Formas afines (Relato ciencia ficción)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

Moderadores: Megan, kassiopea

Responder
Avatar de Usuario
Sagaz
Lector voraz
Mensajes: 221
Registrado: 05 Dic 2016 22:18
Ubicación: Alianza-Maui
Contactar:

Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por Sagaz »

Hola :hola:

Tenía muchas ganas de compartir este relato por aquí, pero al haberlo presentado a un concurso no he podido hacerlo antes. Este relato lo escribí a principios de año para el TerBi (uno de los premios de ciencia ficción más importantes de España) y tardé unos dos meses en terminarlo. Echando la vista atrás, estoy muy orgulloso de la criatura, la verdad; no solo por la cantidad de tiempo y esfuerzo dedicado, sino porque tuve que escribirlo en mitad de una oposición y porque, además, me supuso todo un reto en cuanto a documentación y trabajo de revisión. Hace un par de días salieron los cuatro finalistas del concurso; lamentablemente, el mío no estaba entre ellos. Entre 212 relatos que se presentaron, y sabiendo el nivel que se suele gastar en estos concursos, tampoco esperaba otra cosa.

He estado pensando largo y tendido qué hacer con la criatura. Lo primero que pensé fue mantenerlo inédito para poder presentarlo a futuros concursos, pero finalmente he decidido compartirlo. Me gusta el relato, y me hace más ilusión que se lea fuera de mi círculo habitual y de jurados varios que la perspectiva de pasearlo por distintos certámenes como un trozo de ganado.

Sé que lo normal en este subforo es pegar los relatos directamente en el hilo, pero no creo que sea lo mejor en este caso. El relato tiene unas 8.000 palabras (33 páginas en pdf) y no me imagino a nadie leyéndolo entero en un formato tan incómodo. Así que lo he subido en diferentes formatos (.mobi, .epub, .azw3 -recomendado para kindle-, y .pdf), para que cada uno elija el que mejor le venga.

Por cierto, el tema del concurso era universos paralelos :)

Espero vuestras opiniones despiadadas :cunao:

:60:

Edito: Por sugerencia de Lucía y Megan (¡gracias!) voy a ir subiendo el relato por partes. Por cierto, no sé qué ha ocurrido que el título ha cambiado a "novela ciencia ficción". No es una novela, sino un relato (largo).
Última edición por Sagaz el 16 Jun 2017 16:17, editado 2 veces en total.
1
Avatar de Usuario
Megan
Beatlemaníaca
Mensajes: 19461
Registrado: 30 Mar 2008 04:52
Ubicación: Uruguay

Re: Formas afines (Ciencia ficción - relato largo)

Mensaje por Megan »

Sagaz, ¿por qué no lo vas colgando aquí por partes?
Resulta más cómodo que ir al enlace, vas poniendo por capítulo y se hace más ameno, porque esperamos que pasará.
Eso, si estás de acuerdo claro :D
Imagen

🌷🌷🌷Give Peace a Chance, John Lennon🌷🌷🌷

Lee, escribe y comenta en Los Foreros Escriben
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84497
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: Formas afines (Novela ciencia ficción)

Mensaje por lucia »

Yo me he leído alguno mas largo, pero lo fueron subiendo poquito a poco. De hecho, alguno se convirtió después en libro :mrgreen:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Avatar de Usuario
Sagaz
Lector voraz
Mensajes: 221
Registrado: 05 Dic 2016 22:18
Ubicación: Alianza-Maui
Contactar:

Re: Formas afines (Novela ciencia ficción)

Mensaje por Sagaz »

Megan escribió:Sagaz, ¿por qué no lo vas colgando aquí por partes?
Resulta más cómodo que ir al enlace, vas poniendo por capítulo y se hace más ameno, porque esperamos que pasará.
Eso, si estás de acuerdo claro :D
lucia escribió:Yo me he leído alguno mas largo, pero lo fueron subiendo poquito a poco. De hecho, alguno se convirtió después en libro :mrgreen:
Pues sí, buena idea, ¡gracias! :D No había caído.

Ahora no ando por casa pero en cuanto llegue empiezo a subirlo por partes para que se haga más ameno :60:
1
Avatar de Usuario
Sagaz
Lector voraz
Mensajes: 221
Registrado: 05 Dic 2016 22:18
Ubicación: Alianza-Maui
Contactar:

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por Sagaz »

Primera parte

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=xSqwNnnn ... v2&index=1[/youtube]

Visualiza una manzana. Cualquier manzana.
No te preocupes por los detalles; lo importante es el concepto. ¿Lo tienes? Bien. Ahora, siendo consciente de que hay más de siete mil millones de personas sobre la superficie de la Tierra, hazte la siguiente pregunta: ¿cuántas más podrían estar pensando en manzanas en este preciso instante? La cifra debe de ser abrumadora. Incluso si delimitásemos el color, la forma o la variedad de la manzana concreta en la que tú estás pensando, sería estadísticamente incontestable que alguien ha debido de imaginar una manzana coincidente en algún lugar del mundo.
Olvídate de la manzana. Ahora quiero que pienses en una habitación. De nuevo, no hace falta detenerse en los detalles: cíñete a los elementos esenciales que definen el concepto universal de «habitación». Sabes lo que voy a decirte ahora, ¿verdad? En efecto: no eres el único. Cientos de miles, millones de seres humanos acaban de hacer lo mismo que tú. Descartemos por un momento todos esos pensamientos puramente utilitarios y vayamos un paso más allá. Imagínate dentro de esa habitación. Estás ahí, en ese receptáculo mental, y no estás solo. No estás solo. Porque es imposible que seas el único entre siete mil millones.
Algunos dirían que hay algo místico en la certeza de confluir con un número indeterminado de personas en un idéntico pensamiento. Otros, que no es más que un frívolo espejismo.
Huey Boone no era uno de ellos.

