CO 18 - Sargento Stubby - Topito (3º Popular)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CO 18 - Sargento Stubby - Topito (3º Popular)

Mensaje por lucia »

Sargento Stubby

Para León, el valiente y leal soldado de Dori.

Nunca antes me había sentido tan débil. Ni siquiera en 1917, un año después de mi nacimiento, cuando vagabundeaba por los aledaños de Yale sin haber conseguido ni un mísero mendrugo de pan que llevarme a la boca. Pensé que, tras ser adoptado, nunca más me sentiría así. Que sería como aquellos perros altaneros de New Haven. Esos mismos que, estando yo removiendo la basura de la carnicería, me miraban de soslayo y con desdén mientras, atados por el cuello a una correa, paseaban sumisos a la vera de sus amos. Yo, a su vez, cuando se alejaban, los observaba con aquella misma mirada. En cierto modo me sentía superior a ellos: un animal libre y dueño de sí mismo. Sin embargo, ahora, tras estos dieciocho meses en los cuales he podido convivir y, ante todo, confraternizar con perros tan altaneros como ellos, me doy cuenta de que no somos tan distintos. ¡Quién me lo iba a decir! Yo, un perro mestizo, nacido en un callejón mugriento, hermanado con perros de razas tan regias como los Terrier de Airedale, los Rottweiler o los Lurcher. Y esta hermandad, esta confraternidad, proviene de la camaradería nacida en el transcurso de las misiones que nos encomiendan en estas tierras de nadie. Una hermandad, una confraternidad y una camaradería que también sienten nuestros amos, los humanos.
Ahora mismo me encuentro acurrucado entre las piernas de Robert, descansando. Ya es de noche y el cielo permanece despegado, por lo que ambos podemos disfrutar del incesante parpadear de las estrellas. Mientras, acuclillado frente a nosotros, el soldado Boyne, camillero, me acaricia por detrás de las orejas. Es un buen amigo mío y lo tengo en gran alta estima. Junto a él, siempre y cuando haya finalizado la ofensiva, suelo salir en busca de los heridos. Es una de las personas más valientes que conozco. Siempre camina erguido hasta el lugar donde me encuentro marcando la posición de su compañero malherido. Ni siquiera se agacha una pulgada cuando comienzan los intermitentes disparos de los francotiradores, ansiosos por abatirlos. Robert dice que suele ser un entretenimiento para el enemigo, como para los nuestros, similar al abatimiento de patos en una caseta de feria. Sin embargo, lo que más valoro de él no es su valentía, sino las cosquillas que me hace por detrás de las orejas. Si les soy sincero, esos momentos son los más placenteros que tengo desde que llegamos a Chemin das Dames, en el Frente Occidental. Un lugar de colores apagados, ocres y grises, nada que ver con las amplias explanadas de hierba mullida de Yale y, menos aún, con sus zonas ajardinas de explosivos colores. Es frío y húmedo, muy húmedo, y está surcado por estrechas zanjas que serpentean entre una larga y extensa tierra estéril cercada de largos alambres de espinos, como si fueran reptiles a la espera de sus presas. Una tierra que conozco muy bien, pues en ella es donde debo encontrar a los heridos, aguzando el oído para escuchar sus débiles respiraciones antes de que exhalen su último aliento. Robert siempre me dice que gracias a mí se han salvado muchas vidas, además de mitigar el ya de por sí gran riesgo del que gozan los camilleros.
Desde el primer día que les conocí, a los camilleros, especialmente al soldado Boyne, me he sentido realmente a gusto con ellos. Y no lo digo porque siempre me acaricien la barriga o porque compartan sus raciones conmigo, sino por los numerosos elogios que me profesan tras localizar a un herido. Sin embargo, para muchos hombres del regimiento son indeseables. Lo sé por sus miradas. Miradas calcadas de aquellas que recibía de los perros altaneros de New Haven. Esa misma que yo les procesaba a ellos. Los soldados los insultan, proclamándoles cobardes y traidores, aunque no lo comprendo. Los muchachos, como los llama el capitán, siempre están dispuestos a saltar junto a nosotros, los perros, sobre la tierra yerma de entre trincheras en busca de soldados heridos. Hasta ahora ninguno se ha paralizado ante el miedo. Avanzan hacia la línea del enemigo con un solo pensamiento: ayudar a sus compañeros malheridos. Pero al regresar a las trincheras no los reciben con vítores y aplausos, como sí lo hacen con nosotros, sino con indiferencia o apatía. Pasado un tiempo, creo que tras mi tercera o cuarta misión, mientras el soldado Boyne me hacía cosquillas bajo las orejas, le escuché decir a Robert que no eran cobardes, que todos se habían presentado cuando les llamaron a filas y que, lo único que les diferenciaban del resto, era que se negaban a portar un arma.
Ahora estoy familiarizado con ellas, con las armas, y se ha convertido en un hecho cotidiano que las vea entre las manos de los soldados o apoyadas en las paredes de las trincheras. Sin embargo, en New Heaven, no era así.
La primera vez que vi un arma fue por azar, cuando acabé bajo las gradas del campo de béisbol de Yale. Apenas a una escasa media milla de allí, un grupo de hombres corrían, brincaban y cantaban al unísono mientras portaban un largo palo entre sus manos. En mi corta vida nunca los había visto hacer algo parecido, lo que me llamó la atención. Por ello, desoyendo a mi instinto, fui acercándome lentamente hasta sentarme a una escasa yarda de ellos. Elevaban el palo por encima de la cabeza para después descenderlo a la altura del pecho, todo esto al compás que marcaba un hombre situado frente a ellos. La compañía advirtió mi presencia poco después, aunque yo no me percaté, ya que estaba totalmente absorto observando el movimiento rítmico que hacían con aquellos palos. Era tal mi abstracción que no me percaté del avance de un par de soldados hacia el lugar que me encontraba. Así pues, cuando me llamaron, me sorprendí. No obstante, una vez me repuse del sobresalto inicial, escapé raudo hacia las gradas.
