CRI: El mercader de nubes -Jilguero (3º popular y 3º Jurado)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
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CRI: El mercader de nubes -Jilguero (3º popular y 3º Jurado)

Mensaje por lucia »

El mercader de nubes


Alicia observó cómo una mariposa se dirigía hacia la rosa que había justo delante de ella. Tras hacer una compleja cabriola en el aire, el animal se agarró con sus seis frágiles patas a uno de los pétalos. Un leve cimbreo del espinoso tallo marcó el momento exacto en que ambas, la macaón y la rosa, entraron en contacto. Y siguiendo un ritmo que sólo parecía existir en el interior de su minúsculo cerebro, la mariposa agitó repetidamente las alas hasta provocar una sonrisa de felicidad en el demacrado rostro de la anciana.
Pasados unos instantes, el insecto dejó de batir de alas, se inclinó levemente hacia adelante y se quedó muy quieta. Desplegó entonces su larga trompa y comenzó a libar sin pudor ante los atentos ojos de su observadora. Los espejuelos azules de las alas tenían los bordes perfectamente definidos, y el abdomen, de un amarillo intenso y luminoso, estaba surcado por una única raya dorsal negra. Todavía estaban en mayo y, sin embargo, resultaba evidente que aquel ejemplar pertenecía a la segunda generación del año. Un hecho insólito, se dijo Alicia, mientras continuaba observando fijamente al animal.
El sol iluminaba con sus rayos aquella escena de quietud perfecta: la mujer, el aliento contenido mientras observa; la mariposa, inmóvil, como muerta, libando del corazón de la rosa; y la flor, las entrañas abiertas, gozando de poder obsequiar a alguien con su néctar. Pero el travieso viento, suave y fresco a esas últimas horas de la tarde, se encargaba de convertir sus sombras en imágenes animadas. Y en una racha más intensa, una brizna de perfume invadió el aire, despertando en la mujer, con más intensidad si cabe, el recuerdo de su amigo Pedro, el cuidador de primaveras, el mercader de nubes...