Hoy abandono temprano las garras de la maquinaria corporativa. Hacer horas extra no va conmigo. Aunque aún no me ahorra el resentimiento de algunos compañeros, mi enfermedad mantiene a raya a los jefes. Entiendo que por miedo a los sindicatos y no por compasión. Puede que esté loco, pero no soy un ingenuo.
El bulevar vibra, hierve de actividad, palpitando como una arteria llena de sangre. Mi móvil suena en el bolsillo. Una interfaz de enlaces sociales parpadea en la pantalla: Frank está constipado; Kerry y Olson han discutido; Nicholas despotrica contra el nuevo impuesto sobre su marca favorita de cigarrillos. Un gracioso personaje pixelado —una especie de león azul con las orejas muy largas— irrumpe en la pantalla para informar sobre mi tendencia de afinidad decreciente de las últimas dos semanas y, con voz monocorde, me suelta una retahíla de acciones recomendadas. «Kerry. Último contacto personal registrado: doce días. Actividades sugeridas: café myanma en Cane, Mario Coglianese. Brunch conceptual a las 11:15 horas en Johannes. Partido de los Jaspers el domingo. Olson. Último contacto personal registrado…».
Aburrido, disparo el rompehielos que programé hace un par de días. Funciona. La boca del león azul sigue moviéndose, pero ahora sin sonido.
Mi madre me estrangularía si me viera.
Me pongo los auriculares, bajo a la estación de metro y allí encuentro una reconfortante serenidad. No es que el metro de Manhattan C sea un lugar tranquilo. Todo lo contrario; es una ruidosa marabunta de rostros anónimos, lo que significa que puedo reducir mis interacciones sociales al mínimo. Me hace sentir como una gota de agua en la tormenta. Solo tengo que dejarme caer.
Me separan tres janpus de mi apartamento desde el Lanzador Lota. Pero no pretendo engañarme, ni fingir que lo intento: no voy a mi apartamento. Enfilo hacia el Lanzador Tau. Una hilera de rostros apremiantes se aglomera frente al panel de descarga. Un destello de led diocromado al borde de mi campo visual me avisa de que los paneles premium están casi vacíos. Reticente, hurgo en mi bolsillo hasta dar con mi holotarjeta de funcionario. Solo me quedan dos viajes premium este semestre. Miro de nuevo hacia el panel del Lanzador Tau, donde se hacina la impaciente plebe de la que estoy solo a dos viajes de formar parte.
Me permito el lujo de sentirme importante y me lanzo al despilfarro con mi holotarjeta por delante. Una azafata armenia comprueba algo en el terminal de realidad aumentada y me despide con una sonrisa afectada:
—Salte seguro y feliz día, señor Boone.

El sector Dudnic es una especie de diorama atemporal donde el esfuerzo por alcanzar la perfección produce un inevitable regusto a sintético. Incluso a irrealidad. El sol de la tarde tapiza de naranja las grandes avenidas, con su tráfico ordenado y su silencioso discurrir. A mí estos distritos siempre me han parecido un poco cursis y enlatados. Un lienzo sin lugar para la improvisación. Ni para tipos como yo.
Así que clavo la mirada en el suelo y camino sin agobios hacia el St. Claire. Los primeros acordes de Give Me Novacaine empiezan a sonar a través de los auriculares. Subo el volumen. El rompehielos silencia los avisos de cuatro aplicaciones terapéuticas.
El encargado de la cafetería me recibe con su habitual cara de pocos amigos. Solo los trabajadores del hospital tienen la costumbre de comer allí; los pacientes y los familiares prefieren tirar de Drone’n Service y similares. Entiendo que desconfíe de mí, porque la comida es decepcionante de verdad.
Mi móvil empieza a sonar. La inesperada melodía me sobresalta, maldigo en voz alta y desbloqueo la pantalla bajo la torva mirada del camarero: diecisiete notificaciones. La condenada interfaz terapéutica bloquea el reproductor de música. Parece ha logrado desquitarse del rompehielos. No importa cuántas veces la rompa; el león azul de los cojones siempre se las apaña para volver. Se me ocurre que un ave fénix hubiera sido una elección de mascota bastante más acertada.
La puerta se abre y ella aparece. Un beep en el bolsillo indica un aumento de endorfinas en mi organismo. Eso complacerá a mi león de la felicidad por ahora.
Carla.
Un ondulante gabán médico marca el ritmo de sus pasos como las alas plegadas de un ángel perezoso. Se mueve entre las mesas con una gracia proverbial, bromeando, riendo, hablando entre susurros con sus colegas del gremio. Son atractivos y todo en ellos apesta a exceso de confianza. Los detesto; un sentimiento tan infantil que pronto se vuelve hacia mí en forma de autocompasión.
Arrebujado en mi solitario y retroiluminado rincón acabo atrayendo algunas miradas. La discreción no es una de sus preocupaciones. En el fondo me divierte la idea de ser algo digno de atención. Supongo que tienen buen ojo para los raros.

Es noche cerrada cuando llego a mi apartamento. Leds a media potencia encienden el pasillo con destellos epilépticos y no se oye otra cosa que el viento y el crujir de las cañerías. La cama deshecha es un bálsamo de paz en una habitación en penumbra. Enciendo el móvil, un cono de luz me ciega; tengo varias llamadas perdidas de mi madre. «Urgente». Será mejor ver qué quiere.
—Hombre, a buenas horas.
El tono de su voz sugiere que tal vez no debería haberla ignorado tanto tiempo.
—¿Qué pasa, mamá? He visto tus…
—¿Sabes qué hora es?
—La verdad es que no.
—Has despertado a tu padre.
—Eres capaz de venir hasta aquí si no te llamo.
—Tenemos móviles por algo, Huey. —Sonrío. Había olvidado lo divertido que es hacerla rabiar—. A ver, ¿has visto el mensaje del señor Vercauteren?
«El señor Vercauteren está bloqueado hasta el fin de los días —pienso—. Por capullo».
—Esto… Mi móvil hace cosas raras últimamente.
—¿Y eso?
—Será por esas aplicaciones de la felicidad. Deben de haber hecho un filtrado selectivo de idiotas a los que no puedo ni ver.
—Déjate de tonterías, Huey —me reprende—. Esto es serio. Es sobre la vista.
—¿Qué pasa con eso?
—Que se ha adelantado.
La noticia me provoca una descarga helada por toda la columna. Clavo las uñas, aprieto el móvil con fuerza mientras un tifón de sensaciones se agolpa en mi estómago.
—¿Por qué?
—El Corregidor llamó. Algo sobre unas vacaciones adelantadas. No quiso aburrirme con los detalles.
«Qué considerado».
—¿Cuándo?
—La semana que viene. El martes.
El martes. La proximidad del momento lo hace parecer real por primera vez. Terriblemente real.
—Es muy pronto.
—Cuanto antes, mejor. Tu padre estuvo de acuerdo, y el señor Vercau…
Cuelgo. No tengo ganas de discutir y tampoco serviría de nada. He asumido que este día podía llegar, ¿no? Hasta me he convencido de que podría ser algo positivo para mí. Si van a reprogramar mi cerebro para curarme, ¿qué demonios hay de malo en ello? Voy a ser feliz. Y seguramente ayude también con lo de Carla. Solo voy a soltar algo de lastre; todo lo que me hace imperfecto. Al principio tuve mis reparos, por eso del libre albedrío. Como si yo hubiera elegido ser así.
No. La realidad es que soy el resultado de un montón de condicionantes aleatorios que no puedo controlar. Eso me digo a mí mismo. Me fascina —y me aterra— con cuánto celo atesoramos una identidad que no nos pertenece.
Y entonces, ¿de qué tengo miedo?
Me tomo dos pastillas de dormina. El embotamiento llega con un agradable cosquilleo en la corteza cerebral.
Cierro los ojos y me imagino una habitación. Es la primera vez que lo hago después del incidente de hace tres semanas, y eso me inquieta un poco —mi hombro hormiguea al evocar el momento del contacto—, pero pronto me siento como en casa. Mi mente delinea cada detalle con precisión arquitectónica. Un abanico de luz cenital perfila con suavidad las siluetas de los que me acompañan. Formas conocidas. Formas afines.
«No estoy solo».
A veces me pregunto por qué hacen esto. Si ellos también piensan en mí o si en realidad no seré el único idiota entre siete mil millones de personas.
1
Avatar de Usuario
seigen
Mensajes: 18
Registrado: 14 Jun 2017 05:30
Ubicación: Monterrey, México

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por seigen »

Muy buen comienzo. Apenas he leído esta primer parte y ya quiero saber qué enfermedad posee Huey (supongo se pronuncia como Jue-í ) y cuál es la identidad del león jaja.

