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El sol del mediodía iluminaba el camino que ascendía hasta el castillo cuando unas voces perturbaron el silencio que reinaba en el lugar.
—¡Os repito que es una mala idea!
—¡Ya te hemos oído la primera vez, Hawk, deja de insistir! ¿Cómo puedes ser un ladrón y asustarte por una casa abandonada? —preguntó indignado Cronan, el bárbaro, desde sus más de dos metros y medio de altura.
—¡Una casa abandonada! ¿Llamas a las ruinas del castillo del perverso duque Orlak, casa abandonada? ¡Ese casco con cuernos que llevas debe de estar apretando demasiado el escaso cerebro que tienes en esa cabeza de melón! —gritó enfadado el mediano que, puesto de puntillas, miraba desafiante a la cintura del gigantón.
—¡A mí no me insulta nadie y menos aún un enano como tú! Sigue provocándome y vete despidiéndote de esa cara bonita de la que estás tan orgulloso.
—¡Mediano y a mucha honra!
—¡Haya paz, chicos! —imploró Silvianis, la joven arquera semielfa, mientras utilizaba su arco largo de madera de los bosques de Lothlórien para separarlos.
—Cierto, recordad para que estamos aquí, recordad los tesoros que se describen en las baladas de los bardos. Llevamos meses siguiendo todas las pistas de la canción, hemos pasado la montaña con forma de dragón, las cataratas gemelas, el bosque negro y, por fin, estamos ante el castillo. Hawk, no dejes que el miedo de los pueblerinos te acobarde, la leyenda habla de inmensos tesoros escondidos entre estas paredes. Por todos es sabido que el duque Orlak era un ladrón y que todo lo que conseguían sus hombres terminaba en su cámara del tesoro —quien tan sabiamente hablaba era Mertin, un anciano de pelo y barba blanca que se apoyaba en un largo báculo coronado por una gema dorada.
—¡Vale, vale, como queráis, pero ya os digo que esto no va a acabar bien! —protestó Hawk mientras se dirigía a la derruida puerta del castillo.
Tras horas de infructuosa búsqueda, los aventureros se encontraban reunidos en la biblioteca del castillo. La habitación era impresionante y mostraba claramente el esplendor que había tenido el lugar en su época de mayor gloria. Mertin se dedicaba a rebuscar entre los libros, destrozados por el paso del tiempo, con la esperanza de encontrar algún grimorio que hubiera sobrevivido a los gusanos y las ratas.
—Esto es una completa pérdida de tiempo, está claro que aquí no hay ningún tesoro —dijo un malhumorado Cronan mientras, con su espada mataorcos, asestaba mandobles al azar a los podridos muebles de la habitación.
—¡Deja de hacer ruido! Estoy intentando pensar, hemos tenido que pasar algo por alto. Estoy segura de que éste es el lugar correcto —pidió Silvianis.
De repente, un libro de la estantería cayó al suelo sin que nadie la tocara. Todos se quedaron mirándolo hasta que Mertin lo recogió y leyó el título.
—El Camino del Héroe, curioso, muy curioso.
—¡Eh, mirad, aquí hay una palanca! —gritó un entusiasmado Hawk que estaba investigando el hueco donde había estado alojado el libro.
Un pequeño clic fue todo lo que se oyó antes de que una sección de la biblioteca girara, sin ruido, sobre sus ocultas bisagras.
Un túnel oscuro cual boca de huargo se abrió ante ellos y una vaharada a putrefacción les golpeó haciéndoles sentirse enfermos.
Mertin se adelantó y alzando su báculo exclamó:
Una luz blanca surgió de la gema dorada y con cautela se internaron en el túnel. Las paredes eran completamente lisas y mediría unos dos metros de ancho y de alto, para desgracia de Cronan que se veía obligado a andar encorvado para no chocarse con el techo.
—¡Vaya, vaya, ¿quién tiene problemas de estatura ahora? —se burló Hawk mientras avanzando haciendo piruetas.
Entre chanzas y risas llegaron a una puerta de bronce que bloqueaba el camino. La puerta carecía de cerradura visible, lo único que llamaba la atención era la talla de una cara del dios Sol con la boca abierta.
Hawk no lo dudó y metió la mano en la boca con decisión.
—Tranquilos, lo tengo dominado, es una simple cerradura de pestillo. Son todas iguales solo sirven para asustar a los cobardes que…
Sus palabras fueron interrumpidas de golpe cuando la boca se cerró, con un terrorífico chasquido, sobre el brazo del mediano. Cercenándoselo casi a la altura del codo.
