Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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eee
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Historia de un hijo sordo contada por un familiar lejano

Me contaron que se cayó de la azotea, subieron a barrer el agua de la lluvia y resbaló. Imaginé cómo quedó tendido sobre la tierra dura: Sucio, con el cuello roto y botando sangre. ¿Quién subiría a la azotea a un hijo sordo con problemas mentales? Creo que se cansó y lo mató o buscó la ocasión propicia para el accidente. Parezco un coleccionista de miserias. Me contaron que bebía aguardiente todo el día con su padre. Nació sordo, nunca lo educaron, lo soltaban en la calle desde la mañana hasta la noche, no tenía cama, se acomodaba en algún lugar de la casa y dormía. A su padre lo odiaba mucha gente: Había abusado de mujeres y no reconocía a sus hijos, usurpaba terrenos y estafaba. Fue alcalde del pueblo en tres periodos. No me contaron todo el mismo día ni en el mismo lugar, fueron años escuchando diferentes versiones; nunca escuché a nadie llamar a su hijo sordo por su nombre, siempre fue el sordo, el sordito o el hijo sordo. Es un pueblo entre unas montañas en la selva, todavía se dedican a la agricultura y la crianza de animales. Ahí casi todos somos familia, aquel hombre tuvo treinta hijos reconocidos y un sinnúmero de hijos sin reconocer. Su hijo más débil sufrió la venganza. No sé si entre los que golpearon a su hijo sordo estaba algún hermano o medio hermano, tampoco sería raro. Casi lo matan, después de la paliza se quedó idiota. No pudo pedir ayuda, no sabía hablar. ¿Ayuda a quién? Difícil de imaginar. En la época de bonanza lo cuidaban las empleadas, lo bañaban como se lava una alfombra, frotándolo con cepillos de cerdas gruesas para sacar capas de tierra. Ninguna de ellas era su madre, no les nacía la paciencia y también odiaban a su padre. Nunca escuché nada sobre su madre. Le daban de comer empujando las cucharadas hasta la garganta. Creció creyendo que eso era el cariño, recordaba con inocente nostalgia a aquellas mujeres. Conforme su padre fue envejeciendo perdió la fuerza para resguardar toda la miseria acumulada: Le usurpaban los terrenos, le robaban el ganado y sus mujeres se pasaban a la protección de los nuevos dueños. Se quedó en la quiebra, sin ningún empleado, solo con su hijo sordo. No me lo dijeron pero supuse que fue entonces cuando le enseñó a beber. En el pueblo evitaban el olor a orines que emanaba de su casa. Una vez se acercó una de sus hijas y le reclamó por su hermano: Lo tenía peor que a un animal, ni siquiera dejó de beber mientras estuve ahí. Lo bañé, le puse ropa limpia, le corté el pelo y me fui. Poco después murió, descansó en paz al fin. Tal vez estoy exagerando.
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lucia
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Me gusta casi mas la versión Flash crack.
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Ping pong

Ayer iba a escribir un cuento y, poco antes de dar rienda suelta a su fantasía, comenzó a leer otro que era más o menos así: Querido lector, tú no puedes pasar sobre estas líneas como paso yo. Tú pasas por fuera y después de mí, yo paso por dentro y por primera vez. En ti el paseo es breve, yo avanzo y retrocedo, me zambullo en cada frase y de cada frase salgo para siempre; lo que te llega como palabra vino a mí, con las orejas pegadas al vidrio, como grito o murmullo. Desde la sobriedad, con la niebla despejada, limito los signos, los domestico y los libero en el jardín. No preguntes quién me los envía, no preguntes quién; ten en cuenta que lo que tú recibes como una silla antes fue una silla eléctrica, lo que ahora parece manto antes fue espanto. En el intercambio, al recoger en el colador la materia gruesa y entregarte el zumo, mi superficie porosa recibe daños y me cuesta filtrar la siguiente historia, al enfriar tu sopa se me quemó la lengua; tal vez te alegre o nos ponga tristes, no hay forma de saberlo, no sé si mi dedo hurgando en tu comida habría sido mejor: La ignorancia resulta más escalofriante que nuestra soledad. Podrías descansar bajo la copa de un árbol; en cambio, si sumamos garras, colmillos y la piel de una bestia camuflada, el drama sube a la garganta del protagonista con la súbita necesidad de saberlo fuera del bosque. Gracias, no va ser posible.

