CO - El país de las flores escondidas - Iliria (3° Jur) (1° Pop)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
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CO - El país de las flores escondidas - Iliria (3° Jur) (1° Pop)

Mensaje por lucia »

EL PAÍS DE LAS FLORES ESCONDIDAS

Llegaron más.
Atravesaron las montañas, y como enjambres de libélulas de un monocorde gris sobrevolaron los campos. Mai Quý interrumpió unos segundos su tarea para buscar en el rostro de su madre una respuesta a aquello:
—Ah, malditos extranjeros. Nunca nos dejarán en paz.
Como el resto de campesinos, madre e hija volvieron a la paciente tarea de trasplantar los brotes de arroz y convertir poco a poco aquel valle de lodo en un tapiz esmeralda bajo el cian del cielo. Pero la visión de los helicópteros había quebrado la quietud del paisaje y de las almas. Mai Quý aún creía percibir la estela que sobre el frescor de las plantas había dejado el combustible quemado.
—De todas formas—añadió su madre—ya sabes lo que tienes que hacer.
Y desde entonces Mai Quý no había hecho otra cosa.
.
La vida seguía un extraño curso. Ya no era una senda llana y recta, sino cubierta de baches y sobresaltos. También de sinsabores. Pero como muchos de sus compañeros solían decir, continuaba adelante.
Los días de Mai Quý transitaban por esos baches. Sus noches estaban plagadas de imágenes que no le dejaban conciliar el sueño. Su poblado. Las tropas extranjeras obligándola a ella y a su familia a dejarlo. “Aldeas estratégicas”, había traducido algún vecino joven que chapurreaba inglés. “Dicen que así nos separarán de la influencia del Vietcong”. Como muchos de sus vecinos, el abuelo y la madre de Mai Quý se habían opuesto: “Pero nosotros no somos comunistas. No queremos al Vietcong, ni podemos ir a otra parte. Tenemos que quedarnos aquí, con nuestros antepasados”. El tono desesperado en una lengua incomprensible quebró la paciencia de los marines, y el inglés del joven vecino no alcanzaba para hacer entender a las tropas invasoras, que acusaban a los campesinos de mentirosos. Uno de aquellos soldados, el que parecía estar al mando, abrió fuego. El abuelo y la madre de Mai Quý cayeron abatidos ante los gritos de ella.
Y entonces se incorporaba. Su mano buscaba la de Lihn Tién, su mentora, quien siempre le ofrecía consuelo.
—Mi pobre niña. Otra vez esos malos sueños, ¿verdad? Pero ahora tenemos que descansar. Debemos ser fuertes y estar unidos. Sólo así venceremos. Ven, duerme conmigo.
Lihn Tién también había perdido a su familia. Su marido y sus tres hijos se habían unido a la guerrilla, y habían perecido. Uno de ellos a los quince años, la edad de Mai Quý. Sin embargo, aquella mujer mantenía una firmeza que su joven protegida trataba de emular.
Mai Quý nunca olvidaría la vez primera que, siguiendo a Lihn Tién, se había adentrado en los túneles de Cu Chi, donde ahora vivía. Era como atravesar las entrañas de una tierra que se retorcía de dolor, tan plegada sobre sí misma estaba la red de galerías y pasillos. Le había explicado que eran así de sinuosos para que los americanos no cupiesen en ellos, y también para que los gases y humos de las bombas que desde fuera les arrojaban no les alcanzasen. Conforme avanzaron a Mai Quý le invadió una sensación pastosa en la boca, como si su saliva se fuese trasformando en barro. Y el calor. La humedad impregnaba un aire tan escaso como corrompido. Avanzaron a oscuras entre unas pocas velas diseminadas, sólo más próximas dentro de una pequeña sala donde, sentado sobre una estera, un hombre de mediana edad escribía algo. En una pared el retrato de Ho Chi Minh lo observaba todo con poderosa benevolencia.
