Amante por horas

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

Moderadores: kassiopea, Megan

Responder
Avatar de Usuario
Sergei_1701
Lector ocasional
Mensajes: 34
Registrado: 23 Dic 2006 23:27
Ubicación: Zaragoza
Contactar:

Amante por horas

Mensaje por Sergei_1701 »

Os dejo otro texto. Espero que os guste. O al menos que provoque alguna respuesta. :wink:



Bajé la cabeza para poner el cigarrillo en mi vertical. Lo encendí. La lumbre calentó levemente mis cejas, error estúpido y repetido mil y una vez. El codo apoyado sobre el alféizar de la chimenea. La chaqueta, tweed y coderas, pañuelo de seda al cuello y camisa abierta. Pana en las piernas y Oxford en los pies. La lumbre de la chimenea, ya encendida, lista para la cena, me calentaba levemente mientras desentumecía mi apatía. Había llegado apenas cinco minutos antes para encontrarme con él.

Miré a mi alrededor. Los cuadros, vestigio de ancianos parientes, cubrían en tropel las paredes, altas hasta casi el infinito. La madera a mis pies crujía ante cada movimiento, imperceptible o no, alcahueta huraña que avisaba de mi presencia. O se quejaba por ella. No lo sé.

Me acerqué a la librería que ceñía una de las paredes. Estremecedora, albergaba en sus libros más vida que mil que yo viviera. Eran volúmenes antiguos, enormes, gruesos, encofrados en piel, cobijo de lacras y glorias del hombre. Aspiré en una bocanada de humo todo lo que pude de aquel ambiente, ímpetu inocente y yermo. Como si aquella sala quisiera venir conmigo allá donde yo fuera. Y hacerlo por el simple hecho de albergar en mis pulmones, quejosos ya a mi edad, fuelles cansados que ya no daban fuerza a la fragua del amor, el aire que una vez estuvo allí. Pero que nunca se mezcló con nada de lo que allí hubo. Con nada, con nadie.

Como yo, amante de distancias infinitas, amante siempre distante, amante en las formas y en las palabras. Incapaz de enredarme en los sentimientos o las caricias provocadas en todos y cada uno de mis encuentros. Impotente adonis que tan sólo da aquello que le permite recibir, poco o mucho, pero dejando siempre una deuda que nunca pagará. Que nunca pagué. Corazón mísero y tacaño que cobra interés por cada roce y momento sin correspondencia en el precio. Entrega cuyo tamaño siempre definió el bolsillo ajeno, el de mis oponentes. Al recordarlos, ayer y hoy, siempre son contrarios, oponentes. Corazones de los que hay que sacar, vetas de cariño que hay que minar y valorar para definir luego el alcance de mi entrega.

Mientras dejaba escapar impaciente el humo entre mis labios se abrió la puerta. Era joven, no llegaba a los treinta, hermoso, de porte más que elegante. Elegancia nacida y no aprendida, elegancia innata, como las maneras en los pequeños gestos. Como la ternura de los besos cuando son los primeros. Como el primer roce. Se nace. Nunca se hace.

El pelo, brillante y negro, mecido a un lado y fuertemente fiel a una división arada a fuerza de peine y gomina. Sus ojos, miel clara, calma que invita a mirar en su interior, vértigo que atrae a quien más le teme. Ojos que miran con la serenidad del vencedor, de quien no teme, ningún lance, ningún envite. Poderosos, seguros, precisos. Certeros, capaces de saber quién es presa y quién no. Con quién debe y con quién no. A quién debe y a quién no.

Sus labios, dios mío, qué no darían sus labios, y qué no habrían dado. Gruesos, firmemente definidos y perfilados, bocado apetecido. Su piel, sombra sutil que afloraba más aún la palidez de sus ojos y sus dientes, tersa y sin mácula, mármol cálido esperando cincel y martillo.
Sólo pude ver una de sus manos, amplia, de largos y finos dedos, bonitas, leves. Portadora de mil caricias, tenues, dulces. El jersey de gruesa lana, marfil, cuello vuelto y amplio ensanchaba más aún sus anchos hombros y hacía su figura más elevada y amplia. Colosal. Era realmente hermoso.

Esperé a escuchar su voz, detalle que tanto revela de su dueño. Articulaba cada palabra con todas sus letras y matices, certera pronunciación de cada fonema, sonido de madera en el barro, palabras cocinadas al punto entre sus dientes, pinches obediente de su boca.

