El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

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Intercambio de solsticios



Muy señor mío:

Le sorprenderá que ose dirigirme a Usía sin haber sido previamente presentados, pero la conversación mantenida días atrás con un alto cargo de la Contaduría de esta Villa me ha animado a hacerlo. Las palabras pronunciadas por el contador sobre V.S. me han hecho concebir la creencia cabal de estarme dirigiendo al comanditario que requiero para poner en marcha mi ulterior y, al mismo tiempo, más ambiciosa aspiración de mi ya dilatada existencia. Qué duda cabe que morir con dignidad y descansar en el lecho eterno en una positura decorosa no son afanes baladíes para alguien que emigró desde Damasco a esta Villa en busca de fortuna y que, tras años de esfuerzo, posee una generosa hacienda y, lo que es aún más importante, un buen nombre. Un buen nombre que no querría quedara mancillado a última hora por culpa de un deliquio inoportuno. Ante semejante eventualidad, los galenos podrían dictaminar la muerte de este cuerpo, ya nonagenario y desgastado, antes de tiempo. Días atrás, un ilustre benedictino ha afirmado que no hay lágrimas que basten a llorar en plenitud semejante impericia médica; y afirmo yo, de igual manera, que tampoco hay lágrimas que basten a llorar la ignominia padecida por quienes son enterrados vivos.

Pero, antes de seguir exponiéndole con mayor detalle el motivo de mi misiva, que es solo uno y de orden muy primordial, procedo sin más ambages a presentarme para que V.S. no me considere de una descortesía inexcusable. Mi nombre es Juan Clat y Sacachini, si bien en esta floreciente urbe se me conoce con el sobrenombre de Fragella. Como ya le he adelantado, aunque nací en Damasco pronto hará un siglo, casi trece lustros atrás emigré a esta próspera Villa. Y digo próspera porque de ella parten cada año dos flotas para esa tierra de provisión de allende los mares, que no es otra que la de Usía y de la que hemos traído hasta los árboles que ahora adornan sus calles. Si pudiera pasearse por sus alamedas, tenga la certidumbre de que se sentiría como en casa, ya que lo haría a la sombra de ombúes, ficus y jacarandás traídos de ese continente, y en algunos casos hasta de su propio país. La suerte ha propiciado que sea comerciante en esta floreciente Villa, debiéndole a ella la gran fortuna de la que goza actualmente mi familia. He sido, empero, un vecino agradecido, habiendo procurado devolverle siempre a los menesterosos el diezmo de los bienes acopiados. Sirva de ejemplo mi actual proyecto de convertir uno de mis más vastos edificios en casa de acogida de viudas pobres y doncellas huérfanas desvalidas. Cierto es que he dado orden de que se les prohíba la entrada a revoltosas, inquietas, enredadoras, chismosas y mujeres mundanas, que en estos tiempos tanto proliferan por las calles de Cádiz; como también proliferan los baratillos donde se venden, entre otras muchas menudencias sin provecho, llaves y limas de las que los malhechores se valen para entrar en las casas ajenas.

Confío en no haberle infundido una imagen falsa de la ciudad al hablarle abiertamente de la realidad de miseria y necesidad a la que se ven avocadas la mayoría de las mujeres de los cargadores y comerciantes de Indias que, bien sea porque deciden afincarse de ese otro lado del océano o porque pierden la vida en la travesía, ya nunca regresan. De las palabras intercambiadas con el alto empleado de la Casa de Contratación, coligo que Usía no es hombre de mar pero sí un hombre de mundo al que tampoco arredran las dificultades. Me dicen que Usía detesta las bajas temperaturas y aprovecho para informarle de que yo hago lo propio con las altas de la extremosa canícula. Ignoro las razones que le llevan a desear alejar el invierno de su fundo, mas no dudo de que serán tan poderosas como los son las mías para andar maquinando la forma de proscribir los veranos de esta dadivosa tierra. Si los hados nos son propicios y cuaja la propuesta de alianza que me ha llevado a destapar el tintero, tiempo tendremos ambos de exponer nuestras razones en las futuras misivas. Y digo en futuras y no es esta, porque no siendo amigo de insinuar por rodeos lo que puedo explicar por atajos, todavía no me he adentrado en el meollo de mi propuesta y, debido a mi edad avanzada, siento ya muy fatigada la mano, y no menos la cabeza. Circunstancias que me llevan a suponer de mayor conveniencia taponar por ahora el tintero y limpiar la pluma.

Supone Usía, y supone bien, que espero con prudente impaciencia su respuesta. Confío en que sea favorable para que podamos ser muy pronto aliados en la empresa de desterrar de nuestras respectivas latitudes las estaciones del año que nos son perniciosas. Hazaña que, llevada a buen término, dejará boquiabierto a todo el orbe conocido. Entretanto ruego a nuestro Señor guarde a Usía muchos años and c.


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En Cádiz, a 15 de Agosto del Año de Nuestro Señor de 1750


*****

Con la espalda recostada en el cabecero de la cama, leía ensimismado el papel amarillento que tenía en las manos. De acuerdo con la fecha, aquella era la primera de las tres cartas que había encontrado esa misma tarde mientras trasteaba en el baulillo de los legajos de su padre. La caligrafía preciosista de los sobres había llamado su atención; el remitente y el destinatario habían picado su curiosidad. Fechadas dos siglos atrás, habían sido enviadas por un comerciante del sur de España a uno de sus trastatarabuelos paternos. Casualmente, iban destinadas a ese misántropo del que, según parecía, no solo había heredado el nombre y el apellido sino también su inclinación por la vida retirada en plena naturaleza.

Dejó la carta en la mesilla de noche y se frotó las manos antes de meterlas bajo la ropa de la cama. Le habría gustado leer también las otras dos esa misma noche, pero estaba demasiado fatigado. ¡Brrrrr, qué frío hacía! Las manos se le habían quedado heladas. Si en Villa Giardino había bajado tanto la temperatura, seguro que en la Sierra Grande estaba ya nevando. Recordó los tiempos en los que aún podía caminar y trepar por los montes y, resignado, dejó escapar un suspiro. No tenía sentido rebelarse contra lo inevitable. Sabía que la enfermedad era progresiva y que cada vez sería menor su capacidad para desplazarse fuera de casa. Se veía obligado a vivir confinado entre aquellas cuatro paredes y todo su solaz en la naturaleza era pasear por el jardín.

A punto ya de dormirse, se acordó de la carta que acababa de leer. Estaba escrita con un estilo ampuloso y rebuscado que le hacía mucha gracia. No tenía ni idea de quién era el tal Fragella que la firmaba, pero en cuanto se hiciese de día pensaba documentarse en la red. Parecía increíble que una noticia tan trivial hubiese cruzado el océano en el siglo XVIII, pero las cartas eran la prueba de que lo había hecho. Su remitente estaba enterado de que, justo a mediados de ese siglo, el primer Julio Gilardi de la saga ―él era ya el sexto― soñaba con librarse de los inviernos. Su trastatarabuelo fue un hombre muy emprendedor. Se había ganado una buena posición a costa de mucho trabajo. Tanto que acabó perdiendo la cordura y la muerte le sorprendió obsesionado con la idea de librarse de las bajas temperaturas de los inviernos. Antes de leer la carta, ya sabía de esa obsesión. Lo había leído en la biografía que el tercer Julio Gilardi de la saga había escrito de su abuelo paterno.

