Diario de una damita de Petrogrado
***1916***
Lunes,19 de diciembre
¡Grigori ha muerto! ¿Qué será ahora de nosotras?
Después de dos días sin tener ninguna noticia suya, estábamos muy preocupadas. Sobre todo desde que, ayer por la mañana, Matryona reconociera su galocha: la policía la había encontrado en el Puente Petrovsky, justo donde el parapeto estaba manchado de sangre. Por la tarde, Anna nos llamó por teléfono para saber de él. Estaba en el palacio, con Alejandra Fiódorovna; y cuando le dijimos lo del hallazgo de la galocha, escuchamos cómo le decía a la zarina que habían asesinado a Grigori. A pesar de las evidencias, en la calle Gorokhovaia preferimos no perder aún la esperanza. Ahora, sin embargo, ya no cabe engañarse. Anna tenía razón: ¡Grigori está muerto, lo han asesinado!
Hoy han ido sus hijas a reconocer el cadáver, y han regresado horrorizadas. Las demás necesitábamos saber y no parábamos de hacerles preguntas. Entre sollozos, Matryona nos ha contado que su padre llevaba puesta su túnica favorita: la de seda verde con los pequeños dragones bordados en rojo y negro. Una trivialidad carente de interés, sin duda, pero que a ella parecía ayudarle a superar la consternación de haber visto el cuerpo de su padre ultrajado con saña. Por suerte, Akulina se ha comportado con la misma entereza de siempre y será ella quien se encargue de la preparación del cadáver para el velatorio.
¡Grigori ha muerto! Y ahora que ha llegado la noche, la angustia se está adueñando de mí. ¿Cómo será mi vida sin el mar azul en el que me sumergía cuando me miraba en sus ojos, y sin ese paraíso en el que me adentraba con sus caricias? Vivir sin Grigori se me antoja una condena insufrible. Me asusta la hueca soledad en la que habré de vivir en adelante. Siento miedo, mucho miedo; y es ese miedo a la vida sin Grigori lo que me ha hecho iniciar este diario. Me aferraré a los recuerdos; y a través de ellos, intentaré sentirme de nuevo entre sus brazos...
Martes, 20 de diciembre
Esta tarde nos hemos vuelto a reunir en la calle Gorokhovaia. Matryona había recuperado ya la presencia de ánimo y nos ha contado que a su padre no solo lo han golpeado con ensañamiento, sino que también lo han mutilado. Al principio no hemos dado crédito a sus palabras, pero Akulina, descompuesta, nos ha dicho que era cierto. Antes de amortajarlo, ella ha lavado el cuerpo de Grigori y ha visto que le faltaban sus partes pudendas.
A última hora, ha llegado Anna con noticias de palacio. La zarina está como poseída, y se ha colgado al cuello el crucifijo de Grigori. No tiene pudor en afirmar que él le ha transferido parte de su fuerza. Confíemos en que sea un desvarío pasajero. La verdad es que todas nos sentimos un tanto trastornadas. Y también confusas, muy confusas. No entendemos por qué motivo se ha dejado matar. El pasado viernes, Anna le recordó a Grigori que Yusupov era un judas; y también un fanfarrón ávido de sensaciones raras: es vox populi que al príncipe le gusta disfrazarse de mujer para atraer a los hombres. Le contó también el rumor que corría por la ciudad de que le iban a tender una trampa. Pero él prefirió hacer caso omiso a la advertencia y aguardó a su verdugo con una serenidad inexplicable. La criada de Grigori ha contado que, cuando el traidor llegó al apartamento, saludó al amo con un beso; y entonces este le dijo: «¿Me besas pequeño…? ¡Espero que no sea el beso de Judas!». Y es muy revelador también que antes de marcharse, Grigori besara a sus hijas y también a la fiel Katia —era la primera vez que la besaba y la criada lo ha contado conmovida—. Sabía, pues, lo que le aguardaba en el paseo de Moka y, pese a saberlo, acudió a la cita. ¿Por qué motivo no rehuyó la celada, qué se lo impidió? Esa es la pregunta que esta tarde nos hemos hecho, una y otra vez, en la calle Gorokhovaia.