Así terminó la historia que lo distrajo de su propio cuento. Se rascó la frente con fantasía en las uñas, se metió de una pantomima en la página en blanco; la historia que había leído era un frasco sellado, aunque hacía amagos de guardar galletas de chocolate, era puro vidrio. Creyó, tras un largo bloqueo, poder hacerlo mejor. Se consoló con un célebre argumento: En gustos y colores no faltan nidos donde poner el huevo. No hay historia sin un prólogo tácito, pensó mientras pasaban los minutos. A más largo el prólogo más intenso el resultado. Con qué alegría lo esperó, como si de ello dependiera su propia concepción, la de un hombre equivocado y capaz de hacer lo que nunca imaginó e incapaz de borrarlo. Finalmente llegó la inspiración: Estiró los dedos y los dedos se achicaron, se metieron dentro de la mano y abultaron su palma. Los brazos se sumergieron en su tronco como si fueran hurgando en un saco. Quiso retirarse y había un abismo entre el asiento y sus zapatos. Quedaba su cabeza hundiéndose, trabada en las orejas como un "pero"... Al caer completamente en su interioridad, vio sus miembros volteados como guantes, pensó empujarlos, luchó y siguió reduciéndose. Tenía los riñones pegados a las mejillas, las rodillas golpeando las tripas,... Rebosante de alegría, reconoció en su historia la historia de los embutidos. Al final quedó un punto diminuto, crepuscular y compacto.
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lucia
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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:lol: :lol: Buen punto el del embutido :lol: Pobre escritor.
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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La voz en el libro


Hay días en que suceden cosas raras, en que seres extraños salen o, al menos, intentan salir de sus refugios. El suceso en cuestión, si hubiera algo parecido en el mundo, sería una lengua con una vida independiente de la boca que la encierra, deseando conseguir su libertad a costa de arrancarse con los dientes; o algo así. Había una vez una voz atrapada en la mitad de un libro antiguo, su espíritu estaba unido a dos páginas de una historia olvidada; le urgía saber más y solía cavilar de la siguiente manera: No sé si estos personajes son los principales, parecen muy confundidos, pasan de la indiferencia a la amargura, la tristeza y la reconciliación en lapsos muy breves y solo cuento con hechos entrecortados. La voz existía sometida a una ley: Cada vez que lo carcomían las dudas y buscaba un lector se hacía polvo una hoja. El libro había pasado durante décadas por mercadillos y bibliotecas sin que nadie lo leyera, viejo como era, lo trataban de curiosidad o adorno y no de material de lectura. Una noche intentó convencer a una mujer que dormía cerca:

No temas, somos parecidos, mi casa es como tu casa solo que de dos dimensiones; mis deseos son como los tuyos, mas ninguno obedece a las necesidades de un cuerpo que no tengo. Necesito las palabras de la historia en la que estoy metido, y como no hay vista sin ojos, solo si otro lee puedo sentir lo que su espíritu siente y ampliar los límites de mi existencia. Mi casa es como tu casa, siento lo que sientes, pero tú estás con vida y yo soy un resto. He recorrido incansablemente cada signo y cada letra entre las sombras, no sé otra cosa, ni recuerdo nada más. Necesito un antes y un después, quiero que recorras los pasillos de este acertijo y desempolves las ventanas. No soporto una incertidumbre tan grande, dame un poco de aire y luz.

