Los laberintos de Creta (Microrrelato)
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Los laberintos de Creta (Microrrelato)
Los laberintos de Creta
Los empalagados oídos de la bestia repasan una vez más su repertorio infame. Los aguza para regodearse con los gritos, los estertores, los gemidos apenas audibles, alternándose con ese silencio que atruena más que todos los sonidos. Pero tarde o temprano, el éxito continuo embota los sentidos y vuelve obtuso al más astuto. Cuando el silencio finalmente se adueña de las paredes de piedra, el monstruo resopla satisfecho y se duerme a pezuña suelta.
Es el momento para el otro, para el que ha venido decidido a la victoria. Se enfoca. Remueve los cuerpos lacerados que lo cubren. Estos restos sanguinolentos, ahora inertes, han servido para cubrirlo y así poder fingir la propia muerte. Para sus planes nunca hubo otra alternativa ni dilema alguno: ellos debían morir para que él viviera. No siente más emoción que el de la inminencia ni les dedica más pensamiento que ése. Extrae sigilosamente la espada de entre los pliegues de la túnica, se yergue y se desplaza elástico, como los tigres que ha vislumbrado en las jaulas áureas de palacio durante el banquete propiciatorio. La misma luz amarilla parece encenderse también en sus pupilas cuando se acerca al monstruo dormido. Lo contempla sólo unos segundos para asegurarse de la eficacia del lance, levanta el bronce, inspira, y lo baja con la determinación de los héroes. La bestia abre los ojos, se despierta atónita y comprende en el repentino fulgor de una fracción de un segundo, que está contemplando los amarillos ojos de la muerte. Y vuelve a dormirse, esta vez para siempre, con un filo clavado en el testuz.
Teseo hincha los pulmones con avidez y ríe; ríe hasta el vómito, hasta agotar el temblor que le ha provocado el esfuerzo. Luego busca por los corredores hasta hallar la punta del hilo; lo saca de debajo de la piedra con que ha prevenido su pérdida y lo sigue paso a paso hasta salir a la noche nimbada y silenciosa. Ariadna lo espera entre los olivos que la luna enciende como ramos de estrellas azules. Cuando lo ve, corre hacia él y lo abraza: es hora de cobrar su recompensa. La pequeña Fedra los contempla con ojos vidriosos; está temblando, aunque no puede determinar si es por el miedo o por el frío húmedo del relente. O por algo más; algo nuevo que todavía no comprende y que se parece extrañamente al rencor. O a la envidia. Es tan joven que no lo reconoce.
Bajo el suave viento oceánico corren los tres, entre matas y olivares. Alcanzan el puerto, donde está fondeada la nave y trepan velozmente, ayudados por la tripulación. El capitán pregunta por los otros, Teseo niega con un gesto decidido y el otro comprende. La nave parte, elude las rocas cercanas y enfrenta el mar abierto. Todo sucede en el más absoluto silencio. Pronto, sobre el mar en perfecta calma, el plenilunio dibuja la silueta de un islote; una orden escueta los acerca a sus playas y atracan ayudados por la brisa apacible. Horas después, cuando la aurora se anuncia con su pregón escarlata, zarpan nuevamente dejando Naxos a su espalda, rumbo a la patria cercana. Hay un pasajero menos; pero la orden ha sido ratificada, nuevamente perentoria. Fedra, apoyada en la borda, sonríe.
Después vendrá la leyenda y la fama recorrerá su propio laberinto indescifrable. Se hablará de la increíble hazaña, del regreso indemne de todos los jóvenes enviados para ofrenda de la bestia y salvados por el valor generoso del héroe; de la pobre Ariadna, trágicamente extraviada en la tormenta.
Los empalagados oídos de la bestia repasan una vez más su repertorio infame. Los aguza para regodearse con los gritos, los estertores, los gemidos apenas audibles, alternándose con ese silencio que atruena más que todos los sonidos. Pero tarde o temprano, el éxito continuo embota los sentidos y vuelve obtuso al más astuto. Cuando el silencio finalmente se adueña de las paredes de piedra, el monstruo resopla satisfecho y se duerme a pezuña suelta.
Es el momento para el otro, para el que ha venido decidido a la victoria. Se enfoca. Remueve los cuerpos lacerados que lo cubren. Estos restos sanguinolentos, ahora inertes, han servido para cubrirlo y así poder fingir la propia muerte. Para sus planes nunca hubo otra alternativa ni dilema alguno: ellos debían morir para que él viviera. No siente más emoción que el de la inminencia ni les dedica más pensamiento que ése. Extrae sigilosamente la espada de entre los pliegues de la túnica, se yergue y se desplaza elástico, como los tigres que ha vislumbrado en las jaulas áureas de palacio durante el banquete propiciatorio. La misma luz amarilla parece encenderse también en sus pupilas cuando se acerca al monstruo dormido. Lo contempla sólo unos segundos para asegurarse de la eficacia del lance, levanta el bronce, inspira, y lo baja con la determinación de los héroes. La bestia abre los ojos, se despierta atónita y comprende en el repentino fulgor de una fracción de un segundo, que está contemplando los amarillos ojos de la muerte. Y vuelve a dormirse, esta vez para siempre, con un filo clavado en el testuz.
