Memorias de un superviviente (Novela completa)

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Seth Lione Turilli
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Memorias de un superviviente (Novela completa)

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Esta novela la voy a poner integra aquí ya que solo consta de 11 capítulos. Disfrutad.

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Sinopsis:

El día 11 de septiembre del año 2001 iba a ser un día normal, Walter Atta, auditor de cuentas en Lehman Brothers se levantaría a las seis y media, tomaría una ducha; desayunaría e iría a su trabajo. Al llegar a la Torre Norte entraría, saludaría a William y subiría en el ascensor hacia su lugar de trabajo, la planta 40. Pero ese día iba a cambiar su vida para siempre bajo la aterrada mirada de millones de personas.

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Código de registro SafeCreative: 1602166593821.

© Todos los derechos reservados. Se encuentra expresamente prohibida su reproducción, copia (total o parcial), publicación o modificación en cualquier medio impreso y/o digital sin (o con) consentimiento del autor.

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Portada

Imagen

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Capítulos




Capítulo 1
Soy Walter Atta

¿En serio este es mi fin? ¿Asfixiado en una cocina-cafetería para empleados de la planta 44 y vestido con el peor traje que tengo? Siempre imaginé que iba a morir en las Bahamas, rodeado de palmeras y con tío cachas por marido. ¿Qué ha pasado? Hace cuarenta minutos, mientras tomábamos nuestro segundo café del día el edificio se inclinó casi seis grados hacia el río Hudson y nos caímos al suelo. En el pasillo se escucharon varias explosiones y con el vaivén del edificio la puerta se ha atrancado.
¿En serio este va a ser mi fin? ¿Con Kevin Jones intentando tirar la puerta a patadas y con humo saliendo de los conductos de ventilación?
Miro la hora en el reloj: son las nueve y un minuto. El calendario, con el zarandeo del edificio se ha movido hasta el miércoles, día doce. Lo coloco en el martes, día once.
—Deja el maldito calendario y pon algo en el conducto de ventilación. Nos vamos a asfixiar.
Tengo la mano en carne viva y muy roja. Me he la he quemado cuando se me ha caído la dichosa cafetera encima.
Me levanto del suelo y miro por la ventana, veo caer una chaqueta de hombre, es marrón.
—Atta, ayúdame.
Quiero ayudarle pero el calor y el miedo atenazan mi cuerpo y mi estómago. No sé lo que pasa. Odio que me llamen por mi apellido: Atta... menudo apellido más extraño. No te duermas, Walter. Pienso en la maldita hora en la que vine hoy a trabajar y en números. Tengo calor e intento que mi cuerpo reaccione... ¡Sí! Me estoy moviendo.
¡Qué coño está pasando hoy! Y eso que acaba de empezar el día… se oye un nuevo estruendo, Kevin mira hacia arriba y el edificio empieza de nuevo a temblar pero esta vez hacia todos los lados, como si fuera un terremoto ¿en Nueva York? No me jodas.
—Tenemos que salir de aquí —grito.
Cojo una silla y la estampo contra la puerta, ésta cruje con suavidad. Kevin dice algo que no escucho y le doy otro fuerte golpe a la misma, pero los goznes aguantan como cabrones. Me estoy mareando por el humo y pongo otro trapo en el asqueroso conducto, que parece una locomotora de vapor.
Pongo la mente en blanco y recuerdo las clases de karate a las que asistí cuando era un niño, solo llegué al cinturón naranja-verde. Y me digo "no vas a morir con solo veinte años, Atta". Me concentro mientras sudo como un aspersor estropeado. Me quito la americana, de color negro, y veo por la ventana que alguien ha tirado otra chaqueta... espera... ¡también han tirado los pantalones! Junto con eso caen muchos papeles, documentos, carpetas ¡y hasta una mesa de despacho entera!
Miro a Kevin Jones que está aturdido y con la boca abierta. Me abstengo de preguntarle si de verdad cree que ha sido una explosión de gas en el restaurante pero en realidad no sé que habrá pasado, pero estoy seguro de que tenemos que abrir esa puerta ya. Concentro mi fuerza en la pierna y lanzo una poderosa patada, los goznes saltan y la puerta vuela hasta la mitad del pasillo.
Miro el reloj de pared: son las nueve y cuarto. ¡Maldita la hora en que me levanté de la cama! El pasillo está oscuro y hay mucho humo, polvo y no sé cuantas cosas más. Huele muchísimo a gasolina o a gas, no lo sé. Corremos hacia los ascensores y vemos que todas las puertas han saltado por los aires. Entramos en una de las oficinas del NYSSA.
—¿Hay alguien aquí?
Los monitores, los teclados, las estanterías y el falso techo están por el suelo. Miro los cubículos uno por uno y en el último veo un par de pies. Retiro toda la montaña de cosas y comprendo que está muerto. Tiene más o menos mi edad y en su cara se puede ver sorpresa, veo que tiene sangre en la boca y en la cabeza. Es como en esas películas gore. Miro por la ventana y veo cosas caer, papeles sobre todo. Otro traje se precipita pero este lleva zapatos y agita... sus... brazos... al... una náusea me invade y vomito en el suelo.
Al fondo de la oficina veo una ventana rota, cojo una silla mientras Kevin me grita que qué hago. Le doy un golpe y la rompo limpiamente, saco la cabeza y miro hacia abajo; todo está perfecto, noto que Kevin me agarra del brazo. Miro hacia arriba y veo muchísimo humo. Algo pasa cerca de mi cara, creo ver una mano... o un pie. Virulentas llamas salen por las ventanas del piso 94. ¡Me cago en la putísima madre! Meto la cabeza y grito con todas mis fuerzas. No es posible lo que está pasando, no es real, es una puta pesadilla y despertaré enseguida, seguro que es eso. Kevin me agarra pero mi cuerpo se sacude con violencia.
—¿Qué pasa?
Solo me sale un grito agudo.
Saca la cabeza por el hueco y la mete enseguida.
—Me cago en la puta, también hay un incendio en la Torre Sur. ¡Tenemos que salir de aquí! —Grita.
—¿Y si hay terroristas por los pasillos? Tengo miedo —digo sin pensar, él me mira como diciendo “¿qué terroristas?”
—Vámonos, venga —me tira del brazo.
—Toda esa gente... habrá miles de muertos... —Entonces caigo en la cuenta— ¡Marizza!
Marizza Lione es mi mejor amiga y sabe más cosas sobre este puñetero edificio que el propio arquitecto.
Corremos por el pasillo y salimos hacia las escaleras, empiezo a subir con ganas y mis piernas responden a la perfección. Solo quiero saber cómo está Marizza; los pisos pasan rápidos y casi estamos en el piso ochenta. Hay gente tanto bajando como subiendo. Abro la puerta del piso ochenta y entramos por las otras escaleras de subida hasta el piso ochenta y nueve. Detrás de la puerta se oye algo extraño.
—Atta, eso suena como cuando a mi madre le reventó la olla a presión.
¡Anda, exagerado!
—Pero Marizza...
—Es mala idea, hazme caso Atta.
Le hago caso omiso. Cojo la manilla, está fría, sonrío y miro a Kevin. Bajo el pomo y la abro… el pasillo está a oscuras. ¡Oh, JODER! Una poderosa luz se acerca a mí e intento rápidamente apartarme pero la lengua naranja es más rápida y me abrasa la piel de la cara, Kevin cierra la puerta de una patada. Mi cuerpo está ardiendo y la gente que baja empieza a gritar, un hombre se quita la chaqueta y empieza a golpearme con ella. ¡Me quemo, ME QUEMO! Miro hacia abajo y sonrío, tengo ganas de reírme no sé por qué. ¡Me estoy abrasando vivo y tengo ganas de reírme! El dolor es insoportable y veo puntitos negros bailando delante de mí, cada vez se hacen más o más grandes. Tengo ganas de reírme y sueño, mucho sueño… Entre tinieblas me parece escuchar la voz de Marizza, mis piernas no dan más de sí y me caigo de espaldas contra la pared. Jo-der.
—¿Walter? —Oigo a Marizza—. ¡Walt! —Grita.
—Tírame el extintor... ¡corre! —Grita Kevin a su vez.
Algo espumoso me sale por la boca y la gente que baja me mira con curiosidad, miedo y asco a la vez. La mancha negra de mis ojos ahora es naranja. El calor pasa un poco cuando la masa espumosa del extintor me apaga las llamas de la ropa pero un olor terrible me inunda las fosas nasales y pienso en un cerdo asándose en uno de esos hornos para pizzas. Qué asco.
Intento gritar pero el dolor es tan fuerte que me agarrota todos los huesos del cuerpo, tengo la ropa pegada a la piel y noto un dolor que jamás antes había experimentado, ni cuando me rompí tres costillas al caerme de un monopatín cuando era adolescente.
—No cierres los ojos, estamos aquí.
¿Dónde? No os veo.
—Bajemos.
—¿Pero qué ha pasado? —Le pregunta Kevin a Marizza.
—No lo sé, creo que han reventado las cocinas del Windows. Más allá del piso noventa y dos no se puede subir, las escaleras están destrozadas —contesta Marizza.
—Marizza, la Torre Sur también está en llamas.
—¿Qué? —Pregunta con un tono de verdadero terror— ¿Eso es en serio? Bajaba del Windows cuando oí un ruido muy extraño y segundos después se movió todo el edificio.
Marizza traga saliva ruidosamente y me agarra del brazo. Empezamos de nuevo a bajar, veo todo como si fuera una película con un horrible fondo naranja. Espero que el fuego no me haya quemado los ojos. Casi no siento dolor ya en la cara. Hace poco leí que las quemaduras de tercer grado no duelen porque se mueren los nervios. Mucha gente está bajando... o subiendo, no puedo saberlo. Alguien con acento neoyorkino nos dice que bajemos, todos los que están detrás de nosotros gritan, lloran, tosen o las tres cosas a la vez. Tengo ganas de mear.
—Bajad rápido pero con calma —dice alguien que sube.
¿Y quién soy yo? Walter Atta, un gilipollas que no tendría que haber entrado a trabajar hoy, este martes no se me va a olvidar jamás. Ni a mí, ni a la ciudad, ni al mundo.
Hacemos paradas cada ciertos pisos, y una mujer le dice a Marizza (creo que es su voz) que si quiere un poco de agua y ésta le responde con un sí y un débil gracias. Kevin suspira varias veces y noto como se recuesta contra la pared. La muchacha le da la botella de agua y él bebe un largo trago, me pregunta si quiero y le respondo que sí. Noto que tengo los pantalones mojados... me he meado encima pero parece que a nadie le importa.
Bebo un poco de agua y un dolor atroz me paraliza de la cabeza a los pies. ¿Me habré quemado la garganta? Ojalá que no. Una mujer está hablando por un teléfono móvil, se ha quedado quieta y habla bajo… apaga el móvil y sigue bajando, lo sé porque oigo sus pies al descender.
¿Qué de qué trabajo? Soy auditor de cuentas en Lehman Brothers, demasiado tengo con levantarme a las seis como para ahora quemarme la puta cara. Y los demás… ¿me han dejado solo? ¿En serio? El miedo se apodera de mí y dejo caer la cabeza hacia atrás, me duermo... pero unos golpecitos hacen que me despierte. Creo que es Kevin.
—Perdón amigo, esto te va a doler.
Pone algo sobre mi cara que primero me alivia pero luego me empieza a quemar, mi cuerpo reacciona y empiezo a gritar con todas mis fuerzas. Grito hasta desgañitarme y se me pone la voz ronca; parezco un jodido cantante de ópera pero el dolor es atroz, son como punzadas que se me metan hasta los ojos. Me cuesta respirar.
—Tenéis que bajar —comenta una voz nueva, es fina pero fuerte y tiene un acento extraño. Inglés quizá... o irlandés.
—Tiene quemaduras muy graves —dice Marizza.
—Chico, intenta abrir los ojos.
Abro los ojos, que ya no me arden. Ya puedo ver, un poco mal al enfocar pero es un alivio. El del acento irlandés es un hombre, lleva una cazadora normal y una bombona de oxigeno a la espalda como si fuera un bombero... espera, nos hemos parado de nuevo, Dios mío. El edificio se mueve otra vez y la gente grita aterrada, algo sube por el hueco de las escaleras y cierro los ojos. Noto como una especie de humo (o polvo) se cuela por todos los orificios de mi cuerpo.
—¿Qué coño ha sido eso? —Pregunta Kevin.
—¿A dónde demonios vas? —Grita el hombre. Nos paramos— Espera. ¡George, se nos ha ido el muchacho!
—¡Joder! —gruñe.
Sabiendo cómo es Kevin seguro que se ha ido a ver lo que ha pasado. Tarda mucho. El hombre bajito se apoya contra la pared y bebe agua. Tiene el pelo negro y como máximo mide uno con sesenta y cinco. Aunque puede que sea más alto de lo que parece desde mis dos metros con ocho... o nueve, hace muchos años que no me mido y no, no me gusta jugar al baloncesto. Tengo escoliosis.
Kevin llega hasta donde estamos acompañado de dos personas más que por órdenes de su propio instinto de supervivencia empiezan a bajar. Miro a la pared, estamos en la planta cuarenta.
—¿Qué ha pasado? ¿Kevin? —Pregunta Marizza, asustada.
Se empieza a reír, parece que está perdiendo la cabeza.
—Igual que si el jodido David Copperfield hubiera hecho el truco ese con el que hizo desaparecer la Estatua de la Libertad... impresionante.
—¿Qué coño estás diciendo?
—Ya no existe la Torre Sur.
—¿Qué?
El hombre bajito y Marizza se meten por la puerta y me quedo con Kevin, que está llorando (o riendo) no puedo saberlo. Cierro los ojos y los abro cuando escucho pasos. Marizza está llorando.
—Se ha esfumado... Corinna.
Joseph, Antonio, Ken, María, Christina... solo espero que estén bien.
—Pero habrá miles de muertos. Por Dios —comenta el “bombero” bajito.
—Esto no está pasando, esto no está pasando —digo como si fuera un mantra—. Tú no pareces bombero ¿qué has visto?
—No soy bombero, soy policía. Y si, estaba en la calle.
—¿Qué has visto? —Repite Marizza.
Hace caso omiso de la pregunta y se va hacia las escaleras.
—Bajemos.
—¿Qué hora es? —Pregunta Marizza, como si importara eso ahora...
—Las diez en punto. Todavía tenemos que bajar cuarenta pisos.
Con los ánimos por los suelos (nunca mejor dicho) bajamos uno a uno los cuarenta pisos, cada vez hay menos gente y hacemos paradas cada nueve o diez pisos.
—Venga, ya estamos más cerca de la salida.
Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro. Parada. Todos suspiramos, no puedo más, estoy deseando salir de aquí. Nos apoyamos en la pared, se oye un crujido y algo que suena como si alguien estuviera prendiéndole fuego a una enorme bola de papel de aluminio… es un sonido muy extraño. El policía mira por las escaleras y algo para a centímetros de su cara, abre los ojos y nos mira. Su menudo cuerpo tiembla como una hoja mientras el sonido se oye cada vez más cerca… ¿QUÉ ESTÁ PASANDO?
—¡Al suelo! ¡Corred, bajad a la cuarta planta, RÁPIDO!
—Atta —grita Marizza.
El policía tira de mi brazo mientras el enorme ruido hace que nos elevemos desde el suelo, el policía grita “dios” varias veces. ¿Qué esta…?