Lo cierto es que cualquier perro vagabundo aprende a estar alejados de los hombres, ya que nunca sabes qué intenciones pueden tener. Sin embargo, seguía viva mi curiosidad, por lo que cada mañana, a la misma hora, iba a verles.
Cuando terminaban la instrucción, varios de los soldados se acuclillaban y me hacían señas para que me acercara, pero yo les miraba con recelo antes de dar media vuelta y alejarme hasta las gradas. Por aquel entonces aún no confiaba en ellos. Luego, unos días después, a pesar de mi suspicacia, me decidí a seguirlos hasta los barracones, situados en una amplia explanada del campus. Durante el recorrido, no me llamaban, aunque de vez en cuando se detenían y me miraban por encima del hombro. Yo, entonces, me quedaba quieto, en alerta, por si se giraban y debía salir huyendo. Unos segundos después, una vez cruzábamos las miradas, se reían y continuaban su camino. Robert era el que más lo hacía: siempre con una mirada afable y una sonrisa.
Robert era el único que compartía el racionamiento conmigo y, día tras día, dejaba un plato de latón en el suelo, a unas cinco yardas del barracón. Después me miraba, señalaba el plato y se alejaba. Al principio desconfiaba, por lo que me aproximaba con cautela, olisqueaba la comida y la engullía a toda velocidad para después salir corriendo. Luego, poco a poco, semana tras semana, fui confiando en él, permitiendo que, mientras degustaba los manjares que me suministraba, se situara a pocos palmos de mí. Hasta que un día, cuando amagó por acariciarme, no hui, sintiendo por primera vez su mano sobre mi piel. Entonces, en aquel instante, lo supe: siempre seguiría a Robert.
El soldado Boyne continúa acariciándome al tiempo que charla con mi amo. Yo, mientras, he cerrado los ojos, disfrutando de sus caricias, del leve cosquilleo que me producen, saboreando las pocas horas de paz en la trinchera.
—Esta noche parece que va a ser tranquila. ¿No crees, Conroy?
—Eso parece. Puede que hasta podamos dormir tres horas seguidas —contesta Robert.
Desde hace un buen rato, una descompasada sinfonía de ronquidos se extiende a lo largo y ancho de la sección dónde nos encontramos.
—Conroy, ¿crees que cuando acabe este sinsentido podrías viajar a Fishguard para que mis padres conozcan a Stubby?
—¿Cómo?
—Me gustaría que le conocieran.
—¿Por qué quieres que le conozcan?
—Si no fuera por él, seguramente ya estaría muerto.
—Bueno, si no fuera por él, Boyne, no sólo tú estarías muerto.
Me extraña las palabras de Robert, puesto que yo, como cualquier otro perro haría, sólo velo por el bienestar de mi manada.
Por ejemplo, como la primera noche que, tras mi regreso a las trincheras, después de permanecer en la retaguardia varias semanas al cuidado de médicos y enfermeras, escuché de nuevo el silbido agudo que precede a la intensa y penetrante fragancia que provoca náuseas y mareos. Un bálsamo que impregna en segundos cada pulgada del campo de batalla. Un aroma que se produce tras escuchar un silbido agudo, similar al zumbido de los obuses, muy distinto al ruido atronador de la artillería, del que ya estoy más que acostumbrado.
La primera vez que lo escuché fue en medio de una ofensiva, mientras permanecía agazapado en la trinchera como me había ordenado Robert. La brisa jugueteaba con el humo arremolinándolo por encima de mi cabeza. Yo deseaba que por fin enmudeciera la artillería para iniciar mi misión, y así poder confortar a los heridos con mi presencia. Deseaba lanzarme ya en la búsqueda de aquellos soldados, capitanes y oficiales que, tras ser abatidos, no podían gritar, alertando así de su posición. Deseaba llegar junto a ellos lo antes posible y permanecer a su lado lamiéndoles la cara, avivando su ánimo, y ladrar para alertar de nuestra situación al camillero Boyne o a cualquiera de sus otros compañeros, como me habían enseñado. Ellos, como siempre, correrían agachados con premisa, esquivando las balas de los francotiradores, y llegarían a nuestra posición para auxiliarnos. No obstante, en aquel momento, faltaban horas para su inició. Así pues, seguía acatando la orden de mi amo cuando escuché por primera vez aquel silbido agudo. Luego, pasados unos segundos, olisqueé en el ambiente la fragancia de la que les hablo. Un aroma desagradable, inmundo, y que veló en apenas un minuto el resto de olores que impregnaba el campo de batalla, y de los que ya estoy familiarizado. Al principio, tras inhalar aquel aroma, sentí un liguero mareo. Después, náuseas. Por último cerré los ojos, tras sentir una gran pesadez en los párpados. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que percibí la voz de Robert en la lejanía, como si estuviera a cientos de millas de mí. No obstante, debía estar a mi lado, ya que sentí al instante sus manos deslizarse bajo mi barriga y elevarme hasta su pecho. Aquello fue lo último que recuerdo antes de despertarme sobre una manta junto a una enfermera de mirada afable y un sinfín de soldados tumbados sobre camastros con los cuerpos vendados.
Por ello, cuando esa noche, mientras dormía los hombres, escuché de nuevo aquel silbido agudo, no dudé en despertarlos con mis ladridos.
Durante mi recuperación en la retaguardia, rememorando los síntomas al inhalar la inmunda fragancia, regresó a mi memoria aquellos primeros días de travesía al bordo del SS Minnesota, cuando no podía caminar por culpa del cesante mareo y las continuas náuseas que me oprimían la garganta. Un mal estar que no se desvaneció hasta que desembarcamos y pisé los húmedos adoquines del puerto de Saint-Nazaire con firmeza.