¡Qué tiempos aquellos en los que podía imitar al trastatarabuelo trepando por los mismos montes por los que este lo había hecho dos siglos atrás! De los fundos que llegó a poseer al final de su vida, la familia solo conservaba la propiedad de la parcela en la que estaba ubicada su actual vivienda y el pequeño parque de detrás. El viejo Gilardi llegó a ser uno de los hacendados más rico del Valle de Punilla. Tenía fama de misántropo y de montaraz, pero también de buen negociante y de muy trabajador. Si se asentó precisamente allí, fue porque aquellas tierras se hallaban cerca del Camino Real y, al mismo tiempo, lo suficientemente apartadas del continuo tráfico de personas, animales y mercancías que, en aquella época, existía en él. Las mulas no solo eran usadas como animal de carga y de tiro por los arrieros y los carreteros, sino que se empleaban también en las tareas agrícolas, en el reparto de agua dentro de las ciudades y hasta en la producción de la plata en las minas de Potosí. Pero las mulas eran criaturas estériles ―nacidas del cruce forzado de una yagua con un burro― cuya muerte debía ser compensada por los propietarios con la compra de nuevos ejemplares. La cría de mulas era, por tanto, un negocio en auge cuando el joven Gilardi emigró a la provincia de Córdoba y empezó a trabajar como peón en una estancia próxima al Camino Real.

Según acababa de leer, el tal Fragella daba por hecho que el destinatario de su misiva era un hombre al que no arredraban las dificultades. ¡Cuánta razón tenía! Al primigenio Julio Gilardi los obstáculos parecían servirle de acicate, como si fuesen una excusa que le incitaban a la acción. Precisamente, en la época en que fue escrita la carta, se hallaba obcecado en dar con la forma de librarse de los inviernos que tantas mermas le provocaban a su próspero negocio. El remitente estaba en lo cierto, mas… ¿cómo demonios se habría enterado él del empeño de un hacendado del otro continente?

¡Uff, hasta pensar le quitaba el resuello! Hacía ya tiempo que los días de elevada humedad le fatigaban sobremanera; pero ahora estaba la “dichosa” novedad de le ocurría exactamente lo mismo cuando el tiempo era muy seco. Estaba pasando por una mala racha. Los días buenos ―por llamarle de alguna forma― se alternaban con los malos. Y aunque estaba aprendiendo a cómo sobrellevar su enfermedad mejor, últimamente no andaba bien. Para colmo, ella se encontraba en Buenos Aires y las crisis de asfixia le angustiaban mucho más estando solo. En la última semana, había habido un escape de gas de una bombona y eso parecía haberle afectado más de lo esperable. Gracias a que le atendió a tiempo el servicio de emergencias, había salido adelante, pero estaba en un estado de fatiga casi permanente y debía guardar aún reposo. Mejor no hacerse más preguntas hasta el día siguiente y dormirse de una vez.

Se giró en la cama y adoptó la postura fetal. Aprisionó las manos entre las rodillas para que entrasen en calor y trató de imaginarse la silueta de un cóndor sobrevolando el jardín. Aquel ejemplar procedía, sin duda, de Quebrada del Condorito y se dirigía a Ongamira para el cortejo nupcial. ¡Ojalá pudiera volar él tan alto y con tanta libertad! ¡Apu Kuntur, Apu Kuntur…!, repitió hasta quedarse dormido.

*****

Muy señor mío:

No se puede imaginar Usía la sorpresa tan grande que ha sido recibir su misiva cuando ya empezaba a perder toda esperanza. Y hallándome pluma en mano, en trance de responderle, empiezo por decirle que no ha sido para mí materia de sorpresa que las razones, que le hacen desear la erradicación de los inviernos de su fundo, sean tan poderosas como lo son las mías al pretender exiliar los veranos de esta Villa. Me insiste V.S. en que detesta las bajas temperaturas porque ponen límite al floreciente negocio que, en ese continente, es la cría mular ―aprovecho para informarle que también lo es a este otro lado del océano―. Por mi parte, he de insistirle de igual forma en que, como ya le adelanté en mi anterior misiva, yo hago lo propio con las extremosas canículas debido a que no solo está en juego morir con dignidad, sino también el adoptar en el postrer claustro terreno una positura conforme a mi condición, a fin de que no sea causa de escándalo ni de lágrimas de aquellos de los míos que, una vez se haga realidad el "pulvis es et in pulverum reverteris", acudan al Convento de los Capuchinos para presenciar la exhumación de mis restos.

Creo que vuestra merced ha dado en su carta innegables muestras de una magnánima cortesía, al exponerme sin ambages ni ocultamientos los prosaicos motivos que le llevan a aceptarme como aliado. Por andar yo enrolado en otro tipo de negocios y ser mis quehaceres de distinta naturaleza, desconocía los detalles que, con precisión de galeno, ha tenido a bien explicarme en su carta sobre el nada baladí proceso de concepción de las mulas. Que debido a su mayor resistencia, fuerza y vitalidad, sean elegidas como madres yeguas jóvenes no ha sido causa de mi asombro. En cambio, el trato vejatorio al que se ve sometido el caballo padrillo encargado de alzar a la yegua, no solo lo he juzgado sorprendente, sino hasta un tanto escandaloso. Porque no puedo juzgar de trato decoroso, ni mucho menos equitativo, que sea el caballo quien reciba las coces y los mordiscos de la potra aún no receptiva, cuando va a ser un asno haragán quien a la postre disfrute montándola e impregnándola con su simiente. Mas, por ser neófito en la materia, no soy quien para reconvenir las arteras tretas de las que Usía debe valerse para engendrar su justipreciado género. Le ruego, pues que no se llame a engaño dando relevancia a una opinión tan infundada, como lo es la mía, sobre la disciplina mular.

Aunque me cause de nuevo sonrojo poner en evidencia mi vasta ignorancia en el mestizaje equino, considero honesto manifestarle que ignoraba el gran contratiempo que supone, para Usía, el hecho de que las yeguas no entren en celo ni puedan ser fecundadas tras el solsticio de junio por culpa de las bajas temperaturas que imperan en su fundo a partir de ese momento. Como ignoraba, de igual forma, las monstruosidades que el frío genera en el claustro materno de las pocas yeguas rijosas que se dejan montar en invierno. De haber tenido la tentación de confundir el legítimo celo de criador de mulas que le mueve a desear un intercambio de solsticios, con una suerte de avaricia desmedida, el singular obsequio recibido de su parte habría disipado la confusión al instante. La mula bicípite, que ha tenido a bien regalarme, es una criatura imposible de imaginar hasta que no se tiene delante. Hallándose una cabeza y sus correspondientes cuatro patas en posición opuesta a las otras, cuando el animal se apoya en cuatro de sus ocho extremidades y la cabeza de turno se encuentra orientada hacia el suelo, la otra quimérica mitad se halla patas arribas. Una singularidad que la dota de una enorme capacidad de huida, de la que puedo dar fe por haberla observado correr cuando la chiquillería juega a perseguirla. En tales coyunturas, la mula bicípite huye al trote, como haría cualquier otra muela, pero goza de la gran ventaja de que, una vez se fatiga por el mucho trotar, se voltea y continúa la marcha valiéndose de las otras cuatro patas que se encuentran descansadas. Astucia que le refiero por si acaso V.S. pudiera sacar ventaja de ella, entretanto no llevamos a buen término nuestro empeño de abolir los inviernos, allende los mares, y los veranos de aquende.