Los gritos de Hawk resonaron en el silencioso pasillo mientras la puerta se abría sin que nadie le prestara atención. Si lo hubieran hecho habrían visto que ahora la cara sonreía pérfidamente mientras la sangre se derramaba por la comisura de sus labios.
Silvianis corrió a taponar la herida y utilizó su amuleto de curación para que dejara de sanar, pero la herida era demasiado importante.
—Cronan, enciende una antorcha rápido —ordenó Mertin al ver que la sangre no dejaba de salir.
—Lo siento, Hawk, esto va a doler —se disculpó Silvianis mientras acercaba la antorcha a la herida y la cauterizaba.
Hawk no pudo soportarlo y se desmayó mientras la semielfa y el mago probaban los escasos hechizos curativos que conocían.
—Aquí no hay nada más que podamos hacer, será mejor que lo dejemos descansar y sigamos nosotros. Ya os dije que no teníamos que fiarnos de un ladrón más preocupado por su físico que por su destreza —apremió Cronan que miraba al pasillo negro que se abría tras la puerta.
—Sí, tienes razón, deja la antorcha con él y avancemos, ya hemos perdido demasiado tiempo —respondió Mertin mientras se levantaba, aunque un repentino mareo le hizo tener que apoyarse en la pared.
—¿Pasa algo? —preguntó una preocupada Silvianis.
—No tranquila, he debido lanzar los hechizos de curación demasiado deprisa, no pasa nada.
Siguieron avanzando por el pasadizo que cada vez parecía más y más oscuro.
—Mertin, ¿qué pasa con la luz? Cada vez se ve menos —preguntó un preocupado Cronan mientras se giraba hacía el hechicero.
El rostro de Mertin estaba completamente blanco y en cuando se detuvieron cayo inconsciente al suelo.
Silvianis le examinó rápida y certeramente y descubrió que sus dedos se habían vuelto negros, sin duda había sido envenenado.
—Aquí hay algo que no está bien, Cronan, creo que es mejor que no retiremos, ahora que aún estamos a tiempo. Además, sin Mertin no tenemos luz.
—De ninguna manera, no hemos llegado hasta aquí para rendirnos ahora —respondió el bárbaro mientras prendía una de las antorchas que llevaba en la mochila y comenzaba a caminar,
—¿Vienes o te vas a quedar con el viejoooooooooooo…?
La voz de Cronan dejó de oírse cuando la sección de suelo que se había abierto bajo sus pies volvió a cerrarse sin hacer ningún ruido sumiendo el pasillo en una negrura absoluta. Afortunadamente los ojos de los elfos permiten ver bastante bien en la oscuridad.
En ese momento, una imponente figura apareció de la nada al otro lado de la trampa. Sus ojos rojos se clavaron en los de la arquera obligándola a levantarse y a andar hacía él.
—Umm, una semielfa, que olor tan dulce, cuanto tiempo hace que no pruebo una sangre tan dulce como la de tu raza. Ya empezaba a estar cansado de alimentarme de los aldeanos y de los viajeros perdidos, menos mal que habéis aparecido vosotros. He de darte las gracias por salvar la sangre del mediano, la trampa está construida para humanos y me disgusté bastante cuando vi el destrozo que había hecho, cuanta sangre desperdiciada. Aunque he de reconocer que los medianos nunca me duran demasiado —dijo el vampiro riéndose de su propia broma.
Silvianis intentó resistir el embrujo de los ojos del monstruo y sus dedos comenzaron a moverse hacía el cuchillo de plata en su cinturón.
—Afortunadamente el gigante tiene sangre para alimentarme durante meses y, además, ya lo tengo guardado en la despensa. El mago es poco más que un pellejo andante, no creo que me dure demasiado. Por suerte, el veneno que puse en el libro, y que le ha dejado incapacitado, proporcionará a su sangre un retrogusto a frutas rojas del bosque y un aroma intenso y persistente con matices de vainilla.
El vampiro abrió sus brazos y la semielfa no pudo evitar acercarse hasta él e inclinar la cabeza para ofrecerle su nacarado cuello. Sus dedos lograron cerrase alrededor de la empuñadora del cuchillo, pero cuando consiguió sacarlo los afilados colmillos penetraron su marfileña piel y sus dedos fueron incapaces de seguir sujetándolo. Desde ese momento su vida y su alma pertenecían al duque Orlak.
Tenía que reconocer que el tiempo que dedicó, varios siglos atrás, a recorrer los pueblos vestido de bardo, cantando la falsa historia del duque Orlak había sido una de sus ideas más inspiradas. Habían pasado más de cuatrocientos años y aún había aventureros que oían su leyenda y partían en busca de fama y riquezas. El vampiro había descubierto los encantos del servicio de comida a domicilio.