Tengo una conjetura de ideas iniciales, pero me has intrigado. ¡Espero subas pronto la continuación!


Qué mal que tu relato no haya cabido entre los finalistas o los primeros 20, quizás en Amazon o algún otro concurso te vaya mejor. Para esto es siempre una cuestión de suerte, supongo.
1
Avatar de Usuario
Sagaz
Lector voraz
Mensajes: 221
Registrado: 05 Dic 2016 22:18
Ubicación: Alianza-Maui
Contactar:

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por Sagaz »

seigen escribió:Muy buen comienzo. Apenas he leído esta primer parte y ya quiero saber qué enfermedad posee Huey (supongo se pronuncia como Jue-í ) y cuál es la identidad del león jaja.

Tengo una conjetura de ideas iniciales, pero me has intrigado. ¡Espero subas pronto la continuación!


Qué mal que tu relato no haya cabido entre los finalistas o los primeros 20, quizás en Amazon o algún otro concurso te vaya mejor. Para esto es siempre una cuestión de suerte, supongo.
Muchas gracias seigen, en breve subo la continuación :)

Enviar el relato a otros concursos fue algo que me pasó por la mente, pero que no sé si finalmente haré. Como decía, prefiero compartirlo a pasearlo como si fuera un perrito de feria en feria :mrgreen: También hay otro motivo: que me da igual ganar o dejar de ganar (aunque obviamente ganar hace mucha ilusión, sería un mentiroso si dijera lo contrario). Utilizo los concursos para fijarme plazos, para forzarme a escribir incluso cuando no apetece y para explorar temáticas en las que de otra forma no hubiera entrado; si empiezo a reciclar relatos acabaré perdiendo eso, porque me gusta que cada concurso me plantee un nuevo reto, confiando en escribir algo mejor que todo lo anterior.

Los que hacemos en este foro me encantan especialmente, por la dinámica de comentar a medida que lees. Te animo a participar, yo me lo paso genial :D

Muchas gracias por tu comentario seigen.
1
Avatar de Usuario
Sagaz
Lector voraz
Mensajes: 221
Registrado: 05 Dic 2016 22:18
Ubicación: Alianza-Maui
Contactar:

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por Sagaz »

Segunda parte

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=yYoGBsI4 ... 2&index=29[/youtube]

Cuando la ausencia pesa más que el pudor regreso al Hospital sintiéndome como un auténtico yonqui. Ávido, impreciso, voluble. Han pasado cuarenta y ocho horas desde que la vi por última vez. Necesito mi dosis de irrealidad.
Ella no puede estar viva. Eso ya lo sé, pero aún trato de decidir qué hacer al respecto —además de acecharla en su lugar de trabajo, quiero decir—. Temo exteriorizar ese pensamiento. No quiero exponer el castillo de cristal que he construido. No quiero que los muros revienten mientras lucho por no ahogarme entre los escombros. La pura verdad es que me siento más cómodo en esta pseudorrealidad en la que Carla está viva. ¿No puedo simplemente dejarme llevar? ¿Por qué buscar una respuesta que, con toda seguridad, me destruiría?
Pero las preguntas a menudo desentierran una certeza que dormita entre los efectos de los psicofármacos y mi propia aflicción: que solo existe una verdad. Y no es la que yo quiero.
—Buenas noches —dice una voz detrás de mí. Su voz.
Pero…
Me da miedo levantar la mirada y que ella no esté ahí. No obstante, lo hago, y el castillo resiste un primer plano de su rostro: es ella. Está ocurriendo de verdad. Intento construir una frase coherente pero las palabras se me enredan en la garganta. Mi balbuceo le hace gracia, al parecer. Respiro hondo, busco fuerzas para sonreír y pienso qué voy a decir para dejar de parecer un idiota. Pero ella se me adelanta:
—Últimamente ha venido bastante por aquí. ¿Algún familiar ingresado?
Abro mucho los ojos, absorbiendo cada centímetro de su rostro, cada ángulo, cada imperfección. Devoro con anhelo los detalles, los ademanes y microgestos que solo alguien que ha estado siete años casado con ella podría advertir: la forma exacta de su media sonrisa, ese cruce de brazos, cómo enarca la ceja izquierda, o el movimiento calculado con el que se recoge un mechón de pelo tras la oreja.
—No.
Mi respuesta parece sorprenderla; seguro que esperaba una mentira.
—Supongo que no vendrá por la calidad de la comida —bromea.
—No es mucho peor que en mi oficina, pero aquí al menos hay silencio. Unos filetes requemados me parecen un precio razonable por un poco de tranquilidad.
Ella responde con una sonrisa y, por primera vez, su expresión se relaja.
—Supongo que mi presencia les habrá parecido un poco… insólita —añado, intentando conservar la serenidad—. No pretendía molestar.
—Oh, no se preocupe. Verá, pensábamos que era uno de los pacientes del Clarence. A veces vienen por aquí a mendigar biometadona. Podría contarle algunas anécdotas bastante peliagudas.
No puedo evitar reírme ante el paralelismo; me pregunto cómo reaccionaría si le dijese que ella es la biometadona que vengo a mendigar.
—Créame, estas ojeras son congénitas —digo—. Aún no he tenido que desintoxicarme de nada.
—Me deja más tranquila, se lo aseguro. —Extiende su mano hacia mí. El aire parece cargarse de electricidad estática cuando nuestras manos se juntan en un saludo formal—. Soy la doctora Carla Muscat.
—Huey Boone.
—Encantada, señor Boone. —Se lleva un dedo al mentón, un gesto recurrente cuando algo le ronda la cabeza—. Hay algo que nos escama de usted, si me permite. Mis compañeros no me lo perdonarían si no se lo pregunto. Así de aburrida es la vida aquí, ya ve.
—Soy todo oídos.
—¿Qué es eso que siempre hace con las manos?
—Oh. —Extiendo mis dedos y los miro con fingido interés—. Sombras chinescas. Un hobby bastante raro al que alguien me aficionó hace tiempo. Aunque le costó lo suyo.
El rostro se le ilumina por un segundo. Trago saliva, aún indeciso sobre lo que voy a hacer a continuación.
—Qué casualidad —dice—. Yo también practico sombras. Bueno, más bien lo hacía… cuando era pequeña. Hace bastantes años que…
Carla enmudece cuando sitúo las manos bajo la luz láctea de uno de los focos del panel de iluminación. Contorsiono mis dedos, componiendo la mitad de una figura compleja cuya sombra se fija como una gruesa pincelada sobre la superficie de la mesa. Carla abre ligeramente la boca, examinando la figura mientras me mira a intervalos. Sus manos comienzan a moverse, se colocan junto a las mías y nuestros dedos se tocan, encajando como un giroscopio perfecto.

