antonio. Al lector no le queda más remedio que creerse las impresiones del protagonista, pues no puede juzgar por sí mismo por qué estas historias son tan interesantes y por qué marcan al protagonista de una forma tan extraordinaria.
Te daré dos pistas :


"– No hay mucho que pensar a estas alturas. Lo pasado, pasado está. Nicht zurück zu sehen.
– ¿Eso es alemán? – pregunté extrañado.
– Lo es... es lo que nos decían cuando llegábamos a Alemania.
– ¿Alemania?"


viewtopic.php?f=36&t=33672
Sí, pero no. Me explico.

Creo que un relato ha de ser cerrado, de forma que el lector no tenga que conocer otras obras del autor para comprenderlo. En una novela, o en un libro en el que todos los relatos estén vinculados, es lógico referir al lector a otros capítulos; en un relato que se presenta por separado, no.

En este caso, conocía el relato que presentaste al concurso, pero no el otro. El primero me gustó, más que por la historia en sí --una de tantas sobre la emigración española-- por la fuerza evocadora que tienen algunos de sus pasajes; en particular, la escena de la parada del autobús me pareció muy visual. De hecho, no entendí el relato como el comienzo de algo más largo, sino como una especie de fotografía literaria en la que se muestra un fragmento muy concreto de la vida del protagonista y, también, de la historia de España. Por eso, aunque el lector se queda sin saber qué será del protagonista en Alemania, me pareció una trama cerrada; el lector "ve" los sentimientos que produce ese brusco cambio en la vida del protagonista y de su familia, y, en mi opinión, eso es más que suficiente para escribir buena literatura.

En Antonio, por el contrario, el lector no "ve" nada. Antes bien, se encuentra con que una persona --Antonio-- que no muestra ninguna característica excepcional le cambia la vida al protagonista sin que quede claro por qué. Por eso, la fuerza visual que brillaba en Cosas de hombres está completamente ausente de este relato, y por eso yo, como un lector cualquiera, no comprendo por qué al protagonista le llegan tan adentro las historias de Antonio.

Espero no haber sido demasiado duro (algunas de mis críticas han cobrado cierta fama en el foro, y creo que no necesariamente para bien :? ). Soy consciente de que tengo una visión un poco peculiar sobre la literatura y que a veces argumento muy rígidamente en función de ella.

Un saludo. Espero seguir leyéndote :wink:
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nosequé
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Re: Antonio

Mensaje por nosequé »

Bonito relato, Cosa de hombres. Son historias intimistas, nos hablan de sentimientos y sensaciones.
Me ha gustado.
Soy un poco vaga para leer relatos en el foro y no lo había leído. :D

Crono, un relato o novela, puede ser cerrado o abierto.
En muchas historias nos dejan hilos sin rematar.
Antonio no quiere cambiar la vida de nadie, es solamente un contador de historias.
Creo que es lo importante.
Las historias dan igual, nos deja espacio para imaginar nuestras propias historias.
Alguien al que su vida le había dado un manotazo y andaba perdido, encuentra a alguien que esta ahí, colocando un muro de piedra y comiendo pan y queso.
No necesita nada más.
Contador de historias, ni más ni menos.
:60: :D
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joserc
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Re: Antonio

Mensaje por joserc »

Sí, pero no. Me explico.

Creo que un relato ha de ser cerrado, de forma que el lector no tenga que conocer otras obras del autor para comprenderlo. En una novela, o en un libro en el que todos los relatos estén vinculados, es lógico referir al lector a otros capítulos; en un relato que se presenta por separado, no.

En este caso, conocía el relato que presentaste al concurso, pero no el otro. El primero me gustó, más que por la historia en sí --una de tantas sobre la emigración española-- por la fuerza evocadora que tienen algunos de sus pasajes; en particular, la escena de la parada del autobús me pareció muy visual. De hecho, no entendí el relato como el comienzo de algo más largo, sino como una especie de fotografía literaria en la que se muestra un fragmento muy concreto de la vida del protagonista y, también, de la historia de España. Por eso, aunque el lector se queda sin saber qué será del protagonista en Alemania, me pareció una trama cerrada; el lector "ve" los sentimientos que produce ese brusco cambio en la vida del protagonista y de su familia, y, en mi opinión, eso es más que suficiente para escribir buena literatura.

En Antonio, por el contrario, el lector no "ve" nada. Antes bien, se encuentra con que una persona --Antonio-- que no muestra ninguna característica excepcional le cambia la vida al protagonista sin que quede claro por qué. Por eso, la fuerza visual que brillaba en Cosas de hombres está completamente ausente de este relato, y por eso yo, como un lector cualquiera, no comprendo por qué al protagonista le llegan tan adentro las historias de Antonio.

Espero no haber sido demasiado duro (algunas de mis críticas han cobrado cierta fama en el foro, y creo que no necesariamente para bien :? ). Soy consciente de que tengo una visión un poco peculiar sobre la literatura y que a veces argumento muy rígidamente en función de ella.

