De costuras y retales felinos (Novela)
Publicado: 20 Feb 2016 09:50
Reúno aquí una serie de avioncitos de papel que he estado enviando a Berlín.
Recuérdalo gata, deja la ventana abierta.
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DE COSTURAS Y RETALES FELINOS
Y la encontré sentada en el sillón de piel gastada. Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros de plata. En su regazo, un gato de ala de cuervo ronroneaba mientras lo acariciaba despacio, con una de esas manos que alivian los males y aligeran el alma.
—¿Qué te sucede?
—Estoy rota.
—¿De qué?
—De esto, de aquello. De lo de aquí y de lo de allá.
Todo lo dijo con sonrisa cansada y ojos derrotados, pero su mirada, esa que rompe fortalezas y desata tormentas, seguía preñada de esa fuerza indómita que golpea las entrañas.
—Esto es pasajero —Le dije.
—Lo sé, pero se ha de decidir el tiempo.
—El tiempo es relativo, ahora gobierna el frío y se congela el ánimo. Pero llegará el día de la sangre, el momento de hervir el cuerpo entre la intensidad del color y el aroma espeso de las flores. Dime, ¿te perderás las hogueras prendidas de teclas sonoras?
—Tal vez.
Entonces se levantó del sillón y se acercó despacio, por un momento sus dedos acariciaron mi rostro, se deslizaron por mi cuello y se dejaron caer por mi hombro. Luego pasó por mi lado y absorbí su perfume antes de que se marchara. Agarré con fuerza esa esencia y sonreí con nostalgia. Mis dudas seguirían jugando un tiempo, pero decidí apostar por el recuerdo pasado y esperar un futuro dichoso.
Y la volví a ver. Estaba sentada en las escaleras de entrada, tenía la mirada serena y media sonrisa se asomaba en sus labios. Al verme me guiñó un ojo.
—¿Qué tal andas gata?
—Mejor, he reunido todos los pedazos y me los he cosido con hilo de seda.
—¿Aguantará?
—Más le vale, pues pienso bailar toda la noche, pisotear con mis pies todo lo que me he arrancado de dentro y gritarle a la luna que estoy más que lista para el segundo asalto.
—Miedo me das —Le dije contento.
—Tranquilo, para ti solo tengo palabras de terciopelo.
Con las mejillas coloreadas me quedé un momento mirándola. Había cerrado los ojos y su cara reflejaba satisfacción y luz. Decidí marcharme sin decirle nada, pues no quería romper el hechizo. Ya volvería a su puerta.
Crucé la puerta entreabierta, estaba en medio de la habitación sentada sobre el suelo de tablas. Los brazos rodeando sus piernas, la boca escondida tras las rodillas, sus ojos contemplaban el fuego de la chimenea. Estaba descalza y su cabello oscuro lucía alborotado. Por un momento me recreé en el baile de la llama en sus pupilas.
—Has vuelto —me dijo.
—La puerta estaba abierta. ¿Te molesta?
Me miró un momento, me dedicó una deliciosa sonrisa y luego volvió su atención a las llamas.
—Tú no necesitas invitación. Pero no soy buena compañía.
Me acerqué y me senté a su lado. El fuego danzante atrapó mi mirada.
—Te he dicho…
—No me importa. Estoy a gusto aquí.
Regresó el silencio, roto tan solo por el chisporroteo del hogar revoltoso. Un suspiro escapó de sus labios.
—A veces pienso que mi cuerpo desaparece, que se desgasta de lado a lado.
—¿Tu cuerpo?
—Tal vez sea mi alma, mi ser entero.
—No me lo creo.
Su cabeza se giró y me miró. Resistí la tentación de enfrentarme con aquellos ojos brillantes.
—No lo entiendes.
—No me importa.
Ahora su suspiro pareció de enfado.
—No, no me importa, yo te veo, aquí y al otro lado. No soy capaz de abarcar de un vistazo eso que según tú se desgasta. Yo veo los bordes definidos, aristas de líneas duras, fuertes. Rompeolas que desmenuzan todos y cada uno de los oleajes furiosos.
Silencio de nuevo. Otro suspiro.
—Me desdibujo, te lo aseguro.
