Re: Carta abierta a Santa Catalina (bordeando la realidad)
Publicado: 02 Oct 2016 11:25
por prófugo
Que bonito hilo! Y yo sin haberlo visitado antes :azotes:
Me pondré a leerlo poquito a poco desde sus inicios..Creo que voy a disfrutar..a aprender
Enviado desde mi ALE-L21 mediante Tapatalk
Re: Carta abierta a Santa Catalina (bordeando la realidad)
Publicado: 03 Oct 2016 12:50
por Estrella de mar
Re: Carta abierta a Santa Catalina (bordeando la realidad)
Publicado: 03 Oct 2016 12:55
por Estrella de mar
Abusando un poquito de tu confianza, mi adorado pajarillo, dejo aquí una carta que le he escrito a nuestra Catalina como detallito para su cumpleaños.
Si piensas que encaja mejor en otro hilo, sílbame y sin problemas lo muevo.
Espero que me perdonéis, Pin y Pon, si os he tratado muy malamente.
Re: Carta abierta a Santa Catalina (bordeando la realidad)
Publicado: 03 Oct 2016 13:03
por Estrella de mar
Mira, Catalina, hoy me he levantado pensando en ti y venerando tu santo nombre. Te cuento.
Hace unas noches mi tía y yo nos encontrábamos en su salón al ladito de la chimenea. Ella bordaba una barquita en un calcetín del señor Emilio, yo escuchaba el rumor del viento. Me habían dado una mala noticia ese día y estaba en uno de esos momentos en que oía al negro pozo llamarme cosa mala. Mi tía, que me había calado solo con observarme unos minutos, intentó animarme. (Si encuentras la manera de hablar de mi tía un poco rara se debe a que últimamente sólo lee literatura inglesa decimonónica y se le ha pegado un poco la atmósfera).
−Querida, te noto algo apagada. ¿Por qué no llamas a tus compañeros esos del ágora para que vengan a visitarte?
−Se dice foro, querida tía. ¿Te refieres a Pin y Pon?
−Sí, pero me niego a llamarlos con esos nombres.
−Puedes llamarlos geranio y jilguero, si así te sientes más cómoda.
−¡Dónde va a parar! Aunque también me gusta ese otro nombre que os pusieron el otro día. ¿Cómo era?
−La Generación de los Pamplineros.
−Ese mismo. Gracias, cariño. Muy sonoro, la verdad. Tiene tintineo. Me gusta.
−Voy a enviarles un mensaje a ver por dónde andan. Llegaban ayer de un simposio sobre la Operación Poeta de Guardia.
−¿Cómo os va con ese adorable proyecto, querida?
−Muy bien, tía.
−¿Han ayudado a mucha gente esos poetas a los que os habéis asociado?
−Ya lo creo. Han salvado vidas, incluso. Sobre todo los poetas que hacen guardia en los puentes. Ni te imaginas, tía, la de versos que han hecho de cuerda para atar a esos pobres desesperados a sus vidas.
−¿Y qué versos recitan los poetas de los puentes?
−Prácticamente de todo, pero al parecer Bukowski es uno de los más efectivos.
−¿El que escribía sobre darle al pilón todo el día? Jamás lo habría imaginado. ¿No usan a Thomas, querida?
−Para muchos oyentes Dylan Thomas está un poco anticuado ya, tía.
−Qué horror. A mí Dylan Thomas se me antoja pintiparado para ayudar a esas tiernas almas. Ellos mejor que nadie deberían saber que la poesía no envejece.
−Lo saben. Pero algunas poesías, como las de Thomas, tienen algunos efectos secundarios no deseados.
−¿Como cuáles, querida?
−A la mayoría de oyentes los sume en el abatimiento.
−Eso es porque no están leyendo bien sus poemas. Deberíais investigar el asunto.
−Son poetas profesionales, tía. Saben leer perfectamente. Por cierto, ya me han contestado.
−¿Quiénes, querida? ¿Los Pamplineros?
−Sí. Vendrán mañana a pasar el día.
−Estupendo, cariño. ¿Quieres que avise al señor Emilio para que se pase mañana a tomar un té con ellos?
−Creo que no es una buena idea, tía. Recuerda la última vez que Pon y el señor Emilio se juntaron.
−¡Como para olvidarlo! Una no asiste todos los días a un duelo a cuplés.
−Tuvo que venir la Guardia Nacional, tía, por quejas de los vecinos.
−Bueno, tienes que reconocer que fue divertido cuando el señor Emilio entonó aquella deliciosa canción con su guitarra mientras se lo llevaban detenido. ¿Cómo se llamaba?
−La cucaracha.
−Eso. En fin, querida, creo que tienes razón. Hay que descartar juntar a esos dos por un tiempo.
