No tardes demasiado (Relato de terror)

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Vientoo
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No tardes demasiado (Relato de terror)

Mensaje por Vientoo »

No tardes demasiado

Sé que nada de lo que escribo en este cristal pasará a la posteridad. La mayoría de las veces las palabras son sólo anhelos. Sé, que aunque vea lo que vea, a nadie le importará. Los sueños son de cada uno, algo muy íntimo que nunca sale de esos infinitos páramos llamados imaginación. Pero lo que veo, más allá de la nube blanca que todo lo cubre, me produce tristeza. Una tristeza profunda.

Escapa de mi nariz el vaho y el cristal se empaña una y otra vez. Lo que escribo con mi uña en este lienzo transparente, el frío se encarga de negar. Esa fugacidad de las palabras me llena de vacío.

“Un silencio infinito puebla los campos. Hace frío, un frío hiriente, desgarrador. Es ese frío de la soledad que ninguna prenda puede alejar”

El silbido de la olla me saca de mi ensoñación. Ella también exhala vapor. Un vapor perfumado que hace revolverse mis jugos gástricos. Estoy descalza, me gusta sentir el tacto de la madera caliente en mis pies. Me acerco hasta la cocina y le coloco la válvula. Entonces el silbido se transforma en un susurro.

Observo. La llama del gas acariciando el culo de la olla a presión. Es una danza hipnótica que me relaja. En Madrid no cocinamos con fuego, tenemos una cocina de inducción, por eso verlas así, moviéndose me resulta tan...

Todo es añejo en este lugar: las paredes de piedra, la encimera de mármol oscuro, las fregaderas de chapa, los hierros negros y gruesos bajo la olla a presión, los muebles de madera maciza con vitrinas opacas…

Cuando vuelvo la vista hacia la ventana veo pasar una sombra fugaz. En ese breve intervalo creo adivinar una figura, una melena, una piel morena. Incluso percibo un extraño olor.

          Rápidamente cojo un paño de cocina y limpio el cristal. Miro a un lado y a otro. No hay nada, no hay nadie…  “¡Puf! ¿Era Lucio con alguna broma? ¡Joder, cuándo demonios llegará! No me gusta que esté ausente tanto tiempo. En esta casa, en su Villabona natal, tal vez él se sienta bien. Pero yo me siento demasiado sola.”

Algo intranquila seco mis manos con un paño de cocina. Luego lo acerco a mi nariz. Me gusta el olor de la verdura, de la carne fresca. De reojo observo la válvula de presión de la olla, ha empezado a desperezarse con un ritmo pausado. Siempre me gustó cocinar, pensar en cómo poco a poco los ingredientes se mezclan y de esa conjunción surge un sabor rico es algo tan… ¡uhm!

Vienen a mi mente todo lo vívido del día anterior, cuando juntos, con un pequeño pico, pues no había azada, estuvimos cavando las cebollas y las zanahorias en el huerto. Lucio acercó la tierra a mi nariz y luego me lo susurro: “huele, huele la vida de esta tierra. Entre todos los olores maravillosos que puedes encontrar nada como el humus recién cavado”.

Luego, dimos un paseo cogidos de la mano. El camino lo jalonaban pinos y eucaliptos que danzaban mecidos por el viento. Era un día nublado, algo típico en esta zona, pero tras un rato de caminata, en una hondonada del camino el sol quiso visitarnos. La visión me paralizó.

Unas lápidas blancas parecían dormir sobre la hierba. Un inusual rayo de sol acariciaba las tumbas. Se respiraba paz, mucha paz… Un pajarillo de extraños, pero vivos colores saltó, dejó escapar unos breves cantos, y luego sobrevoló sobre mí.

Sonreí. Sentía que aquel había estado siempre ahí, entre la dulzura de mis emociones.

La alegría y la paz la sesgó Lucio con su mirada sombría y su voz algo tenebrosa:

— Hemos de irnos, este lugar no es bueno.

— ¿Por qué? — Interrogué sin entender.

— Es el cementerio de la niebla.

— ¿Y ese nombre? Hay… hay tanta paz en este lugar — Lucio me volvió a mirar de forma extraña. Le interrogué con las pupilas.

— Yo… bueno… esto… Nada. En otro momento te lo contaré. Sólo es una leyenda que va de boca en boca.

Dejamos el pequeño cementerio y continuamos por caminos estrechos, cogidos de la mano, compartiendo nuestros labios tras cada árbol que el viento hacía bailar.

Instintivamente vuelvo el rostro. Algo me inquieta. Por la rendija inferior de la puerta se desliza una sombra. Mis pies descalzos se deslizan “¿por qué me atrae y me asusta esa sombra?”