Robert me había subido a la embarcación escondido en su abrigo —aún no sé cómo no me descubrieron— y me escondió en los compartimentos inferiores, junto a las máquinas, en la carbonera. Luego, una vez estuvimos en medio del inmenso océano, y advirtiendo mi estado de mareo, me llevó hasta el camarote donde dormía. Cuando entré acurrucado entre sus brazos, con alguna que otra sensación de náuseas, provocó algunos que otros vítores entre los miembros de la compañía. Uno de ellos aovilló una manta y la colocó bajo la litera de mi amo. Robert se acuclilló y me dejó sobre ella. Era muy cómoda, mucho más que el duro suelo de la carbonera. Y, desde aquel día, pernocté junto a los muchachos. No obstante, lo que más le agradecí, fue los numerosos paseos por cubierta, donde podía respirar aire puro mientras corría entre los soldados y marineros. Además, aquellos paseos, mitigaban en gran medida mi persistente mareo.
Ahora, tras estos meses tan duros, rememoro esos días tan felices cuando los soldados y marineros no paraban de hacerme carantoñas y de jugar conmigo cada vez que se lo pedía elevando el cuerpo sobre mis dos patas traseras. Robert siempre les decía que aprendía con diligencia, además de autodidacta, ya que los marineros se sorprendían ante mis ocurrencias. Yo, la verdad, no supe nunca a qué se refería, simplemente captaba con rapidez lo que él me enseñaba o lo que observaba en el campamento de instrucción. Por ejemplo, a diferenciar los distintos pasos de marcha, los diferentes toques de corneta o los uniformes de soldados, cabos y sargentos. Un aprendizaje que me salvó de ser desahuciado del regimiento tras desembarcar en el puerto, cuando el superior a Robert me descubrió. Yo, entonces, lo saludé como un buen soldado, permaneciendo erguido sobre las dos patas con el pecho hinchado, mostrándole con orgullo la chapa que colgaba de mi cuello, labrada de forma idéntica a la de los demás soldados por uno de los maquinistas del barco, y estirando la pata delantera hasta las cejas. Una acción que me otorgó el rango de mascota de la 102º y que me autorizó a permanecer junto a mi amo.
—Sí, si no fuera por ti, ya estaríamos todos muertos —me dice el soldado Boyne mientras me besa en el hocico.
Abro los ojos y surge ante mí su amplia sonrisa.
Siempre está sonriendo, al menos cuando estamos juntos.
—Bueno, Conroy, me voy a la cantina a por una taza de café. ¿Por qué no os venís?
—Iba a echarme un par de horas, ahora que tenemos algo de calma.
—Está bien.
Mi amigo se levanta y, antes de marcharse, chasquea las botas mientras elevaba la mano hasta las cejas.
—¡Con su permiso, Sargento Stubby!
Yo le ladró, como he aprendido hacer cada vez que se cuadran ante mí.
Al principio, en Yale, todos me llamaban Stubby, el nombre con el que me bautizó Robert. Luego, una vez llegamos al Frente Occidental, y después de largos meses de batallas y misiones, comenzaron a llamarme soldado. Pero ahora, tras mi afortunada captura, lo troncaron a sargento.
Aprendí pronto a diferenciar el uniforme alemán del que portaba el regimiento, como a distar, sin equívoco, la entonación de sus voces. Por eso, el día que escuché cómo me chiflaban desde detrás de un árbol caído, mientras fisgoneaba a unas cincuenta yardas de la trinchera, y la posterior llamada, una vez me acerqué, con la peculiar entonación alemana, supe al instante que era un enemigo.
Sin dudar un segundo, comencé a correr sobre el árido suelo preparándome para la batalla. Tras esquivar un par de alambradas de largas y afiladas púas, salté sobre el tronco muerto. Entonces, ante mí, se presentó un joven rubio con el rostro embarrado. Él se quedó inmóvil, a la defensiva. Yo, por supuesto, adopté una actitud agresiva, gruñendo, mostrando mis afilados colmillos. Apenas un momento después, el muchacho comenzó a retroceder lentamente, reptando el trasero sobre el barro, sin quitarme la vista de encima. Yo continué gruñendo, sin saber qué hacer: era la primera vez que me enfrentaba cara a cara con el enemigo. Sin embargo, sin pensar, por instinto, cuando intentó levantarse, girando el cuerpo, dándome la espalda y elevando las nalgas, me lancé sobre ellas mordiéndolas con todas mis fuerzas. El joven cayó al suelo tras emitir un sonoro chillido. El regimiento, que se encontraba descansando en la trinchera, lo escuchó, por lo que varios soldados asomaron la cabeza. Yo continué forcejeando con él. Mientras, los muchachos salieron en mi ayuda. En pocos segundos se encontró rodeado, por lo que tuvo que rendirse.
Yo, claro está, desconocía que aquel joven rubio era un espía cartografiando la posición de nuestras trincheras. Pero no importó. Para los mandos superiores me había convertido en más que un simple soldado; y para los muchachos, en todo un sargento.
—Gracias, mi sargento —contesta el soldado Boyne tras mi ladrido. Después, justo antes de agacharse, añade—: Descansa, Conroy. ¡Luego nos vemos!
—Así lo espero.
Entonces, de repente, escuchó en la lejanía un disparo y comienzo a ladrar. Sin embargo, mi amigo reacciona tarde y la bala impacta sobre su cráneo. La sangre salpica el cuerpo de un soldado que duerme apoyado sobre la pared opuesta a la que estamos, mientras el cuerpo de mi amigo se derrumba frente a nosotros.
Unos metros más allá, uno de los soldados dice:
—Será gilipollas. ¡Cómo se le ocurre estirarse tanto y asomar la cabeza por encima de la trinchera!
Robert me aferra con fuerza, pero yo me libero de sus manos.
Otro soldado, algo más alejado, le responde:
—¡Qué más da! Sólo era un camillero. Un asqueroso cobarde.
Salto desde las piernas de Robert hasta el cuerpo inerte de Boyne y comienzo a lamerle el rostro. Pero no se mueve. No reacciona a mis caricias.
Robert gatea hacia mí y me aleja de él, diciendo:
—Stubby, ya no puedes hacer nada por él, está muerto.
Entonces lo comprendo.
Lo entiendo a la perfección.
Mi compañero de misiones, mi amigo, como muchos otros antes, ya nunca más me acariciará por detrás de las orejas.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Gavalia
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Gavalia »

