...................
Sinopsis:
El día 11 de septiembre del año 2001 iba a ser un día normal, Walter Atta, auditor de cuentas en Lehman Brothers se levantaría a las seis y media, tomaría una ducha; desayunaría e iría a su trabajo. Al llegar a la Torre Norte entraría, saludaría a William y subiría en el ascensor hacia su lugar de trabajo, la planta 40. Pero ese día iba a cambiar su vida para siempre bajo la aterrada mirada de millones de personas.
...................
Código de registro SafeCreative: 1602166593821.
© Todos los derechos reservados. Se encuentra expresamente prohibida su reproducción, copia (total o parcial), publicación o modificación en cualquier medio impreso y/o digital sin (o con) consentimiento del autor.
...................
Portada
...................
Capítulos
Capítulo 1
Soy Walter Atta
¿En serio este es mi fin? ¿Asfixiado en una cocina-cafetería para empleados de la planta 44 y vestido con el peor traje que tengo? Siempre imaginé que iba a morir en las Bahamas, rodeado de palmeras y con tío cachas por marido. ¿Qué ha pasado? Hace cuarenta minutos, mientras tomábamos nuestro segundo café del día el edificio se inclinó casi seis grados hacia el río Hudson y nos caímos al suelo. En el pasillo se escucharon varias explosiones y con el vaivén del edificio la puerta se ha atrancado. ¿En serio este va a ser mi fin? ¿Con Kevin Jones intentando tirar la puerta a patadas y con humo saliendo de los conductos de ventilación? Miro la hora en el reloj: son las nueve y un minuto. El calendario, con el zarandeo del edificio se ha movido hasta el miércoles, día doce. Lo coloco en el martes, día once. —Deja el maldito calendario y pon algo en el conducto de ventilación. Nos vamos a asfixiar. Tengo la mano en carne viva y muy roja. Me he la he quemado cuando se me ha caído la dichosa cafetera encima. Me levanto del suelo y miro por la ventana, veo caer una chaqueta de hombre, es marrón. —Atta, ayúdame. Quiero ayudarle pero el calor y el miedo atenazan mi cuerpo y mi estómago. No sé lo que pasa. Odio que me llamen por mi apellido: Atta... menudo apellido más extraño. No te duermas, Walter. Pienso en la maldita hora en la que vine hoy a trabajar y en números. Tengo calor e intento que mi cuerpo reaccione... ¡Sí! Me estoy moviendo. ¡Qué coño está pasando hoy! Y eso que acaba de empezar el día… se oye un nuevo estruendo, Kevin mira hacia arriba y el edificio empieza de nuevo a temblar pero esta vez hacia todos los lados, como si fuera un terremoto ¿en Nueva York? No me jodas. —Tenemos que salir de aquí —grito. Cojo una silla y la estampo contra la puerta, ésta cruje con suavidad. Kevin dice algo que no escucho y le doy otro fuerte golpe a la misma, pero los goznes aguantan como cabrones. Me estoy mareando por el humo y pongo otro trapo en el asqueroso conducto, que parece una locomotora de vapor. Pongo la mente en blanco y recuerdo las clases de karate a las que asistí cuando era un niño, solo llegué al cinturón naranja-verde. Y me digo "no vas a morir con solo veinte años, Atta". Me concentro mientras sudo como un aspersor estropeado. Me quito la americana, de color negro, y veo por la ventana que alguien ha tirado otra chaqueta... espera... ¡también han tirado los pantalones! Junto con eso caen muchos papeles, documentos, carpetas ¡y hasta una mesa de despacho entera! Miro a Kevin Jones que está aturdido y con la boca abierta. Me abstengo de preguntarle si de verdad cree que ha sido una explosión de gas en el restaurante pero en realidad no sé que habrá pasado, pero estoy seguro de que tenemos que abrir esa puerta ya. Concentro mi fuerza en la pierna y lanzo una poderosa patada, los goznes saltan y la puerta vuela hasta la mitad del pasillo. Miro el reloj de pared: son las nueve y cuarto. ¡Maldita la hora en que me levanté de la cama! El pasillo está oscuro y hay mucho humo, polvo y no sé cuantas cosas más. Huele muchísimo a gasolina o a gas, no lo sé. Corremos hacia los ascensores y vemos que todas las puertas han saltado por los aires. Entramos en una de las oficinas del NYSSA. —¿Hay alguien aquí? Los monitores, los teclados, las estanterías y el falso techo están por el suelo. Miro los cubículos uno por uno y en el último veo un par de pies. Retiro toda la montaña de cosas y comprendo que está muerto. Tiene más o menos mi edad y en su cara se puede ver sorpresa, veo que tiene sangre en la boca y en la cabeza. Es como en esas películas gore. Miro por la ventana y veo cosas caer, papeles sobre todo. Otro traje se