—Y te vuelves a rehacer, vuelves a trazarte entera, completa. Yo veo la tinta en tus dedos.
Ahora me giro hacia ella, me mira con los ojos entrecerrados. Luego fija la atención en sus manos, repasa despacio la yema de sus dedos. Una sonrisa se abre paso en sus labios. Se pasa una mano por el pelo y vuelve a la postura de centinela del fuego. Solo que ahora sus ojos sonríen sobre las rodillas.
—Dime una cosa gata, ¿bailaste a la luz de la luna?
Soltó una carcajada pero no contestó. Yo volví mi atención a las llamas.
—Quédate el rato que quieras —Susurró muy bajito.
La busqué despacio de una sala a otra, hasta que oí ruido arriba. Subí los peldaños que se quejaban del tiempo hasta toparme con ella en el desván.
—¿Qué estás haciendo?
—Buscando recuerdos, cambiándolos de sitio, colocando otros nuevos.
Su figura se afanaba entre cajas y polvo, entre trastos y telarañas. Su pelo estaba recogido en una apretada coleta, su rostro tenía una curiosa mezcla de determinación y tristeza. Coloqué de pie una caja de madera volcada y me senté despacio.
—¿Te duele?
—Todo duele, lo bueno y lo malo.
Se irguió y se limpió el sudor de la frente con el antebrazo. Me dedicó una fugaz sonrisa antes de poner los brazos en jarras.
—¿No dices nada? ¿Estás de acuerdo? —Lanzó belicosa.
—Me pregunto en cuántas de estas cajas cabe la nostalgia de una vida pasada.
—Eludes mi pregunta.
—No, la paso por alto. Solo puedo decir que todo es relativo. ¿Acaso el dolor que se abraza al corazón, que aprieta la garganta, no puede alumbrar las experiencias amargas?
—No juegues conmigo.
—Nunca lo haría, no al menos como piensas. Estas cajas llenas de sueños e ilusiones pasadas, de malos recuerdos y lágrimas, forman parte de ti. Eres tú.
Ella echa un vistazo alrededor con la mirada encendida.
—Todo esto, lo bueno y lo malo, todo duele. Pero si duele es… —Le digo mirándome las manos.
—Porque estás vivo —Suelta con suficiencia—. Hoy no sé si quiero tu compañía.
—Perdóname, solo me encuentro confundido.
—¿Por qué?
—Porque todo esto —Digo abarcando el desván al completo— solo es una muestra más de tu fuerza.
—O mi debilidad.
Ella se sienta entonces sobre una montaña de libros apilados, se arranca de un tirón la goma soltando su coleta y cae sobre su rostro el telón negro de sus cabellos. Entonces coloca los codos sobre las rodillas mientras su barbilla descansa sobre los puños cerrados.
—Mírate, estás aquí. ¿Acaso quieres ordenar tus recuerdos? No, has venido a flagelarte. ¿Por qué? ¿Para qué?
—No sé, simplemente sucede.
—Todo el mundo tiene cajas y trastos donde guarda o esconde. Donde trata de obtener el olvido o atesorar la felicidad.
—¿Y qué?
Me levanto y me acerco despacio, me agacho a tan solo un paso y miro fijamente el pedacito de oreja que asoma entre su melena revuelta.
—Tú lo tienes todo en el desván, no está por medio —Entonces bajo el volumen de mi voz—. Solo duele porque subes las escaleras.
Un momento de silencio. Poco a poco su cabeza se endereza, sus manos separan la cortina de pelo con un gesto. Sus ojos brillan y su boca tiembla un instante, luego sonríe despacio.
—¿Me das un momento?
—Por supuesto, te pido disculpas por haber subido. Te espero abajo.
—Mis palabras de antes…
—No las recuerdo.
El olor a café encaminó mis pasos a la cocina. Ella estaba sentada sobre la encimera, mantenía una taza grande frente a su boca. Tenía una expresión de felicidad en el rostro, sus ojos cerrados se velaban con el vapor que salía del líquido caliente. De nuevo descalza, sus pies estaban cruzados y se balanceaban de delante a atrás.
