Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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Evenesh
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

Bueno, es cierto que es muy infantil pero quise que entre su corta edad, 20 años si no recuerdo mal, y su arrogancia estuviera bastante creída y segura de sí misma.
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lucia
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

Eso lo lograste a la perfección :lol: :lol:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

Muchas gracias, al menos algo de mis esfuerzos parece que da resultado :lol:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

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El otro hombre sólo permaneció mirándolo sin quitarle ojo. Entre el diálogo tan extraño que se había producido, y la obsesiva mirada del otro hombre, el alcalde deseó no haber entrado nunca allí.

—Vamos a un sitio donde podamos estar solos —dijo el maleante acariciando un cuchillo con el dedo.

El político sabía lo que aquello quería decir; lo iban a matar, y tuvo que actuar con presteza.

—Esperad, ¿os interesarían dos monedas de oro?

Los maleantes se miraron como si les hubiera regalado dos caballos y una propiedad, y estuvieron más predispuestos a no matarlo allí mismo, como ya habían pensado desde que lo vieron entrar.

—Nos interesa.

—De acuerdo —dijo el alcalde resoplando de alivio.

El maleante miró a su compañero, quien no había dicho una palabra hasta el momento, y éste le hizo un gesto de conformidad y le dedicó una sonrisa. Aunque lo que más deseaban en realidad era dejar de estar perseguidos por la justicia, pero a ninguno de los dos le hacía falta hablarlo porque de hecho era un tema que habían discutido en más de una ocasión.

—¿Qué tenemos que hacer? —Preguntó el maleante.

—Hay un noble que ha traicionado mi confianza y una ninja que ha fallado a la hora de matarlo.

—Ya entiendo, quiere que los matemos —se rió el criminal quien no había matado a nadie en mucho tiempo.

—En efecto —asintió el alcalde nervioso, de hecho más nervioso de lo que había estado en toda su vida.

—Señor alcalde, con usted nadie esta seguro, ¿qué pasará si nosotros fallamos, mandará alguien a matarnos también? —Preguntó el rufián de manera divertida.

El alcalde estaba midiendo tan bien sus palabras que no dijo nada por miedo, sin embargo, los dos criminales que tenía al lado se imaginaban la respuesta afirmativa y les desagradó mucho. Aunque también era verdad que ellos nunca fallaban y les resultaba muy raro que ese día fueran a hacerlo.

—Está bien, lo haremos por dos monedas de oro, y también queremos dejar de estar perseguidos; ya estamos cansados de tener que disfrazarnos.

El hombre estaba contra la espada y la pared y no habría querido retirar la orden de busca y captura, pero necesitaba a alguien que acabara el trabajo que Miya no pudo terminar. Le daba rabia porque, de haber aprendido algún arte marcial, habría matado a Takayama con sus propias manos hace mucho tiempo.

—No puedo prometeros eso —expresó el alcalde con voz temblorosa.

Los dos asesinos se miraron y cogieron al hombre por los brazos y lo llevaron a un sitio más oscuro.

—Se lo diré de otra forma, alcalde, o nos da lo que pedimos o no sale vivo de la taberna.

El hombre tenía tanto miedo que sus ojos miraban nerviosos hacia todos lados e intentaba liberarse de sus captores. No quería darles todo lo que pedían, pero ahora había empeorado el problema. Si no lo hacía moriría allí mismo, y mirando a los criminales supo que éstos no hubieran dudado ni un solo momento en clavarle el cuchillo hasta el alma, y se habrían reído mientras caía al suelo, agonizante.

—Está bien, tenemos trato —dijo el alcalde muy disgustado.

Los maleantes lo soltaron y le dijeron:

—Qué sorpresa, alcalde, es usted una persona francamente maliciosa.

El hombre no prestó atención al comentario porque quería acabar cuanto antes y salir de allí para poder ir a su casa a llorar. Se estaba conteniendo tanto que se notaba los dedos agarrotados y todo ese miedo tendría que salir de alguna manera de su cuerpo.

