CV5 - Celos hacia el cielo - Pitijopo
Publicado: 11 Jul 2017 08:24
Celos hacia el cielo
No recuerdo cuando nacieron en mí aquellos ahogos y acelerones del corazón, que me parecía que iba a explotar. Mirando hacia atrás, estoy seguro de que viene de mi noche de bodas con la Susi, mi mujer. Yo fui un pretendiente de los de antes y aunque tuvimos nuestros manoseos, nunca llegamos más allá. Para mí era esencial que la Susi llegara nueva a aquella noche. Mi difunta madre siempre me insistía: “Guapa o fea es lo de menos, lo importante es que llegue mocita para casarse contigo”. Aunque la noté torpona, aquella noche, la hice mía. Para ser sincero, no fue para tanto, yo haciéndomelo solo era capaz de sentir más, pero la sensación de que aquel cuerpo era mío fue algo que nunca olvidaré.
Vivíamos al final del pueblo. Yo trabajaba en un invernadero de flores, pegado a mi casa, de un cuñado mío. Aprovechaba las paraditas en la faena para ir a ver a la Susi. Entre pellizcos y achuchones estos descansos solían terminar muy movidos. Aquellas repeticiones hacían que cada vez encontrara más gustillo, valía mucho la jodida, pero eso comenzó a asustarme, porque ¿cómo podía yo estar seguro de que todo eso lo guardaba solo para mí?
Estas ideas llenaron mi mollera y me intraquilizaron. Cuando paseábamos por el pueblo, le insistía para que se pusiera vestidos sueltos de los que tapan rodillas abajo. La llevaba bien agarrada, más por posesión que por pasión, de tal manera que en el pueblo me llamaban el guardaculo. ¡Qué envidiosos! A mí eso me importaba un pito, qué orgulloso estaba yo de aquel cuerpo que más de uno desearía toquetear. Me inquietaba hasta el que saliera sola a la calle y se lo prohibí, para eso estaba el fin de semana que yo paseaba con ella. De todas formas, no quedaba tranquilo y me obsesionaba con que alguno tocara aquel cuerpo.
Una granizada, echó abajo el invernadero de mi cuñado, con lo que me quedé en la calle. Cuando ya estaba desesperado, porque no encontraba nada de trabajo, mi vecino, dueño de un bote, me dijo que si quería acompañarle a pescar. Aunque no me importaba el trabajo, llevaba muy mal el dejar sola a la Susi toda la noche. Mi ausencia del colchón podría atraer a cualquiera. Pero se puso tan mal la cosa que tuve que embarcar de marinero. La Susi me regaló un móvil para que pudiera estar en contacto con ella. Al principio me hacía un lío con tantos botones, pero aprendí a llamar con él. Así que esa noche, con mi móvil en el bolsillo, me fui a pescar con mi vecino. Salí de casa a las once para embarcar.
Tras lanzar las redes, llamé a la Susi a ver qué hacía y así cada diez o quince minutos. Noté que las primeras veces me contestaba con ganas, que desaparecían a medida que pasaban las horas. ¿Le estaría fastidiando algún plan? Entre redes y móvil estuve muy distraído hasta las seis de la mañana en que atracamos a puerto. Corrí a casa y allí estaba la Susi dormida como una bendita. Me avergoncé de mis celos, la verdad es que nunca me había dado motivos para ello. Así estuve un par de semanas y si bien por la mañana estaba tranquilo, la verdad es que me las pasaba dormido, a medida que pasaban las horas crecía mi desasosiego.