— ¿Quién es?—inquirió el hombre, señalando a la desconocida.
Lihn Tién refirió la historia de la joven, cómo había perdido a su familia y había acabado en una de las falsas aldeas americanas. El relato de la mujer sirvió a su vez para que Mai Quý supiera con más detalle la realidad de su nueva amiga: un miembro de la guerrilla, infiltrada entre las poblaciones “seguras” de los americanos, precisamente para convencer a los campesinos desposeídos y acercarlos a la causa. También había advertido que el hombre era el jefe de una pequeña unidad de insurgentes, de la que Lihn Tién formaba parte. Conforme escuchaba, los ojos del cabecilla se hicieron más oblicuos en una sonrisa astuta que dejó al descubierto unos incisivos prominentes.
—Sur vietnamita, ¿eh?—preguntó, en realidad a las dos mujeres, para a continuación dirigirse a la guerrillera: —Bien, esperemos que haya comprobado por sí misma lo que en realidad han venido a hacer los americanos. No te despegues de ella. Esta noche tenemos un coloquio y talleres, y después os asignaremos más tareas.
.
A pesar de que su familia no había abrazado el comunismo, Mai Quý no se cuestionó nada el día en que le explicaron el sentido del mismo. Ni cuando le pusieron un AKM en las manos para entrenar y formar parte de la guerrilla. Era como si, aunque de manera antinatural, todo viniera a recolocarse. Con el transcurso de los días Mai Quý se dio cuenta de una realidad: el ritmo de sus vidas bajo tierra lo marcaba el ejército extranjero con sus movimientos en la superficie. A veces los bombardeos de los americanos se hacían tan intensos que las paredes temblaban y caía gran cantidad de polvo sobre sus cabezas. Entonces tenían que bajar a los niveles inferiores donde seguían estrictas pautas incluso para respirar y economizar oxígeno. Los ojos de todos ellos se habían hecho tanto a la penumbra que cuando agotaron las provisiones tuvieron que subir de noche a por más comida. La luz del plenilunio les golpeó de lleno con la realidad.
—Malditos sean—se lamentó alguien—. Napalm.
Las bombas incendiarias habían arrasado los campos y carbonizado las reses. Los pocos árboles que habían quedado en pie se habían reducido a troncos negros, estacas muertas y sin ramas. Mai Quý tuvo que obligarse a avanzar entre el paisaje yermo aunque fuese para encontrar alguna raíz que llevarse a la boca. Se alejó un poco. Y entonces, algo sucedió. No tuvo tiempo de reaccionar cuando por detrás le golpearon la cabeza. Tampoco sintió su caída sobre las cenizas del suelo.
.
Despertó ya avanzado el día, tendida de espaldas. Notó las manos entumecidas. La luz del sol se había deslizado entre las hojas de los árboles y le daba de lleno en los ojos. Tuvo que ladear la cabeza. Aún aturdida, recordó el paisaje arrasado y le extrañó encontrarse entre vegetación. Eso significaba que se hallaba lejos. Junto a ella, fuera de su campo de visión, tronó una voz de hombre llamando a alguien. Entonces dio un salto para volver a caer a tierra, esta vez sentada. Se dio cuenta de que la habían maniatado. Varias risotadas estallaron a su alrededor.