Sí, Grigori, ¿por qué acudiste a la emboscada, por qué te dejaste matar? ¿Por qué…?
Miércoles, 21 de diciembre
Esta mañana hemos enterrado a Grigori. En el parque hacía mucho frío y la bruma era densísima. Matryona y Varvara no han estado en la ceremonia por temor a que el acoso de los periodistas les causara un sufrimiento excesivo. La familia imperial, en cambio, ha asistido al completo. La zarina, el rostro lívido, los ojos enrojecidos por el llanto, daba la impresión de ser la viuda. A su lado, enlutadas y también llorosas, sus cuatro hijas: Olga, Tatiana, María y Anastasia. ¡Cuánto lo hemos amado todas! Quizá demasiado. Y puede que, sin querer, hayamos alimentado la envidia de quienes, en los últimos tiempos, se han dedicado a llenar las calles de Petrogrado de calumnias y maledicencias.
El padre Teophán ha dicho unas palabras muy emotivas. Al término de la plegaria, la zarina ha depositado, con mano temblorosa, un icono sobre su pecho. Anna dice que en el dorso iban las firmas de las cinco féminas imperiales. Luego han cerrado el ataúd y Alejandra Fiódorovna, con mano todavía más trémula, le ha arrojado un ramo de flores blancas y un primer puñado de tierra. A partir de ese momento, todas las presentes no hemos podido contener más las lágrimas y, entre sollozos, le hemos dicho adiós a nuestro mejor amigo, a nuestro mejor amante…
¿Por qué acudiste, Grigori, a la encerrona? ¿Por qué…?
[…]
***1917***
[…]
Jueves, 3 de marzo
Después de semanas de continuas revueltas callejeras, el zar ha abdicado. Cada día resulta más peligroso salir a la calle. Pero hoy lo hemos hecho: necesitábamos estar juntas y abrazarnos para sobrellevar mejor la pena de que hayan profanado la tumba de Grigori. ¡Ni siquiera después de muerto lo van a dejar en paz!
Tras la reunión en la calle Gorokhovaia, me sentía tan abatida que he preferido dar un paseo por la orilla del Neva antes de regresar a casa. Escuchar el rumor de sus aguas hace que me sienta más serena; quizás porque sé que fue en ellas donde Grigori perdió la vida y, al escuchar ese murmullo, lo siento menos muerto.
Cuando me hallaba sentada en el parapeto del puente ha pasado una cosa muy curiosa: no sé de dónde ha salido, pero al levantar la vista he visto un perro sentado al lado de mi pierna. Ensimismada en mi dolor, apenas si le he prestado atención. Pero le he debido acariciar la cabeza sin darme cuenta y, cuando me he puesto en marcha, me ha seguido. Hace tanto frío en la calle que me ha dado lástima y lo he dejado entrar en casa. Y ahora mismo, mientras escribo, se encuentra aovillado a mis pies. ¡Es curioso!: desde la muerte de Grigori, es la primera vez que la llegada de la noche no me asusta; hoy no me siento tan sola, ni tampoco tan abandonada. ¿Será por la compañía de este perro zalamero…?
Viernes, 4 de marzo
¡Qué cosa tan rara me ha ocurrido esta noche! Matryona me regaló ayer una foto de la primera tarde que pasé en la calle Gorokhovaia. Antes de irme a la cama la estuve mirando con detenimiento, y puede que por ese motivo haya soñado con esa primera visita.