La mujer se despertó llamando a gritos a su marido.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué gritas? -preguntó encendiendo la luz de la habitación.
- Algo intentó tocarme -respondió temblando bajo una colcha.
- ¿Algo?¿No habrás estado soñando?
- Balbuceaba y parecía hablar en una lengua extraña, estaba paralizada de miedo.
- Debes haber tenido una pesadilla.
- ¿Has traído alguna cosa antigua?
- Humm... Este libro.
- ¿No quedamos en que ya no ibas a traer antigüedades?
- Es solo un libro, sabes que me gusta leer.
- Está en ruso -dijo mirando el libro fijamente.
- Es de un autor famoso.
- Bótalo de una vez; mejor quémalo, no lo vayan a recoger.
- Son las dos de la mañana.

Tras recibir una mirada convincente, tomó el libro y lo llevó a un parque. La voz había estado siguiendo la conversación expectante; aunque no entendía castellano, creía que al fin tomaban el libro para leerlo. Al sentir el calor de la cerilla acercarse, con un esfuerzo extraordinario logró apagarla de un soplo. El marido, después de varias cerillas, tuvo que buscar papeles por el parque para hacer una pequeña hoguera; lo que fue demasiado para aquel misterioso aliento. Finalmente logró encender el libro. Mientras creía todo solucionado y observaba cómo se consumía apareció su mujer desesperada: ¡Apágalo! ¡Apágalo que la casa se quema! ¡Veo el humo pero no sé de dónde sale! El hombre se sacó la camiseta para ahogar el fuego; antes de que pudiera hacerlo, surgió un diminuto torbellino de humo y unas sombras se revolvieron en el centro, el humo se disipó y escuchó salir la voz de su mujer del libro: Guárdalo. Al girarse a buscarla, vio una pequeña figura jorobada que huía dando brincos.
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lucia
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Oye, este último va atrapándote poco a poco hasta que te engancha completamente al despertar la mujer. Y al final te deja con la sonrisa en la boca.
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Discriminando al negro y al blanco

Mi padre discriminaba a los negros, los declaraba unos brutos, violadores, por siempre destinados a trabajos de carga o esclavitud; obviamente él era negro. Sin embargo, el destino cumplió su deseo más oscuro, se volvió blanco a punta de vitiligo. Mi madre, por otro lado, discriminaba a los blancos, los consideraba pretenciosos, ridículos, amanerados y ambiciosos. Por supuesto, era blanca de nacimiento, pero a fuerza de solearse terminó como aceituna. No fue raro que se uniesen en matrimonio, en sus momentos de alegría cada uno veía en el otro lo que admiraba y trataba de alabar lo que pretendía ser, así lo odiase; en sus ratos de amargura vilipendiaban lo que le molestaba al otro, así lo amasen. Nadie sabía, ni ellos mismos, la diferencia entre lo que veían en el otro y lo que querían ver; golpeados en su amor propio, amando el espejismo de sus deseos, formaban una pareja maravillosa. En medio de ese torbellino de emociones a flor de piel, después de un encuentro donde se prendían y apagaban las luces, fui concebido. Tras nueve meses de esperanzas y angustias, nací moteado; unos creían que era blanco con manchas negras, otros que era negro con manchas blancas. Mi madre esperaba con ansias el verano para que me broncease. Mi padre el invierno para que me blanquease. Me sentía terriblemente confundido cuando se enorgullecían de sus raíces. A veces aplaudían lo que consideraban mejor en mí, pero siempre tratando de ignorar lo que aborrecían, lo cual me terminaba ofendiendo. En verano, cuando me sentía demasiado oscuro, me tapaba con gorro, lentes, barba, paraguas, guantes, etc. Y lo mismo, pero por el otro lado, en invierno; pasando frío para captar un poco de luz, pues nunca estaba seguro del tono más adecuado. Pero un día vi la solución pasar muy cerca, un grupo de dálmatas jugaban felices en el parque, eran tantos que imaginé que todo el mundo era así, con algo de negro y algo de blanco, desde entonces entendí que no son mis manchas las que incomodan sino las que se llevan a escondidas.
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lucia
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Este me ha gustado mucho de principio a fin.
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Jardín de rosas