Tomo la manecilla dispuesta a abrir la puerta pero… me detengo. Una idea me paraliza, “¿si es Lucio, por qué no ha abierto con su llave?”

Los segundos de indecisión me parecen minutos. Las imágenes del día anterior me vuelven a visitar. Veo a Lucio, mientras me sonreía cuando cogí el pico para cavar las zanahorias.

— Adela. Mejor con la azada, coges más cantidad de tierra y no cavas tan profundo—Sonreí. Me gustaba como me enseñaba y la pasión que ponía al contarme cosas de su tierra.

— No olvides recoger el pico. Una herramienta olvidada en medio del campo siempre puede ser un peligro.

— Sí, sí claro — respondí totalmente embriagada por el olor de la tierra recién cavada, las verduras, el olor a vida…

Mi mano de tanto apretar se ha vuelto blanca. Es la presión de sujetar la manecilla. La giro. Me golpea la cara.

Es el aire frío, húmedo; la niebla triste y confusa, el bosque mudo y callado. Grito.

— ¡Lucio, Lucio!

Sólo el silencio me responde; sólo él cubre mi rostro, mi nariz sonrojada, mis manos blancas. Sólo él y la niebla.

Cierro la puerta de golpe. Me dirijo hasta las llamas, allí acerco mis manos para calentarme; allí escucho la válvula de la olla que ahora parece protestar. El olor extraño que percibo me vuelve a visitar “¿qué, quién es? ¡Joder, no pienses en tonterías!” — me digo para tranquilizarme

Algo intranquila me tumbo en una mecedora de anea apretando entre mis manos el paño de cocina con el que limpié la ventana. Vuelvo a observar danzar las llamas…Tengo calor, calor. Seco el sudor de la frente con la manga de mi blusa blanca. Las gotas colorean la tela de mi blusa en amarillo. El olor a sudor se mezcla con ese olor extraño “¿los dos son reales?”

La válvula a presión de la olla se acelera más, más, más; mi respiración se acelera. La veo danzar, girar de forma excéntrica respecto a su eje “¿se está burlando de mis miedos?”

Miro mi reloj. La manecilla ya pasa de las doce. La inquietud me hace preguntármelo una y otra vez. Lucio sabe de sobra que no me gusta esperar, que vine a este lugar por él, porque él deseaba recoger setas “¿por qué tarda tanto? ¡Dónde se ha metido! ¡Esta maldita niebla!”

Enciendo la radio pensando: “es…escuchar las…las noticias me… me relaja”

Paciente fugado se escapa de hospital psiquiátrico. Se recomienda a la gente de la comarca de Villabona no salir de sus casas hasta que la guardia civil de con su paradero.

No puedo escuchar más, me castañean los dientes. Un nerviosismo fulminante ha dejado floja mi mano y el paño de cocina que sujetaba cae como hoja de árbol caduco al suelo. Grito:

— ¡Maldito seas Lucio! ¿Por qué me dejaste sola en esta casa…?

Mis ojos lo descubren. Está ahí, recostado sobre sus cachas blancas; el fulgor del filo centellea ante mi mirada; trozos de sangre de pollo y cerdo aún siguen pegados en la hoja. Me levanto de la silla, doy dos pasos y agarro con fuerza ese cuchillo cebollero. Caballos desbocados se llevan mi corazón.

Giro la cabeza, miro hacia la ventana. Fuera, tras los trazos de mis dedos en el cristal empañado sólo está él, ese humo de niebla que no deja ver la realidad.

La válvula de seguridad vuela a un ritmo frenético. Jadeo. Me desquicia, aumenta su pitido estridente al mismo ritmo que el latir aterrado de mi corazón. Ya no huelo los maravillosos efluvios que envuelven toda la estancia. Ya… ya sólo huelo el miedo.

Un rayo de sol pasea por los trazos de mis dedos en la ventana. Es como una sonrisa de niño en medio de tanta tristeza y terror. Por unos instantes cierro los ojos, me relajo.

Escucho varios golpes tras la puerta. Sonrío. Seguro que es Lucio ya de vuelta. Decidida voy hasta ella. Dirijo mi derecha a la manecilla dispuesta a abrir. Pero recuerdo la mirilla. “Sí… sí, mejor…mejor por… por la mirilla … por… por ahí veré si es él. Tal… tal vez Lucio olvidó su… su llave y… por… por eso llama.

Pero olvidé mi mano, mi derecha instintiva. Esta ya ha abierto la puerta.

Una mano oscura se mete entre la puerta y el marco; entre mi paz y el pánico; es como una cuña de horror manchada de barro y suciedad. Cierro la puerta de golpe. Grito.

— ¡Aaaaaaa!