Ante un derroche tan pródigo de confianza de parte de Usía, siéntome en la obligación de desentrañarle, sin tapujos ni disimulos, el verdadero meollo de mi reconcomio hacia los estíos. Que a mi edad me entregue a una empresa tan desmesurada, como lo es el intercambio de solsticios, se debe a que cada vez son más frecuentes las noticias de personas respetables que, por culpa de un repentino deliquio, caen a tierra inconscientes. Su extrema quietud y palidez confunden a los galenos hasta el punto de que, tras practicar las pruebas de rigor, no tienen empacho en dictaminar su muerte y aconsejar que inicie pronto el profiláctico rito de dar sepultura al cuerpo. Pero, de igual forma, son cada día más frecuentes los casos en los que, en un enterramiento reciente, el sepulturero nota un inexplicable levantamiento de la lápida y, cuando cursa aviso y el juez ordena el levantamiento de la losa, sorprenden al difunto en positura distinta a como fue sepultado. Posturas siempre impropias y, en ocasiones, también indecorosas, que propician escenas de muy difícil tolerancia cuando el cadáver es de alguien que, sea por sangre o ganada a pulso en el devenir de su pretérita existencia, tuvo en vida cierta posición. Sirva de ejemplo los cuerpos que han sido encontrados de lado y con un hombro alzado en un fallido intento de levantar la tapa del claustrofóbico lecho; o eso otros que, tumbados bocarriba, habían adoptado la posición fetal para apontocar los pies contra la losa que sellaba su prisión. Positura, esta última, indigna en los varones, pero mucho más en las damas que, aturdidas por la situación, se han levantado la falda y apoyado los pies en la tapa; razón por la cual se presentan, ante quienes presencian el desenterramiento, en posturas impúdicas, propias de rameras, que nunca las finada habrían adoptado en vida.

Como ya habrá conjeturado Usía, en tales casos se colige que los cuerpos fueron enterrados vivos y que, al despertarse y verse aprisionados dentro del ataúd, hicieron amagos infructuosos por escapar del encierro. Jamás habrá lágrimas ni plañideras que basten para reparar las consecuencias de semejante impericia de los discípulos de Hipócrates a la hora de discernir de qué lado, de esa tenue frontera que separa a los vivos de los muertos, se sitúan los pacientes aquejados de síncope, apoplejía, sofocación cataléptica, ahogamiento, inhalación de pestilencias ponzoñosas y humos de braceros, electrocución por rayos, y demás dolencias causantes de muerte súbita. Para evitar sus trágicas consecuencias, ante este tipo de situaciones, los manuales médicos aconsejan retrasar unos días el entierro del presunto muerto. Pero en estas latitudes el rigor del verano provoca que los galenos teman la pronta putrefacción de los cadáveres y el consecuente daño a los vivos debido a la propagación de plagas infecciosas. Es por este motivo que, de unos años acá, el miedo a morir en el estío se ha convertido en mi principal obsesión, hasta el punto de que no estoy disfrutando de esta etapa de mi vida que, de no ser por el recelo a ser enterrado vivo, sería más sosegada y placentera que ninguna otra.

Una vez expuesta la palmaria razón por la que debo librarme de los estíos, me veo en la obligación de informarle del efecto colateral que, aun sin ser deseo nuestro, el intercambio de solsticios provocará en los elefantes. Gracias a Fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, erudito fraile de la Orden benedictina, he tenido conocimiento de lo que el afamado fisiólogo Suhuien afirma de la hiel de estos paquidermos. Opina el ilustre chino que, mientras este humor se aloja en el hígado en el resto de los animales, en los elefantes es un fluido travieso y esquivo que se traslada de residencia con el devenir de las estaciones del año. Siendo así que, en el elefante africano, en primavera la hiel se cobija en la pata izquierda de atrás, y en cuanto llega el solsticio de verano migra a la correspondiente pata derecha; superado el estío, se acomoda en la extremidad siniestra de delante y, tras el otro solsticio, en la correspondiente pata derecha. Similar cadencia, mas con posicionamiento contrario, experimenta el amargo fluido en el elefante asiático. Huelga decir que con el planeado intercambio de solsticios la pata derecha delantera, de la especie africana, y a la siniestra trasera, de la asiática, se verán privadas de la presencia de hiel. Ignoro si esa privación tendrá o no nocivas consecuencias en tan míticas criaturas, pero confío en que la naturaleza, siempre tan sabia, encuentre una pronta solución para que ninguna extremidad se vea privada en delante del juguetón humor.

Como le adelanté en mi anterior misiva, soy poco amigo de insinuar por rodeos lo que puedo manifestar por atajos, máxime a esta edad avanzada en la que ya no puedo estar seguro de si mañana me despertaré en mi lecho terrenal o bien lo haré en el ignoto tálamo celeste. Procedo, en consecuencia, a comunicarle que es mi propósito poner en marcha nuestra común empresa a la mayor brevedad posible. Infiero de su misiva que, aun siendo sus razones de índole más pedestre que las mías, tenemos intereses complementarios. Fundándome en esta ineludible complementariedad, le propongo un pacto entre caballeros, por el cual ambos nos coliguemos en ese empeño común de cambiar la inclinación del eje terrestre en el momento propicio, de forma que el año de V.S. albergue en adelante dos estíos y sean dos los inviernos del mío. Y porque no sería posible lo uno sin lo otro, nos vemos en la forzosa tesitura de unir nuestros destinos y convertirnos en fieles aliados.

Para persuadir a Usía de que no está pactando con un visionario imprudente, que lo enrola en una gesta tan osada sin el preciso fundamento, debería exponerle ahora todo lo que he averiguado sobre el fenómeno astronómico que ambos nos disponemos a alterar. Pero la fatiga no permite ya que mi mano trace las letras con la debida destreza, ni que mi mente elija correctamente las palabras con las que expresar tan serio asunto. Infiero de ello que lo más prudente, y de mayor conveniencia por el momento, es taponar de nuevo el tintero y limpiar la pluma. Mañana zarpa, además, la flota que llevará esta misiva hasta sus manos. Pospongo, pues, para mejor ocasión el darle cuenta de las indagaciones realizadas y de los contactos establecidos. Tenga la seguridad de que todo lo hago con el único propósito de incrementar la probabilidad de éxito en esa gesta que, llevada a buen término, dejará boquiabierto a todo el orbe conocido. Mientras último los preparativos, ruego a nuestro Señor guarde a Usía muchos años and c.


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En Cádiz, a 20 de Agosto del Año de Nuestro Señor de 1752

*****

Dobló la carta con cuidado y, antes de guardarla, la olisqueó. Aquel papel apergaminado había viajado a través de dos océanos antes de llegar a su destinatario. Confiaba en que durante el viaje se hubiese impregnado del olor de las algas pardas. Del olor de ese mar en cuyas aguas le habría gustado vivir formando parte de una de las bandadas de delfines que, según la prensa, salvaban a los navíos mercantes de los ataques de los piratas somalíes; o bien ser un delfín azul del mítico palacio de Knossos y formar parte de los juegos oníricos del minotauro. Pero la carta llevaba ya dos siglos y medio acumulando polvo en el Valle de Punilla y oler la preciosista caligrafía en sepia de Fragella solo le provocó un tremendo estornudo.