Una noche nos embarcamos, yo con mi móvil agarrado. A los 30 minutos de zarpar ya empecé a llamar a la Susi y así a cada rato. Al detenernos para echar las redes al agua saltó un fuerte viento de levante, por lo que mi vecino tomó la decisión de regresar. Durante el camino de vuelta, como esa noche volvía pronto a casa, no usé el móvil para darle una sorpresa a la Susi. Al comentarle mi inquietud a mi vecino me dijo que no debía preocuparme, que ella era una buena chiquilla incapaz de engañarme. Le di la razón y supe que no había sido justo con ella. Tenía que cambiar, no podía seguir así. Al llegar frente a casa supuse que andaría nerviosa esperando mi llamada. Hacía casi una hora que no la llamaba. Cogí el móvil y le dije que todavía estaba en alta mar, mientras miraba por la ventana. La luz del dormitorio estaba encendida...¡la sorpresa me la llevé yo! La Susi sentada totalmente desnuda en la cama y con las manos ocupadas. En la mano izquierda tenía el móvil, pero en la derecha tenía otro aparato inmóvil pero que ella se ocupaba de que estuviera móvil. Dicho aparato era del hijo de mi vecino un chuloputa de unos 25 años que estaba sentado, también desnudo frente a ella.
No sé lo que pasó a continuación. Me lancé, de cabeza, hacia la ventana, con lo que ésta se partió en cachitos, con tan mala follá que un cacho me atravesó la yugular y empecé a desangrarme. El resto lo vi de lejos, como si estuviera viendo un película. El hijo de mi vecino salió como un cohete para su casa, con la misma ropa con la que vino al mundo. La Susi se puso el camisón de seda para estar presentable cuando llegara la ambulancia, no es el momento de decirlo, pero le sentaba como un guante... Mientras sonaba la sirena de la ambulancia yo me veía con la cabeza apoyada en la ventana rodeado por una mancha roja, que coloreó hasta los botones del móvil. Alrededor de las luces de la ambulancia se acumuló un montón de gente y yo me fui alejando, poquito a poco, de toda aquella escena.
No sé cómo he podido hacer llegar esta carta hasta ahí. Pero igual que ha atravesado de un mundo a otro, confío, yo también en encontrar la forma de volver, y la Susi se va a enterar, porque voy camino del cielo y ahora, por carajote, sí que tengo bien merecidos los celos.
No recuerdo cuando nacieron en mí aquellos ahogos y acelerones del corazón, que me parecía que iba a explotar. Mirando hacia atrás, estoy seguro de que viene de mi noche de bodas con la Susi, mi mujer. Yo fui un pretendiente de los de antes y aunque tuvimos nuestros manoseos, nunca llegamos más allá. Para mí era esencial que la Susi llegara nueva a aquella noche. Mi difunta madre siempre me insistía: “Guapa o fea es lo de menos, lo importante es que llegue mocita para casarse contigo”. Aunque la noté torpona, aquella noche, la hice mía. Para ser sincero, no fue para tanto, yo haciéndomelo solo era capaz de sentir más, pero la sensación de que aquel cuerpo era mío fue algo que nunca olvidaré.
Vivíamos al final del pueblo. Yo trabajaba en un invernadero de flores, pegado a mi casa, de un cuñado mío. Aprovechaba las paraditas en la faena para ir a ver a la Susi. Entre pellizcos y achuchones estos descansos solían terminar muy movidos. Aquellas repeticiones hacían que cada vez encontrara más gustillo, valía mucho la jodida, pero eso comenzó a asustarme, porque ¿cómo podía yo estar seguro de que todo eso lo guardaba solo para mí?
Estas ideas llenaron mi mollera y me intraquilizaron. Cuando paseábamos por el pueblo, le insistía para que se pusiera vestidos sueltos de los que tapan rodillas abajo. La llevaba bien agarrada, más por posesión que por pasión, de tal manera que en el pueblo me llamaban el guardaculo. ¡Qué envidiosos! A mí eso me importaba un pito, qué orgulloso estaba yo de aquel cuerpo que más de uno desearía toquetear. Me inquietaba hasta el que saliera sola a la calle y se lo prohibí, para eso estaba el fin de semana que yo paseaba con ella. De todas formas, no quedaba tranquilo y me obsesionaba con que alguno tocara aquel cuerpo.