Y así, mi querida Catalina, me fui a dormir, pensando en el día agradable y tranquilo que se avecinaba junto a tu geranio y el jilguero trovador. Menuda ingenua, estarás pensando, con acierto. A la mañana siguiente aparecieron Pin y Pon con mucho retraso. Al parecer tu geranio había tenido la culpa. Los acontecimientos me los narró Pin de la siguiente forma. Mientras se dirigían hacia aquí con el coche el ínclito se había encontrado con el Carli y había parado el coche para saludarlo, profiriendo gritos de “¡ahí va Dios!”. Pero el saludo acabó durando un poco más de la cuenta, originando una caravana nada despreciable. Tras varios minutos de exabruptos proferidos por los demás conductores habían continuado con el trayecto.
−¿Llevábamos mucho tiempo parados, jilguero?
−Lo suficiente como para tener que echar mano de un poco de estoicismo.
−Tampoco lo veo para tanto teniendo en cuenta que era Dios. ¡Ya ves cómo es de profana la gente, pajarito!
Una vez llegaron a casa tu tocaya insistió en que diéramos un paseo por el páramo. Huelga decir, mi querida Catalina, que no hay ningún páramo en los alrededores. La confusión de mi tía se debía a la perniciosa influencia que ejercía en ella la lectura de Cumbres Borrascosas, amplificada por leer hasta altas horas de la madrugada. Por no contradecirla, salimos a dar una vuelta. Aquí entre tú y yo, Catalina, en qué mala hora. Cuando llevábamos unos minutos paseando por la ciudad nos encontramos una urraca la mar de bonita. Y, claro, Pin se empeñó en perseguirla para ver si nos enterábamos de qué cuartetos andaba cantando. Conseguimos averiguarlo, era una de Martínez Ares. Una vez descubierto el enigma me di cuenta de que habíamos acabado en una zona de la ciudad que estaba a la misma distancia de casa de mi tía que la constelación de Sagitario. Por lo que tuvimos que coger un taxi para hacer el camino de vuelta. Al lado del conductor se acomodó tu geranio. En los asientos de atrás íbamos Pin, que admiraba una pluma desprendida del plumaje de la urraca recogida con actitud reverencial, y tu leal servidora. Íbamos tan tranquilos en el taxi, como te decía, cuando a tu geranio le pareció ver a una personita en el carril de al lado, sentada en un taxi que nos adelantaba. Estoy segura de que te vas a llevar una sorpresa de descomunales dimensiones si te digo que la personita que le pareció ver no era otra que el Carli. Y claro, como te podrás imaginar, ahí el asunto empezó a torcerse pero bien, porque tu geranio, señalando al otro coche, le dijo muy serio a nuestro conductor: “Siga a ese taxi”. Y el conductor respondió: “Tendrá que remunerarlo”. A lo que tu geranio, empleando un tono que se asemejaba mucho al que habría utilizado si le estuviera hablando al amor de su vida, replicó: “Pídame lo que quiera”. Y ahí que nos vimos abocadas la Pin y yo a una precipitada persecución del supuesto Carli por calles y más calles. Tu geranio estaba excitadísimo, iba dando indicaciones al conductor sobre las tácticas automovilísticas que debía emplear, sin dejar de apremiarle: “Acérquese más, que quiero cerciorarme de que es él”. Yo estaba horrorizada, Catalina, con tanta velocidad y confusión de coches. Mientras, Pin, parapetada con toneladas de estoicismo, recitaba unos versos de Salinas. Tu geranio seguía acosando al taxista: “Pero arrímese con valentía, hombre. Como si estuviera conquistando a una mujer bonita”. Hasta que pasó lo que tenía que pasar, Catalina. Sí. El taxista nos echó del coche. A esas alturas, estábamos casi en una comunidad autónoma distinta. Milagrosamente, pudimos coger otro taxi y Pin y yo prohibimos a tu geranio que fijara la mirada en otra cosa que no fuera la carretera, de lo contrario nos aseguraríamos de que se encontraría con el dios de verdad. Ya se ponía el sol cuando volvimos a casa de tu tocaya, con los pies destrozaditos de tanto andar, el culo cuadrado de estar tanto tiempo sentados, y los oídos ahítos de escuchar todas las pruebas, aducidas por tu geranio, para demostrar de manera irrefutable que el hombre que al parecer viajaba en el otro taxi, por si no nos había quedado claro, era Dios, Catalina, ¡Dios!
Durante la cena pasamos un buen rato, todo hay que decirlo. Tu geranio, Pin y yo le leímos relatos de la Generación de los Pamplineros a mi tía. Era evidente que los estaba disfrutando mucho, pues hasta había cerrado los ojos para no perderse ni una coma. Cuando empezó a roncar, como no me gusta torturar a los miembros de mi familia más de lo necesario, le aconsejé en voz muy alta que si tenía algo de somnolencia se fuera a la cama. “¿En lo más interesante del relato, querida?”, me preguntó. “Me sería imposible conciliar el sueño”, agregó. “Hazme caso, tía, ahora viene un pasaje con muchos diminutivos y hay que estar completamente despierta para captar los matices. Es un recurso literario muy sutil que requiere estar con los cinco sentidos”, aduje, y Pin y Pon me ratificaron. “Muy bien, querida. Vosotros sois los que entendéis de estas cosas. Que descanséis, almas tiernas”, se despidió.