¡Menuda ocurrencia había tenido su antepasado! ¡Regalarle una mula bicéfala de trote incansable al comerciante damasceno! Una criatura imposible de imaginar cuando no se tiene delante, afirmaba su trastatarabuelo. Se moría de risa nada más pensar la cara que debió poner Fragella cuando recibió el regalo. A él le gustaban mucho los animales y, estando en el tercer año de Veterinaria, se dio cuenta que se había equivocado de carrera y se cambió a Biología. El problema fue que ella siguió en la otra facultad y él la extrañaba tanto que, después de medio año separados, decidió volver. Gran error, sin duda, porque al final no terminó tampoco Veterinaria. No le gustaban las manipulaciones a las que se sometían en las granjas a los animales destinados a la industria alimentaria. La mayoría de la gente no lo sabía, pero los trataban de manera cruel y a él le resultaba demasiado vil ser cómplice de semejante tortura.

La historia de la mulilla trotona le había puesto de buen humor y con gusto se habría cebado un mate. Pero hacía ya tiempo que el mate le sentaba mal y, cuando le entraban ganas, se debía conformar con tomarse un café o una infusión de manzanilla. Esta vez, sin embargo, la bióloga de allende los mares le acababa de mandar una foto del té con canela que se estaba tomando y a él se le había antojado tomarse otro. Gracias a la tecnología, incluso con un océano de por medio, esa tarde estaban pudiendo compartir aquel té. Bebió un sorbo y, antes de haber tenido tiempo de tragárselo, un ataque de tos le hizo espurrearlo sobre la bandeja de los Lithops. Su enfermedad era un mal sueño, una prisión cuyos barrotes le dejaban cada vez menos margen de movimiento. Sabía que era progresiva, pero uno siempre espera que los médicos se equivoquen y que el final se atrase..., al menos hasta que sus piedras vivientes florecieran por primera vez.

Desde pequeño, le había gustado cultivar cactus y otras plantas suculentas. Le fascinaban sus formas, sus colores y, en especial, sus adaptaciones evolutivas a las condiciones extremas. Ya que su enfermedad le impedía proponerse otro tipo de logros más ambiciosos, desde fines del año pasado se había propuesto un objetivo difícil: cultivar Lithops a partir de semillas. Originarias de los desiertos del sur de África, las piedras vivientes crecían en ambientes muy secos en invierno y con solo algunas lluvias estivales. A veces pasaban dos o tres veranos sin que cayese una sola gota, pero los Lithops se libraban de morir de sed aprovechando el rocío para hacer reservas. No podían dejar de absorber agua, estaban programados para ello. Debía, pues, tener mucho cuidado cuando los regaba porque que, si lo hacía en exceso, podían llegar a reventar. En su plantación de cactus tenía ya bebés de cuarenta y noventa días. Verdaderas joyitas si se tenía en cuenta que había partido de semillas. ¡Qué orgulloso estaba de su proeza!

Criar cactus era una especie de jardinería minimalista, con la gran ventaja de que podía realizarla sentado y en el interior de casa. Procuraba disfrutar con esos pequeños placeres que la vida le brindaba aún. La prensa, en cambio, mejor no leerla, ni tampoco escuchar la radio. Enterarse de la noticias le bajaba la moral. La sociedad era injusta y los gobernantes carecían de humanidad. El país estaba a las puertas de una nueva epidemia de dengue. Se esperaba un gran brote para el próximo verano. Pero era año electoral y el gobierno pretendía reducir el gasto oficial no dando los tratamientos apropiados con las vacunas ya existentes. Aun más, no solo ocultaba la información sobre la amenaza en ciernes, sino que presionaba a los médicos para que no hicieran diagnósticos de dengue. A los pacientes sospechosos de estar aquejados de la enfermedad se les decía: “Es un estado gripal, un resfrío, tome paracetamol y haga reposo”.

Hablando de gripe, le tocaba ir al vacunatorio a ponerse el antigripal y aún no había avisado al remisero. El frío le producía broncoespasmos y se fatigaba al menor esfuerzo. No debía, además, salir de casa para no exponerse al contagio de enfermedades respiratorias. Cuando no le quedaba otro remedio, como ahora para vacunarse, siempre lo hacía en remís. ¡Qué atrás habían quedado ya los tiempos en los que se dedicaba de pleno a su pasión, a la fotografía! De soltero había sido fotógrafo de deporte y había vendido a buen precio fotos de polo y pato. En esa época, también le gustaba mucho ir de pesca. Pescaba sobre todo truchas con mosca en los ríos de la sierra. Pero las piezas que enganchaba las liberaba siempre con el mínimo de daño posible, a base de emplear anzuelos sin rebaba y de no sacar la cabeza del pez fuera del agua en ningún momento para prevenir que las branquias se adhirieran entre sí. Después de casados, se vinieron a vivir a en medio de la nada ―el vecino más próximo estaba a 500 m― y se especializó en fotografía de naturaleza. Para entonces, su salud ya no le permitía ir acechando aves y mamíferos y por eso se dedicó a hacerles fotos a los artrópodos.

En el baulillo de marras, además de las cartas del iluminado de allende los mares, había encontrado ilustraciones de pájaros e insectos hechas por el primer Julio Gilardi de la saga. Le había hecho mucha ilusión saber que también compartía con él esa afición por inmortalizar a sus compañeros de planeta. La tecnología había permitido que él lo hiciera por medio de fotografías; su antepasado, en cambio, lo había hecho con acuarelas retocadas con carboncillo, y el resultado era de un realismo casi fotográfico. Había dibujado a los pájaros posados en las ramas de los árboles, y a los insectos aferrados a la corteza de los troncos o libando de las flores de una gran variedad de árboles frutales. En la época de esplendor del fundo, el espacio ocupado ahora por el jardín, formaba parte de la fértil huerta en la que su trastatarabuelo cultivaba higueras, membrillos, perales y durazneros. Le habría encantado vivir en aquellos tiempos para poder comer fruta recién cogida de los árboles. Sí, le habría gustado conocer al primigenio de sus tocayos y compartir con él el sonoro silencio del campo.

Un nuevo acceso de ahogo le hizo regresar a la realidad. Si no se apresuraba, terminaría por montarse en la barca de Caronte sin enterarse antes de cómo Fragella proyectaba realizar el trueque de solsticios. Confiaba en que en la tercera misiva el comerciante gaditano se dejase por fin de rodeos y fuera algo más explicito sobre sus planes. La verdad es que el reto astronómico le tenía en ascuas y con gusto hubiera seguido leyendo para despejar las dudas esa misma tarde. Pero ahora no podía entretenerse más enredando con el pasado. El sábado era su cumpleaños y quería darle una gran sorpresa. Esperaba poder festejar algunos cumpleaños más de ella, pero de acuerdo a los médicos no debería tener esas expectativas. De ahí que estuviese escribiéndole poesías y tarjetas de felicitación a destajo, y sin las pilas puestas en resolver el enigma de Fragella.

Cerró los ojos y trató de hacer memoria. Aguardó con paciencia a que el pasado se hiciese de nuevo presente. El tiempo se fue tiñendo poco a poco de azul y, en cuanto él volvió a sentir el calor de su mano en la suya, se inclinó sobre el folio para plasmar en versos la arcadia que ambos habían compartido:

Recuerdo aquel tiempo azul, eterno día,
cuando la noche no era sino un presagio,
y la luna, pálida, corría tras el sol.
Entonces, nuestras risas vestían los crepúsculos.