“Buenas noches, señor Ventura”

“Buenas noches. Siento no poder corresponder con su nombre. Aunque supongo que es usted el señor Armán, ¿no es así?”

“Así es, encantado. ¿Le apetece una copa antes de tomar la cena?” Sentí la firmeza de su mano cuando estrechó la mía. Y su levedad. Extraña paradoja: roca y soplo enrevesados en una sola forma, sin mezclarse, sin unirse. Coexistiendo en un difícil equilibrio. En un equilibrio imposible: tenía el don.

“Malta, gracias. Sin hielo y ligeramente roto con un poco de agua.”

“Sabia elección. Yo lo tomaré con hielo. Sé que no es lo correcto pero me ayuda a vencer el primer sorbo.” Tras una breve pausa continuó. Vomitó sus duras palabras sin atisbo alguno de duda o temor. “Disculpe que vaya directamente al asunto que nos trae a ambos. Tengo entendido que sus honorarios son 200 reales por velada. Corríjame si me equivoco.”

Cada una de las palabras que pronunció quedaron grabadas en mi memoria para el resto de mis días, que no fueron muchos, como traza del testigo que aquel día entregaría para siempre a aquel desconocido.

“En efecto.” Yo, sin embargo, no me atreví a nombrar el dinero delante de él.

Se acercó a mí. Sentí su aroma, intenso y fresco, como él. Mientras me alcanzaba el vaso de malta, corto y de gruesos bordes, le seguí hasta una pequeña mesa junto a uno de los ventanales de aquella sala. Giré mi cabeza hacia un espejo que colgaba en uno de los entrepaños que separaba las vistas que se disfrutaban desde allí. Junto con su aroma sentí el mío, acre y rancio ya, como yo, como mi cuerpo, experiencia macerada en un recipiente con demasiados años ya. Vi mi ropa, ajada y gastada como mi alma, si es que alguna vez la tuve y volví a ver mi cuerpo, escudo de un corazón maltratado por los golpes y la edad que latía sus últimos borbotones.

Y vi mis canas y arrugas, restos de mil y un combates o simplemente restos de un cuerpo que vivió siempre enamorado de sí mismo y que ahora no sabía envejecer, no sabía que había envejecido. Me di pena, me vi reflejado en el joven que sería mi último adversario, el que me daría muerte en vida, el que privaría a mi cuerpo de todo aquello que mi corazón no supo retener, la belleza.

Había entregado parte de ella, de mi belleza a cada mujer a la que amé por dinero pero aquel adonis la extenuaría para siempre, en un intercambio en el que por primera y última vez yo entregaría mi experiencia a cambio de dinero. Y no mi cuerpo, aunque sí la última parte viva de mi alma.
Avatar de Usuario
Sergei_1701
Lector ocasional
Mensajes: 34
Registrado: 23 Dic 2006 23:27
Ubicación: Zaragoza
Contactar:

Mensaje por Sergei_1701 »

Siempre me han fascinado quienes se enfrentan a su destino último con la entereza de quien sabe que todavía quedan más días, muchos más.

¿No os hace imagiar los últimos pensamientos que les bullen? ¿Se acordarán de alguien? ¿Les dará tiempo? ¿Y ganas?
1
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84510
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Mensaje por lucia »

Se me había olvidado comentar que me lo había leído hace unos días :D

Lo que no acabo de entender es cómo le pudo robar el alma con lo que has contado ¿hay algo más detrás? :P
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Avatar de Usuario
Sergei_1701
Lector ocasional
Mensajes: 34
Registrado: 23 Dic 2006 23:27
Ubicación: Zaragoza
Contactar:

Mensaje por Sergei_1701 »

lucia escribió:Se me había olvidado comentar que me lo había leído hace unos días :D

Lo que no acabo de entender es cómo le pudo robar el alma con lo que has contado ¿hay algo más detrás? :P


No, no hay nada más detrás. Simplemente trato de saber si merece la pena seguir escribiendo, saber si gusta o no. He probado dentro de este foro con relatos más largos (La caja caoba) y no he obtenido respuesta. Por ello intento comprimir las palabras al máximo para no hacer la lectura penosa. Eso hace que, en ocasiones el relato quede un poco en el aire.