Soldados americanos. Un grupo de seis o siete hombres se arremolinó en torno a ella. Algunos rubios de ojos claros, otros negros, otros de pelo castaño y tez pálida, pero a ella se le antojaban todos iguales, tan corpulentos y con esos rasgos grandes y grotescos, tan alejados de la armonía asiática. Los cascos redondeados, cada uno decorado a su manera, intentando escapar de aquellos uniformes que les habían impuesto. Los livianos M16 que portaban. Mai Quý los recordaba bien desde el día de la matanza en su aldea. “Bestias”. Le aterrorizó la expresión de sus miradas ante la presencia femenina, alguno incluso relamiéndose. Como perros adiestrados, a la espera de una seña del sargento para arrojarse sobre ella. De sus labios escapó un gemido de miedo y trató de echarse hacia atrás. Un gesto del suboficial, pero para que se acercase otro soldado con distinto uniforme y con los mismos rasgos que ella. Un sur vietnamita.
—¿Dónde está tu unidad? ¿Cuántos sois?
—N… no sé de qué me hablas—respondió ella.
Sabía qué clase de interrogatorio le podía esperar. Intentó sacar toda la fortaleza que pudo para defender a los suyos, pero de pronto creyó perder todo el control de su cuerpo. La luz del día se hacía más cegadora, el corazón le golpeaba el pecho con tal intensidad que respirar se convertía en algo doloroso. El estómago parecía una piedra contraída. El sur vietnamita tradujo las palabras de Mai Quý y el sargento, con gesto contrariado, se situó tras ella y le agarró del pelo. Repitió la pregunta, y de nuevo, la misma respuesta.
—Yo no sé nada. Soy sólo una campesina—añadió.
Otra voz masculina se echó a reír. Ante Mai Quý apareció el teniente, quien se plantó ante ella y el sargento que todavía la tenía sujeta. Entre risas agitó el arma que le habían arrebatado.
—Dice que tenéis una forma muy curiosa de arar el campo…—fue la traducción.
Un soldado, el que llevaba la radio, se acercó al teniente y le comunicó algo. De mala gana el oficial respondió a la llamada. Mai Quý trató de sobreponerse al terror y observar cuanto ocurría. Los gestos de aquellos militares, de los superiores sobre todo, sus reacciones. Cualquier indicio podía revelar cuál iba a ser su suerte. Mai Quý siguió atenta. Entonces su mirada se encontró con la de un marine que hacía guardia en ese momento. Le intimidó el rostro pétreo, adusto, con la expresión de un ave rapaz de ojos grandes, negros y duros. “Ojos de gavilán”, pensó. El teniente hablaba por el auricular con la vista puesta en la cautiva, mientras el resto de hombres permanecía a la espera. Colgó y llamó al sargento. Mai Quý dedujo que debían moverse. Se sintió aliviada cuando aquel le soltó el pelo, pero seguía con las manos entumecidas por las ataduras.
Se pusieron en marcha. Fue el soldado de mirada de gavilán el encargado de llevarla sujeta por las muñecas. Avanzaban entre la maleza a paso lento, en fila, separados unos de otros como cuando inspeccionaban el terreno. Bajo los uniformes y las pesadas mochilas los hombres sudaban y lanzaban maldiciones. Se sacudían los insectos como podían. Se asaban al sol cuando alcanzaban la linde de la selva. De vez en cuando quien iba en cabeza del pelotón hacía un gesto elevando el puño y los demás se agachaban con cautela. Falsa alarma. Seguían caminando.
Descansaron para comer. Mai Quý ya había deducido que la consigna por radio había sido que la trasladaran con ellos para interrogarla en otro sitio. Quizá en el campamento base. También que no debían tocarla ni hacerle daño. Al menos de momento. Mientras los soldados se acomodaban como podían, el teniente volvió a comunicarse por radio. Mientras hablaba, miraba al cielo. Quizá ese era el punto en el que algún helicóptero debía recogerlos, a juzgar por lo llano y despejado del terreno. Sin embargo, como precaución, habían escogido para acampar la primera línea de árboles de la espesura. Mai Quý se dejó caer en el suelo, en la pesadumbre, en la congoja. Se hallaba no muy lejos de su antigua aldea, donde moraban las almas de sus ancestros, pero no podía llegar hasta ellos. El soldado de mirada de gavilán fue relevado de la custodia de la prisionera por otro de ellos, un hombre anodino de pelo pajizo y mirada inexpresiva, que sacó una lata de aquellas judías con salchichas que solían comer. Los otros hicieron lo mismo, hablando unos con otros. Mai Quý decidió olvidar su pena y siguió observándolos. No podía hacer otra cosa.
