Se acabó (Microrrelato)
Se acabó (Microrrelato)
A la mañana siguiente regreso al parque. Es una mañana radiante de domingo. Llevo el cochecito con el bebé; está dormida. Me siento en un banco a la sombra de una morera. Hay muy poca gente por la calle. Saco un libro “La Isla Misteriosa”. Debí leerlo hace mucho. Espero que sepa sumergirme en ese tipo de historias.
En otro banco, a mi izquierda, hay sentado un anciano. A unos diez metros. No reparé en él hasta que una señora se acercó y le preguntó la hora. El viejo la miró sin hacer un gesto, sin decir una palabra. La señora insistió: ¡eh, oiga, ¿tiene usted hora?!! Él siguió mirándola sin contestar, sin expresión en los ojos. Tenía ambas manos apoyadas en su bastón. “¡¿Está usted sordo?!! Le inquiere nuevamente la señora.
La mujer pasó a mi lado hecha una furia y diciendo “bah, este viejo está chalado”. Sonreí y seguí enfrascado en la lectura. Al momento entreví por el rabillo del ojo como un movimiento rítmico procedente del anciano. Levanté la vista del libro y lo miré: se estaba masturbando. Con la mano izquierda sujetaba el bastón y con la derecha hacía un movimiento arriba y abajo, frenético, delirante, que no casaba con su vejez. Al cabo de unos minutos vi que se tensaba y al rato, adoptaba una postura más relajada. Sus ojos miraban al infinito. No se percató que yo estaba cerca, o no le importó. Se frotó las manos. Se puso de pie, se las limpió en la corteza de un árbol y se fue caminando muy despacio. Hacia el estanque de los sauces llorones donde algunos patos sacudían sus alas y donde la espuma del agua pasaba por debajo de los puentes.
Sentí una tristeza profunda por ese ser humano. Me pregunté qué historias de amor habría vivido ese hombre, acabadas todas para siempre.
Cuando despertó, el anciano se había ido.
En otro banco, a mi izquierda, hay sentado un anciano. A unos diez metros. No reparé en él hasta que una señora se acercó y le preguntó la hora. El viejo la miró sin hacer un gesto, sin decir una palabra. La señora insistió: ¡eh, oiga, ¿tiene usted hora?!! Él siguió mirándola sin contestar, sin expresión en los ojos. Tenía ambas manos apoyadas en su bastón. “¡¿Está usted sordo?!! Le inquiere nuevamente la señora.
La mujer pasó a mi lado hecha una furia y diciendo “bah, este viejo está chalado”. Sonreí y seguí enfrascado en la lectura. Al momento entreví por el rabillo del ojo como un movimiento rítmico procedente del anciano. Levanté la vista del libro y lo miré: se estaba masturbando. Con la mano izquierda sujetaba el bastón y con la derecha hacía un movimiento arriba y abajo, frenético, delirante, que no casaba con su vejez. Al cabo de unos minutos vi que se tensaba y al rato, adoptaba una postura más relajada. Sus ojos miraban al infinito. No se percató que yo estaba cerca, o no le importó. Se frotó las manos. Se puso de pie, se las limpió en la corteza de un árbol y se fue caminando muy despacio. Hacia el estanque de los sauces llorones donde algunos patos sacudían sus alas y donde la espuma del agua pasaba por debajo de los puentes.
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Cuando despertó, el anciano se había ido.
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
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Re: Se acabó
Lo siento, creo que debía de haberme inspirado algo de melancolía, pero sólo se me ocurre reírme. Es que resulta tan imprevisible, Hermann.
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HERMANN escribió:madison escribió:El autoerotismo es fuente de bienestar físico, psicólogico, intelectual y espiritual. Así que mira, igual el hombre tiene la costumbre adquirida desde su adolescencia
Autoerotismo......qué fisna ¿no?
Llámese también onanismo. Ah, perdón, que ahora estamos con la soledad.
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Agatha escribió:Pues yo también lo veo como un pobre hombre solo, al que se le han acabado las historias sexuales y amorosas en su vida.
Gracias Agatha. Si es que no me entiende nadie...
Lo que es sorprendente es que un señor de ochenta años tenga ganas todavía de cascársela. Perdón, de autoerotizarse... Es broma Madison, ¿eh?