Cartas desde la nada (relato)

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Vientoo
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Cartas desde la nada (relato)

Mensaje por Vientoo »

Cartas desde la nada
Cantaban las chicharras, y un sol inclemente doraba las paredes de las casas. En aquel pueblo blanco de la sierra de Andalucía, las calles estaban vacías; nadie osaba estar a las cinco de la tarde en medio de la calina. Sólo él.
Y él, no apartaba ninguno de sus ojos bizcos y grises de la ventana. Estos, se demoraban en cada línea de su anatomía, cada curva, cada gesto lleno de sensualidad. En la heladería “Las fresas”, ella, ordenaba su mata de pelo morena entremetiendo los dedos. Se creía sola. Pero él, no paraba de observarla.

Sentada en un taburete, la “Chelo”, lamía un helado multicolor que se derretía gota a gota por sus comisuras. Él, boquiabierto y embobado a varios metros de distancia, hasta podía oler el perfume de aquella maravilla.

El canto de un gorrión le despabiló. Juan Cabeza, alias “el bizco”, olvidó de tanto soñarla, que estaba postrado en una silla de ruedas. Braceó esta con apatía. Enfrente una empinada cuesta, como su vida. Comenzó a bracear. A cada brazada una gota de sudor nacía en su frente. Tenía que llegar al final de aquella maldita cuesta, tenía que llegar, ¡llegar…!
Unos chavales apostados en una esquina le lanzaron aceitunas., mientras le gritaban: ¡bizco, bizco!. Él, rechinó sus dientes. ¡Cómo los odiaba! toda la vida en aquel maldito pueblo los había sufrido, a ellos que lo tenían todo, mientras él… él, ¡nada!

Tras no poco esfuerzo llegó arriba. Jadeaba y sudaba abundantemente. Se secó con la manga de su camisa blanca, y volvió el rostro hacia abajo. Vio a la “Chelo” alejarse caminando con aquellas piernas infinitas, como sus sueños. De puro deseo se mordió los labios.

Ladeó el rostro y miró la gran puerta de cuarterones oscuros que tenía en frente. Le recordó la piel de los ataúdes. Golpeó con sus nudillos la madera fría: toc, toc. El sonido seco se hizo eco en el silencio de aquella tarde de fuego. Un cuervo que no podía ver, graznó.
Como siempre en su vida, nadie atendía su llamada.
Volvió a llamar. Rechinaron unos goznes. Asustado dio marcha atrás. Lentamente se abrió la puerta. Unas pupilas oscuras, pequeñísimas e incisivas le escrutaron desde arriba. En aquel rostro blanco y frío, aquella boca menuda preguntaba con altivez:

- ¿Qué quieres?
- Vengo a leer unas cartas – respondió titubeante.
- ¿Eres tú? – afirmó ella con sorpresa - Soy el ama Luisa. Pasa – expuso ella sin mostrar emoción
- Ella te espera al fondo.

Braceó suavemente su silla y se introdujo en el largo pasillo de losas de mármol blanco. Mientras miraba a aquellos techos altos de madera, percibió el tufo a cerrado. Le produjeron extrañeza los cuadros de aquellos seres grises y distantes en el tiempo. Concluyó que la alegría, difícilmente había vivido en aquella casa.
Al final del pasillo, un ventilador mecía una cortina que hacía de puerta. El “Bizco” se acercó. La apartó despacio. Estaba frente a la ventana, sentada en una mecedora de pino balanceándose con un vaivén mecánico. Aquella joven miraba a la nada. En el regazo de su vestido con flores negras y blancas desvaídas reposaban unas cartas.

- Pasa¬- dijeron sus palabras sin emoción. Él, braceó suavemente su silla y se aproximó. Ella, la señorita Manuela, así la conocían en el pueblo, extendió las cartas en una mesita cercana sin apartar su vista de la ventana. Él, la observó con detenimiento:
Era el bicho más raro que jamás hubiese podido imaginar. “¿cómo podía existir una mujer tan horrible?” Desprendía un extraño perfume. No pudo soportarlo: estornudó. Tampoco entendió cómo ni su pelo negro y ondulado; ni su vestido de flores se movían ante tanto vaivén. Todo era demasiado raro en aquella casa.
- Son cartas de él. Sabía que me escribiría – asintió ella.

