CT II - Diez mil millones - Isma
Publicado: 21 Oct 2017 20:23
Diez mil millones
Primer mes
Yaiza abre la puerta de la calle y entra en casa. Cuelga la chaqueta y el bolso. Deposita las llaves en la encimera y deja la mano ahí, respirando lentamente una vez, dos veces, con los ojos cerrados. En el salón se escucha sonido. Con las piernas flojas entra y se sienta en una silla de la mesa de comedor. Eduardo está viendo la televisión en el sillón.
—Hola. ¿Qué tal el día?
—Hoy tenía médico.
—Es verdad, cariño, lo había olvidado. ¿Qué te ha dicho?
Yaiza contiene el aliento.
—Estoy embarazada.
Él se da la vuelta y la mira con la boca entreabierta. Ella se muerde el labio. En la televisión se oyen anuncios de publicidad.
—Eso no es posible. Siempre usamos preservativo. —A Yaiza le tiembla la barbilla—. No es posible…
La cara de Eduardo se endurece.
—¿Quién ha sido?
—Nadie —responde ella, con un hilo de voz. Lágrimas caen por su mejilla.
Los dos permanecen sentados. Los anuncios llenan el silencio con risas y música ligera. Entonces él se levanta, cruza el salón y abre la puerta de la calle. Un portazo violentísimo atruena en el recibidor y un cristal se rompe en alguna parte. Yaiza comienza a sollozar y esconde la cara entre las manos.
Segundo mes
Evelín Santos sonríe, y la imagen reflejada en el espejo se le antoja la de la Mona Lisa. Se encuentra relajada y a gusto; no entiende cómo algunas mujeres pueden sentirse incómodas. Evelín se acaricia el vientre con delicadeza, tanteando. Es un regalo divino, y piensa: «verdaderamente divino».
La sonrisa le ayuda cuando sale a comprar y se encuentra con la mirada de las viejas del pueblo. Escucha lo que dicen a su espalda, pero le da igual. Alguna, incluso, escupe a sus pies. Pero tiene que salir a comprar y no se va a esconder. No, no se esconderá, porque es portadora de una bendición. «Así se debió sentir la Santa Virgen María», piensa. Por eso su sonrisa luce beatífica durante todo el paseo hacia el mercado, por eso ignora las risas socarronas de los hombres, por eso no le incomoda la distancia que abren unos y otros a su paso.
Está comprando tomates cuando los murmullos suben de intensidad. Varios hombres corren hacia el bar.
—¡Corran! Vengan todos, ¡corran!
La multitud se desplaza a través de los puestos de fruta y verdura, convergiendo alrededor del pequeño bar del mercado. El dueño ha abierto las ventanas para que se escuche desde fuera el sonido del televisor. Evelín se acerca a la pequeña muchedumbre y escucha. Es fácil. Todo el mundo está en silencio.
Tercer mes
«Una epidemia a nivel planetario, si es que se puede llamar así, ha sacudido los cimientos de la sociedad moderna. Todas las mujeres de la Tierra, desde los diez años en adelante, se encuentran embarazadas por causas que aún se desconocen. Las autoridades solicitan, a través del Ministerio de Sanidad y del propio Gobierno, que la población mantenga la calma mientras se prepara una respuesta global a esta situación de extraordinaria magnitud. La comunidad científica se ha movilizado en busca de una explicación, pero los primeros análisis no revelan resultados concluyentes. Mientras tanto, y desde hoy en adelante, esta cadena emitirá puntualmente cada hora un boletín con noticias actualizadas y recomendaciones relativas a la salud de la mujer y del feto. Por favor, permanezcan sintonizados…»
—He empezado a buscar una cuna —dice Eduardo. Está haciendo la cena, por primera vez desde hace años—. Tenemos que anticiparnos a las circunstancias y enfocarlo de manera positiva. Tener un hijo no es tan malo, tú has estado con los sobrinos y sabes que…
—Eduardo, eres un gilipollas.