Di un par de pasos y me miró. Sus ojos se achicaron contentos mientras bajaba la taza a su regazo y me dejaba ver una amplia sonrisa de perlas nacaradas.
—Buenos días, vienes pronto hoy.
—Buenos días, parece que llego en el mejor momento —Le digo con una sonrisa sincera.
Ladeó un poco la cabeza y compuso una expresión cariñosa en la cara. Una de sus manos se elevó e hizo unos graciosos aspavientos en el aire, alejando fantasmas ociosos.
—Tus visitas coincidían con malos recuerdos.
—¿Y ahora?
—Aún no me ha dado tiempo a pensar.
—Entonces me aprovecharé todo lo que pueda.
Sonríe mientras me acerco. Eleva de nuevo la taza a sus labios y bebe despacio, sus ojos persiguen mi avance.
—Cuéntame el secreto —Le suelto.
—¿Qué secreto?
La taza descansa una vez más sobre sus piernas, sus manos se aferran a ella mientras me lanza una mirada que ciega como el sol de una límpida mañana de primavera.
—La luz. Tu alma brilla por dentro y por fuera. Llevo viniendo tan solo unos días, y sí, puede que eligiera malos momentos, pero todas y cada una de las veces he sentido el calor.
Entonces una de su manos se desliza lentamente de la taza a mi cara. Cierro los ojos y la tibieza me reconforta.
—Eres un encanto, pero muchas veces el frío es mi compañero, me hace temblar, resquebraja los dientes.
—Es lógico.
Su mano se desliza a mi hombro. Abro los ojos y me siento atrapado por los suyos. Sigue mostrando una expresión de plenitud, eso me espolea.
—Es lógico, si fueras fría no notarías nada. Ese fuego que llamas alma es demasiado fuerte, estoy convencido que por eso notas cualquier mota de nieve que se te acerque.
—Si eso fuera verdad te estarías quemando ahora mismo —Dice con una amplia sonrisa.
—No me importaría, sería como una polilla que se acerca a la llama. Sacrificaría gustoso las alas por seguir contemplando esa sonrisa.
—Qué bonito hablas.
Entonces deja la taza a un lado y de un salto baja de la encimera. Se coloca un mechón rebelde detrás de la oreja izquierda. De improviso me planta un beso en la mejilla y me descoloca. Luego dirige sus pasos a la puerta.
—¿Vamos? —Pregunta un instante.
La miro aún confundido.
—Quiero pasear un ratito, ¿me acompañas? —Lo dice sin girarse, detenida bajo el vano de la puerta.
—Por supuesto. ¿Vas a ir descalza?
—La playa está cerca, me gusta sentir lo que me rodea —Dice mientras reanuda su camino.
—Puede que yo sea más que un estorbo —Le suelto a su espalda.
—Lo dudo —Lo dice bajito, mis oídos apenas son capaces de atrapar las palabras.
Estaba en el tejado. Subí con cuidado y la contemplé un momento. Estaba tumbada sobre las tejas, bañada en luna y con sus ojos perdidos en el firmamento estrellado. Recorrí muy despacio el perfil de su contorno y sonreí por su respiración serena. Quizá debiera irme, no molestarla.
—Buenas noches, no te esperaba.
Me pilló cuando casi me giraba. Me mordí el labio inferior indeciso. Luego sonreí, pues sus ojos brillaban, habían atrapado la hermosa forma de la luna.
—Pensé que no te importaría tenerme por aquí un ratito.
Sus labios se ensanchan con una sonrisa, las pequeñas perlas desnudas destellan con la luminosidad nocturna.
—Siempre que quieras. ¿Por qué no te acercas?
—No tengo tu equilibrio de gata.
Suspira un momento, su mirada se desvía de nuevo al cielo y pone las manos detrás de la cabeza.
—Mi equilibrio no es tan bueno, me he caído unas cuantas veces. Me he roto…
—Espera.
Silencio. Estoy a punto de golpearme la pierna con gesto frustrado, a veces soy un idiota. Me decido y avanzo sobre las resbaladizas tejas, camino seguro, tengo ya palabras hechizadas bailoteando en mi lengua.
—¿Sabes gata? Esta no es una noche cualquiera, no he venido solo a ver qué encontraba.
