CP XIII - Ramiro - Fernando Vidal

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CP XIII - Ramiro - Fernando Vidal

Mensaje por lucia »

RAMIRO

La puerta entreabierta, la habitación a oscuras; Ramiro abre lentamente los ojos adormecidos. Desea levantarse e ir a la cocina a por un vaso de agua, pero el cuerpo le reclama mantenerse en la cama. Estira el edredón y gira sobre sí; se encuentra con la débil visión de la ventana cubierta por las cortinas. Él caliente, abrigado, imagina y cree percibir el frío del exterior, allende los cristales de la ventana, ese frío húmedo y punzante que reina en las últimas horas de la noche. Vuelve a girar a la posición anterior, la cabeza y la espalda se extienden con uniformidad sobre el colchón, las manos se enlazan a la altura del estómago; mira indistintamente hacia el techo y la puerta. “¿Hasta cuándo disfrutaré de esta comodidad?”, murmura. “¿Hasta cuándo sentiré esta sensación al despertar? ¿Hasta cuándo me sentiré abrigado? ¿Hasta cuándo me libraré del frío?” Ramiro no tiene una respuesta satisfactoria para tales preguntas, solo sabe que el frío llegará y se apoderará de su cuerpo de manera irremediable. “¿Pero cuándo? ¿Cuándo?”

—Pero dígame, ¿son sueños o visiones?
—Empiezan como simples ideas al acostarme, doctor. Luego se convierten en imágenes y sin darme cuenta ya estoy soñando. A veces me veo en mi propio ataúd, rodeado de mis familiares que lloran mi muerte. Otras veces me veo dentro de la tumba misma, descomponiéndome, absolutamente solo y entumecido por el frío.
—Entonces esas imágenes cruentas aparecen mientras usted sueña, después de haber dado vueltas en una idea recurrente.
—Yo diría que sí, pero no puedo precisar el momento exacto en que esas ideas se convierten en imágenes. Con frecuencia suelo despertar y volver a dormir; usted ya se imaginará: uno abre los ojos, divaga, y sin darse cuenta vuelve a estar soñando.
—Entiendo. ¿Le molestan esos sueños?
—¡Claro que me molestan! Si he recurrido a usted es porque deseo no tenerlos. Quisiera poder descansar en paz.
—Eso suena algo macabro, ¿no cree?
—¿El qué?
—“Descansar en paz.”

Ramiro divaga, llegan a su cabeza ideas y figuras que recuerda del día anterior: una mujer conocida hablándole alegremente en un café, la misma mujer abrazándolo sobre la cama de un anónimo hotel; sus ojos se cierran, sus sentidos se adormecen, ahora se ve nuevamente junto a ella, cansados y descansando después de satisfacer las demandas del placer. Él la toca, percibe su calor y se pregunta: “¿Hasta cuándo lucirá ella así? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?” De pronto un frío acusado los invade y Ramiro puede apreciarlos tal y como lucirán en el futuro: esqueletos; dos esqueletos abrazados, dos esqueletos el uno al lado del otro, dos esqueletos separados, cada uno en su respectiva tumba, cada cual con su respectiva soledad. “¿Y qué más?”, Ramiro se pregunta, “¿qué más nos espera además de esto?” “Nada”, él mismo se responde, “no nos espera nada más”. “¿Y nuestra alma? ¿Dónde está nuestra alma?”. Ramiro busca ansioso algún resquicio de alma entre aquellos esqueletos, alguna pista grande o minúscula que le permita aferrarse a la idea de la existencia del alma, de la existencia de Dios, de la existencia de cualquier cosa que perdure más allá de la muerte, pero no encuentra más que huesos fríos.
Ramiro abre los ojos agitado, su corazón palpita con violencia, intenta respirar hondamente, poco a poco se da cuenta de que sigue acostado en la confortable cama de su habitación; las familiares figuras de los enseres que pueblan su cuarto, a pesar de la penumbra que todavía domina el ambiente, le revelan que se halla seguro, al menos por el momento.