—De acuerdo, aquí tenéis parte del dinero.

—¿Y nuestra liberación?

—No puedo daros ningún documento ahora mismo —respondió, intentando librarse de todo el trato.

El hombre que hablaba miró al otro y le hizo un gesto de que buscara cualquier servilleta.

—Vamos, señor alcalde, su firma es un bien muy preciado y a mí me da igual que sea un documento oficial o no.

El hombre mudo volvió con un trozo de servilleta y su compañero le dijo al concejal:

—Ahí tiene un papel, servirá para formalizar nuestro acuerdo.

El alcalde no quería firmar en un papel que no fuera el oficial, pero así eran las cosas. Así que sin pensar en nada más lo hizo por su instinto de conservación.

—Ponga ahí que usted, como alcalde de Sakai, se compromete a dejar de buscar a Jiro y a Juntaro por buen comportamiento. Fírmelo bien para que la servilleta sea válida.

El hombre hizo todo lo que le habían pedido y se sintió sucio por primera vez. Desde que era alcalde había hecho muchas cosas para conservar el gobierno de Sakai, pero ir esa noche a la taberna fue una de las más bajas que podía recordar.

—Muy bien, tenemos acuerdo —dijo feliz el maleante que se identificó como Juntaro.

—Debéis tener mucho cuidado con ese documento, nadie debe saber que lo tenéis.

—No se preocupe, lo guardaremos como nuestra posesión más valiosa.

El alcalde sabía que lo que acababa de hacer era un error gravísimo porque ahora tenían pruebas contra él, pero no se podía negociar con esa gentuza sin rebajarse un poco a su nivel. Ahora echaba en falta la extraña diplomacia de Miya. Su trato con ella fue limpio a pesar de las circunstancias, pero le había fallado.

El maleante que hablaba se metió la servilleta en un bolsillo interior de una chaqueta de cuero basta, que olía a mil demonios, y luego la cerró con unos botones.

—Una cosa más, si el plan no sale bien vosotros no me conocéis de nada.

Los maleantes estaban acostumbrados a este tipo de frases y ni siquiera les sentó mal.

—De acuerdo —contestó Juntaro en tono apático.

—Se me olvidaba, éstas son las señas de Miya y Takayama, tened mucho cuidado con la primera; es una ninja experimentada.

—No se preocupe, en todos los años que llevamos dedicándonos a estos negocios nunca hemos fallado.

—Así lo espero. Ah, casi se me olvida —se llevó una mano a la cabeza—. Aquí tenéis un retrato del alcalde.

Juntaro observó la pintura y vio en ella toda la arrogancia de una clase que para él y su compañero estaba completamente vedada. Sus ropajes eran muy elegantes y no se parecían en nada a los andrajos que llevaban. Sin duda su determinación se encendió mucho más después de ver la pintura.

—Parece guapito —apenas pudo contener una mueca horrorosa al decir estas palabras.

—Sí, aunque no es muy listo —aseveró el alcalde tras recordar el trato que le propuso.

—Bueno, será un placer hacerle una visita —se rió el criminal.

Finalmente, dejaron libre al alcalde y éste se fue de su lado muy nervioso todavía, abrió la puerta y salió de la taberna. Una vez fuera empezó a correr como alma que lleva el diablo y, a pesar de tener un dolor en el costado, no dejó de correr en ningún momento hasta que llegó a su casa.
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lucia
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

Aquí se te ha colado el alcalde en vez de Takayama.
Ah, casi se me olvida —se llevó una mano a la cabeza—. Aquí tenéis un retrato del alcalde.
Y te ha quedado muy, muy satírico. Como si estuvieses burlándote del alcalde y la forma en que se metió él solito en la boca del lobo :lol: :lol:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

Ah sí, se me pasó eso del alcalde, efectivamente quería decir Takayama. Gracias.
Jajajaja esa era la idea, como sé de sobra que el alcalde es una mala persona quería ponerlo en esa situación por su propia estupidez.
Gracias por los comentarios :alegria:
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lucia
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

:lol: :lol: :lol:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

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AJUSTE DE CUENTAS


En la taberna, Juntaro y Jiro se sonrieron y luego se abrazaron.

