CO 18 - De pinceles y tulipanes - Megan (Mención Jurado)
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CO 18 - De pinceles y tulipanes - Megan (Mención Jurado)
De pinceles y tulipanes
Corría el año 1625 en la ciudad de Leiden. Era una maravillosa tarde de primavera y desde los grandes ventanales de su estudio, el maestro Rembrandt recreaba la vista con los bellísimos tulipanes que teñían de color los jardines de las casas vecinas.
Hacía sólo unos días que, junto a su colega y amigo Jan Lievens, se había instalado en una de las calles más pintorescas al oeste de Leiden, la más bonita región de Holanda.
Rembrandt acababa de organizar los atriles en función de la luz que entraba por las ventanas y colocaba los pinceles, pinturas y paletas en las estanterías, cuando escuchó el saludo de Jan que acababa de entrar.
Observó una gran sonrisa en el rostro de su amigo y al preguntarle la razón, éste le explicó que se debía a una conversación que había escuchado mientras almorzaba en un bar a orillas del río Rijn.
Dos hombres que al parecer eran concejales de la ciudad hablaban sobre el burgomaestre. Adjetivos del tono crápula, bellaco, corrupto y soberbio, eran mencionados en forma reiterada por ambos ilustres. Quedando más que claro que el susodicho no era querido en absoluto por ellos ni por nadie del Ayuntamiento, según se desprendía de la charla.
Los dos pintores reían, mientras Jan contaba, en tono burlesco, los pormenores de la conversación, cuando una sombra se vislumbró a través de una ventana.
Tanto hablar del diablo parecía haberlo invocado, el burgomaestre miró por la ventana y tras verlos sonrió y procedió a llamar a la puerta.
El silencio invadió el lugar, Jan conteniendo la risa, corrió escaleras arriba a las habitaciones de la planta alta, en tanto Rembrandt, luego de recuperarse, caminó hacia la puerta y la abrió.
Allí estaba el burócrata, que además de no ser una persona querida, tampoco había sido bendecido físicamente. De muy baja estatura y excesivamente obeso, observaba el mundo con el ceño fruncido a través de sus pequeños ojos cubiertos por unas frondosas cejas.
El maestro lo saludó alegremente, sin obtener respuesta alguna, en tanto el grueso hombre abriéndose paso entre la puerta y el pintor, entró al estudio sin siquiera ser invitado. Quiso sentarse en una silla, pero su enorme trasero se lo impidió, por lo que se quedó de pie mirando despectivamente al pintor.
Fue al grano, sin mediar explicación alguna, quería una pintura de su insigne figura. El artista que se destacaba por sus magistrales retratos contestó que lo haría encantado y que tardaría cuatro días en terminarlo. El burgomaestre luego de resoplar, lo miró con desprecio y le dijo que sólo posaría dos horas y que con eso debería arreglarse para finalizarlo. Rembrandt aceptó la propuesta con una sonrisa, un encargo del más alto funcionario de la ciudad, más allá de lo que le pareciera como persona, era un gran halago para él.
Cuando le preguntó qué día quería comenzar, el hombrecillo le respondió con tono soberbio que en ese mismo momento, no tenía tiempo que perder porque era una persona muy ocupada.
Sin dudarlo, el pintor corrió un gran sillón y lo situó de manera que pudiera darle la luz, colocó un lienzo en uno de los atriles y tomó los elementos apropiados para la tarea. En tanto acomodaba sus quilos en el sillón, el burgomaestre, que no dejaba de mirar su reloj de bolsillo, debió aceptar las recomendaciones de Rembrandt en cuanto a la forma de posar para mejorar su figura, lo cual no era nada fácil para él.
A las dos horas exactas, y sin decir palabra, se levantó del sillón con muchas dificultades y dijo que volvería en cuatro días, abrió la puerta y se fue. Lo que no pudo ver fue la expresión irónica en el rostro del maestro acostumbrado a las susceptibilidades de sus clientes adinerados.
En las primeras horas de la tarde del cuarto día, se presentó el quisquilloso hombre. Actuó de la misma forma en que lo hizo la primera vez, se quedó parado y esperó a que Rembrandt le trajera su pedido.