—¡Casi diez meses con esos sueños! Es mucho tiempo, ¿no lo cree?
—Sí, e incluso me parece que fuese muchísimo tiempo más, pero he calculado y puedo decir que tengo esos sueños desde hace casi diez meses.
—Le voy a recetar unas pastillas. Dentro de quince días deberá volver y decirme si esos sueños siguen acosándolo.
—No soy partidario de las pastillas, pero si es la mejor opción, supongo que tendré que acatar su decisión.
—No debe ver a las pastillas como algo impuesto. Ayudarán a tranquilizarlo, se sentirá mejor. Confíe en mí.
—Trataré.
—¿Tratará? ¿No está seguro de que pueda ayudarlo?
—No es eso, doctor; no es que desconfíe de su profesionalismo. Lo que pasa es que no creo que haya certezas incuestionables. Por eso digo que trataré, que haré el intento por consumir esas pastillas.
—Hágalo. Tome las pastillas de acuerdo al horario que le estoy especificando en la receta. Le aseguro que se sentirá mejor de lo que se siente ahora.
—Puede que sí, puede que no… De todas maneras le haré caso, no se preocupe.

La puerta entreabierta se distingue con mayor nitidez que una hora antes, en la noche cerrada. Ramiro siente algo de resequedad en la boca, recuerda el vaso de agua que quiso y no buscó en la cocina antes de volver a dormirse. Intenta acostumbrar a su cuerpo a la idea de levantarse con soltura y apresurarse hasta la cocina, pero el cuerpo sigue reclamando permanecer en la cama. Ramiro llega a un acuerdo con este: solo cabeceará una vez más, una única vez más; después se levantará sin ninguna excusa que valga. El cuerpo parece aceptar el acuerdo, Ramiro cierra nuevamente los ojos.
Una mano arrugada despierta con delicadeza a un niño que se despereza en una pequeña cama cuyas sabanas exhiben coloridos motivos infantiles. Ramiro se ve a sí mismo de pie frente a su abuela. Ésta lo está vistiendo con el uniforme escolar. Termina de abotonar la camisa del niño y le dice que baje al comedor para que desayune lo que ella le ha preparado. El pequeño Ramiro sale sonriente de su habitación y baja las escaleras presuroso, pero a medida que avanza en los escalones los pasos se hacen más lentos, poco a poco se siente cada vez más grande, más pesado. Cuando por fin está en el primer piso, ya es todo un adulto. Entra en el comedor pero lo encuentra sin muebles, vacío. Sin pensarlo, pasa al salón de la casa. Lo que encuentra allí lo llena de estupor: un sombrío ataúd ocupa el centro del recinto, aparecen rostros conocidos, familiares de primer y segundo grado rodean el féretro describiendo un círculo en su caminar pausado. Ramiro no quiere acercarse al ataúd, pero una fuerza más poderosa que su voluntad lo empuja hacia él y le exige mirar en su interior. Coaccionado, Ramiro se incorpora al grupo de personas que continúa observando el ataúd y camina, como ellos, dando un pesado rodeo. Cuando llega su turno de observar el cadáver, dirige sin fuerzas la mirada al interior del cajón: distingue a su abuela con el rostro exánime, la boca entreabierta con una mueca de muerte en los labios, como si alguien le hubiese extraído el alma sin ninguna compasión. Ramiro se resiste a ver más, pero esa misma fuerza que lo empujó al ataúd lo sigue obligando a mirar el cambio de su abuela. Observa con detenimiento cómo se transforma la envejecida piel de la anciana; las fases de la descomposición se suceden con rapidez ante los asqueados ojos de Ramiro. Pronto no ve otra cosa que un conjunto de huesos, un esqueleto. “Eso es lo único que queda de mi abuela”, se dice con la voz entrecortada. “Tantos detalles y tanto amor para su nieto y eso es lo único que queda de ella, ¡huesos!”
Ramiro da un grito y abre los ojos. Se siente otra vez agitado, otra vez su corazón palpita como si hubiese tenido que escapar de una bestia infernal. “Bestia infernal”, piensa Ramiro, “escapar de una bestia infernal; incluso si esas bestias existieran, me sentiría más tranquilo, incluso si el mismo Satanás existiera me sentiría más tranquilo; al menos las almas castigadas continúan existiendo, oprimidas pero vivas a su manera. No se puede castigar a un muerto que no siente nada de nada, si al menos el infierno existiera…”

