El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

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La cueva de la perra


Las orquídeas volvían a estar en flor. De su cuerpo ya solo quedaba una blanquecina calavera empotrada en una fisura de las rocas. Conservaba, sin embargo, el olfato milagrosamente indemne y no tardó en detectar su aroma. Una fragancia dulzona e intensa que tenía la virtud de avivar sus recuerdos. Y una primavera más, desde la libertad de su nueva existencia incorpórea, Violeta, la antigua cautiva de la cueva, aspiró aquel evocador perfume con la fuerza necesaria para salvar el intangible abismo que la separaba del mundo de los vivos…

******************************

Ella, la última en nacer de una camada de siete, una cachorrita negra pero con los bajos y las entrepiernas teñidos de ocre, tuvo la desgracia de nacer en las perreras de una vasta hacienda de Sierra Bermeja. De sangre inglesa por vía paterna, su propietario pretendía emular a sus antepasados con la posesión de una jauría donde todos los perros fuesen de raza pura. En su caso, una cocker de pelo sedoso y brillante, orejas grandes y péndulas, y recias patas. Tras examinarla con detenimiento, ninguna tacha importante encontraron en ella los ojos inquisidores del veterinario. De hecho, cuando el galeno perruno le devolvió la cachorrilla al dueño se limitó a señalarle una peculiaridad inofensiva pero de nombre muy rimbombante. «Heterocromía iridium» fue el término que empleó el perito para indicar que los ojos de la recién nacida tenían colores dispares. Uno de los iris era del previsible color caramelo heredado de sus padres; el otro, en cambio, de un divertido violeta salpicado de ámbar. Un detalle sin duda insignificante en la mayoría de los casos, pero que pronto provocaría el encierro de Violeta en aquella concavidad de la Sierra Crestellina sobre cuyo dintel descansaba ahora su cráneo.

Una nuevo latigazo de fragancia le permitió ponerle nombre propio a las orquídeas que le estaban ayudando esta vez a traspasar la frontera entre el sereno mundo de los muertos y el desasosegado de los vivos. Sin duda la Orchis tenthredinifera y la Orchis italica estaban ya en flor. La primera, con su generoso labelo adamascado y sus sépalos rosas atravesados por una verde nervadura, era la favorita de Tomás. Violeta aspiró el aire con glotonería a través de sus descarnadas fosas nasales hasta que el perfume de la tenthredinifera se impuso y pudo ver con claridad la imagen de su amigo…

Aquella había sido su última primavera en la Sierra Crestellina como prisionera de la cueva. En cuanto floreció la primera tenthredinifera, Tomás le quitó la cadena y juntos se encaminaron hacia donde se encontraba la flor. Corretearon por la ladera camino de la alberca y luego bajaron con inopinada premura el bancal que les separaba del agua. Y justo cuando Violeta se disponía a saludar con un ladrido al pez más viejo del río Genal, cautivo sombrío de aquel pilón de la sierra, su amigo se agachó junto a la orquídea y la azuzó para que la olisqueara. Luego le pasó la mano por el lomo y con voz emocionada le hizo una confesión: «Mi pequeña cautiva amante de las orquídeas, muy pronto tú y yo abandonaremos este lugar. No tengas miedo, sin embargo, porque antes de que me hayas echado en falta nos encontraremos de nuevo. Para entonces seremos ya lo bastante pequeños como para poder caminar por el mundo luminoso y perfumado de esta flor. Un mundo en el que no volverás nunca a vivir rodeada de las tinieblas de una cueva y en el que no habrá ninguna cadena que te detenga. Retozaremos los dos en sus rosados brezales hasta embriagarnos de color y después, cuando ya el sol empiece a decender, seguiremos uno de los verdes senderos hasta encontrar la montaña que oculta en su centro. La escalaremos y nos sentaremos al borde del secreto volcán que hay en su cima. Y desde allí presenciaremos cómo el sol es atraído irresistiblemente por su pudorosa sensualidad y, una vez atraviesa su boca misteriosa, se sumerge en su interior.».

Y ella, la perra desahuciada siendo aún cachorra por no saber fijar bien su atención, soñándose ya liberta en un mundo nuevo sin tinieblas, agitó el rabo y aulló de placer. Y, al escuchar su aullido, el pez más viejo del río Genal se sacudió por fin el aire sombrío y sonrió por primera vez.

