Estoy un poco desaparecido; entro casi a diario y les leo de vez en cuando, pero no participo porque el trabajo no me deja muchas fuerzas ni ganas, pero eso acabará pronto, cuando los chicos se vayan a prácticas de empresa. Este microrrelato ha salido como un escupitajo cuando la flema inunda la boca e impide respirar. Es como un desahogo. Sean crueles con él pero mímenlo, que nació en cinco minutos de cordura. O de locura, que ya ni sé. |
Todo daba vueltas a su alrededor. Después de unos segundos de confusión sintió la fuerza que le arrastraba en círculos y comprendió que era él quien daba vueltas. Comenzó a levantarse una nube de polvo. A través de la arena en suspensión vio pasar a gran velocidad algo semejante a una estantería llena de libros, luego un cuaderno que parecía sin estrenar, a continuación un libro abierto apoyado en un sofá, después una ventana. Sintió un calambre en el cuello y tuvo que encogerlo para calmar el dolor. En ese momento atravesó una nube de arena que le provocó arañazos en la cara y en el resto de piel que tenía a descubierto. Cerró los párpados instintivamente, pero ya era tarde: los ojos le ardían como si tuviera cristales clavados en la córnea. Se los frotó y lanzó un alarido de dolor.
Luego se sintió ingrávido. Abrió los ojos y apenas podía ver colores borrosos sobre un fondo negro. Había perdido la visión, pero la ceguera no era total: vio el suelo a cientos de metros, quizá varios kilómetros de distancia, y distinguió lo que parecía ser la boca de un tornado. Poco a poco se iba sintiendo menos liviano, hasta que se dio cuenta de que estaba cayendo. Entonces notó un dolor inaguantable en las piernas, que parecían moverse sin control, y supuso que se las habría quebrado dentro del tornado.
El aire, en vez de acariciarle, le golpeaba. Cada vez caía más rápido. No sabía si las manchas marrones que veía eran el suelo o síntoma de que la ceguera empeoraba. Sólo tenía una evidencia: estaba cada vez más cerca del suelo. Le consolaba saber que no sentiría el impacto, pero eso no compensaba las historias que aún le quedaban por escribir.
Debía estar a punto de colisionar contra el suelo cuando se encontró a sí mismo jadeando desconsoladamente en la cama. Después de unos instantes comenzó a palparse y comprobó que todo estaba bien: las piernas estaban sanas, la piel estaba libre de cortes y los ojos no le dolían. Encendió la luz y suspiró de alivio al comprobar que seguía teniendo la vista intacta. Entonces recordó que el día anterior había comenzado las vacaciones. Apagó la luz y se acostó, pero tras varios minutos dando vueltas no consiguió conciliar el sueño, así que se levantó, se sentó en su escritorio y continuó escribiendo su novela.