—¿Qué tal? ¿Cómo se siente ahora?
—Creo que mejor, esas ideas y esos sueños casi han disminuido.
—¿Casi?
—Sí, no fueron suprimidos del todo, pero al menos es un gran avance.
—Sí, es un avance. ¿Está más tranquilo? Lo veo de mejor aspecto que hace quince días.
—Duermo mejor, supongo que sí estoy más tranquilo. Pero quisiera consultarle algo, ¿son indispensables las pastillas? ¿Podría prescindir de ellas?
—Al final del tratamiento usted deberá prescindir de ellas, pero por el momento se las volveré a recetar por quince días más.
—¿No podría tratarme sin pastillas?
—Estoy seguro de que estas pastillas son lo más eficaz para su caso. Hágame caso. Solo lleva tomándolas un par de semanas. El efecto de la medicina es progresivo, ya verá usted que en los días que vienen esos sueños desaparecerán por completo y se sentirá aun mucho mejor.
—Entiendo, doctor; seguiré sus instrucciones al pie de la letra.

Una lánguida luz intenta penetrar la cortina de la habitación de Ramiro, la penumbra va perdiendo consistencia, el silencio, hasta hace unos momentos impenetrable, es rasgado tenuemente por el motor de algún vehículo anónimo y lejano. Los ojos de Ramiro temen volver a cerrarse, la boca le demanda agua. Debe levantarse e ir a la cocina, él lo sabe, pero hay algo que lo retiene en la cama, algo que le dice que no lo ha visto todo.
Se lleva las manos a la altura del pecho y deja que sus párpados se unan otra vez. Recuerda a un tío suyo muerto hace diez meses, recuerda a un primo suyo, aún niño, hijo de aquel tío, llorar en silencio en el funeral de su padre. Recuerda la misa de cuerpo presente, evoca el rostro de su tía, la viuda, abrazando a su indefenso hijo, totalmente desarmada ante la muerte. Ramiro contempla ahora el ataúd del difunto, entre el altar mayor y la primera hilera de bancos de la iglesia, y siente la imperiosa necesidad de correr hacia él. Corre, siente que todos los asistentes lo observan, se avergüenza un poco, pero no se amilana; llega al ataúd y dirige la mirada en su interior. Encuentra un esqueleto, un frío y seco esqueleto con las mandíbulas abiertas, las manos juntas a la altura de lo que antes fue un vigoroso pecho. No reconoce en esos huesos los restos de su tío; sabe, está seguro, de que está contemplando sus propios despojos.
Ramiro ya no observa el esqueleto, intenta escapar y alejarse del ataúd, pero éste lo atrae como el más poderoso de los imanes. La resistencia es fútil, él lo sabe, pero aun así intenta luchar contra la fuerza del ataúd. El imán de madera termina por doblegarlo, Ramiro siente cómo es destrozado por la fuerza de atracción, cómo es pulverizado y, finalmente, cómo se une a ese esqueleto que descansa en el interior de aquel cajón maldito. Un gélido frío lo atraviesa, una resequedad atroz se apodera de su boca de calavera; intenta gritar, exclamar cualquier sonido, pero es inútil: nada sale de esos helados huesos.
Advierte que los deudos se acercan, que lo observan. Está seguro de que lloran por él, de que se compadecen de su triste final. “Pero se olvidarán, pronto se olvidarán de mí”, piensa. Ramiro los imagina a todos, a sus padres, hermanos, primos, tíos; todos retomando la cotidianidad de sus días, todos volviendo al sendero de sus propias vidas, todos, absolutamente todos, olvidándolo. Siente que crece dentro de él una envidia visceral contra ellos, envidia por la vida que ellos todavía tienen, envidia por el contraste de esas cálidas vidas frente a su irremediable condición esquelética.
Un “no” estruendoso se expande por la habitación y rebasa sus límites. Ramiro se despierta con su propio grito y se encuentra balbuceando “estoy vivo, estoy vivo”. Siente su boca más reseca que nunca y decide ir de una vez por todas a la cocina a por el vaso de agua. Su cuerpo intenta retenerlo una vez más en la cama, pero en esta ocasión la determinación de Ramiro es más fuerte que cualquier pereza de sus miembros. Se pone de pie en el acto y sin perder más tiempo, se dirige a la cocina.