Juan, ¿recuerdas cuando estuvimos sentados en un jardín del colegio con la chica que nos gustaba –aquella que decía tener un apellido checoslovaco: Chamochumbi– y su amiga, intentando hablar sobre cualquier cosa? Los niños jugaban y nosotros queríamos conversar como los hombres conversan con las mujeres, convencerlas de lo buenos que seríamos con ellas, de lo grandiosos que serían los recreos a nuestro lado. Creíamos que con las palabras adecuadas, como quien pone la clave de una caja fuerte, nos dejarían llevarles las mochilas y acompañarlas a sus casas. No teníamos ni la más remota idea de cuáles eran las palabras adecuadas. Eran los años de la timidez y los primeros galanteos, no existía un manual para tomarnos en serio, no sabíamos cómo asimilar la barba incipiente, la caricatura de cuerpo que nos había tocado, los granos y los rubores de seducciones que no iban a ningún lado. Temblábamos como liras con cualquier roce, la secreta desesperación por ser queridos nos mantenía en vilo día y noche, temíamos más al rechazo que a la enfermedad o a desaprobar un curso. Pero ahí estábamos esa mañana, en proyecto de parejas, ni tan visibles para que todos nos vieran, ni tan ocultos para que nadie nos envidiara. Sin saber mirar o vestir, ni cuál era la posición varonil en la que debíamos sentarnos en ese jardín de rosas. Siempre sacando pecho y apretando el vientre, di un giro de cintura incómodo que me hizo soltar un pedo. ¿Lo recuerdas? Miramos el pasto queriendo enterrarnos de la vergüenza, dejamos de hablar, supimos que lo eché a perder; aun así intenté arreglarlo, traté de hacer un ruido similar sobando las suelas de mis zapatillas nuevas y se me escapó otro; entonces ellas se pusieron de pie, sin poder mirarlas escuché que tosieron, que tenían que hacer. Se fueron de nuestras vidas: Se cambiaron de colegio, viajaron y se casaron. Y cuando yo te pregunté, mientras las veíamos alejarse, si se escuchó muy fuerte; tú, amigo, me respondiste que las rosas se estaban poniendo verdes. Si pudiera darte un consejo, te diría que nunca debes cenar lentejas y que tratar de disimular un error es cometer otro, un pedo jamás se esconde con otro.
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Buen micro y buena descripción de las inseguridades pubescentes.
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Canto de sirena

En algún lugar del océano hay una canción irresistible, quien la escucha está condenado a su perdición, ya sea hundiéndose en el fondo del océano o enloqueciendo al perseguir su eco. No sabemos cómo ha llegado su leyenda hasta nosotros, tal vez quedó un sobreviviente al canto de la sirena y lo narró con sus últimos momentos de cordura. Si su poder ha atravesado las épocas y flota en las arenas del tiempo es, especialmente, porque todos desean cantarla. En una isla muy pequeña, de acuerdo a un mito de la tribu de los Tiwi, hay un pájaro que entrega el canto a quien lo atrape y logre quedarse con una pluma de su penacho. Un turista lo escuchó en plena celebración, gracias a la confidencia de un aborigen que había bebido de más. Para sonsacarle cómo ir a la isla y atrapar al pájaro, tuvo que invitarle un par de copas: Debes entrar en el río con una canoa, ser arrastrado hasta el mar y superar las olas solo con la corriente, si fracasas en este punto y sabes nadar es probable que puedas regresar a la isla, si superas las olas debes dejarte llevar a aguas más profundas y esperar que los tiburones no reconozcan en tu sombra a un ser vivo; por último, lo más difícil, sobrevivir al calor hasta que encalles en la isla donde vive el pájaro. Si superas todas estas penalidades, te advierto que nadie sabe cómo atraparlo, no hay ninguna historia que lo describa, nadie ha llegado tan lejos. Al turista, en primera instancia, aquella secuencia de imposibilidades, arrojarse a la suerte de esa forma, le causó repulsión; le quedaban tres días para regresar a casa. Desde hace una década viajaba por diferentes rincones del orbe, buscando la aventura y ahora, que tenía una gran aventura frente a sus narices, miraba la canoa del hotel apoyado en el borde de la piscina. ¿Quién tiene la osadía de arrojarse al mar por un rumor? ¿Quién sigue tan ciegamente sus instintos con la posibilidad de perderlo todo? Los hombres, todos y todos los días, doblan en una esquina por una aroma a comida, se encariñan con un perro que los guía por una calle que nunca antes habían visto: Los hay que encuentran el amor, los hay que encuentran la muerte, los hay que simplemente pasan ignorando lo cerca que estuvieron.

