Sandicidio en el Forum Express - Cuento de Navidad
Publicado: 05 Dic 2006 09:13
SANDICIDIO EN EL FORUM EXPRESS
Un cuento muy violento previo a Navidad
I
Bajo la inmensa sala, a través del suelo transparente, se deslizaban las nubes de algodón, unas más grises que otras, otras más sucias que limpias, cargadas de tormentas. Hermann se paseaba por la estancia, meditabundo, con las manos entrelazadas a la espalda, cabizbajo. A pesar de poder ver el infinito bajo sus pies, tras el cristal, a pesar de la velocidad con que se deslizaba el Forum Express por el mundo de los sueños escritos, no sentía vértigo. Después de tanto tiempo viviendo dentro de aquel edificio flotante, se había acostumbrado a lo inconcebible.
Desde su sillón, junto a una de las enormes ventanas, Kitty Page estaba descubriendo uno de sus libros favoritos. Aún no lo sabía, pero sería uno de los que volvería a leer una y otra vez. Sin embargo, de vez en cuando, miraba de reojo a Hermann, que parecía recitar de memoria los últimos párrafos aprendidos la tarde previa. Al fondo, rodeados de paredes de estantes de roble con cientos de libros, leían tranquilamente, en cómodas mesas individuales, algunos de sus compañeros.
La alegre Azucena reinventaba las aventuras de Secuestrado, de Robert Louis Stevenson. La dulce Laurana se entretenía con las hazañas de una secuela de Tormenta de espadas, de Martin. La misteriosa Madison disfrutaba con Leviatán de Paul Auster. A su lado, Alicia en el País de las Maravillas no podía evitar cierta sana envidia, como buena socia del Club Austeriano. En cambio, Bego había optado por la literatura oriental, navegando entre las fantasías de Murakami en El pájaro que da cuerda al mundo.
De repente, la mirada de Kitty Page, volvió hacia Madison. En concreto, hacia el hueco entre Madison y Julia, quien mantenía el orden entre aquellos que cuchicheaban sobre pasajes divertidos o emocionantes que habían encontrado en las novelas que estaban leyendo. Page echaba algo en falta.
No supo por qué, pero cerró el libro, con tanta prisa que ni siquiera dejó el puntero señalando la página por la que iba, y se levantó de su asiento rápidamente, para dirigirse hacia la concurrida área de lectura.
El suave taconeo de sus zapatos llamó la atención de sus amigos. Incluso Hermann se detuvo y quedó paralizado, viéndola pasar fugazmente. Cuando Page llegó a la altura de Madison y Julia, éstas apartaron la vista de sus respectivos libros y fruncieron el ceño. Page sólo fue capaz de llevarse una mano a la boca para reprimir un chillido y extender el otro brazo hacia un punto concreto del suelo.
Una estela roja manchaba el suelo transparente y el fluido se esparcía buscando un sitio donde desembocar, como si fuera un pequeño riachuelo. Entre las sillas, aplastada contra las losas de cristal, yacía una sandía deshecha.
-¡Santa sandía! -exclamaron todas al unísono.
En ese momento, Hermann, con los ojos desorbitados, giró sobre sus talones y se marchó corriendo.
Continuará...
Un cuento muy violento previo a Navidad
I
Bajo la inmensa sala, a través del suelo transparente, se deslizaban las nubes de algodón, unas más grises que otras, otras más sucias que limpias, cargadas de tormentas. Hermann se paseaba por la estancia, meditabundo, con las manos entrelazadas a la espalda, cabizbajo. A pesar de poder ver el infinito bajo sus pies, tras el cristal, a pesar de la velocidad con que se deslizaba el Forum Express por el mundo de los sueños escritos, no sentía vértigo. Después de tanto tiempo viviendo dentro de aquel edificio flotante, se había acostumbrado a lo inconcebible.
Desde su sillón, junto a una de las enormes ventanas, Kitty Page estaba descubriendo uno de sus libros favoritos. Aún no lo sabía, pero sería uno de los que volvería a leer una y otra vez. Sin embargo, de vez en cuando, miraba de reojo a Hermann, que parecía recitar de memoria los últimos párrafos aprendidos la tarde previa. Al fondo, rodeados de paredes de estantes de roble con cientos de libros, leían tranquilamente, en cómodas mesas individuales, algunos de sus compañeros.
La alegre Azucena reinventaba las aventuras de Secuestrado, de Robert Louis Stevenson. La dulce Laurana se entretenía con las hazañas de una secuela de Tormenta de espadas, de Martin. La misteriosa Madison disfrutaba con Leviatán de Paul Auster. A su lado, Alicia en el País de las Maravillas no podía evitar cierta sana envidia, como buena socia del Club Austeriano. En cambio, Bego había optado por la literatura oriental, navegando entre las fantasías de Murakami en El pájaro que da cuerda al mundo.
De repente, la mirada de Kitty Page, volvió hacia Madison. En concreto, hacia el hueco entre Madison y Julia, quien mantenía el orden entre aquellos que cuchicheaban sobre pasajes divertidos o emocionantes que habían encontrado en las novelas que estaban leyendo. Page echaba algo en falta.
No supo por qué, pero cerró el libro, con tanta prisa que ni siquiera dejó el puntero señalando la página por la que iba, y se levantó de su asiento rápidamente, para dirigirse hacia la concurrida área de lectura.
El suave taconeo de sus zapatos llamó la atención de sus amigos. Incluso Hermann se detuvo y quedó paralizado, viéndola pasar fugazmente. Cuando Page llegó a la altura de Madison y Julia, éstas apartaron la vista de sus respectivos libros y fruncieron el ceño. Page sólo fue capaz de llevarse una mano a la boca para reprimir un chillido y extender el otro brazo hacia un punto concreto del suelo.
Una estela roja manchaba el suelo transparente y el fluido se esparcía buscando un sitio donde desembocar, como si fuera un pequeño riachuelo. Entre las sillas, aplastada contra las losas de cristal, yacía una sandía deshecha.
-¡Santa sandía! -exclamaron todas al unísono.
En ese momento, Hermann, con los ojos desorbitados, giró sobre sus talones y se marchó corriendo.
Continuará...