Cuando conoció a Pedro, Alicia, recién licenciada, estaba recolectando mariposas para la realización de su tesis doctoral. Durante aproximadamente media hora, había perseguido colina arriba a un magnífico ejemplar de podalirios. En los escasos segundos en los que la mariposa se había posado, le había parecido observar que las prolongaciones posteriores de sus alas eran rectas en lugar de curvas. Peculiaridad que le daba un valor añadido a su captura. De ahí que, pese a que el animal le hubiera demostrado poseer una capacidad de huida fuera de lo común, la novata recolectora de mariposas se hubiera sentido obligada a no darse por vencida.
Pero hacía ya un buen rato que Alicia la había perdido de vista y, extenuada, se encontraba descansando a la sombra de un inmenso quejigo. Inopinadamente, una voz de hombre la sobresaltó: “Si deseas capturar la podalirios, aguarda a que se pose en los endrinos de mi huerta”. Extrañada de que aquel desconocido le hubiera adivinado el pensamiento, Alicia le dio las gracias con cierta admiración. Luego, en cambio, al comprobar que se trataba de un simple campesino con su azadón al hombro, le había preguntado, con una vanidad impropia de ella, que cómo estaba él tan seguro de que la podalirios se iba a posar en un endrino. Y Pedro, con naturalidad, sin perturbarse con la altanería de aquella urbanita, le respondió que tenía una huerta a unos cien metros de allí. “En ella cultivo una gran variedad de especies silvestres y, desde hace años, vengo observando que, cada primavera, las podalirios depositan sus huevos sobre la corteza de los endrinos”, añadió. Vencida la inicial desconfianza, Alicia se había mostrado mucho más humilde, confesándole sin más ambages su incapacidad para atrapar a la mariposa. Había observado que, a la hora de escapar, aquella podalirios seguía una trayectoria errática, imposible de predecir, de ahí que ella no hubiera sido capaz de atraparla, comentó a modo de disculpa. Y el joven, dando muestras de una gran delicadeza, no había dudado en desvelarle el secreto: aquella mariposa se había criado en su huerta.
Alicia recordaba la escena de una forma muy viva. Tanto, que le resultaba increíble que, entre aquel primer encuentro y el presente, mediaran ya casi cincuenta años. Aún podía ver la naturalidad con la que aquel afable campesino, tras depositar el azadón en tierra y recostarse en el tronco del quejigo, le había comenzado a contar el secreto de su huerta. Después de muchos años de paciente selección de las larvas menos robustas ―precisamente aquellas que sin sus desvelos hubieran gozado de menos futuro, le aclaró Pedro―, había logrado que los insectos adultos, en lugar de tener curvadas las prolongaciones posteriores de las alas y sus extremidades romas, las tuvieran rectilíneas y con las puntas agudas. Esa falta de aerodinamismo, en el diseño de las alas, hacía que las mariposas de su huerta tuvieran un vuelo mucho menos previsible y, por ende, fueran presas más difíciles de atrapar.
La joven universitaria había suspirado aliviada. Aquella explicación la exculpaba, puesto que ponía en evidencia que su fracaso no había estado motivado tanto por su falta de pericia como por la habilidad innata de la mariposa a la hora de escapar. Y en agradecimiento, había intentado mostrarle al labriego su cara más amable, diciéndole su nombre, sin esperar a que él se lo preguntara, y exponiéndole, con pelos y señales, la razón que le llevaba a recolectar mariposas. Por su parte, el labriego le había dicho que se llamaba Pedro y que se dedicaba a cuidar primaveras. E inopinadamente, con esa última frase, tan poética y tan bella que Alicia ya nunca la olvidaría, Pedro había logrado encandilarla para siempre.
Aquello había sido el comienzo de una singular historia de amor que aún perduraba. Ni siquiera la repentina muerte de Pedro, ocurrida años atrás, había modificado sus sentimientos. Se amaron casi desde el primer momento y, sin embargo, prefirieron vivir separados para no interferir en sus irreconciliables concepciones de la vida. La de él, poética, contemplativa, amando la belleza de lo pequeño. La de ella, racional, activa, buscando los porqué de todo cuanto sucedía. No obstante, durante muchos años, la entomóloga se había desplazado con frecuencia al corazón de la Subbética para estudiar las mariposas. Días de grata presencia, en los que Pedro abandonaba el azadón para acompañarla en sus largas jornadas de caza. Su conocimiento de la flora y de la fauna de la zona siempre fue una gran ayuda para Alicia. Pero también él aprendió, gracias a ella, a observar la Naturaleza desde una perspectiva más rigurosa y precisa. Trabajando en equipo, las capturas finalizaban mucho antes de lo previsto, motivo por el cual Alicia se podía permitir algunos días de holganza en compañía de su amigo más querido.
Y durante esas inolvidables jornadas de solaz en la huerta de Pedro, comprobó que este no la había engañado al afirmar que se dedicaba a cuidar primaveras. Había combinado de tal manera el cultivo de las plantas en su haza, que era raro el momento del año en el que no había flores abiertas en ella. Los frutales silvestres, como los espinosos endrinos sobre los que realizaban sus puestas las podalirios―Alicia había tenido la oportunidad de comprobarlo personalmente―, se entremezclaban armoniosamente con las plantas aromáticas y las bulbosas. Y entre todas ellas, se escuchaba el cantarino correr del agua a través de invisibles acequias. Una especie de vergel asilvestrado, de paraíso siempre florido, que Pedro había ido creando con suma paciencia en el corazón de la árida Subbética.
En esa inusual relación amorosa, solo hubo un momento de vacilación por parte de Alicia. Al finalizar la brillante defensa de su trabajo de doctorado, uno de los miembros del tribunal, impresionado con la original hipótesis que la joven entomóloga les había planteado sobre la ventaja adaptativa del vuelo errático de las mariposas, le ofreció la posibilidad de realizar una golosa estancia en el Museo de Ciencias Naturales de Londres. Aunque aquel ofrecimiento representaba la culminación de uno de sus sueños profesionales, que en cualquier otra circunstancia habría aceptado con los ojos cerrados, la perspectiva de permanecer durante dos años tan lejos de su amigo la hizo vacilar. Pero Pedro, con esa habilidad especial que tenía para verle a todo su lado más positivo, al saber de sus dudas, le había recordado que Inglaterra era el reino de las rosas, sus flores favoritas. En sus jardines tendría ocasión de contemplar un sinfín de variedades distintas. La posibilidad de aprovechar el tiempo libre para conocer nuevas variedades de rosas hizo la oferta todavía más tentadora. Con todo, como ella no se acababa de decidir, Pedro, siempre tan romántico, había mencionado que la falta de contacto les permitiría aprender a confundir el aroma de las flores con los abrazos. Y desde aquel día, el perfume de las rosas se había convertido, para ella, en símbolo del generoso amor que Pedro le profesaba.
Pasaron los años y, pese a la distancia física, los amantes habían continuado siéndolo con pasión renovada en cada encuentro. Aun más, la necesidad de pasar tiempo juntos era cada vez perentoria, sobre todo para Pedro, en cuyo vergel siempre había flores cuyo olor enardecía su deseo. De ahí que Alicia hubiera planeado afincarse al pie de la Subbética, en Rocalba, pueblo natal de Pedro, en cuanto se retirara. La noticia de que pronto iba a tenerla mucho más cerca de su huerta había llenado de alegría a Pedro. Pero antes de que ella hubiera tenido tiempo de poner el plan en práctica, el cuidador de primaveras se había extraviado en una de sus habituales subidas a las cumbres de la sierra. Solía hacerlas al final del verano, con el objetivo recolectar en las alturas semillas resistentes al crudo invierno del valle. Conocía la sierra como la palma de su mano, pero esa vez, por una razón que Alicia prefería desconocer, no regresó. Pese a todo, nada más retirarse, ella había decidido continuar adelante con lo planeado entre ambos, comprándose aquella casita, flanqueada de rosales, desde la que podía contemplar las cumbres de la Subbética. Cumbres que albergaban lo poco material que aún perduraba de Pedro. De ahí que, ahora, mirarlas entretanto aspiraba el aroma de una rosa le levantara tanto el ánimo.
La anciana echó hacía atrás la cabeza y la reposó sobre el respaldo de la butaca. Ya no se podía permitir ningún tipo de excesos. Incluso aquel nimio esfuerzo, de permanecer durante tanto tiempo inmóvil mientras observaba la siempre fascinante conducta de las mariposas, la dejaba exhausta. Alicia no se engañaba sobre la gravedad de su estado. Sabía que la muerte la estaba acechando. Sin embargo, esa certeza no le impedía continuar disfrutando de los pequeños placeres que le brindaba cada nuevo día. De niña, en cambio, que la vida fuera tan efímera le producía pánico. Pánico que aún persistía en ella cuando conoció a Pedro. Por eso, cierta noche, en la que la idea de la muerte la estaba perturbando más de lo acostumbrado, le había preguntado a su amigo si creía en la existencia del más allá. Pedro, que debió intuir la trascendencia que para ella iba a tener su respuesta, le había estrechados las manos entre las suyas y, sin dejar de sonreírle, le había contado una sorprendente historia. Al igual que la otra Alicia, la del cuento, él había traspasado en una ocasión el azogue del espejo, por lo que sabía cómo era ese otro lado de la vida. Gratamente sorprendida, con una credulidad impropia de su mente científica, lo apremió a que le diera más detalles. Entrecerrando los ojos, Pedro había comenzando a describirle el universo en el que, según él, todos los seres vivos, las plantas incluidas, algún día despertarán. Un universo reposado, sereno, deseable. Una especie de paraíso en el que cualquier deseo deja ipso facto de serlo para convertirse en realidad. Lo elogió largamente, con generosidad, hasta que notó que Alicia estaba ya tranquila. Pero entonces, una vez ella recuperó la sonrisa, buscando rehuir la trascendencia ―Pedro no la soportaba―, le había bromeado sobre el único inconveniente que había descubierto en ese otro lado del espejo: el frío. Un frío inimaginable, atroz, que se le calaba a uno hasta a los huesos. Tanto era así, había continuado Pedro, que hasta los barcos necesitaban allí pasamontañas para hacerse a la mar...
La anciana miró las lejanas cumbres y pensó, ya sin ninguna aprensión, que muy pronto también ella traspasaría el azogue del espejo. Y es que, después de escuchar aquella ocurrente descripción, reconfortada por la supuesta levedad del universo descrito por Pedro, Alicia había comenzado a perderle el miedo a la muerte. Por eso ahora había momentos, como ese, en los que soñaba despierta con traspasar esa frontera definitiva para reencarnarse en azulada alpina. Sí, en azulada alpina, en esa pequeña mariposa tan vulnerable en apariencia, pero tan perfectamente preparada para aclimatarse a las bajas temperaturas presagiadas por su amigo.