******************************

Acosadas por el calor del mediodía, las italicas liberaron sus esencias. En cuanto la antigua cautiva percibió su aroma, las cuencas vacías de sus ojos se llenaron de imágenes de cuando era muy pequeña. Se vio a sí misma olisqueando las tetillas rosadas de su madre y recordó el olor agridulce de la leche materna. Pero sus ojos dispares le impedían atinar a la primera y, cuando por fin daba con la montañita rosada, de ella siempre mamaba ya alguno de sus hermanos. De ahí que, cada día más hambrienta y enclenque, Violeta debiera conformarse con chupetear la leche que rezumaba por las comisuras de los más afortunados. Aunque eso nunca le importó mucho porque a cambio recibía de su madre más lametones que el resto de los cachorros. Y es que la lengua de su madre era gigantesca y de un color rosado tan bonito y tan ambiguo que Violeta a veces se confundía y chupeteaba su punta en busca de leche. Pero, en cuanto se daba cuenta de su error, se ovillaba junto al hocico de su madre porque sabía que las caricias de aquella falsa ubre le harían olvidarse enseguida de que seguía teniendo hambre.

Con todo, esa necesidad insatisfecha de atrapar a tiempo la tetilla materna le provocó una fijación extrema por el color rosa. Fijación que, llegado el momento de su adiestramiento, habría de tener graves consecuencias. Fue el mismísimo Don Tomas, con acento en la primera vocal como corresponde a alguien orgulloso de la sangre inglesa que corría por sus venas, quien se ocupó aquella primavera de adiestrar a los jóvenes candidatos a formar parte de su jauría de caza. Todos los aspirantes habían superado sin ningún problema el exhaustivo examen del veterinario. Y entre ellos, la jovencísima Violeta pese a sus ojos dispares y su menguado tamaño. Siendo su madre tan vieja, el que ella fuese la única hembrita de la camada obligó al propietario a pasar algo la mano por miedo a quedarse sin aquella rama de excelentes perdiceros. Don Tomas, con acento en la «o», se jactaba a menudo de que los antecesores de sus cockers eran, al igual que los suyos propios, originarios de la mismísima Gran Bretaña y no estaba dispuesto a perder ese motivo de orgullo por una simple asimetría ocular y unos cuantos gramos de menos.

Desde que Don Tomas decidió hacerse cazador, hecho ocurrido tras regresar de una breve estancia en el norte de Inglaterra donde tuvo la chamba de abatir a un ciervo de un único y legendario disparo, había adiestrado siempre de la misma forma a los nuevos aspirantes. A fin de evitar la natural inclinación de los jóvenes por el juego, los mezclaba de uno en uno con los perros veteranos que ya eran diestros en la caza de la presa en cuestión. Al principio había intentado que los tatarabuelos sajones de Violeta les levantasen indistintamente presas de pelo y pluma. Pero pronto se convenció de que el pelo largo de los cockers era un hándicap a la hora de correr tras los conejos que tenían la inoportuna costumbre de escabullirse entre las zarzas de los ribazos. Dando muestras de gran pragmatismo, Don Tomas optó por hacerse de una buena rehala de podencos para la caza de liebres, mientras que a los ancestros de Violeta les encomendó la levantada de las perdices.

Era, por tanto, la captura de esta gallinácea la que el cazador llevaba en mente la tarde en la que se estrenó Violeta. Corrieron los perros por la llanura para desfogar la energía acumulada durante su estancia en las perreras. La pobre Violeta los seguía a duras penas porque el tamaño reducido de sus patas la obligaba a dar dos pasos por cada uno dado por el resto. Para colmo, estaba tan contenta de formar parte de la jauría que no podía reprimir su deseo de revolcarse en la hierba de vez en cuando. Una pérdida de tiempo que la forzaba luego a avivar más el paso. Se aproximó, pues, la jauría a los bajos de la Sierra Crestellina con los veteranos marchando en cabeza y Violeta muy rezagada en la cola. Pero de súbito un bronco y machacón «chac... chac... chac...» hizo que los perros aflojaran el ritmo de su carrera y aguzaran los oídos. Se escuchó entonces la voz autoritaria de Don Tomas componiendo con sus nombres, «Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si», una escala musical que anunciaba el inicio de la cacería.

El bronco «chac... chac... chac...» se acalló tras la escala y un silencio tenso recorrió la pradera. «¡Busca, busca, busca! », le espetó a sus espaldas la voz queda del cazador. La joven perra se puso muy nerviosa y, ante la duda, se dispuso a imitar a los más veteranos que, con la cabeza gacha y el morro rozando la tierra, avanzaban ya tras el rastro de la presa. Aspiró también Violeta el aire con energía y levantó una polvareda al expulsarlo con demasiada fuerza. Pero poco a poco fue aprendiendo a olisquear como los otros y hasta consiguió acompasar su respiración a la del resto de la jauría. Algo hizo, sin embargo, que el perro que marchaba en cabeza se detuviese de golpe para convertirse en una especie de estatua que, con las patas rígidas y el rabo totalmente tieso, señalaba con el morro un lugar muy preciso. Los demás lo imitaron al instante y, como era de esperar, Violeta fue la última en incorporarse a aquella inanimada composición. Don Tomas elevó el brazo derecho y simuló el lanzamiento imaginario de una piedra hacia el punto indicado por el morro del perro. Como respuesta, se produjo una repentina estampida hacia adelante de los cockers. Corrieron excitados y sus ruidosos ladridos provocaron que un bando de perdices levantara el vuelo. Y mientras Violeta contemplaba sorprendida la corpulencia de las aves y lo ruidoso que era su aleteo, dos atronadores disparos la hicieron retroceder asustada.