precipita pero este lleva zapatos y agita... sus... brazos... al... una náusea me invade y vomito en el suelo. Al fondo de la oficina veo una ventana rota, cojo una silla mientras Kevin me grita que qué hago. Le doy un golpe y la rompo limpiamente, saco la cabeza y miro hacia abajo; todo está perfecto, noto que Kevin me agarra del brazo. Miro hacia arriba y veo muchísimo humo. Algo pasa cerca de mi cara, creo ver una mano... o un pie. Virulentas llamas salen por las ventanas del piso 94. ¡Me cago en la putísima madre! Meto la cabeza y grito con todas mis fuerzas. No es posible lo que está pasando, no es real, es una puta pesadilla y despertaré enseguida, seguro que es eso. Kevin me agarra pero mi cuerpo se sacude con violencia. —¿Qué pasa? Solo me sale un grito agudo. Saca la cabeza por el hueco y la mete enseguida. —Me cago en la puta, también hay un incendio en la Torre Sur. ¡Tenemos que salir de aquí! —Grita. —¿Y si hay terroristas por los pasillos? Tengo miedo —digo sin pensar, él me mira como diciendo “¿qué terroristas?” —Vámonos, venga —me tira del brazo. —Toda esa gente... habrá miles de muertos... —Entonces caigo en la cuenta— ¡Marizza! Marizza Lione es mi mejor amiga y sabe más cosas sobre este puñetero edificio que el propio arquitecto. Corremos por el pasillo y salimos hacia las escaleras, empiezo a subir con ganas y mis piernas responden a la perfección. Solo quiero saber cómo está Marizza; los pisos pasan rápidos y casi estamos en el piso ochenta. Hay gente tanto bajando como subiendo. Abro la puerta del piso ochenta y entramos por las otras escaleras de subida hasta el piso ochenta y nueve. Detrás de la puerta se oye algo extraño. —Atta, eso suena como cuando a mi madre le reventó la olla a presión. ¡Anda, exagerado! —Pero Marizza... —Es mala idea, hazme caso Atta. Le hago caso omiso. Cojo la manilla, está fría, sonrío y miro a Kevin. Bajo el pomo y la abro… el pasillo está a oscuras. ¡Oh, JODER! Una poderosa luz se acerca a mí e intento rápidamente apartarme pero la lengua naranja es más rápida y me abrasa la piel de la cara, Kevin cierra la puerta de una patada. Mi cuerpo está ardiendo y la gente que baja empieza a gritar, un hombre se quita la chaqueta y empieza a golpearme con ella. ¡Me quemo, ME QUEMO! Miro hacia abajo y sonrío, tengo ganas de reírme no sé por qué. ¡Me estoy abrasando vivo y tengo ganas de reírme! El dolor es insoportable y veo puntitos negros bailando delante de mí, cada vez se hacen más o más grandes. Tengo ganas de reírme y sueño, mucho sueño… Entre tinieblas me parece escuchar la voz de Marizza, mis piernas no dan más de sí y me caigo de espaldas contra la pared. Jo-der. —¿Walter? —Oigo a Marizza—. ¡Walt! —Grita. —Tírame el extintor... ¡corre! —Grita Kevin a su vez. Algo espumoso me sale por la boca y la gente que baja me mira con curiosidad, miedo y asco a la vez. La mancha negra de mis ojos ahora es naranja. El calor pasa un poco cuando la masa espumosa del extintor me apaga las llamas de la ropa pero un olor terrible me inunda las fosas nasales y pienso en un cerdo asándose en uno de esos hornos para pizzas. Qué asco. Intento gritar pero el dolor es tan fuerte que me agarrota todos los huesos del cuerpo, tengo la ropa pegada a la piel y noto un dolor que jamás antes había experimentado, ni cuando me rompí tres costillas al caerme de un monopatín cuando era adolescente. —No cierres los ojos, estamos aquí. ¿Dónde? No os veo. —Bajemos. —¿Pero qué ha pasado? —Le pregunta Kevin a Marizza. —No lo sé, creo que han reventado las cocinas del Windows. Más allá del piso noventa y dos no se puede subir, las escaleras están destrozadas —contesta Marizza. —Marizza, la Torre Sur también está en llamas. —¿Qué? —Pregunta con un tono de verdadero terror— ¿Eso es en serio? Bajaba del Windows cuando oí un ruido muy extraño y segundos después se movió todo el edificio. Marizza traga saliva ruidosamente y me agarra del brazo. Empezamos de nuevo a bajar, veo todo como si fuera una película con un horrible fondo naranja. Espero que el fuego no me haya quemado los ojos. Casi no siento dolor ya en la cara. Hace poco leí que las quemaduras de tercer grado no duelen porque se mueren los nervios. Mucha gente está bajando... o subiendo, no puedo saberlo. Alguien con acento neoyorkino nos dice que bajemos, todos los que están detrás de nosotros gritan, lloran, tosen o las tres cosas a la vez. Tengo ganas de mear. —Bajad rápido pero con calma —dice alguien que sube. ¿Y quién soy yo? Walter Atta, un