Corro, atravesando un manto de llovizna afilada hacia la colina sobre la que se extiende el sector Geissler. El distrito comercial tiene un aspecto fantasmal de madrugada.
El móvil no para de sonar, y puedo imaginar por qué. Las aplicaciones que monitorizan mis constantes vitales habrán hecho saltar todas las alarmas del programa de readaptación neurosocial. Frecuencia arterial de 112 BPM fuera del plan de ejercicio establecido. Mal asunto.
—¡Al infierno! —grito, la lluvia golpeándome la cara. Mi arrebato sobresalta a unos tipos de aspecto sombrío que apartan la vista de lo que fuera que estuviesen haciendo junto a los columpios de un parque en ruinas.
Un letrero empieza a despuntar sobre la curvatura de la colina. Llego a la cima y leo: «Cementerio St. Bernard». Me detengo un instante para recuperar el aliento. Desde esta altura la maraña de luces en movimiento que es Manhattan C abarca todo el horizonte como un dosel de guirnaldas luminiscentes.
Cruzo el umbral y al otro lado me reconcilio con una verdad que perdura, inmortalizada en musgo y piedra: «Carla Boone - 1998-2027».
Aquí está. Toda ella reducida a un intervalo temporal. Cuando hubo que preparar el funeral decidí que no habría epitafio; diseccionar todo lo que sentía en unas cuantas palabras me pareció insultante.
—Yo lo que te quise te lo dije mucho antes —susurro, hundiendo las rodillas en la tierra mojada.
No escatimo en lágrimas. Un beep intermitente marca una caída no deseable de norepinefrina. Alguna aplicación introducirá ese dato en los índices referenciales y mañana me sugerirá varias actividades para gestionar mis déficits de forma coordinada.
Con los dedos arañando la tierra me sorprendo ante el tacto de un material firme y sintético. Despejo el área y extraigo una holotarjeta de visita cubierta de barro. La examino, perplejo. El holo está estropeado, pero puedo leer unas letras que aún resisten sobre la superficie cromada:
—Doctor Eric H. Kadden, Farabee 88. Neurología experimental.

Es la primera vez que piso este distrito —la red de lanzadores ni siquiera llega hasta aquí—, y no puede ser más deprimente. He tenido que viajar hasta el sector Cerbone —agotando mi último viaje premium—, coger un taxi hasta Mosso, dejar atrás el asfixiante sector industrial, bajar a tres kilómetros de Cancienne —el taxista se negó a acercarse más— para terminar caminando empapado hacia las oscuras calles de Farabee.
La zona me recuerda a un enorme esqueleto; no uno de esos esqueletos que usan en las aulas de medicina, sino uno que lleva cincuenta años pudriéndose en el fondo de un pozo. El hedor a podredumbre y a resina quemada se adhiere como una pátina pegajosa a la piel y a las fachadas encostradas de unos bloques reclamados por retorcidas y purulentas enredaderas.
Renqueo entre calles desdibujadas por la oscuridad, rezando para que mi VGPS descargue pronto un mapa actualizado. Siempre he pensado que Farabee sería un lugar peligroso, pero pronto reconozco mi error. Los pocos vecinos con los que me cruzo ni siquiera reparan en mí. Me evitan y regresan al abrigo de las sombras y el anonimato. Nadie me molesta.
Farabee 88 parece cualquier cosa menos un consultorio médico; un sótano semioculto entre las ruinas de dos muretes y una escalera de emergencia abollada. No hay letrero ni interruptor a la vista. Llamo a la puerta —una lámina de chapa reforzada con unos parches de alambre y metal— y esta se abre con un silbido lastimero.
Cruzo el umbral hacia una habitación pobremente iluminada por un par de leds auxiliares de tono verdoso.
—¿Hola? —pregunto—. ¿Eric Kadden?
Algo me embiste por la izquierda. Grito, muerto de miedo, mientras intento zafarme de unas manos que me aplastan con fuerza contra el suelo. Oigo un chasquido. El tacto de algo frío contra mi sien. Una pistola.
—¡Por favor! —aúllo, buscando en mi cabeza algún ardid dramático que me saque de esta. Como no hay nada, recurro a la histeria—: ¡No, no, no, no! ¡Por favor, no lo haga! ¡Me he equivocado de sitio! ¡Me marcharé y…!
—¿Quién coño eres? —Una voz ronca, curtida por los años. La presión del arma aumenta—. ¿Cómo me has encontrado, hijo de puta? ¿Te mandan ellos? ¿Por qué ahora? ¡Responde!
—Y-y-y-yo… Y-yo n-n-n-no-no…
Click. Baja el martillo de la pistola.
—Hacerte el tonto no es tu mejor baza, chaval.
—¡L-l-la tarjeta! —consigo decir finalmente—. ¡Encontré esta holotarjeta! «¡Eric H. Kadden. Neurología experimental!».
Me gira y me pone el cañón de la pistola a dos centímetros de mis ojos. El que la sostiene es un hombre que debe de rondar los setenta y parece sacado de un casting de villanos amargados del Salvaje Oeste.
—¿Tarjeta? ¿Qué coño…? Enséñamela. —Obedezco, llevando la única mano que soy capaz de mover hacia mi bolsillo—. ¡Eh, despacio!
Busco frenéticamente entre mi ropa, encogido por el pánico, los dedos temblorosos. En mi campo visual aparecen grandes manchas negras. Noto algo caliente saliendo de mi nariz.
—¿A qué esperas? ¡La tarjeta!
—No… no está…
1
Avatar de Usuario
Cuentos Peques
No tengo vida social
Mensajes: 1553
Registrado: 19 May 2012 13:08

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por Cuentos Peques »

Me encantan y me gustan muchos tus relatos :alegria: un saludo :hola:
Escritor de Relatos y Microrrelatos :60:
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84497
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por lucia »

Al principio me ha costado un poco seguir por dónde ibas, fuera de la sociedad medicalizada a lo Mundo feliz para que nadie sienta deseos de hacer nada que se salga de la norma. Cuando nos presentas a Carla ya sabemos de qué va el trauma que tiene y en este final das otro giro que nos deja aún mas sorprendidos porque cambias de tercio completamente.