Aquel fue su primer error de la tarde. Por suerte, Don Tomas estaba en ese momento demasiado ufano con las dos piezas que acababa de abatir, una con cada disparo, y no pareció importarle. Continuó pues la cacería y los veteranos corrieron ladera arriba en pos del resto de las perdices. Una vez se adentraron en la finca de La Cosalva, remontaron uno tras otro los bancales del huerto. Pasó la jauría junto a la vivienda del aparcero, cerrada a cal y canto para evitar la entrada de las alimañas, y luego continuaron persiguiendo a las fugitivas monte arriba. Pronto el matorral se volvió menos espeso y la jauría avanzó entre los escapos en flor de las orquídeas. Un hecho intrascendente en una cacería pero que en Violeta tuvo consecuencias nefastas en cuanto Don Tomas, enervado por el desafiante «chac..., chac..., chac...» de las perdices, declamó de nuevo la escala musical. A Violeta el reinicio de la caza la sorprendió enfrascada en un encuentro imaginario con las ubres de su madre. Aunque de forma más alargada y con un olor dulzón distinto, por fin las tenía para ella sola. Agitando el rabo, se acercó a los rosados mamelones –los escapos florales de las primeras italicas– y, justo cuando estaban a punto de iniciar la anhelada succión, dos nuevos disparos la devolvieron a la realidad: ella era ahora una perra de caza y, sin querer, se había olvidado de su misión.

A pesar de su corta experiencia, Violeta sabía que ese era un fallo muy grave e intentó sin éxito unirse a la perrada antes de que el cazador notase su falta. Pero cuando logró al fin juntarse con los más veteranos estos venían ya de regreso colina abajo. La cacería había terminado y Violeta notó desprecio en la voz de su amo. «Date la vuelta y camina deprisa que tengo ganas de llegar a casa», fueron sus escuetas palabras. Y ni que decir tiene que aquella falta de profesionalidad tuvo consecuencias inmediatas. En cuanto llegaron a la perrera, Don Tomas le dijo al encargado que la nueva perra no servía para la caza y que debía ser sacrificada. Y aunque Violeta no entendiese el significado de sus palabras, captó la entonación agria con la que el amo las había dicho y se fue a dormir con el rabo entre las patas.

******************************

Atardecía con el ritmo rápido con el que atardece al comienzo de la primavera y el blanco calcáreo de la calavera se tiñó de repente de un tono salmón muy vivo. Aunque su ceguera era total, en ese duelo de aromas sin tregua se impuso el de las tenthrediniferas y Violeta percibió el cambio. En breve sería noche cerrada, pensó mientras los recuerdos se avivaban...

La noche en la que fue a rescatarla, las manos del niño estaban impregnadas de aquel mismo olor a flor pasada que ahora desprendían las orquídeas. Esa tarde, Tomás había presenciado la conversación que su padre mantuvo con el mayoral al regreso de la cacería. La perrita de los ojos dispares se encontraba en peligro y, sin dudarlo, se propuso convertirse en su salvador. Aunque se fue a la cama como cualquier otro día para disimular, aguardó despierto a que todos se hubiesen acostado y luego bajó las escaleras con mucho sigilo. Las luces del patio estaban ya apagadas y en la perrera reinaba la más absoluta oscuridad. A Tomás le molestaban los olores intensos y, al abrir la puerta, un vaho perruno le hizo detenerse. Antes de adentrarse en aquel ambiente viciado, aspiró con fuerza el aire limpio del exterior y contuvo la respiración.

Aunque los perros notaron de inmediato la llegada de un intruso, lo reconocieron por su olor y continuaron durmiendo. El niño sintió envidia de los durmientes e incluso llegó a pensar que con gusto se cambiaría por cualquiera de ellos. Se los imaginó soñando con la libertad previa al inicio de la caza, cuando la voz del amo no les había dado todavía ninguna orden y ellos recorrían los campos mordisqueando alguna que otra planta o desfogando sus energías en una veloz carrera. O a lo mejor se encontraban soñando con ese instante de locura, de creerse dioses, en el que comenzaban a correr tras la presa y, pese a saber que ella era más rápida, se creían capaces de darle caza. Los perros tenían el privilegio de sentirse libres incluso en compañía de su amo. Él, en cambio, nunca se sentía así. Ni siquiera cuando por la noche su padre dormitaba junto al fuego y él se hallaba ya en la cama refugiado bajo las sábanas. Solo dejaba de sentirse esclavo cuando escapaba de su propia vida y se adentraba en el universo fantástico que se había creado en la Sierra Crestellina. A pesar de que la tirana educación que estaba recibiendo le oprimía, habitualmente no era capaz de rebelarse. Pero esta vez su cachorra favorita, la que tenía un campo de violetas en el ojo izquierdo, estaba en peligro y no era posible parapetarse tras su cobardía.

