CP XIII - Héroes - Isma (Mención Jurado) (1° Pop)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CP XIII - Héroes - Isma (Mención Jurado) (1° Pop)

Mensaje por lucia »

Héroes

En el salón de paredes grisáceas las torres de libros se apilan contra las paredes. Desde algún lugar detrás del viejo sofá, un transistor difunde una turbia melodía de jazz. El aparador expone su catálogo de recuerdos del pasado sobre los que se acumula el polvo: una fotografía de un hombre en un acantilado, otra de un muchacho en un verde campo de fútbol, una lamparita de Tiffany’s. Un brasero eléctrico yace en el suelo como una gigantesca cucaracha negra.
En el sofá una mujer lee. Es de noche y usa gafas, por lo que tiene el libro casi pegado a la cara. Por la ventana entra un soplo frío que mueve las canas de su cabeza. La mujer acurruca los pies desnudos debajo de su cuerpo. Solo se descalzó al llegar a casa; aún viste el mono verde del trabajo.
—Toco tu boca.
La mujer se incorpora con esfuerzo y se pone de pie encima del sofá. Un libro que había en el reposabrazos cae al suelo. Con la mano libre se quita las gafas y se enjuga las lágrimas.
—Toco tu boca —repite, temblorosa—, con un dedo toco el borde de tu boca.
La mujer comienza a bailar, hundiendo los pies en el asiento: la música parece jugar con su cuerpo. Los brazos se arquean y elevan con extraña elegancia. Las lágrimas caen por sus mejillas mientras se mueve, ignorando el dolor de la artrosis, superado por el poder de las palabras que no puede parar de repetir.
—Voy dibujándola como si saliera de mi mano…
Por la ventana entra el ruido del tren, que circula con la esperada puntualidad sobre las vías cercanas. Lejos, muy lejos, suena un claxon. El viento frío mueve papeles y basura por la calle vacía. El cielo oscuro guarda silencio.

La bota militar golpea la boca del mendigo y un esputo con sangre y dientes vuela hasta caer frente al muchacho espigado. Viste igual que sus compañeros: pantalones de pitillo, camiseta de Ionsdale, chaqueta de cuero. Pelo rapado. A diferencia de los otros, él tiene el semblante lívido. Es la primera vez que participa en las agresiones.
—Gime como un perro. Es repugnante —ríe uno de ellos. El indigente se arrastra por el suelo, apenas capaz de moverse. Llevan un rato ensañándose con él. Un cigarrillo cambia de manos.
—Bueno, tú —el cabecilla mira al chico con ojos de obsidiana—. ¿Eres uno de nosotros o no?
Este le devuelve la mirada y cierra el puño. Se dice a sí mismo que el temblor que siente es debido a la excitación y al frío. Los demás esperan, intranquilos. Va siendo hora de abrirse. El muchacho traga saliva. Los ojos inflexibles siguen fijos en él. Cuando su bota al fin golpea, imagina que el crujido es idéntico al que hacía el balón de fútbol en los lejanos días de su infancia.

La mujer hace la ruta central. Desde la plaza de San Juan de la Cruz hasta Emilio Castelar, recorriendo la larga avenida de la Castellana a orilla de los árboles, hasta Colón y el paseo de Recoletos, donde desemboca en la monumental plaza de Cibeles. Después Neptuno, paseo del Prado y Atocha. No es su ruta habitual, pero de cuando en cuando solicitan una colaboración y la mujer las recibe con agrado. La escoba se mueve sin tregua y a pesar de ello acumula ya media hora de retraso. A nadie le importa mientras cumpla. La barrendera recuerda la lectura de Rayuela y se estremece. Quizás sea la decimoquinta vez que lo lee, sin contar las veces que lo repasa en su cabeza. Al cruce con la calle de Alcalá eleva la vista hacia la diosa. Unos corredores se sorprenden y ríen al pasar de largo. Los ojos buscan, las manos alzadas imploran, la cara vuelta hacia el cielo azul, inmenso sobre su cabeza cana, allá en la fuente siente que la diosa madre le otorga su gracia, y al fin decide que su próxima lectura será El lobo estepario de Hesse. La anticipación y la dádiva recibida hacen que las lágrimas vuelvan a aflorar. La mujer se encoje, agradecida, inmersa en su propio universo de grandes letras y pequeños placeres. Un turista japonés se detiene y le echa una foto.
—Entrada sólo para locos, cuesta la razón —recita ella, ajena al mundo que le rodea. Quizás haya leído El lobo estepario trece veces.