Se gira sobre un costado y apoyando el codo sobre una teja descansa su cabeza en la palma de la mano. Una reticente sonrisa despunta en su boca. Espera con ese destello cariñoso con el que me espolea.
—Esta noche he atrapado una estrella, aquí, entre mis manos. Titilaba indecisa y he decidido acercármela al pecho.
Ahora su sonrisa arranca de un tirón la atención solo reservada a la luna más bella.
—Me ha susurrado bajito que no sabía volver a su casa, que el cielo era demasiado grande y no era capaz de regresar a su lugar.
—¿Y qué has hecho? —Pregunta con entonación dulce.
—Le he dicho que yo la acompañaría, que me llevara al lugar hacia el que su alma clamaba. Ese rinconcito donde todo su ser daba forma a su existencia.
—Ah, ¿no es lo mismo?
—No, yo puedo ser cualquier cosa, pero no puedo existir si el rincón destinado para mí no me da forma.
Ahora por un momento cierra los ojos, tal vez piensa. En tan solo dos pasos me coloco a su lado.
—Puede que ahora no la veas, pero una de esas estrellas de ahí arriba me ha traído a ti, a este tejado tuyo.
Sus ojos sondean el cielo con una gran sonrisa. Por un momento me parece ver algo más en aquellos ojos, un velo quizá, pero es un fugaz momento.
—¿Te quedarás un ratito?
—Claro.
De pronto me agarra la pernera del pantalón con fuerza. La miro sorprendido, pero no me mira, mantiene el rostro agachado, mirando las tejas.
—No te alejes demasiado.
—¿A qué te refieres? estoy aquí.
—Pero no vas a venir a menudo, como hasta ahora.
Trago despacio. Miró un momento el cielo plagado de estrellas y me tumbo a su lado.
—Dime una cosa gata, ¿crees que podrías tocar desde aquí las estrellas? No, y sin embargo están ahí, cada noche. Estar lejos no significa desaparecer, no significa perderse.
Se acerca despacio y coloca su cabeza en mi hombro, una de sus manos me aprieta un instante el brazo. Luego suspira y ambos nos quedamos mirando estrellas hasta el alba.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Recuérdalo gata, deja la ventana abierta.
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DE COSTURAS Y RETALES FELINOS
Y la encontré sentada en el sillón de piel gastada. Su cabello negro caía en cascada sobre sus hombros de plata. En su regazo, un gato de ala de cuervo ronroneaba mientras lo acariciaba despacio, con una de esas manos que alivian los males y aligeran el alma.
—¿Qué te sucede?
—Estoy rota.
—¿De qué?
—De esto, de aquello. De lo de aquí y de lo de allá.
Todo lo dijo con sonrisa cansada y ojos derrotados, pero su mirada, esa que rompe fortalezas y desata tormentas, seguía preñada de esa fuerza indómita que golpea las entrañas.
—Esto es pasajero —Le dije.
—Lo sé, pero se ha de decidir el tiempo.
—El tiempo es relativo, ahora gobierna el frío y se congela el ánimo. Pero llegará el día de la sangre, el momento de hervir el cuerpo entre la intensidad del color y el aroma espeso de las flores. Dime, ¿te perderás las hogueras prendidas de teclas sonoras?
—Tal vez.
Entonces se levantó del sillón y se acercó despacio, por un momento sus dedos acariciaron mi rostro, se deslizaron por mi cuello y se dejaron caer por mi hombro. Luego pasó por mi lado y absorbí su perfume antes de que se marchara. Agarré con fuerza esa esencia y sonreí con nostalgia. Mis dudas seguirían jugando un tiempo, pero decidí apostar por el recuerdo pasado y esperar un futuro dichoso.
Y la volví a ver. Estaba sentada en las escaleras de entrada, tenía la mirada serena y media sonrisa se asomaba en sus labios. Al verme me guiñó un ojo.
—¿Qué tal andas gata?
—Mejor, he reunido todos los pedazos y me los he cosido con hilo de seda.
—¿Aguantará?
—Más le vale, pues pienso bailar toda la noche, pisotear con mis pies todo lo que me he arrancado de dentro y gritarle a la luna que estoy más que lista para el segundo asalto.