Abro los ojos, no sé cuanto he estado inconsciente pero me duele mucho la cara y otra vez he perdido la visión. Pero ahora no veo nada… toso. Me quito el trapo (que está lleno de tierra y polvo) y veo que cerca de mi cara hay algo duro. Le doy un golpe y se me encogen hasta las pelotas…. ¡es una viga! Intento enfocar para saber donde estoy pero todo está oscuro como la boca de un lobo.
—Marizza... Marizza —grito.
—Estoy aquí Atta —grita Marizza—. ¿Estáis bien? Kevin, ¿bomberos?
—Oh Dios, oh Dios —dice Kevin.
—Estoy bien, tengo las piernas atrapadas pero estoy vivo —dice el del acento irlandés y acaba con una sonora carcajada.
—Hemos tenido una suerte de la hostia —comenta alguien que nunca había oído.
—¿Qué ha pasado? —Pregunto con el corazón en un puño—. ¿Dónde estamos?
—Los pilares se han venido abajo por culpa de las altas temperaturas —contesta George, el bombero.
Una oleada de gritos empiezan a sonar.
—¿Se ha derrumbado la torre c-con n-nosotros dentro? —Pregunta Marizza llorando a mares y tartamudeando.
—Exactamente, estábamos en el sitio idóneo para poder sobrevivir —comenta el bombero negro.
Y yo que pensaba que si te caía un edificio encima te mataba y más uno de ciento diez plantas. El bombero coge la emisora y dice su posición, pero no hay respuesta. Estamos en tierra de nadie y atrapados entre escombros y vigas de acero.
—Tenemos que hacer algo para que nos oigan.
El irlandés empieza cantar en voz baja.
And it's no, nay, never
No nay never, no more.

—Venga, todos a la vez.
Cantan esta vez más alto.
Will I play the wild rover,
No never, no more.

Pero yo no canto "Wild Rover", prefiero imaginarme que estoy en una discoteca bailando en la pista mientras tarareo mi canción favorita por lo bajo.
Sé que este día nunca se me va a olvidar. Nunca olvidaré al irlandés bajito cantando aun teniendo las piernas rotas, ni a Marizza sollozando pero esforzándose por cantar en voz alta, ni a Kevin –mi mejor amigo- ni del bombero intentando que le respondan a sus llamadas.
Estaré eternamente agradecido a todos ellos... eternamente agradecido. Saco mi mano y dibujo en el polvo que hay en la viga: I WILL SURVIVE (sobreviviré).