—Dos monedas de oro y una indulgencia, ¿te habían ofrecido alguna vez un trato más maravilloso?—Preguntó Jiro a su compañero.

—Nunca, el alcalde está desesperado, debe ser por tu numerito del mudo obsesivo.

—Me encanta esa artimaña, pone nerviosos a los futuros inversores y están dispuestos a darnos más cosas —dijo Jiro, el hombre más pequeño que no había hablado.

Jiro y Juntaro salieron del sitio oscuro al que llevaron al alcalde, se sentaron en otra mesa y pidieron una ronda para todos los que estaban allí. Los criminales bebieron hasta estar tan borrachos que no pudieron mantenerse de pie y durmieron de mala manera en la calle, después de que el propietario los echara por beodos.

Juntaro despertó a la mañana siguiente con un buen dolor de cabeza y recordó el trato con el alcalde e intentó despertar a su compañero.

—Jiro, despierta, tenemos que ir a matar a Miya.

—Quiero dormir más tiempo, Juntaro.

—Ya sé que ayer bebimos dos botellas de sake y hoy tienes una buena resaca.

Juntaro levantó del suelo a su amigo con mucho trabajo y le dio un par de guantadas. Habían pasado toda la noche en la calle y el frio se les metió hasta los huesos; tardarían bastante en entrar en calor de nuevo. Juntaro fue a por un cubo al abrevadero de caballos, lo llenó hasta arriba y se lo echó por encima al pobre Jiro.

—¿Qué haces, hijo de mala madre?

—Espabílate ya, gandul —se rió Juntaro.

El refugio de la ninja no estaba lejos, sólo había que salir de las lindes de Sakai y llegar a una gruta donde, según el alcalde, vivía la joven.

Cuando estuvieron frente a la gruta, Juntaro le dijo a su compañero:

—Es aquí, entremos.

—Este sitio parece muy siniestro, me da mucho miedo.

En realidad Jiro tenía una rara aversión a los espacios cerrados de la cual no se conocía el nombre en esa época. Juntaro, no obstante, le dio una patada y le dijo con muy poca delicadeza:

—Entra de una vez, sólo es una cueva.

—No tenías que pegarme, ahora iba a entrar —le gritó furioso.

—Está bien, pero entra de una vez.

La cueva estaba excavada varios kilómetros hacia dentro y estaba todo muy oscuro, sin duda no vieron las antorchas apagadas de los lados. Éstas se podían encender si uno sabía hacer fuego manualmente, no era el caso, y aunque lo hubiera sido las dejaron ya atrás. De repente al final vieron una luz y resoplaron de alivio.

—Lo ves, Jiro, ya estamos llegando. No había por qué preocuparse.

Miya estaba al final de la cueva intentando hallar un método con el cual conseguir vencer a Kioko y a Takayama cuando oyó un ruido. La ninja estaba muy experimentada como para saber lo que tenía que hacer; se desdobló y dejó su cuerpo falso en la posición donde estaba, mientras se colgó del techo con su gancho y esperó a ver quien venía.

Jiro y Juntaro llegaron al final de la gruta y vieron una habitación alumbrada con unas velas que daban una tenue luz, muchos sacos de arena rotos y unas cuantas ropas por ahí tiradas. Cuando alzaron la vista vieron a su objetivo y se lanzaron a por ella.

—Muere, ninja —Juntaro le clavó el cuchillo en la espalda.

El cuerpo falso desapareció en la nada y Miya saltó sobre Juntaro y le rajó el cuello con un movimiento rápido. Jiro estaba muy enfadado e intentó darle un puñetazo que la muchacha esquivó con facilidad, ésta le dio un golpe en el estómago y Jiro cayó al suelo sin aire.

—Ahora me vas a decir quienes sois vosotros y qué hacéis aquí —ordenó la mujer de manera hosca.