Al cabo de cierto tiempo uno de ellos hizo un amago de ofrecerle algo de comida, pero el sargento pareció recriminarle con ese idioma seco y duro. Ella se preguntó si negarle alimento y agua no sería alguna forma de presionarla y debilitarla como enemigo. Ante aquello el soldado de mirada de gavilán, hasta entonces en un discreto plano, guardó su comida y se negó a seguir comiendo. A ella le asombró aquel mudo gesto de rebelión. Con respecto a este soldado observó otras cosas. Parecía un paria entre ellos. Los demás a menudo le insultaban, le humillaban de manera abierta llamándole “gook”, como los americanos se referían con menosprecio a los vietnamitas como ella. Mai Quý se preguntaba el motivo, ya que él con su piel blanca y su cabello castaño no tenía ningún rasgo asiático. Le maravillaba sobre todo su reacción, de una elegante indiferencia que rozaba la entereza oriental. También adivinó por otras apelaciones que su nombre era Perkins. Así trató de dirigirse a él pidiendo que le aflojara un poco las ataduras que le amorataban las manos. Los demás se rieron a carcajadas, les dirigieron a ambos aullidos y gestos obscenos e incluso uno de ellos lanzó una lata vacía al casco del soldado. El tal Perkins los miró por encima del hombro y se alejó.
Mai Quý seguía atenta. No llegó a saber el tiempo transcurrido. Y entonces “aquello” sucedió. Un despiste del centinela. Un resquicio de oportunidad. Mai Quý rodó por la maleza y dando un salto echó a correr. Los hombres maldijeron, y de espaldas a ella alguno abrió fuego. Pero ella ya se encontraba zigzagueando entre la vegetación. Le sorprendió verse tan ligera a pesar de las ataduras. Volvió la vista un segundo. El torpe centinela la seguía de cerca, y no muy rezagado el soldado de mirada de gavilán. Junto a ellos dos también parecía querer darle caza su propio miedo, el de ella, pero sin llegar a alcanzarla. Por un instante se sintió pletórica, a pesar de la dificultad de abrirse paso entre la maleza, sólo pudiendo alzar las manos a la altura de su rostro, sin poder evitar que los arañazos la laceraran. Iba perdiendo mechones de su cabello, enredados en plantas espinosas. Sus captores iban a darle alcance. Volvió a escuchar breves ráfagas de metralla, que erraron por poco.
El corazón de Mai Quý dio un vuelco. Reconoció el terreno. El viejo pino de tronco inclinado junto a la roca. En días no muy lejanos Lihn Tién y ella habían excavado el terreno. La mujer le había enseñado a afilar el bambú y a afianzarlo en el fondo, cómo y de qué untar las puntas, cómo camuflar el agujero. Y las casi invisibles señales de advertencia. Quizá era la única manera de librarse de ellos, de salvar su vida. A pesar de que las ataduras limitaban sus movimientos, antes de que los soldados la vieran, dio un salto en el punto exacto y siguió corriendo hasta ocultarse tras un tronco. Entonces escuchó un chasquido de ramas. Y los gritos. Aun amortiguados por las paredes de la trampa “punji” éstos helaron la sangre de la joven, paralizándola. Como guerrillera, Mai Quý sólo había disparado en la distancia junto a sus compañeras de grupo. Esto era muy distinto. Los gritos del soldado, primero desgarradores, fueron cayendo en intensidad hasta una sucesión de gemidos ahogados. Imaginó la tortura del hombre ensartado por las estacas. De haber podido se hubiera tapado los oídos para no seguir escuchando, se hubiera mesado los cabellos para borrar aquella visión de su mente.