A ver la siguiente entrega por dónde sales :lol: Porque ahora da la sensación de salvadores de la humanidad huyendo de los peligrosos seres que quieren doblegarla por completo.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Avatar de Usuario
Sagaz
Lector voraz
Mensajes: 221
Registrado: 05 Dic 2016 22:18
Ubicación: Alianza-Maui
Contactar:

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por Sagaz »

ericmoreiraperez y Lucía, ¡muchas gracias por los comentarios! Dejo la siguiente parte con un poco de retraso, que he andado liado :60:

Tercera parte

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=bVM1dRwj ... v2&index=2[/youtube]

Amanece. Las primeras luces de la mañana revelan infinitas motas de polvo que flotan en el aire y dan un aire fantasmagórico a la habitación. Siento la cabeza como si me hubiesen atiborrado de narcóticos. De hecho, contemplo la posibilidad de que así haya sido.
Aún estoy reuniendo fuerzas para levantarme cuando la puerta se abre y entra el viejo de la pistola. Me quedo petrificado, aunque me reconforta ver que no lleva el arma. Sin mirarme, camina hacia el oscuro rincón que debe de ser la cocina. Del interior de una bolsa de papel marrón empieza a sacar varios artículos: leche, huevos, tabaco y unas revistas.
—Vuelve a acostarte —ordena—. No quiero que te desmayes otra vez.
—¿Me he desmayado?
—¿He dicho que puedas hablar? Cierra esa boca y escucha. Comer algo te vendrá bien.
No quiero admitirlo, pero estoy hambriento. El olor de los huevos fritos desata una rebelión en mi estómago apenas empiezan a chisporrotear en la sartén.
—He visto que te llamas Huey —dice, dándome la espalda mientras atiende la cocina—. Sí, he hurgado. Pareces un buen chico. Técnico de sistemas, ¿eh? Perdona si te asusté anoche. Supongo que exageré, pero es un barrio peligroso.
—No lo parece.
—Bueno, nunca se sabe. Un pobre viejo tiene que tomar precauciones. ¿Café o bourbon?
—¿Es usted Eric Kadden?
—Eso es lo que dice esa holotarjeta tuya, ¿no? Sí, soy yo.
Pronto me encuentro devorando unos huevos fritos, y eso mejora mi humor. No entiendo por qué Kadden decide contarme su vida de repente, pero no me parece prudente ponerle objeciones a un hombre que podría sacar un arma en cualquier momento.
En efecto, es neurólogo, pero no ejerce desde hace unos trece años. Su último trabajo le llevó hasta un grupo de investigación que trabajaba en una cura para la sordera neurosensorial financiado por el Instituto Simmer de Oregón. A Kadden se le asignó el desarrollo de un dispositivo capaz de emitir e interpretar impulsos sonoros fuera del espectro audible conocido; un racimo de conexiones neuronales que operaría directamente a nivel molecular.
—¿Lo consiguió? —pregunto.
—Sí. Pero antes ocurrieron cosas.
—¿Cosas?
—Errores. —Da un largo trago a su bourbon—. No pude ignorar ciertos resultados, así que inicié una línea de investigación paralela.
—Extraoficial, supongo.
—Chico listo.
—Debió de ser algo gordo.
Kadden sonríe.
—El racimo captaba ondas sin emisión previa en un entorno estéril. Era imposible, porque lo diseñé para registrar exclusivamente frecuencias subsónicas predeterminadas. Al principio creí que los datos se habían contaminado. Entonces reproduje las condiciones del ensayo y obtuve unos resultados similares.
—¿Cómo es posible?
—Ondas cero. Así las llamé. Ondas asimétricas no registrables. —Kadden levanta una ceja ante mi evidente cara de póker—. Déjalo, que se te va a freír el cerebro. Si te lo cuento es porque creo que está relacionado con lo que te está pasando.
—¿Lo que me está…?
—Sí, sí —me corta, impaciente—. ¿Qué pasa con esa holotarjeta? ¿La has encontrado?
—No.
—Eso es porque nunca la tuviste. —Abro la boca para protestar, pero Kadden levanta una mano autoritaria—. Tu cerebro «recibió» la tarjeta y reinterpretó la realidad de forma que pudieses comprenderla. ¿Sabes que podría hacerte sentir cualquier cosa con un par de descargas en el hemisferio adecuado? Tú ni siquiera viste esa tarjeta. Fue tu homólogo.
—Mi…
—Otro Huey.
Parpadeo, incrédulo, intentando decidir si quiere tomarme el pelo o simplemente está como una cabra.
—Verá, le agradezco el desayuno y todo eso —digo—, pero ya me encuentro mucho mejor. Debería irme antes de que alguien se pregunte dónde estoy.
—Haz lo que quieras —dice, encogiéndose de hombros—. Uno puede ver cosas que sabe que no son reales y culpar al mundo por girar en el sentido equivocado. Una opción respetable. Cobarde, pero respetable.
—¿Qué? —Mi mente vuela hasta Carla y el recuerdo quema—. ¿Cómo lo sabe?
—Solo lo sospechaba. ¿Me escucharás?
Asiento a regañadientes mientras veo el castillo de cristal tambalearse.
—Imagina que, desde muy pequeño, has sufrido una especie muy rara de daltonismo. Tu enfermedad hace que, en lugar de confundir los colores, percibas todo el mundo en una escala más o menos amplia de rojos. Todos los días te dan una manzana. Esa manzana será absolutamente roja para ti. No es mentira, pero tampoco es toda la verdad. Un día te despiertas y puedes ver el color verde. Y entonces descubres que en el mundo existen manzanas rojas, verdes… y también amarillas.
—Entonces…
—Perspectiva.
—No sé si lo entiendo.
—Es fácil. —Kadden se apoya sobre un viejo escritorio, al fondo de la sala—. Todos somos ese daltónico. Percibimos una versión simplificada de un mundo infinitamente complejo. Y el filtro está aquí. —Se da un golpecito en la cabeza—. Piensa en el experimento del que te hablé. Era imposible que estuviese captando ondas no registrables. Sería como recibir una llamada de teléfono sin que nadie hubiese llamado previamente. Imposible, salvo por el hecho de que nuestra percepción de lo que es posible no es más que un constructo de nuestro propio cerebro. Lo que estaba haciendo no formaba parte de mis competencias, así tuve que hacer de conejillo de indias.
—¿Usó el artilugio para ver si podía captar más ondas que «no existían»?
—Así es.
—Vamos, no se haga el difícil. Está deseando contármelo.
—Me temo que es más decepcionante de lo que crees. Lo único que logré fue fracasar. Incoherencias, resultados viciados. Un observador objetivo lo habría atribuido a un error de cálculo o de diseño. Lo que pretendía era físicamente imposible, ¿entiendes? En nuestro actual paradigma científico mis resultados eran, técnica e indefectiblemente, fallos de procedimiento.
—Espere —digo, intentando comprender algo que sin duda se me escapa—. ¿Cómo puede entonces estar tan seguro de todo lo que me ha contado? ¿Y si realmente eran fallos?
Kadden se ríe, el rostro semioculto entre humo y sombras.
—Porque entonces conocí a Dante —responde mientras se lleva un cigarrillo a los labios—. Y después vinieron a por mí.