Capítulo 2
Cinco horas

Me quedo dormido cuando dejan de cantar y me despierto cuando oigo un ruido extraño, noto mis labios resecos y tengo sed. El dolor que siento vuelve a paralizarme y no se oye nada ni a nadie. Solo silencio y algún que otro crujido.
—¿Estáis bien? —La voz de alguien me asusta. Es pelirrojo y está reptando como un lagarto— ¿Cuánta gente hay?
—No lo sé —dice George.
A mi lado hay dos personas, no están sepultadas pero creo que están dormidas… creo. Todos se van presentando uno a uno hasta contar quince personas, sí que está concurrido este tramo de escaleras.
—Mi padre es bombero —le digo.
—¿Cómo se llama tu padre?
—Antoine Atta.
—¿Eres el hijo de Antoine?
Me ilumina la cara con una linterna.
—Sí, ¿está bien?
—Espera. Y no te muevas.
Se le olvidó decir “o te caerá encima la viga de acero y te hará polvo”. Sale del agujero.
Una mujer grita de repente.
—¿Qué ha pasado? ¿Pero no estábamos en la Torre Norte?
Me imagino que habrá estado inconsciente y no sabe lo que ha pasado. Disculpe señora, no hay Torre Norte ni Sur. Nos hemos quedado sin trabajo, posiblemente sin amigos y Nueva York se ha quedado sin skyline. El World Trade Center es historia… Finnito.
—¿Fueron misiles? —pregunta un hombre.
—¿Misiles? ¿Nos han atacado con misiles? —grita la mujer asustada—. Al final los árabes se han salido con la suya.
Otra cosa muy típica de Norteamérica, echarle la culpa a toda la gente cuando son unos cuantos que malinterpretan la religión. Atta es apellido árabe y sí, soy musulmán, pero yo no malinterpreto las escrituras. ¿Es un delito ser árabe? Pues después de lo que acaba de pasar lo será… Norteamérica, ese gran patio de vecinos.
Cuando salga de este agujero cogeré mis cuatro cosas y me iré al sitio más alejado de aquí.
—Tú, chico alto ¿estás bien? —me pregunta el del acento irlandés.
—M-me duele la cara —respondo.
Un fuerte estruendo me hace estremecer, ahora es cuando me cae encima la viga y me despierto en el paraíso. ¡Adiós vida, hola jóvenes vírgenes! Me da un calambre en las piernas y los ojos se me inundan de lágrimas, no quiero morir. Siento una extraña opresión en el pecho y el corazón me va a cien por hora.
—Eh, eh ¡chico!
¿Yo?
—Respira varias veces hondo pero no te muevas ¿de acuerdo? Yo me llamo Glenn, ¿y tú?
—Walter…
—Cuando hagas las inspiraciones cuenta hasta cuatro.
Pruebo lo que me dijo el irlandés y mis pulsaciones bajan un poco pero aún siento la opresión en el pecho.
Otro fuerte “crack” hace que me quede quieto. No quiero morir.
—Walt, ¿sabes lo que es una cizalla? —pregunta para que no le preste atención a los ruidos.
—Lo que utilizan los bomberos…
—Exactamente, lo que se oye no es la viga. Es una cizalla.
El bombero pelirrojo reptador vuelve.
—Quiero que os quedéis quietos, ¿entendido?
—¿Y mi padre? —Le pregunto.
No me responde.
—¿Podrías llamar a mis hermanos? Estarán desesperados, diles que estoy bien. Por favor —dice el irlandés.
—Todo el que quiera que llame a sus familiares que me dé su número.
—Mis hermanos se llaman Joseph y Ann, diles que estoy bien —expresa el irlandés.
—Mi hermano se llama Seth, dile que volveré más tarde —solloza Marizza.
—Llama a mi madre —le digo yo—, pero no la preocupes mucho.
“Antoine Atta no está en el parque número nueve” escucho decir a alguien por la emisora. O sea que está muerto. Pensaba que iba a deshacerme en lágrimas pero ninguna sale de mis ojos. Otro chasquido hace que tiemble como una hoja. El bombero se va y aparece otro, esta vez es moreno y se arrastra hacia nosotros. Sí que es grande el dichoso agujero. ¡El poder de las cizallas!
—¿Qué hora es? —pregunta George.
—Las tres de la tarde, os sacarán enseguida. Os explico cómo va a ser, primero a los más bajos y luego a los más altos.
—Yo soy bajo, pero estoy atrapado… —dice el irlandés.
—¿Hay alguien con heridas graves? —pregunta el bombero moreno.
—Atta tiene quemaduras de segundo y tercer grado —dice Marizza.
—¿Quién es Atta?
—El chico que está en las escaleras, debajo de la viga roja —el irlandés.
Me ilumina la cara y logro esbozar una sonrisa.
“Nos reportan ciento veinticinco fallecidos en Washington y cuarenta y cuatro en Pensilvania” dice una voz en la emisora del bombero.
—¿Qué ha pasado en Washington? —pregunta el irlandés.
—¿Y en Pensilvania? —Marizza.
No dice nada. Mejor, así nadie se pone histérico... Otro bombero pasa por el no tan angosto agujero.
—Los que estén libres, que empiecen a salir. De uno en uno.
Una mujer bajita y cubierta de polvo de los pies a la cabeza empieza a arrastrarse por el suelo cual serpiente hasta el bombero pelirrojo, antes de irse mira hacia atrás y le tira algo al irlandés. Este empieza a reírse al instante.
—Galletitas saladas… joder. A ver si nos sacan pronto, Gigante.
—Ojalá…
Otra vez el bombero pelirrojo.
—Habla con tus hermanos, están muy nerviosos.
El bombero le da la emisora y a mí se me humedecen los ojos mientras otros “bajitos y bajitas” salen por el agujero con el bombero moreno.
—Josh, Ann, estoy bien ¿me escucháis?
Se escucha un grito agudo. Los dos hablan al unísono haciendo que no se entienda nada. ¿En serio no estoy soñando y me voy a despertar ahora mismo?
—Tranquilos por favor, estoy bien. Creo que me he roto las piernas pero estoy cojonudamente —solloza el irlandés—, estoy bien. No os preocupéis, nos sacarán pronto. ¿Cómo estáis vosotros?
Desde mi posición escucho algo que suena como “grises.” Él ríe.
—Ya me imagino que estáis grises. Yo estoy bien acompañado por un amigo, se llama Atta.
Gritan algo de Washington y de Pensilvania. El hombre, Glenn, se despide con un “hasta luego” y le devuelve la emisora al muchacho. Otro de los bomberos le tira una toalla y una botella de agua a un hombre que creo que trabaja en el piso cincuenta y que se llama Martin. Este las coge.
—¿Qué quieres que haga? —Pregunta Martin.
—Moja la toalla y quítale todo el polvo y la tierra.
Mientras me quita toda la suciedad, el dolor no es molesto pero sí siento algunos pinchazos muy fuertes ciertas partes de la cara.
—¿Quieres beber?
—Sí… Gracias.
Doy un gran trago y noto cómo junto con el agua baja polvo por mi garganta.
“Tenéis que sacarlos rápido. El 7 se está combando.”
Espera un momento ¿el 7 se va a caer? ¡Qué bien! Hoy cenaremos pastel de Walter y de policía irlandés.
Un profundo grito nos taladra los oídos.
—¡Mi pierna! —Es Marizza— ¡Mi pierna!
Un “Dios” a todo volumen hace temblar todo.
—Arrástrate con las manos, yo te ayudaré. Vamos —dice el bombero pelirrojo.
—¿Van a suspender el rescate? —le pregunta el irlandés.
—No creo, todavía le quedan un par de horas.
—¿Pero se va a caer?
—El incendio es imposible de apagar… Se derrumbará. Otra cosa, han cerrado los puentes de la ciudad, o sea que os tenemos que trasladar a hospitales de aquí, de Manhattan.
El hombre hace un ruido que puede ser desde un sollozo o una risa sarcástica.
—Yo no tengo seguro médico, si quieres puedes dejarme aquí.
—Es bueno que no pierdas el sentido del humor.
Yo creo que lo dijo en serio. El seguro de mi empresa pagará todo el tratamiento que necesite pero esta gente que no tiene seguro… Qué pena. Algo tengo que hacer por el tío que me ha salvado la vida. ¡Lo tengo! Le pagaré todos y cada uno de los gastos de su estancia hospitalaria.
Veo como Marizza y Martin abandonan los escombros, ella entre quejidos de dolor.
—Nos hemos quedado solos.
—Eso parece —le digo.
—¿Eres de Nueva York? —Me pregunta.
—Sí, ¿eres inglés o irlandés?
—Irlandés. Estaba de turismo pero como estaba en la calle y soy policía…
—¿Te gusta Nueva York?
—Sí, tiene los mejores cines, teatros, estadios, parques y ahora escombros.
—¿Tú crees que se ha enterado la gente de lo que ha pasado?
—¿Pero qué demonios piensas que ha pasado? —me pregunta.
—No lo sé.
—Han atacado la ciudad.
—¿Con misiles? —le pregunto.
Suspira.
—No quiero meterte miedo.
—No puedo tener más miedo que ahora. ¿Qué ha pasado?
—Han atacado las torres con aviones.
¿Aviones?
—¿Cazas o de pasajeros? —le pregunto como si fuera lo más normal del mundo.
—De pasajeros.
—¿Por qué a nosotros? Solo somos unos muertos de hambre que nos ganamos el pan trabajando en las malditas torres estas.
—No lo sé, son terroristas. Nunca tienen un motivo. Me imagino que habrán sido los terroristas árabes esos de Al Qaeda.
Río.
—Yo soy árabe… Bueno, mi padre lo es. De Damasco.
Capital de Siria. Oigo ruidos raros y frunzo el ceño.
—¿Qué demonios haces? —le pregunto.
—Liberar mis piernas de escombros, ¿algún día has visto una tibia al descubierto?
—Un amigo mío se rompió el codo y le desgarró la piel. Era blanco.
—¿Quién, el hueso o tu amigo?
—Los dos.
Ríe.
—Presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad.
Una canción pasa por mi cabeza, es una de mis favoritas.
This is not Hollywood, like I understood.
Is not Hollywood, like, like, like —contesta.
Run away, run away, is there anybody there?
Get away, get away, get away.
George, el bombero, nos hace señas con la linterna.
—Creo que tenemos que salir.
El irlandés, con muchos esfuerzos, se pone bocarriba y empieza a arrastrarse con el trasero hacia la salida. Yo hago lo mismo y logro agarrarme a las manos del bombero pelirrojo, es joven y tiene los ojos marrones. Me mira a la cara y sonríe, es guapo.
Parpadeo al ver la luz del día, no del sol. Un médico se tira casi encima de mí y creo escuchar los gritos de mi madre a lo lejos, quiero ver si esta allí pero me obligan a tumbarme en una dura camilla y puedo ver cómo a mi compañero de escombros le ponen sendos flotadores en las piernas mientras intenta sonreír.
—¿Cómo te llamabas, chaval? No soy bueno recordando nombres.
—Walter… Atta.
Me pone una aparatosa mascarilla de oxígeno y siento que puedo respirar tranquilamente y sin dolor de costillas. Me tumbo en la camilla y miro el cielo, sé que encima de todo el humo y el polvo hay un sol precioso y el cielo es azul. La camilla empieza a rodar por el suelo y miro hacia los escombros y veo una estructura de acero, está en pie, como diciendo “esto es todo, amigos”. Tengo ganas de llorar.
Siento que alguien me toca la mano y escucho “adiós, Gigante” y esbozo una sonrisa.
Adiós, Leprechaun.

