CI 1 - La niña en el árbol
Publicado: 15 Oct 2015 11:51
La niña en el árbol
Ella estaba sola, sin familia sin hogar, sin nadie con quien hablar, compartir o jugar. Sola estaba ella en su minúsculo mundo, mundo formado por un único árbol en mitad de una colina, cuyas raíces limitaban su pequeño lugar sin amigos o conocidos. Más lejos de ahí ella no veía nada, solo negro absoluto, una frontera ensombrecida donde de vez en cuando puntos dorados aparecían. ¿Podría ser mamá? ¿Podría ser papá? La niña se preguntaba con su corazoncito lleno de esperanza. Pero le era imposible aclarar sus sospechas pues esos puntos se escondían en la nada, y la niña a la nada le temía.
Ella se quedo sola por mucho tiempo, ¿cuánto fue? No sabría decirlo. Primero su lugar fue bañado por el verde intenso, luego se cundió de bonitas flores, cuando las flores se fueron las hojas cambiaron su traje verde por uno rojo, justo antes que una alfombra blanca lo tapizara todo. A las hojas no les debió gustar esto último pues ellas también se marcharon de allí, solo para regresar poco después, acompañadas junto al intenso verde del principio.
Ella se acostumbro a estar sola, descubriendo de paso muchas formas para entretenerse sin más. Jugaba a saltar, rodar, silbar, cantar, mirar, escalar, pero sobretodo correr. La niña amaba correr, amaba las cosquillas de la hierba contra las plantas de los pies, amaba el viento acariciando con delicadeza su cara, amaba extender los brazos e imaginar que volaba a través del cielo azul. Al correr no existía mamá, ni papá, ni nada, solo existía ella y su pequeño mundo sin gente.
Ella empezó a cambiar, la piel se le volvió pálida y endurecida, sus dientes se comenzaron a afilar, enanos cuernos sobresalían de su frente, y tanto las uñas de los pies y manos se transformaron en puntiagudas garras de marfil. La niña no se sobresalto por ningún cambio, de hecho los agradeció en realidad, ahora ella podía correr más rápido, escalar más lejos, y saltar más alto sin vacilar. Incluso su lugar también parecía diferente, el árbol creció junto a ella, expandiendo sus ramas y raíces cada vez más, grande e intimidante se volvió, tan abrumador que la nada huía hacia sí misma. Ahora su pequeño mundo ya no era tan pequeño
Ella ahorro valor, le tomo mucho, tanto que el blanco regresó a cubrirlo todo otra vez. Levantó su manito pálida y tocó el vacío. Se sentía frio, helado, similar al interior de un congelador. Dentro del se arrastraban pequeñas criaturas invisibles, como gusanos o lombrices, encima de su mano. La niña no se movió, mantuvo fija la mirada en el fondo del profundo plano inexistente, dándose cuenta de una cosa; Aquellos puntos dorados no eran puntos en verdad, sino varios pares de ojos destellantes actuando de vigías en la oscuridad.
Ella despertó con el cálido sol del mediodía, lanzando un ligero bostezar. Entonces se dio cuenta que ese día sería distinto a los demás, por el aroma desconocido inundando el aire, por el reír de voces infantes en lo hondo del más allá, por la presencia de aquel chico que leía un libro recostado sobre el tronco de su lugar. La niña se dio cuenta que ya no estaba sola, su mundo ya no era solo para ella.
Ella descubrió que él regresaba día a día, venía, se sentaba y comenzaba a leer, trayendo cada vez un libro distinto al anterior. De vez en cuando voces adultas lo llamaban, pero él las ignoraba para continuar con la lectura. Luego, cuando los tintes sepia bañaban el lugar recogía la mochila y se iba, desapareciendo entre la nada sin miedo al congelante frio ni temor a los ojos amarillos. La niña lo admiro por eso.
Ella agradeció la compañía, en el fondo sentía que ambos compartían un lazo muy especial. El chico no sabía que la niña habitaba el árbol, pero poco importo, pues a ella le bastaba con no volver a estar sola nunca más. Y mucho duro el sueño de hadas, muchas flores, muchas hojas rojas y muchas blancas alfombras.
Ella permaneció feliz, pero a la vez asustada. Noto que el chico dejo de visitarla con regularidad, dos días venía y los otros cinco no, ¿Sera porque ahora es más alto que yo? Se imagino. El chico ya no era un chico, sino un joven alzándose muy por encima de ella. La niña intento volverse más alta estirando los brazos hacia el cielo, pero no creció ni un poco, continuo siendo baja.
Ella quería presentarse, y por eso lo trató. Caminó a pasos cautos con intención de no asustarlo, pero a pesar del sigilo su mover provocaba el crujir de la hierba. Él volteo en su dirección justo a donde la niña se encontraba, sin sorpresa ni emoción solo dijo Debió de ser una ardilla y regreso a su libro. La niña hizo un puchero antes de retomar su caminar, él volteo de nuevo lleno de clara alteración ¿Quién está ahí? Cuestiono, pero no se quedo a esperar una respuesta tomo la mochila y se fue, dejando sola a la niña otra vez.