La respuesta estaba en La divina comedia. Kadden extrapoló la métrica endecasilábica a matrices UD nativas del software de comprobación del racimo neuronal. Después corrigió los medidores de relación de ondas estacionarias de modo que pudieran recibir e interpretar señales extraplanares —ondas cero— y transformarlas en señales planares registrables.
Cómo se le ocurrió convertir un poema antropocentrista de la baja Edad Media en un montón de ecuaciones sigue siendo un misterio incluso para él.
—Ignoro cómo llegué a esa idea —reconoce—. Tampoco me preocupó. Supuse que los ensayos me expusieron a cierta cantidad de ondas cero. Aunque el racimo no era capaz de interpretarlas por aquel entonces, puede que mi cerebro hallase la forma de absorber determinada información a nivel subconsciente. Con el tiempo, esta información pudo salir de la crisálida en forma de idea genuina.
—¿Eso es posible?
—Si un Kadden alternativo envió esas ondas y el racimo las captó pero no supo interpretarlas, quizá mi cerebro hallase el modo. Pasarán siglos y seguiremos sin comprender al cien por cien cómo funcionamos aquí arriba, Huey. Es una hipótesis que no puedo excluir, aun dentro de la pura especulación.
Asiento.
—Ha dicho que fueron a por usted —recuerdo, y al instante siento cómo aumenta mi inquietud—. ¿Quiénes?
—Otra pregunta sin respuesta.
—¿Cómo? —Parpadeo, confundido.
—Quiero decir que nunca los he visto. No sé quiénes son. Pero es indudable que existen, y que mi descubrimiento no les hizo ni pizca de gracia.
—Por favor, dígame que no vamos a empezar a hablar de aliens.
—¡No, por Dios! —Kadden se alisa unos mechones de pelo ralo que se resisten a abandonar su cráneo—. El Gobierno, los rusos, las farmacéuticas, Hollywood… Incluso aliens, sí. ¡Qué sé yo! ¿Importa acaso?
—A mí me importaría.
—Saberlo no habría cambiado nada. Si algo demostraron es que son poderosos. Todo lo que hicieron llevaba un mensaje implícito: «no puedes tocarnos».
—¿Qué ocurrió?
—Lo que les ocurre a todos los científicos con algo realmente gordo entre manos: me volví vanidoso. Me vi a mí mismo ganando el Nobel, desfilando por las revistas más prestigiosas, comprándole una mansión en Blue Hills a mi tercera esposa… Podía escuchar otro universo, Huey. Otro plano, otra realidad. Mi artefacto funcionaba, y pronto hallaría la forma de establecer una comunicación bidireccional. —Calla de repente, y el brillo de sus ojos se enturbia. Respira hondo antes de continuar—: Nada salió como esperaba. Las revistas me rechazaron. Las Universidades me repudiaron. Las ferias científicas me vetaron cualquier espacio de atención. Cuando todo eso falló acudí a la Red, solo para descubrir que todo lo relacionado con «Eric H. Kadden, neurólogo experimental», era eliminado automáticamente de cualquier motor de búsqueda. La investigación fue cancelada por falta de fondos, mis másters suprimidos de los planes de estudios por cambios en la política gubernamental, y mi nombre fue empujado a lo más bajo de las listas de asesores científicos a las que recurren las empresas de I+D+I. Me convertí en un fantasma. Entenderás ahora mi reacción de anoche; no utilizo el nombre de «Eric Kadden» desde hace trece años.

Le hablo de la habitación. Queremos descubrir cómo consigo tocar el otro lado, y en todo momento tengo la molesta sensación de que solo somos un par de locos retroalimentando nuestras propias fantasías para evadirnos de una realidad mucho más visceral: que él es un científico que dilapidó su carrera y su vida persiguiendo unicornios; que yo no soy más que un inadaptado y que la única persona que alguna vez me hizo sentir como un ser humano yace bajo tierra.
—¿Has hablado con alguien de esto? —me pregunta. Niego con la cabeza—. Dices que empezaste a ver a Carla a partir de cierta experiencia onírica. ¿Puedes detallarlo?
Me cuesta arrancar; es la primera vez que hablo de la habitación. Decirlo en voz alta lo hace parecer tan ridículo como siempre imaginé.
—Es un ejercicio de relajación —explico—. Me abstraigo y pienso en una habitación imaginaria.
—Pero mencionaste que no estabas solo.
—Bueno, algo así. También imagino a otras personas. Formas indefinidas y borrosas. Desde pequeño tengo la idea de que, siendo el mundo tan grande, debe de haber alguien más ahí.
—Mentes alineadas en un único pensamiento, ¿eh? —murmura mientras toma notas a toda velocidad en un viejo PAD, lo que me pone de los nervios—. Qué interesante.
—Un juego estúpido.
—¿Qué ocurrió?
—Bueno, hace unas tres semanas… alguien me tocó.
—¿Alguien?
—Una de esas figuras. Sé que es una locura, pero… lo sentí. No lo imaginé. —Golpeo la mesa con los nudillos para enfatizar mi convicción—. Lo sentí, justo aquí. —Me llevo la mano al hombro izquierdo—. Había alguien allí, Kadden, pero me asusté y de inmediato perdí la concentración. No me atreví a volver durante algún tiempo.
—Y fue entonces cuando comenzaste a ver a Carla.
—Así es. —Vacilo unos segundos—. ¿Puedo preguntarle algo?
—Quieres saber si tu mujer es como esa holotarjeta.
Asiento, apretando los puños sobre mis rodillas, sosteniendo la mirada del anciano.
—Tengo que saberlo —le exijo, aunque sin mucha convicción. Renunciar a ella dos veces en una misma vida me parece una broma cruel incluso para alguien como yo—. Por favor.
Kadden sonríe, el humo saliendo en volutas de sus orificios nasales.
—Bueno, verás —dice mientras se quita las gafas, las deja sobre una mesita y se pone a teclear algo en el dispositivo—, es lo que pensé al principio. Luego me acordé de Dante y de cómo esa idea llegó a mí de una forma que no puedo explicar. Es más fácil dudar de lo que ven tus ojos que dudar de los fundamentos de tu propia consciencia: de lo que eres y de lo que sientes. Para lo primero estamos preparados evolutivamente; para lo segundo, no. Me he tomado la libertad de acceder a tu sección del Registro Civil. Y me temo que «nuestra» Carla es muy real. —Kadden gira el PAD, mostrándome una serie de ficheros electrónicos compulsados—. Pero, Huey, tú nunca has estado casado.
1
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84497
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por lucia »

Uy, parece que alguien tiene recuerdos implantados :boese040:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Avatar de Usuario
Sagaz
Lector voraz
Mensajes: 221
Registrado: 05 Dic 2016 22:18
Ubicación: Alianza-Maui
Contactar:

