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CHUCHO
©Ralph Barby
Soy pequeño, y para quitarme méritos, el ama siempre comenta que fui callejero, adoptado y con nombre impuesto, no recuerdo si tuve otro o muchos más. “Chucho” me llaman, y aún me molesta más cuando el ama, para que acuda, me llama “chuchito” o “chuchín”, como a veces también llama a esos humanos grandes como armarios que recibe de visita en su apartamento y que se lleva a la alcoba.
Según como se mire la vida callejera era mejor o quizás peor, no sé, hay que meditar en ocasiones. Los humanos a eso le llaman filosofar. Cuando eres callejero y olfateas a una gachí, si te le acercas, patada que recibes cuando apenas le has olfateado el coñito. Es que no te dejan ni follar a gusto. Ahora en casa, qué mierda de ventanas, no se ve nada más que edificios y un cacho de cielo, sólo me queda esa ventana donde salen siempre humanos gritando o cantando. A mi protectora no le gusta que vea esta ventana que llama tele bien acomodado en el sofá, me dice (y yo no quiero entenderla), que debo de estar sentadito sobre la alfombra, ¡puaf! Qué mierda de humanos. Es que son feos a parir, no les veo ninguna gracia, no sé porque mi ama mira tanto esa ventana, los que se mueven ahí no huelen ni nada, dice el ama que hay otros chuchos a los que les gusta la tele y que incluso aúllan si el programa les gusta. Imagino que serán unos garrulos de esos que salen de una escuela de perros, que no distinguen a un humano de otro por el olor. A mí, a las amigas de mi ama, me gusta clavarles el hocico en el coño, cómo gritan todas, pero es que así me quedo con su perfume en mi memoria para siempre y además sé si están receptivas o no. Los amigos de mi ama, esos sí son cabrones de grado. Cuando ella está delante, “chuchito por aquí, chuchito por allá. ¿Quieres un perrito caliente?” Ni que yo fuera caníbal, a mí las salchichas de pollo con jamón y el pienso… La puta madre del que inventó el pienso, es un castigo muy refinado inventado por los humanos para fastidiarnos. Todavía me estoy riendo de un tiparraco que iba detrás del ama, más encelado que un mono solitario, un día que nos encontramos en la calle y el ama entró en la perfumería para comprar un olor diferente para despistar. Yo me froté contra el pantalón de aquel humano cabroncete y luego le solté una meadita. Me esperaba el puntapié, aquel humano cabrón quería marcar en mi culo un golazo que hubiera hecho levantar a toda una hinchada, pero salté de lado y evité transformarme en pelota. Cuando el ama salió de la perfumería, con un olor que hubiera atontado hasta a un gato, el tipo no dijo nada, seguía sonriéndole como si no deseara romper el encanto del momento. ¡Joer! Total, sólo había sido una meadita para marcar territorio. Visto así, no ha sido tan malo ser un callejero, o como dice el humano que quiere follarse a mi ama, un hijo puta de la calle. No folla pero jode.
—¿Verdad que se ve gordito el chuchito?
El humano cabroncete dice que sí, y le veo una sonrisita sarcástica cuando añade: “Será el pienso que le das, seguro que será americano”.
Algo comienza a olerme mal, primero los americanos, luego serán los chinos. ¿Qué acabaré comiendo? Mejor sigo caminado y como dice una que suele parecer por la ventana que llaman tele, “ya lo pensaré mañana”, me digo.