Horas más tarde, agotada y feliz, regresa a casa. Abre la puerta, deja las llaves, mete la mano detrás del sofá: la música brota como si un grifo hubiera sido abierto. Busca entonces en una de las pilas de libros hasta que encuentra su presa. Los dedos recorren la cubierta —toco tu boca—, y el libro es presionado contra el pecho en una comunión íntima. Se deja caer en el sofá y cierra los ojos. Un poco, solo un minuto.
Una hora más tarde, el golpeteo de unos nudillos le despierta. Antes de darse cuenta ya está abriendo la puerta.
—Madre.
En la cara de la mujer brota una sonrisa ansiosa y se acerca titubeante. El abrazo no llega a su destino. El muchacho entra con la enérgica urgencia de la juventud. De un vistazo abarca el pequeño salón.
—Pasa, pasa, siéntate. Te traeré algo de comida
La mujer se escurre hacia la cocina y el muchacho se queda de pie, pasándose la mano por la cabeza casi desnuda de pelo. Con un pie toca una torre de libros, que se derrumba.
—¿Por qué sigues acumulando toda esta basura?
—Mis libros. Llévate uno, dos, los que más te gusten. Son tuyos.
—Un día me los llevaré todos.
El chico se sienta en el sofá. La música de jazz le pone nervioso y se levanta, buscando la fuente. En la cocina, la mujer coge con manos temblorosas pan de molde, crema de untar, jamón cocido, una hoja de lechuga, un huevo duro. No quiere demorarse, su hijo está en el salón. Su hijo. Tan delgado. Si tan solo se dejara ver más a menudo. La música se detiene. El muchacho vuelve a colocar el sofá en su sitio y camina por la sala. Toma la fotografía del aparador, la sopesa.
—¿Recuerdas cuando jugaba al fútbol?
—Claro. Tenías… tenías un don, un talento especial.
La mujer regresa a la sala y deja un plato con un sándwich en la mesita. El chico mira por la ventana.
—Pero tú solo querías que yo estudiara. Que leyera tus preciosos libros.
La mujer no dice nada. Se retuerce las manos. Los ojos cansados perciben angustia y estremecida busca en su interior las palabras adecuadas. El débil vínculo de la esperanza —su hijo, su hijo está en casa— atenaza de miedo los labios. En la otra fotografía, el hombre mira desde lo alto del acantilado, flotante, etéreo.
—Me ofrecieron entrenar con aquel club de primera. Era una oportunidad única. Hubiera podido ser el mejor, pero tú no quisiste.
—Hijo…
—La pierna de un futbolista es como una flecha que viaja hacia el futuro. Se extiende hacia atrás en el pasado, cogiendo fuerza; después golpea y…
El chico se muerde los nudillos y solloza. La mujer se acerca y le pone una mano en el hombro, levísima, una mano que no hubiera asustado a un pájaro: pero él se sacude.
—Golpea y la pelota vuela. Pero allá donde va lleva consigo su pasado.
Se vuelve y le encara. La mujer se encoje ante la mueca de intenso odio en la cara de su hijo: los ojos fríos brillan con la humedad de las lágrimas. Siente un miedo atroz, un miedo indescriptible, pero no por ella misma. El odio esconde el dolor: a eso le teme. Extiende los brazos, queriendo abrazarle sin atreverse. El chico gruñe y le aparta, tirando más libros, cruzando el salón, dando un portazo. Se ha ido.
El viento entra por la ventana. En la mesita reposa el sándwich. La mujer permanece de pie, aturdida, incrédula. Se arrodilla y comienza a colocar una de las pilas caídas. Un libro, dos libros, tres libros. Las manos le tiemblan tanto que no puede continuar y permanece de rodillas, jadeante. Detrás del cristal, el hombre se alza contra el cielo, sobre el mar bravo, lejos, fuerte, en un mundo distinto.
Encender una vela es proyectar una sombra.

El supervisor del servicio de limpieza municipal pasea por los corredores del edificio público algo intranquilo. «Recoger a los niños al salir del trabajo». Ha difundido una circular alertando del peligro, pero nunca se puede estar seguro. Imágenes de televisión, periodistas cubriendo la noticia. Los informes de la policía tienen la fría precisión de un cirujano. Tantos y tantos muertos. Tantos y tantos heridos. Zonas peligrosas. Actividades de riesgo. Recomendaciones de conducta, de vestimenta. Números de información. La amenaza neonazi siempre ha estado presente, pero esta nueva oleada no tiene precedentes. «Nazis, jóvenes alocados. Intolerantes, con lo mal que me sienta la leche». La crisis está avivando el fuego del odio racista y este se extiende sin control entre los más desfavorecidos: los jóvenes y, curiosamente, también entre los mismos inmigrantes. «Países del Este, violentos, soldados de guerras fratricidas, cuidado, cuidado». La policía no tiene reparos en ser explícita. Los asaltos son crueles y los inspira un odio profundo, antiguo. «No olvidar recoger a los niños del colegio».
El supervisor entra en el comedor donde los barrenderos se turnan. De entre todos los empleados, le preocupa en particular una persona. Demasiados años, costumbres enraizadas. «Vieja loca». A espaldas de ella se apelotonan varias bolitas de papel. Los empleados están agitados y han vuelto a su antiguo hábito. «Come la misma sopa que lleva sorbiendo treinta años. ¿Qué es lo que está murmurando? Dios santo, está leyendo uno de los libros más vetustos que he visto en mi vida».
—Hola. ¿Me puedo sentar con usted?
La mujer asiente y se corre a un lado. Pura cortesía. No hay nadie más en el bancal. «A esta no le hará falta una paliza. Cualquier día se muere por su cuenta».
—Escuche. Ya habrá leído la circular. —La mujer le mira con ojos nubosos. El supervisor suspira—. Mire, solo le pido que colabore, ¿de acuerdo? Que no se separe de sus compañeros. Ya habrá tiempo para hacer su trabajo con tranquilidad, pero…
—Yo hago mi trabajo con tranquilidad.
—…lo sé, lo sé. Lo sabemos. Aun así, escuche. Ha habido últimamente muchas agresiones. Serán jóvenes y serán estúpidos, pero pueden ser muy peligrosos. Es imperativo que trabajen ustedes en equipo. Nada de demoras: llegue usted con sus compañeros y vuelva con ellos en la furgoneta. ¿Lo ha comprendido?
La mujer lo mira. Debería estar asustada, pero una sonrisa se dibuja en su cara. «Jesús».
—¿Lo ha comprendido?