Capítulo 3
La maratón de Manhattan

Los médicos no paran de preguntarme: mi nombre, la edad, si me duele algo más, no, ¡me duele la puta cara! Me pusieron la vía antes de meterme en la ambulancia y encima de mi cabeza cuelga una bolsa de suero transparente. Conmigo van dos chicos y una chica y delante el conductor, claro. Hablan entre ellos de mi cara, dicen de “quemaduras de segundo y tercer grado”. Una enfermera me mira y sonríe, tiene los ojos brillantes, se da la vuelta y se tapa la cara con las manos. Veo como sus hombros suben y bajan, está llorando. Soy feo, ¿pero tanto como para que se ponga a llorar alguien?
El vehículo se queda parado y empiezan a sonar bocinazos, el que conduce pita una y otra vez hasta que grita “vamos coño” pero el vehículo no se mueve ni un centímetro. Algo muy ruidoso pasa al lado de la ambulancia, no sé qué era pero ha dejado a todos con la boca abierta.
—Me cago en la puta –susurra el conductor.
Hace sonar el claxon otra vez pero no pasa nada.
—¿Y si llamas al helicóptero? —Pregunta la muchacha.
—¿Con el espacio aéreo cerrado y con todos esos cazas por el aire? No digas tontadas.
—¿Y qué hacemos?
Me pregunto si Marizza y los demás han llegado bien, ojalá que sí. La enfermera me mira.
—Resolveremos este entuerto.
Es que no se qué coño está pasando pero me imagino que hay un atasco del carajo, si no dejan pasar a una ambulancia con las luces encendidas será por algo.
—¿Y si volvemos hacia atrás?
—Imposible, el presbiterano está desbordado. Tenemos que ir hacia el Israel.
El hospital Monte Sinaí está donde Dios perdió la piedra del mechero, intento recuperar la calma e imagino que la enfermera se acerca y me dice “tranquilo, esto es una cámara oculta” pero no es así, aquí estoy yo: Walter Atta, dentro de una ambulancia, con una mascarilla de oxigeno puesta y en un puto atasco.
Noto una presión enorme en el pecho y mi cuerpo se sacude fuertemente, voy a morir, sé que voy a morir en esta puta ambulancia que huele a desinfectante. Voy a palmar, algo explotará bajo nuestros pies pero de aquí no salgo con vida, mis ojos se humedecen y empiezo a llorar.
Voy a morir.
O no… puede que mañana o pasado, pero hoy no. No sé qué cojones me ha puesto la enfermera pero la sensación del pecho se me ha pasado un poco, es lo que tiene padecer claustrofobia y estar encerrado en una ambulancia. Cierro los ojos e imagino que algún día olvidaré todo esto… algún… día…
Me despierto cuando siento como el viento otoñal me golpea en la cara. El cielo es azul pero nubes negras lo oscurecen cada cierto tiempo, la camilla “vuela” sobre el suelo, la mujer es muy rápida y el médico aun mas. Ahora hay sol, ahora no, las nubes negras presagian lluvias… espera, no son nubes ¡es humo! En un despiste me quito la mascarilla que me cubre la nariz, huele a fuego y algo químico.
La enfermera cierra los ojos y una espesa niebla nos engulle, miro a la gente que está en la calle; algunos niegan con la cabeza, otros lloran sentados en los bordillos y la mujer empalidece de los pies a la cabeza. Su ropa está teñida de polvo, el cielo ahora no es azul, es blanco. A mi derecha veo un parque, el columpio que antes era verde, los coches, las calles y los edificios son blancos.
—¡Salid de aquí! Id a Central Park. —grita la mujer.
Un hombre trajeado y con una cartera de piel en la mano casi se choca con la camilla, debajo de todo el polvo tiene sangre que resbala por su cara. La enfermera para y le tiende un pañuelo empapado en suero. Creo que se llama Jack, el hombre mira hacia la camilla y frunce el ceño.
—¿Atta?
—¿Jack? ¿O era John? —Le pregunto.
—Jack… —contesta.
Creo que trabaja en Lehman… ¿o en Fuji Bank? No me acuerdo. No sé donde estamos, parece Wall Street pero no puede ser, el Sinaí está mucho más arriba.
—Siga andando, vaya al parque y pida ayuda.
—Si… claro.
La muchacha mira al médico y este afirma con la cabeza, la camilla empieza su recorrido de nuevo y el humo se va haciendo más espeso, veo la puerta de entrada a mi edificio.
—Walter ¡eh! —dice el chico para distraerme.
La camilla se eleva por culpa de un inesperado bache, hay muchos bomberos por la calle que parecen estar exhaustos.
—Rápido, rápido —grita uno señalando algo que no puedo ver.
—Me cago en la puta… —dice otro.
Un estruendo hace vibrar todo y por mis dos lados pasan los bomberos corriendo, algunos ya no pueden ni hacerlo. ¿Qué pasa? Giran la camilla hacia atrás… jo-der, un grito sale de mi boca pero lo disimula la mascarilla.
¡Corran, corran! —dice la mujer en español, es latina.
Miro disimuladamente hacia atrás, la nube de polvo nos pisa los pies ¿Qué cojones ha pasado?
Una mujer que está con las manos en la boca grita pero no se pone a correr, sus piernas no responden. Estamos en la calle Fulton, donde vivo. O sea que me llevan al presbiteriano… perfecto.
La nube de polvo pasa encima de nuestras cabezas y nos engulle enteros.
—¿Qué ha pasado? —Pregunta la enfermera bajo su mascarilla.
—Yo que sé… —responde el médico.
—El 7 —susurro.
Al cruzar la calle no hay nadie, los coches atascan la carretera de doble carril y en la mayoría de ellos no hay nadie al volante, parece una puta película de terror.
Algo está pasando (que novedad)... la enfermera levanta una mano y grita varios "¡Eh!", el médico dice "¡la puerta!". El cielo blanquecino se transforma de repente en un porche con el techo de escayola blanca. Una mujer de bata blanca abre la puerta y un mar de llantos, gritos y ataques de pánico invaden mis oídos. Una negra llora abrazada la que parece ser su hija y repite "gracias a Dios" como un mantra, los ojos de la chica miran a un punto fijo en su mente. A sus pies descansa un caro bolso de piel negra.
Más adelante, un hombre discute con las enfermeras del puesto, ellos intentan hacerle caso y tratan de calmarle pero es imposible, chilla y les llama "tontas del culo" mientras tira una carpeta al suelo y pregunta "donde coño está su hijo" cada vez más alterado.
En una esquina, una mujer pelirroja llora abrazada a un hombre de identico color de pelo y hablan un idioma extraño, el hombre le acaricia la nuca con suavidad. Ella se levanta cuando pasamos y se acerca a la enfermera. Entre gritos oigo que preguntan por alguien, el pelirrojo dice "joder" y me mira, tiene los ojos muy oscuros y es guapo de cojones, aun más que Kevin Jones... y más hetero que él, lleva una alianza de boda dorada y una pegatina en un lado del pecho al igual que la chica, logro leer: "cumpleañeros." Pues no son pareja, parecen ser hermanos... gemelos. O mellizos, yo de esas cosas no sé.
Me quito la mascarilla y sonrío.
—Felicidades...
—¿Qué?
—Felicidades... -señalo a la pegatina.
La chica se pone a reír... o a llorar, no lo sé.
—Virgo... —susurro, la muchacha me mira con pena.
El hombre habla bien en inglés pero tiene un extraño acento inglés... o irlandés... oh Dios. ¡Esa voz! Recuerdo las dos voces que hablaban al unísono por la emisora... puede que no sean ellos, o puede que si. La voz de él, fuerte, es idéntica.
—¿Está seguro de que estaba allí?
—Claro.
La enfermera se inclina hacia mi persona.
—¿Recuerdas si había contigo algún hombre llamado Glenn?
Hago un repaso mental de todos, Marizza, Kevin, George... ¿y el poli? No recuerdo como se llamaba el policía bajito.
—¿Es policía?
—Sí, ¿lo has visto? —Me pregunta la apenada mujer.
—Estaba allí, lo sacaron antes que a mí. Estaba bien.
—¿Cómo te llamas? —me pregunta el pelirrojo cumpleañero.
—Walter Atta
—¿En serio? —Abre unos ojos como platos— ¡Corre! Avisa a Aline.
¿Ha dicho Aline? Mi... madre. Antes de que pueda verla me meten en urgencia, aquí se oye el doble de gritos y llantos, una chica en estado de shock y cubierta de polvo me mira y parece que susurra algo.
Alguien intenta hacer callar a la gente pero hacen caso omiso. Una adolescente grita fuertemente y dos enfermeras van corriendo hacia el BOX. Ataques de ansiedad por aquí, ataques de pánico por allí, el que me voy a volver loco soy yo.
Que exagerados somos los neoyorquinos, pienso, pero un segundo después me preguntó por qué coño he pensado eso, no somos exagerados, hoy no.
Por mi mente recorren miles de preguntas: ¿que voy a hacer cuando salga de aquí? ¿Dónde voy a trabajar? ¿Me quedare en la ciudad? ¿Aumentará el racismo en Norteamérica? ¿Me pegaran una paliza debido al color de mi piel? Y la más importante: ¿Olvidaré todo lo que he vivido hoy? El único consuelo que tengo es que mi madre es psicóloga y me ayudará a superarlo.
Los gritos se amortiguan al llegar a una habitación muy grande y parecida a un quirófano, me dejan debajo de la potente luz y los médicos empiezan a hablar entre ellos. Varias enfermeras, lo sé porque lo pone en las chapas que llevan, portan un carro con varios cientos de cosas.
—Te pondremos algo para el dolor ¿vale?
El dolor, me había olvidado del jodido dolor. De una puerta abatible aparece una muchacha de pelo negro y piel cobriza, es cirujana plástica.
—¿Cómo te llamas? -Me pregunta.
—Walter Atta.
—Yo me llamo Anjali, veamos esta cara.
Tengo sueño, me duermo unos minutos hasta que un terrible dolor me despierta de repente ¡no hagas eso! ¡JODER! Veo unas pinzas al lado de mis ojos y saca un gran trozo de tela, el dolor aumenta cuando me pone suero en las quemaduras ¡Dios! Aprieto los dientes y casi los oigo crujir, una muchacha más joven pone una inyección en el gotero...

La vida... ¿cuál es el sentido real de la vida? ¿Sufrir? Siempre dicen que si sientes dolor es que estás vivo... amarilla, la luz del techo se pone amarilla... unas manos invisibles me agarran y me desnudan a la fuerza, mis piernas se mueven solas y mis brazos también... ahora la luz es verde, luego roja, azul, violeta... debo de estar drogado o algo... seguro... puede... huele a productos químicos, a hospital y a fuego, a cerdo quemado, a salchichas a la parrilla ¿o son mis dedos? Tengo ganas de reír...
Última edición por Seth Lione Turilli el 02 Ago 2016 23:44, editado 11 veces en total.
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Re: [Mini-novela] Sobreviviré (Memorias de un superviviente)

Mensaje por lucia »

¿Le empiezan a tratar antes de que la anestesia le haga efecto? :shock:
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Seth Lione Turilli
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Re: [Mini-novela] Sobreviviré (Memorias de un superviviente)

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Capítulo 4
Gran Quemado

Mis ojos se acostumbran a la potente luz y pienso "bendito sea el tío que inventó la anestesia" mis despertares normales son bastante peores que este. Me doy cuenta de que tengo la boca abierta e intento cerrarla pero algo me lo impide ¿qué coño está pasando? A mi lado una máquina pita insistentemente, tiene una especie de fuelle que sube y baja. Ahora que me fijo, el techo es azul… que raro. Un chico de bata blanca entra por la puerta, es un enfermero. Desde mi posición puedo deducir que es muy alto, de aproximadamente dos metros, me mira y sigue apuntando cosas en una tablilla. Se llama Osama, que en árabe significa león. Me quita la sábana… joder, soy una momia. Tengo todo el cuerpo envuelto en vendas.

Madre mía, que cama más rara, parece una atracción de feria… nunca he visto algo igual. El muchacho le da a algo que suena “clic” y siento que me elevo ¡esta cama es genial! La puerta se abre como las de los supermercados y pasa una mujer, en su identificación pone que se llama Katherine Valenzuela y es cirujana plástica, tiene el pelo negro igual que los ojos y es latina. Se acerca a hablar con el enfermero y este sonríe.

—Hola Walt, es normal sentirse confuso después de la anestesia. Estás en el hospital Monte Sinaí, me contó tu madre que en el otro centro hubo problemas.

Si, esos cabrones me empezaron a curar cuando aun no me había hecho efecto la anestesia.

—Se confundieron con la altura y no le cogió la anestesia —comenta el enfermero en voz baja. Me mira.

¿Qué? ¿Se confundieron con mi altura?

—Se nota a leguas, yo mido dos con uno… uno noventa y cinco.

Ni que tuviera quince años.

—Vamos a ponerte algo para el dolor, vas a quedarte un poco grogui pero no vas a dormirte ¿entendido?

Cierro una vez los ojos, lo que significa sí.

—Perfecto.

Me elevo hacia el cielo… la cama gira mientras me cambian las vendas, no tengo ningún dolor. Primero quitan la venda del brazo izquierdo, soy yo o está de color rojo o molado… y amarillo. Colocan una especie de red y luego de nuevo la venda, repiten el proceso con la pierna derecha. Los dedos están vendados uno por uno, oh Dios ¿soy yo o me faltan algunas uñas? ¡Me han cortado las putas falanges de los dedos! Joder. No creo que fuera por culpa de la cafetera llena de café, leí hace tiempo que solo con quemaduras de cuarto grado te pueden amputar alguna extremidad, pero para que pase eso me tendría que haber congelado, no quemado. Lo miro con los ojos como platos.

—Cuando te sacaron del agujero tenías los dedos así, puede que te cayera algo… no lo saben. Lo que sucedió fue que la adrenalina actuó como un sedante y no te diste cuenta de ello.
—Además hay técnicas para que queden como los demás. Te van a quedar mejor, ya verás.