El artista, humildemente, le entregó la pintura y observó con una mirada inquisitiva su agriado rostro. Después de varios minutos de evaluar al retrato, el exclusivo cliente frunció aún más el ceño y preguntó qué era eso. Rembrandt, con suma simpatía, le aconsejó que no lo mirara de cerca, que cuanto más lejos estuviera lo vería con más claridad. Pero el burgomaestre no era hombre de escuchar a los demás, giró hacia la puerta y, antes de emprender el camino, exclamó que regresaría en dos días y que esperaba que el retrato adquiriera algo de realismo, porque evidentemente ese no era uno de los talentos que tenía el pintor. Dichas estas palabras, abrió la puerta y se marchó muy disgustado.
Rembrandt siempre hacía caso omiso a las críticas sobre su arte, por lo que el enojo del funcionario no fue una humillación para él. Lo que aún resonaba en sus oídos era la palabra “realismo”, miró nuevamente el cuadro, lo colocó en el atril y luego de pensar un momento, una pícara sonrisa apareció en su rostro.
Pasados los días, y con sus mismas expresiones de fastidio, el corrupto magistrado municipal acudió al estudio. Notó que no había nadie, por lo que se dedicó a curiosear el mobiliario, los atriles y varios retratos que colgaban de las paredes, en los que demostró, con una mirada de desdeño, que lo le gustaban en absoluto.
Mientras caminaba observó algo que llamó poderosamente su atención. Cerca de las patas de un atril, en el suelo, había una moneda de oro que resplandecía ante la luz del sol. Con su conocida escasa moralidad, el hombre se acercó hacia el lugar en forma disimulada, en tanto miraba de un lado a otro. La avaricia que asomaba a través de sus ojos lo tentaba a quedarse con ella, por lo que al llegar junto al atril y, tras fingir que contemplaba de qué madera estaba hecho, se inclinó hasta que su mano alcanzó la moneda. Pero sus dedos se cerraron en el aire, incrédulo tocó la moneda con la uña sólo para comprobar que era una pintura que Rembrandt había hecho en el suelo.
Abochornado y transpirando por la vergüenza, cualidad que no era habitual en él, esperó a que llegara el artista. A los pocos minutos Rembrandt bajó con el retrato y cuando comenzó a explicarle los retoques que le había hecho, el burgomaestre, sin siquiera mirar la pintura, sólo atinó a decir que era un gran trabajo y que el realismo que desprendía era impresionante. Después, subió a su carruaje y se perdió en las calles de la ciudad.
Corría el año 1625 en la ciudad de Leiden. Era una maravillosa tarde de primavera y desde los grandes ventanales de su estudio, el maestro Rembrandt recreaba la vista con los bellísimos tulipanes que teñían de color los jardines de las casas vecinas.
Hacía sólo unos días que, junto a su colega y amigo Jan Lievens, se había instalado en una de las calles más pintorescas al oeste de Leiden, la más bonita región de Holanda.
Rembrandt acababa de organizar los atriles en función de la luz que entraba por las ventanas y colocaba los pinceles, pinturas y paletas en las estanterías, cuando escuchó el saludo de Jan que acababa de entrar.
Observó una gran sonrisa en el rostro de su amigo y al preguntarle la razón, éste le explicó que se debía a una conversación que había escuchado mientras almorzaba en un bar a orillas del río Rijn.
Dos hombres que al parecer eran concejales de la ciudad hablaban sobre el burgomaestre. Adjetivos del tono crápula, bellaco, corrupto y soberbio, eran mencionados en forma reiterada por ambos ilustres. Quedando más que claro que el susodicho no era querido en absoluto por ellos ni por nadie del Ayuntamiento, según se desprendía de la charla.
Los dos pintores reían, mientras Jan contaba, en tono burlesco, los pormenores de la conversación, cuando una sombra se vislumbró a través de una ventana.
Tanto hablar del diablo parecía haberlo invocado, el burgomaestre miró por la ventana y tras verlos sonrió y procedió a llamar a la puerta.
El silencio invadió el lugar, Jan conteniendo la risa, corrió escaleras arriba a las habitaciones de la planta alta, en tanto Rembrandt, luego de recuperarse, caminó hacia la puerta y la abrió.
Allí estaba el burócrata, que además de no ser una persona querida, tampoco había sido bendecido físicamente. De muy baja estatura y excesivamente obeso, observaba el mundo con el ceño fruncido a través de sus pequeños ojos cubiertos por unas frondosas cejas.
El maestro lo saludó alegremente, sin obtener respuesta alguna, en tanto el grueso hombre abriéndose paso entre la puerta y el pintor, entró al estudio sin siquiera ser invitado. Quiso sentarse en una silla, pero su enorme trasero se lo impidió, por lo que se quedó de pie mirando despectivamente al pintor.
