El siguiente viene algo largo, pero me ha gustado.
El bastardo, el primo y las confesiones
—No tengo ganas de abrir la boca, te imaginarás, Tancre.
—Pero, primo, te hace bien soltar todo. No te envenenes con eso.
Olisqueo el Lambrusco en la fina copa de Baccarat. Mi primo, que ya se bajó dos copas, me pide más. Le escancio una tercera. Sé que la tercera es la vencida.
—Ya te dije, primo, apenas hace una semana que vivo en este monoambiente. Estas paredes ni tienen memoria. Tus palabras quedan aquí.
Agacha la mirada otra vez. Inspira resignado.
—Me hizo quedar mal a mí —suelta mi primo, arrastrando la lengua.
—Esa nunca me la habías dicho. Y eso que estuve tres años viviendo de prestado en tu casa —le digo casi en tono de súplica.
Nunca había querido insistirle, mi consideración por él y mi agradecimiento superaban a mi curiosidad. Además, la casa era bastante grande para alojar los silencios de dos solitarios.
—¿Y qué te voy a decir de esa perra que no sepas imaginar? —larga en un súbito grito.
Yo tampoco le conté nunca nada de mis andanzas inconfesables. Pero esa manera de hablar me hace dudar si no sabrá algo peor.
—Imaginarme, me imagino cualquier cosa. Pero que sea cierto…
—¡Todo en la familia es una gran mentira! ¡Una verdadera infamia!
—Más suave, primo. No me trates así. Gritar no es tu estilo. Y quiero saberlo, tengo derecho, somos de la familia…
—¡Esto me saca de las casillas! ¡Como todo lo de esa familia tuya!
—Primero, primo, esa que fue tu esposa no es ni fue nunca mi familia. Segundo, ya sé que nací bastardo con el apellido prestado, que la que decía ser mi familia no era precisamente la mejor del mundo, que no nos soportamos a esa que todavía dice ser nuestra abuela, por algo me fui corriendo al cumplir los dieciocho. Pero tercero…
Reprimo mis palabras al verlo refregarse la mano por la boca. Típico signo de arrepentimiento. Guardo silencio unos instantes, está implícito que le acepto su disculpa. Pero no pienso darle permiso para callarse otra vez. Que suelte todo ya.
—Tancre… Esa me tendió una cama. Con la perra de la hermana. Cuando quise acordar, ya era tarde.
—¿Cómo que te tendió una cama?
Hago de cuenta que no entiendo nada. Ya sé lo que es ser el otro. Y sé bien quién es la cuñada de mi primo. Como que la «conocí» en mi propia primera vez.
—¿Le diste motivos, primo?
—¿Qué es dar motivos?
—No te hagas el tonto. Hablo de lo que estás pensando.
—Yyyy… lo que se dice motivos, motivos…
—Tus rodeos son alevosos. Significa que sí.
Ya escuché demasiados sermones de las que percibían que las engañaban y después lo confirmaban. Se dan cuenta. Ellas son muy intuitivas.
—Bueno, tampoco le hice ningún escándalo.
—Pero se las hiciste todas.
—Tancre, qué manera de tirarme de la lengua, como un psicólogo… Bueh, capaz que falta me hace…
—Habrá sido a escondidas, pero le metiste los cuernos, primo. No lo niegues.
Siempre es a escondidas. Siempre cuando nadie lo nota. Siempre me escondían. Siempre era antes de que volviese a casa el marido oficial.
—Las que le hice, Tancre, fueron pocas. Discretas.
—Vaya uno a saber qué tan pocas fueron.
—Quiero más Lambrusco.
Quiere ahogar sus confesiones amargas en tinto dulzón. Se baja la copa de golpe.
—Y viste qué perras que son para cobrarse todo junto.
—No sé, primo. Nunca me quisiste contar.
—Se fue con ese tipo. Y se llevó a Adelina. Pero antes me hizo quedar mal a mí, como que yo era el culpable.