En realidad vende su experiencia por dinero, por lo que vende parte de su alma: cuando das todos los secretos que has acumulado en tu vida lo haces por amor, para que quien los reciba no sufra tus mismos errores. Pero si vendes por dicero es porque no tienes alma.

Gracias por leerme.
1
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84510
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Mensaje por lucia »

Fíjate en el número de lecturas en vez de en las respuestas. Verás que los otros cuentos también están siendo leídos ;)
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Avatar de Usuario
Askat
Foroadicto
Mensajes: 2522
Registrado: 07 Dic 2006 18:08
Ubicación: En la segunda parra a la derecha

Mensaje por Askat »

A ver... Al principio me ha costado un poco acostumbrarme un poco a la forma de escribir tan descriptiva, pero después se hace más fácil. Y tiene algo que engancha.

Eso sí, tienes que vigilar mucho la puntuación. Sobre todo las pausas. Hay veces que es difícil distinguir si la frase ha acabado o sigue tras el punto.

El relato es algo confuso aunque intrigante, puede que sea por su brevedad. Pero a mi no me termina de quedar claro que es lo que vende, a quién, por qué eso determinará su fin, etc...

Esto es lo que se me ocurre al leerlo. :wink:
1
Avatar de Usuario
Fenix
No tengo vida social
Mensajes: 2248
Registrado: 25 Abr 2006 21:33
Ubicación: En mi casa, dónde si no

Re: Amante por horas

Mensaje por Fenix »

Sergei_1701 escribió:Bajé la cabeza para poner el cigarrillo en mi vertical. Lo encendí. La lumbre calentó levemente mis cejas, error estúpido y repetido mil y una vez. El codo apoyado sobre el alféizar de la chimenea. La chaqueta, tweed y coderas, pañuelo de seda al cuello y camisa abierta. Pana en las piernas y Oxford en los pies. La lumbre de la chimenea, ya encendida, lista para la cena, me calentaba levemente mientras desentumecía mi apatía. Había llegado apenas cinco minutos antes para encontrarme con él.

Miré a mi alrededor. Los cuadros, vestigio de ancianos parientes, cubrían en tropel las paredes, altas hasta casi el infinito. La madera a mis pies crujía ante cada movimiento, imperceptible o no, alcahueta huraña que avisaba de mi presencia. O se quejaba por ella. No lo sé.

Me acerqué a la librería que ceñía una de las paredes. Estremecedora, albergaba en sus libros más vida que mil que yo viviera. Eran volúmenes antiguos, enormes, gruesos, encofrados en piel, cobijo de lacras y glorias del hombre. Aspiré en una bocanada de humo todo lo que pude de aquel ambiente, ímpetu inocente y yermo. Como si aquella sala quisiera venir conmigo allá donde yo fuera. Y hacerlo por el simple hecho de albergar en mis pulmones, quejosos ya a mi edad, fuelles cansados que ya no daban fuerza a la fragua del amor, el aire que una vez estuvo allí. Pero que nunca se mezcló con nada de lo que allí hubo. Con nada, con nadie.

Como yo, amante de distancias infinitas, amante siempre distante, amante en las formas y en las palabras. Incapaz de enredarme en los sentimientos o las caricias provocadas en todos y cada uno de mis encuentros. Impotente adonis que tan sólo da aquello que le permite recibir, poco o mucho, pero dejando siempre una deuda que nunca pagará. Que nunca pagué. Corazón mísero y tacaño que cobra interés por cada roce y momento sin correspondencia en el precio. Entrega cuyo tamaño siempre definió el bolsillo ajeno, el de mis oponentes. Al recordarlos, ayer y hoy, siempre son contrarios, oponentes. Corazones de los que hay que sacar, vetas de cariño que hay que minar y valorar para definir luego el alcance de mi entrega.

Mientras dejaba escapar impaciente el humo entre mis labios se abrió la puerta. Era joven, no llegaba a los treinta, hermoso, de porte más que elegante. Elegancia nacida y no aprendida, elegancia innata, como las maneras en los pequeños gestos. Como la ternura de los besos cuando son los primeros. Como el primer roce. Se nace. Nunca se hace.