El “Bizco” tomó una y la abrió con cuidado. Como bien le advirtieron estaba escrita en ruso, pero… “¿de quién recibía cartas románticas una mujer tan fea?” Él “Bizco”, comenzó a traducir y a leer:
“Querida Manuela. Te escribo desde la distancia. ¡Si supieses que aunque coincidimos tan poco tiempo te extraño! Acá, en la residencia de verano, los rostros son blancos, descoloridos, parecen enfermos… En cambio tú, mi española de mejillas morenas, sonreías tanto...”
****
En la cocina sus ojos pequeñísimos e incisivos, observaban aquellos trozos de verdura finamente picada con el cebollero. Le sorprendía no escuchar el sonido rítmico de la mecedora. Sigilosa recorrió de puntillas el pasillo. Le escuchó leyendo y a su niña con la boca abierta. Se sintió complacida al verla feliz. El plan empezaba a funcionar.
****
Aquella tarde, “el Bizco”, al abandonar la casa grande del final de la calle, se sintió especial. Algo que no había pasado en ninguno de los días de su tortuosa vida, había ocurrido: “su voz emocionaba”.
Al anochecer, pensando en aquello. dio vueltas y vueltas sin poder dormir. Recordó las palabras de la única persona que le quiso en su dura vida, su madre: “Todos tenemos algo especial oculto en nuestro corazón. Sólo hay que perseverar y aparecerá“

***
Cada miércoles al atardecer, el “Bizco”, visitaba la casa de la señorita Manuela. Allí, leía las cartas.
“Imagino aquellas manos morenas cuando mesaban tu pelo, y el tiempo parecía de hermoso quererse demorar.”
-Sigue leyendo – exigió la señorita Manuela - Tu voz lo trae a mi vera – pidió una vez, otra, y otra más. El “Bizco” accedía siempre, mas aquella tarde se apercibió de algo. Mientras leía, ella lentamente había comenzado a deslizar los dedos por sus mejillas; después, delicadamente, acarició con las yemas sus labios llenos de carmín…
Aquella tarde al terminar la lectura, la niña le dejó como recompensa no 1000 como habían acordado, si no 2000 pesetas.
A la semana siguiente el “Bizco”, se disponía nuevamente a leer otra carta., pero quedó aturdido por lo que esta decía:
“Querida Manuela. Mi corazón siempre será tuyo, mas, me instan a desposarme con mi prima Natasha. Por ello, esta será la última carta que te mande.
El “Bizco”, en un momento raudo de lucidez tomó la carta, la estrujó y la tiró a la papelera. No, no podía permitir que la Señorita Manuela se enterase de aquello “¿Qué sería de su corazón? ¿Y de las 1000 pesetas que ganaba por leer cada tarde?” Cogió un folio en blanco y redactó una carta de su puño y letra. Comenzó la nueva lectura con un especial fervor .
“He mirado la mar, las olas encrespadas y tras ellas, tras su sal, en cada una de sus crestas, estaba la luz de tus ojos”
Comprobó con sorpresa que la señorita Manuela no solo quedaba complacida con el texto, además, unos suspiros entrecortados, habían empezado a surgir. Aquella tarde el “Bizco”, se despidió más feliz que nunca del ama Luisa.
Ella, viéndole alejarse recordó cuando la señora en su lecho de muerte suplicó con sus últimas palabras: “¿cuidarás de mi niña como si fuese tu hija?” Ella, llorando, ante la que había sido como una madre toda su vida, y con toda rotundidad respondió: sí.
Pero todo ha de tener un final. El ama Luisa entró en la habitación. Esperaba ver a su niña llorando y desconsolada porque ya no habría más cartas. En cambio ella estaba allí, mirando como siempre al infinito, pero sonriendo y acariciando su pelo. ”¿Qué estaba pasando allí?”
Realizó una llamada telefónica, pero no aclaró nada.
“¿Entonces qué estaba ocurriendo?”
Ama Luisa tuvo un enrevesado pensamiento: “¿qué demonios leía ese “bizco” a su niña.