Abrumado por la crudeza de sus pensamientos, Tomás dejó escapar un fuerte suspiro. Aunque algunos de los durmientes abrieron los ojos al escucharlo, volvieron a cerrarlos de inmediato y, agitando las patas como si fueran alas, continuaron volando en pos de sus presas: en sueños eran tan veloces como ellas y dejaban de escucharse los humillantes disparos. Solo la vieja cocker levantó la cabeza y comenzó a gruñir de forma lastimera. Tomás comprendía su tristeza y la consoló dándole cariñosos golpecitos en el lomo. Ella era la madre de la desahuciada y su instinto le había avisado de que la bolita peluda, que como siempre dormía aovillada entre sus patas, se encontraba en peligro.

Esa noche Violeta se había ido a descansar con las orejas gachas por culpa del tono agrio con el que el amo le habló de ella al mayoral. Pero la inexperiencia le permitió dormir profundamente hasta que el gruñido de su madre la despertó y vio junto a ella la sombra de su salvador. Aunque de eso se enteraría más tarde, cuando camino de la sierra el niño le explicase cuál era la intención de su padre. En la perrera, lo único que vio fue una silueta que se agachaba para colocarse a su altura y que luego la levantaba en vilo. Al verse por los aires sintió miedo y buscó con mirada suplicante a su madre. Sorprendida por su pasividad ―la vieja cocker solía mostrar los dientes y gruñir en tono amenazante en semejantes situaciones―, Violeta comenzó a gimotear. Por suerte, en las manos de Tomás descubrió el mismo olor agrio y dulzón que ahora estaban desprendiendo las orquídeas y que tanto le recordaba al de las anheladas tetillas de su madre. Eso propició que el niño la pudiese sacar de la perrera con absoluta clandestinidad. Tanto es así que, atareado con otros asuntos, el encargado se olvidó por completo de Violeta y, en la siguiente tarde de caza, el amo interpretó la ausencia de la perra como fruto de que el empleado había obedecido su orden. Solo su madre la echó de menos y, a falta de un consuelo mejor, cogió la costumbre de lamer las manos de Tomás cuando este regresaba de la estar con ella.

La noche del rapto, los dos se alejaron del pueblo por el sendero de la sierra. Tomás temía ser descubierto y caminaba con paso apresurado. En sus brazos iba Violeta entretenida con el chupeteo de los dedos, a pesar de que no conseguía extraer de ellos ni una sola gota de la sabrosa leche que siempre le habían arrebatado sus hermanos. Pero pronto ganaron altura y el descenso de la temperatura hizo que la perra tomase consciencia de la situación y se rebelase. Comenzó entonces a contorsionarse para zafarse de los brazos y a Tomás no le quedó otro remedio que detenerse. Estaban en la Sierra Crestellina, junto a la casa del aparcero y Violeta reconoció los arriates de flores que había olisqueado aquella misma tarde y eso la calmó. Aprovechó Tomás la tregua para explicarle que, un poco más arriba, se encontraba la alberca y, en su interior, su nuevo vecino: el pez más viejo del río Genal. Su futura casa estaba muy cerca. Una cueva oscura pero con un punto de luz mágico en el techo y floraciones pétreas muy vistosas en las paredes. Violeta recordó lo feliz que había sido esa tarde correteando libremente por los prados en busca de las montañitas rosadas y comenzó a mover el rabo. Y sin sospechar que su nueva condición sería de cautiva, las caricias de Tomás hicieron que se durmiese y que en sueños volviera a ser una cachorra recién nacida a quien su madre limpiaba con cálidos lametones.

Unos leves tironcitos de orejas la despertaron. El niño debía marcharse antes de que se hiciese de día y no deseaba hacerlo sin despedirse de ella. Ya estaban en el interior de la cueva y su primera impresión no fue buena. Había mucho polvo y un desagradable olor a humedad. Pero su nuevo amigo la llamaba ahora «su pequeña cautiva de la sierra» y ese nombre le gustaba mucho más que el recibido aquella misma tarde antes de que se iniciara la caza, cuando Don Tomas la había mirado fijamente y le había anunciado: «Tú serás Fa, la cuarta nota musical de mi jauría de perdiceros». Tomás, sin embargo, no había querido seguir la tradición musical de su padre y había preferido rebautizarla con el nombre de Violeta, el de la flor de la que la cachorra parecía tener un campo entero en el interior del ojo izquierdo.