La sala en la que estoy es individual y desde un gran ventanal me mira una mujer, es pelirroja y sonríe, a su lado está mi madre… sola. La pelirroja me guiña un ojo, cierro los ojos un segundo y mi madre ahora está de espaldas, está llorando. Creo que la chica es la cumpleañera que buscaba a su hermano, el policía de baja estatura. La mujer le da un pañuelo a mi madre. Me la imagino en su consulta, con preciosas vistas al “trabajo de mi hijo.” ¿Qué habrá visto? ¿Habrá visto los aviones chocándose contra las torres?

Auch, me ha dado un pinchazo en plena cara ¡que daño! El enfermero me mira y sonríe.

—Perdón, iré con más cuidado.
—Los injertos están perfectos y sanando muy bien. Eres muy valiente.

Y tengo unos ramalazos de buena suerte del carajo, cuando tenga un hijo le explicaré que sobreviví a la caída del Mundo. Parece ciencia-ficción pero es la cruda (y puta) verdad.

El chico le da al regulador del calmante antes de seguir con mi careto y el dolor se alivia. Las cuchilladas pasan a ser pellizcos con manos de bebé.

Alabada seas morfina.

Varias enfermeras hablan con mi madre y luego entran, otra cara se suma a la de ella y a la de la pelirroja, me imagino que es el hermano de la muchacha. Tiene cuerpo y facciones de ser jugador de rugby o de bombero. Ancho de hombros, cara ligeramente cuadrada, alto… el hombre perfecto.

Ahora entran dos enfermeras más y cierran la cortina del ventanal, a ver qué putada van a hacerme ¿otro cambio de vendas? No creo.

Osama apaga una de las máquinas, aunque no es la del pitido constante, esa sigue taladrando mi cerebro con su "pi-pi-pi" pero me doy cuenta que el fuelle ha dejado de subir y bajar. Oh, oh, van a quitarme el tubo de la garganta... presiento que me va a molestar mucho.

La muchacha me pone una mascarilla y noto como se me relaja la garganta y luego coloca algo que suena como unos aspiradores de esos que usan los dentistas para la babilla que cae al tener la boca abierta.

—Expira fuerte cuando cuente hasta tres ¿entendido? Uno, dos, tres.

Dejo salir todo el aire que tenía en los pulmones y puedo ver claramente como sale el tubo de mi garganta, que asco, cierro los ojos y cuando sale la última parte empiezo a toser como un loco, voy a reventar... o a vomitar, no lo sé. El enfermero me limpia la boca con una gasa mientras sigo tosiendo como un fumador de toda la vida, me ponen una mascarilla de color verde que me tapa la boca y la nariz.

Dejo de toser.

Vuelvo a ser un ser vivo y noto como mis pulmones funcionan perfectamente, soy un poco más feliz y todo me da menos asco. Me limpian de nuevo la boca y abren de nuevo la cortina, mi madre está sonriendo por fin... pero mi padre no está con ella. A lo mejor está herido, seguro que está herido y en el mismo hospital en el que estoy yo. Ojalá sea eso.

—En unos días te subirán a planta, allí estarás mucho mejor.

Estoy deseando que llegue ese día.

Cierro los ojos y me quedo dormido en segundos...

Me despierto sudando a mares, he tenido una pesadilla horrible. Volvía a estar bajo los escombros pero yo solo, la viga roja amenazaba una vez más con caerme en la cabeza, gritaba y gritaba pero nadie me escuchaba. Me desperté antes de morir de inanición.

Detrás del cristal no hay nadie, mi madre se habrá ido a casa, como es normal. El tal Osama está revisando el suero, es moreno y tiene barba de tres días con tonos negros y blancos. Tiene los ojos oscuros, es el único del hospital que no sonríe... me mira.

—Duermes muy poco, mi madre dice que dormir lo cura todo.

Sonrío, él no.

—Pareces un chico listo —niega con la cabeza— no sé qué haces en esta ciudad.

Soy de Manhattan, nací en el hospital de Little Italy... soy cien por cien neoyorkino.

—Yo he pedido el traslado a Canadá.

Le miro con el ceño fruncido y me quita la mascarilla.

—¿Porqué?
—Hijo mío, nadie nos va a contratar jamás para ningún puesto de trabajo. Mira mis compatriotas, vendiendo rosas, conduciendo taxis... a uno de mis amigos le dispararon ayer por ser árabe. Menos mal que fue en la pierna.
—¿De dónde eres? —Le pregunto.
—De Pakistán.
—Yo nací aquí y he vivido aquí toda mi vida, no creo que me vaya.
—Como se nota que no has salido de aquí, si entras en un supermercado te miran como si fueras un terrorista, si vas en el metro se apartan todos de repente. Allí en Pakistán viví un atentado antes de venir al lado de mi casa y por eso me fui allí, la tierra de la libertad —ríe.
—Atentados hay en todo el mundo, mira en España con la ETA o Irlanda con el IRA... Yo viví el atentado del noventa y tres, primero pensamos que había sido alguna fiesta religiosa italiana, siempre salen a las calles con santos, tiran petardos y cosas de esas. Pero no, habían volado el aparcamiento subterráneo de la Torre Norte. Querían tirarla contra la Sur y matar a miles de personas.
—¿En serio? Eso no lo sabía...
—Al final lo han conseguido. Habrá que darles un medalla por ello, yo destrozado y quemado, mi padre en paradero desconocido, llevaremos las marcas y los traumas psíquicos por bastante tiempo. Bravo.
Me puso la mascarilla y se encendieron las luces. Era una de las enfermeras rubias.
—¿Ya estás despierto? Que poco duermes.

Tengo ganas de decirle "eso es culpa del café" pero aquí no hay eso así que le voy a contestar "eso es culpa de los medicamentos" cuando me doy cuenta que llevo la aparatosa mascarilla. Este sí que es uno de mis despertares normales, el odio hacia todo está más presente que nunca... ¡bien! Y estoy cansado de todo: de las reiteradas anestesias, de la máquina que pita a mi lado, del dolor de cara, de mi cuerpo quemado, de Yamasaki* por haber creado esas dos puñeteras trampas mortales y de las enfermeras que sonríen como si esto fuera un puto parque de atracciones y no un área de grandes quemados y como si no hubieran caído las torres. Nunca volveré a comer en la Esfera, no emitirán más el capítulo de Los Simpson en el que sale la ciudad, tampoco estrenarán Spiderman... como si lo viera.

This is america, my friends.

Madre mía... Marizza. Mi gran amiga está detrás del cristal, lleva dos muletas pero parece estar bien. También está Kevin, aunque me haya levantado de mala hostia intento sonreír mirando hacia el cristal. La italiana (de Milán) me saluda y me tira besos, luego se une a ella el bombero negro, él solo tiene un rasguño en la frente y me saluda con la mano.

Miro hacia arriba y pienso en que habría pasado si hubiéramos ido más rápidos o más lentos bajando por las escaleras. Nos salvamos gracias al policía bajo y su parada en la planta cuarta. ¿Si hubiéramos bajado más rápido hubiéramos muerto todos? Me imagino que si y seguramente mis jóvenes vírgenes serían feos como fea sería nuestra muerte, aplastados como unos vulgares sándwiches.

Los miro de nuevo y veo esperanza en sus rostros. Sé que seremos amigos por los siglos de los siglos y hasta que la muerte nos separe, esta vez para siempre.
-----------------------------

*Minoru Yamasaki fue el arquitecto que diseñó el World Trade Center.
Última edición por Seth Lione Turilli el 20 May 2016 00:06, editado 2 veces en total.
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Re: [Mininovela] Sobreviviré (Memorias de un superviviente)

Mensaje por lucia »

Si viese las torres que se están levantando en Manhattan, le iba a dar algo. Van a dejar a las existentes como enanitas.

Y a ver qué querías conseguir con esta transición.
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Re: [Mininovela] Sobreviviré (Memorias de un superviviente)

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Capítulo 5
Farah

¡Bien! Estoy de camino a mi nueva habitación, como los injertos están curándose bien han decidido subirme ya al área de quemados. Estoy mucho mejor físicamente pero bastante peor psicológicamente, ayer mismo volví a sentir los dolores en el pecho y creí que me moría. Sé que mi brazo izquierdo y la pierna derecha tienen mejor color pero me aterra como me haya quedado la cara, nunca he sido especialmente guapo (aunque todo el mundo diga lo contrario) pero me preocupa bastante esta parte del cuerpo.

¡Por fin! La habitación es grande e individual, abren las dos puertas para que entre la cama, no recuerdo como me dijo Osama que se llamaba este tipo de cama... circo algo. ¡Tengo una televisión! Pero ¿cómo demonios voy a pulsar el mando a distancia si no puedo moverme ni un milímetro? Suspiro.

—¡Waalt! —dicen Kevin y Marizza al unísono, llevan una bata azul encima de la ropa, cosas de la unidad de quemados y su "cuidado con las bacterias."

Kevin sonríe, tiene los dientes blanquísimos y está muy pálido. Marizza lleva la pierna enyesada y me doy cuenta de que no lleva nada debajo de la bata azul o sea que está ingresada aquí.

Él empieza a toser y luego lo hace Marizza, cogen sendas cosas extrañas y aspiran fuerte. Dejan de toser.

—¿Puedes hablar?

Me quito la mascarilla.

—Os he echado mucho de menos... mucho —miro hacia el lado contrario cuando noto que voy a abrir el grifo de las lágrimas. Últimamente lloro mucho.
—Y nosotros a ti, yo estoy en el área de traumatología. Me quedan dos días como máximo.
—¿Y vas a poder pagarlo?

Se encoge de hombros.

—Estoy pagando un seguro. Aunque es un poco mierda, solo cubre la operación y unos cuantos días de hospitalización. Nada más.
—Pero tiene seguro dental.

Lisa necesita un aparato.

—Poned la televisión, quiero ver algo —les digo.

La muchacha le da al botón de encender, MTV, pulsa al número dos y sale National Geographic, en el tres es la ABC pero no funciona, cuatro, no funciona... solo deportes y música, ¿eso es lo que pretenden? Aislarme. Una mierda... joder, el puto canal del tiempo no está censurado.

No me voy a volver más loco por ver las puñeteras noticias, solo quiero saber que está pasando en mi país ¿es mucho pedir? No sé ni que día es, solo sé que ingresé el día once pero nada más.

—Espera, tengo un truquito para esto.

Le dio a una serie de botones y se puso la ABC, hablan de nosequé cosas, una invasión en... algún país. ¿QUÉ?

—Anda que no se ha dado prisa el hijo puta de Bush... no sé. ¿A quién quiere cargarse esta vez?
—A Afganistán.
—¿Pero qué coño? Que rapidez, a lo mejor no ha sido ningún terrorista de ahí.
—Parece que ha sido el mismo que atentó en la embajada de África, Osama Bin Laden.