—Miedo me das —Le dije contento.
—Tranquilo, para ti solo tengo palabras de terciopelo.
Con las mejillas coloreadas me quedé un momento mirándola. Había cerrado los ojos y su cara reflejaba satisfacción y luz. Decidí marcharme sin decirle nada, pues no quería romper el hechizo. Ya volvería a su puerta.
Crucé la puerta entreabierta, estaba en medio de la habitación sentada sobre el suelo de tablas. Los brazos rodeando sus piernas, la boca escondida tras las rodillas, sus ojos contemplaban el fuego de la chimenea. Estaba descalza y su cabello oscuro lucía alborotado. Por un momento me recreé en el baile de la llama en sus pupilas.
—Has vuelto —me dijo.
—La puerta estaba abierta. ¿Te molesta?
Me miró un momento, me dedicó una deliciosa sonrisa y luego volvió su atención a las llamas.
—Tú no necesitas invitación. Pero no soy buena compañía.
Me acerqué y me senté a su lado. El fuego danzante atrapó mi mirada.
—Te he dicho…
—No me importa. Estoy a gusto aquí.
Regresó el silencio, roto tan solo por el chisporroteo del hogar revoltoso. Un suspiro escapó de sus labios.
—A veces pienso que mi cuerpo desaparece, que se desgasta de lado a lado.
—¿Tu cuerpo?
—Tal vez sea mi alma, mi ser entero.
—No me lo creo.
Su cabeza se giró y me miró. Resistí la tentación de enfrentarme con aquellos ojos brillantes.
—No lo entiendes.
—No me importa.
Ahora su suspiro pareció de enfado.
—No, no me importa, yo te veo, aquí y al otro lado. No soy capaz de abarcar de un vistazo eso que según tú se desgasta. Yo veo los bordes definidos, aristas de líneas duras, fuertes. Rompeolas que desmenuzan todos y cada uno de los oleajes furiosos.
Silencio de nuevo. Otro suspiro.
—Me desdibujo, te lo aseguro.
—Y te vuelves a rehacer, vuelves a trazarte entera, completa. Yo veo la tinta en tus dedos.
Ahora me giro hacia ella, me mira con los ojos entrecerrados. Luego fija la atención en sus manos, repasa despacio la yema de sus dedos. Una sonrisa se abre paso en sus labios. Se pasa una mano por el pelo y vuelve a la postura de centinela del fuego. Solo que ahora sus ojos sonríen sobre las rodillas.
—Dime una cosa gata, ¿bailaste a la luz de la luna?
Soltó una carcajada pero no contestó. Yo volví mi atención a las llamas.
—Quédate el rato que quieras —Susurró muy bajito.
La busqué despacio de una sala a otra, hasta que oí ruido arriba. Subí los peldaños que se quejaban del tiempo hasta toparme con ella en el desván.
—¿Qué estás haciendo?
—Buscando recuerdos, cambiándolos de sitio, colocando otros nuevos.
Su figura se afanaba entre cajas y polvo, entre trastos y telarañas. Su pelo estaba recogido en una apretada coleta, su rostro tenía una curiosa mezcla de determinación y tristeza. Coloqué de pie una caja de madera volcada y me senté despacio.
—¿Te duele?
—Todo duele, lo bueno y lo malo.
Se irguió y se limpió el sudor de la frente con el antebrazo. Me dedicó una fugaz sonrisa antes de poner los brazos en jarras.
—¿No dices nada? ¿Estás de acuerdo? —Lanzó belicosa.
—Me pregunto en cuántas de estas cajas cabe la nostalgia de una vida pasada.
—Eludes mi pregunta.
—No, la paso por alto. Solo puedo decir que todo es relativo. ¿Acaso el dolor que se abraza al corazón, que aprieta la garganta, no puede alumbrar las experiencias amargas?
—No juegues conmigo.
—Nunca lo haría, no al menos como piensas. Estas cajas llenas de sueños e ilusiones pasadas, de malos recuerdos y lágrimas, forman parte de ti. Eres tú.
Ella echa un vistazo alrededor con la mirada encendida.
—Todo esto, lo bueno y lo malo, todo duele. Pero si duele es… —Le digo mirándome las manos.