Ese día, yo era la nueva y gocé del privilegio de pasar unas horas a solas con Grigori. También en el sueño ha ocurrido lo mismo: me ha mirado y de inmediato he sabido que era la elegida. «¡Peca conmigo, hermana mía, no le tengas miedo a gozar del placer de tus sentidos! ¡Mi contacto te hará grata a los ojos de Dios! Solo quienes se hunden antes en el barro encontrarán arriba la mirada del padre…», me ha murmurado entre caricias. Luego ha recorrido mi cuerpo con sus labios hasta saciarme como nadie más sabe hacerlo. Grigori no solo saciaba nuestra carne, sino también nuestra sed de absoluto, y eso es lo que me ha vuelto a ocurrir en el sueño. Con sonrojo, he escuchado que yo le gritaba: «Tómame, padrecito, soy tu oveja». Él ha empezado entonces a lamerme la mano con su lengua. En ese momento, me he despertado y he descubierto que quien me estaba lamiendo la mano era el perro. La he retirado con coraje y, cuando he encendido la luz dispuesta a expulsarlo del cuarto, he visto que me estaba mirando como Grigori lo hacía. Y aunque ni siquiera ahora entiendo el porqué, en lugar de echarlo, he apagado la luz y he vuelto a colocar mi mano a su alcance.
Hace un rato, al despertarme, el perro dormía encima de la cama. Nunca me ha gustado tanta familiaridad con los animales y, sin embargo, esta vez no me he atrevido a reñirle. De hecho, todavía duerme plácidamente hecho un ovillo sobre el edredón. Me siento confusa, muy confusa… Me asusta el momento en el que él vuelva a abrir los ojos…
Sábado, 5 de marzo
Más que nunca siento la necesidad de escribir este diario. Esta noche ha vuelto a pasar. Es él, lo sé. Ya no me siento sola ni tampoco abandonada. Me gustaría decírselo a las demás, compartir con ellas mi secreto, notar su envidia... Pero si se lo cuento no me van a creer, simplemente pensarán que me he vuelto loca.
Me gusta fantasear con que esa fue la razón por la que Grigori acudió a la cita, la cabriola de la que se ha valido el destino para que yo haya terminado siendo su verdadera compañera. Aunque para Grigori siempre he sido una de sus damitas de Petrogrado, antes solo era una más de ellas, mientras que ahora ya no hay ninguna otra: ¡yo soy la única!
[…]
Domingo, 22 de octubre
En las calles hay cada día más revueltas y enfrentamientos. Empieza a hacer frío de nuevo y las colas para conseguir el pan y el carbón son interminables. Nosotros procuramos seguir haciendo nuestra vida, saliendo a pasear a las horas a las que hay menos tumultos. Y hoy, cuando caminábamos por la orilla del Neva, un perrillo se ha caído al agua y la corriente ha estado a punto de llevárselo. Pero él no ha dudado en lanzarse al río y le ha salvado la vida. De niño, en su pueblo natal, estuvo a punto de morir ahogado cuando se tiró a las aguas heladas del Tura para salvar a su hermano Mijaíl. Siempre ha sido valiente y generoso, y por eso yo lo admiro tanto.
El dueño del perro se ha mostrado muy agradecido. Es un periodista que se encuentra en la ciudad como corresponsal de La Gazzetta di Sorrento. Llevaba consigo la cámara y, como recuerdo del feliz rescate de su perro, nos ha hecho una fotografía a los tres. La he colocado sobre el escritorio, al lado de la que me regaló Matryona en marzo. En ambas, los dos estamos mirando a la cámara. Y hace un momento, al levantar la vista y vernos en ellas, me he dicho que son dos entrañables retratos de familia.
Nota del autor: debido al contenido de algunas de las páginas que no han sido reproducidas aquí, el diario de Alina Ivánovna Lébedeva, muerta a orillas del Neva durante la revolución de octubre de 1917, fue cedido por sus familiares al Museo del Erotismo de San Petersburgo. Esta institución alberga una impresionante colección de falos de cerámica, pero es el pene de Rasputín conservado en alcohol el que más acapara, sin duda, la atención de sus visitantes.