La barrendera y el grafitero hablan mientras caminan por el descampado. La mole de metal y hormigón, a medio construir, se hace más grande. El hombre viste unos vaqueros y una gastada trenca de bolsillos abultados. Ni el gorro de lana, calado hasta las cejas, ni la barba ocultan las arrugas de la cara. Nunca ha sido de llevar gafas de sol, aunque algunos de sus colegas las usan. El anonimato es importante. La mujer camina a su lado, con la mirada ausente, como siempre: en uno de los bolsillos de su chaqueta de servicio, un libro asoma el hocico.
Los dos entran en la estructura vacía. La luz penetra por los huecos de las ventanas y se proyecta sobre las paredes desnudas, reflejando cuadrados iluminados por el sol en uno y otro lado. El hombre examina con ojo crítico el lugar, pasa la mano por las superficies rugosas. La mujer sigue hablando, gesticula, se mesa el cabello cano. Una rampa les lleva arriba, donde las columnas se extienden por la planta diáfana. Por otra abertura, delante, entra de nuevo la luminosidad, cortando las columnas y muros en poliedros imposibles. Luz y oscuridad. Recorren el espacio con cuidado de no pisar sobre un vacío inesperado hasta que el hombre encuentra lo que busca. Extrae de los holgados bolsillos varios botes de pulverizador y comienza a esbozar en la pared la voz de su conciencia. La mujer, por su lado, se sienta en un bidón recortado y observa. Ella le habla de su hijo mientras el grafiti va tomando forma. Las manos de él son seguras; ha hecho esto muchas, muchas veces. Las de ella aferran el libro con los dedos crispados, como si este fuera un amuleto en virtud del cual sus preocupaciones fueran a desaparecer. El hombre siente una premonición. Se da la vuelta y percibe la angustia, la reciente y la antigua, en los ojos que le observan.
La cercanía del hombre que le habla con suavidad hace que la mujer recuerde, por un momento, al otro hombre que ya no está y que un día se dejó fotografiar junto a un acantilado. El viejo grafitero deja el spray en el suelo y le toma la mano. Ella se deja conducir por el espacio yermo salpicado de claroscuros; el calor del contacto hace que algo se ablande un poco más en su interior, una parte de sí misma que pensaba que era inquebrantable. Los dos llegan a su destino. El hueco de la escalera tiene una reminiscencia de caracola. Ambos se sitúan en el centro de la espiral y miran hacia el cielo, allá en lo alto.
En el silencio que sigue, ella escucha. Primero el rumor, suave y lejano. Después las olas, la caricia del agua salada. La brisa fría cargada de ozono, la espuma hirviente besando la arena. Y la fuente: el océano, cambiante e inmutable, hablándole a través de una distancia infinita, tan lejos de Madrid y al mismo tiempo tan cerca, latiendo en un pulso vivo, circulando a través de la caracola de hormigón, a través de la mano de su amigo que toma la suya propia. El viejo grafitero le habla de nuevo, palabras que pulsan con la verdad, en comunión con la voz ancestral de la ciudad, canalizada a través de la soledad del cemento, del vacío de una construcción abandonada, del azul del cielo, de la eternidad.
Ella llora. Él ruega, señala el libro, insiste, no abandona. Ya lo ha dicho muchas veces antes.
Y, por fin, la pena en el pecho de ella se resquebraja. Mira el libro que porta en la mano. Ahora lo ve como algo distinto. Un amigo que le ha ayudado a mitigar los largos años de soledad, pero no más como una puerta hacia la que evadirse. Lo deja caer en el suelo polvoriento.
Los ojos de ella se alzan, enrojecidos, y las miradas se encuentran. Ahora hay risa. Ahora hay esperanza. El océano se desencadena a su alrededor, libre y sin fronteras, jubiloso.