—Y tú nunca quisiste tener hijos.
—Olvídate de tus deseos por un momento y piensa. ¿Qué va a pasar cuando dentro de nueve meses todas las mujeres del planeta se pongan de parto de manera simultánea? ¿Qué hospital, qué médico las va a atender? Y mucho antes que eso, ¿quién va a hacer el seguimiento del embarazo? Piensa, por el amor de Dios, que…
—¿Qué pasa, cariño?
Las náuseas se hacen insoportables. Lleva demasiado rato revuelta y con el estómago patas arriba. Yaiza se dobla y vomita sobre la alfombra.
Cuarto mes
Evelín observa con incredulidad cómo la ciudad se blinda. Tropas del ejército han ocupado todas las avenidas, y los carros blindados rompen la tranquilidad de la vida diaria con su estruendo de motores y cadenas. Evelín se ha repuesto del disgusto inicial, y ahora que sabe que su gestación no corresponde a la intervención de un ángel del Señor, al menos le queda el consuelo de enfrentar las miradas de las mismas viejas que antes se reían de ella y que se encuentran en su misma situación.
Con respecto a las intenciones del ejército, se rumorea que en las afueras, lejos de las rutas transitadas, se está celebrando un cónclave mundial para estudiar la situación. La presencia militar se podría justificar, entonces, para evitar cualquier tentativa de intromisión en tan delicado evento. Se rumorea, también, que las tropas acantonadas en la ciudad han tomado el control de los principales proveedores de suministros. Evelín lo entiende. Dios dispone, pero si todas las mujeres dan a luz a la vez, el agua y los alimentos se convertirán en un bien valiosísimo. Ya ha notado que los supermercados empiezan a estar más vacíos de lo habitual y en algunos barrios han comenzado los saqueos, contestados por tiroteos con la fuerza militar.
Evelín se santigua. Hay que encomendarse a Dios.
Quinto mes
—Lee esto.
Yaiza no puede parar de llorar. Tan pronto se encuentra animada como deprimida. Es agotador, y por si fuera poco el ardor de estómago le quema el esófago. Eduardo le tiende el periódico. Ella le echa un vistazo entre lágrimas y el humor negro le arranca una sonrisa.
«Aumentan las violaciones a hombres un 500%».
—Y no solo eso —prosigue Eduardo—. Aquí pone que es una época dorada para la homosexualidad y bisexualidad. El colectivo LGTB ha emitido un comunicado y …
—Alguna cosa buena tenía que traer esta desgracia. Y ahora, ¿por qué haces algo útil y te vas vistiendo? Llegaremos tarde a la sesión obligatoria de preparación al parto y yo tengo que llamar a mi madre.
Eduardo gruñe y se va a vestir. Yaiza sabe que tiene pánico a la sangre. Pero ella tiene que ser inflexible. Dependerá de este hombre cuando llegue el momento. Tiene que estar preparado. Tiene que estarlo.
La tripa se le ha hinchado tanto que el ombligo ha salido hacia fuera, y le duele la espalda. Yaiza marca el teléfono de su madre mientras hojea el periódico que Eduardo ha dejado encima de la mesa.
Primer tono. «El congreso mundial de Caracas finaliza sin acuerdo».
Segundo tono. «Los estudios genéticos preliminares no arrojan ninguna luz».
Tercer tono. «Ciento trece países han declarado el estado de excepción».
Cuarto tono. «La tasa de mortalidad ha crecido exponencialmente para las mujeres mayores de sesenta años».
Quinto tono. Biiiiip.
—¡Mamá! —solloza Yaiza.