El hombre no respondía y Miya se estaba cansando de ese silencio así que le rompió un brazo. El grito del bandido resonó en toda la cueva, algo que no preocupó a la ninja, porque no había nadie en muchos kilómetros a la redonda.

—¿Hablarás ahora?

—Vete al diablo —dijo el hombre entre quejidos.

La mujer hizo un gesto con los hombros, cogió una pierna de Jiro y cuando éste se dio cuenta de lo que iba a hacer le dijo:

—¡Para!, te lo contaré todo, pero no me hagas más daño.

El hombre pensaba que si hablaba la ninja le perdonaría la vida. Lo que no podía imaginarse era que los asesinos de las sombras no tenían piedad con aquellos que los atacaban.

—Alguien nos contrató para matarte.

—¿Alguien?

Miya se imaginaba que el alcalde le había rescindido el contrato de manera unilateral y no le gustó nada pensar algo así. Además había contratado a dos chapuceros que no hubieran podido ni siquiera rozar un mechón de su pelo negro. De cualquier manera esperaba que Jiro le dijera que no había sido el alcalde, porque eso significaría que el concejal aún confiaba en ella.

—Dime quién.

—Prométeme que me dejarás libre si te lo digo.

—Te lo prometo.

—Fue el alcalde de Sakai.

Sí, era justamente lo que había pensado, esa asquerosa rata había comprado a dos pésimos luchadores para que la mataran. Hasta el atentado contra su vida le produjo risa, porque aquellos gañanes no tenían ni la más mínima posibilidad de conseguir su objetivo.

—Así que el alcalde me retira su apoyo, tendré que hacerle una visita de cortesía para que me deje en paz —dijo Miya en tono malévolo.

La ninja ya no necesitaba para nada a Jiro y levantó su espada corta contra él.

—¡Me prometiste que me dejarías libre! —Gritó el delgado hombre.

—Ah si, lo olvidé, los asesinos de las sombras no tenemos palabra —sentenció Miya bajando su espada con violencia.

La ninja estaba muy enfadada después de ese desagradable encuentro y además su gruta había quedado impregnada con el olor de dos hombres asquerosos. El olor del alcohol llegó hasta su habitación que estaba en lo más hondo de la cueva. A juzgar por otros olores de los hombres, no se habían bañado en semanas, lo que le provocó inmediatamente una arcada que tuvo que contener.

Sacó los dos cadáveres de su gruta y los dejó cerca de un llano para que los devoraran los cuervos, luego cogió muchas plantas de los alrededores, las machacó y fue esparciéndolas por todo el recorrido hasta llegar a la habitación donde echó más flores. Después de perfumar su refugio, se centró en cosas más serias y salió sin demora hacia Sakai, donde iba a dar muerte a ese traidor del alcalde.

Fue corriendo desde su refugio hasta los edificios próximos a la casa del político y subió al tejado con su gancho. Fue de techo en techo hasta que llegó a la casa más ostentosa de todas y una vez allí entró.
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lucia
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

Lo del cuerpo falso no lo he entendido. Tampoco que no parezca que tenga una ruta de escape y que le haya dicho en primer lugar al alcalde dónde paraba.
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

En la ficción se le atribuye a los ninjas la habilidad de desblodarse llegando a crear un cuerpo falso que suelen usar como señuelo. Supongo que en la realidad era igual sólo que usando materiales como sacos de arena y demás para confundir al enemigo y que el ninja se pusiera a salvo.
Respecto a lo de la ruta de escape quise que al alcalde le pillara de improviso el ataque de Miya, pero supongo que no quedaría mal algo como: ''el ataque fue tan repentino que el alcalde no pudo acceder a su trampilla secreta'', o algo así.
Lo que sí estoy de acuerdo contigo es que en un principio Miya no le dice al alcalde donde vive y es un error que arreglaré en el futuro, como todo lo demás que me has dicho.
Gracias por los comentarios :alegria:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