Los bidones arden con una llama anaranjada, lanzando sombras caprichosas contra la oscuridad de la calle. Las luces de las farolas están rotas y los papeles que se arremolinan en el suelo, junto a cajas de cartón, latas de cerveza vacías, palés destrozados y esqueletos de coches, evidencian el abandono que sufre el suburbio. La mujer avanza sola en su mono verde siguiendo la senda que marcan los fuegos. Conoce el lugar. La ciudad no tiene secretos para los de su profesión. Las naves industriales asoman los dientes de sus rejas a la oscuridad de la noche. Ella avanza. Se sabe observada.
Le están esperando a los lados del edificio con las ventanas tapiadas. Se calientan las manos en los fuegos. Son muchos y son jóvenes. Ella ve brillo de cadenas y ojos brillantes, alguna conversación altisonante que se detiene al acercarse. Un grupo sale a su encuentro. Adolescentes, cabezas rapadas, bromas nerviosas.
—¡Eh! ¿A dónde vas, vieja? ¿Quieres morir? —Ella no se detiene. Cien años de soledad es la elección perfecta.
—Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede —y añade, entre la estupefacción de los chavales—. Es un dolor extraño. Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca.
Cuánta sabiduría en las palabras del viejo Gabo. Los chicos se apartan y en soledad ella entra en el edificio, seguida de murmullos y cuchicheos de incomprensión. En el interior, las arcadas están pintadas de colores chillones, dibujos obscenos y violentos repletos de símbolos que el mundo pensaba haber dejado atrás. Los cables y las tuberías están a la vista en el techo descarnado. Las lámparas emiten una luz artificial que molesta si se mira directamente y acentúa las sombras. Ella avanza despacio, arrastrando los pies. Le parece estar cruzando las puertas del Infierno.
—Afrontaré mi miedo —Las palabras de la letanía acuden a su boca para darle ánimos—. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y, cuando haya pasado, ya no habrá nada. Sólo estaré yo.
Nadie le impide el acceso. Las arcadas se abren hacia un patio central, cubierto por unas lonas que evitan que el relente de la noche penetre. A los lados, en las paredes, se apoyan algunos colchones desgastados. En los espacios vacíos hay algunas máquinas de gimnasio, más bidones encendidos, un cuadrilátero de boxeo de lona amarillenta, largas cadenas que atan a unos perros amenazadores que comienzan a gruñir, diversas personas reunidas, fumando y hablando. Y al fondo, sobre una tarima en la que una burla de trono se asienta, flanqueado por sendos bidones y con una gran esvástica en la pared a su espalda, se sienta el que debe ser el líder: un hombre grande, calvo, con una barba rubia que le llega a mitad del pecho, semidesnudo y cubierto por tatuajes. Los perros más grandes roen huesos a sus pies como si de un antiguo señor medieval se tratara. Los ojos del hombre tardan unos segundos en advertirla, el tiempo que tarda en darse cuenta del silencio que se extiende por el patio.
Ella se detiene en el centro, enfundada en su uniforme verde y su determinación, sabedora de la atención que atrae. Por costumbre se tantea los bolsillos, pero esta vez no hay ningún libro que le ofrezca consuelo. En las arcadas comienzan a acumularse personas tosiendo, murmurando, riendo. Una sonrisa cruel asoma en el rostro del jefe de la banda. Ella se yergue, ya no hay vuelta atrás. El momento ha llegado. Alza la voz todo lo que puede.
—Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar.
Su voz inunda el patio y se extiende por las arcadas y los pasillos. Los murmullos se intensifican y nota el desconcierto. El jefe ríe, su atención fija en ella. Es perfecto, y la pequeña victoria da ánimos a la mujer para hablar de nuevo, invocando a la pequeña Momo, haciendo que su voz se convierta en un trueno en la guardia misma del mal.
—El tiempo es vida, y la vida reside en el corazón.
El líder se levanta. La expresión de sorpresa ha sido reemplazada por otra de furia.
—¿Quién es esta vieja?
Nadie responde. Ella no desiste. La suerte de la batalla depende de un hilo. Vuelve a hablar, buscando, encontrando a Borges en su corazón.
—Enamorarse es crear una religión cuyo Dios es falible.
Las palabras la emocionan. Cuántas veces ha disfrutado con él: citarle es evocar a un amigo en este trago tan amargo. Pero debe hacerlo. Debe.
—¿Vienes aquí con la religión por delante? —El líder sonríe con crueldad ahora, ignorante del origen de las palabras que escucha—. Veremos si te sirve de algo.

Por el rabillo del ojo la mujer advierte un movimiento. Alguien deja las filas de entre las arcadas, se marcha. Un chico joven, un muchacho delgado y espigado. Las lágrimas acuden a los ojos de la mujer, mientras los perros comienzan a gruñir y a ladrar, sintiendo la corriente de odio que comienza a surgir de sus amos. La mujer alza la vista, recorre las columnas y las paredes desconchadas, y se lleva las manos al pecho. Es verdad lo que dijo el viejo grafitero. Siempre se puede escuchar el océano, incluso entre los gritos y los insultos, incluso entre el ladrido de los perros, incluso a través de un miedo mortal. Pero está exultante de su victoria. Todavía tiene tiempo para decir una última frase. Nadie mejor que Neruda.
—En un beso, sabrás todo lo que he callado.