Sexto mes
«Hoy, a las cuatro de la mañana hora local, la organización paramilitar ultra católica “God First” ha ejecutado con éxito un golpe de estado al gobierno de los Estados Unidos de América. En estos momentos se desconoce el paradero del presidente Trump y la información que nos llega es caótica. Nuestro corresponsal en Washington ha informado de graves disturbios en las inmediaciones del Congreso, con al menos un centenar de muertos entre los partidarios de las distintas facciones. Según algunas fuentes, el Congreso se encuentra bajo el control de los rebeldes, que afirman reclamar el poder, literalmente, “en nombre de Dios Padre Omnipotente” y con objeto de “proteger la sagrada vida humana a cualquier precio”. El ejército se encuentra dividido y, en numerosos estados, las fuerzas rebeldes ocupan las calles de las ciudades más importantes. Se informa de enfrentamientos armados entre estos y las tropas leales. Desde la Unión Europea se contempla el golpe con preocupación y temor a las posibles consecuencias violentas, dada la excepcional situación en la que… »
—Dios mío. Dios mío.
La pareja está sentada en el sillón viendo las noticias. Desde afuera, en la calle, les llega el sonido de las sirenas que anuncian el comienzo del toque de queda.
Séptimo mes
Yuri Fiódorovich Golovin observa desde la escotilla. La Tierra gira bajo él, blanca y azul, una gema preciosa sobre el negro tapete del espacio. El astronauta está ocioso, los brazos cruzados, pensando: un raro lujo. Le embarga un ánimo pesado. Las noticias que llegan son pocas y alarmantes. La Estación Espacial Internacional sobrevuela el Oriente Próximo. Los países árabes no han presentado una postura común a la epidemia de embarazos, pero el misticismo ha surgido imparable frente a la falta de explicación científica. Yuri sospecha lo peor. Mar Rojo, Arabia, Golfo Pérsico. La India. El astronauta no puede evitar un escalofrío. Se sabe que el superpoblado país ha entrado en guerra civil. Sectas religiosas de toda índole han clamado que la epidemia es un castigo de los dioses y que un ejército de demonios nacerá para acabar con la plaga de la humanidad. Asesinatos rituales y ríos de sangre. Bangladesh, Birmania. China ha construido miles de campos de concentración, entre el secreto y la desinformación. Las noticias son poco fiables, pero Yuri sospecha que los dirigentes están llevando allí a las mujeres que más posibilidades tienen, y por tanto excluyendo preadolescentes y mujeres mayores de cincuenta. Se han movilizado millones de soldados. Corea, Japón. Hay informes de ataques químicos contra la población civil. Por fin, el océano Pacífico. Una breve pausa antes del caos del continente americano.
Las alarmas empiezan a sonar en la Estación Espacial Internacional. Yuri no se inmuta, ni siquiera cuando su colega francés se acerca flotando.
—Ha ocurrido. La guerra ha estallado.
Yuri Fiódorovich Golovin observa desde la escotilla. En la superficie de la Tierra, gigantescos hongos blancos crecen, dispersando las nubes en anillos concéntricos, como piedras arrojadas a un inmenso estanque.
—Dios se apiade de nosotros —musita Yuri.
—¡Uy! Pon la mano aquí. Una patadita —dice Yaiza.
Octavo mes
Yaiza no podía dormir —es tan difícil encontrar una postura cómoda— y ha bajado a la playa. Es una hora temprana para que haga calor y la playa está prácticamente desierta. Pero no es motivo para dejar de lado las buenas costumbres, ni siquiera ahora con las severas restricciones a la vida diaria y toda la nación bajo la ley marcial. Y de todos modos Eduardo no está: con todo lo que está pasando, no se le ha ocurrido otra cosa más que ir a Barcelona a visitar a su hermana. A Yaiza le encanta leer con el sonido del mar. A fin de cuentas, las autoridades médicas han recomendado paz y tranquilidad para las mujeres que no salieron elegidas en la lotería abortiva. No hay que arriesgarse en esta etapa, no sin suficientes médicos para cubrir cualquier posible percance.