—Porque estás vivo —Suelta con suficiencia—. Hoy no sé si quiero tu compañía.
—Perdóname, solo me encuentro confundido.
—¿Por qué?
—Porque todo esto —Digo abarcando el desván al completo— solo es una muestra más de tu fuerza.
—O mi debilidad.
Ella se sienta entonces sobre una montaña de libros apilados, se arranca de un tirón la goma soltando su coleta y cae sobre su rostro el telón negro de sus cabellos. Entonces coloca los codos sobre las rodillas mientras su barbilla descansa sobre los puños cerrados.
—Mírate, estás aquí. ¿Acaso quieres ordenar tus recuerdos? No, has venido a flagelarte. ¿Por qué? ¿Para qué?
—No sé, simplemente sucede.
—Todo el mundo tiene cajas y trastos donde guarda o esconde. Donde trata de obtener el olvido o atesorar la felicidad.
—¿Y qué?
Me levanto y me acerco despacio, me agacho a tan solo un paso y miro fijamente el pedacito de oreja que asoma entre su melena revuelta.
—Tú lo tienes todo en el desván, no está por medio —Entonces bajo el volumen de mi voz—. Solo duele porque subes las escaleras.
Un momento de silencio. Poco a poco su cabeza se endereza, sus manos separan la cortina de pelo con un gesto. Sus ojos brillan y su boca tiembla un instante, luego sonríe despacio.
—¿Me das un momento?
—Por supuesto, te pido disculpas por haber subido. Te espero abajo.
—Mis palabras de antes…
—No las recuerdo.
El olor a café encaminó mis pasos a la cocina. Ella estaba sentada sobre la encimera, mantenía una taza grande frente a su boca. Tenía una expresión de felicidad en el rostro, sus ojos cerrados se velaban con el vapor que salía del líquido caliente. De nuevo descalza, sus pies estaban cruzados y se balanceaban de delante a atrás.
Di un par de pasos y me miró. Sus ojos se achicaron contentos mientras bajaba la taza a su regazo y me dejaba ver una amplia sonrisa de perlas nacaradas.
—Buenos días, vienes pronto hoy.
—Buenos días, parece que llego en el mejor momento —Le digo con una sonrisa sincera.
Ladeó un poco la cabeza y compuso una expresión cariñosa en la cara. Una de sus manos se elevó e hizo unos graciosos aspavientos en el aire, alejando fantasmas ociosos.
—Tus visitas coincidían con malos recuerdos.
—¿Y ahora?
—Aún no me ha dado tiempo a pensar.
—Entonces me aprovecharé todo lo que pueda.
Sonríe mientras me acerco. Eleva de nuevo la taza a sus labios y bebe despacio, sus ojos persiguen mi avance.
—Cuéntame el secreto —Le suelto.
—¿Qué secreto?
La taza descansa una vez más sobre sus piernas, sus manos se aferran a ella mientras me lanza una mirada que ciega como el sol de una límpida mañana de primavera.
—La luz. Tu alma brilla por dentro y por fuera. Llevo viniendo tan solo unos días, y sí, puede que eligiera malos momentos, pero todas y cada una de las veces he sentido el calor.
Entonces una de su manos se desliza lentamente de la taza a mi cara. Cierro los ojos y la tibieza me reconforta.
—Eres un encanto, pero muchas veces el frío es mi compañero, me hace temblar, resquebraja los dientes.
—Es lógico.
Su mano se desliza a mi hombro. Abro los ojos y me siento atrapado por los suyos. Sigue mostrando una expresión de plenitud, eso me espolea.
—Es lógico, si fueras fría no notarías nada. Ese fuego que llamas alma es demasiado fuerte, estoy convencido que por eso notas cualquier mota de nieve que se te acerque.
—Si eso fuera verdad te estarías quemando ahora mismo —Dice con una amplia sonrisa.
—No me importaría, sería como una polilla que se acerca a la llama. Sacrificaría gustoso las alas por seguir contemplando esa sonrisa.
—Qué bonito hablas.
Entonces deja la taza a un lado y de un salto baja de la encimera. Se coloca un mechón rebelde detrás de la oreja izquierda. De improviso me planta un beso en la mejilla y me descoloca. Luego dirige sus pasos a la puerta.