Un fluorescente en una pared blanca. La sensación de haber dormido horas, días, semanas. Los miembros pesados, solo un ojo abierto. Tubos que salen de su boca y de su nariz. Algo emite un pitido electrónico cerca de ella, y hacia ese lado vuelve la cabeza. Observa el lateral de la cama y el equipo médico al que está conectada. Así pues, es un hospital. Está viva. Detrás del equipamiento, en ese mismo lado, sentado y dormido, se encuentra su hijo. El pelo le ha crecido desde la última vez que le vio. A su vista, brilla como el sol. Intenta llamarle, pero de su garganta solo brota un gruñido seco. El esfuerzo le provoca tos y sufre una pequeña arcada que le hace llorar de dolor. Pero no le importa. Allí está su hijo.
—Dios mío. ¡Es un milagro! —Una enfermera aparece en su campo de visión. Desde el lecho, se esfuerza y extiende un brazo a través de un dolor infinito para señalar, para hablar.
—Mi… hijo…
—Su hijo es un héroe. Fue quien llevó a la policía. Si no fuera por él, usted no estaría viva.
La mujer intenta sonreír. El cansancio le aplasta contra la cama como una piedra descomunal. Ella cierra el ojo y respira. Todo está bien. Todo está bien.
El océano bate, azul e inmenso, detrás de sus párpados cerrados.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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raumat
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por raumat »

Pobre mujer… vaya vida le ha tocado vivir…
Claro que… vaya fortaleza la suya…
Un relato perturbador. Que invita a leerlo despacito despacito para comprender y saborear cada párrafo.
Muy bien escrito. Un trabajo precioso.
Gracias al autor por compartirlo y suerte en el concurso.
lunaroja
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por lunaroja »

Comparto también la opinión de arriba.
Es uno de los relatos que más me ha gustado. No se excede en la morbosidad,sin embargo sus pinceladas nos revelan un mundo atroz.
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Fernweh
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por Fernweh »

¡Hola, autor/a!

Vengo a comentar tu relato aún con lágrimas en los ojos, y es que has sabido tocarme la fibra sensible a base de bien. No tengo ningún "pero" que decir, la narración me parece brillante, el ritmo excelente, y el relato tiene todos los ingredientes necesarios para conmover sin llegar a saturar con sentimentalismos.

Me encanta la protagonista, esa vida construida a base de libros, ese evadirse a través de ellos, esa felicidad que siente al encontrarse tan lejos del cruel mundo que la rodea. Me encanta el grafitero, tan misterioso, tan revelador para la mujer. Me encanta el hijo, luchando internamente consigo mismo al ver en lo que se está convirtiendo, queriendo culpar a su madre pero sabiendo que ella no tiene culpa de nada. Y es que hasta ese supervisor, tan preocupado por la mujer (y porque no se le olvide que tiene que recoger a sus hijos del colegio), me ha encantado.

Parte del triunfo del relato reside en esas citas de los libros, muy bien escogidas y dichas en el momento justo. Pero es que todo en este relato me parece que está dicho con mucho acierto en el momento adecuado.

Es genial la presentación de la mujer, bailando sobre el sofá, a la que todo el rato me he estado imaginando parecida a Bette Davis en ¿Qué fue de Baby Jane? (pero sin dar miedo). También me parece genial la conversación que tiene con el hijo (es la primera vez que una comparación con algo futbolístico me mueve algo por dentro). He llorado al sentir la tristeza de ella al saber del dolor de su hijo ( me encanta, ella no sufre porque sienta que él la odie, sino porque ese odio implica que él sufre), también he llorado cuando los compañeros le arrojan bolas de papel pero ella ni se entera porque está en su mundo ( e insisto, ese supervisor preocupándose por ella me conmueve mucho). Y he llorado al intuir e ir descubriendo las intenciones de la mujer al internarse en el lugar donde se reúnen los neonazis.
Y aunque aquí no he llorado, me parece preciosa la escena en la que ella arroja el libro en el hueco de la escalera, y esas alusiones al mar conectándolas con el joven del acantilado de la fotografía.

Cuando termine de leerlos todos, volveré a este relato, porque es de los que creo que aún se le puede sacar más jugo en una tercera o cuarta lectura ( es que ya van dos ), así que prepárate que seguro que aún te caen más alabanzas por mi parte.

Resumiendo:
¡Me encanta todo!