Ahora entiendo al pobre Osama... el enfermero, yo también me iría si uno de los terroristas se llamara Walter. Kevin apaga la televisión, le miro con odio pero veo que ha entrado una enfermera.

—Hola Wallace ¿qué tal estás?

¿Qué? Le miro con una mueca de confusión, no me apellido Wallace.... ese es el apellido de soltera de mi madre. Revisa un par de cables y se va

—¿Y eso de Wallace?
—Walt, han encontrado un carné...
—Esto es mejor decirlo de golpe y sopetón, han encontrado un pasaporte de un tal Mohamed Atta.

Me quito de nuevo la mascarilla.

—Es mi primo ¿le ha pasado algo?
—No, no es tu primo... es uno de los terroristas que estrellaron el avión contra la Torre Norte. Era egipcio.
—Mohamed... Atta. ¿ATTA?

Pues no tengo el nombre de un terrorista sino el apellido. Por cierto, Atta en árabe significa regalo... menudo regalo me ha hecho el hijo puta del egipcio.

—¿Donde han encontrado ese pasaporte?

Se encoge de hombros.

Si era de un tío que iba en un avión tendría que haberse reducido a cenizas con el propio aparato, que raro. ¡Qué raro me parece todo!

Un tío apellidado Atta derriba un avión contra una torre donde trabajaba otro tío apellidado Atta... de verdad que estoy flipando. Mi vida siempre ha sido un poco surrealista pero esto es pasarse demasiado.

—Dale al botón de la morfina, quiero dormir.

Antes de poder hacerlo entra mi madre, lleva un traje de raya diplomática precioso debajo del batín verde. La mujer intercambia unas palabras con Kevin y Marizza y estos se van después de dedicarme sendos “hasta luego.” Mi madre coge una silla y se sienta a mi lado.

—Hola mamá. Me llaman Wallace ¿te lo puedes creer?

Ella sonríe. Veo que en la mano lleva un anillo que nunca había visto, se da cuenta de que estoy mirándolo y me mira.

—Es la alianza de tu padre.
—¿Te ha pedido que me la des?

Niega con la cabeza.

—No, hijo.

Me agarra de mano que tiene los cables del suero y demás cosas.

—¿Está en este mismo hospital?
—No, Walt... tu padre... —suspira— ha desaparecido... él y sus compañeros. Encontraron esto entre los escombros de la Torre Sur.
—¿Q-qué?
—Pobres chicos... —dice ella en bajo.
—Sí, pobres chicos —respondo.

Suspira una vez y sonríe brevemente, no creo que sea de alegría sino de alivio. O sea que mis sospechas eran ciertas, mi padre le maltrataba. Demasiadas caídas, demasiados moretones... pero no tiene que ser bonito morir así.

—Yo pensaba que los aviones eran un medio de transporte —comento.
—Y yo.
—Nos salvamos todos gracias a un policía que dijo de quedarnos parados en la cuarta planta para descansar.

Susurra un nombre: Glenn. ¡Es verdad! El policía bajito se llamaba Glenn.

—¿Está bien?
—¿Él? Se ha roto las dos piernas y como no tiene seguro no pueden operarle.

No me jodas. Algo que odio de este país es que haya que pagar tanto por la sanidad, gracias a Dios que existen los seguros privados que (a veces) pagan las empresas... ¡quién fuera canadiense! Sanidad totalmente gratuita y de calidad, debe de ser el puto paraíso.

—Quiero que saques todo el dinero que tenga ahorrado en el banco y le pagues todo lo que necesite... operaciones, estancia, que viva como un puto rey. Cubrirá todo, estoy seguro.
—No sé si podré hacerlo —suspira.
—Si dejo el trabajo me darán una indemnización más grande que el dinero que tengo en el banco. Y voy a dejarlo, claro está. También puedo poner el piso en alquiler y vivir de las rentas.
—No sé si me dejarán sacar tanto dinero.
—Para que no te digan nada sácalo poco a poco.
—Pero querrán saber porque quiero sacar tanto dinero… Walt, las cosas fuera han cambiado mucho.
—Lo sé.

Se muerde el labio de abajo.

—Tengo miedo —dice.
—Y yo —digo.

Me mira y suspira.

—¿Intentarás lo del dinero? —le pregunto.
—Claro.
—Y que ellos no se enteren, discreción, que nunca sepan quién fue.

A mí me lo paga todo (o casi todo) el seguro de Lehman o sea que no tengo que preocuparme por cuanto me va a costar todo. Maldita sanidad norteamericana. El móvil de mi madre empieza a sonar.

—Antes de irte aprieta el botón de la morfina, quiero dormir.

Antes de irse le da, siento como el dolor se va aliviando y mi madre sale de la habitación.
Cierro los ojos…

Me despierto cuando oigo abrirse la puerta, veo por la ventana que ya ha caído el sol. ¿Quién demonios es esta chica? Nunca la he visto, es morena de pelo, piel y ojos y camina como si tuviera algún defecto en una de sus piernas. Me mira y sonríe.

—Hola caballero enmascarado —ah, pues si llevo la cara vendada— ¿Puedo sentarme?

Afirmo cerrando el ojo, coge una silla y se sienta a mi lado. Le miro con una mueca de confusión… tengo miedo.

—Me llamo Farah —tiene un acento bastante extraño, me recuerda mucho al de mi padre.
—¿Te conozco? —Le pregunto— ¿Trabajabas en el Trade?
—¿En el qué? —Mira hacia arriba como si estuviera pensando— Acabo de llegar a la ciudad —me mira—. ¿Qué demonios es el Trade?
—El World Trade Center.
—Ahh. Si, trabajo allí… ahora. ¿Cómo te llamas?
—Lo pone encima de mi cama. ¿Cuál es tu apellido?

La muchacha echa una mirada y sonríe.

—¿Qué? Abdulmalak.
—Atta ¿eres turco?
—No, mi padre es… bueno, era de Damasco.

Dice algo que suena a gracias a Dios y sonríe aun más.

—Yo vengo de allí, de Siria. Era militar hasta que una granada me fastidió la vida.

Se agarra de la mano enguantada… ¡joder, que susto! Se ha sacado el brazo. Ahora entiendo su forma de caminar, me apuesto mis quemadas pelotas a que también le falta una pierna.

—¿Y porque has venido precisamente ahora?
—Me gusta ayudar. Acabo de estar con el chico… no sé como se dice en inglés —dice bajo en árabe— que es policía.
—Nos salvó de morir aplastados a trece personas.
—¡Qué suerte!
—No sé si es suerte, hubiera preferido quedarme en mi casita tranquilo.
—Lo mismo dije yo cuando lo de la granada “ay, si me no hubiera ido a trabajar” “ay, qué mala suerte la mía” pero tenemos que ganarnos el pan ¿no? Además lo que pasó ya no se puede remediar.
—Superman podría dar atrás en el tiempo y pegarle una patada en el culo a esos aviones.

La muchacha ríe.

—Es cierto, pero los aviones en si no tienen la culpa sino los terroristas que cogieron el mando de los mismos.
—Qué razón.
—Bueno, yo me marcho a dormir.
—¿Dónde trabajas? —Le pregunto.
—En la carpa de los equipos de rescate, les la comida, café, donuts… lo que coméis los norteamericanos. Hasta mañana, caballero enmascarado.

Sonríe y le devuelvo la sonrisa. Deseo que vuelva mañana… si vuelve.

Me despierto cuando noto que me elevo, floto en ese estado de felicidad narcótica mientras me cambian el vendaje. Coño, la piel del brazo parece la de un tío normal… ¡soy rojo!

Uno de los enfermeros, Osama, dice algo que suena a veinticinco por ciento pero la enfermera más joven niega con la cabeza y dice treinta y seis. Me mira con tristeza, ya podían cortarse un poco con eso ¿no? Tengo ganas de decirle que no, que tengo veinte años pero creo que por ahí no van los tiros. Me doy cuenta que estoy en la sala parecida a un quirófano, no hay televisión ni ventanas solo ese olor a desinfectante y a “hospital.” El chico árabe me venda nuevamente los dedos.

Me dan ganas de reírme al ver el carrito de la enfermera hasta arriba de rollos de venda y redes de esas que van debajo del mismo. Pobrecillos… no tiene que ser fácil vendar a un tío como yo, a mi lado derecho está Osama y a mi lado izquierdo dos enfermeras. La más bajita alza un poco más la cama para llegar perfectamente a lo alto de mi brazo.

De fondo escucho una voz y siento como mi sangre burbujea, asqueroso cabrón… él y todos esos idiotas que le votaron. Osama se da cuenta de mi gesto y pone otra emisora, mi odio al "Gran Hijodeputa" se desvanece mientras la suave música chill out me transporta a otros mundos.
Última edición por Seth Lione Turilli el 12 Jul 2016 15:40, editado 4 veces en total.
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lucia
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Re: [Mininovela] Sobreviviré (Memorias de un superviviente)

Mensaje por lucia »

¿Se va a enamorar de Farah? :?: :mrgreen: Quitando que sacar dinero del banco de una cuenta que no es tuya debe ser bastante difícil, el capítulo no está mal.

Y se te ha colado esto raro:
¿cómo demonios voy a pulgar el mando a distancia
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Seth Lione Turilli
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Re: [Mininovela] Sobreviviré (Memorias de un superviviente)

Mensaje por Seth Lione Turilli »

lucia escribió: Y se te ha colado esto raro:
¿cómo demonios voy a pulgar el mando a distancia
Claro, del verbo pulgar, yo pulgo, tu pulgas, él pulga :risa: ya está cambiado.
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Seth Lione Turilli
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Re: [Novela corta] Memorias de un superviviente [ACT CAP: 5]

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Capítulo 6
Secuelas

Mano izquierda, pierna derecha… mano derecha, pierna izquierda.

—¡Bien Walt, bien! —Me anima Gerald, uno de mis fisioterapeutas.

No estoy aprendiendo a caminar de nuevo gracias a Dios, pero haber estado tantos días (veintidós, creo) postrado en una cama me ha jodido los músculos pese a la fisioterapia que me hacían ya en la UCI. Con la ayuda de Ger y de Anna estoy recuperando la fuerza con rapidez, aunque los puñeteros injertos se encargan a veces de estirar dolorosamente mi piel.

—Agárrate bien —dice Anna, la joven fisioterapeuta.

Es francesa y él es de… mmm… Cork, eso es, creo que está en Irlanda. Entre los dos medirán cerca de tres metros y medio. Y luego decía que mi madre era alta (mi madre mide uno con ochenta y cuatro y mi padre medía uno con noventa.) Aunque Anna no me lo ha contado sé que ella jugó en el NY Liberty. Kevin es algo más alto que ella, si ella mide uno con noventa, él mide uno con noventa y cuatro o cinco.

Lo confieso, a veces me da miedo. Pero no sé si es cosa de la fisioterapia de barras o me dan miedo ellos. Aunque es mejor, así no hace falta tanta gente para ayudarme si me caigo (ya me ha pasado tres veces.)