Se hizo un oscuro silencio. Mai Quý se asomó con cautela. Vio el agujero abierto en el suelo y al lado el soldado de mirada de gavilán. Si ella hubiese podido interrogar a su propio corazón, le hubiera preguntado el motivo de esa tímida alegría, ese alivio porque el soldado caído hubiese sido el rubicundo, y no Perkins. La extraña sensación duró poco. La metralla hizo saltar astillas del tronco a la altura de los ojos de Mai Quý. Era cuestión de segundos que el soldado bordeara el agujero y volviera a atraparla. Así que tomó impulsó y trató de huir. Esta vez el disparo no erró. Fue como un golpe en el muslo lo que hizo caer a Mai Quý. Luego vinieron el ardor y el dolor. Sin poder correr, rodó por el suelo hasta despeñarse ladera abajo. Mientras caía por lo que parecía un abismo infinito supo que la intención de Perkins no había sido matarla, sólo devolverla como prisionera. Pero el vació se apoderó de ella y ya no pudo pensar más.
.
Sonidos. Imágenes. Recuerdos distorsionados, entrelazados con sueños que se volvían pesadillas. Era como tratar de abrirse camino entre una niebla densa y asfixiante que no se dejaba apartar. De nuevo el aire viciado y escaso. El calor. El olor a tierra húmeda hacía que la penumbra fuese real incluso antes de abrir los ojos.
—Ya va despertando.
Poco a poco fue volviendo a la realidad, abrió los ojos y vio el rostro de un joven vietnamita, de expresión curiosa y amable.
—Hemos logrado salvarte la pierna. Dentro de poco estarás bien y podrás volver con tu grupo—continuó el joven.
Se presentó como el médico del túnel cercano a la zona donde había caído ella. Como a muchos combatientes heridos, la habían trasladado bajo tierra, ocultándola de los americanos, aumentando así el desconcierto de éstos hasta hacerles creer que luchaban contra enemigos invisibles. Mai Quý se dio cuenta de que se hallaba en el hospital del túnel, muy precario, pero con todo lo necesario para salvarla.
Durante su convalecencia tanto en aquella zona de acogida como entre el grupo de Lihn Tién a su regreso, tuvo tiempo de reflexionar. Sus superiores le dijeron que recibiría un mejor entrenamiento para no volver a caer en manos del enemigo, y recibió una pequeña condecoración por no haber revelado nada a los americanos. Mientras, pasaban los días bajo tierra. Mai Quý se cruzaba con sus compañeras, flores de una belleza cerrada, por germinar, escondidas bajo una tierra doliente que sólo quería volver a verlas abrirse en la superficie.
Sueños. A menudo perturbadores. El ruido de la metralla, de los bombardeos y los ataques aéreos. El olor a pólvora, a quemado, a destrucción. Mai Quý despertaba con la imagen de Perkins tan nítida como si casi estuviera acariciándola. Su mirada dura, fija, de ave rapaz, capaz de traspasar su alma. Siempre persiguiendo a la joven. A veces entre la selva, otras veces ella escapaba sumergida en un río, corriente abajo, sobre todo cuando despertaba con esa sensación de asfixia, sin aire. Y sin saber cómo, la diminuta y tímida llama de una afirmación dirigida a él, y casi a sí misma:
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raumat
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por raumat »