—Me contó usted que de pequeño imaginaba que un ángel de un cuadro de su casa salía de la pintura para tomar forma real y jugar con usted. ¿Sentía eso como algo muy real o simplemente lo pensaba sin más?
—Lo sentía como algo real. También sentía que un cuadro de Cristo que tenía en mi habitación movía la cabeza y me sonreía de cuando en cuando.
—Ya veo. ¿Siempre seres benéficos? ¿Nunca imaginó a un ser de naturaleza maligna?
—No, o tal vez no lo recuerdo. De todas formas no lo creo, estoy casi seguro de que solo imaginé a ese ángel y a ese Cristo.
—A los cuatro años, dice usted, ¿no?
—Sí, a los cuatro años. Después de esa edad no volví a experimentar algo similar. ¿Tiene importancia?
—La tendría si algo así hubiese seguido manifestándose en edades más tardías. Pero estamos hablando de los primeros años de la infancia. Es algo frecuente en los niños. Los amigos imaginarios, los duendes, usted ya sabe.
—Sí.
—¿Me quiere decir algo más?
—La verdad es que siempre he tenido una imaginación muy pobre, o al menos así lo he considerado. Nunca tuve esos sueños complejos, de terror o de extremada fantasía que a veces me contaban mis compañeros en la escuela. Incluso llegué a envidiarlos porque yo soñaba siempre cosas ordinarias, cosas que consideraba aburridas.
—Es una envidia ciertamente peculiar, pero tiene sentido.
—Ya lo creo. Solo en estos últimos meses he experimentado esos sueños con cadáveres y muerte en general. Tal vez porque antes no había soñado cosas así es que me perturban con facilidad esos sueños. Pero felizmente, en esta última quincena ya no han regresado ni por casualidad.
—Continuará con la misma medicación por quince días más. Luego, veremos si reducimos la dosis o la suprimimos completamente.
—¿Aún seguiré con la dosis? Creí que la iba a suprimir hoy.
—Confíe en mí. Yo sé lo que hago. Dentro de quince días venga a verme y evaluaremos.
—Está bien. Muchas gracias, doctor.

La luz del amanecer cobra mayor fuerza. La penumbra se halla en franca retirada. Ramiro retorna a la habitación después de haber refrescado su garganta. El contacto con el agua fresca lo despierta del todo. Se desliza por el delgado espacio que deja la puerta entreabierta. Por un instante piensa en abrirla del todo, pero descarta la idea y la deja como está. Se sienta en la cama y desde allí distingue, sobre la mesa de noche y aún con algunos matices borrosos, la silueta rectangular de la última caja de pastillas que le recetó el médico. Se pregunta por qué decidió no tomarlas. No encuentra una respuesta satisfactoria, no la hay. Simplemente, después de esa última cita con el doctor e insuflado de una extraña seguridad, consideró que ya no había motivos para seguir consumiendo esa solícita droga que le había ayudado a disminuir drásticamente la frecuencia de aquellos terribles sueños en la primera quincena y que los había suprimido del todo en la segunda. Solo en esta última noche que acababa de pasar, en la víspera de una nueva cita médica a la que ya no pensaba asistir, la seguridad se le había esfumado como el humo de un fuego extinto. Los sueños habían regresado. ¿Es que acaso tendría que depender de las pastillas para encontrar sosiego? Ramiro no quiere admitir su derrota.
Se lleva las manos a las sienes, se abstrae y coloca el peso de la cabeza en ambos brazos. Deja a su mente perderse en los mismos pensamientos de siempre: la vida y la muerte, el todo y la nada, la transformación de todo en nada, el inevitable final, el frío esqueleto. “Si tan solo existiera algo después de la muerte, si al menos existiera algo, no me importaría que fuese algo terrible con tal de que hubiese algo”. Pero no encuentra nada que lo aferre a una esperanza: las religiones, los ideales políticos, las meras supersticiones de la gente mayor, todas esas creencias están en un mismo nivel, todas no son más que conjeturas construidas sobre cimientos endebles. Nada es seguro. No puede creer en nada, nada lo satisface. “¿Por qué dejé de consumir las pastillas? Si al menos existiese el demonio…”
Un destello luminoso se cuela por la puerta entreabierta, Ramiro lo advierte y deja a un lado las cavilaciones, alza la vista hacia la luz, se pone de pie. La puerta se abre del todo y descubre una figura monstruosa de mirada sarcástica. No hace falta que revele su identidad, Ramiro la conoce. Es la inconfundible figura de sus inconfesadas visiones de infante. “El demonio”, las palabras tratan de salir por su boca pero mueren antes de llegar a los labios; Ramiro quiere escapar, quiere gritar, pero el terror es tal que sus miembros no lo obedecen. Cae de rodillas, aparta la mirada de la fulgurante figura, no quiere seguir observando, sus manos reposan sobre el suelo, la cabeza se inclina, termina por apoyar la frente en la superficie, intenta una recitar oración pero no recuerda ninguna, vencido se abandonarse al miedo, siente que se desvanece, los párpados se cierran, se pregunta si morirá.
Y sin embargo, en el último instante, antes de perder el conocimiento, cuando no distingue más que absoluta negrura, siente una oscura alegría: “después de todo, seguiré existiendo; hay algo más allá de esta vida”.
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Iliria
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Iliria »