¿Qué flor no perfumó en aquellos días?
¿Qué canto no se oyó, qué don no fue?
Tomados de las manos caminábamos
y la hierba resplandecía a nuestro paso.

Amaneceres nos vieron bailando
entre las flores, arrullando sueños,
cortejando lejanas esperanzas.

Y en ese día claro, de perfume azul,
arrebatando olvidos al recuerdo,
tú y yo, una vez más, nos amamos.



*****

Muy señor mío:

Todavía se enrojece muy cuero cabelludo ―muy visible, por cierto, a causa de mi ya escasa pelambre―, cuando recuerdo el reparo que, con porte tan elegante, Usía hace en su misiva a mi conjetura sobre el posible aprovechamiento del trote incansable de esas criaturas monstruosas que, eventualmente, paren en invierno las yeguas más lascivas de su fundo. Un señalamiento que, por otro lado, le hice con una falta de reflexión impropia. Resulta evidente que, de haber reflexionado antes, no hubiera sido necesario que su objeción me guiase para caer en la cuenta de que, siendo cierto que tienen el trote infatigable, no lo es menos que en la raíz de este ―en esa mitad quimérica que siempre permanece patas arriba― se haya también la imposibilidad de cincharles unos serones para poder transportar la carga. Y también habría debido imaginar, sin la tutela de Vuecencia, que esas criaturas monstruosas, al margen de ser divertimento de la chavalería callejera ―algo de lo que yo mismo he sido testigo―, no tienen mejor destino en vida que ser motivo de negocio como fenómenos exhibidos en casetas de circos y ferias; o una vez muertas, para acrecentar las colecciones de "naturalia, mirabilia y monstrosa", tan codiciadas por ese público de curiosos y eruditos siempre ávidos de lo singular y lo extraño. Sirva de ejemplo el envío de Don José de Andonaegui, gobernador de Buenos Aires, que atravesó el océano en compañía de su sorprendente regalo bicéfalo; se componía este de un extraño pájaro de nombre Potu y de un todavía más raro animalejo parecido al Urón y, tras llegar a Cádiz en perfecto estado, fueron remitidos de inmediato a la Corte.

No deseo, empero, que esta torpeza mía le lleve a pensar que está en trance de aliarse con un iluminado carente de inteligencia. Para ahuyentar de Usía esa tentación, cuéntole que poseo la suficiente astucia como para estar escribiéndole esta carta desde una vivienda con cuatro torres, siendo la normativa municipal vigente de esta Villa que solo haya una torre por casa. Privilegio que he conseguido usando el ingenio y, no menos primordial, contratando al mejor arquitecto de la península; quien, a petición mía, diseñó un edificio único pero con un portón de acceso de igual importancia en cada uno de sus laterales. Y en los correspondientes balcones y ventanas, delineó pinturas rojas simulando marcos de lacerías con la simetría apropiada para dar la impresión de que las cuatro fachadas eran independientes. Pude burlar así las ordenanzas y ubicar una torre vigía en cada una de las esquinas del edificio. Un lujo necesario cuando se es un comerciante que debe acechar no solo el acercamiento de la flota al puerto, sino también la posterior descarga de la mercancía y su tránsito por la Aduana. Acecho que realizo gracias a que, coronando las escaleras de las garitas de las cuatro torres, hay un sillín y, ante él, pequeños óculos en la pared de la bovedilla por los que puedo introducir el catalejo. Fue pues mi celo profesional, y no un banal capricho, el que me aconsejó burlar la ley, de la que, por lo demás, soy un modélico cumplidor.

Supone Usía, y supone bien, que ha llegado el momento de explicarle la estrategia que, tras la detenida lectura del opus magno de Williams Gilbert, he diseñado para que llevemos a cabo con éxito el anhelado intercambio de solsticios. Como Vmd. ya habrá colegido, me refiero lógicamente a "De magnete, magneticisque corporibus, et de magno magnete tellure". Opus del que he tenido la inconmensurable fortuna de obtener una copia manuscrita por intermediación del linajudo marino, y buen amigo mío, Zenón de Somodevilla y Bengoechea, I Marqués de Ensenada. Siendo yo de nacimiento foráneo y de piel olivácea, fue de mi desagrado la Gran Redada con las que, años atrás, mi noble amigo pretendió exterminar a los gitanos. Había entre mis criados algunos de esa raza y, si bien su amor a la verdad y al laboro no estaban entre sus costumbres, debo decir a su favor que, además de ser siempre fieles a los míos, eran la "alma mater" de las fiestas que de tanto en tanto se organizaban en esta casa; fiestas que, por otro lado, se siguen organizando, pero que sin el imponderable duende de su cante y su baile han perdido glamur y temperamento. Como ya habrá supuesto Usía, la antes mencionada redada fue causa de una divergencia no menor entre el marqués y yo, con la correspondiente pendencia entre ambos y el lógico alejamiento. Mas mi linajudo amigo supo allanar las asperezas surgidas con una delicadeza y una generosidad que les honran. Hágase cargo de que, a renglón seguido, me hizo el ofrecimiento de navegar en compañía de ilustres cortesanos, incluido el propio monarca, en una de las falúas de la Escuadra del Tajo ―desfile acuático que, por si Usía no lo supiera, le refiero que está inspirado en la egregia música acuática de Georg Friedrich Händel―; invitación que, pese a mi admiración por Farinelli, cuya voz de castrati es de una blancura sublime, he debido declinar por no tener manos de confianza en las que depositar las riendas del negocio, ni tener yo ya edad de perder brío entregándome a cacerías y demás divertimentos de índole riesgosa. Y de pareja generosidad, por parte del marqués, ha sido el gesto enviarme también un ejemplar ilustrado ―rubricado por el mejor amanuense de la Corte― del "De Magnete", compendio que, como entenderá al recibo de esta carta, ha resultado providencial para poner a punto nuestro empeño.

Caigo ahora en la cuenta de que he de pedirle disculpas pues, aun no siendo amigo de insinuar por rodeos lo que puedo explicar por atajos, he vuelto a irme por el ramaje. Pero nobleza obliga, incluso a quien no la poseemos por titularidad, siendo esta la causa de que le haya ilustrado sobre la procedencia del magno tratado que me ha permitido ver la luz al final del fusco túnel en que me hallaba atrapado. Adjuntos a esta misiva, encontrará cálculos, esquemas y mapas, que le serán esenciales a la hora de llevar a cabo la hazaña. No deseo abrumarle, empero, con explicaciones eruditas y exhaustivas que le hagan colegir que está a punto de embarcarse en una gesta imposible, cuando lo único que Vuecencia ha de hacer es contratar doctos profesionales que sean capaces de llevarla a buen término. Debo aclararle también que, aun siendo un hecho que lamento profundamente ―me habría gustado ser testigo personal del acontecimiento―, las circunstancias geoestratégicas aconsejan que sea en ese continente, y no este, donde se construya el artilugio. Buscando un equitativo reparto de cargas, le anticipo mi proposición de que los haberes corran de mi cargo y la vigilancia de la suya. Si la propuesta fuese de su entera satisfacción, en cuanto Usía muestre su conformidad, procederé a hacerle un envío monetario con el que podrá cubrir los emolumentos de los braceros y la compra de materiales. A fin de no causarle un brumamiento evitable, procedo a reseñarle en qué consistirá el ingenio de la forma más sucinta posible.