El pelo, brillante y negro, mecido a un lado y fuertemente fiel a una división arada a fuerza de peine y gomina. Sus ojos, miel clara, calma que invita a mirar en su interior, vértigo que atrae a quien más le teme. Ojos que miran con la serenidad del vencedor, de quien no teme, ningún lance, ningún envite. Poderosos, seguros, precisos. Certeros, capaces de saber quién es presa y quién no. Con quién debe y con quién no. A quién debe y a quién no.

Sus labios, dios mío, qué no darían sus labios, y qué no habrían dado. Gruesos, firmemente definidos y perfilados, bocado apetecido. Su piel, sombra sutil que afloraba más aún la palidez de sus ojos y sus dientes, tersa y sin mácula, mármol cálido esperando cincel y martillo.
Sólo pude ver una de sus manos, amplia, de largos y finos dedos, bonitas, leves. Portadora de mil caricias, tenues, dulces. El jersey de gruesa lana, marfil, cuello vuelto y amplio ensanchaba más aún sus anchos hombros y hacía su figura más elevada y amplia. Colosal. Era realmente hermoso.

Esperé a escuchar su voz, detalle que tanto revela de su dueño. Articulaba cada palabra con todas sus letras y matices, certera pronunciación de cada fonema, sonido de madera en el barro, palabras cocinadas al punto entre sus dientes, pinches obediente de su boca.

“Buenas noches, señor Ventura”

“Buenas noches. Siento no poder corresponder con su nombre. Aunque supongo que es usted el señor Armán, ¿no es así?”

“Así es, encantado. ¿Le apetece una copa antes de tomar la cena?” Sentí la firmeza de su mano cuando estrechó la mía. Y su levedad. Extraña paradoja: roca y soplo enrevesados en una sola forma, sin mezclarse, sin unirse. Coexistiendo en un difícil equilibrio. En un equilibrio imposible: tenía el don.

“Malta, gracias. Sin hielo y ligeramente roto con un poco de agua.”

“Sabia elección. Yo lo tomaré con hielo. Sé que no es lo correcto pero me ayuda a vencer el primer sorbo.” Tras una breve pausa continuó. Vomitó sus duras palabras sin atisbo alguno de duda o temor. “Disculpe que vaya directamente al asunto que nos trae a ambos. Tengo entendido que sus honorarios son 200 reales por velada. Corríjame si me equivoco.”

Cada una de las palabras que pronunció quedaron grabadas en mi memoria para el resto de mis días, que no fueron muchos, como traza del testigo que aquel día entregaría para siempre a aquel desconocido.

“En efecto.” Yo, sin embargo, no me atreví a nombrar el dinero delante de él.

Se acercó a mí. Sentí su aroma, intenso y fresco, como él. Mientras me alcanzaba el vaso de malta, corto y de gruesos bordes, le seguí hasta una pequeña mesa junto a uno de los ventanales de aquella sala. Giré mi cabeza hacia un espejo que colgaba en uno de los entrepaños que separaba las vistas que se disfrutaban desde allí. Junto con su aroma sentí el mío, acre y rancio ya, como yo, como mi cuerpo, experiencia macerada en un recipiente con demasiados años ya. Vi mi ropa, ajada y gastada como mi alma, si es que alguna vez la tuve y volví a ver mi cuerpo, escudo de un corazón maltratado por los golpes y la edad que latía sus últimos borbotones.

Y vi mis canas y arrugas, restos de mil y un combates o simplemente restos de un cuerpo que vivió siempre enamorado de sí mismo y que ahora no sabía envejecer, no sabía que había envejecido. Me di pena, me vi reflejado en el joven que sería mi último adversario, el que me daría muerte en vida, el que privaría a mi cuerpo de todo aquello que mi corazón no supo retener, la belleza.

Había entregado parte de ella, de mi belleza a cada mujer a la que amé por dinero pero aquel adonis la extenuaría para siempre, en un intercambio en el que por primera y última vez yo entregaría mi experiencia a cambio de dinero. Y no mi cuerpo, aunque sí la última parte viva de mi alma.