Empiezo con este relato. Además tengo un personaje que se llama igual... :cunao:

Lo que menos me ha convencido es el final. La figura del demonio es ya muy recurrente, y además no se refleja una causa real, un motivo por el que aparezca (o al menos, yo no lo he encontrado).

Como aspecto positivo, decir que es una narración correcta, un relato bien redactado y estructurado, donde la obsesión por la muerte y la nada se distribuye bien a lo largo del mismo.

Suerte :hola:
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-¿Y con wi-fi?
-Mejor.
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prófugo
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por prófugo »

Estimado(a) autor(a):

He leído varios relatos y este, por los momentos, es uno de los que más me ha gustado.

Está muy bien escrito (solo vi un simple fallo casi al final del texto..una palabra que iba antes de la otra) ..."intenta recitar una oración..." pero nada grave. Una mano experta, sin duda, en estas lides.

Tu trabajo me tuvo enganchado de principio a fin...me tuvo cogido de la mano con ese misterio ¿Qué pasaría al final con Ramiro? ¿Cuál sería su próximo sueño? ¿A qué se debe tal poder de atracción de los ataúdes sobre él? ¿Ese frío? ¿Ese constante contacto con la muerte?

El final me gusta...se abre en él un hálito de esperanza :-) aunque es lo menos currado de tu relato.

Por cierto, lo que menos me ha gustado y, relamente, menos currado, es el título. Muy soso, a qué sí? :D

Me ha gustado mucho. Enhorabuena y gracias por compartir tu texto con nosotros :60:
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Mario Cavara
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Mario Cavara »

Me ha gustado bastante este relato, escrito en líneas generales con una prosa fluida y, por momentos, rica, dotada de frases largas y bien desarrolladas, salvo si acaso en el párrafo final, donde el autor o autora rompe un poco ese estilo previo para decantarse, sobre todo al principio del mismo, por una sucesión de oraciones excesivamente cortas que, a mi juicio, deslucen la labor sintáctica.

En todo caso, el comienzo me resultó muy prometedor, por más que el final no me haya dejado del todo satisfecho.

Debo decir que hay imágenes que me han gustado sobremanera, como la de los dos esqueletos abrazados, “cada uno en su respectiva soledad” (yo hubiese preferido “propia soledad”, aunque eso es ya cuestión de gustos).

Algunas frases me resultaron especialmente gratas, como ese “silencio rasgado por el motor de algún vehículo anónimo y lejano”, pese a que yo habría quitado el “y lejano”, dejándola solo en “silencio rasgado por el motor de algún vehículo anónimo”, pues así encuentro más agradable la sonoridad de la oración.

Otra frase que me gustó en particular fue esa donde dice: “Corre, siente que todos los asistentes lo observan, se avergüenza un poco, pero no se amilana; llega al ataúd y dirige la mirada en su interior”. Me resultó plena de fuerza.

Aplaudo también el uso de algunas locuciones que en el fondo son sustitutivas de otras más obvias, como ese “la boca le demanda agua” para evitar decir “tiene sed”, o “deja que sus párpados se unan otra vez” en lugar de “cierra los ojos”. Resulta un simbolismo muy literario, desde luego.

En cambio, se detectan algunos errores en la construcción que hubiese sido aconsejable evitar, como esa doble repetición en “Recuerda a un tío suyo muerto hace diez meses, recuerda a un primo suyo...” Dos “suyo” demasiado seguidos, a mi juicio.