El amanecer es precioso. El sol se eleva por el horizonte, ancho y rojizo. Yaiza lo observa de reojo, escorada para que la iluminación no le impida leer. Y por eso puede ver el momento exacto en que ocurre. Al Norte, de manera repentina, un resplandor intensísimo ilumina el cielo matinal como un segundo amanecer silencioso. El brillo le deslumbra, obligándole a desviar la mirada. Y al Oeste, apenas unos momentos después, surge otro fulgor súbito, inconmesurable. Ambos amaneceres compiten durante largos segundos con el del Sol al Este, haciendo desaparecer todas las sombras de la playa. Yaiza espera, conteniendo el aliento. A los pocos minutos, las nubes en dirección Norte se deshacen, y después le llega la brisa cálida. Un poco más tarde, otro tanto ocurre desde el Oeste.
Entonces Yaiza comprende. Barcelona está al Norte. Madrid al Oeste.
Noveno mes
El cuarto está iluminado a la luz de las velas. No hay electricidad desde los ataques. Yaiza tiene todas las persianas bajadas. Sabe que hay que impedir que la lluvia radioactiva penetre dentro. Lo que no sabe es por cuánto tiempo.
No se atreve a salir a la calle. No se atreve a ir a un hospital. El hedor y la suciedad en la calle son inaguantables.
Tiene las gasas preparadas, junto al alcohol de noventa y cinco grados, las tijeras esterilizadas y el barreño de agua que puso a hervir hace un rato, cuando notó que las contracciones aumentaban de intensidad. También tiene cerca las jeringuillas, aunque en estos momentos sea incapaz de recordar qué contiene cada cual. El manual médico que le proporcionaron está a mano por si hiciera falta. Si es que puede permitirse leer.
Se ha puesto una bata que ya está empapada de sudor, igual que el suelo lo está de líquido amniótico. Siente que el dolor la está partiendo en dos. Respira a duras penas, inspiraciones cortas cuando viene la contracción, largos jadeos cuando se va. Ha colocado el espejo del dormitorio frente a ella y se puede ver en él, blanquecina y ojerosa, con el pelo pegado a la cara.
Es a su reflejo a quien chilla:
—¡Empuja, Yaiza! ¡Empuja!
Primer mes
Yaiza abre la puerta de la calle y entra en casa. Cuelga la chaqueta y el bolso. Deposita las llaves en la encimera y deja la mano ahí, respirando lentamente una vez, dos veces, con los ojos cerrados. En el salón se escucha sonido. Con las piernas flojas entra y se sienta en una silla de la mesa de comedor. Eduardo está viendo la televisión en el sillón.
—Hola. ¿Qué tal el día?
—Hoy tenía médico.
—Es verdad, cariño, lo había olvidado. ¿Qué te ha dicho?
Yaiza contiene el aliento.
—Estoy embarazada.
Él se da la vuelta y la mira con la boca entreabierta. Ella se muerde el labio. En la televisión se oyen anuncios de publicidad.
—Eso no es posible. Siempre usamos preservativo. —A Yaiza le tiembla la barbilla—. No es posible…
La cara de Eduardo se endurece.
—¿Quién ha sido?
—Nadie —responde ella, con un hilo de voz. Lágrimas caen por su mejilla.
Los dos permanecen sentados. Los anuncios llenan el silencio con risas y música ligera. Entonces él se levanta, cruza el salón y abre la puerta de la calle. Un portazo violentísimo atruena en el recibidor y un cristal se rompe en alguna parte. Yaiza comienza a sollozar y esconde la cara entre las manos.
Segundo mes
Evelín Santos sonríe, y la imagen reflejada en el espejo se le antoja la de la Mona Lisa. Se encuentra relajada y a gusto; no entiende cómo algunas mujeres pueden sentirse incómodas. Evelín se acaricia el vientre con delicadeza, tanteando. Es un regalo divino, y piensa: «verdaderamente divino».