Cogió un cuchillo, una sombrilla, provisiones y unas botellas de agua, tomó la canoa del hotel y salió a buscar a Tutuki, el nativo. Lo encontró borracho sobre una hamaca. Lo llamó por su nombre. Le dio algunos golpecitos en el hombro. Antes de que sus ganas de aventura decayeran lo hizo caer de la hamaca para que reaccionara. Al verlo medianamente despierto, le pidió algún consejo para enfrentar a los tiburones. El nativo, conmovido por su valor, fue hacia unos arbustos y arrancó algunas hierbas, le indicó que si veía algún tiburón cerca las mojara con agua de mar, se las frotara y las arrojara amarradas cerca de la embarcación. Le advirtió que tendría una ligera picazón en la piel, pero era un bajo precio por mantener alejados a los tiburones. Ciertamente existía una planta con esas propiedades, si el nativo hubiera estado ligeramente más sobrio habría podido reconocerla. Tutuki se acercó emotivo a despedirlo y le tiró un golpe en el estómago, lo que significaba para los Tiwis admiración y buenos deseos; lamentablemente el turista no lo sabía y le respondió con un gancho en la mandíbula que lo dejó inconsciente. Fue al río con su carga completa, puso la canoa a flote y se acomodó. Los moquitos, tábanos y otros bichos acompañaron su salida al mar. El repelente que se había aplicado copiosamente estaba vencido y, en vez de alejarlos, los atraía. Las olas agitaron la canoa hasta hacerle perder gran parte de su carga, solo le quedaron las hierbas y el cuchillo. Tras superar las olas, cuando la sed, el calor y un sube y baja constante lo tenían mareado, surgió una aleta como el filo de un hacha. Presuroso mojó las raíces, se las frotó y las soltó amarradas por un lado del bote; tal como le habían indicado. Le brotaron unos chupos como tomates por todo el cuerpo, perdió la visión y apenas podía respirar. El tiburón dio unos saltos acrobáticos e hizo los ruidos que hacen los delfines, era un delfín y tras asustarlo se fue por donde vino. A la deriva, ciego y adolorido, se tendió en la embarcación como si fuera su propia tumba. Con la noche, una brisa fresca le dio algo de alivio a sus llagas.