gilipollas que no tendría que haber entrado a trabajar hoy, este martes no se me va a olvidar jamás. Ni a mí, ni a la ciudad, ni al mundo. Hacemos paradas cada ciertos pisos, y una mujer le dice a Marizza (creo que es su voz) que si quiere un poco de agua y ésta le responde con un sí y un débil gracias. Kevin suspira varias veces y noto como se recuesta contra la pared. La muchacha le da la botella de agua y él bebe un largo trago, me pregunta si quiero y le respondo que sí. Noto que tengo los pantalones mojados... me he meado encima pero parece que a nadie le importa. Bebo un poco de agua y un dolor atroz me paraliza de la cabeza a los pies. ¿Me habré quemado la garganta? Ojalá que no. Una mujer está hablando por un teléfono móvil, se ha quedado quieta y habla bajo… apaga el móvil y sigue bajando, lo sé porque oigo sus pies al descender. ¿Qué de qué trabajo? Soy auditor de cuentas en Lehman Brothers, demasiado tengo con levantarme a las seis como para ahora quemarme la puta cara. Y los demás… ¿me han dejado solo? ¿En serio? El miedo se apodera de mí y dejo caer la cabeza hacia atrás, me duermo... pero unos golpecitos hacen que me despierte. Creo que es Kevin. —Perdón amigo, esto te va a doler. Pone algo sobre mi cara que primero me alivia pero luego me empieza a quemar, mi cuerpo reacciona y empiezo a gritar con todas mis fuerzas. Grito hasta desgañitarme y se me pone la voz ronca; parezco un jodido cantante de ópera pero el dolor es atroz, son como punzadas que se me metan hasta los ojos. Me cuesta respirar. —Tenéis que bajar —comenta una voz nueva, es fina pero fuerte y tiene un acento extraño. Inglés quizá... o irlandés. —Tiene quemaduras muy graves —dice Marizza. —Chico, intenta abrir los ojos. Abro los ojos, que ya no me arden. Ya puedo ver, un poco mal al enfocar pero es un alivio. El del acento irlandés es un hombre, lleva una cazadora normal y una bombona de oxigeno a la espalda como si fuera un bombero... espera, nos hemos parado de nuevo, Dios mío. El edificio se mueve otra vez y la gente grita aterrada, algo sube por el hueco de las escaleras y cierro los ojos. Noto como una especie de humo (o polvo) se cuela por todos los orificios de mi cuerpo. —¿Qué coño ha sido eso? —Pregunta Kevin. —¿A dónde demonios vas? —Grita el hombre. Nos paramos— Espera. ¡George, se nos ha ido el muchacho! —¡Joder! —gruñe. Sabiendo cómo es Kevin seguro que se ha ido a ver lo que ha pasado. Tarda mucho. El hombre bajito se apoya contra la pared y bebe agua. Tiene el pelo negro y como máximo mide uno con sesenta y cinco. Aunque puede que sea más alto de lo que parece desde mis dos metros con ocho... o nueve, hace muchos años que no me mido y no, no me gusta jugar al baloncesto. Tengo escoliosis. Kevin llega hasta donde estamos acompañado de dos personas más que por órdenes de su propio instinto de supervivencia empiezan a bajar. Miro a la pared, estamos en la planta cuarenta. —¿Qué ha pasado? ¿Kevin? —Pregunta Marizza, asustada. Se empieza a reír, parece que está perdiendo la cabeza. —Igual que si el jodido David Copperfield hubiera hecho el truco ese con el que hizo desaparecer la Estatua de la Libertad... impresionante. —¿Qué coño estás diciendo? —Ya no existe la Torre Sur. —¿Qué? El hombre bajito y Marizza se meten por la puerta y me quedo con Kevin, que está llorando (o riendo) no puedo saberlo. Cierro los ojos y los abro cuando escucho pasos. Marizza está llorando. —Se ha esfumado... Corinna. Joseph, Antonio, Ken, María, Christina... solo espero que estén bien. —Pero habrá miles de muertos. Por Dios —comenta el “bombero” bajito. —Esto no está pasando, esto no está pasando —digo como si fuera un mantra—. Tú no pareces bombero ¿qué has visto? —No soy bombero, soy policía. Y si, estaba en la calle. —¿Qué has visto? —Repite Marizza. Hace caso omiso de la pregunta y se va hacia las escaleras. —Bajemos. —¿Qué hora es? —Pregunta Marizza, como si importara eso ahora... —Las diez en punto. Todavía tenemos que bajar cuarenta pisos. Con los ánimos por los suelos (nunca mejor dicho) bajamos uno a uno los cuarenta pisos, cada vez hay menos gente y hacemos paradas cada nueve o diez pisos. —Venga, ya estamos más cerca de la salida. Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro. Parada. Todos suspiramos, no puedo más, estoy deseando salir de aquí. Nos apoyamos en la pared, se oye un crujido y algo que suena como si alguien estuviera prendiéndole fuego a una enorme bola de papel de aluminio… es un sonido muy extraño. El policía mira por las escaleras y algo para a centímetros de su cara, abre los ojos y nos mira. Su menudo cuerpo tiembla como una hoja mientras el sonido se oye cada vez más cerca… ¿QUÉ ESTÁ PASANDO? —¡Al suelo! ¡Corred, bajad a la cuarta planta, RÁPIDO! —Atta —grita Marizza. El policía tira de mi brazo mientras el enorme ruido hace que nos elevemos desde el suelo, el policía grita “dios” varias veces. ¿Qué esta…? Abro los ojos, no sé cuanto he estado inconsciente pero me duele mucho la cara y otra vez he perdido la visión. Pero ahora no veo nada… toso. Me quito el trapo (que está lleno de tierra y polvo) y veo que cerca de mi cara hay algo duro. Le doy un golpe y se me encogen hasta las pelotas…. ¡es una viga! Intento enfocar para saber donde estoy pero todo está oscuro como la boca de un lobo. —Marizza... Marizza —grito. —Estoy aquí Atta —grita Marizza—. ¿Estáis bien? Kevin, ¿bomberos? —Oh Dios, oh Dios —dice Kevin. —Estoy bien, tengo las piernas atrapadas pero estoy vivo —dice el del acento irlandés y acaba con una sonora carcajada. —Hemos tenido una suerte de la hostia —comenta alguien que nunca había oído. —¿Qué ha pasado? —Pregunto con el corazón en un puño—. ¿Dónde estamos? —Los pilares se han venido abajo por culpa de las altas temperaturas —contesta George, el bombero. Una oleada de gritos empiezan a sonar. —¿Se ha derrumbado la torre c-con n-nosotros dentro? —Pregunta Marizza llorando a mares y tartamudeando. —Exactamente, estábamos en el sitio idóneo para poder sobrevivir —comenta el bombero negro. Y yo que pensaba que si te caía un edificio encima te mataba y más uno de ciento diez plantas. El bombero coge la emisora y dice su posición, pero no hay respuesta. Estamos en tierra de nadie y atrapados entre escombros y vigas de acero. —Tenemos que hacer algo para que nos oigan. El irlandés empieza cantar en voz baja. And it's no, nay, never No nay never, no more. —Venga, todos a la vez. Cantan esta vez más alto. Will I play the wild rover, No never, no more. Pero yo no canto "Wild Rover", prefiero imaginarme que estoy en una discoteca bailando en la pista mientras tarareo mi canción favorita por lo bajo. Sé que este día nunca se me va a olvidar. Nunca olvidaré al irlandés bajito cantando aun teniendo las piernas rotas, ni a Marizza sollozando pero esforzándose por cantar en voz alta, ni a Kevin –mi mejor amigo- ni del bombero intentando que le respondan a sus llamadas. Estaré eternamente agradecido a todos ellos... eternamente agradecido. Saco mi mano y dibujo en el polvo que hay en la viga: I WILL SURVIVE (sobreviviré). |
Capítulo 2
Cinco horas
Me quedo dormido cuando dejan de cantar y me despierto cuando oigo un ruido extraño, noto mis labios resecos y tengo sed. El dolor que siento vuelve a paralizarme y no se oye nada ni a nadie. Solo silencio y algún que otro crujido. —¿Estáis bien? —La voz de alguien me asusta. Es pelirrojo y está reptando como un lagarto— ¿Cuánta gente hay? —No lo sé —dice George. A mi lado hay dos personas, no están sepultadas pero creo que están dormidas… creo. Todos se van presentando uno a uno hasta contar quince personas, sí que está concurrido este tramo de escaleras. —Mi padre es bombero —le digo. —¿Cómo se llama tu padre? —Antoine Atta. —¿Eres el hijo de Antoine? Me ilumina la cara con una linterna. —Sí, ¿está bien? —Espera. Y no te muevas. Se le olvidó decir “o te caerá encima la viga de acero y te hará polvo”. Sale del agujero. Una mujer grita de repente. —¿Qué ha pasado? ¿Pero no estábamos en la Torre Norte? Me imagino que habrá estado inconsciente y no sabe lo que ha pasado. Disculpe señora, no hay Torre Norte ni Sur. Nos hemos quedado sin trabajo, posiblemente sin amigos y Nueva York se ha quedado sin skyline. El World Trade Center es historia… Finnito. —¿Fueron misiles? —pregunta un hombre. —¿Misiles? ¿Nos han atacado con misiles? —grita la mujer asustada—. Al final los árabes se han salido con la suya. Otra cosa muy típica de Norteamérica, echarle la culpa a toda la gente cuando son unos cuantos que malinterpretan la religión. Atta es apellido árabe y sí, soy musulmán, pero yo no malinterpreto las escrituras. ¿Es un delito ser árabe? Pues después de lo que acaba de pasar lo será… Norteamérica, ese gran patio de vecinos. Cuando salga de este agujero cogeré mis cuatro cosas y me iré al sitio más alejado de aquí. —Tú, chico alto ¿estás bien? —me pregunta el del acento irlandés. —M-me duele la cara —respondo. Un fuerte estruendo me hace estremecer, ahora es cuando me cae encima