******************************

Hacía rato que los rayos del sol se habían ocultado en el horizonte y, entretanto la luna ascendía, la oscuridad era de momento la dueña absoluta de la sierra. Y la calavera, ahora invisible además de ciega, aspiró el floral aliento de los arriates de La Cosalva y las cuencas de sus ojos se llenaron al instante de madreselvas y dondiegos: ¡las flores nocturnas estaban ganando la batalla! Supo así Violeta que la noche era muy oscura. Tan oscura como su propia cueva en esa hora del anochecer en la que, tras sacarla de paseo, Tomás volvía a encadenarla…

Sus primeros días como cautiva fueron largos, aburridos y tristes. Pero Violeta era de natural optimista y se acomodó pronto a su nueva vida. Incluso fue capaz de verle sus ventajas, como la de no competir con nadie por la comida y la de tener dos bonitas escudillas, decoradas con violetas y orquídeas, que Tomás le llenaba de comida y de agua; o la de dar largos paseos por la sierra en compañía de su amigo y guardián. Cada época del año tenía su encanto, pero la preferida de Violeta era la primavera. Momento en el que los habitantes de la sierra se sacudían la pereza invernal y se dedicaban a la laboriosa tarea de perpetuarse. Tomás aprovechaba para enseñarle a distinguir el aroma de las orquídeas que eran sus flores favoritas. Conoció así el camino de las italicas que partía de la casa del aparcero y, tras zigzaguear por los terrenos de La Cosalva, se encaramaba a las cumbres de la Sierra Crestellina; y el mirador de la hacienda desde el que, cuando el anochecer les sorprendía fuera de la gruta, contemplaban el arenal de luces que era a esas horas el pueblo de Casares.

Pero esa vida, que la ermitaña tenía ya por placentera, se truncó de repente un mediodía. La cautiva dormitaba en el interior de la cueva cuando una brusca sacudida la espabiló. El punto luminoso del techo se agitó y el rayo de sol se volvió juguetón. La luz, que habitualmente se desplazaba por el interior de la cueva con una lentitud exasperante, ahora iba y venía como si fuera un moscardón travieso. Ajena a los peligros que entrañan los temblores de tierra, Violeta se entretuvo en intentar dar caza a aquella especie de mosca luminosa. Y mordisqueando en vano el aire se hallaba cuando una piedra le golpeó la cabeza y la dejó inconsciente.

Volvió en sí rodeada de una oscuridad polvorienta y, al intentar ponerse en pie, comprobó que no tenía espacio suficiente para estirar las patas. Se escuchaba a lo lejos la voz angustiada de Tomás tratando en vano tranquilizarla. Solo no era capaz de quitar las piedras que taponaban la entrada de la cueva y le trataba de explicar a Violeta que se marchaba en busca de ayuda. Mas una sacudida todavía mayor y un nuevo derrumbe la dejó tan malherida que ya fue incapaz de moverse. Por suerte, tras un estado inicial de excitación que le impidió sentir dolor, Violeta cayó en un placentero duermevela. De nuevo era una cachorrilla y la lengua materna le lamía las heridas…

Aunque nunca llegó a saber lo que había pasado, una mañana el olor de las orquídeas en flor la despertó. Pero el olfato era ahora el único sentido que tenía intacto y eso le impidió ver al enjuto hombre afanándose en retirar las piedras que taponaban el acceso. Ni tampoco pudo presenciar su sorpresa al descubrir una calavera de perro bajo ellas, ni el gesto de victoria con el que la encajó cuidadosamente entre las rocas de la entrada de la cueva. Detectó la proximidad de unas manos y se estremeció al confundirlas con las de su amigo que venía una vez más a liberarla. Aquellas manos olían, sin embargo como las peruvianas, flores que nunca osaba tocar su guardián. Suspiró Violeta con resignación y cuál no sería su sorpresa cuando al aspirar de nuevo el aire percibió aquel familiar olor. Olía a italica, a lutea, a vernixia, a serapia, a fusca… ¡Las orquídeas estaban en flor!

De esto hacía ya varias primaveras. Tantas como las veces que el perfume de las flores favoritas de Tomás habían despertado a la cautiva con la esperanza de que su amigo viniese a buscarla. Pero la noche seguía su curso sin que él hubiese aparecido y la pálida luz de la luna teñía ahora la blanquecina calavera de un azul tenue muy bello. El frío aliento de la oscuridad había contraído las glándulas odoríferas de las orquídeas y sus esencias luchaban en vano por salir al exterior. De ahí que Violeta no pudiese ya aferrarse a su perfume y se sintiera cada vez más débil.