Leyendo la primera descripción del individuo presiento que por su indumentaria es un caballero, sin embargo hay un momento de desconcierto -"Había llegado apenas cinco minutos antes para encontrarme con él"-, ¿es una señora o es homosexual?
Sigues con la descripción del adonis, a quien presumo dueño de la mansión y quien invita a cenar y de pronto dices:"Cada una de las palabras que pronunció quedaron grabadas en mi memoria para el resto de mis días, que no fueron muchos, como traza del testigo que aquel día entregaría para siempre a aquel desconocido"
No me quedó claro de qué testigo hablamos: el señor mayor era un gigoló, el joven un adonis que te cagas, elegante, guapo hasta decir basta, pero presumo que con mucho dinero y patrimonio, ¿qué es el joven un alumno del gigoló o es que se lo va a tirar? ¿Por qué hablan de dinero? 200 reales es lo que vale el viejo ¿por enseñar o por poner al joven mirando a Cuenca?
Pero al final dices: "Había entregado parte de ella, de mi belleza a cada mujer a la que amé por dinero pero aquel adonis la extenuaría para siempre, en un intercambio en el que por primera y última vez yo entregaría mi experiencia a cambio de dinero. Y no mi cuerpo, aunque sí la última parte viva de mi alma" Aquí lo que parece una relación homosexual termina siendo una enseñanza de experiencia, una trasmisión de conocimientos, lo que no resulta tan extenuante como insinúa el relator: "Me di pena, me vi reflejado en el joven que sería mi último adversario, el que me daría muerte en vida, el que privaría a mi cuerpo de todo aquello que mi corazón no supo retener, la belleza"

Resumiendo, describes maravillosamente el ambiente, pero la actitud o las intenciones o todavía más, los motivo de esa reunión, resultan muy confusos. Yo después de releerlo no sé que va a ocurrir después de la cena.
1
Avatar de Usuario
JANGEL
Vivo aquí
Mensajes: 11284
Registrado: 16 Mar 2005 19:19
Ubicación: Sevilla y olé
Contactar:

Mensaje por JANGEL »

A mí no me ha parecido tan confuso. Creo ver al final, en las últimas líneas, lo que busca el personaje, aunque es algo difícil de explicar con palabras. Demasiadas emociones, demasiadas sensaciones, como para volcarlas en palabras.

Sin embargo, lo que más me ha gustado del relato ha sido el estilo. Cada descripción se nota elaborada, recapacitada hasta darle la forma más adecuada. Posiblemente podría mejorarse, pero desprende un encanto especial que, desde principio a fin, me ha atrapado, sin importarme demasiado exactamente de qué iba la historia (esto ha sido un error por mi parte como lector, pero me ha permitido disfrutar el relato de otra manera).
1
Avatar de Usuario
Sergei_1701
Lector ocasional
Mensajes: 34
Registrado: 23 Dic 2006 23:27
Ubicación: Zaragoza
Contactar:

Mensaje por Sergei_1701 »

Veo que el tema de la puntuación es mi sino: soy bastante espeso, muy "germánico" me dice un compañero cuando lee mis informes en el curro.

En realidad es la mejor manera que conozco de dominar y cambiar el ritmo, el sonsonete de cada párrafo pero queda claro que visualmente os castigo demasiado.

Gracias por tu valoración Jangel. Me alegro de que te haya atrapado. En las muy pocas ocasiones en las que me lanzo a escribir me eternizo si trato de madurar demasiado la idea, si trato de maquinar una idea redonda. Así que, suelo terminar comenzando a escribir sin una historia predeterminada por lo que, como dices, bien podría consisitir en leer y disfrutar cada párrafo sin que haya una buena historia detrás.

Fenix, al principio sí dejo entrever la homosexualidad pero más como un guiño confuso que como parte de la personalidad del gigoló. Así la atención debería haberse centrado en un prostituto homosexual, lo cual habría sido un tanto extraño pues enseguida queda claro que quien paga es el adonis.

En realidad se trata de un relevo, de profesión y en la vida, que el viejo pasa al joven. Efectivamente el joven habita en una mansión pero pretende vivir bien sin necesidad de trabajar, cosa que seguramente su padre le exige para cederle la herencia. Siendo además de guapo, bien educado como se supone a personas de su posición, tan sólo le queda conocer los círculos en los que moverse y aprender los ademanes que acercan a ese negocio: el de vivir de las mujeres.

Por su parte, el viejo, esfuerzo vano, intenta prolongar su agonía carnal a través de la visión del adonis, como si algo se le pudiera pegar. Pero enseguida comprende, cruel espejo, que uno está naciendo y el otro ya ha muerto.

Me alegro, no obstante, de que te guste la descripción del ambiente.

Lucía, tu sugerencia acerca de las lecturas me ha servido para relajar mi impaciencia.

Gracias
1
Responder