la viga y me despierto en el paraíso. ¡Adiós vida, hola jóvenes vírgenes! Me da un calambre en las piernas y los ojos se me inundan de lágrimas, no quiero morir. Siento una extraña opresión en el pecho y el corazón me va a cien por hora. —Eh, eh ¡chico! ¿Yo? —Respira varias veces hondo pero no te muevas ¿de acuerdo? Yo me llamo Glenn, ¿y tú? —Walter… —Cuando hagas las inspiraciones cuenta hasta cuatro. Pruebo lo que me dijo el irlandés y mis pulsaciones bajan un poco pero aún siento la opresión en el pecho. Otro fuerte “crack” hace que me quede quieto. No quiero morir. —Walt, ¿sabes lo que es una cizalla? —pregunta para que no le preste atención a los ruidos. —Lo que utilizan los bomberos… —Exactamente, lo que se oye no es la viga. Es una cizalla. El bombero pelirrojo reptador vuelve. —Quiero que os quedéis quietos, ¿entendido? —¿Y mi padre? —Le pregunto. No me responde. —¿Podrías llamar a mis hermanos? Estarán desesperados, diles que estoy bien. Por favor —dice el irlandés. —Todo el que quiera que llame a sus familiares que me dé su número. —Mis hermanos se llaman Joseph y Ann, diles que estoy bien —expresa el irlandés. —Mi hermano se llama Seth, dile que volveré más tarde —solloza Marizza. —Llama a mi madre —le digo yo—, pero no la preocupes mucho. “Antoine Atta no está en el parque número nueve” escucho decir a alguien por la emisora. O sea que está muerto. Pensaba que iba a deshacerme en lágrimas pero ninguna sale de mis ojos. Otro chasquido hace que tiemble como una hoja. El bombero se va y aparece otro, esta vez es moreno y se arrastra hacia nosotros. Sí que es grande el dichoso agujero. ¡El poder de las cizallas! —¿Qué hora es? —pregunta George. —Las tres de la tarde, os sacarán enseguida. Os explico cómo va a ser, primero a los más bajos y luego a los más altos. —Yo soy bajo, pero estoy atrapado… —dice el irlandés. —¿Hay alguien con heridas graves? —pregunta el bombero moreno. —Atta tiene quemaduras de segundo y tercer grado —dice Marizza. —¿Quién es Atta? —El chico que está en las escaleras, debajo de la viga roja —el irlandés. Me ilumina la cara y logro esbozar una sonrisa. “Nos reportan ciento veinticinco fallecidos en Washington y cuarenta y cuatro en Pensilvania” dice una voz en la emisora del bombero. —¿Qué ha pasado en Washington? —pregunta el irlandés. —¿Y en Pensilvania? —Marizza. No dice nada. Mejor, así nadie se pone histérico... Otro bombero pasa por el no tan angosto agujero. —Los que estén libres, que empiecen a salir. De uno en uno. Una mujer bajita y cubierta de polvo de los pies a la cabeza empieza a arrastrarse por el suelo cual serpiente hasta el bombero pelirrojo, antes de irse mira hacia atrás y le tira algo al irlandés. Este empieza a reírse al instante. —Galletitas saladas… joder. A ver si nos sacan pronto, Gigante. —Ojalá… Otra vez el bombero pelirrojo. —Habla con tus hermanos, están muy nerviosos. El bombero le da la emisora y a mí se me humedecen los ojos mientras otros “bajitos y bajitas” salen por el agujero con el bombero moreno. —Josh, Ann, estoy bien ¿me escucháis? Se escucha un grito agudo. Los dos hablan al unísono haciendo que no se entienda nada. ¿En serio no estoy soñando y me voy a despertar ahora mismo? —Tranquilos por favor, estoy bien. Creo que me he roto las piernas pero estoy cojonudamente —solloza el irlandés—, estoy bien. No os preocupéis, nos sacarán pronto. ¿Cómo estáis vosotros? Desde mi posición escucho algo que suena como “grises.” Él ríe. —Ya me imagino que estáis grises. Yo estoy bien acompañado por un amigo, se llama Atta. Gritan algo de Washington y de Pensilvania. El hombre, Glenn, se despide con un “hasta luego” y le devuelve la emisora al muchacho. Otro de los bomberos le tira una toalla y una botella de agua a un hombre que creo que trabaja en el piso cincuenta y que se llama Martin. Este las coge. —¿Qué quieres que haga? —Pregunta Martin. —Moja la toalla y quítale todo el polvo y la tierra. Mientras me quita toda la suciedad, el dolor no es molesto pero sí siento algunos pinchazos muy fuertes ciertas partes de la cara. —¿Quieres beber? —Sí… Gracias. Doy un gran trago y noto cómo junto con el agua baja polvo por mi garganta. “Tenéis que sacarlos rápido. El 7 se está combando.” Espera un momento ¿el 7 se va a caer? ¡Qué bien! Hoy cenaremos pastel de Walter y de policía irlandés. Un profundo grito nos taladra los oídos. —¡Mi pierna! —Es Marizza— ¡Mi pierna! Un “Dios” a todo volumen hace temblar todo. —Arrástrate con las manos, yo te ayudaré. Vamos —dice