La sonrisa le ayuda cuando sale a comprar y se encuentra con la mirada de las viejas del pueblo. Escucha lo que dicen a su espalda, pero le da igual. Alguna, incluso, escupe a sus pies. Pero tiene que salir a comprar y no se va a esconder. No, no se esconderá, porque es portadora de una bendición. «Así se debió sentir la Santa Virgen María», piensa. Por eso su sonrisa luce beatífica durante todo el paseo hacia el mercado, por eso ignora las risas socarronas de los hombres, por eso no le incomoda la distancia que abren unos y otros a su paso.
Está comprando tomates cuando los murmullos suben de intensidad. Varios hombres corren hacia el bar.
—¡Corran! Vengan todos, ¡corran!
La multitud se desplaza a través de los puestos de fruta y verdura, convergiendo alrededor del pequeño bar del mercado. El dueño ha abierto las ventanas para que se escuche desde fuera el sonido del televisor. Evelín se acerca a la pequeña muchedumbre y escucha. Es fácil. Todo el mundo está en silencio.
Tercer mes
«Una epidemia a nivel planetario, si es que se puede llamar así, ha sacudido los cimientos de la sociedad moderna. Todas las mujeres de la Tierra, desde los diez años en adelante, se encuentran embarazadas por causas que aún se desconocen. Las autoridades solicitan, a través del Ministerio de Sanidad y del propio Gobierno, que la población mantenga la calma mientras se prepara una respuesta global a esta situación de extraordinaria magnitud. La comunidad científica se ha movilizado en busca de una explicación, pero los primeros análisis no revelan resultados concluyentes. Mientras tanto, y desde hoy en adelante, esta cadena emitirá puntualmente cada hora un boletín con noticias actualizadas y recomendaciones relativas a la salud de la mujer y del feto. Por favor, permanezcan sintonizados…»
—He empezado a buscar una cuna —dice Eduardo. Está haciendo la cena, por primera vez desde hace años—. Tenemos que anticiparnos a las circunstancias y enfocarlo de manera positiva. Tener un hijo no es tan malo, tú has estado con los sobrinos y sabes que…
—Eduardo, eres un gilipollas.
—Y tú nunca quisiste tener hijos.
—Olvídate de tus deseos por un momento y piensa. ¿Qué va a pasar cuando dentro de nueve meses todas las mujeres del planeta se pongan de parto de manera simultánea? ¿Qué hospital, qué médico las va a atender? Y mucho antes que eso, ¿quién va a hacer el seguimiento del embarazo? Piensa, por el amor de Dios, que…
—¿Qué pasa, cariño?
Las náuseas se hacen insoportables. Lleva demasiado rato revuelta y con el estómago patas arriba. Yaiza se dobla y vomita sobre la alfombra.
Cuarto mes
Evelín observa con incredulidad cómo la ciudad se blinda. Tropas del ejército han ocupado todas las avenidas, y los carros blindados rompen la tranquilidad de la vida diaria con su estruendo de motores y cadenas. Evelín se ha repuesto del disgusto inicial, y ahora que sabe que su gestación no corresponde a la intervención de un ángel del Señor, al menos le queda el consuelo de enfrentar las miradas de las mismas viejas que antes se reían de ella y que se encuentran en su misma situación.
Con respecto a las intenciones del ejército, se rumorea que en las afueras, lejos de las rutas transitadas, se está celebrando un cónclave mundial para estudiar la situación. La presencia militar se podría justificar, entonces, para evitar cualquier tentativa de intromisión en tan delicado evento. Se rumorea, también, que las tropas acantonadas en la ciudad han tomado el control de los principales proveedores de suministros. Evelín lo entiende. Dios dispone, pero si todas las mujeres dan a luz a la vez, el agua y los alimentos se convertirán en un bien valiosísimo. Ya ha notado que los supermercados empiezan a estar más vacíos de lo habitual y en algunos barrios han comenzado los saqueos, contestados por tiroteos con la fuerza militar.
Evelín se santigua. Hay que encomendarse a Dios.
Quinto mes
—Lee esto.