En lo que se refiere a la ubicación, no sé si habrá llegado ya a los oídos de Usía que, a resulta de las mediciones llevadas a cabo por los caballeros del punto fijo, ahora sabemos que Maupartius no profería yerro afirmando que la forma de la Tierra tiene más de sandía que de melón; un achatamiento polar cuya consecuencia más inmediata es el menor peso de los cuerpos en el Ecuador, siendo esta una de la razones, más no la principal, de que el basamento del intercambiador de solsticios deba ser instalado en el Virreinato de Nueva Granada, en un paraje de latitud 0° y que se halle lo más recóndito posible para evitar dañosas inferencias. Coméntole, por otro lado, que de la lectura de De Magnete es dable concluir que el globo terráqueo es un gigantesco yman, motivo por el cual las agujas del marear siempre buscan el norte geográfico y sus puntas se inclinan levemente hacia abajo. Supongo que no hace falta que le recuerde que, en la raíz de sus indeseados inviernos y de mis indeseados veranos, se encuentra ese vaivén de peonza del eje de la Tierra en su imperecedero giro alrededor del Sol. A vuelta de muchos yerros y angostillos sin salida cavilando en solitario, mas también después de mucho leer y debatir con los más eruditos de esta Villa, he llegado al convencimiento de que la esencia del intercambiador de solsticios ha de ser un bloque de piedra yman o calamita, de dimensiones como nunca antes se haya visto sobre la superficie de este planeta y cuyo centro de gravedad habrá de ubicarse sobre una base rotatoria enraizada en el Ecuador. Debiendo tener el bloque suficiente altura y anchura, lo más crucial será su longura extrema para que se asemeje a la ante citada aguja del marear. Tendrá el artilugio, además, dos posituras diferentes cuya mutación se hará coincidir con los dos equinoccios, por ser estos las antesalas de las estaciones que deseamos trocar. Una reata de mulas ―de esas que con tanta maestría sabe V.S. criar― será la encargada de girar 180° la mole de calamita a fin de orientar sus polos adecuadamente y ahuyentar los perniciosos solsticios. No le quepa a vuecencia la menor duda de que serán necesarias numerosas probaturas y muchos yerros hasta ver culminado nuestro propósito. Tal vez se esté preguntando si, en adjunción a esas dos posituras activas en la que el artilugio estará atrayendo un hemisferio y repeliendo el otro, no será conveniente una tercera de reposo en la que los dos extremos de la gigantesca barra de calamita se sitúen en tierra de nadie. Pensamiento pertinente y que es la causa principal de que el basamento deba hallarse ubicado en latitud 0°.

Para que no se llame a engaño, le advierto que, con posterioridad a la construcción del mayor marear del planeta, los tiempos de cada una de sus posituras habrán de ser ajustados con paciencia de relojero. Podría darle en mi carta más detalles para disipar sus dudas, pero infiero que lo más prudente, y de mayor beneficio por el momento, es taponar ya el tintero y limpiar la pluma. La próxima semana zarpa la flota y con ella partirá esta misiva. Quedo a la espera de su respuesta que, como Vuecencia puede suponer, ansío sea aprobatoria. Es en esa confianza que, acompañando a esta carta, le enviaré un generoso anticipo para que eche a andar el proyecto a la mayor brevedad posible. Mi edad avanzada y mis mermadas fuerzas me recuerdan cada día que mi final está próximo. Y mi pretensión de ser testigo de esa gesta, que llevada a buen término dejará boquiabierto a todo el orbe, se ha añadido ahora al inicial miedo de morir en positura indigna. Sólo me resta ya manifestar mi deseo de que, entretanto el anhelado intercambio de solsticios no sea una realidad, el señor le dé a V.S. ―y también a este humilde aprendiz de relojero― mucha vida y salud.


Imagen

En Cádiz, a 13 de Agosto del Año de Nuestro Señor de 1754

*****

¡Menuda pareja! La lectura de la carta le había puesto de excelente humor. Ahora ya sabía por qué el primer Julio Gilardi de la saga se había embarcado en aquel viaje temerario a través de la selva amazónica. Curiosamente, en la biografía que había escrito su nieto, no se mencionaban las cartas de Fragella, pero sí la recua de mulas interminable que participó en la expedición. Una recua que, según el texto, debía tener unos diez kilómetros de larga, ya que por donde pasaba la cabecera muy de mañana, la cola no lo hacía hasta media tarde. En un primer momento, había pensado que se trataba de una perdida de cordura del criador de mulas, pues hasta ese momento de su vida las decisiones siempre las había tomado tras hacer un minucioso balance entre los gastos a realizar y los beneficios previstos. Pero la lectura de las tres cartas de Fragella le habían hecho cambiar de opinión, y la pérdida de juicio la veía ahora como una determinación envidiable de morir viviendo una aventura.

¡Ojala hubiese leído las cartas cuando gozaba de buena salud! Con gusto habría acudido al lugar donde murió su trastatarabuelo para tratar de poner en pie lo ocurrido doscientos y pico años atrás. Pero su realidad actual era tozuda y apenas si tenía margen de maniobra. Continuaba sin andar bien y, pese a las altas dosis de cortisona, la disnea no cedía. Antes de acostarse, se había sentado ante la pantalla del ordenador y le había pedido disculpas a la bióloga por posponer su respuesta. Su salud era muy precaria pero el sentido del humor no lo había perdido. De ahí que ambos anduviesen bromeado con la posibilidad de retomar el fallido intercambio de solsticios. Sus ubicaciones eran perfectas: ella vivía a escasos metros de donde Fragella escribió sus cartas y él se encontraba precisamente en el mismo lugar en que Gilardi redactó sus respuestas. Se daba la coincidencia, además, de que a ella le incordiaba el calor veraniego y a él le sentaba fatal el frío invernal. "Amiga, acepto el trato: mándame tu verano; va p' allá mi invierno, ja, ja…", le había dicho en el mensaje que le acababa de escribir.

¡Brrrrr, qué frío! Las manos se le habían quedado otra vez escarchadas. Menudo nevazo debía estar cayendo en la Sierra Grande… La bióloga estaba un tanto repirada aceptando el intercambio. En cuanto recibiese su envío y abriera el sobre, se iba a quedar congelada como un pajarito. Nunca mejor dicho, por cierto, puesto que a ella le gustaba esconderse bajo un disfraz de pájaro. Cuando la conoció, decía ser un jilguero; ahora andaba camuflada de petirrojo. En su último email, le había bromeado al respecto, deseándole un feliz vuelo estival y preguntándole si, como tantas otras aves, tenía en ese momento un plumaje nupcial. Aun más, pensando en el intercambio de frigorías que planeaban llevar a cabo, le había advertido que debía guardar las plumas en lugar seguro, no fuese a refrescar uno de esos días.

¡Feliz vuelo estival, querido petirrojo, feliz vuelo estival!, exclamó en voz alta mientras se acurrucaba para contrarrestar el frío. Creyó escuchar, entonces, cómo otro Pitangus se estrellaba contra el ventanal y se imagino así mismo corriendo a socorrerlo. La carrera le hizo perder el resuello y, aunque él se esforzó por incorporarse y coger más aire, los músculos de su cuerpo se fueron poco a poco relajando hasta que cesó el jadeo.