En principio me parece un buen trabajo. Salvo algunos fallitos, poca cosa en mi opinión, creo que pasa bien el filtro en cuanto a redacción. Quizá le traicionan en algún momento los tiempos verbales. La historia parece un homenaje tanto a objetores de conciencia como a los perros de rescate, cosa que me gusta. Creo que el texto se pierde un poco con tantas explicaciones, cambios de escena y alguna que otra redundancia. Para mi gusto no transmite del todo la emoción que pretende, salvo al final con la muerte del camillero. Sobre la realidad de los hechos en los que se basa el relato parece que si existió el perrito de marras. así que nada que objetar.
Buen trabajo en general. Se entiende bien salvo lo comentado. La forma de contarlo creo que es apropiada al contexto donde se producen los hechos. Saludos y suerte.
Última edición por Gavalia el 24 Oct 2018 18:07, editado 2 veces en total.
En paz descanses, amigo.
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Mister_Sogad
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Mister_Sogad »

Gran relato el tuyo, autor/a. Creo que es un acierto la elección de tu prota canino y, sobretodo, tu forma de narrar. Me ha gustado cada elemento que has ido añadiendo o presentando si bien las anécdotas se me han antojado algo abruptas, como si les faltara una mayor extensión; vamos que he echado en falta que te alargaras algo más en cada una de ellas.