Yaiza no puede parar de llorar. Tan pronto se encuentra animada como deprimida. Es agotador, y por si fuera poco el ardor de estómago le quema el esófago. Eduardo le tiende el periódico. Ella le echa un vistazo entre lágrimas y el humor negro le arranca una sonrisa.
«Aumentan las violaciones a hombres un 500%».
—Y no solo eso —prosigue Eduardo—. Aquí pone que es una época dorada para la homosexualidad y bisexualidad. El colectivo LGTB ha emitido un comunicado y …
—Alguna cosa buena tenía que traer esta desgracia. Y ahora, ¿por qué haces algo útil y te vas vistiendo? Llegaremos tarde a la sesión obligatoria de preparación al parto y yo tengo que llamar a mi madre.
Eduardo gruñe y se va a vestir. Yaiza sabe que tiene pánico a la sangre. Pero ella tiene que ser inflexible. Dependerá de este hombre cuando llegue el momento. Tiene que estar preparado. Tiene que estarlo.
La tripa se le ha hinchado tanto que el ombligo ha salido hacia fuera, y le duele la espalda. Yaiza marca el teléfono de su madre mientras hojea el periódico que Eduardo ha dejado encima de la mesa.
Primer tono. «El congreso mundial de Caracas finaliza sin acuerdo».
Segundo tono. «Los estudios genéticos preliminares no arrojan ninguna luz».
Tercer tono. «Ciento trece países han declarado el estado de excepción».
Cuarto tono. «La tasa de mortalidad ha crecido exponencialmente para las mujeres mayores de sesenta años».
Quinto tono. Biiiiip.
—¡Mamá! —solloza Yaiza.
Sexto mes
«Hoy, a las cuatro de la mañana hora local, la organización paramilitar ultra católica “God First” ha ejecutado con éxito un golpe de estado al gobierno de los Estados Unidos de América. En estos momentos se desconoce el paradero del presidente Trump y la información que nos llega es caótica. Nuestro corresponsal en Washington ha informado de graves disturbios en las inmediaciones del Congreso, con al menos un centenar de muertos entre los partidarios de las distintas facciones. Según algunas fuentes, el Congreso se encuentra bajo el control de los rebeldes, que afirman reclamar el poder, literalmente, “en nombre de Dios Padre Omnipotente” y con objeto de “proteger la sagrada vida humana a cualquier precio”. El ejército se encuentra dividido y, en numerosos estados, las fuerzas rebeldes ocupan las calles de las ciudades más importantes. Se informa de enfrentamientos armados entre estos y las tropas leales. Desde la Unión Europea se contempla el golpe con preocupación y temor a las posibles consecuencias violentas, dada la excepcional situación en la que… »
—Dios mío. Dios mío.
La pareja está sentada en el sillón viendo las noticias. Desde afuera, en la calle, les llega el sonido de las sirenas que anuncian el comienzo del toque de queda.
Séptimo mes
Yuri Fiódorovich Golovin observa desde la escotilla. La Tierra gira bajo él, blanca y azul, una gema preciosa sobre el negro tapete del espacio. El astronauta está ocioso, los brazos cruzados, pensando: un raro lujo. Le embarga un ánimo pesado. Las noticias que llegan son pocas y alarmantes. La Estación Espacial Internacional sobrevuela el Oriente Próximo. Los países árabes no han presentado una postura común a la epidemia de embarazos, pero el misticismo ha surgido imparable frente a la falta de explicación científica. Yuri sospecha lo peor. Mar Rojo, Arabia, Golfo Pérsico. La India. El astronauta no puede evitar un escalofrío. Se sabe que el superpoblado país ha entrado en guerra civil. Sectas religiosas de toda índole han clamado que la epidemia es un castigo de los dioses y que un ejército de demonios nacerá para acabar con la plaga de la humanidad. Asesinatos rituales y ríos de sangre. Bangladesh, Birmania. China ha construido miles de campos de concentración, entre el secreto y la desinformación. Las noticias son poco fiables, pero Yuri sospecha que los dirigentes están llevando allí a las mujeres que más posibilidades tienen, y por tanto excluyendo preadolescentes y mujeres mayores de cincuenta. Se han movilizado millones de soldados. Corea, Japón. Hay informes de ataques químicos contra la población civil. Por fin, el océano Pacífico. Una breve pausa antes del caos del continente americano.
