Blog
Entrevistas
Revista
FotosUn beso
Tú te reías mientras me decías que estabas celoso. Un poco celoso. A ambos nos parecía divertido. Te hice cosquillas en la cama, o tú a mí. Reíamos tanto, me gustabas tanto. Yo apenas entendía tus palabras, llegaban a mis oídos a trompicones, como atravesando algo espeso. Pensé que hablabas otro idioma y luego me di cuenta de que la atmósfera no era la de siempre. Pero dio igual. Reíamos tanto.
Estábamos en una habitación de hotel. Era un hotel inmenso y desconocido, con cientos de pasillos amarillos imposibles. Sin embargo aquel cuarto era el mío. Nos mirábamos en mi cama. Estabas celoso, decías. Estabas muy guapo, por cierto.
De pronto, estaba en otra habitación oscura. Sola. Lejos. Tú seguías en el mismo sitio e iban a matarte. Para ser sinceros, ya no recordaba bien quién eras. Te confundí con mi padre. No sabía quién iba a ser asesinado pero no importaba: dolía.
Sabía que vendrían a por mí. Lo sabía y no hice nada. Cerré la puerta con llave y esperé a que algo bueno pasase. A que un tornado se llevase el techo del hotel y nos llevase a los dos con él, a que un grupo de ultramarinos irrumpiera de pronto en nuestras habitaciones y nos salvasen de la muerte. ¿A despertar?
Intenté encender la luz y no había electricidad: ya estaba aquí.
Estaba nerviosa, bloqueada. Oí dos tiros lejanos, inciertos tras la extraña atmósfera. Ahí supe que te acabaste. Quizás no era verdad, quizás había sido mi imaginación. Intenté salir de la habitación, huiría hasta el bosque, pero mis manos temblaban y no conseguí meter la llave en la cerradura.
Ya está, pensé. Lo ha matado a él y sólo quedo yo.
Tenía tanto miedo. Tu recuerdo se diluyó entre todos mis recuerdos y tenía tanto miedo. No quería morir. No me pregunté quién era, ni cómo averiguaría dónde estaba yo entre todas las demás habitaciones, ni por qué te había matado. Sabía que estaba cerca y que era imparable.
Abrí la puerta del cuarto de baño buscando una salida desesperada. Entonces fue cuando oí la puerta abriéndose. Aún estaba viva, podía intentarlo, pediría clemencia, haría todo lo que él me dijese, no quería morir.
Un sombra apareció tras de mí y cuando fui a girarme para suplicar, levantó la pistola y sin más dilación me disparó en la sien.
Por primera vez en mi vida estuve sola. El tiempo se detuvo. Lo miré a los ojos pidiendo ayuda con la mirada. No lo vi. No veía nada. Pero debió de ver lágrimas inundándome las pupilas y lágrimas secas por toda la cara y me dijo en tono disculpa: “Tenía que hacerlo. Pronto perderás la memoria y todo acabará” Aquello me relajó y le estuve agradecida. Durante un momento eterno, mi conciencia se solidificó formando una piedra dura y negra, era lo único que me quedaba. Me decía a mí misma: “No se me ha olvidado nada aún, me recuerdo de niña, estoy viva” Después: “Sé palabras, estoy viva” Y seguidamente: “Siento que existo, aún estoy viva”
Pensé en mis tan lejanas preocupaciones con cariño.
De repente, mi conciencia se volvió blanca y líquida. Se derretía, se derramaba, desaparecería para siempre.
“No, no, no, eso no” Pero por más que agonizaba sólo podía sentir aterrada como se escapaba y como pronto yo no sería.
¿No se suponía que nadie moría en sueños?
PD: Ver el resplandor pudo tener algo que ver.