—Mira al frente, no hacia abajo.

Ups, no me había dado cuenta. Delante de mí hay una espaldera. Para moverme lo hago con una silla de ruedas, no me atrevo a mover mi envergadura sin ayuda. Ni de coña.
Me quedo quieto… no debí haberme saltado las advertencias.

Santo Dios… Dios, ayer fue once de octubre. Vi un reportaje… jo-der, que maldad tienen algunos seres humanos para hacer semejante daño a gente normal y corriente. ¿No tienen familia, amigos? Por Dios.

—Atta ¿estás bien?

Al oír mi apellido una señora que está haciendo flexiones con las manos me mira, afirmo con la cabeza y sigo con los ejercicios, mano izquierda, pierna derecha…

No entiendo cómo demonios se dejan comer la cabeza de esa forma para tener el puto valor de coger un avión y derribarlo contra unos edificios plagados de gente currante… no me jodas. Ya me fastidia hasta que me llamen Atta, casi prefiero Walt o incluso Wallace.

—Llámame Walt, por favor.
—Claro, como quieras.

Divertidísimo el reportaje, gente de a pie grabando sin pudor a la gente saltando desde las ventanas del Windows tratando de escapar a las puñeteras llamas y al humo, como caía la Torre Sur (la segunda en ser atacada) como se caía la Torre Norte con todos nosotros dentro plegándose piso a piso… precioso. Mis ojeras me delatan, no he dormido ni un segundo.

—¿Has estado en Francia? —Me pregunta Anna.
—No, mi primera pareja era de Marsella.
—¿Cómo se llamaba?
—Jean Pierre, un buen tipo pero con demasiados pájaros en la cabeza... normal, teníamos dieciséis años y él estaba de intercambio.

Me habían cambiado la asquerosa mascarilla por las gafas nasales, lo que significaba que podía hablar mejor. Y yo hablo por los codos... y hasta debajo del agua.

A ver cuando vendrá Farah hoy. Ayer fue un día muy duro para todos los que trabajan allí, en la denominada Zona Cero (que idiotez de nombre, por Dios) mientras sacaban el cuerpo número quinientos todos se pusieron a llorar, era un bombero muy joven que aun llevaba su uniforme y su casco... ¡terrible! Hasta una militar experta como ella tiene momentos de bajón imaginaros mis momentos.

—Muy bien Walt, muy bien. Por hoy hemos acabado.
—Vale. Ya sé quién eres, Anna Lavigne, has jugado en el Liberty.

Ríe.

—Me has pillado, sí, pero no se lo digas a nadie.

Sonrío mientras me muevo hacia ellos. No es la primera deportista que acaba como fisioterapeuta. La nueva enfermera entra y me saluda.

—¿Cómo ha ido la sesión?
—Como la seda —contesto, su nombre es tan raro que la llamo Cha. Es blanca de piel y lleva el pelo liso con varias rastas por detrás agarradas en una coleta, parece una punki de la vieja escuela. Yo soy más de estética gótica.

Anna, Ger y la chica me ayudan a sentarme en la silla. La nueva enfermera es bajita, adorable. Creo que es española, pero yo de España sé que está en Europa, es una península, hace frontera con Portugal y que su capital es Madrid... ¿o es Barcelona? No, estoy seguro que es Madrid.

—Ahora a comer, ya verás que buena está la comida.

La silla se mueve por los pasillos, al llegar a la habitación huele cojonudamente. Creo que es una especie de sopa y algún tipo de pescado pero el olor es increíble. Mis tripas rugen y me ayudan a subirme en mi atracción de feria, digo, mi cama. Aprieto el botón para elevar el colchón y miro la hoja que venía con la comida, suspiro.

—No hace falta que toda la comida sea Halal... solamente no como cerdo, me da igual como hayan sido sacrificados los animales.
—Se lo diré a la cocinera.

Madre mía, mi olfato me ha traicionado, no es pescado sino pollo.

Agarrar el tenedor sin las puntas de los dedos es una putada y aun más con la poca sensibilidad que tengo en la mano derecha. Según la cirujana, algo me cortó las terceras falanges de los dedos y un trozo de nervio de esa mano cuando salí por el puñetero agujero. Normal, con la cantidad de cosas que había tiradas allí... también me han dicho que me he quemado el treinta y seis por ciento del cuerpo, las más extensas son de segundo profundo y tercer grado. O sea que las cicatrices serán bastante llamativas y para minimizarlas necesitaré pasar por el quirófano tres veces más. Y puede que me queden algunas marcas (pero no como las que tengo ahora) que sigo pareciendo un árabe con partes de turista blanco tostado al sol.

Pongo la televisión, hoy es doce de octubre.

Mi "hermano" cabrón es otra vez primera plana. Han descubierto que tenía pasaporte belga y que vivió en un barrio de la capital donde hay muchos, aunque odie la palabra, moros. Pues muy bien... mi primo de parte de madre se llama así: Mohamed Atta y vive en el SoHo, me imagino que no ha salido de su casa si no hubiera venido a verme ya que soy su primo "preferido." ¿No dice el dicho que "cuando más primo, más me arrimo"? A mi él no me gusta pero yo a él sí. Si soy totalmente sincero, no me gustan los chicos árabes y solo he salido dos noches con uno. Prefiero juntarme con gente más blanca que yo. Joder, parezco un votante de Bush... me doy miedo a mí mismo.

Mejor empiezo a comer antes de que se enfríe... o antes de que me tire por la ventana. ¡Está buenísima! Hablan de la puta guerra, puede que sea cruel que lo diga yo pero no haría una guerra por muchos edificios que tiraran. ¿Y si los terroristas no estaban en este país? ¿No era este tal Mohamed Atta de Arabia Saudí? Pues eso.

Farah…

—Hola caballero enmascarado. ¿Qué tal estás hoy?
—Mejor que ayer y peor que mañana —cada día le contesto eso—. ¿Has visto a Osama?

Abre la boca y se queda parada, una sensación de risa se abre paso por mi garganta y por poco escupo lo que estoy comiendo. Bebo agua.

—El enfermero.

Suspira y ríe.

—Sí, lo vi ayer por la noche.

Ella me contó que habían quedado para ir a cenar.

—¿Hubo algo más que cena?
—No, solo cenamos y luego vimos una película.
—¿En su casa?
—En el cine.
—¿En la primera cita te vas al cine con un tío que ni conoces? Huy.
—He sido militar, las patadas en los huevos son mi especialidad.
—No lo dudo. Él se llama Osama y yo apellido Atta, somos el colmo de las casualidades.
—Da un poco de mal fario, sí. Pero recuerda que eres un “regalo.”

Río.

—Ya —se sienta en la silla— hoy he estado en un sitio de esos de comida rápida. Está realmente buena.
—Ten cuidado con las hamburguesas, a veces mezclan cerdo con ternera y para los perritos pide de pollo.
—Ya lo sé.

Mi madre…

—Hola Farah ¿les gustó la comida?
—Mucho, señora Wallace. De parte de todos, gracias.

Aline, mi madre, ha estado toda la noche haciendo comida para que se la llevara Farah a la carpa donde le dan de comer a los equipos de rescate y a sus perros, claro, aunque cada vez hay menos perros porque ya no hay ninguna posibilidad de que haya supervivientes… qué coño, nunca los hubo. Solo sacaron a trece personas de debajo de los escombros.

—¿Qué te ha pasado en la frente?
—¿Esto? Nada, me di un golpe. Tengo que llamar al tío Habib para que me ayude a subir los armarios de la cocina.
—¿Qué vas a hacer con los armarios? —Le pregunto.
—Subirlos.
—Lo que hay que hacer es reformarla de una vez.
—Si quieres te ayudo —comenta Farah.
—No hija, no hace falta. Lo que sucede es que la cocina es de tamaño italiano medio. Ayer casi me rompo la cabeza.

Es verdad, tiene un generoso bollo en la cabeza.

—Quédate a vivir en mi piso —le digo.

La cocina de mi piso es el puto paraíso, lo que me río cuando alguno de mis amigos vienen. Épico. Mi piso es apodado “Gigantvilla” por ellos.

Amigos tengo muchos pero sólo ocho de ellos son íntimos: Joseph, Antonio, Ken, María, Christina, Vicente, Kevin y Marizza. Marizza y Kevin están ahora mismo en los funerales de Joseph, Ken y María. Christina, Vicente y Antonio están sanos y salvos, cuando dieron la alarma en la Torre Sur salieron como alma que lleva el diablo y vieron el fatal desenlace en sus casas. Ya he llorado mucho por ellos, no quiero abrir el grifo de nuevo.

—¡Esto es una putada! —digo dejando el tenedor en la bandeja, comer sin las terceras falanges es una puta mierda. Además se me ha quitado el hambre.

Hago los estiramientos de “dedos” que me mandan cada día mientras Farah y mi madre hablan entre ellas en voz baja. ¿Recuperaré la sensibilidad de la mano? Ojalá.

Malditas secuelas.
Última edición por Seth Lione Turilli el 11 Jun 2016 17:12, editado 2 veces en total.
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lucia
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Re: [Novela corta] Memorias de un superviviente [ACT CAP: 6]

Mensaje por lucia »

Revisa las cifras. 22 días en la unidad de quemados parecen muy pocos para un quemado grave, pero es que lo de los 3 m y medio para dos personas es algo normal. Luego resulta que son 3,8 m, que ya es bastante mas.

El resto, pues otra transición.
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Seth Lione Turilli
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Re: [Novela corta] Memorias de un superviviente [ACT CAP: 6]

Mensaje por Seth Lione Turilli »

lucia escribió:Revisa las cifras. 22 días en la unidad de quemados parecen muy pocos para un quemado grave, pero es que lo de los 3 m y medio para dos personas es algo normal. Luego resulta que son 3,8 m, que ya es bastante mas.
Como diría Darth Vader: noooo. Sigue en la unidad de quemados (y lo que le queda) pero está mejor y está haciendo rehabilitación. Lo segundo, sí, me ha sonado raro... eso me pasa por no sumarlo con una calculadora. Gracias por tus opiniones y consejillos :074:
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lucia
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Re: [Novela corta] Memorias de un superviviente [ACT CAP: 6]

Mensaje por lucia »

Habla con alguien que trabaje en quemados. Es una unidad muy difícil porque los pacientes tienen altos y bajos y recaídas mortales y pasan muchas semanas allí. Es que acabo de acordarme que ya me chocó lo del cambio de vendas diario.
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Re: [Novela corta] Memorias de un superviviente [ACT CAP: 6]

Mensaje por Seth Lione Turilli »

Capítulo 7
El vuelo 587

Menuda sorpresa me llevé el otro día, vino a verme mi primo pequeño y aunque no pudo verme me trajo un regalo: unos prismáticos. Me he aficionado a contemplar el cielo con ellos, a veces me dejan subir con mi madre a la azotea y observó a los pájaros, en las ciudades sólo hay palomas y algún gorrión pequeño y barrigón. Lo confieso, a veces también observó a los otros pájaros, los de acero.