Ruta de escape de Miya de la cueva, que todavía no hemos llegado a la parte de la casa del alcalde :lol:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

No, verás, es que este capítulo lo colgué entero en vez de con un corte como hago siempre y me he obnubilado xDDD. Respecto a eso, la verdad es que ni lo había pensado; como son seres que viven en la oscuridad, ya desde su inicio más noble, supuse que su vida no estaría amenazada tan fácilmente. De hecho, si no es por el alcalde los dos criminales no hubieran dado con Miya, ya que como me imaginé a Miya y a su maestro fue como seres apáticos que se alejaban del contacto con la sociedad.
Ahora bien, ¿crees que debería ponerle alguna salida secreta? porque la salida secreta es para que no la encientren pero tarde o temprano los dos criminales iban a morir, y así meto también lo del desdoblamiento que siempre me ha llamado mucho la atención de los ninja.
Gracias por los comentarios :alegria:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por lucia »

Yo la añadiría, para que no quedase Miya de nuevo como un tanto pánfila :mrgreen:
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

Jajajaja, de acuerdo, lo meteré, no creo que sea especialmente difícil y puede ganar esa parte.
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Re: Abanico de fuego (Novela de fantasía)

Mensaje por Evenesh »

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Un ruido sobresaltó al hombre, quien se levantó de la cama y fue por la casa preguntando en voz alta si había alguien, mientras el quinqué acariciaba su figura con su suave luz. Miya se había introducido ya en las estancias superiores y vio al hombre con su pequeña lámpara, mientras andaba casi a ciegas. La ninja saltó sobre él y el hombre soltó el quinqué. Luego lo levantó del suelo con violencia, lo empujó hacia atrás, y entonces el alcalde la reconoció al fin.

—Hola, señor alcalde.

—¿Qué haces aquí? Vete de mi casa —le ordenó con voz temblorosa.

La ninja no estaba escuchando al alcalde y en cambio sí había sacado un cuchillo y jugaba con él de mano a mano, como si fuera un entretenimiento muy divertido. El hombre estaba cada vez más asustado y se preguntó si aquello significaría que los dos sicarios habían muerto. Por desgracia para él era demasiado realista para pensar otra cosa. La ninja siguió andando hacia delante hasta que finalmente se paró enfrente del hombre y le dijo:

—¿Sabe? tengo algunos problemas con su gestión —comentó la mujer de manera ocurrente.

—¿Qué quieres de mí?

—Nada, sólo me preguntaba cómo se puede caer tan bajo, y más siendo un cargo público.

—Compréndelo, quiero seguir manteniendo mi puesto y necesito a Takayama muerto.

—Sí, claro, como no. Seguramente para seguir robando de las arcas municipales —sentenció la ninja, divertida.

—Oye, un poco de respeto, no te permito que…

Miya se enfadó mucho y le gritó a la cara:

—¡Usted permite lo que a mí me de la gana, repugnante traidor, sólo faltaría que me exigiera respeto el tiparraco más corrupto de la ciudad!

—¿A qué has venido, Miya? —preguntó el hombre intentando aparentar tranquilidad sin éxito.

Miya se quedó pensativa y estuvo sopesando si pedirle dinero o cualquier otra cosa, pero dinero ¿para qué?
De eso había en todos sitios y, además, en esos momentos no es que le importara mucho ese bien material. Cargo político ¿para qué? Demasiado trabajo para acabar siendo más corrupta de lo que lo era ahora. Tierras ¿para qué? Ella vivía feliz en su escondrijo donde había pasado gran parte de su vida junto a su maestro. Sin embargo, sí había algo que la haría muy feliz y se lo dijo:

—He venido a por su vida, alcalde.

—No puedes matarme —respondió el hombre, desesperado.

—Déjeme pensar, tengo una espada, le odio, y merece morir. Yo creo que sí que puedo —levantó su arma contra el hombre.

—Te daré lo que quieras pero no me mates.

—Lo siento, alcalde, ha intentado quitarme de en medio y eso no tiene perdón —sentenció cruelmente Miya bajando su espada.

