Un cuadro de rojo y negro (Relato de terror/misterio)

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Antxon Gómez
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Un cuadro de rojo y negro (Relato de terror/misterio)

Mensaje por Antxon Gómez »

Buenas, soy un escritor novato y este es uno de mis primeros relatos. Se agradece cualquier comentario o crítica, espero que lo disfrutéis.

"Un cuadro de rojo y negro"

En un silencioso y polvoriento sótano pobremente iluminado de alguna ciudad, un envejecido pintor, con la espalda encorvada y el gesto abatido, miraba fijamente a la que sería su última obra. Las ojeras parecían haberse instalado permanentemente en sus cuencas; las arrugas, fruto del estrés y la edad, se asomaban a lo largo y ancho de su rostro. El lienzo en el que tenía la mirada fija era con toda seguridad el único objeto de la estancia rezumante de novedad, blanco e intacto, como recién salido de la tienda. Las maderas del viejo caballete sobre el que este guardaba reposo estaban podridas, a punto de colapsar por culpa de la humedad y la falta de mantenimiento. El artista sujetaba, con gran dificultad, un pincel y una paleta. Solo utilizaba dos colores, el rojo y el negro.

Había llegado a un punto en su carrera como artista en el que solo le quedaba crear su obra magna, un cometido para el que, tras varios días, aún no había reunido el valor suficiente. El pintor apenas notaba ya la incomodidad de sus pies descalzos haciendo contacto con el suelo encharcado, el putrefacto olor que impregnaba su morada y el frío del invierno penetrando en sus ropajes hechos jirones; pues desde hace un tiempo un mal mucho peor que los anteriores, relegados ya a un segundo plano, había llenado su ser y drenado sus fuerzas: el hambre. Había logrado sobrevivir gracias al charco que inundaba parte de la estancia, en el que periódicamente mojaba su lengua con el fin de no deshidratarse; sin embargo, la inanición seguía acechándolo y solo se le ocurría una manera de combatirla. Giró la cabeza hacia su izquierda y, como todos los días, contempló a la mujer que lo observaba fijamente desde el fondo del estudio, de pie, inmóvil. Vestida con un manto de estrellas, sostenía una bandeja rebosante de comida, manjares para el desnutrido pintor. Su cabello largo y rojizo, que reposaba en sus hombros para pasar a deslizarse casi hasta su cintura; y su cara, de pura dulzura, convencieron al hombre de que no podría existir alguien obsequiado con tal belleza. La dama le dedicó una mirada seductora. Tanto que, a pesar de la desconfianza que le brindaban sus pupilas negras como el carbón, a punto estuvo de abandonar su ayuno con tal de acercarse a ella y probar de los exquisitos alimentos que ofrecía. No podía dejarse embaucar por la intrusa, su obra maestra no estaba finalizada aún.

La misma rutina se vino repitiendo durante días. El pincel aún no había tocado el lienzo, límpido pese a la suciedad que lo rodeaba; pareciera que las motas de polvo lo temían, pues ninguna tuvo el valor de posarse en él. El lienzo parecía llamarlo, le pedía que lo rellenara, pero temía no tener las habilidades para estar a la altura. Había decidido esperar a que las musas lo ayudaran a salir de su crisis. Llevaba demasiado tiempo esperándolas. Al encontrarse en una encrucijada, el pintor puso a funcionar su mente y, tras largas horas de reflexión, halló al fin la solución a la cuestión que le era planteada; llegó a la conclusión de que la mujer de la esquina no era sino una musa, y los alimentos que sostenía eran en realidad la inspiración divina de la que precisaba.