Teseo hincha los pulmones con avidez y ríe; ríe hasta el vómito, hasta agotar el temblor que le ha provocado el esfuerzo. Luego busca por los corredores hasta hallar la punta del hilo; lo saca de debajo de la piedra con que ha prevenido su pérdida y lo sigue paso a paso hasta salir a la noche nimbada y silenciosa. Ariadna lo espera entre los olivos que la luna enciende como ramos de estrellas azules. Cuando lo ve, corre hacia él y lo abraza: es hora de cobrar su recompensa. La pequeña Fedra los contempla con ojos vidriosos; está temblando, aunque no puede determinar si es por el miedo o por el frío húmedo del relente. O por algo más; algo nuevo que todavía no comprende y que se parece extrañamente al rencor. O a la envidia. Es tan joven que no lo reconoce.
Bajo el suave viento oceánico corren los tres, entre matas y olivares. Alcanzan el puerto, donde está fondeada la nave y trepan velozmente, ayudados por la tripulación. El capitán pregunta por los otros, Teseo niega con un gesto decidido y el otro comprende. La nave parte, elude las rocas cercanas y enfrenta el mar abierto. Todo sucede en el más absoluto silencio. Pronto, sobre el mar en perfecta calma, el plenilunio dibuja la silueta de un islote; una orden escueta los acerca a sus playas y atracan ayudados por la brisa apacible. Horas después, cuando la aurora se anuncia con su pregón escarlata, zarpan nuevamente dejando Naxos a su espalda, rumbo a la patria cercana. Hay un pasajero menos; pero la orden ha sido ratificada, nuevamente perentoria. Fedra, apoyada en la borda, sonríe.
Después vendrá la leyenda y la fama recorrerá su propio laberinto indescifrable. Se hablará de la increíble hazaña, del regreso indemne de todos los jóvenes enviados para ofrenda de la bestia y salvados por el valor generoso del héroe; de la pobre Ariadna, trágicamente extraviada en la tormenta.
Última edición por Paraná el 03 Jun 2017 16:33, editado 1 vez en total.
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- Cualquiera
- Lector ocasional
- Mensajes: 26
- Registrado: 08 May 2017 16:34
Re: Los laberintos de Creta
Me viene la sentencia: El hombre es un lobo para el hombre. Pinte de la forma que pinte. El relato, hoy, la mujer (lo soy), aun disfrazada de cualquier moralina, no deja de ser una pésima imitadora del hombre (en su crueldad).
Excelente.
Excelente.
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- Paraná
- No tengo vida social
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Re: Los laberintos de Creta
Así es, Cualque. La historia está plagada de héroes sanguinarios que aplaudimos porque en el fondo parecemos justificar sus monstruos interiores. Los mitos están plagados de ferocidades, y hay que recordar que es en los mitos, precisamente, donde están nuestra naturaleza más profunda y los arquetipos que rigen la conducta humana.
Muchas gracias por tu lectura
Muchas gracias por tu lectura
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Re: Los laberintos de Creta (Microrrelato)
Juzgar los mitos bajo los parámetros morales actuales nunca es bueno. Sobre todo porque te arriesgas a perder el contexto. Y lo mejor de tu texto, Paraná, es que no juzgas a Teseo, aunque a Fedra sí que la colocas bajo una luz oscura y malévola.
Nuestra editorial: www.osapolar.es
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- Paraná
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Re: Los laberintos de Creta (Microrrelato)
Es verdad. Ahí me sale lo subjetivo. ¿Sabés que no puedo ser "neutral" cuando un mito o un cuento tradicional, empiezan a escocerme por dentro? Y cuando sucede, tengo que vomitarlo. Esta Fedra siempre me está rondando... ¿Por qué se emparejó con el tipo que había abandonado a su hermana para que se muriera de la manera más atroz? Tendrá algo que ver con la venganza por el hermano monstruoso, a quien quizá ella amaba a pesar de su monstruosidad? ¿Será lujuria despertada cuando era sólo una cría, por el avieso y ambicioso Teseo? ¿O simple y llana falta de sentido moral? ¡Mirá que después se lo cargó a su hijastro, el casto Hipólito! En fin. Hay para hacerse los ratones por mucho tiempo, y levantar a Freud de su tumba ¿no?
Gracias, Lu.
Gracias, Lu.
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- Edgardo Benitez
- No tengo vida social
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Re: Los laberintos de Creta (Microrrelato)
Respeto tus luchas internas, morales y prefiero no opinar al respecto. Pero si has removido mis células simpatizantes de la historia. Veo que te unes a Borges y Cortázar en el intento por descifrar la historia ya contada mil veces en la actualidad, porque este tema es actual como bien lo manifiestan tus mismos temores.
Me gusta tu prosa.
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¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
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- Paraná
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Re: Los laberintos de Creta (Microrrelato)
Con eso me doy por más que bien servida, Edgardo. Este relato propone, precisamente, repreguntarse, replantearse, mirar con otra lente lo que nos repiten a través de los siglos.
¡Muchas gracias!
¡Muchas gracias!
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Re: Los laberintos de Creta (Microrrelato)
Muy bueno.
Me transporto a una epoca de un buen colega peruano que escribía a menudo relatos como éste.
Espero poder ver más de tus relatos por aquí
Me transporto a una epoca de un buen colega peruano que escribía a menudo relatos como éste.
Espero poder ver más de tus relatos por aquí
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Re: Los laberintos de Creta (Microrrelato)
Paranilla, me lo pongo entre mis pendientes de LFE