Miro hacia el Hudson, y cada día me pregunto qué demonios estoy buscando... Como si fueran a aparecer por arte de magia gritando""eh ya estamos aquí. Sólo nos habíamos ido de vacaciones." Hago un pequeño recuento mental; septiembre, octubre, noviembre. Llevo más de tres meses en la dichosa Unidad de Quemados, estoy de los baños y demás tratamientos hasta los mismísimos cojones, cuando les digo cuando me darán el alta me dicen "ya veremos."

Anoche soñé con mi padre, volábamos por Manhattan. Todo era como esas animaciones que ponen cuando muere un cantante, el año pasado vi un concierto de Queen en el que Freddie Mercury era un holograma tan perfecto que parecía que aún estaba vivo. En mi sueño, los hologramas eran de mala calidad ya que la Torre Sur y sus fantasmas temblaban un poco, la gente hacía fotos con cámaras invisibles. Una jodida locura.

Me despierto cuando entra la enfermera de acento español, noto que hay mucho trasiego en el hospital, las enfermeras, los médicos y todos corren de un lado a otro "¿qué demonios está pasando?" pienso. Veo a varios paramédicos corriendo con sus bandoleras colgadas del hombro. Miro a la enfermera española y me sonríe diciéndome que "no pasa nada." Si no pasa nada ¿por qué corren todos?

—Ya queda poco para tu cumpleaños.

Mi cumpleaños es el veinticinco de noviembre y hoy es el día doce. Me pone una botella más de oxígeno y me dice que hoy no me toca fisioterapia de barras si no otra especial. Yo de cosas médicas no sé mucho así que asiento.

Cuando la enfermera de pelo moreno abandona mi habitación pongo la televisión. ¿Qué ha pasado? Niego con la cabeza. Ha habido un grave accidente en Australia, exactamente en Queensland y parece que todo un barrio está ardiendo. Le subo unas décimas al volumen y el hombre que habla parece consternado, un titular aparece en los rótulos de abajo. ¡Un avión se ha estrellado! Espero que sea un accidente y que no haya víctimas... pobres australianos. Yo conozco un chico de Australia, son como nosotros los norteamericanos solo que con un acento más extraño... como los sudafricanos y los neozelandeses. Se estrelló en un barrio llamado... Rockaway... ¿Rockaway? Miro hacia los lados. ¡DIOS! Rockaway no está en Australia, está en Long Island o sea en Queens... no Queensland. ¡QUEENS! ¡Nueva York!

Una mueca se pinta en mi cara y empiezo a reírme con fuerza, mira que confundir Queens con Queensland. Noto como las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos, no sé si estoy riéndome o llorando. ¡No puede estar pasando! ¡Esto no puede estar pasando! Miro el letrero de la televisión y pienso en mi cabeza, en realidad pone Queens pero mi cerebro lo transformó en Queensland. Mi madre entra en la habitación y me ve riendo-llorando, corre hacia lo que yo llamo "el botón del pánico" y pulsa varias veces. Grito. Ella mira hacia la televisión y la apaga.

Un dolor enorme en el pecho me hace derramar aun más lágrimas, me duele mucho y empiezo a hiperventilar, me estoy quedando sin aire. ¡Voy a morirme! Grito, pero esto solo hace que me sienta peor. Cada vez me falta más aire y antes de se agrande el agujero que veo en mis ojos veo a una enfermera corriendo hacia mi persona, ya no sé si lloro, río o me estoy asfixiando. Cierro los ojos y me dejo llevar.

No estoy dormido pero no puedo abrir los ojos y escucho a la gente hablando. Noto como me ponen las correas para mover la noria... digo, la cama circonoséqué. A lo mejor eso del atentado era solo una pesadilla que estaba soñando. O a lo mejor solo fue un accidente ¿no tienen también accidentes los coches, camiones, trenes, autobuses...? Pero, ¿un accidente de avión después de un atentado tan brutal? Esto es raro, muy raro.

Bien, creo que ya puedo abrir los ojos. Lo veo todo blanco unos segundos hasta que me acostumbro nuevamente a la luz, tengo algo en el brazo que se hincha a veces, retorciendo mi brazo con fuerza y se deshincha dejándome una sensación de alivio tremendo. Me imagino que es un tensiómetro de esos. ¿Me habrá dado una subida de tensión? ¿O un infarto? Ojalá que solo fuera uno de mis ataques de pánico o ansiedad. Prefiero esto último, el ataque de pánico es mucho peor que el de ansiedad. Yo, Walter Atta, que ni aunque trabajando once horas seguidas me había dado nunca ansiedad ahora tengo repentinos y horribles ataques de pánico y ansiedad. Creo que lo llaman "estrés postraumático" aunque esto sucede cuando alguien es testigo o sufre algo que pone su vida en peligro ¿haberte quemado el cuerpo y haber estado debajo de mi lugar de trabajo cinco horas se puede considerar como "algo que ha puesto mi vida en peligro"? Mejor no contestéis... sí, es una pregunta estúpida, lo sé.

Una mujer a la que nunca he visto entra por la puerta, parece inteligente y sonríe.

—¿Que tal estás?
—Bien —digo con la voz rara por culpa de la boca seca.

Se lava las manos, lo normal al entrar en la habitación.

—Te hemos puesto un calmante porque estabas muy nervioso.
—¿He gritado en sueños? Me lo imaginaba.
—No Walt, te dio un ataque de pánico.

Río.

—Se está confundiendo, ha sido una pesadilla…
—Es normal reaccionar así después de lo que has vivido.

Sí, pero me has atado como si fuera un Hannibal Lecter con quemaduras de segundo, segundo profundo y tercer grado.

—No voy a morder a nadie, suéltame.
—Más tarde, padeces lo que en psicología llamamos...
—O me sueltas o me pongo a berrear otra vez.
—Padeces el síndrome...
—Por estrés postraumático ¿ves? Hasta un auditor de cuentas puede ser psicólogo.
—Eres muy inteligente —sonríe, los arrebatos de ira simulada no funcionan con ella.

Mejor, no me gusta ser un gilipollas redomado.

—Ha venido alguien a visitarte.

Cuando se va la mujer entra una cara muy conocida para mí, su nombre es Louis (pronunciado Lu-í) y yo me cago en toda su vida. Tres putos meses en el hospital y no se ha dignado a venir por aquí. No me jodas.

—Walt, esto tiene una explicación.
—¿En serio? Ardo en deseos de escucharla —digo con ironía.
—No sabía que trabajabas en el Trade, te llamaba a tu casa pero pensé que te habías ido a Nueva Jersey.
—Si claro ¿y qué más?
—Te prometo que no sabía que trabajabas allí. Cuando ayer me contó tu madre que estabas herido...
—Quemado.
—No podía creérmelo, no he dormido ni un segundo. De haberlo sabido hubiera venido antes. Pensé que...
—Estaba en Nueva Jersey, lo sé.

Louis es un compañero de universidad, mi amigo y "algo más." Ni yo sé lo que es ese algo más. Pero en una cosa tiene razón, no le conté que trabajaba allí... creo.

—¿De verdad que no te conté que trabajaba en el Trade?
—No, no sé ni en que torre trabajas...
—Trabajaba, en pasado. En la Norte.
—¿Y lograste salir? Increíble.
—No, no logré salir. Es más, la torre salió conmigo.
—Los Wild Rover.
—¿Los qué?
—Dicen que encontraron a toda esa gente porque escucharon salir de la torre unas voces que cantaban “Wild Rover”, ya sabes, la canción irlandesa del mendigo. Pero a la gente les gusta inventarse historias.
—No es ninguna invención, en serio se pusieron a cantar Wild Rover y yo pensaba en "I Will Survive."

Ríe.

—¿En serio?
—Sí, soy maricón hasta debajo de una torre de ciento diez pisos.

Ríe con más fuerza, se acerca a mí y me da un suave beso. Le quiero, no sé cómo pero me gusta estar con él. Ahora trabaja de taxista y sí, antes he pecado de "racista." Él es de la India y lleva ocho años en Manhattan.

—Tengo miedo —dice de repente—. No dejo de pensar en mi familia, los llamo cada día pero tengo miedo.
—Pero la guerra es en Afganistán, no en la India.
—Pero me da miedo. Les he dicho a mis padres que se vengan aquí, incluso les he dicho que les pago el billete pero tienen miedo al racismo y a subirse a un avión. Ahora con lo de Queens... que desastre de año.
—Y decían que el efecto 2000 iba a ser el fin del mundo, al final va a ser este año el fin del mundo. Un atentado "mundial" retransmitido en todo el mundo minuto a minuto, un accidente de avión en un barrio habitado, no sé donde habrá caído pero en Queens hay muchos barrios residenciales. ¿Qué será lo próximo? ¿Un ataque nuclear de Corea del Norte, la Tercera Guerra Mundial? Menuda entrada al milenio, nos hemos superado.

Me agarra la mano y noto como su cara de piel morena se va poniendo blanca poco a poco.

—Y eso que llevamos un año.
—He perdido algunas de mis uñas, me he quemado gravemente, huelo a cerdo asado, me he quemado el pelo, a veces de repente me huele todo a queroseno, no siento esa mano que me has agarrado porque me he cortado un tendón y varios nervios... lo dicho, un asco de milenio.

La enfermera española de nombre impronunciable entra a la habitación, debo admitir que me gusta mucho su pelo...

—Tenemos que llevarte al "matadero."
—Pues claro, como no. Louis, te presento a "chica española de nombre impronunciable."
—Encantada Louis, me llamo Itxaso.
—Cho para los amigos —le sonreí.

Otra vez a fisioterapia ¿cuantas sesiones de fisioterapia llevaré ya...? ¡Quiero salir de aquí!
Última edición por Seth Lione Turilli el 12 Jul 2016 15:30, editado 2 veces en total.
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lucia
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Re: [Novela corta] Memorias de un superviviente [ACT CAP: 7]

Mensaje por lucia »

Escribes bien y lo sabes, pero si te recreas demasiado corres el riesgo de cerrar los capítulos dejando a la gente con un pues vale.
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Re: [Novela corta] Memorias de un superviviente [ACT CAP: 7]

Mensaje por Seth Lione Turilli »

lucia escribió:Escribes bien y lo sabes, pero si te recreas demasiado corres el riesgo de cerrar los capítulos dejando a la gente con un pues vale.
:icon_no_tenteras: Ahh, menudo fallo más idiota, estúpido, gilipichis... no me había dado cuenta que se había tragado una parte hasta hoy. Madre mía, que idiota estoy hecha... juer. Perdón.
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lucia
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Re: [Novela corta] Memorias de un superviviente [ACT CAP: 7]

Mensaje por lucia »

Pues dí cuál es, para no tener que repasar todo el texto :lista:
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