Aspiró una vez más el aire y solo halló el olor fresco e insípido del amanecer. Había llegado la hora de franquear de nuevo el intangible abismo que la separaba del sosegado mundo de los muertos. En esta ocasión, empero, la antigua cautiva se sumergió en un letargo distinto, mucho más placentero. Campos rosados de brezos, senderillos verdes que los atravesaban camino del montículo central, una cachorrilla negra jugando al borde mismo de la sima, un niño sentado a su lado vigilando el descenso del sol… Y de súbito, Violeta lo comprendió: se encontraba en el corazón de una orquídea gigantesca aguardando con Tomás la puesta de sol. ¡Por fin la promesa de su amigo se había hecho realidad!

Nota de la autora: ese día, las campanas de la iglesia de Casares doblaron para decirle adiós a uno de su vecinos.

FIN
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Estrella de mar escribió:
**Por cierto, Niña Guadiana, ¿cuándo toca El hombre corazón II? ¿Se te ha encallado la barca?
Pues casi. :lol: :lol:
Como me veo que últimamente estoy muy poco juntaletras lo voy a postear ya y santas pascuas. :cunao:

He terminado El regreso. Se huele la lluvia y se atisba la niebla. :60:
Qué tierno lo que cuentas de aquella mujer que le hablaba a la fotografía. :08:
Jamás me habría imaginado que le hablaba a una foto ni que a quien buscaba el forastero era al marido. :o

Espero con entusiasmo la biografía de nuestra Catita. :128:
La Niña Guadiana ha colgado su hombre cuore, corro a ponerle banderita :164nyu: .

Uy, Cata, más cosas en cola de lectura ahora que el tiempo se acorta y las horas no duran lo que deberían durar. :batman:

La biografía de Santa Cata, hasta que la susodicha no se digne darme audiencia y yo tome notas en mi cuadernito de campo pues :no:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por Estrella de mar »

Aún no lo he colgado, pajarete, estoy buscando el hilo de Caleto. Es tan mayúscula la pamplina que ni le voy a abrir hilo nuevo. :lol:
Por un cachito de la mar de Cai les cambio el cielo que han prometío.
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Vaya, Cata, el nuevo sistema de adjuntar imágenes puede dejar de funcionar en cualquier momento. Pero mientras me dejen almacenar fotos gratis y enlazarlas aquí pues lo seguiré haciendo. :wink:

Venía a contarte que ya ando inmersa un verano más en el mundo de la Carta abierta a Santa Catalina y de El Macondo de Azul. Esta mañana, sin ir más lejos, he pasado por la puerta del bar de los gorriones y hace un rato junto a la tapia del convento y he mirado el mar desde donde lo miró por última vez el pescador. Lo curioso es que tengo la sensación de que todo ello pertenece ya al pasado de las historias que te he contado, como si ya fuese más parte de la realidad de esos textos que de mi realidad. Buena señal, Cata, porque eso significa que estamos bordeando la realidad de tal manera que ella forma ya parte de un pasado de ficción.

Pues bien, al pasar por delante del bar de los gorriones, he visto de nuevo el Sueño de Ícaro y también esa azotea llena de ropa tendida que simbolizaba a la Madre, y en la que aparecían esas cabecitas traviesas que bien podrían ser las de dos de tus geranios, las de Requiebros y Lamentos, en alguna otra existencia donde nacieron gaditanos :mrgreen: . ¿Será ese uno de los hechos milagrosos de la vida de Santa Cata :roll: ? Vete tú a saber, que cosas más raras se han visto en las vidas de los santos, como ese capitán romano, San Román que se pasea por ahí con la cabeza bajo el brazo (esa historia igual te la cuento pronto).

Pero esta vez ha llamado mi atención el lienzo de una azotea completamente vacía y he tenido la sensación de que simbolizaba la Soledad.

Imagen

Mas la soledad de esta azotea vacía no es la soledad existencialista: esa que siente el ser humano en lo más hondo de su ser y que reflejó muy bien Caleto en La puerta estaba cerrada. No, me refiero a esa otra soledad que va formando parte de nuestras vidas conforme nuestros seres queridos se van marchando. La azotea que antes la madre llenaba de ropa ahora está vacía porque ya no hay ropa que tender o tan poca que ni merece la pena subirla arriba :( .