Por otro lado, has jugado bien con diversidad de temas como el humor, el drama, lo social, la sicología, etc, todo en el marco de una situación tan limitante como es la guerra. La sensacion que tengo es que te ha quedado un relato bastante completo en temas pero que le falta algo de extensión.

Te deseo suerte, autor/a. :60:
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Tolomew Dewhust
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Tolomew Dewhust »

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El Sargento Stubby (21 de julio de 1916 - 16 de marzo de 1926) está considerado como el perro de guerra más condecorado de la Primera Guerra Mundial y el único perro en ser recomendado para un ascenso y nombrado sargento por méritos en combate.

Lo tengo que leer más detenidamente.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Tolomew Dewhust
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Tolomew Dewhust »

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La del sombrerito es Lifen, que ya por aquel entonces formaba parte del jurado.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Tolomew Dewhust
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Tolomew Dewhust »

El relato es bueno. O muy bueno. Tiene de todo, como en botica.

Para empezar es exponente de lo que yo entiendo por una historia basada en hechos reales (ya he dicho que eso no lo voy a tener en cuenta para mis valoraciones, pero bien está que lo diga), es decir, partiendo de una realidad (en este caso la existencia del perro y su participación en la guerra), se nos presenta una completa biografía salpicada de escenas bélicas, flashback y todo un repertorio variadito que su autor maneja muuuy bien.

El relato es muy completito, sí. Creo que debería quedar arribita, :chino:.

Como opinión súper personalísima, que el prota sea un perro le da cierto aroma infantiloide al relato, al menos eso percibo yo.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Tolomew Dewhust
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Tolomew Dewhust »

La última escena la eliminaría, creo que es prescindible y evitamos el recursillo de la lágrima fácil.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Tolomew Dewhust
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Pero tiene muchas cositas muy buenas. El tema de los objetores está muuuy bien traído, sí señor. Igual lo hubiera explotado un pelín más.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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rubisco
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por rubisco »

La historia de Stubby es la de un perro callejero que ingresa en un cuerpo policial y se ve posteriormente inmerso en la guerra mundial.