También hay un error sintáctico en “vencido se abandonarse al miedo”, pero es obvio que eso fue un fallo involuntario.

En lo que respecta a los diálogos, los he encontrado bien estructurados y adaptados a la esencia de los interlocutores, nada que objetar al respecto, pues tampoco se ha de exigir brillantez a los diálogos, donde quien habla no es el autor, sino sus personajes.

En suma, me ha parecido un relato correcto, brillante incluso en algunos momentos, pero eché en falta algo más de literatura, de simbolismo poético, de figuras retóricas que hubiesen dado un matiz más poético al texto, cuya temática daba, además, bastante para ello. Digamos que en su conjunto el relato se hace demasiado aséptico, a mi modo de ver.

En todo caso, mis más cordiales felicitaciones a su autor o autora, ya que se trata, sin duda alguna, de un buen trabajo.
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zilum
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por zilum »

:hola:

El relato me ha mantenido enganchado de principio a fin, descubriéndonos a un Ramiro que está obsesionado con la muerte, que para él es el fin. El tipo nos descubre sus debates mentales y su pánico a morir, hasta el punto de preferir vivir en un tormento con tal de alcanzar la inmortalidad.

Le faltó un final más impactante, pero me ha gustado. La lectura se me hizo muy fluida.

Mucha suerte!!
:60: :60: :60:

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ACLIAMANTA
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por ACLIAMANTA »

No está mal escrito y se lee fácil aunque me costó trabajo terminarlo.
No sé si es que no lo entendí y es mucho más profundo de lo que pude captar (por lo que necesito una segunda lectura) o realmente es una historia sin mucha sustancia.
Lo siento, autor, pero por ahora no fué de mi agrado. :hola:
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Tolomew Dewhust
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Tolomew Dewhust »

No te has roto la cabeza con el título, eh? :cunao:
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Tolomew Dewhust
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Bueno, pues la paranoia del tipo me gusta, y además creo que está bien presentada a través de sus sueños. Reconozco que no acabo de pillar esa fobia a los medicamentos, pero prometo esforzarme más en la próxima vuelta para ver si capto su intríngulis.

Un par de puntos que creo que sí puedo añadir en este comentario:

One. Más breve, mejor.
Two. El calentito que sale al final no termina de convencerme, el de los cuernos, el colorao. Igual si lanzas a Ramiro por la ventana de un quinto para que averigüe de propia mano si después de la muerte hay vida me hubieras complacido más.

No obstante, entretenido, ameno... así pues, good job.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Berlín
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Berlín »

Me parece interesante el tema. Un relato que refleja el miedo a la muerte, o más que a la propia muerte es el miedo al olvido. Muy bien por ahí. Creo que es un miedo que tenemos todos. Luego busqué el disparador de ese miedo cuando mencionaste que sucedía desde hacía diez meses exactos y me pregunté por qué, que le había sucedido a tu personaje para que se iniciaran estos sueños, estas pesadillas, y entonces aparece el sueño con ese tío suyo, el de la abuela. Resuelta la pregunta. El terror a no trascender, a que no haya nada después. También lo tenemos todos.

Me gusta lo de la sequedad de boca, suele suceder con las benzodiacepinas, dan esa sequedad. Te has informado bien.
No me acaba de convencer del todo ese final, aunque entiendo que hayas buscado algo espectacular para cerrar el relato.No sé, tal vez hubiera preferido que se hubiera aparecido esa abuela. El resultado para el personaje hubiera sido el mismo: hay vida más allá, después de todo.
No puedo ponerle muchas pegas, porque no está mal, pero no me ha deslumbrado.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Isma
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Isma »

:hola:

Pues me ha gustado. Las reflexiones del protagonista, mucho más que los diálogos con el doctor, que me parecen poco naturales, algo robóticos. Durante esos sueños cambia el estilo, uniendo y alargando las frases, lo que me hace sentir que el protagonista sopesa o medita lo que le pasa, le da un valor que nos llega a los lectores. Todo muy coherente, centrado alrededor de la muerte, del vacío de la no existencia. Un poco repetitivo a veces, pero repetitivo a propósito. Lo que sí te recomendaría es recortar la extensión, queda claro hacia dónde se dirigen los sueños. Creo que sobra una iteración reflexión / doctor.