La mariposa enrolló de nuevo su larga trompa y, ahíta, se balanceó torpemente sobre el borde del pétalo. Desplegó con suavidad las alas y, sin más demora, se elevó por el aire. Alicia la siguió con la mirada hasta perderla de vista. Mas sus ojos de niña grande, soñadores y despiertos a un mismo tiempo, se quedaron prendidos en la lontananza.
El sol, ya muy bajo en el horizonte, envolvía los campos de olivos con una calidez anaranjada que ponía en evidencia la pronta llegada de la noche. Al fondo, en cambio, donde siempre, las cumbres más altas de la Sierra de Cabra se destacaban azuleando. Alicia sabía que aquellas lejanas laderas estaban recubiertas de una gran variedad de plantas. Sin embargo, en el atardecer, con la distancia, la amplia gama de verdes se había convertido en una bella sinfonía de azules...
Y de súbito, el demacrado rostro de la anciana se llenó de regocijo. El poema de amor que siempre deseó componer para Pedro, pero para el que nunca fue capaz de dar con las palabras precisas, estaba al fin cristalizando en su mente. “Me pareció la hierba más azul/ cuando supe que cuidabas primaveras/ y llevabas al mercado nubes tibias/ para hacer pasamontañas a los barcos”, recitó Alicia con voz emocionada. Y luego, cerrando lentamente los ojos, emprendió su último vuelo, de mariposa sin alas, hacia las azuleantes cumbres, a las que ya había ascendido Pedro para convertirse en mercader de tibias nubes blancas.
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Isma
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por Isma »