La idea es interesante. Rara vez me he planteado escribir desde el punto de vista de un animal; lo considero un ejercicio muy difícil y sin embargo creo que lo has resuelto con soltura. Tengo un problema con este relato: no me queda claro dónde termina el planteamiento y dónde empieza el nudo. A mi parecer sobran muchas (muchísimas) descripciones que no parecen aportar nada sustancial al relato, más que anécdotas que permiten redondear la vida de Stubby.

Creo que el nudo (salvo en su comienzo) está bien definido. Lo identifico con la llegada al campo de batalla, con lo que se me antoja un nudo muy corto y muy tardío. Hasta llegar aquí la lectura se me había hecho lenta, rozando la pesadez, y ya había perdido interés en la lectura.

Me ha pasado algo que es claro indicador de esto: mientras leía mi mente se iba a otras cosas, lo que significa que la lectura no me estaba reteniendo, y eso no debe pasar nunca.

El desenlace me parecía previsible, pero además me resulta muy abrupto y artificial. Me explico: creo que el final merece más descripciones y el planteamiento podría estar más comedido o resumido. Por otra parte, la reacción del perro me parece demasiado fría incluso asumiendo su hipotético raciocinio.

Como único personaje principal, el perro tiene todo el protagonismo y has sabido aprovechar eso para que sea él quien nos cuente la historia. Lo que pasa es que me parece demasiado racional en su discurso. No le noto ninguna emoción, ninguna muestra de cariño o rabia, salvo en la escena del espía (que también me resultó falta de energía). Sin embargo, el cambio de narración de pasado a presente me pareció bien resuelta.

La historia cuenta una buena historia, pero creo que los mimbres daban para bastante más. Creo que el texto mejoraría con un buen repaso y la reescritura de algunas partes (las faltas de ortografía que se van leyendo, algunas de las cuales quitan sentido a las frases, me hacen pensar que no hubo una revisión concienzuda).

Eché en falta algún giro menos esperado que el del final, o alguna otra dificultad más allá que las narradas de voz del propio Stubby.
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Berlín
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Berlín »

Debo confesar que no me gustan los relatos donde hablan los perros. Sólo hay uno al que se lo tolero, Orfeo, el perro que cierra la novela o la nívola de Unamuno, Niebla. Pero es porque el animal no tiene voz de niño, sino de viejo.
Orfeo dice: ¡Qué extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más a él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo. Siempre parece estar en otra cosa que en lo que está, y ni mira a lo que mira. Es como si hubiese otro mundo para él. Y es claro, si hay otro mundo, no hay éste.
Y luego habla, o ladra de un modo complicado. Nosotros aullábamos y por imitarle aprendimos a ladrar, y ni aun así nos entendemos con él. Solo le entendemos de veras cuando él también aúlla. Cuando el hombre aúlla o grita o amenaza le entendemos muy bien los demás animales. ¡Como que entonces no está distraído en otro mundo ...! Pero ladra a su manera, habla, y eso le ha servido para inventar lo que no hay y no fijarse en lo que hay. En cuanto le ha puesto un nombre a algo, ya no ve este algo; no hace sino oír el nombre que le puso o verlo escrito. La lengua le sirve para mentir, inventar lo que no hay y confundirse. Y todo es en él pretextos para hablar con los demás o consigo mismo. ¡Y hasta nos ha contagiado a los perros!
Y dicho esto que solo quiere expresar lo que a mi me gusta, paso a decirte que el relato está muy currado, que has buscado mucha información, información que he leído, pero que tú le has dado esa parte tierna que resulta muy bonita. Que he visto algún que otro fallito, como ese "liguero" -en qué estarías tú pensando, malandrín-, pero que así en conjunto me parece un buen trabajo.
Lo que no me ha gustado nada de nada: que disecaran al pobre animal. Por otro lado la placa que le colocaron me parece muy linda: al vagabundo valiente.