Y así me hallo tras leer tu relato :marie_bow: :eusa_clap: :marie_bow: .
¡Mucha suerte en las votaciones!
«El futuro es más ligero que el pasado, y los sueños pesan menos que la experiencia porque la vida no vivida es más leve, tan leve.»
Marie Luise Kaschnitz
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zilum
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por zilum »

:hola:

Me encanta el mundo que recreas, por lo bien que lo has descrito, y al mismo tiempo me aterra, con esas juventudes neonazis esclavas del odio y del olvido de un pasado que está demasiado reciente y que siempre debería estar presente para que jamás se vuelva a repetir. Todo el texto es arte, si bien personalmente lo noté algo irregular, en el sentido de que me pareció mejor escrito en unos párrafos que en otros, aunque manteniendo un mínimo más que notable de calidad. Hay partes que disfruté más que otras, en especial las más fluidas, y otras que menos, las más descriptivas (es cuestión de mi gusto como lector más que una crítica). A destacar que creo que cada bloque está dotado de un impresionante significado, que seguro que en muchos casos no alcancé a comprender del todo. De alguna manera no terminó de encandilarme como a Fernweh, pero me quedo con el amor de esa madre y la forma tan poética de expresarlo y luchar contra los que solo saben odiar.

Mucha suerte!!!
:60: :60: :60:

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ACLIAMANTA
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por ACLIAMANTA »

En general me gustó pese a que no encontré fácil la lectura. Me costó seguir el hilo de la historia, más de una vez tuve que volver atrás.
Lo mejor, el clima general del relato que no deja indiferente al lector y algunas frases bellas y párrafos muy emotivos.
No diría que el cierre me decepcionó pero siento que la historia merecía un final más impactante.
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Berlín
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por Berlín »

A ti te dejo para el final.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Tolomew Dewhust
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Uno de mis ganadores, aunque creo que no hacía falta cerrar el círculo para rematar el relato.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Mario Cavara
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por Mario Cavara »

Un buen relato, del que me ha gustado especialmente esa sucesión de guiños al capítulo 7 de Rayuela con ese “toco tu boca”, “con un dedo toco el borde de tu boca”, “voy dibujándola como si saliera de mi mano…”. Ahí me has tocado la fibra, ya que ese capítulo me lo sé enteramente de memoria y no me canso de recrearlo una y otra vez. ¡Qué belleza! El hecho de que en el transistor esté sonando precisamente jazz, la música preferida de Cortázar y que en Rayuela tiene un especial significado, acentúa todavía más esa complicidad. La pena es que solo lo detectarán los seguidores de Cortázar. Pero, en fin, a mí personalmente me ha encantado ese guiño a uno de mis escritores preferidos.

Por lo demás, el relato es fluido, pero su ritmo me resultó, desgraciadamente, poco literario, poco bello, por decirlo de otro modo, ya que con demasiada frecuencia el autor o autora se tira por la vía fácil y, en lugar de desarrollar las frases, las amputa en su forma básica de sujeto, verbo, predicado, a veces ni eso… Está claro que a un escritor aficionado no se le puede exigir que escriba como Faulkner o, ya puestos, como el propio Cortázar, pues existen limitaciones obvias, pero sí que habría deseado un poco más de profundidad que impidiese que el texto se convirtiera por momentos en una mera descripción de imágenes. Un ejemplo para que se entienda lo que digo: “El viento entra por la ventana. En la mesita reposa el sándwich. La mujer permanece de pie, aturdida, incrédula. Se arrodilla y comienza a colocar una de las pilas caídas. Un libro, dos libros, tres libros”. Está claro lo que pretendo mostrar, ¿no? Por si acaso, otro más: “Tantos y tantos muertos. Tantos y tantos heridos. Zonas peligrosas. Actividades de riesgo. Recomendaciones de conducta, de vestimenta. Números de información” Y como estas, hay muchas otras partes del texto que son así, un compendio de locuciones aisladas que se suceden una detrás de otra, como en un telegrama.

Hay, por el contrario, momentos brillantes donde sí se aprecia una plausible calidad literaria. Así, la comparación del brasero con una enorme cucaracha negra me resultó ciertamente buena. También me sedujeron mucho esos “ojos de obsidiana” (preciosa palabra que a mí personalmente me encanta). Otro tropo acertado es el contenido en “la música brota como si un grifo hubiera sido abierto”. Igualmente me resultó literaria la frase “los ojos fríos brillan con la humedad de las lágrimas”. Otra frase muy buena es esta: “Ella se deja conducir por el espacio yermo salpicado de claroscuros; el calor del contacto hace que algo se ablande un poco más en su interior, una parte de sí misma que pensaba que era inquebrantable”; aquí sí que hay belleza literaria, indudablemente, incluso un barniz poético que se hace muy deleitoso.

Sin tanto contenido poético, pero muy descriptiva y, ahora sí, bien desarrollada sintácticamente, destaca la frase: “Las luces de las farolas están rotas y los papeles que se arremolinan en el suelo, junto a cajas de cartón, latas de cerveza vacías, palés destrozados y esqueletos de coches, evidencian el abandono que sufre el suburbio”. Solo por comparar, me gustaría que se viera la diferencia entre esta frase, tal y como está redactada, con esta otra forma que habría tenido si el autor o autora hubiese insistido en su habitual estilo: “Las luces de las farolas están rotas. Los papeles se arremolinan en el suelo. Cajas de cartón. Latas de cerveza. Palés destrozados. Esqueletos de coches. Todo ello evidencia el abandono que sufre el suburbio”. El contenido es exactamente el mismo, pero la calidad de la primera (afortunadamente la elegida por el autor) es mucho mayor que la de la segunda.