Un saludo. Espero seguir leyéndote :wink:

Cronopio77, bueno lo de que no se refieran a otros relatos ó historias que no estén en la propia novela... tienes el ejemplo de La Historia Interminable. No recuerdo cuántas veces dice aquello de "... pero esa es otra historia y debe ser contada en otro momento..." ó algo así. Creo que es otro recurso que puede ó no gustarte. Lógicamente lo ves menos adecuado aquí porque a fin de cuentas lo que yo escribo lo conoce muy poca gente.

Cosa de Hombres es una fotografía, totalmente de acuerdo contigo, pero como todo relato en esta vida no deja de ser un trozo de la historia de alguien que tiene un antes y un después. Incluso aunque hiciéramos un relato sobre una persona desde el mismo momento que nace hasta el que muere sigue habiendo una historia precedente (unos padres que le concibieron) y una posterior (hijos, nietos, personas sobre las que influyo). Ese relato en concreto no es el comienzo de algo, como bien dices, sino un momento importante de su existencia.

Lo de que no veas por qué le influyen las historias de Antonio... bueno, mi objetivo es que sí lo veas, lógicamente. Si contigo ó con más gente no lo consigo tendré que revisarlo y conseguir más opiniones. De hecho, el relato que sí te gusta hay mucha gente que lo considera muy aburrido. También puedo cambiar de registro y escribir algo totalmente distinto para llegar a otro tipo de lector cómo aquí viewtopic.php?f=20&t=36165
Este relato, por ejemplo había lectores que les producía rechazo aunque también otros que les encantó. Pues eso, visiones particulares, gustos, como lo quieras llamar.

No te preocupes por ser duro, por lo menos conmigo. Tú visión peculiar sobre literatura (no acabo de relacionar esta palabra con lo que yo escribo) me ayuda, bien por qué me obligas a ver lo que hay erróneo, bien por qué tengo que defender un punto de vista. De verdad que se agradece.

Saludos y yo también seguiré leyéndote :mrgreen:
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joserc
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Re: Antonio

Mensaje por joserc »

nosequé escribió:Bonito relato, Cosa de hombres. Son historias intimistas, nos hablan de sentimientos y sensaciones.
Me ha gustado.
Soy un poco vaga para leer relatos en el foro y no lo había leído. :D

Crono, un relato o novela, puede ser cerrado o abierto.
En muchas historias nos dejan hilos sin rematar.
Antonio no quiere cambiar la vida de nadie, es solamente un contador de historias.
Creo que es lo importante.
Las historias dan igual, nos deja espacio para imaginar nuestras propias historias.
Alguien al que su vida le había dado un manotazo y andaba perdido, encuentra a alguien que esta ahí, colocando un muro de piedra y comiendo pan y queso.
No necesita nada más.
Contador de historias, ni más ni menos.
:60: :D

Eso es justo lo que quería transmitir: un contador de historias pero ante todo una persona muy sencilla. Me alegra haberte llegado.

Saludos.
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nosequé
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Re: Antonio

Mensaje por nosequé »

La caza no me gusta nada y los señoritos menos.
Todavía sigue pasando.
Mantienes el mismo tono discreto y pausado de los otros cuentos.
Parece que no pasa nada y en realidad es eso, una rutina, un paso lento del día a día.
Me ha gustado menos que los otros, pero es muy agradable de leer

:D :D
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lucia
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Re: Antonio

Mensaje por lucia »

Me pasa como a Cronopio, que me he quedado con ganas de mas historias :D

Y como de costumbre, en su justa medida de ternura e intimismo sin llegar a hurtar la dureza con que nos puede tratar la vida.

¿Nos contarás la historia de la tumba del cementerio? :mrgreen:
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Re: Antonio

Mensaje por luisoroverde »

Me ha parecido bien el relato y también su final.
Te felicito.
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al_bertini
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Re: Antonio

Mensaje por al_bertini »

Me ha gustado, muy correcto y evocando esa imagen de la gente de los pueblos que todos hemos conocido alguna vez. Pero también me pasa como a Cronopio, me da la impresión de que un poco más de información sobre aquellas historias habría redondeado más el relato.
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Re: Antonio

Mensaje por joserc »

nosequé:
El Cazador pudo ser el primero ó segundo relato que escribí hace ya algunos años. Si lo hiciera ahora cambiaría muchas cosas y sería diferente en la forma aunque no en el fondo. Cuando lo releo ahora veo todas sus carencias aún así entonces ganó un pequeño concurso.

Lucia:
Quién sabe, quizá algún día la ponga. Desde luego está escrita en borrador.

Luisoroverde:
Gracias por leerlo. Me alegro que te haya gustado. Te invito a que leas otros que tengo por ahí.

al_bertini:
Cuando dices "un poco más de información sobre aquellas historias" te refieres a que te hubiera gustado verlas escritas en el mismo relato y no sólo una referencia? ó que esa referencia debería ser más extensa?


Gracias a todos por leerlo.
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