el bombero pelirrojo. —¿Van a suspender el rescate? —le pregunta el irlandés. —No creo, todavía le quedan un par de horas. —¿Pero se va a caer? —El incendio es imposible de apagar… Se derrumbará. Otra cosa, han cerrado los puentes de la ciudad, o sea que os tenemos que trasladar a hospitales de aquí, de Manhattan. El hombre hace un ruido que puede ser desde un sollozo o una risa sarcástica. —Yo no tengo seguro médico, si quieres puedes dejarme aquí. —Es bueno que no pierdas el sentido del humor. Yo creo que lo dijo en serio. El seguro de mi empresa pagará todo el tratamiento que necesite pero esta gente que no tiene seguro… Qué pena. Algo tengo que hacer por el tío que me ha salvado la vida. ¡Lo tengo! Le pagaré todos y cada uno de los gastos de su estancia hospitalaria. Veo como Marizza y Martin abandonan los escombros, ella entre quejidos de dolor. —Nos hemos quedado solos. —Eso parece —le digo. —¿Eres de Nueva York? —Me pregunta. —Sí, ¿eres inglés o irlandés? —Irlandés. Estaba de turismo pero como estaba en la calle y soy policía… —¿Te gusta Nueva York? —Sí, tiene los mejores cines, teatros, estadios, parques y ahora escombros. —¿Tú crees que se ha enterado la gente de lo que ha pasado? —¿Pero qué demonios piensas que ha pasado? —me pregunta. —No lo sé. —Han atacado la ciudad. —¿Con misiles? —le pregunto. Suspira. —No quiero meterte miedo. —No puedo tener más miedo que ahora. ¿Qué ha pasado? —Han atacado las torres con aviones. ¿Aviones? —¿Cazas o de pasajeros? —le pregunto como si fuera lo más normal del mundo. —De pasajeros. —¿Por qué a nosotros? Solo somos unos muertos de hambre que nos ganamos el pan trabajando en las malditas torres estas. —No lo sé, son terroristas. Nunca tienen un motivo. Me imagino que habrán sido los terroristas árabes esos de Al Qaeda. Río. —Yo soy árabe… Bueno, mi padre lo es. De Damasco. Capital de Siria. Oigo ruidos raros y frunzo el ceño. —¿Qué demonios haces? —le pregunto. —Liberar mis piernas de escombros, ¿algún día has visto una tibia al descubierto? —Un amigo mío se rompió el codo y le desgarró la piel. Era blanco. —¿Quién, el hueso o tu amigo? —Los dos. Ríe. —Presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad. Una canción pasa por mi cabeza, es una de mis favoritas. —This is not Hollywood, like I understood. —Is not Hollywood, like, like, like —contesta. —Run away, run away, is there anybody there? —Get away, get away, get away. George, el bombero, nos hace señas con la linterna. —Creo que tenemos que salir. El irlandés, con muchos esfuerzos, se pone bocarriba y empieza a arrastrarse con el trasero hacia la salida. Yo hago lo mismo y logro agarrarme a las manos del bombero pelirrojo, es joven y tiene los ojos marrones. Me mira a la cara y sonríe, es guapo. Parpadeo al ver la luz del día, no del sol. Un médico se tira casi encima de mí y creo escuchar los gritos de mi madre a lo lejos, quiero ver si esta allí pero me obligan a tumbarme en una dura camilla y puedo ver cómo a mi compañero de escombros le ponen sendos flotadores en las piernas mientras intenta sonreír. —¿Cómo te llamabas, chaval? No soy bueno recordando nombres. —Walter… Atta. Me pone una aparatosa mascarilla de oxígeno y siento que puedo respirar tranquilamente y sin dolor de costillas. Me tumbo en la camilla y miro el cielo, sé que encima de todo el humo y el polvo hay un sol precioso y el cielo es azul. La camilla empieza a rodar por el suelo y miro hacia los escombros y veo una estructura de acero, está en pie, como diciendo “esto es todo, amigos”. Tengo ganas de llorar. Siento que alguien me toca la mano y escucho “adiós, Gigante” y esbozo una sonrisa. Adiós, Leprechaun. |
Capítulo 3
La maratón de Manhattan
Los médicos no paran de preguntarme: mi nombre, la edad, si me duele algo más, no, ¡me duele la puta cara! Me pusieron la vía antes de meterme en la ambulancia y encima de mi cabeza cuelga una bolsa de suero transparente. Conmigo van dos chicos y una chica y delante el conductor, claro. Hablan entre ellos de mi cara, dicen de “quemaduras de segundo y tercer grado”. Una enfermera me mira y sonríe, tiene los ojos brillantes, se da la vuelta y se tapa la cara con las manos. Veo como sus hombros suben y bajan, está llorando. Soy feo, ¿pero tanto como para que se ponga a llorar alguien? El vehículo se queda parado y empiezan a sonar bocinazos, el que conduce pita una y otra vez hasta que grita “vamos coño” pero el vehículo no se mueve ni un centímetro. Algo muy ruidoso pasa al lado de la ambulancia, no