Soledad (II relatos)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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Soledad (II relatos)

Mensaje por lucia »

El principal pasatiempo de Soledad era recordar. Y ahora, gracias a su jubilación, dedicaba cada instante a sus lucubraciones acerca del pasado. Desde el amanecer se sentaba junto a la mesita del pasillo, a evocar los acontecimientos que habían marcado su juventud, viéndolos pasar por su mente como por una pantalla, en una película infinita cuyo principio no podía ser determinado por los cánones propios de la conciencia, dado que a veces no eran otra cosa que retazos de recuerdos tan antiguos como la tristeza que había rodeado su vida desde que tenía la conciencia de existir.
Su concentración tan solo era interrumpida por la llegada de Esperanza, la mucama, quien se encargaba de impedir que la casa cayera en la misma inconsciencia de su dueña, tal como una moderna casa de Huster, abandonada a la decadencia de sus habitantes. Por lo demás, las necesidades de Soledad se suplían sobre la mesita, comía sobre la mesita, daba ordenes desde la mesita y tan solo se levantaba para entrar al baño y al dormitorio, lugares estos donde sus añoranzas de otros tiempos cedían su lugar ante la nostalgia de no poder sentarse a recordar. Para Soledad, ese rincón de su casa resultaba más que acogedor, era adictivo, su cuerpo lo deseaba tanto como a las monumentales dosis de café que solía tomar mientras repasaba una y otra vez el vídeo que su cerebro reproducía incansablemente.
Habían pasado veinticinco años desde que su esposo, Benjamin la había abandonado y desde entonces no había tenido un instante de reposo. Y en tanto se sumergía en sus remembranzas se preguntaba una y otra vez las razones por las cuales él había partido. Lo había hecho sin dar ninguna explicación, sin dar ningún aviso y, lo que es peor, sin tener ningún motivo, simplemente, había salido un domingo a comprar cigarrillos, para nunca mas volver, dejando un vacío que ella trataba de suplir con el aroma de la picadura de tabaco, que ella solía quemar en un incensario, para ambientar su continúo drama con el efluvio característico de su marido, tan adicto a la nicotina como lo era ella a la cafeína.
Al principio Soledad se había sentido desesperada. De su matrimonio no habían quedado hijos y el desamparo que la había invadido había neutralizado su capacidad de pensar en nada distinto a encontrar a su marido buscándolo por cielo y tierra. Cansada de llamar a la policía, a los hospitales y a la morgue se había dedicado a llamar también a los hoteles, los aeropuertos y las congregaciones religiosas en busca de una respuesta. Su angustiada pesquisa había finalizado el día que un desconsiderado oficial le contesto que “debería dejar de llamar, porque la fuerza tiene cosas más importantes que ponerse a buscar a un degenerado anciano perdido en quien sabe que burdel, mejor será que usted se consiga un amante y se dedique a gozar la vida y dejar a los demás hacer su trabajo. Gracias. Adiós”. Entonces, Soledad empezó a investigar en las casas de citas, las discotecas y los moteles sin encontrar ninguna pista que pudiera ayudarle a dar con el paradero de su amado. En la medida que pasaban aquellas aciagas jornadas los sentimientos de soledad fueron cambiando. Entró en el paroxismo del desconsuelo. Cayó enferma. Se encerró en su cuarto y lloró hasta que sus ojos quedaron secos y con ellos su corazón. Luego vino la espera continúa. Hasta el día que decidió que no estaba dedicando suficiente tiempo para encontrar al desaparecido. Fue cuando puso un anuncio en el periódico, no para encontrar a su esposo, sino para encontrar a una persona que se dedicara a mantener el orden de la casa, de tal manera que al regreso de Benjamin éste encontrara su hogar en el mismo estado en que lo había dejado. Así llegó Esperanza a su vida. De ello hacía veinte años. Y gracias a su ayuda no había renunciado a continuar viviendo. Incluso había aceptado la posibilidad de salir algún día de su encierro para reencontrarse con el mundo. Esperanza alimentaba ésta posibilidad a través del subliminal acto de colgar un abrigo frente a la mesita, sabiendo que el día en que Soledad tomara la decisión, no se encontraría con la excusa de que no tenía nada apropiado para lucir en su franca expedición por el mundo redescubierto. Esperanza sabía que algún día Soledad cedería a sus continúas invitaciones. Soledad por su parte sabía que el llamado de la vida no sería eterno.
Una tarde canicular el silencio de la casa se vio interrumpido por el sonido del teléfono. Soledad quedó atónita, hacía mas de un año que el aparato no sonaba y ella presentía que aquella llamada sería lo suficientemente trascendental como para detener de una vez y para siempre sus continuos ensueños, reemplazándolos por una maravillosa realidad donde su esposo regresaría para explicarle la razón de su partida y darle fin a su aflicción con su perenne compañía. Al levantar el auricular Soledad se sintió más desamparada que nunca, la persona al otro lado de la línea colgó en cuanto escuchó su voz. Por primera vez en mucho tiempo las lagrimas inundaron los ojos de Soledad ante el inmisericorde pitido que salió de la bocina. Ella notó que al descolgar había destrozado una telaraña, fruto del desuso. Entonces, en un ataque de ira, ella arrojó el aparato contra el muro. Fue un acto de rebeldía con el que puso final a su espera. Mirando a Esperanza a los ojos le prometio que al día siguiente saldría de nuevo a la luz. Confiando en que no fuera demasiado tarde.
La mañana siguiente parecía poco propicia para salir. No obstante, Soledad se alistó tranquilamente. Se bañó como de costumbre, desayunó y se vistió con la disposición de quien se prepara para conquistar el mundo. Entonces Soledad descolgó el abrigo y sin llevar la tasa vacía al lavaplatos salió seguida por su fiel amiga. Convencida de que si Benjamin regresaba se devolvería a comprar cerillas...
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takeo
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Re: Soledad

Mensaje por takeo »

Está muy bien
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takeo
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Re: Soledad

Mensaje por takeo »

Vamos a dar otra vuelta a eso
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Protos
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Mensaje por Protos »

Magnífica manera de plasmar esperanzas. Un relato plagado de sentimientos. Brillante.
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