Al amanecer la corriente lo dejó en otra isla; si era la del pájaro no le importaba, había recuperado un poco de visión y se moría de sed, divisó unas palmeras y se dirigió hacia ellas en busca de sombra, además encontró cocos maduros; con ayuda del cuchillo y una piedra pudo beber su contenido. Bajo el cobijo de la vegetación cogió un profundo sueño libre de angustias. Despertó restablecido al día siguiente, menos hinchado y más tranquilo y decidió explorar por la isla. En su caminata encontró unas frutas que nunca había comido, dulces, carnosas y jugosas como mangos. Desde una cima divisó todos los límites y vio otras muchas islas diminutas. Sentado en una piedra, recapacitaba sobre la imprudencia que había cometido, cuando se quedó mirando un ave muy extraña comiendo los restos de pulpa que había dejado a unos metros: Tenía pico de pato, patas de gallina y era rechoncha y compacta, sin cuello; un penacho exuberante, brillante y colorido, sobresalía de su cabeza en todas las direcciones. Armó una jaula con ayuda de ramas y lianas y la camufló con hojas de palmera. Puso de cebo la fruta que había comido. No tardó mucho en atraparla y arrancarle una pluma, después de unos minutos intentó cantar. Durmió varios días con la pluma y volvió a intentarlo. Se comió al pájaro asado y seguía sin entonar una sola nota. Después de un par de días pasó un barco y escuchó su nombre desde un altavoz. Se acercó gritando a la orilla, recuperando en el corazón lo que se había resistido a dar por perdido... Una vez a bordo, avergonzado, contó la historia del nativo, cómo llegó a la isla y todo lo que hizo. Los que lo escucharon se arrojaron al mar y comenzaron a nadar hacía la isla, abrazando la pluma en su corazón con más deseo que razón: Unos fueron presa de los tiburones, otros no sabían nadar, otros envejecieron en la isla; ninguno supo entender que el pájaro no es para los que lo buscan, solo se presenta a los que se dejan llevar y no tienen intenciones de encontrarlo.
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lucia
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Muy entretenida, sí :lol: Aunque cóm iba a querer el pájaro que lo encontrasen si iban a hacer espetón con él :lol:
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Había una vez un chofer que conducía entre seis y doce horas al día la línea uno, de todas las cosas que había vivido en su oficio, nunca le había pasado que alguien quisiera quedarse en el bus después del último paradero, menos una dama. El chofer repitió desde su asiento, perdiendo la paciencia: ¡Último paradero, señora! La mujer seguía absorta en el más allá de la ventana, fija en el tráfico o en todo lo que le quedaba por hacer ese día: Limpiar, cocinar, volver a limpiar, lavar, planchar, etc... El conductor apagó el vehículo, despegó su trasero húmedo del asiento, volvió el calzoncillo a su posición natural, se sacó un moco, lo pegó como amuleto en el respaldar de su asiento y fue hacia ella. Miraba confundido su quietud y se acercó repitiéndole que tenía que bajarse. Conforme se acercaba fue endulzando la voz, el caso le resultaba bastante enigmático y comenzó a considerar la oportunidad de conocerla. Tal vez podría comentarle que él también iba a otro lado y terminarían acompañándose. La mujer no daba ningún indicio de querer voltear, estaba inalcanzablemente sumida en la gran diferencia entre calidad del servicio que debía dar y el que recibía a cambio.

Esa mañana, bueno, no, desde el día anterior, se preparaba para su gran oportunidad laboral: Un día de prueba en una empresa reconocida. Durante dos horas atormentó a la dependienta de la zapatería buscando la talla más adecuada para sus pies regordetes, que además disimulen el juanete, un color que combinara con el vestido y el bolso, y el descuento de rigor porque todavía no cobraba un sol y todo lo que gastaba era en calidad de préstamo. En la peluquería eligió el tinte más adecuado, el color y diseño para las uñas de las manos y de los pies y, sobre todo, una depilada completa de brazos, piernas y axilas, porque las pelucas en esas zonas no se permitían en ninguna oficina. Después de un baño de media hora, quince minutos de repaso sobre los vellos, veinte minutos de maquillaje y quince minutos de encaje en el vestido, salió rumbo al éxito... El chofer no había encontrado ni rastros de aquel glamur, en el transcurso de unas horas era la ruina de sí misma y, gracias al violento debacle, una posibilidad para él.