Fue al grano, sin mediar explicación alguna, quería una pintura de su insigne figura. El artista que se destacaba por sus magistrales retratos contestó que lo haría encantado y que tardaría cuatro días en terminarlo. El burgomaestre luego de resoplar, lo miró con desprecio y le dijo que sólo posaría dos horas y que con eso debería arreglarse para finalizarlo. Rembrandt aceptó la propuesta con una sonrisa, un encargo del más alto funcionario de la ciudad, más allá de lo que le pareciera como persona, era un gran halago para él.
Cuando le preguntó qué día quería comenzar, el hombrecillo le respondió con tono soberbio que en ese mismo momento, no tenía tiempo que perder porque era una persona muy ocupada.
Sin dudarlo, el pintor corrió un gran sillón y lo situó de manera que pudiera darle la luz, colocó un lienzo en uno de los atriles y tomó los elementos apropiados para la tarea. En tanto acomodaba sus quilos en el sillón, el burgomaestre, que no dejaba de mirar su reloj de bolsillo, debió aceptar las recomendaciones de Rembrandt en cuanto a la forma de posar para mejorar su figura, lo cual no era nada fácil para él.
A las dos horas exactas, y sin decir palabra, se levantó del sillón con muchas dificultades y dijo que volvería en cuatro días, abrió la puerta y se fue. Lo que no pudo ver fue la expresión irónica en el rostro del maestro acostumbrado a las susceptibilidades de sus clientes adinerados.
En las primeras horas de la tarde del cuarto día, se presentó el quisquilloso hombre. Actuó de la misma forma en que lo hizo la primera vez, se quedó parado y esperó a que Rembrandt le trajera su pedido.
El artista, humildemente, le entregó la pintura y observó con una mirada inquisitiva su agriado rostro. Después de varios minutos de evaluar al retrato, el exclusivo cliente frunció aún más el ceño y preguntó qué era eso. Rembrandt, con suma simpatía, le aconsejó que no lo mirara de cerca, que cuanto más lejos estuviera lo vería con más claridad. Pero el burgomaestre no era hombre de escuchar a los demás, giró hacia la puerta y, antes de emprender el camino, exclamó que regresaría en dos días y que esperaba que el retrato adquiriera algo de realismo, porque evidentemente ese no era uno de los talentos que tenía el pintor. Dichas estas palabras, abrió la puerta y se marchó muy disgustado.
Rembrandt siempre hacía caso omiso a las críticas sobre su arte, por lo que el enojo del funcionario no fue una humillación para él. Lo que aún resonaba en sus oídos era la palabra “realismo”, miró nuevamente el cuadro, lo colocó en el atril y luego de pensar un momento, una pícara sonrisa apareció en su rostro.
Pasados los días, y con sus mismas expresiones de fastidio, el corrupto magistrado municipal acudió al estudio. Notó que no había nadie, por lo que se dedicó a curiosear el mobiliario, los atriles y varios retratos que colgaban de las paredes, en los que demostró, con una mirada de desdeño, que lo le gustaban en absoluto.
Mientras caminaba observó algo que llamó poderosamente su atención. Cerca de las patas de un atril, en el suelo, había una moneda de oro que resplandecía ante la luz del sol. Con su conocida escasa moralidad, el hombre se acercó hacia el lugar en forma disimulada, en tanto miraba de un lado a otro. La avaricia que asomaba a través de sus ojos lo tentaba a quedarse con ella, por lo que al llegar junto al atril y, tras fingir que contemplaba de qué madera estaba hecho, se inclinó hasta que su mano alcanzó la moneda. Pero sus dedos se cerraron en el aire, incrédulo tocó la moneda con la uña sólo para comprobar que era una pintura que Rembrandt había hecho en el suelo.
Abochornado y transpirando por la vergüenza, cualidad que no era habitual en él, esperó a que llegara el artista. A los pocos minutos Rembrandt bajó con el retrato y cuando comenzó a explicarle los retoques que le había hecho, el burgomaestre, sin siquiera mirar la pintura, sólo atinó a decir que era un gran trabajo y que el realismo que desprendía era impresionante. Después, subió a su carruaje y se perdió en las calles de la ciudad.
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
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- Mister_Sogad
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- Registrado: 20 Dic 2009 10:04
- Ubicación: Perdido en mis pensamientos
Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Autor/a, me encanta cómo has plasmado con buen hacer una anécdota satírica que, cómo no, me ha hecho lucir una sonrisa.