—¿Vamos? —Pregunta un instante.
La miro aún confundido.
—Quiero pasear un ratito, ¿me acompañas? —Lo dice sin girarse, detenida bajo el vano de la puerta.
—Por supuesto. ¿Vas a ir descalza?
—La playa está cerca, me gusta sentir lo que me rodea —Dice mientras reanuda su camino.
—Puede que yo sea más que un estorbo —Le suelto a su espalda.
—Lo dudo —Lo dice bajito, mis oídos apenas son capaces de atrapar las palabras.
Estaba en el tejado. Subí con cuidado y la contemplé un momento. Estaba tumbada sobre las tejas, bañada en luna y con sus ojos perdidos en el firmamento estrellado. Recorrí muy despacio el perfil de su contorno y sonreí por su respiración serena. Quizá debiera irme, no molestarla.
—Buenas noches, no te esperaba.
Me pilló cuando casi me giraba. Me mordí el labio inferior indeciso. Luego sonreí, pues sus ojos brillaban, habían atrapado la hermosa forma de la luna.
—Pensé que no te importaría tenerme por aquí un ratito.
Sus labios se ensanchan con una sonrisa, las pequeñas perlas desnudas destellan con la luminosidad nocturna.
—Siempre que quieras. ¿Por qué no te acercas?
—No tengo tu equilibrio de gata.
Suspira un momento, su mirada se desvía de nuevo al cielo y pone las manos detrás de la cabeza.
—Mi equilibrio no es tan bueno, me he caído unas cuantas veces. Me he roto…
—Espera.
Silencio. Estoy a punto de golpearme la pierna con gesto frustrado, a veces soy un idiota. Me decido y avanzo sobre las resbaladizas tejas, camino seguro, tengo ya palabras hechizadas bailoteando en mi lengua.
—¿Sabes gata? Esta no es una noche cualquiera, no he venido solo a ver qué encontraba.
Se gira sobre un costado y apoyando el codo sobre una teja descansa su cabeza en la palma de la mano. Una reticente sonrisa despunta en su boca. Espera con ese destello cariñoso con el que me espolea.
—Esta noche he atrapado una estrella, aquí, entre mis manos. Titilaba indecisa y he decidido acercármela al pecho.
Ahora su sonrisa arranca de un tirón la atención solo reservada a la luna más bella.
—Me ha susurrado bajito que no sabía volver a su casa, que el cielo era demasiado grande y no era capaz de regresar a su lugar.
—¿Y qué has hecho? —Pregunta con entonación dulce.
—Le he dicho que yo la acompañaría, que me llevara al lugar hacia el que su alma clamaba. Ese rinconcito donde todo su ser daba forma a su existencia.
—Ah, ¿no es lo mismo?
—No, yo puedo ser cualquier cosa, pero no puedo existir si el rincón destinado para mí no me da forma.
Ahora por un momento cierra los ojos, tal vez piensa. En tan solo dos pasos me coloco a su lado.
—Puede que ahora no la veas, pero una de esas estrellas de ahí arriba me ha traído a ti, a este tejado tuyo.
Sus ojos sondean el cielo con una gran sonrisa. Por un momento me parece ver algo más en aquellos ojos, un velo quizá, pero es un fugaz momento.
—¿Te quedarás un ratito?
—Claro.
De pronto me agarra la pernera del pantalón con fuerza. La miro sorprendido, pero no me mira, mantiene el rostro agachado, mirando las tejas.
—No te alejes demasiado.
—¿A qué te refieres? estoy aquí.
—Pero no vas a venir a menudo, como hasta ahora.
Trago despacio. Miró un momento el cielo plagado de estrellas y me tumbo a su lado.
—Dime una cosa gata, ¿crees que podrías tocar desde aquí las estrellas? No, y sin embargo están ahí, cada noche. Estar lejos no significa desaparecer, no significa perderse.
Se acerca despacio y coloca su cabeza en mi hombro, una de sus manos me aprieta un instante el brazo. Luego suspira y ambos nos quedamos mirando estrellas hasta el alba.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.
Siguiente avioncito.