Una granizada, echó abajo el invernadero de mi cuñado, con lo que me quedé en la calle. Cuando ya estaba desesperado, porque no encontraba nada de trabajo, mi vecino, dueño de un bote, me dijo que si quería acompañarle a pescar. Aunque no me importaba el trabajo, llevaba muy mal el dejar sola a la Susi toda la noche. Mi ausencia del colchón podría atraer a cualquiera. Pero se puso tan mal la cosa que tuve que embarcar de marinero. La Susi me regaló un móvil para que pudiera estar en contacto con ella. Al principio me hacía un lío con tantos botones, pero aprendí a llamar con él. Así que esa noche, con mi móvil en el bolsillo, me fui a pescar con mi vecino. Salí de casa a las once para embarcar.
Tras lanzar las redes, llamé a la Susi a ver qué hacía y así cada diez o quince minutos. Noté que las primeras veces me contestaba con ganas, que desaparecían a medida que pasaban las horas. ¿Le estaría fastidiando algún plan? Entre redes y móvil estuve muy distraído hasta las seis de la mañana en que atracamos a puerto. Corrí a casa y allí estaba la Susi dormida como una bendita. Me avergoncé de mis celos, la verdad es que nunca me había dado motivos para ello. Así estuve un par de semanas y si bien por la mañana estaba tranquilo, la verdad es que me las pasaba dormido, a medida que pasaban las horas crecía mi desasosiego.
Una noche nos embarcamos, yo con mi móvil agarrado. A los 30 minutos de zarpar ya empecé a llamar a la Susi y así a cada rato. Al detenernos para echar las redes al agua saltó un fuerte viento de levante, por lo que mi vecino tomó la decisión de regresar. Durante el camino de vuelta, como esa noche volvía pronto a casa, no usé el móvil para darle una sorpresa a la Susi. Al comentarle mi inquietud a mi vecino me dijo que no debía preocuparme, que ella era una buena chiquilla incapaz de engañarme. Le di la razón y supe que no había sido justo con ella. Tenía que cambiar, no podía seguir así. Al llegar frente a casa supuse que andaría nerviosa esperando mi llamada. Hacía casi una hora que no la llamaba. Cogí el móvil y le dije que todavía estaba en alta mar, mientras miraba por la ventana. La luz del dormitorio estaba encendida...¡la sorpresa me la llevé yo! La Susi sentada totalmente desnuda en la cama y con las manos ocupadas. En la mano izquierda tenía el móvil, pero en la derecha tenía otro aparato inmóvil pero que ella se ocupaba de que estuviera móvil. Dicho aparato era del hijo de mi vecino un chuloputa de unos 25 años que estaba sentado, también desnudo frente a ella.
No sé lo que pasó a continuación. Me lancé, de cabeza, hacia la ventana, con lo que ésta se partió en cachitos, con tan mala follá que un cacho me atravesó la yugular y empecé a desangrarme. El resto lo vi de lejos, como si estuviera viendo un película. El hijo de mi vecino salió como un cohete para su casa, con la misma ropa con la que vino al mundo. La Susi se puso el camisón de seda para estar presentable cuando llegara la ambulancia, no es el momento de decirlo, pero le sentaba como un guante... Mientras sonaba la sirena de la ambulancia yo me veía con la cabeza apoyada en la ventana rodeado por una mancha roja, que coloreó hasta los botones del móvil. Alrededor de las luces de la ambulancia se acumuló un montón de gente y yo me fui alejando, poquito a poco, de toda aquella escena.
No sé cómo he podido hacer llegar esta carta hasta ahí. Pero igual que ha atravesado de un mundo a otro, confío, yo también en encontrar la forma de volver, y la Susi se va a enterar, porque voy camino del cielo y ahora, por carajote, sí que tengo bien merecidos los celos.