Lo he terminado y puedo decir que me ha gustado. Y tras haber leído vuestros comentarios, paso a poner mi impresión.
Es una lectura que hace pensar: la soledad de un hombre que tiene como origen el odio, tanto el propio hombre en sí (fue concebido sin amor y maldecido al nacer por su madre...) como su propia soledad que proviene de que no puede amar ni aceptar que le amen. Y sin embargo su vida está marcada por la muerte de Aquel que es el Amor y dio el mandamiento de
"amaos los unos a los otros". Pero a la vez, Barrabás quiere creer y quiere amar, no es completamente insensible a quienes le rodean, como le pasa, por ejemplo con
la mujer del labio leporino, él es consciente de que le hizo mucho daño en el pasado y cuando la lapidan, venga su muerte matando al que lanza la primera piedra y luego camina toda una noche con ella en brazos para enterrarla junto a su hijo, pensando que a ella le gustaría. O su relación con Sahak: no reza con él pero se preocupa de protegerle para que no le castiguen porque le vean rezar. |
Mientras leía
Barrabás me preguntaba cómo habría sido esta historia de Barrabás si sus encuentros con el Apóstol Pedro no hubieran sido así.
Si en vez de encontrarse la primera vez con un Pedro hundido por su traición al Maestro pocas horas después de Su muerte y antes de Su resurrección, se lo hubiera encontrado después de Pentecostés. ¿Habría podido creer Barrabás? Sahak puso su mejor empeño en explicarle la fe cristiana, pero él mismo a pesar de creer firmemente en el Salvador, no podía dar testimonio de su fe de forma que llevara a Barrabás a esa fe. Tampoco la mujer del labio leporino pudo, porque para Barrabás era la mujer a quien él sedujo mediante una mentira que ella necesitaba creer. |
Y esto me ha llevado a hacer una reflexión personal: con frecuencia los creyentes nos encontramos con otros Barrabás y deberíamos tener presentes dos cosas. La primera, el mandato de Jesús
amaos los unos a los otros (incluso a quienes nos odian) y la segunda, las palabras finales de San Pedro en esta obra:
Es un hombre desgraciado. No tenemos derecho de juzgarlo. Estamos todos llenos de defectos, y no es por nuestros méritos por lo que el Señor ha tenido piedad de nosotros. No tenemos derecho a condenar a un hombre porque no tiene Dios. Quizás nuestro testimonio no pueda ser el que les lleve a la fe, pero sí podemos y debemos pedirle a Dios por ellos, pedirle que
no abandone la obra de sus manos (Sal 138, 8 ) y que nos ilumine para que evitemos que estos Barrabás caigan en la desesperación que produce la soledad.