***
Aquella tarde al salir de la casa grande, el ego de “el bizco” se había disparado: las ideas pululaban por su cabeza como mariposas. Una emergía sobre todas: “¿Por qué no escribir una carta a la “Chelo”?”
Ni siquiera llegó a casa. Resguardado por la sombra de una gran higuera y mientras unos gorriones cantaban, comenzó a redactar:
“Querida amada y soñada. ¿Cuántas veces mis sueños te han perseguido? En mis noches tú has sido la estrella, el brillo lejano hacia donde partía. Déjame en la distancia ser sólo tu admirador. Mas si tú algún día…
La “Chelo”, se sorprendió al descubrir aquella tarde la carta blanca dormida en el suelo gris del descansillo de su casa. La leyó sentada en la silla de anea del patio. Jamás la habían escrito algo tan bonito. Sus ojos, azules y grandes se anegaron de emoción: dos lagrimones le cayeron por las mejillas “¿quién demonios sería el autor de tamaña hermosura?”
El “Bizco”, pidió que le dejase contestación en el hueco del olivo viejo. Y así ocurrió:
“Nunca nadie me había escrito cosas tan bonitas. ¡Niño! ¿De ande te sale eso? No sé, ni me importa como seas por fuera, pero por dentro, tienes cosas muy requetebonitas”
El “Bizco”, henchido de orgullo, puso su maquinaria imaginativa a todo tren. Ahora sus letras tenían que complacer a dos mujeres.
Un día todo se precipitó. La “Chelo”, dijo que una noche quería escuchar la voz de tan dulce admirador. De otro lado la señorita Manuela escuchando sus cartas olvidaba demasiadas veces que no estaba sola, y ante tan dulce declamar, ni corta ni perezosa, había empezado a acariciar delicadamente sus senos.
Aquel anochecer el “Bizco” tendría cita con su sueño.
La “Chelo” soñaba que tras la voz seguramente dulce, asomarían los ojos de su soñado poeta. ¡Cuánto añoraba tener a un hombre sensible y dulce!
El, accedería a la cita con la condición previa de estar a su espalda, y que ella no le viese. Para ellos, había alquilado un Mercedes plateado. Este, quedó aparcado en el callejón convenido. Se dirigía allí para esperarla cuando sonó su teléfono móvil: Le reclamaban donde la señorita Manuela. Contrariado y escupiendo sapos se dio la vuelta.
La “Chelo”, vestía aquella noche falda negra corta para lucir unas piernas infinitas, una blusa blanca de encajes con botones, y el pelo lo llevaba ondulado con una permanente.
Él, braceaba las ruedas de su silla por la cuesta hacia la casa grande “¡¡Por qué le requerían hoy, ahora!! ¡Maldito sea el demonio!” – exclamó contrariado.
La “Chelo” descubrió el Mercedes plateado aparcado en el callejón. Como le indicaron, accedió dócilmente al asiento del copiloto. Una vez allí mientras esperaba, se adormiló. Al cabo de un rato sintió que algo se movía atrás. Sonrió ilusionada:
-¿Eres tú? – fueron las últimas palabras que pronunciaría la “Chelo”, el filo de un cebollero se mostró implacable: una corriente cálida y escarlata se derramó por el cuello de la “Chelo”.
El “Bizco”, que llegaba tarde y contrariado, pues nadie le había atendido tras aquella puerta de la casa grande, al sudor por el esfuerzo que envolvía su rostro, sumaba la frustración. Descubrió a la figura de la “Chelo” recostada en el asiento del copiloto. Accedió sigiloso por detrás sintiendo deseos de acariciarla. Se detuvo para declamar en el silencio de la noche:
Tú, eres el sueño hermoso que muchas noches quise tener.
Lenta, muy lentamente, acercó la mano a su sueño. Quería, deseaba tocarla… Percibió aquella humedad pegajosa goteando por el cuello de la “Chelo”
- ¡¡Sangre!!– fue el grito que desgarró la noche más oscura en la vida del “Bizco”.

******

Tras los barrotes del penal unos ojos miran a lo injusto de la vida; sí, injusto, pues nadie vio nada en aquella noche aciaga. No hubo testigos, lo único: las huellas manchadas en sangre de sus dedos en el cuello de la “Chelo”. Le cayeron varios años de prisión.
Es el día. En unos minutos viene la visita. Es alguien que no falta ningún miércoles. Él, accede braceando su silla a la sala de bis a bis. Ella está allí, sentada, esperándole. Mira a la nada, Él, le lee una de aquellas cartas que previamente envió por correo. Mientras lo hace piensa en su “Chelo”. Las lágrimas le inundan las mejillas. Ella, al escucharle declamar comienza a suspirar.
Fuera de la sala ella, escuchando los gemidos rotos de su niña, agudiza sus pupilas pequeñísimas e incisivas, sonríe. La
felicidad de su niña, es la suya...
FIN
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lucia
Cruela de vil
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Re: Cartas desde la nada

Mensaje por lucia »

Sorprendente el giro final, aunque no hubiese imaginado que lo encerrasen a él.
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Vientoo
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Re: Cartas desde la nada

Mensaje por Vientoo »

Sinceramente, creo que los finales felices, ya no son creibles.
Gracias por comentar.
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Nínive
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Ubicación: En un hospital de campaña...

Re: Cartas desde la nada

Mensaje por Nínive »

No he entendido una cosa. Si el ama quiere la felicidad de la señorita, ¿por qué quería acabar con las cartas? ¿Y por qué él sigue leyéndoselas desde la cárcel? ¿Y por qué matan a la Chelo? ¿Cómo sabía que había quedado con ella? :oops: :oops:
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lucia
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Re: Cartas desde la nada

Mensaje por lucia »

Esa tarde en que su niña debería haber llorado, empieza a sospechar algo y vigila. Y mata a la Chelo para que el pobre ya no tenga a su amor para irse con ella.
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Vientoo
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Re: Cartas desde la nada

Mensaje por Vientoo »

ES un drama, duro, cruel, pero es tal y como Lucia lo explica.
La clave: el cebollero y el amor incondicional del ama con su niña.
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