En suma, que existen retazos muy interesantes que hacen lucir este relato. Lástima esa sintaxis un poco flojilla. De todas formas, el conjunto es bueno y creo que el autor o autora se merecen un aplauso y, cómo no, mis más sinceras felicitaciones.

Por cierto, para terminar, la oración que cierra el relato, “el océano bate, azul e inmenso, detrás de sus párpados cerrados”, se me antojó también muy poética. Confieso que me gustó ese cierre :wink:
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Fernweh
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por Fernweh »

Aquí estoy de nuevo, autor/a.

Amenacé con volver una vez terminara de leer todos los relatos, pero al final ha sido mucho antes, y no descarto alguna que otra aparición más. Y es que cuando algo me gusta mucho siento la necesidad de hablar de ello, y más con la persona responsable de haber creado aquello que tanto me gusta (todo un privilegio).

Una de las razones por las que vuelvo ahora es porque quiero que este comentario sirva de contrapeso al que más arriba ha hecho Mario Cavara. Ojo, no quiero que se entienda como un ataque ni quiero decir que mi opinión tenga más fundamento o peso que la suya (además de que queda claro que él supera con creces mis conocimientos lingüísticos, sintácticos, gramaticales, etc.). Lo que pretendo es que tú, autor, sepas que existe al menos una lectora a la que, tal como has escrito este relato, con sus frases cortas incluidas, has conseguido llegarle al alma, cosa a la que otros, con un dominio perfecto de la lengua, no consiguen siquiera acercarse.
Seguramente, si hubieras escrito este relato con frases largas y muy elaboradas, tú tampoco lo hubieras conseguido, o no al menos al nivel en que lo has hecho de la manera en la que lo has presentado. Porque la historia detrás de esas líneas me gusta, pero el motivo por el que me ha emocionado tanto reside, mucho más que en la historia, en la manera en la que me la has hecho llegar.

Lo que voy a hacer ahora es una comparación muy cutre, pero la única que se me ocurre en este momento.
Imaginemos que la literatura es un arma con la que se pretende traspasar la piel de una persona y atravesar su corazón. Pues bien, ese arma podría ser un florete con el que se haga, antes de atacar, una exhibición exquisita de su manejo, con figuras y giros maravillosos que dejen con la boca abierta a los espectadores, pero que luego, a la hora de atacar, tan sólo consigue un pequeño roce en la superficie de la piel (también podrían atravesar de lleno, lo sé, pero no es el caso de mi ejemplo). Y ese arma también podría ser un rudo cuchillo de carnicero con el que, sin más preámbulos, se asesten no una sino cientos de cuchilladas que desgarren y hagan sangrar todas y cada una de nuestras partículas sensitivas.
Unos preferirán lo primero porque disfrutan más de las artes sobre el manejo de dicha arma, otros lo segundo porque lo que quieren es sentir cosas más allá de la belleza que pueda tener el espectáculo. Y ambas son igual de válidas, pero yo prefiero mil veces la segunda.

Tu caso, autor, no es ni el uno ni el otro, pues tu arma es mucho más delicada que un cuchillo de carnicero, pero ¡vaya si consigue tocar el corazón!

No soy una gran defensora de las frases demasiado cortas, que conste, pero a veces creo que son necesarias para crear ciertas sensaciones, cierto ambiente. Y creo que en tu relato están muy bien empleadas. Y es por eso por lo que creo que tu dominio del lenguaje es mucho mayor que el de otros que se empeñan en llenar sus escritos de artificios. Porque, para mí, la mejor literatura no se encuentra en aquellos textos que parecen una exhibición de conocimientos lingüísticos, sino en los que saben, con las palabras justas, trasmitirme miles de sensaciones y, con ellas, traspasar mi alma.

Por otro lado, también quiero hacerte llegar que ese párrafo del principio es igual de potente sin conocer bien a Cortázar, porque yo no he leído nada de él y, como ya dije en mi primer comentario, esa escena me llegó con una fuerza brutal.

Ahora, emulando a Mario (de buen rollo, que conste), intentaré hacer justo lo contrario de lo que él ha hecho al transformar una de tus frases en oraciones más cortas:
El viento entra por la ventana. En la mesita reposa el sándwich. La mujer permanece de pie, aturdida, incrédula. Se arrodilla y comienza a colocar una de las pilas caídas. Un libro, dos libros, tres libros. Las manos le tiemblan tanto que no puede continuar y permanece de rodillas, jadeante. Detrás del cristal, el hombre se alza contra el cielo, sobre el mar bravo, lejos, fuerte, en un mundo distinto.
Y aquí mi cutre transformación:

"El viento que entra por la ventana incide sobre la mesita donde reside el sándwich mientras la mujer permanece de pie, aturdida, incrédula, y luego se arrodilla y comienza a colocar una de las pilas caídas, primero un libro, luego otro..., pero al colocar el tercero las manos le tiemblan tanto que no puede continuar y permanece de rodillas, jadeante, mientras observa, detrás del cristal, al hombre que se alza contra el cielo, sobre el mar bravo, lejos, fuerte, en un mundo distinto."

