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Aquí les presento dos pequeños relatos, que fueron mi tarea para la clase del día de hoy del Taller de Escritura que tomo.
Ambas historias se relacionan por una cosa... A ver si logran adivinar cuál
Diario de aventuras
Autor: Angel Caleb Ramírez
** Entrada 6 **
** Campamento de las ardillas exploradoras **
—¿Estás listo para tu primer día de campamento, petigrís? —mi madre preguntó.
—¡Por mis nueces y avellanas. Claro que sí! —contesté con tal exaltación, que mi perro Rog, chilló del susto.
Nos bajamos del coche. Un anuncio clavado a dos grandes estacas de madera se leía: “Bienvenidas. Ardillas Exploradoras”
Dimos unos pasos. Frente a nosotros, el maestro se acercó rápidamente, y con una sonrisa en su rostro preguntó:
—¡Pero quién es esta ardilla pintoresca y regordeta que tenemos aquí! ¿Me podrías decir tu nombre, explorador?
Me paré con el saludo de las ardillas y repliqué:
—Hola, me llamo Rudy. Me encantan las nueces, también las avellanas. ¡Estoy listo para explorar el bosque, gran ardillita!
—Veamos la lista… Rudy Robbins… ¡Listo, puedes ir con el resto, ardillín! —dándome una palmada en mi espalda, me pasó con el resto del grupo.
Me volteé a mirar atrás, y me despedí de mi mamá con el grito de las ardillas: “¡Iik, Iik!”
Este es el preciado recuerdo que tengo de ese día.
Siete años se cumplen hoy de aquel campamento. Mi madre ya no está conmigo, y cada día la echo un poco de menos.
Su gran consejo fue indicarme, el hacerme valer por mi cuenta, y comenzar consiguiendo un trabajo cuando entrase a la universidad.
Hoy empiezo como botones en el mítico hotel Rivers. He encontrado gente diversa y de varias partes del mundo.
Espero divertirme un poco en este lugar.
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Confinamiento: El fin
Autor: Angel Caleb Ramírez
Aferrado a estas cuatro paredes, cada segundo es uno menos de oxígeno disponible. El aire me está faltando, mi sudoración no cesa, y estoy desesperado por salir como pueda.
Miro mi reloj de bolsillo. El tiempo se agota, y las paredes cada vez se vuelven más y más estrechas.
Trato de empujar las paredes hacia los costados con algo. Pasa un momento; oigo una campanilla. En ese mismo instante, escucho una voz:
—¡Señor Perkins, qué está haciendo allí golpeando con su bastón a la pared! Ha olvidado su tarjeta de crédito en el mostrador. Me ofrecí a ayudarlo con su equipaje, ¿no lo recuerda? —se dirige hacia mí sorprendido, el joven que cargaba mi equipaje.
—Estoy confundido, ¿qué es este cuarto tan extraño? Esta tecnología es totalmente nueva para mí.
—Es un elevador, señor —responde cabizbajo, el señor a mi lado—. Soy el ascensorista —voltea mirándome desconcertado, mientras parece mantener oprimido, un botón en la pared.
Es la segunda vez que escucho esa palabra. Creo que no la voy a olvidar, la próxima ocasión que me suba a esta nave.