No son sentimientos alegres pero sí muy bonitos. Por ejemplo, tenemos aquí una mecedora antigua en la que ya nadie se mece, pero cuando la miro veo a mi abuelo sentado en el patio con una biznaga en la solapa y recupero los anocheceres de los veranos de mi infancia. :chupete:

Te dejo que quiero terminar de leerme el libro de cuentos de Edgardo.
Eso sí, mañana, sí o sí, empiezo a contarte algo. Todavía no sé qué será pero será :dragon:
Ya le he cogido sitio al inicio de la página :wink:
Última edición por jilguero el 26 Jul 2017 12:30, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Cata, esta madrugada el Ojo Guareña foril ha tenido una surgencia mínima en el hilo de El hombre corazón. :mrgreen:
¿Significará el fin de un periodo de sequía o tan solo un gesto de cortesía :roll: hacia sus fieles acólitas de pluma?
:meparto: Debe ser verdad que está hasta el tupé de tener dos monaguillas que cuando el dice tan, tan, tan, nosotras decimos, tin, tin, tin

El tiempo lo dirá :palomitas: ?
Voy a trabajar un poquito y luego te cuelgo lo que haga. He decidido que te voy a contar la historia de Violeta, una perrita que tuvo la mala suerte de nacer con los ojos de colores dispares :wink:

No he avanzado mucho, Cata, pero ya sabes que el Petirrojo, cuando :user: , se convierte en otra Eufemia :D
Última edición por jilguero el 13 Jul 2017 10:11, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

:hola: ¡Hola, Cata!
A tope de trabajo y a tope de visitas, por eso no tengo ni un momento para sentarme tranquila delante de la pantalla. Lo que ya te dije el otro día: en verano el día se me acorta y no tengo tiempo para hacer "na". :dragon: :batman:

Me voy a tener que poner el avatar de la Niña Guadiana :mrgreen:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

¡Buenos días, Cata!

Esta mañana, mientras desayunaba en una de las plazas más castizas de esta ciudad, ha sonado un pasodoble carnavalesco y me he sentido en el corazón de "Cai". Ha sido inevitable acordarme de tu retoño porque sé que también él habría sabido disfrutar de la magia de ese momento :wink: .

También quiero compartir contigo otro momento mágico vivido ayer mientras tendía la ropa en la azotea y tenía el privilegio de ver la intimidad conventual. Ya sabes, Cata, que además de esa otra vida extra de aventurera, en la que cuento con que seremos compañeras de correrías, mi aspiración es tener otra tercera vida que transcurrirá entre las paredes de un convento de clausura. Por eso, cuando ayer vi tendida la colada de las monjitas de enfrente (ellas no son de clausuras, pero imagino que las coladas de unas y otras no diferirán mucho), sentí una gran ternura.

Imagen

Esas prendas intimas no se las quita ninguna mano ajena porque ellas no necesitan que nadie lo haga. Y no lo necesitan porque su placer sensual (estoy segura que también ellas lo siente) no nace del mundo exterior. No, ese placer nace de sus propias mentes. Y creo que esa autosuficiencia que intuyo desde fuera es una (no la única) de las razones por lo que tanto me atrae su vida.

Por último, decirte que he avanzado solo unas pocas líneas en la historia de Violeta. Ya te contaré en otro momento más detalles, pero te adelanto que esa cueva de la perra es real y que estaba donde vivía aquel señor suizo que me escribió una carta decimonónica invitándome a acudir a su paraíso de las orquídeas.

Nada más por hoy, ¡qué pases un feliz domingo! :adios:.
Última edición por jilguero el 26 Jul 2017 12:27, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Cata, venía yo caminando por la avenida del regreso del trabajo pensando que menuda tarde aciaga hace. Aciaga por el levantazo que hace y la calor que nos trae :loco: , no te vayas a pensar que por nada importante. Pero he aquí que en una esquina me he parado para dejar paso a un coche y dentro iba Gades bien pertrechado (¡con la calor que hace...!), para protegerse él mismo y así poder protegernos a los demás :chino: .

No sé si porque el aire acondicionado del vehículo lo mantiene al margen de la situación exterior o bien porque, como tantas veces nos ha dicho, le gusta su trabajo, la realidad es que hoy he visto a Happy Gades. Y verle la cara de felicidad que llevaba ha hecho que mi tarde en vez de aciaga haya pasado a ser una venturosa tarde de verano en la que tuve la suerte de ver la felicidad reflejada en el rostro de Gades. :ola:

Sé que saber de ese rostro feliz que anda patrullando por las calles de esta ciudad te va alegrar la tarde :60:
y, por eso, te lo cuento antes de volver a salir y enfrentarme con el dichoso Levante. :dragon:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

¡Buenos días, Cata!

Hoy promete ser un gran día. Entre dos luces, mientras esperaba al autobús, he visto a la luna convertida en un gajito de naranja de plata y al Lucero del Alba junto a ella. Le he hecho una foto para enseñártela, pero con tan poca luz ha salido regular y, como andamos con problemas para colgar adjuntos,pues mejor te imaginas tú a la pareja:

Soy el lucero del alba
ese que Venus le llaman
el que ves cuando te acuestas
también cuando te levantas.
....
Y cuando la luna sale,
me gusta su compañía
nos damos nuestro paseo
hasta que llegue otro día.
(de una tal espe-laveletavarada).

Pero es que al llegar a mi centro me he topado con un gallo y ha lanzado un "¡Buenos días Gades!" que me ha dejado así :shock: :shock: :shock: .