Las alarmas empiezan a sonar en la Estación Espacial Internacional. Yuri no se inmuta, ni siquiera cuando su colega francés se acerca flotando.
—Ha ocurrido. La guerra ha estallado.
Yuri Fiódorovich Golovin observa desde la escotilla. En la superficie de la Tierra, gigantescos hongos blancos crecen, dispersando las nubes en anillos concéntricos, como piedras arrojadas a un inmenso estanque.
—Dios se apiade de nosotros —musita Yuri.
—¡Uy! Pon la mano aquí. Una patadita —dice Yaiza.
Octavo mes
Yaiza no podía dormir —es tan difícil encontrar una postura cómoda— y ha bajado a la playa. Es una hora temprana para que haga calor y la playa está prácticamente desierta. Pero no es motivo para dejar de lado las buenas costumbres, ni siquiera ahora con las severas restricciones a la vida diaria y toda la nación bajo la ley marcial. Y de todos modos Eduardo no está: con todo lo que está pasando, no se le ha ocurrido otra cosa más que ir a Barcelona a visitar a su hermana. A Yaiza le encanta leer con el sonido del mar. A fin de cuentas, las autoridades médicas han recomendado paz y tranquilidad para las mujeres que no salieron elegidas en la lotería abortiva. No hay que arriesgarse en esta etapa, no sin suficientes médicos para cubrir cualquier posible percance.
El amanecer es precioso. El sol se eleva por el horizonte, ancho y rojizo. Yaiza lo observa de reojo, escorada para que la iluminación no le impida leer. Y por eso puede ver el momento exacto en que ocurre. Al Norte, de manera repentina, un resplandor intensísimo ilumina el cielo matinal como un segundo amanecer silencioso. El brillo le deslumbra, obligándole a desviar la mirada. Y al Oeste, apenas unos momentos después, surge otro fulgor súbito, inconmesurable. Ambos amaneceres compiten durante largos segundos con el del Sol al Este, haciendo desaparecer todas las sombras de la playa. Yaiza espera, conteniendo el aliento. A los pocos minutos, las nubes en dirección Norte se deshacen, y después le llega la brisa cálida. Un poco más tarde, otro tanto ocurre desde el Oeste.
Entonces Yaiza comprende. Barcelona está al Norte. Madrid al Oeste.
Noveno mes
El cuarto está iluminado a la luz de las velas. No hay electricidad desde los ataques. Yaiza tiene todas las persianas bajadas. Sabe que hay que impedir que la lluvia radioactiva penetre dentro. Lo que no sabe es por cuánto tiempo.
No se atreve a salir a la calle. No se atreve a ir a un hospital. El hedor y la suciedad en la calle son inaguantables.
Tiene las gasas preparadas, junto al alcohol de noventa y cinco grados, las tijeras esterilizadas y el barreño de agua que puso a hervir hace un rato, cuando notó que las contracciones aumentaban de intensidad. También tiene cerca las jeringuillas, aunque en estos momentos sea incapaz de recordar qué contiene cada cual. El manual médico que le proporcionaron está a mano por si hiciera falta. Si es que puede permitirse leer.
Se ha puesto una bata que ya está empapada de sudor, igual que el suelo lo está de líquido amniótico. Siente que el dolor la está partiendo en dos. Respira a duras penas, inspiraciones cortas cuando viene la contracción, largos jadeos cuando se va. Ha colocado el espejo del dormitorio frente a ella y se puede ver en él, blanquecina y ojerosa, con el pelo pegado a la cara.
Es a su reflejo a quien chilla:
—¡Empuja, Yaiza! ¡Empuja!