Además, debo decir que me gusta mucho el arte, sobretodo el pictórico. Y no he podido evitar imaginarme todo como en un cuadro (cada escena y su escenario) en cuanto ha aparecido el nombre de Rembrandt.
Te deseo suerte, autor/a. ::60:
Además, debo decir que me gusta mucho el arte, sobretodo el pictórico. Y no he podido evitar imaginarme todo como en un cuadro (cada escena y su escenario) en cuanto ha aparecido el nombre de Rembrandt.
Te deseo suerte, autor/a. ::60:
Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Supongo que el relato está basado en alguna anécdota del pintor que desconozco, toca buscar pistas en google para confirmarlo, tal cosa le daría una mayor puntuación por mi parte. La historia en cuanto a redacción me parece correcta. Se lee fácil y se entiende bien en su totalidad y lo más importante, es entretenido. Quizá la forma de cerrarlo, que la encuentro muy original, es lo mejor del trabajo. Demasiado corto para mi gusto, creo que necesita algo más de desarrollo para redondearlo. Cosas mías. Saludos y suerte.
En paz descanses, amigo.
Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Ameno relato sobre una anécdota de la vida de Rembrant. Sin saberlo, supondré que real. Redacción correcta aunque hay un par de cosas que no me gustan (repites tres veces "en tanto" y también ese "luego de pensar", pero eso son detalles ). Es un relato cortito que ambienta lo mínimo y que se lee con fluidez y una sonrisa expectante. El papel de Jan quizá se podría haber explotado un poco más ya que aporta poco a la historia.
Me gusta el título.
Me gusta el título.
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Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
El burócrata ha quedao retratao!!
Tuvo miedo de verse recogiendo una moneda...que no era tal...pesetero total.
Yo soy muy...pero muy ignorante en temas de artes: pintores, escultores, etc. pero me has picado el gusanillo para saber algo más de Rembrand y de otros artistas plásticos (solo conozco un poco de Salvador Dalí).
Me ha gustado tu trabajo
- Tolomew Dewhust
- Foroadicto
- Mensajes: 4979
- Registrado: 16 Ago 2013 11:23
Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Se me queda un pelín corto, y no me refiero a la extensión. Quiero decir que se novela una anécdota real y se hace de una manera muy correcta, pero que deja (o, al menos a mí) menos poso del que debiera transcurridos los días.
Resumiendo: la anécdota es curiosa y se cuenta de una manera muy amena, bien llevada, pero igual tenía poca enjundía como para conformar con ella un relato con la suficiente importancia como para pugnar con otras del concurso de mayor peso.
Resumiendo: la anécdota es curiosa y se cuenta de una manera muy amena, bien llevada, pero igual tenía poca enjundía como para conformar con ella un relato con la suficiente importancia como para pugnar con otras del concurso de mayor peso.
Me explico fatal, pero es que vuelvo a estar saliente de noche, . |
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Voy por orden alfabético.
Autor/a, me gustó tu relato, busqué la anécdota
y le hiciste toda una historia, me sacaste una sonrisa.
Se lee fácil y lo encuentro bien escrito.
Pero (esa mala palabra) me quedó corto, quizá podrías
haberle dado más protagonismo a Jan como ya te dijeron por allí.
Suerte y gracias por compartirlo
Autor/a, me gustó tu relato, busqué la anécdota
y le hiciste toda una historia, me sacaste una sonrisa.
Se lee fácil y lo encuentro bien escrito.
Pero (esa mala palabra) me quedó corto, quizá podrías
haberle dado más protagonismo a Jan como ya te dijeron por allí.
Suerte y gracias por compartirlo
Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Bueno, pues he buscado información sobre la anécdota y la verdad es que todo lo que he encontrado es inferior a lo contado por ti, así que a mi ya me está bien si es lo que te apetecía resaltar.
Yo, por mi parte y como siempre, me he enterado de algunas peculiaridades del pintor que no sabía, como que era estrábico, como mucha gente, pero esto en un pintor podría resultar hasta un don, ya que los profesores sugieren cerrar un ojo para aplanar la imagen que ven. Esto y algunas tragedias de su vida y por supuesto su evolución.
Nada que objetar, tal vez, como han comentado haberle dado un papelito más largo a Jan Lievens, gran amigo suyo y con el que compartió ese estudio del que hablas más o menos por esa fecha. Por cierto, del retrato del gordo estúpido ese ni rastro ¿eh?
Suerte, plumilla.
