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Desde hace unos años es perceptible en la historieta española la revitalización de una corriente costumbrista o “autobiográfica”. Este género, cuyas raíces se hunden en el underground estadounidense de los sesenta, tiene sus primeras manifestaciones en España a principios de los setenta. Para los profesionales de aquella generación (como Enric Sió, Luis García o Carlos Giménez), la autobiografía permite exorcizar la educación sentimental heredada del franquismo. En cambio, para los historietistas formados con la democracia tal desahogo resulta innecesario, de ahí que disfruten más cultivando la nostalgia que ajustando cuentas con el pasado. Uno de los mejores exponentes de esta actitud es Fermín Solís (Cáceres, 1972), de quien Astiberri acaba de publicar el álbum El hombre del perrito.
Ganador del premio al Autor Revelación del Salón del Cómic de Barcelona en 2004, Solís demuestra una gran habilidad para sintetizar lo cotidiano por medio de unos pocos recursos esenciales: un trazo minimalista y elemental, la ausencia de énfasis dramáticos y el empleo de un punto de vista muy especial que sitúa la mirada del lector ligeramente por encima de los personajes. En esta ocasión, deja a un lado lo autobiográfico para entrar de lleno en el terreno del costumbrismo.
La llegada de un joven diseñador a un edificio de apartamentos, y la relación que establece con su vecino discapacitado y la asistente social de éste, son el detonante de una tierna historia sobre la necesidad del amor y la amistad a la hora de adaptarse a un entorno hostil. Como ya ocurría en otros libros de Solís como Un pie tras otro (Plan B Ediciones, 2003) o De ballenas y pulgas (Ariadna Editorial, 2004), el cambio y la convivencia se erigen en protagonistas absolutos de la narración, acentuados por el cariño que el autor extremeño deposita en cada una de sus criaturas.
Decía el filósofo Bertrand Russell que «el mundo está lleno de cosas, cosas trágicas o cómicas, heroicas, extravagantes o sorprendentes, y los que no encuentran interés en el espectáculo están renunciando a uno de los privilegios que nos ofrece la vida». Con elegancia y discreción, Fermín Solís nos sitúa en el corazón de esa ceremonia.