Sigo con el libro, a falta de poco más de una decena de artículos para finalizar.
La lectura es muy amena aunque por cuestión de tiempo lea de manera irregular, y porque soy, además, bastante caótica en las lecturas. Empiezo unas, luego otras, algunas se quedan paradas, otras retroceden, y algunas, incluso, se olvidan. En fin, que he vuelto a este libro con el propósito de acabarlo.
Hay un reto por parte de la neurociencia de investigar la base neurobiológica del terrorismo. Lo que ya está claro es que ciertas patologías o daños cerebrales están relacionados con cambios importantes en la conducta moral de los individuos. Un ejemplo paradigmático lo tenemos con el insólito caso de Phineas Gage que de ser un responsable capataz pasó a ser una persona soez y marginada. Todo ello tras un accidente con una barra de hierro que le atravesó el lóbulo frontal del cerebro. "Parece ser que Gage vivió 12 años más tras su transformación, pero el accidente pareció privarle de todo sentido moral".
Un artículo desgarrador y terrible es el dedicado a la "insensibilidad congénita al dolor". Algo que quien lo padece le acarrea múltiples problemas pues no evidencia por sí misma los límites y puede llegar a dañarse. Además, como decía Aristóteles no podemos aprender sin dolor. Hay también ciertos estudios que relacionan pacientes con dolor de espalda con aquellos que están insatisfechos con su trabajo o con su vida. ¿Qué habrá de cierto? Como este tema del dolor me ha interesado quisiera ver la película documental que nombran sobre el tema,
Una vida sin dolor dirigida por Melody Gilbert en 2005.
El dolor sería un mecanismo evolutivo, algo que nos alejaría inmediatamente de la fuente de daño para evitar mayores problemas a nuestro frágil organismo y poder sanar la zona afectada. El dolor sería, por tanto, información. Nos hace pensar, nos hace reaccionar, nos hace aprender.
Otro artículo curioso: el de los taxistas londinenses cuyos hipocampos (que interviene en la memoria a largo plazo y, en particular a la navegación y memoria espacial) son de mayor tamaño.
De hecho, en una muestra llamativa de la capacidad de plasticidad y adaptabilidad del cerebro adulto, el hipocampo había crecido aun más cuando los taxistas llevaban más años en la profesión.
El último artículo leído sugiere que la orientación sexual tiene un sustrato biológico. Se han encontrado zonas cerebrales dimórficas en hombres y mujeres.
El cuerpo calloso y la comisura anterior, las cintas de axones a través del cuál se comunican los dos hemisferios cerebrales son comparativamente más grandes en mujeres que en hombres.
También, parece, que son más grandes en hombres homosexuales que en los heterosexuales.
A día de hoy "somos capaces de llevar células madres sanas a un cerebro enfermo, pero no somos capaces de reconectarlas correctamente ni mucho menos de recuperar un número importante de neuronas perdidas o restaurar una región dañada del encéfalo". Por ahí andarían los estudios.