Yo, por mi parte y como siempre, me he enterado de algunas peculiaridades del pintor que no sabía, como que era estrábico, como mucha gente, pero esto en un pintor podría resultar hasta un don, ya que los profesores sugieren cerrar un ojo para aplanar la imagen que ven. Esto y algunas tragedias de su vida y por supuesto su evolución.
Nada que objetar, tal vez, como han comentado haberle dado un papelito más largo a Jan Lievens, gran amigo suyo y con el que compartió ese estudio del que hablas más o menos por esa fecha. Por cierto, del retrato del gordo estúpido ese ni rastro ¿eh?
Suerte, plumilla.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
- Topito
- GANADOR del V Concurso de relatos
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- Registrado: 13 Abr 2009 20:43
- Ubicación: Los Madriles
Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
De lectura ágil y amena. Sin embargo, no es un relato para concurso, sino un relato para añadir en un libro de cuentos del autor.
Al ser un concurso, sin poder remediarlo, lo debemos comparar con los demás presentados. El tuyo se queda en pequeña anécdota, como la que cuentas.
Lo de su amigo, que tanto te comentan, se debe a que al nombrarlo al principio de la historia uno se queda con las ganas de que vuelva a aparecer. Por mi parte, pensé que sería parte de la anécdota. Sí, lo sé, es el personaje que nos introduce el personaje del burgomaestre. Buen recurso. Lo malo ha sido que, al final, el pequeño recurso se nos ha ido de las manos con los lectores. Esos seres egoístas a no más poder y que siempre quieren más y más de nuestros escritos.
Pero, vamos, tampoco le des importancia a este tema, pues tú te has centrado en lo que tenías que contar y lo has hecho de forma perfecta. Otra cosa es la sencillez, que desluce ante otros cuentos presentados. O dudas que puede aparecer en el lector, como el tema del amigo, que uno puede llegar a pensar: Subió a la habitación y después... ¿qué hizo? ¿Comentó el tema del retrato con Rembrandt? ¿Rembrandt le contó lo que iba a hacer? ¿Lo estuvieron espiando juntos para ver que hacía una vez observara la moneda? Ahora que lo escribo. Imagino que este último recurso no hubiera estado tan mal para finalizar el relato. Risas sobre el burgomaestre al principio y al final. Cerrábamos el círculo. Un ejemplo que no tiene nada que ver con el relato presentado. Más bien un comentario de lector cero.
Mucha suerte y, sobre todo, disfruta del concurso.
Al ser un concurso, sin poder remediarlo, lo debemos comparar con los demás presentados. El tuyo se queda en pequeña anécdota, como la que cuentas.
Lo de su amigo, que tanto te comentan, se debe a que al nombrarlo al principio de la historia uno se queda con las ganas de que vuelva a aparecer. Por mi parte, pensé que sería parte de la anécdota. Sí, lo sé, es el personaje que nos introduce el personaje del burgomaestre. Buen recurso. Lo malo ha sido que, al final, el pequeño recurso se nos ha ido de las manos con los lectores. Esos seres egoístas a no más poder y que siempre quieren más y más de nuestros escritos.
Pero, vamos, tampoco le des importancia a este tema, pues tú te has centrado en lo que tenías que contar y lo has hecho de forma perfecta. Otra cosa es la sencillez, que desluce ante otros cuentos presentados. O dudas que puede aparecer en el lector, como el tema del amigo, que uno puede llegar a pensar: Subió a la habitación y después... ¿qué hizo? ¿Comentó el tema del retrato con Rembrandt? ¿Rembrandt le contó lo que iba a hacer? ¿Lo estuvieron espiando juntos para ver que hacía una vez observara la moneda? Ahora que lo escribo. Imagino que este último recurso no hubiera estado tan mal para finalizar el relato. Risas sobre el burgomaestre al principio y al final. Cerrábamos el círculo. Un ejemplo que no tiene nada que ver con el relato presentado. Más bien un comentario de lector cero.
Mucha suerte y, sobre todo, disfruta del concurso.
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Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Un famoso pintor recibe la visita de un burgomaestre, quien pide la elaboración de un cuadro en un tiempo imposible. Concluido el trabajo, el cliente se muestra disconforme y exige su mejora. El pintor, sin embargo, decide vengarse gastándole una broma pesada, tras lo cual el cliente abandona sus exigencias y se lleva el retrato.
