Bladecroft, aún confundida, atrapó un segundo y lo hizo eterno. Mientras se hundía en la oscuridad cerró los ojos. Aquel pequeño batir movió la partículas que empujaron y tensaron los finos hilos del destino. Nada estaba aún definido.
—Despierta… despierta, ¡Mírame! que si lo haces no podré volver a olvidar.
La esperanza, en la mente de Thomas, se alejaba, se perdía, caía lento, caía muerta.
—¿Volverás?, ¿volverías? Cuando era niño tuve un sueño… Todo cambiaría, mi alma se alzaría y la tuya me besaría. Ya no recuerdo cómo termina, es curioso… ¿quieres que te lo cuente?
En sus ojos se leían los infalibles versos de la injusta impotencia y de la felicidad extraviada. Quizás, y a pesar de todo, no lo lograría...
—¡Reacciona! ¡No me dejes, despierta! Si es preciso, de ahora en mas golpearé incansable las puertas de tu olvido. Cual tenaz susurro intemporal, exploraré los laberintos de la existencia en busca del recuerdo…
Y ya no os puedo contar más. Pues arruinaría el desenlace. |