Epílogo:
Mientras el chozno del primigenio Julio Gilardi se imaginaba que corría a socorrer a otro bichofeo, al otro lado del océano un petirrojo se disfrazaba de carbonero para tener también la espalda gris, la cabeza negra y el pecho gualdo. Sabía que el vuelo entrecortado y el canto machacón del Parus eran muy diferentes de los del Pitangus, pero volaría de noche y en silencio hasta su jardín y se chocaría contra la puerta del ventanal para que él lo confundiese con un bichofeo...

Porque si volaba a oscuras y en silencio hasta su ventana, su amigo, el que lo miraba con los prismáticos cuando estaba en el tanque del agua, el que le daba miguitas de pan en su balcón, el que le hablaba de otros pájaros y le silbaba imitando su reclamo, lo acunaría entre sus manos y, mientras lo acariciaba, le diría: "Estás vivo, Pitangus. Ese ventanal ha matado a muchos; sólo a unos pocos, como a ti, logré salvar. Cuando la tormenta haya pasado y las fuerzas regresen a tu cuerpo, volverás a tu nido y seguirás alegrando mis mañanas con tu canto."

Y él, el carbonero disfrazado de Pitangus, con ese otro lenguaje hecho de gorjeos sin verbo, le respondería que sí, que en cuanto la tormenta se terminara, volvería a su nido y seguiría alegrándole las mañanas con su canto…


Notas de la autora:
Terremoto de Lisboa: el 1 de noviembre de 1755, unos días antes del ecuador entre el equinoccio de otoño y el solsticio invierno de ese año, se produjo el que se conoce como el terremoto de Lisboa. Sus sacudidas fueron, sin embargo, tan prolongadas y tan violentas que sus efectos alcanzaron a gran parte de Europa, África y América. A parte de los daños materiales, el terremoto influyó en muchos pensadores de la Ilustración europea, como fue el caso de Voltaire, de quien se dice que ese terremoto le curó de la teodicea de Leibniz. Se sabe que los terremotos muy intensos, como fue el ocurrido en 1755, pueden desplazar el eje de simetría de la Tierra e incluso alterar la velocidad de rotación de la misma. Pero nadie parece haberse planteado nunca la existencia del proceso recíproco, por el que un desplazamiento del eje de rotación de la tierra pudiera ser causa de un seísmo de gran intensidad.

Muerte de Fragella: el 23 de marzo de 1756, dos días después del equinoccio de primavera, a la avanzada edad de 100 años, fallece en la ciudad de Cádiz Juan Clat Secachini, comerciante y filántropo conocido localmente con el apodo de Fragella. Hombre muy generoso, mandó construir varios edificios con fines benéficos, como lo es el grandioso edificio de la Casa de las Viudas y Huérfanos, cito en la plaza de la ciudad que lleva su nombre. En la últimos años de su vida le obsesionaba la idea de ser enterrado vivo, por lo que solicitó a los frailes de la Orden de los Capuchinos que fuesen ellos los encargados de trasladar su cadáver a la Iglesia de Santa Catalina y de velarlo durante una semana antes de enterrarlo. Siguiendo sus deseos, Fragella fue amortajado con el hábito de la orden y sepultado en una de las capillas de la citada iglesia.

Muerte de Julio Gilardi: se desconoce la fecha exacta de su fallecimiento. La última vez que fue visto con vida fue en en el verano de 1755, en la plena selva amazónica del Virreinato de Nueva Granada. Encabezaba una expedición de la que se desconoce tanto su objetivo como su destino. Se desconoce, asimismo, el número de personas y animales de carga que la integraban, pero existe la leyenda de que eran tan larga la reata de mulas que los animales de cabeza se ponían en marcha al amanecer y los de la cola pasado el mediodía.
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Ahora, Cata, tengo que buscar el hilo idóneo donde dejarle una miguita de pan a Eleanis para que se dé una vuelta por el bujío :wink: .

Ya le he dejado al gorrión de ultramar una miga de pan :cunao: para que encuentre el camino.
Ahora, Cata, toca pasearse por al ciudad, visitar los lugares que Fragela visitó, incluso acudir a su tumba si es que me lo permiten (ya he localizado la iglesia en la que se supone está enterrado). Estos momentos, Cata, en los que intuyes hay una historia pero todavía desconoces los detalles, son los mejores. Por lo menos en mi caso, que tengo una prosa nada fluida que me hace de lastre a la hora de plasmar lo que voy intuyendo. Toca, pues, darse una paseíto por el siglo XVIII :palomitas:
Estoy pensando que, si Santa Cata fue una santa Guadiana, podemos pasearnos por los siglos como nos dé la gana de la mano de Lara :ola:
Es más, vete pensando a quiénes te gustaría haber conocido en esas otras etapas de santidad e intentaremos que se crucen en el camino de Santa Cata :user: .


PD: quería acabar de contarte la historia de Violeta antes de huir por unos días del mundanal ruido pero al ritmo que voy :no:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por eee »

jilguero escribió:Pero esta vez ha llamado mi atención el lienzo de una azotea completamente vacía y he tenido la sensación de que simbolizaba la Soledad.
Curioso, lo mismo me sucedió al leerte un poco. :D
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

eee escribió:
jilguero escribió:Pero esta vez ha llamado mi atención el lienzo de una azotea completamente vacía y he tenido la sensación de que simbolizaba la Soledad.
Curioso, lo mismo me sucedió al leerte un poco. :D
¡Bienvenido eee! :hola:
Bueno, en este bujío hay a menudo mecedoras vacías, pero al otro lado de la pantalla siempre está ella, Cata, leyendo en silencio :chino: ; o mejor aún, una potencial Santa Cata haciendo méritos con la lectura de estas letras no siempre bien hiladas y, por supuesto, dándole sentido a la existencia de este hilo :wink: .
Es de justicia, pues, que un días de estos Lara Ripdek :user: su biografía :burro: :chupete: .



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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

:hola: ¡Hola Cata!

Menos mal que, con la intención de enseñártelos, hice fotos de los murales de las azoteas y del sueño de Ícaro y los tenemos inmortalizados en este bujío. Resulta que esta mañana temprano he descubierto que ya no están. Las paredes exteriores del mercado de abastos de ese lado vuelven a estar blancas. Supongo que pronto pondrán otras cosas. A ver si hay suerte y son interesantes para poderlas usar como adornos de nuestro bujío :wink: .

Te he dejado otro cachito de la historia de la cautiva. Pero creo que ya no me da tiempo a terminarla :batman: antes de poner rumbo al monasterio donde veré al fraile dominico autor de los poemas desesperanzados, y creador de la primigenia niña de los ojos blancos como dos balcones abiertos a la nada :chupete: . Sí, sí, la de ese relato que te resultó tan extraño y del que no entendiste casi nada :meparto: .


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

:hola: Cata, he terminado a prisa y corriendo la historia de Violeta. No te extrañe, pues, que haya errores. A la vuelta te cuento lo que hay de realidad en ella.

Vuelo por un par de semanas hacia el norte. Cuida entretanto del bujío, lo dejo en tus manos.
Si hay algún visitante, usa el lenguaje de los telépatas araucanos para darle la bienvenida :mrgreen: .

Au revoir :adios:
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Buen descanso, :hola:. Ya te tomo yo el relevo por aquí, :cunao:.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

¡Ojo Guareña! :shock: :shock: :shock:
Me voy a tener que ir más a menudo, Cata. :D

No me preguntes cómo pero me he conseguido conectar unos minutos y aprovecho para mandarte foticos del lugar de vagueo.