sé qué era pero ha dejado a todos con la boca abierta. —Me cago en la puta –susurra el conductor. Hace sonar el claxon otra vez pero no pasa nada. —¿Y si llamas al helicóptero? —Pregunta la muchacha. —¿Con el espacio aéreo cerrado y con todos esos cazas por el aire? No digas tontadas. —¿Y qué hacemos? Me pregunto si Marizza y los demás han llegado bien, ojalá que sí. La enfermera me mira. —Resolveremos este entuerto. Es que no se qué coño está pasando pero me imagino que hay un atasco del carajo, si no dejan pasar a una ambulancia con las luces encendidas será por algo. —¿Y si volvemos hacia atrás? —Imposible, el presbiterano está desbordado. Tenemos que ir hacia el Israel. El hospital Monte Sinaí está donde Dios perdió la piedra del mechero, intento recuperar la calma e imagino que la enfermera se acerca y me dice “tranquilo, esto es una cámara oculta” pero no es así, aquí estoy yo: Walter Atta, dentro de una ambulancia, con una mascarilla de oxigeno puesta y en un puto atasco. Noto una presión enorme en el pecho y mi cuerpo se sacude fuertemente, voy a morir, sé que voy a morir en esta puta ambulancia que huele a desinfectante. Voy a palmar, algo explotará bajo nuestros pies pero de aquí no salgo con vida, mis ojos se humedecen y empiezo a llorar. Voy a morir. O no… puede que mañana o pasado, pero hoy no. No sé qué cojones me ha puesto la enfermera pero la sensación del pecho se me ha pasado un poco, es lo que tiene padecer claustrofobia y estar encerrado en una ambulancia. Cierro los ojos e imagino que algún día olvidaré todo esto… algún… día… Me despierto cuando siento como el viento otoñal me golpea en la cara. El cielo es azul pero nubes negras lo oscurecen cada cierto tiempo, la camilla “vuela” sobre el suelo, la mujer es muy rápida y el médico aun mas. Ahora hay sol, ahora no, las nubes negras presagian lluvias… espera, no son nubes ¡es humo! En un despiste me quito la mascarilla que me cubre la nariz, huele a fuego y algo químico. La enfermera cierra los ojos y una espesa niebla nos engulle, miro a la gente que está en la calle; algunos niegan con la cabeza, otros lloran sentados en los bordillos y la mujer empalidece de los pies a la cabeza. Su ropa está teñida de polvo, el cielo ahora no es azul, es blanco. A mi derecha veo un parque, el columpio que antes era verde, los coches, las calles y los edificios son blancos. —¡Salid de aquí! Id a Central Park. —grita la mujer. Un hombre trajeado y con una cartera de piel en la mano casi se choca con la camilla, debajo de todo el polvo tiene sangre que resbala por su cara. La enfermera para y le tiende un pañuelo empapado en suero. Creo que se llama Jack, el hombre mira hacia la camilla y frunce el ceño. —¿Atta? —¿Jack? ¿O era John? —Le pregunto. —Jack… —contesta. Creo que trabaja en Lehman… ¿o en Fuji Bank? No me acuerdo. No sé donde estamos, parece Wall Street pero no puede ser, el Sinaí está mucho más arriba. —Siga andando, vaya al parque y pida ayuda. —Si… claro. La muchacha mira al médico y este afirma con la cabeza, la camilla empieza su recorrido de nuevo y el humo se va haciendo más espeso, veo la puerta de entrada a mi edificio. —Walter ¡eh! —dice el chico para distraerme. La camilla se eleva por culpa de un inesperado bache, hay muchos bomberos por la calle que parecen estar exhaustos. —Rápido, rápido —grita uno señalando algo que no puedo ver. —Me cago en la puta… —dice otro. Un estruendo hace vibrar todo y por mis dos lados pasan los bomberos corriendo, algunos ya no pueden ni hacerlo. ¿Qué pasa? Giran la camilla hacia atrás… jo-der, un grito sale de mi boca pero lo disimula la mascarilla. —¡Corran, corran! —dice la mujer en español, es latina. Miro disimuladamente hacia atrás, la nube de polvo nos pisa los pies ¿Qué cojones ha pasado? Una mujer que está con las manos en la boca grita pero no se pone a correr, sus piernas no responden. Estamos en la calle Fulton, donde vivo. O sea que me llevan al presbiteriano… perfecto. La nube de polvo pasa encima de nuestras cabezas y nos engulle enteros. —¿Qué ha pasado? —Pregunta la enfermera bajo su mascarilla. —Yo que sé… —responde el médico. —El 7 —susurro. Al cruzar la calle no hay nadie, los coches atascan la carretera de doble carril y en la mayoría de ellos no hay nadie al volante, parece una puta película de terror. Algo está pasando (que novedad)... la enfermera levanta una mano y grita varios "¡Eh!", el médico dice "¡la puerta!". El cielo blanquecino se transforma de repente en un porche con