Prefiero mil veces lo que tú has escrito, porque lo presentas todo como pequeños flashes, acentuando así esa sensación de descoloque que siente la mujer. Uniéndolo todo en una frase, pierde fuerza. Y vale, soy consciente de que mi transformación no es el mejor ejemplo porque no soy buena escritora, pero, bajo mi humilde opinión, tampoco ha sido buen ejemplo la transformación que ha hecho Mario. ( Con todos mis respetos, Mario. Insisto en que esto no es un ataque, sólo quiero defender mi postura y hacerle llegar al autor que hay quien opina diferente).

Para terminar, quiero resaltar una de las frases que utilizas y que me encanta, siendo, mira tú por dónde, bastante corta.
Encender una vela es proyectar una sombra.
Preciosa. ¡Y cúantas cosas dice en tan pocas y sencillas palabras!
¿Está de más decir que hasta ahora este es mi relato favorito?
Última edición por Fernweh el 27 Abr 2018 00:36, editado 2 veces en total.
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lunaroja
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por lunaroja »

En esta ocasión me sumo al comentario de Fernweh, soy otra lectora a la que a pesar de los fallos que pueda tener la narración,me he sentido atrapada en el relato,en el ambiente , en esa mujer que lucha contra su realidad y ese mundo interior tan rico y opuesto a su vida.
Me ha gustado muchísimo. No tengo demasiada formación como para construir una crítica con base literaria, me guío por lo que me hace sentir un relato,por el camino que me hace emprender en toda la lectura.
Un abrazo y suerte!
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prófugo
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por prófugo »

Estimado(a) autor(a):

Tu criaturita me tiene enamorado...a pesar de que no consigo entenderla del todo y de que nunca he leído a Cortazar ni a Borges...y por eso, quizás, no termine de apreciar aún mejor todo lo que me cuentas.

Me gusta como metes en ella a todos estos autores latinoamericanos...a ver si para la próxima puedes incluir a Arturo Uslar Pietri y Rómulo Gallegos...dos de los mejores escritores que ha tenido mi querida Venezuela :-)

No lo dudes...estás entre mis favoritos :60:

Enhorabuena y gracias por regalarme tan buena lectura :-)


Pd: vale, Hesse y Michael Ende tienen de latinoamericanos lo que yo tengo de Genio literario :cunao: El lobo estepario no lo he leído..pero a la pequeña Momo, a su amigo el barrendero, su otro amigo el cuenta cuentos y a la querida tortuga Kassiopea sí que las he leído...y me encantó :-)

Ya me gustaría a mí haber podido escribir este relato..no solo por ser capaz de escribir algo tan bueno, sino por tener la suerte de haber leído a todos los que has nombrado y tener esa riqueza literaria :-)
Última edición por prófugo el 27 Abr 2018 09:45, editado 1 vez en total.
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Sinkim
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por Sinkim »

Me ha gustado mucho este relato, me estaba pareciendo muy bueno hasta que he llegado a la cita de la Letanía del miedo Bene Gesserit y ahí ya has subido un par de puestos directamente. Me encanta todo lo que tenga que ver con "Dune" de Frank Herbert, aunque me parece que no es demasiado conocido y que no muchos habrán pillado esa referencia :lol: :lol:

Letanía del miedo Bene Gesserit:

“No tendré miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Dejaré que pase sobre mí y a través de mí; y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Solo estaré yo”.


Enlace
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Onomatopeya
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por Onomatopeya »

Un gran relato, lleno de emociones, evocaciones, sentimientos y citas literarias. Está muy bien escrito, aunque se me hace algo pesado, sigo siendo amante de la lectura afilada, mordaz y directa. Así como pega pequeña, peguita, micro pega, no soy muy fan de los escritos en presente, me agobian.

Pero no hay duda de la calidad.

Suerte
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Berlín
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Re: CP XIII - Héroes

Mensaje por Berlín »

¿Sabes, autor, que esos tres escritores que mencionas son algunos de los que más devastan mi cordura? Cortazar, Borges (Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges) ...y Gabo. Gabo, al que tanto homenajes le he dedicado. ¿Y sabes que Cortazar tiene un relato titulado Grafitti? Es una especie de historia de amor inusual en medio de una dictadura. Si no la has leído hazlo, es preciosa.
Toco tu boca, capítulo siete.
A Neruda le quiero especialmente por este poema, pero no puedo explicarte por qué:

Muda, mi amiga,
sola en lo solitario de esta hora de muertes
y llena de las vidas del fuego,
pura heredera del día destruido.


...y me voy. :hola:
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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