El quicio de la puerta queda manchado. Sólo son dos, dos pequeñas, intensas y negruzcas gotas de sangre. Tras ella escucho los golpes continuados y los gritos del desconocido:

— ¡Frío, frío, entrar, entrar!

Los pensamientos se agolpan en mi cabeza: “¡Quie…re entrar… entrar! ¡Qui…ere derribar la puerta! ….. ¡Lu…cio, Lucio!” Grito:

— ¿Dónde estás maldita sea?— No puedo gritar más, sólo sollozar y apretar el cebollero dentro de mi mano contra mi vientre. No me atrevo ya a mirar por el cristal.

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Camina solitario por el bosque, entre la niebla. En las manos porta algo. Sus botas verdes pisan charcos, barro y húmeda vegetación. El hombre recuerda los momentos antes de venir a aquel lugar: el deseo ferviente de volver, todo gallego tiene morriña por su tierra; y deseos por sentir de nuevo las emociones que le reportan una naturaleza única.

Esa promesa fue la excusa para traerla desde Madrid, a ella, una chica de ciudad que estaba pasando unos malos momentos sumergida en miedos y angustias laborales. Lucio pensó que aquí, alejada del stress y el caos, se sentiría bien. Y ella, con voz trémula se lo susurró: “No tardes demasiado” Lucio pensó que todas las mujeres son así, nunca quieren estar solas. Pero si no las acostumbras no puedes hacer nada que te apetezca. Por eso se lo prometió entre sonrisas:

— Las setas que consiga serán exquisitas.

Ahora, Lucio, mira nervioso su reloj de pulsera.

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Adela, sentada junto al fuego, aprieta con fuerza el cebollero entre sus dedos. Angustiada, observa la puerta, las marcas de sangre. Ya no escucha golpes tras ella, sólo está el pitido inquietante que todo lo atrapa. Pero ahora hay algo más que la inquieta. Algo que no sabe sí podrá controlar “ la… la o..tra puerta, la … la del jardín ¿es…tará bien cerrada?”

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Lucio, detiene unos minutos su marcha. Mira de reojo a la cesta. Ha estado horas caminando por estrechas sendas entre la vegetación y no ha podido encontrar ni una dichosa seta.

Desalentado, respira hondo, nervioso. Ya es tarde. Y además la siente, en sus manos, en su rostro, en la ropa; ella está ahí, omnipresente, observándolo todo. Pero a él no le importa, él no teme a la niebla, estos caminos intrincados en la montaña los conoce como la palma de su mano. Pero es tarde, se le ha hecho tarde.

Lo descubre otra vez, el mismo paraje, las piedras blancas, y al lado, justo al lado de una lápida sin nombre algo hace chispear sus pupilas. Es roja, con puntitos blancos; es esa seta tan difícil de encontrar. “¿Ella? ¿No es un sueño?”

Se acuclilla a su vera, paseando su nariz a unos milímetros del sombrerillo como si fuese un oso hormiguero. Recuerda lo que dicen en el pueblo, pero también recuerda a Adela y su promesa de sorprenderla.

Por eso, aunque no debía hacerlo, lo hace. Huele a la seta. Y ese sutil aroma le deja maravillado. Y vuelve a recordar las habladurías: La seta de la niebla es el último manjar. Pero él es biólogo, un hombre de ciencia, ha pasado años estudiando y este espécimen lo conoce a la perfección y sabe que es un manjar ¿A qué pensar en supercherías?

Corta la seta, la mete en su cesta y reanuda la marcha. Ahora sí es feliz.

A lo lejos divisa el humo que exhala la chimenea de la casa rural. La visión le alegra, aunque le extraña la gran cantidad de niebla que envuelve la casa. No le da más importancia. Inspira con su nariz colorada ese olor a humedad, a bosque y sonríe mirando de reojo en el interior de la cesta el color rojo con puntitos blancos de su tesoro.

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El pitido desquiciado de la válvula de la olla a presión engulle emociones, tranquilidad y sonidos. Por eso Adela no… no puede escuchar la noticia en la radio:

“El enfermo fugado es totalmente inofensivo, casi como un niño grande. Si pretende acceder a alguna vivienda es sólo por el frío. Que nadie se asuste.

Adela se alza. Se dirige a la puerta principal. Pero está paralizada por el miedo.

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Lucio, mientras palpa en su bolsillo la llave acaricia en su mente una posibilidad: “Ella estará cocinando ¡uhm qué rico un cocido madrileño!”

Sigue imaginando mientras se relame los labios “podría asaltarla por detrás y besarle el cuello. Eso a Adela siempre le pierde, eso… tal vez… “

Sonríe dibujando en sus comisuras una sonrisa con tintes lujuriosos. Acelera el paso, desea verla.

