Olivier Todd afirmó que Malraux es el primer escritor de su generación que consiguió construir su propio mito, porque en su vida se confunden los elementos novelados por el escritor (que además fue arqueólogo, teórico del arte y activista político) con los hechos históricos. En 1934, con 33 años y la fama que le proporciona el premio Goncourt por La condición humana, y tras la negativa de Saint-Exupéry a enrolarse en la aventura, Malraux parte con una avioneta y el piloto Corniglion-Molinier en busca de un enclave legendario: la capital de la reina de Saba. Philippe Delpuech, en un brillante estudio introductorio, destaca la sed de aventuras de un hombre que quería descubrir aquello que ningún europeo había podido contemplar desde hacía 2000 años. Una tentación demasiado grande para quien compartía la extravagancia de Rimbaud y Lawrence de Arabia. Publicaría el relato de su viaje en Lintransigeant en siete artículos, y lo rescataría en sus Antimemorias. Bromea en el prólogo Jean Grosjean, cuando afirma que Malraux, conocedor de la esperada resurrección de la reina del sur en el juicio final, “debió de ir a ver si estaba a punto de despertarse”.
Malraux ya era un profundo admirador de oriente. Había asistido a la Escuela de Lenguas Orientales de París y había estado en Indochina. Lector de los antiguos (Diodoro de Sicilia, Virgilio), veía en su objetivo la conjunción perfecta entre el amor al arte y la acción. Este “condottiero revolucionario ávido de una nueva comunión de los santos”, como lo llamó Vázquez Montalbán, había de tener en mente la huella artística del relato de Saba: los cuadros de Piero della Francesca, Rafael, Veronese, Mattia Preti o el de Brueghel, que inspirara a Flaubert. Tampoco ignoraría a sus antecesores: Jean-Louis Burckhardt, Carsten Niebuhr, Joseph Halévy y, en especial, Joseph Arnaud, quien afirmaba haber descubierto en 1843 la mítica ciudad.
En el último de sus artículos, El secreto de Saba, Malraux comenta la situación del año 34, cuando el ejército de Ibn Saud marchaba sobre Saná y el escritor se preguntaba si Arabia no iba a convertirse en otro Tíbet, permaneciendo prohibida, impidiendo que ingresara en la historia “un misterio que se halla en total abandono”. Malraux alterna las descripciones del itinerario y su erudición bíblica y coránica con propensión a la vehemencia. Todo Asia son tumbas, dice. “La arqueología de aficionados siempre me ha hecho reír, como también la otra, a veces”, comenta lamentando que su descubrimiento quedase mutilado hasta que no se registraran las inscripciones halladas. Saba seguirá presente en sus evocaciones preferidas, junto a Alejandro Magno, o Lawrence , el resto de su vida. por R.P
Román PIÑA
El cultural