Ella se entristeció, aquel joven no volvió a venir la mañana posterior, ni tampoco la siguiente a esa, ni la siguiente, ni la siguiente, ni la siguiente... La niña acostó su cuerpecito blancuzco contra el tronco, dejando que el centro de su mundo la acunara. El árbol le abrazo igual que un padre comprensivo, las raíces la cubrieron igual que una madre amorosa. Ella durmió y el tiempo paso, durmió tanto que no presencio el melancólico nevar, ni tampoco el siguiente, ni el siguiente, ni el siguiente, ni el siguiente…
Ella contempló la luna desde la punta del árbol, sintiendo simpatía por la brillante dama celestial. Ambas estaban solas en un centro, rodeadas por ojos destellantes de origen dudoso. La niña deseó poder volar para acompañar a la dama, quizás de esa manera las dos dejarían de estar tan solas.
Ella dejó de jugar, abandonó el correr, el saltar, y el cantar. La niña percibía un vacío bastante grande dentro de su ser ¿La nada se metió en mí mientras dormía? Una posibilidad. Su piel volvió a bañarse del tono rosado olvidado, las garras se le cayeron y los dientes perdieron su filo, los cuernos desaparecieron, seguido por la energía para moverse. La niña permaneció estoica, quieta, imperturbable, sin despegarse del tronco. El sueño toco de nuevo la puerta de su consciencia, y los parparos sin tardanza empezaron a bajar. La niña creyó ver a la nada aproximándose… No le importo, solo buscaba descansar.
Ella escucho el llorar, cercano, justo atrás. Se levanto del tronco y miro alrededor, vislumbrando a un hombre adulto sosteniendo un bulto muy cerca del corazón. Lo lamento dijo él, Ya tenemos suficiente con uno. Coloco al pequeño cuerpecito entre las raíces del árbol, luego se evaporo, como humo negro. Ella curiosa no tardo en acercarse, el bulto se movía y lloraba, no era un bulto cualquiera, era un bebe, una niña. ¿Estás sola? Preguntó, la bebe solo sollozo. No te preocupes, yo estoy aquí La niña se dejo caer a un lado, y atrajo a la bebe en su dirección, dejo de llorar. Yo estoy aquí… Tú no está sola… Y la nada arremetió, consumiéndolo todo a su paso. Solo que esa vez no sintió frio, gusanos ni lombrices, sintió la calidez de una madre, de un padre, la calidez similar al abrazo de un árbol.
Fin
Ella estaba sola, sin familia sin hogar, sin nadie con quien hablar, compartir o jugar. Sola estaba ella en su minúsculo mundo, mundo formado por un único árbol en mitad de una colina, cuyas raíces limitaban su pequeño lugar sin amigos o conocidos. Más lejos de ahí ella no veía nada, solo negro absoluto, una frontera ensombrecida donde de vez en cuando puntos dorados aparecían. ¿Podría ser mamá? ¿Podría ser papá? La niña se preguntaba con su corazoncito lleno de esperanza. Pero le era imposible aclarar sus sospechas pues esos puntos se escondían en la nada, y la niña a la nada le temía.
Ella se quedo sola por mucho tiempo, ¿cuánto fue? No sabría decirlo. Primero su lugar fue bañado por el verde intenso, luego se cundió de bonitas flores, cuando las flores se fueron las hojas cambiaron su traje verde por uno rojo, justo antes que una alfombra blanca lo tapizara todo. A las hojas no les debió gustar esto último pues ellas también se marcharon de allí, solo para regresar poco después, acompañadas junto al intenso verde del principio.
Ella se acostumbro a estar sola, descubriendo de paso muchas formas para entretenerse sin más. Jugaba a saltar, rodar, silbar, cantar, mirar, escalar, pero sobretodo correr. La niña amaba correr, amaba las cosquillas de la hierba contra las plantas de los pies, amaba el viento acariciando con delicadeza su cara, amaba extender los brazos e imaginar que volaba a través del cielo azul. Al correr no existía mamá, ni papá, ni nada, solo existía ella y su pequeño mundo sin gente.
Ella empezó a cambiar, la piel se le volvió pálida y endurecida, sus dientes se comenzaron a afilar, enanos cuernos sobresalían de su frente, y tanto las uñas de los pies y manos se transformaron en puntiagudas garras de marfil. La niña no se sobresalto por ningún cambio, de hecho los agradeció en realidad, ahora ella podía correr más rápido, escalar más lejos, y saltar más alto sin vacilar. Incluso su lugar también parecía diferente, el árbol creció junto a ella, expandiendo sus ramas y raíces cada vez más, grande e intimidante se volvió, tan abrumador que la nada huía hacia sí misma. Ahora su pequeño mundo ya no era tan pequeño
Ella ahorro valor, le tomo mucho, tanto que el blanco regresó a cubrirlo todo otra vez. Levantó su manito pálida y tocó el vacío. Se sentía frio, helado, similar al interior de un congelador. Dentro del se arrastraban pequeñas criaturas invisibles, como gusanos o lombrices, encima de su mano. La niña no se movió, mantuvo fija la mirada en el fondo del profundo plano inexistente, dándose cuenta de una cosa; Aquellos puntos dorados no eran puntos en verdad, sino varios pares de ojos destellantes actuando de vigías en la oscuridad.