—¿Y cómo fue? ¿Qué patraña inventó?
—Mi cuñada. Yo te conté cómo es, un peligro.
—Sí. Me dijiste hace tiempo que es flor de ave de presa, y me consta. Avanza como una bestia. Porque además de estar linda, es irresistible.
A ver si se da cuenta de que yo también le entré.
—¿Le diste muchas veces? —le tiro de la lengua, guiñándole un ojo bien bandido—. ¿Te gustó tu cuñada, eeeh? Está para entrarle. No me mientas.
—Hubo un par de asuntos con ella cuando todavía no me había casado. Siempre lo callé. Pensé que ella lo iba a callar también. Pero… Pasó el tiempo. Esas dos, siempre andaban secreteando, de lo más divertidas. Como dos adolescentes hablando de los que les gustaban y de los novios que habían tenido. Y ya eran las dos casadas.
—Entonces…
—Pasa también que, poco después de nacer Adelina, empezamos a llevarnos mal como matrimonio. Antes de que vinieras a vivir a casa. Cosas de la convivencia y eso.
—Desgaste, mañas, chismes…
Se daba cuenta de los cuernos…
—Mi cuñada venía de visita de vez en cuando, caía de tardecita cuando estábamos por cenar, jugaba un rato con Adelina, y el clima se tranquilizaba un rato. Nunca se quedaba a comer, pero charlábamos los tres de lo que fuera. Después de que se iba, volvía a estallar todo.
—Complicado. Entreverado.
—Un día, aquella tuvo que salir todo el día por cosas de trabajo, se fue temprano. Adelina en el jardín de infantes. Al rato cae mi cuñada.
—Peligro en puerta. Se inició la escena del crimen perfecto.
—Te la hago corta: me envolvió, me calentó, me llevó al estar, y pasó lo que estás pensando.
—Pasa que a tu cuñada le gusta tumbarte en el estar, que está bueno para aquello, con esa alfombra espectacular.
A ver si te das cuenta de que a mí también me pasó esa misma secuencia.
—Y bueno, eso. Nos revolcamos con ganas en la alfombra.
—Sí, ya sé. Con almohadones cómodos, viendo una película. Te enciende inciensos. Y también te termina encendiendo.
Más claro, echarle agua…
—Y cuando estábamos a pleno…
—Ella encima, galopando…
—De repente, en eso llega la que te dije.
—Se armó flor de lío, ¿eh, primo?
Eso, por suerte, no me pasó nunca en tu casa.
—Obvio, Tancre, todo mal. Y traía un escribano público.
—¿Eh?
—Lo trajo a propósito. Con el verso de que alguien le había contado que yo la engañaba a ella con su propia hermana.
—Uh…
—Armó toda la trampa, con la hermana de cómplice. Pero en el momento fingieron, se gritaron, se hicieron las enemigas, las hermanas que se odiaban, la traicionada y la traidora. Volaron platos y almohadones. Puro teatro.
Empuña la botella de Lambrusco con rabia, la empina, agota los últimos tragos. Sigue el cuento de los trámites legales, de la separación de bienes, de la tenencia de Adelina. El otro tipo que entra en escena después. Claro, aparece después, por supuesto, qué va. Ella no dijo que dejó a mi primo por otro que ya conocía en secreto desde mucho antes. No dijo que la hermana, la misma que me inició a mí de adolescente, estando casada, inició la escena que motivó el divorcio.
Siguen los cuentos lentos.
Siguen las añejas quejas.
Siguen los berrodos beodos.
Y yo, entre vuelta y vuelta, sigo intentando hablar claro de mi pasado.
De esa mujer que los dos conocimos por dentro.
De tantas otras mujeres casadas que me buscaron en secreto.
Pero ya ni me escucha.
Está en el Nirvana de la borrachera.
Mis secretos no importan. Se los lleva el viento.
Ni a mi propio primo le interesa oír confesiones de este bastardo