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por Sagaz »

Cuarta parte

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=r_6fjBVi ... YO0keRBdv2[/youtube]

—Otra vez —repite Kadden, el rostro parcialmente iluminado por la luz del monitor.
Me incorporo y suspiro, sentándome al borde de la camilla donde realizamos los pruebas. El peso del racimo neuronal termina siendo molesto al cabo de un par de horas, así que me lo quito y bebo un largo trago de agua. Empiezo a sentirme pesimista otra vez; es nuestro tercer día y aún no hemos obtenido resultados. Kadden, por el contrario, parece un niño con un juguete nuevo; dice que mi cerebro es un secuenciador innato de ondas cero. Intentamos potenciar esa capacidad empleando el racimo como asidero, pero no me parece que estemos avanzando mucho.
Kadden cree que es cuestión de tiempo. Según su teoría de los pensamientos coincidentes —algo sobre la alineación de ondas a través de los planos— es necesario reproducir con la mayor precisión posible las características de la habitación donde se produjo el primer contacto. Necesitamos que otra fuente, en cualquier otra realidad, emita ondas equivalentes lo suficientemente acotadas como para ocupar una misma frecuencia sonora, pero la acotación no será posible si los pensamientos divergen más de la cuenta.
—¿Estás bien? —pregunta Kadden sin conseguir disimular del todo un hambre voraz de descubrimiento.
—Deme cinco minutos —respondo.
Kadden se enciende un cigarrillo tras el escritorio y me contempla, como intentando diseccionar lo que ocurre dentro de mi cabeza.
—¿Qué te preocupa?
Sonrío de forma lacónica.
—Muchas cosas —digo—. ¿Le hago una lista?
—Debes intentar relajarte. Estas cosas a menudo requieren… bueno, cierta predisposición por parte del sujeto. Las drogas pueden ayudar en ciertos casos, pero no creo que sea lo mejor en tu caso.
Tiene razón. Las aplicaciones terapéuticas controlan mis reacciones químicas y lo notarían enseguida. Eso me dificultaría las cosas en la vista.
«La vista…».
Me horroriza pensar en ese momento. La retorcida filosofía que he construido en torno a mi libre albedrío se desmorona a medida que tacho los días del calendario. Es algo que también preocupa a Kadden, aunque sospecho que por distintos motivos. Cuando le hablé de mi trastorno de personalidad esquizoide no pareció darle mucha importancia. Cuando le dije que tal vez me sometieran a una intervención gubernamental para tapar esa brecha de mi personalidad, la reacción fue totalmente distinta. Alterar el esquema neuronal de mi cerebro podría desencadenar reacciones impredecibles; entre ellas, es posible que perdiese mi sincronía como receptor de ondas cero.
Kadden ha insistido en que cumpla con el tratamiento. «Sígueles la corriente, chico —dijo—. No es tan difícil». Salvo que sí lo es, y que ya es demasiado tarde para eso.
Me mira con impaciencia contenida. El cigarrillo se consume entre sus dedos, arrojando una vaharada de humo mentolado sobre nuestras cabezas.
—Bien —digo, y me vuelvo a enfundar en el artefacto craneal—. ¿Vamos?

No es muy diferente del resto de figuras de la habitación. Sin embargo, de inmediato sé que lo he encontrado. Esta figura me observa desde el otro extremo de la sala, como una etérea y luminosa neblina de complexión humanoide. Me pregunto si él —o ella— también me verá de ese modo. Nos acercamos.
«¿Huey?».
La voz es difícil de describir. No cabe duda de que el sonido proviene de la figura, localizado en la zona donde debería haber una boca en lugar de luz y humo esculpido. Pero al mismo tiempo tengo una sensación de cercanía, la misma resonancia craneal que sientes cuando escuchas tu propia voz.
«Huey —repite—, ¿eres tú?».
—Sí —contesto, tratando en vano de distinguir alguna facción en el etéreo rostro—. ¿Tú eres… soy…?
Aunque ya conozco la respuesta. Es como mirarse a un espejo empañado: no puedes ver el reflejo, pero no dudas de quién está al otro lado.
«No te asustes, por favor. —Empieza a levantar una mano, y unos zarcillos de luz residual replican el movimiento a la perfección—. Pensaba que no volvería a encontrarte».
—Así que fuiste tú. —Imito su gesto, nuestras manos se tocan, y es lo más real que he sentido en mi vida—. ¿Cómo es posible? Este lugar no existe realmente. Solo está en mi cabeza.
«En nuestra cabeza —me corrige—. Y no solo existe, sino que es todo cuanto existe. Esto es lo que somos. El mundo con el que interaccionamos solo es un entorno donde podemos desenvolvernos en el sentido más físico y primario. Limitado, acotado para que podamos comprenderlo».
—Kadden dijo algo parecido.
«De modo que lo encontraste. —Suspira con manifiesto alivio—. No sabía si el truco de la holotarjeta funcionaría».
—Funcionó. Aunque casi me cuesta un balazo.
Se ríe.
«El viejo Kadden, supongo. Parece que no es muy distinto a como era el mío».
—¿Era? —La figura baja la cabeza, claramente consternada. Dolor, culpa. Lo noto en mis propios huesos, como si esa pena me perteneciera, así que lo dejo estar—. ¿Por qué querías que lo encontrase si ya sabías cómo contactar conmigo?
«Eso no es del todo cierto. Nuestro primer encuentro no fue premeditado. Nuestros pensamientos se alinearon de forma sincrónica, más de lo que nunca lo han estado. Era una oportunidad única, pero me precipité. Teníamos que volver a coincidir en un pensamiento lo más exacto posible, pero las probabilidades de que eso volviera a ocurrir eran ínfimas… Salvo que de modo consciente decidieras volver. Solo Kadden podía explicarte qué te estaba ocurriendo y guiarte de nuevo hasta mí».
Sonrío, sintiéndome ligero por primera vez en mucho tiempo.
—¿Vienes mucho por aquí?
«La habitación es un juego que inventé cuando era un crío. Algo que olvidé cuando crecí y superé mis problemas de adaptación. —Asiento, comprendiendo ahora lo distintos que somos, a pesar de todo—. Pero entonces, Carla murió. Y yo regresé».