Suerte plumilla.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Megan
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Megan »

Voy a dejarlo para mañana porque hoy ya no me da la neurona :roll:
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noramu
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por noramu »

Me sorprende que un texto al que se le ve mucho trabajo detrás, tanto en documentación como en la elaboración, se haya enviado sin una revisión exhaustiva. Pero eso es fácilmente remediable. Aparte de eso, la estructura me parece un tanto caótica y demasiado extensa. Yo lo sometería a una buena poda. Para mí el elemento más interesante es cómo ven los soldados a los camilleros que se oponen a llevar un arma. Quizá en vez de tanto rascar detrás de las orejas hubiera intentado transmitir cómo vivía Boyne y los demás camilleros con esa realidad, en las trincheras salvando a soldados y siendo considerados cobardes. Claro que como yo soy dela línea de Berlín en cuanto a protagonistas animales le hubiera dado directamente el protagonismo al camillero. Pero como es un homenaje al perro de Dori, te lo perdono.
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Megan
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Megan »

Autor/a, tu relato está muy trabajado
y se nota que estudiaste mucho la anécdota.
Pero (qué palabra que detesto) se me hace largo,
además, por qué tuvo que contarlo el perro, y que
conste que adoro a los perros. Me hubiera gustado
que lo contara un humano y no con tanto detalle.
Unos por cortos y otros por largos, no digo que tu relato
sea malo, al contrario, está muy bien escrito y los
hechos se suceden en buena forma. Sólo que le
haría recortes y eso facilitaría la lectura.
Igual te vas a llevar puntos, porque vale mucho
todo lo que trabajaste para hacerlo.

Suerte y gracias por compartirlo :D
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Topito
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por Topito »

Si soy sincero, he leído todos los comentarios de todos los relatos antes de escribir. Me apetecía saber qué se opina y luego dar la mía.

Estoy a favor y en contra de algunos comentarios, en otros tantos me ha pasado lo mismo. Así que, pongo la mía y ya está.

Se nota que no hubo revisión o, al menos, no hubo un reposo y varias revisiones que sería lo suyo. Por cierto, tengo que investigar a ver quién eres, deberé revisar los amigos de facebook de Dori :cunao:, pues me ha sorprendido la dedicatoria y hasta me ha dado un vuelco el corazón porque es una dedicatoria póstuma. :( Bueno, que me lío.

Poco que decir: a parte de lo de la revisión, cosas que sí me han gustado es que sea el perro quien cuente la historia. Me gusta los relatos con animales. No se lo tengas en cuenta a Berlín, ella es más de gatos (cosas más raras se han visto), que de perros. Ya sabes: los gatos y perros no se llevan. :cunao: Creo que le falta aún más historia, extensión, contarnos más cosas sobre el chucho y además ampliar el relato del camillero, aunque ya he leído muchas historias de objetores de conciencia en la Primera Guerra Mundial y no sé si me podrías aportar algún punto de vista diferente. He investigado, como hice con alguno que otro de los que se han presentado, y veo que existe hasta un ensayo del dichoso perro :shock: Y una película animada de este año o del pasado, no recuerdo bien. Curioso.

Y lo que sí estoy con los demás es el final, previsible. Pero, coño, estamos en una guerra, si no te cargas alguno no lo sería. Además, si existen recursos que siempre han funcionado en la literatura o en el cine, pues haces bien en utilizarlos. Al menos es una forma de cerrar una historia. Eso sí: me da que el final lo escribiste rápido. No sé.

Me uno a la Dino, te perdono todo por la dedicatoria. Y seguramente estés en mis puestos de arriba en los votos, peleando entre los grandes relatos del concurso. :60:

Buena suerte y, ante todo, disfruta del concurso.
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rubisco
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Re: CO 18 - Sargento Stubby

Mensaje por rubisco »

rubisco escribió:La historia cuenta una buena historia, pero creo que los mimbres daban para bastante más. Creo que el texto mejoraría con un buen repaso y la reescritura de algunas partes (las faltas de ortografía que se van leyendo, algunas de las cuales quitan sentido a las frases, me hacen pensar que no hubo una revisión concienzuda).
¿Quién demonios soy yo para pedirte, autor o autora, una revisión concienzuda si en este párrafo arranco con un La historia cuenta una buena historia y me quedo tan ancho?

Sigo pensando, no obstante lo anterior, que tu relato no sólo necesita sino que merece una revisión. Es merecedor, ameritado, acreedor y no me sé más sinónimos.

Después de tener una visión global me queda claro que eres quien más ha arriesgado en el concurso. Has dado vida a un perro que cuenta sus vivencias. Como nadie recuerda su anterior vida de perro, loro o helicobacter, resulta muy difícil plasmarlo en un relato, y creo que eso te ha pasado a medias.

Tengo que decidir qué hago contigo en las votaciones. Quiero premiar tu riesgo pero recordarte que todo riesgo debe estar calculado. Ah, sí. Ya sé qué puntuación ponerte: :comp punch: .
69
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