Colmado de ímpetu, depositó sus instrumentos en una mesilla que tenía al alcance de la mano e intentó abandonar su asiento, pero dado el entumecimiento de sus piernas y la debilidad que le generaba la falta de nutrientes, cayó. Fue a parar al suelo, donde el charco que hasta hace poco solamente mojaba las plantas de sus pies lo caló entero, incluida su ropa, si es que todavía se le podía llamar así. No podía ponerse de pie, sus músculos decidieron ignorar a su desesperado sistema nervioso. Lo único que pudo hacer fue levantar levemente la mirada, para admirar a la musa cuyo tributo había rechazado anteriormente, pero ahora tanto anhelaba. Ella se limitó a mirarlo, no se movió. El artista advirtió un cambio en el semblante de la mujer, parecía divertirse con todo aquello. Su sufrimiento le hacía gracia, cada vez ensanchaba más su sonrisa, hasta que finalmente se echó a reír. Por medio de sonoras carcajadas, humilló al hombre, de cuyos ojos empezaron a brotar lágrimas; lloró desconsolado, presa de la angustia, el hambre y el miedo.

Así transcurrieron los próximos minutos, entre sollozos y risas. Tanto se mezclaban y tal era su confusión que, llegado un punto, no sabía distinguir entre los sollozos y las sonrisas, entre los gritos de horror y las sonoras carcajadas que rebotaban incansables en las paredes. Finalmente el silencio volvió a cubrir la estancia, silencio que el artista agradeció, pues sentía que sus escasas fuerzas pronto terminarían por abandonarlo. Además, los llantos y las risas no hicieron más que agravar la situación. La musa volvió a su estado natural; sus manos volvían a ofrecer alimento y su mirada, esta vez algo más apagada, volvía a atraerlo. El pintor, que no podía desperdiciar la que supuso era su última oportunidad, se puso en marcha. Determinado, hizo acopio de sus últimas fuerzas y las utilizó todas con un solo propósito, arrastrarse hasta la otra esquina del estudio, cubrir la distancia de escasos metros que lo separaba de su musa.

No sabría decir cuantos segundos, minutos u horas pasó con la cabeza hundida en el charco, presa del frío y el hambre, moviendo levemente su cuerpo, tratando de llegar hasta la deliciosa comida que ya casi podía oler. Al fin, con la cara cubierta de suciedad y la ropa aún más destrozada que antes, llegó hasta donde se encontraba la mujer. Una vez allí, comió y comió hasta que vió sus fuerzas renovadas, hasta que experimentó por primera vez en lo que le pareció una eternidad la sensación de seguir vivo. Tras el empacho, decidió tomarse un respiro, y la musa lo acompañó en su descanso, posándose a su lado durante el tiempo que duró la siesta.

Para cuando el artista abrió los ojos, la hermosa mujer que lo acompañaba ya había desaparecido. Lo primero que sintió fue pesar, pues en el fondo esperaba poder disfrutar más tiempo de su compañía, pero rápidamente alejó tales pensamientos de sí, seguía teniendo que cumplir una misión, no podía permitirse tales lujos. Aunque ciertos músculos de su cuerpo seguían entumecidos y todavía estaba empapado hasta la médula; vió sus fuerzas renovadas y logró levantarse. Se irguió por primera vez en una eternidad; no tenía hambre ni sed, y los otros males que lo atormentaban parecían insignificantes ante la sensación de júbilo que lo envolvía. Pese a todo, no se permitió sonreír o alegrarse, pues solo con una mente despejada y alejada de toda turbulencia podría aprovechar al máximo la virtud que le había sido dada. El blanco lienzo seguía allí, rebosante de pureza, sin una sola mancha; escuchó su llamada de nuevo, el leve susurro que lo envolvía como una manta en invierno; reconfortante, la voz que lo alentaba a acercarse lo llamaba con más fuerza, o quizá era él quién esta vez era capaz de escuchar mejor, en cualquier caso, volvió sobre sus pasos; esta vez caminando, hacia su asiento.