Los encuentros con Huey comienzan a ser frecuentes. Mientras tanto, se hace evidente que toda la pompa tecnológica de Kadden es innecesaria. Ha quedado obsoleta, porque no necesito ningún artefacto para sentir el otro lado. Y si eso no es consecuencia de ser yo una especie de superhumano —lo que resulta estadísticamente improbable además de vanidoso—, significa que cualquiera puede hacerlo.
El racimo neuronal cumple ahora una función más terrenal: interpreta y almacena datos objetivos. Aunque ha quedado claro que mi habilidad no depende de ningún estímulo aparte de mi propia concentración, no debo ignorar la posibilidad de que mis viajes puedan dejar algún tipo de secuela en mi cerebro. Concluimos que lo mejor será mantenerme en un estado de «observación no intrusiva» durante los ensayos. También lo hago por Kadden; no quiero que sienta que su participación es superflua.
Es extraño. El anciano me inspira un afecto que no soy capaz de justificar. Él disfruta intentando descomponer mi habilidad en parámetros científicos que no puedo ni me interesa comprender. Con gusto le cedo esa parte de la investigación. Yo me limito a volar.
«¿Cómo es ella? —me pregunta Huey—. En tu plano, quiero decir».
Sé que no se refiere a su aspecto físico. Él ya ha percibido a «mi Carla», igual que yo he percibido a la suya en forma de recuerdos, sentimientos y fotografías tangibles que, ahora lo sé, nunca existieron en mi realidad. Pero, ¿acaso dejan de ser reales por eso? Ella está dentro de mí, de una forma extraña, maravillosa y aterradora, y todo lo que ella significa para Huey impregna cada aspecto de mi vida cotidiana.
—Es fascinante —es todo cuanto me atrevo a decir. Él asiente con vehemencia.
No tengo forma de saber si esta fascinación es autoinducida o es otro efecto de la contaminación neurosensorial a la que ambos nos exponemos en cada encuentro. En realidad no me importa. Si él la quiere, ese sentimiento es tan mío como suyo. Pronto empezamos a comprender que carece de todo fundamento seguir pensando en nosotros como entidades independientes.
«Kadden veía a los humanos como seres fragmentados, esparcidos entre los infiernos de una Divina comedia. Rotos y escindidos. Creyéndonos infinitamente complejos cuando no somos más que sombras dolorosamente simples».
—Como todo lo que nos rodea.
Ahora lo sé. Ahora, que he dejado de ver el mundo solo de color rojo.
«En un mundo hecho de sombras, ¿puede convencerse la humanidad de que todo lo que ha conocido no es más que una proyección de algo más perfecto, más elevado?».
—Como especie, estamos predispuestos a la vanidad. A alimentar un ego que es lo único que nos ata a la cordura.
«Y que nos corta las alas».
—El engaño es perfecto.
«El prisionero ni siquiera sabe que lo es. Su naturaleza le impide cuestionarse algo así».
—Lo que significa que debe de haber un carcelero.
«Y Dante lo sabía».
Esta idea cristaliza en mi mente y me hace sentir vulnerable. Para mí, el hecho es incontestable desde el instante en que lo es para Huey. Su convicción arraiga en sus propias experiencias, que ahora también son las mías. En su realidad, fue Kadden quien dio con él y no al contrario. El consiguiente sabotaje fue más agresivo si cabe, debido tal vez a que su proyecto alcanzó unas cotas de éxito que ridiculizaban las torpes aproximaciones de su homólogo. El hecho de que ninguno de los dos Kadden llegase jamás a demostrar sus teorías delataba un esfuerzo coordinado para que nuestros planos nunca llegasen a tocarse.
Y entonces, ¿por qué lo permiten ahora? ¿Es posible que hayamos pasado desapercibidos? Algo me dice que la respuesta no puede ser tan sencilla.
«Kadden tenía muchas teorías antes de morir. En sus últimos días hablaba a menudo de Dios».
—¿Dios?
«Suena desesperado, ¿eh? Bueno, los humanos siempre hemos recurrido a él cuando nos topamos con algo que no podemos explicar. Tendría sentido si tomamos el sentido teológico del poema de Dante de forma literal. La divina comedia es un icono de la transición del teocentrismo medieval hacia el antropocentrismo renacentista. Bastante sugerente, ¿no?».
—Siempre pensé que era una especie de metáfora retorcida. De todas formas, hay algo que me preocupa más que eso.
«Siete infiernos. Siete guardianes».
—Una humanidad fragmentada.
«Y vigilada».
Mi propiocepción —ni siquiera estoy seguro de que conociese esa palabra antes de encontrar a Huey— cambia de forma evidente, no como un proceso confuso y violento, sino como una vuelta a la normalidad. Como si toda mi vida hubiera llevado unas gafas que distorsionaban todo cuanto percibía. Normalizo la transformación. Huey también lo hace. Al final, la habitación deja de ser un puente necesario para la comunicación y se convierte en un simple hábito.
El día anterior a la vista decido ir de nuevo al hospital. Soy consciente de que podría perderlo todo si finalmente me intervienen. A Huey, a ella, a mí… Nuestras vidas; la que ya hemos vivido y la que aún nos queda por vivir. Kadden no para de repetírmelo: si tocan mi cerebro no hay ninguna garantía de poder conservar mi habilidad. Y me aterra, porque sé que es inevitable.
Carla se muestra distante y poco receptiva después de que nuestro último encuentro terminase conmigo huyendo a la carrera del hospital. Me inunda la felicidad de Huey cuando ella y yo nos miramos. No puedo evitar sentirme un poco culpable; ella está ahí, delante mía, y podría tocarla si extendiese la mano. Él la ha perdido para siempre.
Entonces recuerdo que no hay un él ni un yo, que esos conceptos han perdido todo su significado. Me armo de valor y empiezo a hablar. No por él; ni siquiera por mí. Por nosotros.
La confianza innata de Huey me ayuda a ser directo, sincero y magnético. Por extraño que le parezca, le recomiendo hacerse una tomografía computerizada lo antes posible. Aunque creemos que el cáncer no tiene por qué aparecer también en esta versión de Carla, ninguno está dispuesto a arriesgarse. También la invito a salir. Más bien, le informo de que la recogeré dentro de dos días para ir a cenar. Si antes no me han frito el cerebro. Esto último no se lo digo, claro.
Me reúno con Huey antes de la vista, en la habitación que ahora es nuestro santuario. Ya no hace falta, pero nos gusta la cercanía. Nos abrazamos por primera vez y, de algún modo, siento que nunca volveré a estar solo. Me desea suerte. Aún cree que voy a intentar convencerles de que soy una persona normal. Que, con suerte, el Corregidor solo endurecerá mi tratamiento y dejará mi cerebro en paz. Le miro a los ojos, apretándole la mano con fuerza.
—Huey —digo—, hay algo que quiero pedirte.
1
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84497
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por lucia »

La mención a Dios descoloca un poco, pero está muy interesante :D Eso sí, lo de Carla aceptando el mangoneo y la sugerencia de la mamografía (la tomografía es un poco como matar moscas a cañonazos, ¿no?).
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Avatar de Usuario
seigen
Mensajes: 18
Registrado: 14 Jun 2017 05:30
Ubicación: Monterrey, México

Re: Formas afines (Relato ciencia ficción)

Mensaje por seigen »

Exijo la quinta parte ya! :D


Está muy buena la historia amigo, espero poder tener tiempo de leer más relatos, pero el tiempo me va corto de tanto trabajo :(


Un saludazo desde México!
1
Responder