Una vez frente a la puerta del jardín mete la llave en la cerradura. Muy despacio abre la puerta. En su mano porta la cesta con su tesoro. El pitido de la olla a presión es una banda sonora ensordecedora.

Adela está al fondo, junto a la puerta principal, quieta como una estatua con algo entre las manos. Lucio se acerca sigiloso, caminando de puntillas sobre el entarimado que se mancha poco a poco de barro. Se acerca, se acerca…Ya a su altura ladea su cabeza y despacio, muy despacio aproxima la boca hasta el cuello de Adela y…

Adela intuye a alguien detrás, pero hay más, algo más, ese maldito olor extraño que se ha metido en su cabeza. Piensa en ella, sí, en ella: “La… la pu…puerta de… del… jardín… habrá en…entrado por ahí”. El pensamiento la desquicia, la absorbe. Por eso no gira el rostro, por eso aprieta el cuchillo, por eso…abre la puerta…

La niebla, como una glotona y perversa diosa la envuelve. Y Adela corre, corre. No oye, no escucha. No ve, no ve nada… Corre con el cuchillo en la mano, apretándolo contra sus senos absolutamente llena de pavor. Detrás de un árbol, oculto lo descubre. Es él, un desconocido con la piel morena y ojos desencajados. Adela cambia su rumbo y sigue corriendo, corriendo…

No escucha a Lucio que le grita, sólo escucha su pavor y al pitido de la olla que se le ha metido en el cerebro; no mira a sus pies, sus pies descalzos que se enredan con las ramas, las matas del huerto; sus pies que no ven, no ven el pico y…

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Está tranquila, reposa relajada y llena de paz. Le gusta el olor a seda blanca de su vestido y como su suave tacto la acaricia. Sus ojos abiertos de par en par parecen lunas llenas. Él, aquel pajarillo de colores que descubrió junto a la lápida blanca revolotea ahora a su alrededor. Adela, percibe el suave sol que le roza la piel, el delicado olor a humus por todas partes. La paz, mucha paz la envuelve…

Y la niebla…

Arriba, un poco más arriba, a toda una vida de distancia Lucio llora. Lucio que no creyó en la leyenda llora sobre la lápida que ya, ya tiene nombre.

Por estas tierras lo saben perfectamente. Cuando la niebla quiere todo se lo lleva…

FIN
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Berlín
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Re: No tardes demasiado (relato de terror)

Mensaje por Berlín »

Me gustan las imágenes que se me quedan en la cabeza después de leerlo. El frio, la niebla, la humedad de esa tierra removida, la fragancia, la tristeza de esas lápidas, ese pajarillo que sobrevuela. Me gustan las leyendas y me gustan los relatos de locos que se escapan.

Tiene muy buen ritmo y la historia consigue atrapar.

Está algo despeinado, pero esa es tu asignatura pendiente, poeta. Cuando lo consigas será la leche.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Gavalia
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Re: No tardes demasiado (relato de terror)

Mensaje por Gavalia »

Me gusta más el como está redactado que la historia que desarrollas porque no la entiendo del todo bien. La comprendería mejor si fueras más concreto, seguro que no me explico. Preferiría no tener que hacer malabarismos imaginativos para seguir el argumento, pero eso supongo que es el estilo de cada uno al escribir. Sin embargo la redacción me encanta. Saludos
En paz descanses, amigo.
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lucia
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Re: No tardes demasiado (relato de terror)

Mensaje por lucia »

Algún trozo se me ha hecho largo, pero ha sido porque quería saber ya si Adela le clavaría el cuchillo a Lucio. Lástima que al final ella fuese la que se desquiciase del todo y se matase con el pico.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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nosequé
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Re: No tardes demasiado (relato de terror)

Mensaje por nosequé »

Pues no me ha gustado. Tanta niebla, no me ha dejado ver lo que quieres contar. Y tampoco me ha dado miedo.
Me olía a cocido madrileño. :mrgreen:
La felicidad es un sillita al sol :-D
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Vientoo
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Re: No tardes demasiado (relato de terror)

Mensaje por Vientoo »

Curiosas cuando menos las opiniones :lol:
En cuanto a la redacción he de decir que he recibido ayuda. De todos es sabido mi desencuentro con los puntos y las comas.
También he de decir que esta era una segunda versión, ya que en la primera sí que ellá le clavaba el cuchillo a él.
Es difícil dar miedo. Alguna vez he tenido idea de escribir un cuento con más miedo y resulta que no he podido ¿por qué? Pues porque me daba miedo continuar.
jjajaa

Gracias por opinar y, una abrazo a todos.
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