Con la espalda recta y una expresión de determinación y concentración absolutas, ocupó su trono. Con sus manos ahora firmes como el acero, recogió sus instrumentos. El artista cerró los ojos e inspiró hondo. Sintió cómo se alejaba de su ser, como si se mirara a sí mismo desde fuera, mientras toda sensación que albergaba su cuerpo iba perdiendo intensidad. Flotaba en un mar de tranquilidad, había logrado entrar en un estado de trance perfecto, de concentración absoluta. Abrió los ojos con cuidado, pues no quería desperdiciar su momento de lucidez siendo demasiado brusco. Decidido a comenzar al fin con su obra maestra, levantó el pincel y lo mojó en pintura, no tuvo siquiera que pensar; con su mente completamente en calma, realizó el primer trazo. Sus manos se movían con la elegancia y la sutileza de un experto; sus ojos, tan brillantes como el rojo carmesí que ahora inundaba el lienzo, bailaban con la pintura, moviéndose a su son; su mente, tan vacía como llena y tan activa como apagada, se mecía en su recién adquirido estado de calma, regocijándose por tal descubrimiento.

Los segundos, los minutos y las horas transcurrieron. Eventualmente la pintura negra se agotó, así que el artista se vio obligado a enfatizar aún más en el rojo, añadiendo nuevos tonos, aún más brillantes y a la vez más oscuros. Llegado cierto punto, los ligeros y livianos movimientos empezaron a tornarse pesados, su recién adquirido estado de serenidad comenzó a flaquear. Pasado algo más de tiempo, la inspiración se agotó y el pintor salió definitivamente del trance. Posó sus utensilios definitivamente sobre la mesilla y levantó la mirada para ver su obra. De los nuevamente cansados ojos del artista comenzaron a brotar lágrimas de felicidad por ver su pintura finalizada.
Cumplido su cometido, debía abandonar su santuario, del que no tenía recuerdo de haber salido nunca, pese a que seguramente lo hubiera hecho, no hace tanto. Por primera vez, giró la cabeza hacia su derecha, donde se encontraba la salida. Unas pocas escaleras conducían a una puerta de madera maciza, por cuyos bordes apenas se filtraba la tenue luz procedente de la calle. El artista se levantó con decisión, y emprendió su marcha hacia el exterior, con paso seguro, a pesar del cansancio acumulado las horas pasadas. Avanzó hasta encontrarse de frente con los escalones, despacio, comenzó a subirlos. Con una mano en el pomo de la puerta, volteó la cabeza para dar un último vistazo a su obra, rebosante de satisfacción, sonrió. El agotamiento y la felicidad le nublaron tanto los sentidos que olvidó cerrar la puerta al salir.

Era de noche cuando el artista abandonó su estudio, la entrada al sótano estaba situada en una estrecha callejuela, iluminada por un par de farolas parpadeantes que irradiaban luz anaranjada. No solía pasar gente por aquella calle, y menos aún a oscuras; sin embargo, el destino quiso que un joven que se paseaba por la ciudad acabara teniendo que cruzar por allí esa misma noche. El chico, de no más de veinte años de edad, sintió un olor desagradable proveniente de una puerta abierta unos metros delante de él. Se le erizó el cabello, esperaba no tener que encontrarse con nadie a esas horas. Pensó en dar la vuelta y buscar un camino más seguro a casa, pero su madre lo estaba esperando y se enfadaría si llegaba tarde, por lo que decidió cruzar rápidamente ese tramo.
A medida que acortaba la distancia que lo separaba de la puerta, el olor a podrido iba haciéndose cada vez más insoportable, hasta el punto en el que tuvo que taparse la nariz. A pesar de que tenía miedo, su curiosidad iba en aumento a medida que se acercaba, no oyó ni un solo sonido salir de aquel extraño lugar. Cuando por fin estaba lo suficientemente cerca, asomó la cabeza a la puerta y se encontró con que la estancia estaba a oscuras, la única luz que se filtraba era la de las farolas. Solo podía distinguir un brillo rojizo en el suelo. Se quedó quieto unos segundos y aguantó la respiración, tratando de escuchar algo, sin éxito. Miró a ambos lados del callejón y, tras comprobar que estaba solo, se aventuró a entrar en el sótano.