La idea es divertida, sobre todo por cómo el malo queda retratado y el bueno tiene que usar la maldad para darle su merecido. El cómo ha sido plasmada quizá no sea tan espectacular porque creo que te has pegado demasiado a la historia original. El inicio está muy bien planteado. En mi opinión es el mejor de todo el concurso: sencillo, directo y donde se presentan todos los personajes y se plantea el conflicto general.
El nudo de la historia se desarrolla de forma fulgurante, pero mantiene el interés por saber qué ocurrirá entre el burgomaestre y el pintor Rembrandt.
Por su parte, el final de la historia es lo que realmente resulta interesante de la historia, puesto que hasta ese momento nada hace sospechar que haya nada especial. Dicho final está bien planteado, es sorprendente y da su merecido al burgomaestre.
Los personajes está definidos en su justa medida. No se sabe nada de los personajes que sea innecesario o excesivo. En el caso del burgomaestre, por ejemplo, es todo sumamente arquetípico, lo cual está bien porque eso reduce la necesidad de crear un perfil de personaje complejo, donde, además, la historia no lo requiere.
Sin embargo, me falta algo. Descartando la originalidad de la historia, puesto que se trata de un relato basado en un hecho real, creo que el texto requería un enfoque diferente al que le has dado, donde juegas con la anécdota en lugar de crear una historia específica basándote en ese contexto (lo que otros foreros han llamado "novelar"). Creo, además, que es un problema general del concurso, así que tampoco lo tomes como algo personal.
En todo caso, muchas gracias por tu relato. Tendrá puntos sin ninguna duda.
La idea es divertida, sobre todo por cómo el malo queda retratado y el bueno tiene que usar la maldad para darle su merecido. El cómo ha sido plasmada quizá no sea tan espectacular porque creo que te has pegado demasiado a la historia original. El inicio está muy bien planteado. En mi opinión es el mejor de todo el concurso: sencillo, directo y donde se presentan todos los personajes y se plantea el conflicto general.
El nudo de la historia se desarrolla de forma fulgurante, pero mantiene el interés por saber qué ocurrirá entre el burgomaestre y el pintor Rembrandt.
Por su parte, el final de la historia es lo que realmente resulta interesante de la historia, puesto que hasta ese momento nada hace sospechar que haya nada especial. Dicho final está bien planteado, es sorprendente y da su merecido al burgomaestre.
Los personajes está definidos en su justa medida. No se sabe nada de los personajes que sea innecesario o excesivo. En el caso del burgomaestre, por ejemplo, es todo sumamente arquetípico, lo cual está bien porque eso reduce la necesidad de crear un perfil de personaje complejo, donde, además, la historia no lo requiere.
Sin embargo, me falta algo. Descartando la originalidad de la historia, puesto que se trata de un relato basado en un hecho real, creo que el texto requería un enfoque diferente al que le has dado, donde juegas con la anécdota en lugar de crear una historia específica basándote en ese contexto (lo que otros foreros han llamado "novelar"). Creo, además, que es un problema general del concurso, así que tampoco lo tomes como algo personal.
En todo caso, muchas gracias por tu relato. Tendrá puntos sin ninguna duda.
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Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Una historia muy divertida y bien escrita que me ha sacado una sonrisa con ese final tan gracioso Sí que se hace algo corto pero la anecdota es la que es, no sé si hubiera aportado algo el alargarla innecesariamente
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
muy ameno, se lee fácil y consigue la sonrisa. No me falta ni me sobra nada, me gusta. Suerte!
Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Eduardo Galeano
Recuento 2024
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- Rey Tomate
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Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Bueno, pues se me ha colgado el ordenador dos veces y paso ya de seguir intentándolo... Ahí te quedas.
#ramonslifematters.
No me ralles.
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- Rey Tomate
- Lector voraz
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Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Es una bromeja entre tomates. Siempre nos decimos: "Me quedé colgado"... .
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- Rey Tomate
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Re: CO 18 - De pinceles y tulipanes
Te voy a decir una cosa: a mí me gusta la sopa llena de fideos. Aquí hay sopa y pocos fideos, y el pollo no ha caído en la olla y la zanahoria salió corriendo, así que la sopa se me enfrió y los fideos escaparon corriendo cuando vieron a un tomate hablar por teléfono.
No tengo ni idea de lo que acabo de decir, pero es que acabo de leer lo mismo en otro relato y casi implosiono.
No tengo ni idea de lo que acabo de decir, pero es que acabo de leer lo mismo en otro relato y casi implosiono.
#ramonslifematters.
No me ralles.
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