Por favor, qué agonía la de la pobre Mai Quy... :shock:
Toda la vida pasándolas canutas... Cuando no está bajo tierra, está prisionera, o perseguida, o disparada... Esto es un sinvivir... :roll:
Bastante bien escrito, a mi juicio. El tema, la guerra de Vietnam, trascendente también.
Aunque no ha conseguido emocionarme mucho, la verdad. Es posible que uno haya visto ya tantas películas o leído tantas historias sobre la guerra de Vietnam, que resulta difícil encontrar un enfoque novedoso del tema.
Un relato muy digno, en todo caso.
Gracias al autor por compartirlo y suerte en el concurso.
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Jarg
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por Jarg »

Me ha encantado. No soy muy aficionado a las historias o películas sobre la Guerra de Vietnam, pero esta me ha enganchado. Bien escrita, buenos personajes, algo de acción pero sin resultar demasiada, esas miradas de gavilán del soldado Perkins... No se me ocurre nada que se pudiera mejorar, este relato huele a primer puesto. Enhorabuena :D
Última edición por Jarg el 20 Oct 2019 17:40, editado 1 vez en total.
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Iliria
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por Iliria »

Me ha gustado la ambientación de este relato, la sensación bajo tierra, el miedo de la chica al ser capturada y los detalles que se nota que has cuidado a lo largo de la narración. Se intuye curro :101:
Como dice Raumat hay muchas historias sobre Vietnam. Lo que ya no parece tan frecuente es que nos la cuenten desde el punto de vista de los Charlies.
Ya nos contarás sí habrá romance entre el marine y la vietnamita. Veo ahí algo de tensión sexual no resuelta... :batman:
Gracias y un saludo :hola:
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ciro
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por ciro »

Este autor@ necesita más espacio para contar lo que quiere. La historia de amor se queda muy coja y, sin embargo, es el leitmotiv del relato, para mi gusto. El resto muy bien. Bien narrado y bien documentada la guerra, sin entrar en muchas profundidades. Me gustan especialmente las partes de la huida.
Resumen: un notable.
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Ginebra
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por Ginebra »

pues me ha gustado mucho, muy bien escrita y desarrollada... aunque me quedo sin saber por qué humillaban al soldado Perkins :roll: me encanta ese punto de unión entre la chica y este soldado. Mucha suerte :D
Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Eduardo Galeano


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Gavalia
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por Gavalia »

En línea con el resto de opiniones. El ambiente está muy logrado y es fácil dejarte llevar porque está bien escrito. El miedo, la ansiedad, la impotencia se palpan. Si acaso me ha sobrado alguna alegoría para mi gusto demasiado poética y la construcción de algún párrafo como cuando aparece la figura del lider rebelde en el texto, seguramente cosa mía.
Saludos y suerte.
En paz descanses, amigo.
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Megan
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por Megan »

Autor/a, me gustó tu relato.
Muy bien escrito y con muy buena información sobre la guerra.
Se me hizo ágil de leer, coincido con el Mosquito en que la chica pasa realmente mal, porque describiste muy bien sus infortunios.
El aparente "feeling" que tiene con el soldado Perkins le da ese toque de suavidad que necesitaba, porque todo era muy sórdido, muy doloroso.
Parece que te conozco, pero no estoy segura :wink:

Mucha suerte y gracias por compartirlo :D
Última edición por Megan el 26 Oct 2019 23:31, editado 1 vez en total.
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rubisco
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por rubisco »

(Es terrible cuando terminas de leer y te quedas con ganas de más. Muy terrible.)

Estimado autor, estimada autora:

No sé cómo, pero no había llegado al segundo párrafo y ya sabía que tu relato hablaba de Vietnam. No es ni bueno ni malo, sólo un punto de chulería por mi parte, algo a lo que no acostumbro.

Hablemos ahora de tu relato.

¡Guau! ¡Qué historión te has montado de la nada! La guerra de Vietnam como casi nunca nos la cuentan: desde el lado del Vietcong. La lucha comunista como casi nunca nos la cuentan: como una forma de impugnar los modos imperialistas de Estados Unidos y sus aliados. Y la vida de un prisionero de guerra como casi nunca nos la cuentan: con un militar que, a pesar de su enamoramiento, dispara a la protagonista con el objeto de detenerla y a riesgo de ocasionarle un daño irreversible.

La historia engancha mucho y engancha bien. No abusas de descripciones innecesarias, ni te entretienes en detalles secundarios. El ambiente que generas es, además, muy realista: me has transmitido el modo de vida tranquilo y paciente de los vietnamitas, algo francamente difícil cuando todos nuestros estímulos diarios nos impulsan exactamente a lo contrario.