Bajó unos escalones a oscuras, hasta que, tras tantear la pared de su derecha, encontró un interruptor. Lo pulsó. Una bombilla que colgaba del techo empezó a parpadear. El joven descubrió que el brillo rojizo que había visto antes era un líquido rojo oscuro, parecía sangre. Un charco de sangre, a un escalón de sus pies. Paseó la mirada por el habitáculo, parecía el polvoriento estudio de un pintor, lleno de lienzos. Todos ellos estaban pintados con dos colores. Rojo y negro. En el centro del estudio, justo debajo de la bombilla, un cuadro reposaba sobre su caballete, dándole la espalda. El aire era denso, costaba respirar, eso y el mal olor, al que el joven no lograba acostumbrarse, junto con la terrorífica escena que tenía ante sus ojos, le hicieron querer salir de allí lo antes posible, pero su curiosidad pudo con el miedo.

Quería ver el cuadro. Comenzó a sentir las manos entumecidas. Tenía que verlo. Se sentía fuera de sí mismo, como si alguien lo estuviera forzando a quedarse allí, a ver el cuadro. Avanzó lentamente, sus pies chorreando sangre a cada paso, pero dejó de importarle. Dejaron de importarle la oscuridad, el mal olor y el miedo. También dejaron de importarle las otras pinturas. Ni siquiera la imagen del cadáver de una mujer al fondo de la habitación, descuartizado y putrefacto, pudo sacarlo de su trance. Tampoco el hecho de que hubiera visto el rostro de esa mujer varias veces en los últimos días, en carteles de “desaparecida” por toda la ciudad le hizo reflexionar.

Parecía que el cuadro mismo le susurraba, le pedía que se acercara más, que lo mirara. Y así lo hizo. Una mezcla de trazos rojos y negros aparecieron ante él, plasmados en el lienzo creando formas indescriptiblemente horrorosas, pero a la vez extrañamente bellas. Las voces lo obligaron a quedarse, a seguir mirando, a descifrar más sobre el cuadro, sobre sus trazos, sobre su significado. Y así lo hizo.
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Raúl Conesa
No puedo vivir sin este foro
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Registrado: 15 Mar 2019 02:27
Ubicación: Alicante

Re: Un cuadro de rojo y negro (relato de terror/misterio)

Mensaje por Raúl Conesa »

Bienvenido al foro, Antxon.

No está nada mal, salvando algunos elementos de estilo cuestionables (muchos adjetivos, adverbios modales y puntos y coma). También he visto un mal uso de un tiempo verbal en el segundo párrafo ("pues desde hace un tiempo un mal mucho peor que los anteriores").

A nivel argumental, me esperaba algo tirando más a la tragedia sobrenatural, que el pintor hubiera muerto intentando alcanzar uno de sus viejos cuadros (la mujer, que podría ser alguien importante para él), y después, convertido en fantasma, pintara un cuadro de su propio cadáver (esto se aclararía al llegar el joven). Que el pintor fuera un asesino caníbal tiene su punto también, pero no me ha causado un impacto emocional.

En general, es un buen relato para alguien que acaba de empezar. Para futuros relatos te recomiendo no depender tanto de los adjetivos y los adverbios modales, ya que así se agilizaría la lectura.
Era él un pretencioso autorcillo,
palurdo, payasil y muy pillo,
que aunque poco dijera en el foro,
famoso era su piquito de oro.
Antxon Gómez
Mensajes: 2
Registrado: 19 Ene 2021 12:22

Re: Un cuadro de rojo y negro (relato de terror/misterio)

Mensaje por Antxon Gómez »

Muchas gracias Raúl!

Tendré muy en cuenta tus consejos para mis próximos relatos.
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lucia
Cruela de vil
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Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: Un cuadro de rojo y negro (Relato de terror/misterio)

Mensaje por lucia »

Pues fíjate que pensé que la mujer era un cadáver al principio, pero luego, cuando se rió y tal pasé a pensar que era una alucinación del pintor.

En cuanto a la forma, pues el primer tercio es el que acumula más fallos, o donde más cuenta te das de ellos, pero luego atrapa.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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