La pasada noche ha debido estar de parranda porque lo ha dicho con voz aguardentosa. A lo mejor es que también Gades ha estado de ronda y se han visto. En tal caso, ese "¡Buenos días!" es más bien para ellos un "¡Hasta mañana si Dios quiere!". :D

Y esta tarde se puede visitar la casa de las Cuatro torres y voy a ver si consigo entrar. Ya te contaré su historia, el motivo de que tenga cuatro puertas y cuatro torres miradores. Pero ahora toca currar. :60:

Mira que sí dentro encuentro alguna historia olvidada... :roll: :mrgreen:





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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

Si encuentras una historia olvidada, espero que nos la cuentes :cunao:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

lucia escribió:Si encuentras una historia olvidada, espero que nos la cuentes :cunao:
Por supuesto, cualquier historia extraviada que encuentre por ahí os la contaré en el bujío.

Cata, hoy estarás así :ola: :ola: , porque hace ya un porroncito de años pariste una criatura, a la que deberías haberle puesto por nombre Requiebros, de la que puedes estar bien orgullosa. :60:

Aunque ya no se prodigue mucho por el foro, :birthday: :birthday: :birthday: :birthday: to Gades, Caleto, Niño del tirachinas, Agüita y fanguito de mis entretelas*, Poeta sin trompeta, Gracioso poético y, desde hace muy poquito, Ojo Guareña foril... :dentadura:
*
for ever :wink: , que el petirrojo es tan jartible como el gadita más gadita :cumples:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Cata, ¡qué bonitas son las mañanas de domingo en el Cádiz antiguo!

Y allí, en pleno corazón, en uno de los laterales del mercado de abastos, está el mural de esa azotea con la ropa tendida y las cabecitas asomadas de los geranios gaditanos de Santa Cata. Todavía no sé cómo tuvo lugar ese suceso en la vida de la santa pero cada día tengo más certeza de que ocurrió. :roll:
shissss, es secreto, pero empiezo a pensar que nos encontramos ante Santa Cata del Guadiana, siendo una de las características de su santidad milagrosa la de desaparecer y reaparecer en distintos lugares a lo largo de su vida. Eso encaja, además, con la afición de su geranio mediano por hacer de Ojo Guareña. :meparto: :meparto: :meparto:


Todo empieza a cuadrar, Cata, pero todavía hay muchos cabos sueltos y todo es una nebulosa. Hasta que no tengamos la entrevista y yo obtenga más información, Lara no le podrá meter mano a la biografía :mrgreen: . Entretanto, toca seguir con La cueva de la perra :comp punch:

PD: por cierto, he pensado que vamos a invitar al bujiío a Eleanis, un forero de allende los mares, porque Don Juan Clat y Sacachini, de sobrenombre Fragela (creo que debía ser un apodo), propietarios de la Casa de las Cuatro Torres que visité la otra tarde, quiere entablar negocios con Don Julio Gilardi :mrgreen: , de la provincia de Córdoba, Argentina. Igual Eleanis no está interesado en hacer de intermediario pero al menos nos enteraremos nosotras de qué negocio pretende entablar ese comerciante. No te olvides Cata que por aquel entonces la Casa de Contratación del comercio con América se hallaba en Cádiz. :faga1:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Ay, Cata, que le faltan horas al día para hacer todo lo que quiero :dragon: .

Es que Noramu ha ido otra vez a la tumba de Canetti, me ha mandado una fotico y me ha recordado que tengo pendiente leer algo del autor antes de ir a presentarle mis respetos :chino: .

Y encima me ha contado que el pobre de Rainer, que le tenía manía a Joyce, no pudo evitar ver su estatua. Y ahora me muero de curiosidad por saber qué pensó Rainer al ver a Joyce justo antes de morir. Mira que si cambió de idea del enfado que le entró :meparto: .

Cata, esto de vivir está de PM, ¿verdad?
De momento, pidamos una prórroga y luego ya pasaremos a lo de la otra vida enterita :60: .
Y ten siempre a mano las botas katiuskas que nunca se sabe cuándo te van a hacer falta... :party:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Ya nos han hecho la faena de cortar los enlaces de las fotos :dragon:
¡Con lo bonitas que son las azoteas...!
En cuanto encuentre solución las repongo. :wink:
Pero a ese empresa o lo que sea :no:

Al menos ya he arreglado Ojo Guareña y las azoteas :60:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


¡Buenas noches, Cata!
Solo decirte que Edgardo ha anunciado en otro hilo que nos visitará pronto aquí, en el bujío, :D y que nos traerá de regalo alguna cosita de las que él escribe :palomitas: :palomitas:.

Nada más que ya se me hace tarde y mañana toca madrugar :adios: :adios: .
Última edición por jilguero el 28 Jul 2017 07:24, editado 2 veces en total.


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