No tardó demasiado en morir y el momento se le pasó rápido, pero ¿para qué alargar la muerte de un cargo político que estaba podrido? Ese hombre no merecía que siguiera perdiendo su valioso tiempo.

Cuando lo vio muerto fue a la pared y cogió dos cuadros que le gustaron. En uno aparecía un caballo corriendo por un prado muy verde y en el otro un precioso paisaje de una campiña con el azul del cielo en el horizonte y un riachuelo corriendo por debajo de un puente de madera. Todo aquello le serviría para hacerle un regalo a una persona que le cayó bien desde el principio.

Salió de la casa del alcalde con los dos cuadros, con cuidado de no desgarrarlos, y fue saltando por los tejados hasta que llegó a la posada que aún estaba abierta. Dio un salto desde arriba y cayó justo en la entrada. La puerta se abrió y el posadero vio a la ninja con algo a la espalda que parecía pesado y el hombre rezó porque no fuera un cadáver o algo siniestro.

—Hola, amigo —dijo Miya con una sonrisa.

—Usted otra vez, ¿qué quiere? —El hombre le habló con hastío pues pensaba que se había librado para siempre de un ser tan indigno.

El posadero había sido descortés, pero ya estaba acostumbrada a que no la quisieran en ningún sitio. Por ese motivo se había vuelto más apática y huraña, por el rechazo que todos le profesaban.

—Mira, te traigo un regalo —le dio la bolsa al hombre.

Lo que fuera parecía tener esquinas, así que no podía ser un cadáver ni nada parecido. El hombre cogió el saco con mucho cuidado y lo abrió preparándose para todo. Cuando vio lo que había le parecieron unos cuadros muy bonitos y se sintió agradecido. El posadero los fue sacando y los colgó en la pared para observarlos. Por algún motivo que se le escapaba, la ninja sonrió al ver los cuadros colgados, y se alegró de verlo contento.

—Son unos cuadros muy hermosos —dijo el hombre en voz alta.

—Me alegro de que te gusten. Ahora tengo que irme.

—Gracias por el regalo.

—Ya lo ves, todos cometemos errores, en ocasiones puedo ser amable —dijo la mujer arqueando las cejas y haciendo un gesto con las palmas de las manos hacia arriba.

Miya observó al hombre calvo y barrigudo que tenía enfrente y quiso darle un beso, quizá tuviera tanta afinidad con él porque le recordaba a alguien, tal vez a su padre. El posadero no esperaba semejante prueba de afecto y le correspondió con un beso en la mejilla. La ninja no se apartó, estaba sintiendo el calor de otra persona y le gustaba, hacía mucho tiempo que no sentía esa clase de calor y en ese momento lo necesitaba. Después de separarse, Miya señaló a las paredes y le dijo:

—Mira, ahora tu posada parece una posada —le sonrió al hombre.

El posadero estaba contento porque había descubierto en ella a una niña dulce que equivocó el camino en el pasado. Sin embargo, le agradó descubrir que tenía sentimientos, aunque lo que él no sabía era que le había robado los cuadros al señor alcalde después de matarlo. No obstante, la ninja ahora no pensaba en eso y estaba sintiendo un extraño vínculo, no era amor, sino simplemente que el posadero era muy bueno y chocaba con su oscura personalidad. Miya se dio la vuelta y se dirigió a la salida y mientras se iba le dijo unas últimas palabras:

—Eres un buen hombre, cuídate.

Después de aquello, la ninja desapareció y él se quedó viendo sus paredes adornadas. Ella tenía razón, ahora su posada parecía un lugar más bonito y confortable. Estaba sorprendido por el efecto que tuvieron esos dos cuadros sobre la madera marrón, tan tosca, que parecía sin terminar.

Miya fue directamente a su refugio y allí seguiría haciendo lo que estaba haciendo antes de que los dos idiotas enviados por el alcalde la interrumpieran: pensar en alguna forma de derrotar a Kioko.
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