¡Fantástico! Lo he leído hace un rato y me ha parecido uno de los mejores relatos que llevo hasta ahora. Al principio tenía cierta desconfianza; he tenido que buscar alguna palabra -concretamente, macaón, que ha resultado ser un lepidóptero ditrisio- pero según avanzaba, el enfoque de la historia y la poesía de las palabras me han ido enganchando. Algunas frases son remarcables, como la de Pedro, cuidador de primaveras. Me ha parecido precioso, dulce, sereno. La perspectiva de la anciana que mira hacia atrás también me ha parecido muy bien lograda y no creo que sea algo fácil.

En mi opinión, perfecto.
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elultimo
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por elultimo »

Este está entre mis favoritos. Es bonito, está bien narrado y me hace sentir lo que pretende.
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Emisario
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por Emisario »

Es una historia que llama a encender el alma, tiene buen ritmo, coherencia, cuenta realmente "algo original", con un buen final y por cierto, bastante romántica. Felicidades al autor/a.
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Ororo
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por Ororo »

Pues resulta que a mí me ha parecido muy correcto, pero no me ha emocionado nada. Ni para bien, ni para mal.
Me ha resultado excesivamente lento. Creo que se entretiene demasiado en todo el mundo de las mariposas y, a ratos, me he aburrido.
Es cierto que está muy bien planteado y escrito, pero le falta chispa.
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Albabooks
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por Albabooks »

Es bonito, tierno, pausado y ciertamente emotivo. Me ha emocionado hasta tal punto de dejarme impactada. Me encanta lo sosegado del relato, me recuerda a las historias que me contaba mi abuela de cuando era joven ^^
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Arwen_77
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por Arwen_77 »

Un relato muy bonito, tierno, delicado. Además hace un alarde de vocabulario complejo tremendamente notable, vamos que hay mogollón de palabras que veía por primera vez. Entre tanta flor y mariposa , casi me ha picado la nariz (es que soy alérgica al polen).
Me ha llamado la atención que siempre se refiera a Pedro como el "amigo" de Alicia, no como su amante , su novio o su pareja. Es un detalle que encaja a la perfección con lo dulce, tranquilo y a la vez extraño de la relación.
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ciro
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por ciro »

Por fin un relato romantico de verdad. Eso ya le da un punto extra. Es bastante poetico, aunque precisamente el poema (el del final) sea lo que menos me gusta del relato (es un poco malillo). Bien, ya he aprendido un monton de pajaros, de Parmiginiano y ahora de mariposas, no está mal. Inconvenientes: veo poco creible la historia. No veo a un campesino con azadon manipulando geneticamente las mariposas y tan "manejador" de las palabras, no veo el problema para que hubieran consumado su amor viviendo juntos, no veo esa amistad- amor diluida,... Es un buen relato, de todas formas.
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kharonte
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por kharonte »

Como han dicho ya, un relato muy bien escrito y con un exquisito manejo de las palabras.

Los peros que le encuentro es una excesiva dilatación de la historia. Son cosas mías, pero hay detalles cuya reiteración me disgusta. También me parece que, para ser un campesino, el lenguaje y sus talentos son un poco increíbles.

Por otra parte, el punto en el que Pedro se pierde en la montaña, hilado con su historia de "el otro lado del espejo", esperaba que me diera un final con un toque mágico. Así que, en ese sentido, me ha dejado un poco insatisfecho.