el techo de escayola blanca. Una mujer de bata blanca abre la puerta y un mar de llantos, gritos y ataques de pánico invaden mis oídos. Una negra llora abrazada la que parece ser su hija y repite "gracias a Dios" como un mantra, los ojos de la chica miran a un punto fijo en su mente. A sus pies descansa un caro bolso de piel negra. Más adelante, un hombre discute con las enfermeras del puesto, ellos intentan hacerle caso y tratan de calmarle pero es imposible, chilla y les llama "tontas del culo" mientras tira una carpeta al suelo y pregunta "donde coño está su hijo" cada vez más alterado. En una esquina, una mujer pelirroja llora abrazada a un hombre de identico color de pelo y hablan un idioma extraño, el hombre le acaricia la nuca con suavidad. Ella se levanta cuando pasamos y se acerca a la enfermera. Entre gritos oigo que preguntan por alguien, el pelirrojo dice "joder" y me mira, tiene los ojos muy oscuros y es guapo de cojones, aun más que Kevin Jones... y más hetero que él, lleva una alianza de boda dorada y una pegatina en un lado del pecho al igual que la chica, logro leer: "cumpleañeros." Pues no son pareja, parecen ser hermanos... gemelos. O mellizos, yo de esas cosas no sé. Me quito la mascarilla y sonrío. —Felicidades... —¿Qué? —Felicidades... -señalo a la pegatina. La chica se pone a reír... o a llorar, no lo sé. —Virgo... —susurro, la muchacha me mira con pena. El hombre habla bien en inglés pero tiene un extraño acento inglés... o irlandés... oh Dios. ¡Esa voz! Recuerdo las dos voces que hablaban al unísono por la emisora... puede que no sean ellos, o puede que si. La voz de él, fuerte, es idéntica. —¿Está seguro de que estaba allí? —Claro. La enfermera se inclina hacia mi persona. —¿Recuerdas si había contigo algún hombre llamado Glenn? Hago un repaso mental de todos, Marizza, Kevin, George... ¿y el poli? No recuerdo como se llamaba el policía bajito. —¿Es policía? —Sí, ¿lo has visto? —Me pregunta la apenada mujer. —Estaba allí, lo sacaron antes que a mí. Estaba bien. —¿Cómo te llamas? —me pregunta el pelirrojo cumpleañero. —Walter Atta —¿En serio? —Abre unos ojos como platos— ¡Corre! Avisa a Aline. ¿Ha dicho Aline? Mi... madre. Antes de que pueda verla me meten en urgencia, aquí se oye el doble de gritos y llantos, una chica en estado de shock y cubierta de polvo me mira y parece que susurra algo. Alguien intenta hacer callar a la gente pero hacen caso omiso. Una adolescente grita fuertemente y dos enfermeras van corriendo hacia el BOX. Ataques de ansiedad por aquí, ataques de pánico por allí, el que me voy a volver loco soy yo. Que exagerados somos los neoyorquinos, pienso, pero un segundo después me preguntó por qué coño he pensado eso, no somos exagerados, hoy no. Por mi mente recorren miles de preguntas: ¿que voy a hacer cuando salga de aquí? ¿Dónde voy a trabajar? ¿Me quedare en la ciudad? ¿Aumentará el racismo en Norteamérica? ¿Me pegaran una paliza debido al color de mi piel? Y la más importante: ¿Olvidaré todo lo que he vivido hoy? El único consuelo que tengo es que mi madre es psicóloga y me ayudará a superarlo. Los gritos se amortiguan al llegar a una habitación muy grande y parecida a un quirófano, me dejan debajo de la potente luz y los médicos empiezan a hablar entre ellos. Varias enfermeras, lo sé porque lo pone en las chapas que llevan, portan un carro con varios cientos de cosas. —Te pondremos algo para el dolor ¿vale? El dolor, me había olvidado del jodido dolor. De una puerta abatible aparece una muchacha de pelo negro y piel cobriza, es cirujana plástica. —¿Cómo te llamas? -Me pregunta. —Walter Atta. —Yo me llamo Anjali, veamos esta cara. Tengo sueño, me duermo unos minutos hasta que un terrible dolor me despierta de repente ¡no hagas eso! ¡JODER! Veo unas pinzas al lado de mis ojos y saca un gran trozo de tela, el dolor aumenta cuando me pone suero en las quemaduras ¡Dios! Aprieto los dientes y casi los oigo crujir, una muchacha más joven pone una inyección en el gotero... La vida... ¿cuál es el sentido real de la vida? ¿Sufrir? Siempre dicen que si sientes dolor es que estás vivo... amarilla, la luz del techo se pone amarilla... unas manos invisibles me agarran y me desnudan a la fuerza, mis piernas se mueven solas y mis brazos también... ahora la luz es verde, luego roja, azul, violeta... debo de estar drogado o algo... seguro... puede... huele a productos químicos, a hospital y a fuego, a cerdo quemado, a salchichas a la parrilla ¿o son mis dedos? Tengo ganas de reír... |