La forma de escribir ayuda mucho a la historia. Las frases están bien construidas y buscan una estructura sencilla y eso, créeme, es un factor determinante. Es verdad que hay algún fallito pero me parece que no hay nada que afecte a la calidad del relato.

Me he creído a los personajes. No siempre lo consigo, así que eso tiene mucho de mérito por tu parte. En todo momento Mai actuaba conforme a como me parecía que debía hacerlo, e incluso puedo decir que anticipé dos o tres acciones suyas. Eso, insisto, está muy bien. Y el hecho de que ella no entienda nada de lo que dicen los americanos ayuda mucho a eso.

También tengo que reconocer que el sufrimiento de Mai lo gestionas muy bien, sin que parezca que estás leyendo el parte meteorológico pero tampoco te regodeas en los detalles escabrosos y en la penuria personal.

Y algo que siempre valoro es el impacto. Normalmente el impacto es ese aspecto de la historia que se queda adentro de uno y que de pronto se apodera del cerebro cuando menos lo esperamos. Ese impacto suele llegar en un momento determinante, pero se construye a lo largo de todo el argumento. Ese momento lo vas reservando hasta la última frase. Lo haces, creo, de forma magistral. Tanto que cuando terminé de leer pensé "¿y ya está?", y dos segundos después descubrí que, en realidad, ése era el cierre de la historia.

Por eso me quedé con la sensación de tener ganas de más.

Ahora mismo tu relato es mi favorito. Ahora mismo. Si no te pongo en primer lugar échale la culpa a la competencia.

:60: Mucha suerte y gracias por compartirlo.
69
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Edgardo Benitez
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por Edgardo Benitez »

Me identifico con este cuento, por su acercamiento a una relación en época de guerra y por su intención de mostrar una relación sentimental. Conozco el caso y sé que es así, no es este caso en particular, pero sé que es posible por que vi otros casos parecidos o idénticos de cerca, muy de cerca.
Te felicito por el tema que has escogido y por la manera de escribirlo. También sé que aunque el tema Viet se ha tratado tanto pero no se ha tratado los otros distintos sitios que también hubo conflicto y hay conflicto y siempre se dará el fenómeno de este cuento.
¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
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Re: CO - El país de las flores escondidas

Mensaje por Sinkim »

Una historia preciosa, muy bien escrita y emotiva, con una protagonista muy trabajada y con la que el lector logra conectar. ¡Felicidades, autor! Te ha quedado una historia magnífica con una gran frase final :60:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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kassiopea
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Re: CO - El país de las flores escondidas - Iliria (3° Jur) (1° Pop)

Mensaje por kassiopea »

Enhorabuena por los premios, Iliria!! Sin duda, muy merecidos :alegria:
De tus decisiones dependerá tu destino.


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Iliria
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Re: CO - El país de las flores escondidas - Iliria (3° Jur) (1° Pop)

Mensaje por Iliria »

kassiopea escribió: 30 Oct 2019 21:03 Enhorabuena por los premios, Iliria!! Sin duda, muy merecidos :alegria:
Muchas gracias, Kass. Ha sido un placer, como siempre :60:

Edito para añadir que mañana os explicaré de dónde surgió este relato, y respondiendo a Jarg, la proyección que puede tener... :boese040:
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Edgardo Benitez
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Re: CO - El país de las flores escondidas - Iliria (3° Jur) (1° Pop)

Mensaje por Edgardo Benitez »

Bueno, este fue mi preferido, y siempre lo vi como ganador. Felicitaciones.
¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
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ciro
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Re: CO - El país de las flores escondidas - Iliria (3° Jur) (1° Pop)

Mensaje por ciro »

Enhorabuena Iliria por ser la preferida del pueblo. A mí, me gustó bastante y yo creo que serías una maravillosa escritora de novelas de aventuras. Creo que el relato se te quedó corto para todo lo que querías expresar y que un formato más largo te favorecería.
La forma segura de ser infeliz es buscar permanentemente la felicidad
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