Aún así, que la crítica no confunda mi opinión. Creo que es un buen relato.
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Desierto
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CRI - El mercader de nubes

Mensaje por Desierto »

Rte. Relato me ha gustado bastante. De todos modos probablemente no llegue a entrar en mis favoritos porque creo que el guión es bastante menos emocionante que los sentimientos de la protagonista, que están muy bien plasmados. Yo no veo problemas de verosimilitud, la idea parte de que Pedro tiene ese punto mágico y se le debe conceder. Excelente documentación y lenguaje muy cuidado.

Notable alto desde mi punto de vista
Es el terreno resbaladizo de los sueños lo que convierte el dormir en un deporte de riesgo.
Katia
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por Katia »

Por una vez, y sin que sirva de precedente, jaja, me temo que coincido con Ororo.

Está impecablemente escrito. Muy altos los niveles sintáctico y léxico. Pero es verdad que le falta chispa. No tiene "pasión". Pero formalmente está muy bien y parece llevar una labor de documentación detrás. No obstante, siempre primo el contenido sobre el continente, pues éste no debe, en mi opinión, sino ser un cauce (y no un solapamiento) de aquél. Luego sigo prefiriendo el arrebato de "desconfiado", que consigue una atención constante del lector, aunque en forma sea inferior a éste, por ejemplo.
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Emisario
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por Emisario »

Pues no coincido, Katia. Esta es una historia que desde el título en adelante atrapa, te lleva atrás en el tiempo, desde el ocaso de una vida. Te sitúa de manera calma,relajada y entrañable en el pasado de la protagonista, recordando a su amor ya ido. Probablemente el único y el verdadero, aquel que vale la pena recordar. Además te insinúa un pronto reencuentro, cuando ella muera. Se encuentra en espera, en en una anticipación casi mal vista, contradictoria, "si muero le veré, pero no es necesario pensar en ello que ya llegará mi hora"
Me la he imaginado sentada en el jardín con vista a las montañas, en espera, pasiva, imaginando que tras un leve giro del destino, en cualquier momento a contar de ahora, lo volverá a abrazar. La he visto añorando a su amor extraviado mientras clavaba su vista y su corazón en las montañas. Para mí, esta muy bien llevada, el autor hubo de encuadrarse en el formato romántico (que no siempre es el más atractivo y ágil para el lector no asiduo a él) y lo ha hecho de manera genial.
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por jilguero »

Una historia sencilla, sin grandes pretensiones, singular en cuanto a su ubicación campestre, romántica, pero quizás con un romanticismo demasiado desprovisto de sentimientos. Es posible que esto último se deba a que se nos narra la historia desde la mirada de una anciana, la cual puede que no esté ya para muchos trotes. Tiene algunas ocurrencias bonitas, como esa de los barcos necesitando pasamontañas para ir a la mar o la anciana queriéndose reencarnar en mariposa, pero quizás sea un poco largo para lo que cuenta. Por último, comentar que, si bien a Jilguero no le ha molestado el ambiente bucólico, al contrario le ha gustado, piensa que eso le puede restar interés a los ojos de muchos lectores, en su mayoría más urbanos y amantes de lo urbano. En cualquier caso, si al autor le gustan más estos ambientes, pues le animo a que los siga usando :60: .


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imation
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por imation »

Me ha parecido precioso, y una historia muy bonita.
Pero el final.... se me ha hecho raro, y ademas de un poema no se había dicho nada antes y es como si no pegase de pronto.
Leyendo: Ensayos, George Orwell.


"Se dispersa y se reúne, viene y va", Heráclito.
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Topito
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Re: CRI - El mercader de nubes

Mensaje por Topito »

Sube y se pone a la par que Aurora Boreal. A falta de leer 17 relatos aún.

Según he leído ese cierto halo mágico hubiera gustado. Pues os diré: mientras leía y empezaba ese halo mágico estaba temiendo que el final acabara de esa forma. En consecuencia, y claro está esto siempre es personal, se hubiera quedado entre mis favoritos pero no al top más alto, y, por tanto, con posibilidad de llevarse mi voto.

Creo que al ser larga la parte del relato hasta llegar a ese punto mágico de Pedro uno se acostumbra a la forma de narrar y realizar ese quiebro tan brusco hacia lo mágico no hubiera quedado bien en el conjunto. Se nota que no es un relato para dar sorpresas: es sosegado, ambiental y amistoso. Y esa sensación me acompañó durante toda la lectura, y no hay necesidad de darme sorpresas de última hora.

¡Coñe! con lo sosegado y relajado que estaba leyendo me dan con la varita mágica. No, hija, no.

Fallo que le veo es llamar animal a la mariposa siendo un insecto (no todos los insectos son asquerosos :mrgreen: ), imagino que será un fallo del autor sin darse cuenta.
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