Después de una interesante disquisición acerca de si puede existir la originalidad en la creación literaria, en la que nos remontamos a la civilización sumeria, no tardamos en imitar a mi tía, ya que tu geranio y Pin debían de madrugar al día siguiente para marcharse. A medianoche mi tía se levantó desorientada pero con una idea fija en la mente. Buscar el fantasma que le despertaba todas las noches a la misma hora. Sobra decir, Catalina, que no había ningún fantasma. Era el resultado de haber estado leyendo unas páginas de El fantasma de Canterville justo antes de dormir. Irrumpió en la habitación de Pin y comprobó que estaba todo en orden. Pin dormía a pierna suelta. Le quitó la pluma de urraca de entre las manos, con la que se había quedado dormida, y la arropó. Entró en el cuarto donde dormía Pon y, como es lógico, ni rastro del fantasma. De repente escuchó de labios de tu geranio unas palabras entrecortadas. Se acercó y oyó balbucear un nombre: “Carli... Carli”. “Sin novedad”, se dijo mi tía. “Todo correcto”. Pero al pasar por mi habitación... ¡Ay, Catalina, que me cuesta escribirlo y todo! Al pasar por mi habitación oyó la voz de tu leal servidora. Acercó el oído a la puerta y supuso que estaba hablando por teléfono. Se fue al salón y descolgó con cuidado el fijo. Se enteró de todo. Toda la conversación que estaba manteniendo con el señor Emilio, en la que este intentaba convencerme para ayudarle a llevar a cabo su plan. Que no era otro que despertar a tu geranio al amanecer, asegurándose de que no tuviera su guitarra a mano, y endiñarle unas cuantas coplillas con las que se iba a caer muerto. Pero yo te juro, Catalina, que me resistía. Porque cogerle así, a traición, y sin guitarra con la que defenderse, no me parecía un duelo muy honroso. Y así se lo hice ver al señor Emilio en todo momento. Sin embargo, te debo una explicación. Porque es evidente, que en las condiciones en las que llegó tu geranio a tu casa, no pude convencer al señor Emilio. Confieso que fui yo quien le abrió la puerta para que ejecutara su ignominioso plan. Pero te aseguro que ni la Guardia Nacional podría haberle cambiado de parecer. Accedí para asegurarme de que nadie saliera herido. Te lo juro, Catalina, por la Generación de los Pamplineros. Y ya llegamos al motivo de esta carta, al porqué de levantarme yo esta mañana venerando tu santo nombre. Anoche supe por Pin que al llegar tu geranio a tu casa despotricando de mi persona, con la mirada bañada en furia, con el pelo alborotado y las medias de color que le obligó a ponerse el señor Emilio al haberle derrotado, tú le dijiste que le estaba bien empleado, y que ni un solo duelito más a cuplés le ibas a tolerar. Gracias por todo, mi querida Catalina, mil gracias sobre todo por tu iluminadora brújula. Y mucho ánimo para enderezar al ex-duelista.
Re: Carta abierta a Santa Catalina (bordeando la realidad)
Publicado: 04 Oct 2016 08:35
por Berlín
No he tenido más remedio que entrar en cuanto he visto que anda por medio una urraca comparsista a la que llamas Cleopatra y que parece ser que te grazna por las mañanas.
Así que planto banderita para leer a santa Catalina.
Re: Carta abierta a Santa Catalina (bordeando la realidad)
Publicado: 04 Oct 2016 12:31
por Berlín
Ay jilguerillo, esto no es un relato, es una telita de araña y yo, que soy una humilde poeta (tambien patita de tu banco parece ser) me he visto zarandeada de un lado para otro como esa barquita de la que hablas, esa que su dueño trataba con tanto mimo. Conejos que me llevan a Cortazar, gorriones que me llevan a tu anillo y de tu anillo a las constelaciones de sus ojos y luego a los pollos. Yo prefiero que los pollos no sean vomitados, prefiero que nazcan de una tos seca. Un acceso de tos y un pollito que salta y se va a posar sobre el suelo. El pozo negro y sin fondo, tu madre, las luciérnagas...
Dejame beberlo poco a poco. Me pasó con Dido y con otros relatos tuyos. Me embrujas y me hacen sentir poca cosa y solo me pide el cuerpo decirte que me gustaria ser uno de esos gorriones en esa mesa del bar un domingo por la mañana, y poderte mirar mientras tú miras tu playa y picotearte, solo un poco, entre los deditos para que me hagas caso.
Tendré que volver, porque me he quedado con hambre.