En la oficina fue recibida con una indiferente cortesía, algunos le dieron un vistazo, otros nunca supieron quién era. Lo primero que le pidieron fue que se dirigiera a la sala de conferencias y le preguntara a los directores lo que querían servirse: Un café expreso con dos de azúcar, un americano con edulcorante, un cortado con nata, un café solo y un té con panela. Aunque tomó bien el pedido y lo preparó correctamente, no se preocupó de fijar en su memoria quién le había pedido cada cosa, así que las entregó con una gran sonrisa y se fue de ahí para siempre... No supieron valorar las ampollas que consiguió por querer ser más alta, ni todos los sofocos que pasó tratando de entender el orden de los cajones, los colores de las facturas, las diferencias entre las comas y los puntos en los códigos de proveedores y los códigos de los clientes y un largo etcétera que terminaron por colapsar su poca paciencia en un terreno desconocido. Cuando terminó la jornada le dieron un cheque que no cubría ni el peinado y las gracias de rigor. Al salir del edificio, tras separarse unos metros de las cámaras de seguridad, se sacó los zapatos y suspiró de alivio, imaginándose remojar sus pies en agua tibia y sal mientras miraba su novela favorita.

La cola para subir al bus era más larga que el día que había tenido. También más solitaria, nadie le explicaba nada y solo le dirigían la misma orden: Avance, señora. Y de vez en cuando la pisaban o la empujaban. El pudor le impidió subir a dos buses. Una ola de gente la revolcó al interior del tercero haciéndole perder la bolsita con sus zapatos nuevos. Con mucho esfuerzo alcanzó el pasamanos, como si tuviera un espacio donde caerse. El aire estaba tan cargado de sudor que el bus se chorreaba y los pasajeros desarrollaron branquias. En el siguiente paradero, completamente aceitada, subió otra marabunta de personas. La mujer creció varios centímetros con la presión, sus pies no tocaban el piso y el corazón perdió el espacio necesario para latir, aunque muchos pueden hacer sus vidas así, ella murió en el acto. En el paradero final no tenía ninguna pertenencia y el rigor mortis le impedía caer; sin embargo, todavía cargaba con sus últimas preocupaciones mientras la secaba el aire.

El chofer, a medio metro de lo que quedaba de ella, regresó a su asiento y abrió la guantera. Sacó una colonia y se dio una rociada completa: Para el beso, el abrazo y por si acaso. Preparado y con una mejor disposición, se acercó nuevamente para intentar obtener una respuesta amable. La tocó anhelante en el hombro... La sacudió ligeramente... Apenas la cacheteó... Con una repentina desesperación, la remeció a dos manos... Y nada. La miró desde todos los ángulos antes de aceptar que estaba muerta. Incluso así, su caballerosidad había despertado y estaba dispuesto a realizar un sacrificio: Despegó los dedos del pasamanos y cargó a la mujer entre su brazos. Le golpeó la cabeza varias veces con los asientos mientras la bajaba, tuvo que dejarla en el piso unos minutos para descansar. Cuando volvió a levantarla quedó con la cara pegada a su axila y su olfato aún no había muerto: Fue tal la urgencia de retirar el rostro que el corazón comenzó a latir, los músculos del cuello se llenaron de sangre, giró la cabeza y abrió los ojos. Al sentirla moverse, la bajó con cuidado y le preguntó el motivo de sus lágrimas. Agradecida por la nueva oportunidad que le había dado, no quiso herir sus sentimientos, solo se puso de pie con dificultad y se fue caminando. Él se ofreció a acompañarla siguiéndola a unos pasos. Ella comenzó a correr y cruzó la pista sin mirar, venía la línea dos.
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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Eres cruel y lo sabes :lista: Mira que resucitarla (no contaba yo con eso) para luego hacer que la atropellara otro autobús :no:
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Re: Mil y un microcuentos de amor (Microrrelatos)

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lucia escribió:Eres cruel y lo sabes :lista: Mira que resucitarla (no contaba yo con eso) para luego hacer que la atropellara otro autobús :no:
Solo dice que venía la línea dos. :lista:
Gracias por tus lecturas. :D
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