Imagen
Aquí vaguenado a lo Gisso, solo que yo he cambiado las botas de montañero por las sandalias de preregrina :wink: .

Imagen
Esta otra es de la espadaña del Santuario y, al fondo, en el perfil de la montaña, el cañón (una piedra con esa forma).

Imagen
Y esta otra del mar de nubes que sube por las mañanas desde el cauce del Ebro.

Nada más de momento que la conexión se me va :60: .

PD: ya me he enterado por Orión de que estáis disfrutando del calor generosos de nuestra tierra. :coolman: Aquí, hace un rato, andaba con el forro polar puesto :mrgreen:[/spoiler]
Última edición por jilguero el 07 Ene 2021 20:46, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

:hola: ¡Hola Cata :60: !
De nuevo me hallo inmersa en la civilización. Y una de las primeras cosas que he hecho es visitar a San Judas para pedirle que asista a Ojo Guareña, si es que este se anima a parir alguna cosita nueva :wink: . Por cierto, este verano no he estado en el ojo pero sí he pasado sobre el Guareña a su paso por la provincia salmantina (tengo que investigar cuál es su curso completo :dentadura: ). Y he estado en una cueva inmensa, que tenía antaño también un sumidero, con pinturas rupestres que invitaban a volver atrás en el tiempo para ponerse en la piel de aquellos ancestros nuestros.

Pero, volviendo a esta ciudad, decirte que también he ido a visitar la tumba* de Fragela porque mañana, si los vientos me son propicios, me propongo ponerme manos a la obra. Eleanis ya está avisado y, aunque ninguno de los dos lo ve muy claro, somos ambos muy arrechos y vamos a intentar sacar a la luz a cuatro manos ese intercambio epistolar, mantenido dos siglos y pico atrás, entre ese comerciante sirio afincado en Cádiz y el argentino de la Córdoba de allende los mares :mrgreen: .

*Un fracaso, Cata, pues se supone estaba enterrado en la Iglesia de los Capuchinos y, tras escucharme una misa a la vieja usanza (el cura la ha oficiado de espaldas :shock: ) para no distraer a nadie, he inspeccionado el recinto sin hallar rastro de su tumba :? .


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Cata, Juan Fragela ya ha mandado la primera misiva :palomitas: . El tal tiene una pluma un tanto barroca, supongo que fruto de la época :roll: .

Eleanis, si te animas, iré añadiendo tus respuestas en el tono de tinta que elijas de la paleta de colores que nos ofrece el editor del foro :wink: .
Y si me haces llegar la firma del Julio Gilardi diecioschesco la añado también :D . Por cierto,
juegas con ventaja pues del tal nada sabemos y eso te da absoluta soberanía con la pluma :mrgreen:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

No es esta tarde una tarde alegre, Cata, no...

Por eso, mientras damos tiempo a que la misiva de Fragella cruce los mares y su destinatario la recibe, te voy a copiar algunos versos del fraile poeta. Lo que nos dicen no es obvio, pero suenan bien y tienen un tono nostálgico acorde con las horas tristonas que estamos viviendo.
A ver qué te parecen :wink:

Esquina
A este lado del tiempo
donde el reino
de lo efímero
se cierne todavía.
Te espero en esta luz
equidistante, esquiva
al borde mismo
del reino
de las sombras.


Cuando lo he leído, Cata, me he acordado de Violeta, porque esa esquina de la que habla el dominico tengo la sensación que está justo en esa línea intangible que separa el mundo de los vivos y el de los muertos, el mundo de lo efímero versus el de lo eterno, el mundo de la luz versus el de las sombras, el mundo de los recuerdos versus el del olvido definitivo :roll: .

A primera vista son versos desesperanzados pero, si los lees con calmas, surge la esperanza:

Has comenzado a irte.
A resbalar quizá
por la pendiente
del recuerdo.
Te vas, pero tu imagen
no sufre deterioro.
Permanece inmutable
en medio de este caos.
Ahora sé que el tiempo
consolida también
nuestras ausencias.


Y esto me recuerda que en el librito que me ha regalado, en la dedicatoria pone:
"recobrada
en el tiempo,
con el cariño
de siempre".

Sí, Cata, el tiempo omnipresente que nos recuerda la naturaleza efímera de todo pero contra el que todos nos rebelamos, también el fraile, imaginando que nuestros afectos lo transcienden :roll: .

Y esto otros, que me gustan mucho, van para ti :60: :

Mutación
La flor que te acaricia
la mirada,
asciende luminosa
hasta tu frente.
Todo lo que percibes,
lo que tocas,
se configura en tí
como piel nueva.
El tiempo del rosal
y de la adelfa,
regresa como luz
de los inviernos.


Y estos otros versos se los vamos a dedicar a Eleanis que no pasa por su mejor momento pero que resistirá y rebrotará como lo suelen hacer los buenos tocones:

Vives y te resientes
del esfuerzo.
Caminas y te encuentras
detenido.
Como el árbol deseas
otro horizonte.
Respiras y cultivas
en tí mismo
la quietud absoluta
de los troncos :chino: .
¡Ánimo, Eleanis! Ya sabes que estaremos encantadas de tenerte de invitado en este bujío :60: .


(extraídos de Penúltimo cansancio de Emilio Rodríguez :101: )


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por Estrella de mar »

Me he quedado un buen rato en esa Esquina, mi petirouge. :chino:

Ojalá se pueda pasar Eleanisito lindo por este bujío. :08:

Tengo pendiente Violeta. El próximo día me pongo al día. :wink:

Un beso de los fuertotes, niña de los Caletos. :lol:
Por un cachito de la mar de Cai les cambio el cielo que han prometío.
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Estrella de mar escribió:Me he quedado un buen rato en esa Esquina, mi petirouge. :chino:

Ojalá se pueda pasar Eleanisito lindo por este bujío. :08:

Tengo pendiente Violeta. El próximo día me pongo al día. :wink:

Un beso de los fuertotes, niña de los Caletos. :lol:
¡La niña Guadina :60: !

Creo, Cata, que los Caletos están sufriendo los efectos de la sequía y por eso solo resurgen tan de tarde en tarde...

Aunque, ahora que no nos oye nadie te diré que
ya le he puesto velitas a San Judas para que ocurra el milagro del resurgir de los graciosos poéticos

Para que no se me olvide, anoto que tengo pendiente contarte lo que hay de verdad en la historia de Violeta :wink: , que ya sabemos que en este hilo lo único que hacemos es movernos bordeando la realidad pero sin abolirla :mrgreen: .


La chelista indecorosa :party: La Juana la Loca nórdica

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Tolomew Dewhust
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

jilguero escribió:Creo, Cata, que los Caletos están sufriendo los efectos de la sequía y por eso solo resurgen tan de tarde en tarde...

Aunque, ahora que no nos oye nadie te diré que
ya le he puesto velitas a San Judas para que ocurra el milagro del resurgir de los graciosos poéticos.
Lo que pasa es que los poetas solo escriben en otoño.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Tolomew Dewhust
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Me dijo Cata que te dijera que escribes requetebien, que hasta el barroco y el rococó se te dan de maravilla -no hay estilo que se te resista-, y que estuvo hace poco en Cádiz y echó en falta un cafelillo contigo, :cunao:.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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