Ella despertó con el cálido sol del mediodía, lanzando un ligero bostezar. Entonces se dio cuenta que ese día sería distinto a los demás, por el aroma desconocido inundando el aire, por el reír de voces infantes en lo hondo del más allá, por la presencia de aquel chico que leía un libro recostado sobre el tronco de su lugar. La niña se dio cuenta que ya no estaba sola, su mundo ya no era solo para ella.
Ella descubrió que él regresaba día a día, venía, se sentaba y comenzaba a leer, trayendo cada vez un libro distinto al anterior. De vez en cuando voces adultas lo llamaban, pero él las ignoraba para continuar con la lectura. Luego, cuando los tintes sepia bañaban el lugar recogía la mochila y se iba, desapareciendo entre la nada sin miedo al congelante frio ni temor a los ojos amarillos. La niña lo admiro por eso.
Ella agradeció la compañía, en el fondo sentía que ambos compartían un lazo muy especial. El chico no sabía que la niña habitaba el árbol, pero poco importo, pues a ella le bastaba con no volver a estar sola nunca más. Y mucho duro el sueño de hadas, muchas flores, muchas hojas rojas y muchas blancas alfombras.
Ella permaneció feliz, pero a la vez asustada. Noto que el chico dejo de visitarla con regularidad, dos días venía y los otros cinco no, ¿Sera porque ahora es más alto que yo? Se imagino. El chico ya no era un chico, sino un joven alzándose muy por encima de ella. La niña intento volverse más alta estirando los brazos hacia el cielo, pero no creció ni un poco, continuo siendo baja.
Ella quería presentarse, y por eso lo trató. Caminó a pasos cautos con intención de no asustarlo, pero a pesar del sigilo su mover provocaba el crujir de la hierba. Él volteo en su dirección justo a donde la niña se encontraba, sin sorpresa ni emoción solo dijo Debió de ser una ardilla y regreso a su libro. La niña hizo un puchero antes de retomar su caminar, él volteo de nuevo lleno de clara alteración ¿Quién está ahí? Cuestiono, pero no se quedo a esperar una respuesta tomo la mochila y se fue, dejando sola a la niña otra vez.
Ella se entristeció, aquel joven no volvió a venir la mañana posterior, ni tampoco la siguiente a esa, ni la siguiente, ni la siguiente, ni la siguiente... La niña acostó su cuerpecito blancuzco contra el tronco, dejando que el centro de su mundo la acunara. El árbol le abrazo igual que un padre comprensivo, las raíces la cubrieron igual que una madre amorosa. Ella durmió y el tiempo paso, durmió tanto que no presencio el melancólico nevar, ni tampoco el siguiente, ni el siguiente, ni el siguiente, ni el siguiente…
Ella contempló la luna desde la punta del árbol, sintiendo simpatía por la brillante dama celestial. Ambas estaban solas en un centro, rodeadas por ojos destellantes de origen dudoso. La niña deseó poder volar para acompañar a la dama, quizás de esa manera las dos dejarían de estar tan solas.
Ella dejó de jugar, abandonó el correr, el saltar, y el cantar. La niña percibía un vacío bastante grande dentro de su ser ¿La nada se metió en mí mientras dormía? Una posibilidad. Su piel volvió a bañarse del tono rosado olvidado, las garras se le cayeron y los dientes perdieron su filo, los cuernos desaparecieron, seguido por la energía para moverse. La niña permaneció estoica, quieta, imperturbable, sin despegarse del tronco. El sueño toco de nuevo la puerta de su consciencia, y los parparos sin tardanza empezaron a bajar. La niña creyó ver a la nada aproximándose… No le importo, solo buscaba descansar.
Ella escucho el llorar, cercano, justo atrás. Se levanto del tronco y miro alrededor, vislumbrando a un hombre adulto sosteniendo un bulto muy cerca del corazón. Lo lamento dijo él, Ya tenemos suficiente con uno. Coloco al pequeño cuerpecito entre las raíces del árbol, luego se evaporo, como humo negro. Ella curiosa no tardo en acercarse, el bulto se movía y lloraba, no era un bulto cualquiera, era un bebe, una niña. ¿Estás sola? Preguntó, la bebe solo sollozo. No te preocupes, yo estoy aquí La niña se dejo caer a un lado, y atrajo a la bebe en su dirección, dejo de llorar. Yo estoy aquí… Tú no está sola… Y la nada arremetió, consumiéndolo todo a su paso. Solo que esa vez no sintió frio, gusanos ni lombrices, sintió la calidez de una madre, de un padre, la calidez similar al abrazo de un árbol.
Fin