El final me ha gustado. ¿Ese demonio es real, o es una imaginación? No lo sabemos. La conversación anterior con el doctor siembra la duda.

Se me ha hecho interesante y me parece original. La estructura rota, sin fascinarme, también me ha gustado.

¡Suerte!

Aquí te pongo el relato comentado de mi puño y letra (con estas reglas de interpretación que comentaba en el foro general).
-> Ramiro (comentarios Isma)
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Fernweh
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Fernweh »

¡Hola, autor/a!

Escribes bien, con una prosa fluida, y las reflexiones de tu protagonista me gustan, sobre todo porque yo también comparto ese miedo hacia la muerte (más la ajena que la propia), y pienso mucho en qué puede haber después, si es que hay algo...
Pero he de decirte que mi interés en tu relato ha ido disminuyendo conforme avanzaba en la lectura, quizá porque he sentido que le das vueltas a las mismas preguntas sin plantearlas siquiera de forma diferente, y las conversaciones con el médico también se me han terminado por hacer algo repetitivas con la obsesión del protagonista de no querer seguir tomando las pastillas.

Pero lo que realmente me ha dejado más chafada ha sido el final. No me cuadra mucho esa aparición demoníaca, ni tampoco entiendo por qué le miente al médico al decirle que veía a un ángel de pequeño. Y esas cosas que compartía con el prota, pues ahí se me esfuman, porque me cuesta mucho trabajo creer que alguien prefiere pasar la eternidad doblegado por un ente maligno y sufrir constantemente, a simplemente dejar de existir.

Resumiendo: Lo siento mucho autor/a, veo que estás gustando a la mayoría, pero a mí tu relato, si bien no me desagrada, tampoco acaba de convencerme.

Y así me hallo tras leer tu relato :vb_570:.

¡Mucha suerte en las votaciones!
«El futuro es más ligero que el pasado, y los sueños pesan menos que la experiencia porque la vida no vivida es más leve, tan leve.»
Marie Luise Kaschnitz
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Sinkim
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Sinkim »

Me ha parecido un buen relato pero me esperaba un final más sorprendente y que impactara más, creo que la historia se lo merecía :D Esa aparición del Diablo no me acaba de convencer, me parece bastante predecible, sobre todo cuando ya ha hablado de ese tipo de cosas un par de veces :D

De todas formas se nota que escribes muy bien y que tienes muchas tablas en esto :lol: :60:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Megan
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Megan »

Un relato muy bien escrito, te admiro autor/a.
El tema no es de los que más me gusta, pero lo ambientaste muy bien.
No me cabe duda que vas a estar muy alto en las votaciones.

Mucha suerte y gracias por compartirlo :D
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Onomatopeya
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Onomatopeya »

Marcelino pan y vino se ha hecho grande.

Está muy bin escrito, una tónica bastante extendida en este concurso, mecachis!!!
La historia me parece adecuada para el tamaño, no intenta contarnos una vida, sólo un instante, y eso se agradece.
Las conversaciones con el doctor no me convencen, las veo poco creíbles en la forma. Y al final tampoco ha llegado a impactarme el relato. Pero en general está muy bien.

Suerte

PD: Lo he leído con Nina Simone de fondo, no sé si eso ayuda o perjudica.
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Nínive
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Re: CP XIII - Ramiro

Mensaje por Nínive »

Tienes varias repeticiones de palabras y alguna cacofonía, sobre todo al principio, cómo si te hubiera costado arrancar y no hubieras repasado tanto la forma y más el fondo.
Ramiro me parece un personaje coherente y trabajado. Bien por ahí. El miedo al vacío, a la nada tras la muerte es muy interesante. Yo también lo tengo, pero estoy de acuerdo con los compañeros en que ese final no le pega... Un final sobrenatural que intenta romper con la negación de la vida tras la muerte... No me convence, autor.
Las conversaciones con el doctor tampoco me convencen. ¿Psiquiatra? ¿Médico de familia? Porque a veces le hace preguntas como un psicólogo, pero los psicólogos no recetan... No sé, ahí has mezclado cosillas de unos y de otros.
No me termina de convencer, autor...

¡Ala! ¡A seguir escribiendo! :60:
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